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Analistas, migrantes y familias en México no dudan que el odio de Trump alcance a la remesas

lunes, febrero 6th, 2017

En el pueblo El Tremesino, Michoacán –en el estado que más recibe remesas a nivel nacional–, el campesino Benjamín recibe dólares de sus dos hijos que trabajan en Kansas, Estados Unidos. Dionisio pinta y Ofelia recoge huevo en las granjas.  “Me echan mucho la mano”, afirmó vía telefónica. Venía de trabajar en el rancho. En el poblado, ubicado en el municipio Susupuato, no hay más de 200 casas. “Me sirve para comprar comestibles que uno necesita en la casa y para pagar a un ayudante; tengo a mi señora enferma. Lo que gano aquí no es comparación con lo que me mandan”, aseguró.

Durante 2016, los mexicanos que trabajan en Estados Unidos aceleraron el envío de dólares a sus familias luego de que el ahora Presidente Donald Trump expusiera su plan de bloquearlas o añadirles un impuesto para pagar el muro. El total llegó a casi 27 mil millones de dólares, cantidad no registrada desde antes de la crisis financiera de 2008. ¿Trump logrará frenar todo un sistema financiero internacional interconectado? La experta en migración y remesas Carla Pederzini no lo descarta. Los migrantes allá tampoco, dicen. Pero buscan alternativas.

Ciudad de México, 6 de febrero (SinEmbargo).– En abril del año pasado, el entonces candidato republicano Donald Trump puso en la mira el flujo de remesas enviadas de Estados Unidos a México al señalar que una gran parte es enviada por migrantes ilegales. Amenazó con bloquearlas o añadir un impuesto a la transferencia para financiar el muro fronterizo. Entonces, los 12 millones de mexicanos en ese país, de los cuales 5 millones son indocumentados (ONU y Pew Research Center), aceleraron el traslado de billetes verdes a sus familiares que viven aquí.

Durante todo 2016, los mexicanos mandaron desde el extranjero 26 mil 970 millones de dólares, una cifra no vista desde 2007, un año antes de la crisis financiera, reportó el Banco de México (Banxico) esta semana.

“Los migrantes estaban previniéndose de lo que pudiera venir con la llegada de Donald Trump a la Presidencia. Trataron de aprovechar el año pasado que todavía no estaba al frente del gobierno de Estados Unidos para mandar el máximo de remesas que pudieran”, dijo en entrevista Carla Pederzini Villareal, especialista en migración y remesas del Colegio de México.

Sin embargo, afirmó la economista, le resultará “muy complicado” ponerles un freno porque las normas financieras internacionales son las que determinan cómo se dan las redes y los flujos de dinero; las interconexiones de transferencias entre bancos y países, enfatizó.

Aunque no lo descarta.

“Cambiar ese sistema financiero internacional sería romper los convenios internacionales, pero con Trump no se sabe. Puede poner restricciones a los bancos. Ya está violando muchos convenios internacionales. Pero es muy complicado poder romper este avance de conexiones”, determinó Pederzini Villareal.

“ME ECHAN MUCHO LA MANO”

Casa de cambio en Tijuana, Baja California. Foto: Cuartoscuro.

Iván, originario de Aldama, Chihuahua, acababa de casarse y su esposa esperaba un bebé. Habían invertido todo su dinero en un proyecto, pero fracasó en 2014. Ahora, desde Estados Unidos, envía remesas a su familia, quien vive “solo de lo que gana” en su trabajo dentro de la industria de la música, contó desde Miami, Florida.

Aquí, en el pueblo El Tremesino, Michoacán –el estado que más recibe remesas a nivel nacional–, el campesino Benjamín recibe dólares de sus dos hijos que trabajan en Kansas. Dionisio pinta y Ofelia recoge huevo en las granjas. Le mandan dinero al banco.

“Me echan mucho la mano”, afirmó vía telefónica. Venía de trabajar en el rancho. En el poblado, ubicado en el municipio Susupuato, no hay más de 200 casas. “Me sirve para comprar comestibles que uno necesita en la casa y para pagar a un ayudante; tengo a mi señora enferma. Lo que gano aquí no es comparación con lo que me mandan”, aseguró Benjamín. Luego fue a jugar dominó.

El valor del dólar ha subido un 61 por ciento durante el sexenio por lo que los mexicanos reciben más en pesos por esos traslados.

Sin embargo, el Presidente Donald Trump dijo durante su campaña que la mayoría de ese monto viene de migrantes ilegales por lo que pondría una cuota al envío o incluso las confiscaría. El Pew Research Center registra alrededor de 12 millones de migrantes indocumentados en Estados Unidos, de los cuales 5 millones son mexicanos.

“Está bien mal, la verdad [Trump] ya está bien loco si va a poner eso. Cuánta gente vive de las remesas, incluyendo mi mamá. Muchos mexicanos para eso se van [a Estados Unidos]. ¿Alternativas? No sé. Me quedé pasmada”, dijo en entrevista Vanessa, habitante de Chihuahua.

Cuando tenía seis años, su padre se fue a trabajar a Odessa, Texas, estado petrolero. Trabaja extrayendo crudo.

“Mi mamá trabajaba aquí en México, pero sobrevivíamos con lo que él manda. Fui a la escuela por eso y terminé la carrera de contaduría por eso”, afirmó Vanessa.

Este ingreso de casi 27 mil millones de billetes verdes durante el año pasado, destinado principalmente a Michoacán, Guanajuato y Puebla, implicó una cifra mayor a la recibida por exportaciones petroleras (15 mil 575 millones de dólares, Pemex) y por Inversión Extranjera Directa (23 mil 253 millones de dólares hasta septiembre, Secretaría de Economía).

El Secretario de Hacienda, José Antonio Meade, dijo hace unos días que antes de que termine febrero presentarán al Congreso “una buena propuesta” apoyada de tecnología para asegurar las transferencias y libre flujo de remesas.

“Las remesas son importantísimas ahora que estamos en una etapa en la que México está perdiendo muchísimos ingresos en divisas porque ha bajado la producción y el precio del petróleo. En términos de la estabilidad financiera del país juegan un papel importante como proveedoras de divisas”, aseguró la economista e investigadora Carla Pederzini.

En Guatemala, vecino sureño de México, también se sienten “amenazados” y están “pendientes” de las últimas disposiciones de Trump respecto a las deportaciones, afirmó Ariel Urizar, bombero de Ciudad Guatemala.

En entrevista, aseguró que los habitantes de su país han decidido huir a Estados Unidos porque “la economía está muy mal, especialmente para las clases más desposeídas”, no hay oportunidad de empleo ni siquiera para los que tuvieron la posibilidad de estudiar y además hay inseguridad en distintos puntos.

En Estados Unidos viven alrededor de 3.5 millones de guatemaltecos y en 2016 el país centroamericano recibió 7 mil 600 millones de dólares por concepto de remesas, documentó.

“Ese ingreso de divisas es lo que ha permitido mejorar en cierta forma el nivel de vida de muchos guatemaltecos que tienen la suerte de que sus familiares se encuentren en Estados Unidos. El país estuviera en un atrasado increíble si esas remesas no llegaran; de ahí obtienen los recursos para los gastos en educación, salud y alimentación. Tienen una alta importancia”, determinó Ariel.

En México, sucede lo mismo. “Las familias que reciben remesas dependen de ellas para su consumo diario; comprar comida y lo que necesitan los niños. Parar el flujo tendría un efecto muy fuerte sobre ellos”, advirtió la experta en migración y remesas Pederzini Villareal.

“Trump es bastante amenazador”, opinó el guatemalteco Ariel. “No favorece de ninguna manera a quienes están trabajando en EU para poder mandar dinero y se ven amenazados solo por el simple hecho de ser guatemaltecos”, finalizó.

O mexicanos.

¿SE FRENARÁN LOS ENVÍOS?

El valor del dólar ha subido un 61 por ciento este sexenio. Foto: Cuartoscuro.

Las personas consultadas por SinEmbargo que envían o reciben remesas coincidieron en que, aunque existen diversas maneras de envío, el eventual bloqueo o cobro de cuota obstaculizará la transacción, sobre todo a quienes ganan poco porque actualmente ya se cobra un porcentaje por el servicio de mandarlas a México y eso reducirá su presupuesto. La mayoría lo destina por transferencias electrónicas o “Money Order”, ofrecido por empresas como Western Union, Quicktrip, MoneyGram o Safeway.

La suegra de Daniela vive en Colorado. Tiene papeles y envía dólares a sus dos hijos, habitantes de Chihuahua.

“Dependiendo del banco de Estados Unidos te cobran un porcentaje o una comisión por el envío que hacen a México. Hay unos que cobran cuatro dólares por mandar 500 dólares y hay otros que cobran seis dólares por enviar mil”, dijo Daniela.

“Tal vez no representa mucho, pero si además la intención del Presidente de Estados Unidos es imponer un impuesto al envío de remesas a México, representará una disminución al presupuesto que la gente envíe y un corte de tajo a una importante fuente de ingresos para México. Para las personas indocumentadas será más difícil y les afectará más su economía”, aseveró.

Iván, que envía remesas a su esposa y bebé, y Armando, que las manda a su hermana desde Alabama, no creen que el envío de dólares a México se entorpezca totalmente por el eventual bloqueo del gobierno estadounidense. Pero se dificultará.

A Julio, que recibe dólares de sus padres desde Arizona, le preocupan los paisanos que no puedan cubrir ese posible incremento en la cuota de traslado o se vean imposibilitados para encontrar alternativas.

Iván y su esposa sienten “incertidumbre”. No tiene visa de trabajo y “duda” que con Donald Trump en la Presidencia se le “facilite” el trámite.

“Nunca sentí interés por viajar a Estados Unidos, pero no tenía opción [después de la quiebra del proyecto]. Lo vimos como la forma más rápida de poder hacernos de patrimonio”, escribió Iván en charla con este sitio desde Miami, Florida.

No tiene un hogar definido. Labora en una filial de Sony Music y un día está en Miami, otro en Los Angeles, California, y otro en Houston, Texas.

“Mi familia vive en México, yo viajo por temporadas de hasta cuatro meses y las remesas son nuestro esquema de pago”, contó Iván.

“Estamos tratando de resolver lo mas rápido posible. De parte del trabajo tengo apoyo total y estoy seguro que si se toman medidas extremas encontraremos la forma de seguir trabajando”, confió.

 Al mes, destacó, gana cinco veces a uno en comparación a lo que recibía en dos empleos en México. Ahora tiene carro, casa de renta y “ya no me cortan la luz por falta de pago”.

–El plan de Trump contra el envío de remesas, ¿te frenaría para seguir mandándolas?

–¡No tienes idea de las opciones que existen acá [Estados Unidos] para enviar dinero! Hay muchas empresas y ahora hay aplicaciones. Generalmente cobran 10 dólares por envío. Y las opciones para cobrar en México son muchísimas. Desde Soriana hasta la tienda de “Doña Lupe” en pueblos pequeños.

–Entonces, ¿con Trump no se dificultará?

–Yo tengo cierta posibilidad.  Puedo usar la tarjeta del banco donde tengo el dinero en México, aunque obviamente me cobran una comisión por usarla fuera del país. Generalmente hago los envíos a Soriana o donde se esté pagando más caro [el dólar], como la mayoría lo hace.  Pero me preocupa la gente que no puede hacerle como yo.

Armando, por su parte, decidió irse a Estados Unidos porque en Rosario, Hidalgo, no tenía empleo. Lleva 13 años en Birmingham, Alabama, un sitio que describe tranquilo y que respeta los derechos civiles. Fue una de las zonas beneficiadas por el movimiento a favor de los afroamericanos encabezado por el activista Martin Luther King.

Vía telefónica aseguró que desde que “empezó lo del narco en México”, el proceso de envío de remesas se complicó porque ya no se puede mandar más de mil dólares mensuales. “Te hacen una serie de preguntas. Creen que es lavado de dinero”, dijo.

Armando gana mil 900 dólares a la quincena trabajando en restaurantes. En la mañana es cocinero y en la tarde es asistente de chef. Envía dólares a su hermana, quien también trabaja.

No cree que Trump logre su plan.

“Los bancos son independientes del gobierno de Estados Unidos. No puede hacer nada en ese caso. No me preocupa”, declaró.

Julio, que trabaja en una agencia de empleos en Ciudad Juárez, no ve un problema en el envío, sino en la intención de confiscarlas. Vive con su abuela y recibe dólares de sus padres, quienes habitan en Arizona. Su padre trabaja en una ensambladora de autos y se fueron a allá, junto con sus dos hermanas, porque en la empresa que trabajaba en Chihuahua había conflictos internos y temía ser despedido.

“Están cubriendo el 10 por ciento por envío y he leído que se planea subir a un 20 por ciento. No le veo un gran inconveniente porque no es mucho. Pero el problema es la intención, [Trump] lo hace para fregar a los mexicanos que de verdad dependen de parientes que trabajan en Estados Unidos. Para un trabajador indocumentado que apenas gana cinco o seis dólares por hora no es lo mismo pagar siete dólares de envío que pagar 14 dólares”, ejemplificó Julio.

“Me preocupan mis paisanos que dependen totalmente de ese ingreso. Tengo amigos que sus papás viven en Estados Unidos y dependen de eso porque están estudiando, no han encontrado trabajo o simplemente porque la vida en México está muchísimo más cara de lo que debería”, destacó.

Vanessa, de Chihuahua, cuyo padre migró hace 27 años para poder trabajar, insistió en que “sólo se puede decir que Trump está loco. De ahí en fuera, ¿qué podemos hacer?, si no podemos con el gobierno de aquí mucho menos con el de allá. Hará lo que quiera”.

 

ADELANTO | “Preparación para la próxima vida”, la primera y conmovedora novela de Atticus Lish

sábado, noviembre 12th, 2016

Preparación para la próxima vida, ya de por sí descarnada, toma una nueva dimensión ante el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y sus amenazas contra las minorías. La primera novela de Atticus Lish es justo una conmovedora pintura de lo que los migrantes sufren ya en su búsqueda de un mejor porvenir. Es un texto que también habla del amor y la ternura que surgen aun en el desamparo y el vacío.

Puntos y Comas presenta este adelanto de la obra –traducida por Magdalena Palmer– con autorización de la editorial Sexto Piso, y que va en línea de otros textos incluidos en este suplemento semanal que nos recuerdan lo importante de aprender de nuestra historia: El Tercer Reich, Una Nueva Historia, de Michael Burleigh, y El renacimiento de una nación: cómo arrastró Hitler a millones al abismo, de Laurence Rees.

Ciudad de México, 12 de noviembre (SinEmbargo).– Con esta primera novela, descarnada y conmovedora, Atticus Lish, hijo del legendario editor y escritor Gordon Lish, sorprendió a propios y extraños. Sin buscar ni el consejo ni la ayuda de su reputado padre, el autor publicó Preparación para la próxima vida en Tyrant Books, una pequeña editorial independiente de Nueva York, y se convirtió en uno de los fenómenos literarios del año, ganando, entre otros muchos premios, el PEN Faulkner Award.

Preparación para la próxima vida toma, relata la vida de Zou Lei, una inmigrante ilegal musulmana de origen chino –de la etnia uigur– que llegó a Estados Unidos entrando por la frontera mexicana y que, intentando abrirse camino, malvive aceptando trabajos precarios e inhumanos, con el miedo constante a que las autoridades la descubran y la expulsen del país.

Brad Skinner es un excombatiente de la guerra de Irak que vuelve a su país arrastrando consigo todos los demonios del conflicto. Es un hombre roto a quien el horror y la violencia han marcado profundamente, y cuyas graves secuelas lo incapacitan para llevar una vida normal y amoldarse a esa otra locura consensuada que llamamos sociedad.

Zou Lei y Skinner se conocerán en mitad de sus respectivos naufragios, en el corazón del caos urbano que amenaza con devorarlos y los condena a existir en los márgenes. Su amor será otra forma de la necesidad, el último clavo ardiendo. Una estrategia de resistencia. La promesa de un horizonte y de un sentido en mitad de la desorientación, el vacío y el desamparo, la posibilidad de ternura en un entorno inhóspito e implacable, pero también una desesperada huida hacia delante ante la inevitable cuenta atrás. Mientras Zou Lei, con sus limitadísimos recursos, intenta encontrar el modo de normalizar su situación en el país, Skinner, siempre a un paso de la locura, luchará para que las sombras que lo asedian no lo arrastren definitivamente. ¿Existe en este mundo un futuro para ambos?

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Portada del libro “Preparación para la próxima vida”, de Atticus Lish. Foto: Sexto Piso

PRIMERA PARTE

Llegó desde Archer, Bridgeport, Nanuet; trabajaba en las inmediaciones de la i-95. Vestida con cazadora y pantalón vaqueros, con una bolsa de plástico, unas chanclas y un número de teléfono en la mano, esperó bajo un paso elevado, mareada, pues llevaba horas sin probar bocado.

La recogieron en la autopista, junto a un sencillo cobertizo blanco con un cartel del Ejército y neumáticos colgados de los árboles. Paró un Caravan con un rey Mono en el salpicadero y ella se subió. Los hombres la llevaron a un motel y la dejaron en una habitación con seis mujeres de Fujian y un litro de refresco. Pasó la noche escuchando los camiones que llegaban y el rumor del aire acondicionado.

Le dieron una camisa con una insignia y una visera que olía a grasa antigua. Todos le dijeron: Tienes que ser rápida porque jefe te vigila. Nadie hablaba el mismo dialecto, por lo que se comunicaban en inglés. El primer día de trabajo, sus gastadas zapatillas de deporte resbalaron en la grasa. Se le cayó un pedido, los fideos se desparramaron como gusanos y esa noche se acostó de cara a la pared, parpadeando, con la mandíbula apretada.

Los estadounidenses aparcaban sus camionetas delante del restaurante y las dejaban chascando al sol. Entraban despacio y en silencio, vestidos con camisetas de tirantes y pañuelos en la cabeza. Se acodaban en la barra, señalaban la carta con un dedo grueso y decían: Este de aquí. Los negros llevaban en la mano lo que pensaban gastar, el fajo de billetes y las monedas.

¿Me llega para las alas de pollo? Pues ya me dirás qué puedo comer con esto.

Ella sabía decir okey. Cuando le señalaban un plato en la carta, lo entendía. En Nanuet siempre querían el bufet libre. Eso lo comprendía. Quiero más de eso. Okey. Sabía apresurarse para servir más rápido, trabajar porque tocaba, trabajar catorce horas diarias durante diez u once días seguidos hasta que llegaba el día para fumar, como lo llamaba el jefe, porque eso era mejor que rebuscar entre la basura en los arrozales, al sur del río.

En el motel, siempre tenían el televisor encendido para practicar inglés. Se sentaban en cuclillas sobre la alfombra y movían la boca bajo la luz azulada mientras contemplaban pasillos de supermercados y automóviles veloces. Increíble, decían por la tele. Este martes en la Fox. Un día nefasto en Irak. Veía soldados embozados y antenas de radio que pasaban raudos ante casas de adobe por un desierto muy similar a aquel donde había vivido.

Camello, señalaba ella. El animal, es muy bueno.

Inglés demasiado difícil, decían las otras. Imposible. Cabeza demasiado dura.

Alguien bostezó.

Hay que practicar sin fin.

De noche, cuando acababan de trabajar, cruzaban el aparcamiento hasta el único coche que seguía allí, el Caravan que esperaba para llevarlas de vuelta al motel. Entregaban al hombre su ración de comida, que él dejaba sobre unos periódicos abiertos por las páginas de Hong Kong. Durante el trayecto, ella contemplaba las prolongadas llanuras de la noche, las negras zonas boscosas, la carretera y el cielo de pizarra. El hombre tenía una cadena de oro y permiso de trabajo, y conducía con las luces apagadas, atento a la policía.

Las mujeres procedían de diferentes aldeas: Empezar a celebrar, Cuatro encuentros, Montaña unida y Honradez admirada. Ella les dijo que venía del sur del río.

Pero eres de otro sitio, le dijeron. Soy china, como vosotras.

No lo pareces.

A la luz del sol, se veía que el cabello de Zou Lei no era negro, sino castaño. Y ligeramente ondulado. Tenía la nariz un poco aguileña y ojos siberianos.

Nuestra China es un país grande, decía ella. Hablas como la gente del norte.

Noroeste.

Ésa es de las minorías, dijo una de las mujeres. Podéis enseñarme vuestra lengua.

Eso es absurdo. Hablamos bancal del pueblo, arroyo tranquilo, lago plácido, sur tortuoso, reja de algodón, zhangpu, convergencia de paz, swatow, serenidad común, prominencia, samyap, jungcan, amplia paz, tres condados, dialecto similar al de la familia Zhang y cien más. ¿Cuál te enseñamos?

Zou Lei reflexionó unos instantes. Entonces decidme cómo se dice el cielo es alto. Sonrió y señaló el sucio techo. El cielo es alto y ancha es la tierra.

Algunas asintieron, otras sonrieron y mostraron sus estropeadas dentaduras. Es cierto, es cierto, coincidieron, y una de las mujeres suspiró.

Pero lo que en realidad aprendió fue a tomar nota de los platos. Las galletas de la fortuna estaban en una caja, debajo del calendario del año de la cabra y el pequeño altar de plástico. Las servilletas, las pajitas y los palillos se guardaban juntos en el estante. Dale a todos tenedor de plástico, digan que digan. Cuando un cliente entra, tú preguntas: ¿Qué va comer? Luego gritas pedido detrás: pollo-broc, ternera-broc, ternera-guisante, triple vapor, así, para ir más rápido.

Nadie tuvo que enseñarle a fregar el suelo, ni a sacar la basura, ni a preparar grandes bolsas de verduras cortándoles la parte que no se comía. Vieron que era muy trabajadora. Casi todo lo que hacían era algo que ella ya sabía hacer. Lavaba la ropa de cuclillas en la bañera, la escurría con sus manos agrietadas, rurales y amoratadas, y la tendía en la barra de la cortina con las prendas de las demás, los mojados vaqueros con lentejuelas y los desvaídos personajes de cómic de las camisetas.

En el mostrador, colocaba un cartón en el fondo de una bolsa, grapaba los bordes del envase de porexpán, y metía el envase en la bolsa, encima del cartón. Luego amontonaba los otros envases sobre el primero, separados por cartones. Después grapaba una carta con el menú y entregaba el pedido a un chico flaco y rubio, de pelo largo, siempre tocado con una gorra roja de béisbol. Un día, mientras se llevaba un pedido, él le comentó: Estás mejorando mucho, te he cronometrado.

El jefe dijo que las mujeres necesitaban que alguien supervisara su bienestar, una hermana mayor que lo mantuviese informado. El jefe también les hizo memorizar una frase, “No es cuestión de tiempo, sino de dinero”, que él quería que repitiesen mil veces al día, tan rápido como pudieran.

¿Qué significa?, preguntó Zou Lei.

No significa. No se sabe el significado.

Una de las mujeres tenía problemas mentales. Pasaba

mucho tiempo callada y luego decía que la policía la había obligado a abortar en Guangxi.

Cuando empezó el frío, algunas dormían juntas. Dejaban la ropa mojada colgando en la ducha y se agazapaban delante del calefactor, enfermas, tosiendo y escupiendo en la papelera.

En la tele veían chicas que hacían surf, conducían camiones, boxeaban y corrían maratones. Cuando llegaba la furgoneta del reparto, ella corría fuera y se cargaba los sacos de arroz al hombro. Las mujeres lo desaprobaban, decían: Deja que hagan eso los hombres, el cocinero y su primo. No le lamas culo al jefe. Zou Lei respondía que le gustaba mover las piernas. Por la noche hacía abdominales. Cogía un periódico de la furgoneta y leía los clasificados para buscar trabajo en otros estados.

Se marchó a Riverhead y trabajó allí el resto del invierno, alojada en La Quinta con un grupo de mujeres que hablaban tres luces y mandarín rural. Tenían un hornillo, que compartían.

América es un buen país, dijo una anciana. Cruzamos el océano en una barca pesquera. La policía marítima nos descubrió y nos encerró en una isla cerca de San Francisco. Casi muero en el viaje, y eso fue lo que me salvó. Tuve suerte. A los otros los obligaron a volver a casa, pero yo no volví. Mi primo solicitó asilo. A algunas de estas hermanas ya las han deportado una vez. Ahora vuelven, una vez se convierte en dos, dos en tres. Van a la península de Yucatán, cruzan la frontera de Arizona. Ahora es muy difícil, sí. Aquello es el desierto, no es para nosotras, que somos un pueblo de río. La lengua de mi aldea es mijo de agua. Estamos a cincuenta kilómetros de Campo Ancestral y allí no entienden ni una palabra de lo que decimos.

Estuvo un año en Archer y seis meses en Riverhead. Había acabado la epidemia de gripe porcina y las noticias hablaban de la guerra contra el terrorismo y las dificultades para conseguir permisos de trabajo. Zou Lei pasó la página y vio una fotografía en blanco y negro de un prisionero desnudo, tumbado en el suelo, con un saco de arena encima de la cabeza. Pasó otra página y estudió las palabras: construcción, modista, restaurante, belleza, remuneración según aptitudes.

Fue a Nanuet y le dieron otra camisa con una insignia y otra visera. Las mujeres vivían en una caravana apoyada en bloques de hormigón sobre un lecho de agujas de pino y tendían la colada en una cuerda. En su día para fumar, fue hasta el centro comercial corriendo a lo largo de la autopista; saltó el guardarraíl y miró en los escaparates las zapatillas deportivas “Made in China”.

El jefe llevaba un brazalete de jade y conducía una sucia furgoneta Astro. Le dijo que la lavara en la parte de atrás, donde había una zona de carga y descarga, contenedores de basura, una valla y detrás el bosque. Mientras la manguera chorreaba, Zou Lei miró más allá de los contenedores y se imaginó corriendo por el bosque.

El año siguiente, en otro estado, vivió en una habitación de motel con ocho mujeres que hablaban en código, incluso en su propio dialecto. Cuando ella les preguntó de qué aldea eran, una respondió: Árbol de canela. Las otras se volvieron hacia la mujer que había hablado y la regañaron, ¿qué haces contando secretos a una forastera?

Tenían una hermana mayor llamada Sophia que decidía cuándo podían ver la televisión. No se les permitía abrir la puerta si alguien llamaba, a menos que Sophia estuviera allí y les diese permiso.

Finalmente, Zou Lei comprendió que, en el argot rimado de las mujeres, velero era el dinero que enviaban de vuelta a China; grito era un teléfono; cuervo era extranjero ilegal y Andy era la poli.

Un hombre con gafas de espejo y un dragón en la muñeca les trajo un paquete de compresas. Al jefe le encanta la música, dijo. Todo lo que hago, lo hago por ti. ¿Conocéis la canción?

Una vez, cuando Sophia no estaba, Zou Lei dejó entrar a la camarera del motel y le preguntó de dónde era y qué tal estaba su trabajo.

De Honduras, respondió la camarera, que llevaba una cruz tatuada en la mano. Tendrían la misma edad.

Zou Lei corrió al baño, salió con las toallas húmedas y las metió en el cesto de la ropa sucia. La chica hondureña sonrió y dijo gracias.

¿Y tu trabajo? ¿Ganas dinero con trabajo?, preguntó Zou Lei.

No, no mucho. Poquito dinero. ¿Tienes papeles?

No.

Las dos se echaron a reír.

María le enseñó a dar la mano. Zou Lei le enseñó el anuncio del periódico Sing Tao que afirmaba que podían comprarse números de la seguridad social.

Llamando a una puerta de acero, consiguió un trabajo de ocho horas al día que consistía en introducir platos de embrague dentro de cajas de cartón, el empleo mejor pagado hasta la fecha: nueve dólares la hora, menos impuestos. A la hora del almuerzo comía arroz y pavo de una fiambrera mientras los estadounidenses, vestidos con ropa de trabajo y pañuelos en la cabeza, hacían cola ante la furgoneta de comida. Siempre llevaba todo su dinero encima, en un cinturón pegado al cuerpo; también el móvil y el documento de identidad falso, aquello que no podía perder.

Un día de mediados de otoño, entró en una tienda de comestibles y la arrestaron al salir.

Tranquila. ¿Llevas algo en los bolsillos? ¿Algo afilado? Bien. Tranquila. Un hispano vestido con un jersey de fútbol americano le levantó los brazos y, sin mirarla, le volvió los bolsillos del revés. Le desabrochó el cinturón que llevaba pegado al vientre y se lo entregó a un tipo armado con una pistola semioculta bajo la sudadera. Zou Lei acababa de cobrar el cheque de su paga en la tienda y siguió el cinturón con los ojos. ¿Necesitas un traductor? Estás muy nerviosa. Cálmate, ¿vale? Tranquila, ¿de acuerdo? ¿Hablas español? ¿Qué eres, chinita? ¿Tú vienes de China?

¿Por qué no he echado a correr?, pensó Zou Lei.

La cachearon y le quitaron el dinero. La esposaron con unas bridas y la metieron en una furgoneta con un detenido salvadoreño. El proceso duró toda la tarde. Hola, mami, ¿eres tímida? Allí había chinos, camboyanos, guatemaltecos. La llevaron a una celda de cristal con suelo de cemento, un banco de acero inoxidable y fluorescentes en el techo. Otras chicas entraron y salieron durante la noche, hasta que la trasladaron. Se frotó las marcas que le habían dejado las bridas en las muñecas.

Una chica blanca con el rímel corrido le dijo: Será mejor que estos cabrones me suelten antes del cumpleaños de mi novio.

Le ordenaron que saliera en plena noche. A través del reflejo del cristal vio que alguien la miraba, un americano con bigote. Se encendió el interfono. Sí, tú. De pie. Ella hizo lo que le decían. La puerta se abrió, el hombre hizo señas con el dedo. Zou Lei salió de la celda. Los pasillos eran oscuros en toda la cárcel y ella no entendía nada. Allí no había nadie salvo el agente y, pasillo abajo, una figura cabizbaja que fregaba el suelo con una paciencia extraña y abnegada, como si no estuviera allí, y Zou Lei comprendió que era un recluso.

Coge uno. El agente señaló un cesto de ropa lleno de gastados monos naranja. Ella tuvo que preguntarle dónde podía cambiarse antes de que él se lo mostrara. Después se encerró en el baño y por un momento estuvo a solas con el lavabo, el espejo, el retrete de porcelana y los azulejos. En la mesa del agente, una radio emitía un anuncio de coches. Ella se quitó los vaqueros deprisa, evitando el espejo. Se puso el mono, descubrió que no tenía mangas, se subió la cremallera y salió apresuradamente, ofreciéndole los vaqueros al agente como si fuera un regalo. Él los guardó.

El agente la tomó del codo y la condujo al interior de las instalaciones; las suelas de sus zapatos resonaron pesadamente en el suelo, mientras las chanclas de Zou Lei repiqueteaban apresuradamente al lado. Doblaron otra esquina y la radio dejó de oírse. No había luces y olía a animal. El agente se detuvo ante una gran ventana negra, abrió una puerta que daba a una gran habitación oscura y, tomándola del codo, la condujo a lo que parecía una cancha de baloncesto cubierta. Ella apenas vislumbraba las celdas numeradas en el suelo de cemento. Se volvió para preguntar qué tenía que hacer. Ésa. La diecisiete, dijo el agente, y cerró. Zou Lei lo oyó alejarse. Con una manta en los brazos, forzó la vista, identificó su número y se dirigió a la celda. Encima había un segundo nivel. En su diminuto espacio numerado, detrás de una pesada puerta recubierta de pintura náutica, fue tanteando hasta tocar una estructura metálica. Era un camastro. Se acostó. Sus ojos se habituaron a la oscuridad y vio las pintadas en los ladrillos de hormigón. Se levantó y cerró la puerta. No tenía pestillo. Se quedó tumbada, escuchando con los ojos cerrados.

Lo soportaré, se dijo cuando encendieron las luces, vio dónde estaba y descubrió que el objeto de acero adosado a la pared era el retrete. En China las condiciones habrían sido peores.

Salió de la celda y vio a las otras reclusas, gordas, abotargadas, hostiles, con acné y el cabello afro erecto, que salían arrastrando los pies y ocupaban la mesa del centro de la sala, se arremolinaban en la escalera, deambulaban ante el largo ventanal, jugueteaban con el pelo de sus compañeras. Una chica negra se tiró un pedo y dijo: ¿Has oído? Había mujeres campesinas de sangre india y cruces en las manos que no se separaban de su grupo. Era evidente quién procedía de una redada de inmigración. Era evidente quién era ella. Se agachó, sola, como hacían todas las emigrantes.

Llegó el agente y dejó entrar a un recluso que empujaba un carro de comida. Todas se levantaron. Ella se quedó donde estaba y dejó que las negras y las norteamericanas se le adelantasen. Cuando recibió su bandeja, se la llevó a su celda, donde comió el sándwich de embutido y queso con la vista firmemente apartada del retrete.

Se pasó el día caminando de un extremo a otro del ventanal de la sala grande, pegada a la pared, hasta que apagaron las luces.

Llevaría allí dos o tres días cuando cayó en la cuenta de que no estaba segura de si habían pasado dos o tres días, o quizá más. Aunque intentó contarlos, le resultó imposible distinguir un día del siguiente. No había ningún reloj. Se planteó llevar un calendario, pero no tenía con qué escribir. Allí no había nada, aparte de ella y las otras mujeres encerradas en aquella sala ruidosa y sucia.

Preguntó a una mujer con la nariz aplastada si alguna vez les dejaban ver la tele.

¿La tele? Sí, claro que tenemos. Está al lado del jacuzzi.

Junto a la ventana había un teléfono público donde habían pegado la tarjeta de un agente de fianzas y el correspondiente número 800. Zou Lei había visto llamar a las reclusas desde allí. Silvio, dijo una voz cuando ella marcó el número. Le explicó lo mejor que podía quién era, el hombre le preguntó desde dónde llamaba y ella ni siquiera lo sabía. Bueno, tranquila, él ya se informaría. Si la habían arrestado en Bridgeport, sólo podía estar en dos sitios. ¿Sabes de qué se te acusa? ¿No? Por lo que cuentas, si has entrado clandestinamente en el país, no tienes derecho a fianza. Eso es la Ley Patriota. Se lo repitió, para que ella lo entendiese. Sí, dijo Zou Lei. Lo sé.

¿Hay alguien que pueda pagarte la fianza?

No, dijo ella. En este país soy sola. Trabajaré para ti al salir, si me sacas, le explicó con dificultad. Soy honrada. Pago todo. Hablaba estrujando el auricular en la mano, con la cabeza gacha.

Eso no lo dudo, dijo él. Pero, en tal caso, no creo que pueda hacer nada. Ella escuchó.

Así son las cosas.

Él tenía que colgar.

Para no desanimarse, Zou Lei volvió a recorrer la pared de extremo a extremo y se distrajo contando kilómetros. Empezó a hacer flexiones de piernas cada tres pasos. Oyó gritos, pero no pensó que le gritasen a ella. Se sobresaltó cuando alguien se levantó de la mesa y se acercó. Hizo como si no la viese, pero aquella mujer la seguía, gritando cada vez más fuerte. Sí, ahora le chillaban de verdad y todas miraban. Le decían que parase. ¡Aquí no hagas eso! Te lo digo muy en serio, ¿oyes? Dejó de hacer flexiones. Los gritos cesaron, pero los jadeos de la mujer que se había acercado siguieron oyéndose un buen rato.

Estas putas imbéciles que fingen no entender inglés.

Cuando algo la angustiaba, lo apartaba de sus pensamientos. Nadie le contaba nada. No había abogados. Una noche soñó que su padre de piel curtida, escasa estatura, elegante y uniformado, la visitaba en el centro de detención. No le decía nada. Los estadounidenses hablaban con él. Su padre la apartaba de las demás y tenían que soltarla. El sueño se repitió en una segunda versión en que él cometía un terrible error al entrar en las instalaciones y luego no podía salir. Zou Lei se incorporó, confusa, en el camastro.

Vio que soltaban a una mujer, que se marchó contoneándose por el otro lado del ventanal, con un brazo extendido, siguiendo al agente hacia el vestíbulo donde le devolverían su ropa y saldría a la calle invernal.

Zou Lei se comió un emparedado de mortadela y luego hizo flexiones en su celda, al lado del retrete.

***

Esperaron en fila india para ver a una trabajadora social, que le preguntó si tenía alguna ETS. Le explicaron el concepto. Ella creía que significaba SIDA. No, dijo.

¿Estás embarazada? Negó con la cabeza. ¿Sabes qué día es hoy? Negó con la cabeza.

Es martes. ¿Hablas inglés?

Asintió, luego negó con la cabeza.

¿Perteneces a alguna banda?

No lo sabía. No.

Dijo que quería saber si podría ver a un abogado. Nadie le había dicho de qué se la acusaba o por qué la retenían. Cuando intentó preguntar qué iba a pasarle, un agente le ordenó que volviese a su extremo de la habitación.

Las latinas tenían una banda para protegerse, las Niñas Malas. ¿Y tú qué eres?, le preguntaron las mujeres blancas de pelo ralo. Alguien dijo: Al Qaeda. Soy china, dijo Zou Lei. Se mojó el pelo en el lavabo y se lo recogió hacia atrás para tener otro aspecto.

No le gustaba hacer ejercicio en su celda. Cuando estaba sola, su cerebro se volvía del revés, como un envoltorio. Divagaba y, al volver a la realidad, habían pasado horas. Una vez, viajó mentalmente a la fábrica de embragues donde había trabajado y vio a los empleados, charlando en el trabajo. Decían: ¿Os acordáis de aquella chica? ¿Qué le pasaría? Y Zou Lei supo que hablaban de ella. Imaginó el cielo azul y hasta llegó a oler el asfalto, el campo y la camioneta del almuerzo.

Algunas latinas le preguntaron: ¿Estás preñada? Eh, tú, ¿estás preñada? Y, en lugar de ignorarlas, ella las miró y dijo:

No estoy nada. Luego hizo como que no las veía, pero tenía miedo. El miedo iba y venía como una señal de radio. Cuando la señal se desvanecía, se reanudaban los vómitos. Descolgaba el teléfono, escuchaba la señal y colgaba, miraba por la ventana y esperaba a que pasara alguien. Se encontraba mal por culpa de esa habitación sellada. No puedo soportarlo, pensaba. De vez en cuando pasaban agentes uniformados de verde. A veces un recluso que trabajaba para el centro de detención pasaba por allí con cara de circunstancias porque una de las mujeres se levantaba de la mesa de un salto y corría a aporrear el cristal, gesticulando.

Los ojos le dolían de soledad. Cuando los cerraba, le corrían lágrimas por las mejillas.

Al final de aquel día artificial se acercó a la escalera, donde las otras reclusas hablaban con una joven muy serena que subrayaba lo que decía golpeándose la palma con el puño. Zou Lei prestó atención. La joven decía que le habían caído treinta años por atraco a mano armada.

Él iba armado y yo iba con él.

Vaya marrón.

A él le ha caído la perpetua.

¿Tú quedarás aquí?, preguntó Zou Lei.

Las demás la miraron y luego miraron a la atracadora para ver qué respondía.

¿Si me quedaré aquí? No, me llevarán a la cárcel estatal. Al poco, como si se hubiese enojado con unos niños, la mujer bajó unos peldaños de la escalera donde estaba sentada y se apartó de las demás. Zou Lei se le acercó y le preguntó lo que quería saber desde hacía tiempo.

Te deportarán, dijo la mujer. No sé. A lo mejor te envían a una prisión federal.

Ésa fue la respuesta que recibió: Nadie sabe qué te pasará. Pero ¿qué podía pasarle?

Seguramente te caerá un año. Zou Lei puso cara de concentración cuando lo oyó. Un año y luego, ¿qué? Un año y luego decidirán qué hacen contigo.

Vale, dijo. Y ¿qué hacen conmigo?

Ésa es la cuestión. Pueden hacer lo que quieran, por tu situación legal.

¿Puedo pasar toda la vida aquí?

Casi toda tu vida. Fíjate en Guantánamo.

Pero había más; se enteró después. Aquello era sólo el principio. Cualquier agente podía llevarla del codo a dar un largo paseo hasta el otro lado de la prisión, enseñarle una lavandería llena de reclusos, decir: Aquí está vuestra nueva ayudante, ¿os la dejo un rato?, y esperar lo bastante para que se le helara la sangre. Después decir: Era broma, ¿te has cagado encima? ¿Quieres comprobarlo? Y mientras la acompañaba de vuelta al ala de las mujeres, diría: Seguro que ahora te mostrarás más simpática conmigo, y la encerraría en el baño para volver más tarde. Si la reclusa se resistía, estaba autorizado a cargar contra ella como si fuera un hombre, derribarla, golpearle la cabeza contra el suelo, darle una descarga eléctrica en la espalda y arrastrarla de una pierna mientras ella gritaba y las cámaras lo grababan todo en blanco y negro; atarla a la silla, meterle una bolsa por la cabeza y dejarla allí doce horas hasta que suplicase un poco de agua. Y él podía contar hasta doce tan despacio como le viniera en gana. Luego la asistente social, al verle los ojos amoratados como ciruelas, preguntaría: ¿Por qué peleas con el personal? Y pondría “Antisocial” en su expediente. Eso añadiría tiempo a la condena, fuese cual fuese, cuando por fin tuviera una condena, y así se agenciarían un trozo más de su vida. Bastaba con que les diese un motivo. Iban a violarla a menos que se comportara y se moviera de una forma determinada y, aun así, podían pillarla en cualquier momento y perderla en la lavandería. Se lo hacían a las chiquitas medio indias de las bandas mexicanas. Si después lloraba demasiado, le darían trazodona. Luego la llevarían arriba, amarrada a una camilla, y la abandonarían en un pasillo.

Cualquiera que estuviese aquí por una redada de inmigración había violado la Ley Patriota. Si además la consideraban sospechosa de terrorismo, las cosas se ponían mucho más interesantes. Había una celda en el nivel superior de la que nunca salía nadie. ¿O no se había dado cuenta?

Le enseñaron qué pasaba en esa celda del nivel superior. Tenían un proyecto en marcha: era una mujer tumbada en un camastro. Los agentes nos la han entregado, cuidamos de ella. Justo después del 11 de septiembre, la metieron en una celda con unos quince tíos. Ella era de Al Qaeda; eso, fijo. No sé cómo a esos tíos se les levantó porque es asquerosa, mírala. Es vieja. Zou Lei miró a la mujer. No supo si respiraba. Le dijeron que era una madre libanesa. Habían trasladado a su marido de New Haven a Siria para el interrogatorio. Había heces secas en las paredes. La mujer tenía los pies negros y el pelo ceniciento enmarañado en la cara. Le arrojaban papel higiénico mojado, tampones usados. Una chica negra le gritó: ¡Puaj, qué peste!, y se fue riendo.

La mujer no podía hablar ni moverse. Los americanos le habían descubierto la cabeza y ella estaba acostada, apretándose la cara con las manos.

Zou Lei quiso salir de allí.

¿Asustada?, preguntó una reclusa. No me extraña.

***

En el noroeste, en la ciudad del desierto donde se crió, Zou Lei veía a hombres postrados bajo los arbolillos de la calle medieval, la cúpula de la mezquita bien visible sobre las casas de adobe. Los hombres estaban desplomados de bruces en la piedra, sobre el bordillo. Tenían la cara curtida por el sol, los gorros aún en la cabeza y las sandalias a veces desprendidas, abandonadas a unos palmos de distancia. La calle ascendía hasta la mezquita y, de niña, antes de saber qué era la heroína, Zou Lei había creído que, cansados de subir la colina de camino a la oración, aquellos hombres se echaban a dormir.

Que Dios te acompañe, le dijo a la mujer.

La contribución millonaria de migrantes a EU podría aumentar si son regulados: estudio

miércoles, febrero 24th, 2016

Los inmigrantes indocumentados que viven en Estados Unidos contribuyen en gran medida a su economía, no solo en trabajo sino también en impuestos, destaca un estudio del Instituto de Política Fiscal y Económica. De aprobarse la regularización a su situación, sus aportaciones aumentarían.

Miles de hispanos rodean el Capitolio de Wisconsin, EU en el Día sin Latinos. Foto: EFE/Archivo

Miles de hispanos rodean el Capitolio de Wisconsin, EU en el Día sin Latinos. Foto: EFE/Archivo

Washington, 24 feb (EFE).- Los cerca de 11 millones de inmigrantes indocumentados que viven en Estados Unidos pagan 11 mil 600 millones de dólares anuales en impuestos, una cifra que se elevaría en 805 millones de ratificarse las acciones ejecutivas aprobadas por el Presidente Barack Obama, indicó hoy un estudio.

El informe del Instituto de Política Fiscal y Económica (ITEP) señala que actualmente estos inmigrantes indocumentados contribuyen con el 8 por ciento de sus ingresos a las arcas públicas locales y estatales.

“Al margen de la naturaleza políticamente sensible de la reforma migratoria, los datos muestran que los inmigrantes indocumentados contribuyen en gran medida a la economía nacional, no solo en trabajo sino también en impuestos”, dijo Meg Wiehe, directora del ITEP, en la presentación del informe sobre impuestos.

De reafirmarse las acciones ejecutivas de Obama de 2012 y 2014, que regularizarían la situación de cerca de 5 millones de esos indocumentados –actualmente están en revisión por el Tribunal Supremo–, el alza en la recaudación sería de 805 millones de dólares.

Los estados más afectados corresponden con los que cuentan con mayor población inmigrante, como California, Texas, Nueva York o Florida.

Por su parte, si se llevase a cabo una reforma migratoria completa que normalizara la situación de los 11 millones de inmigrantes, el beneficio para las arcas públicas sería mucho mayor, de unos 2 mil 100 millones de dólares anuales, según el informe. EFE

Seis millones de repatriados enfermos detonarán en 15 años crisis de salud, alertan

sábado, octubre 3rd, 2015

Las autoridades de salud se enfrentan a un reto que no mencionan en su actual discurso. La llegada de connacionales migrantes que regresan con problemas de salud y necesitan ser atendidos.

El 20 por ciento de los mexicanos regresa de forma voluntaria. Foto: Cuartoscuro

El 20 por ciento de los mexicanos regresa de Estados Unidos de forma voluntaria. Foto: Cuartoscuro

Ciudad de México, 3 de octubre (SinEmbargo).– Una nueva ola de 6.5 millones de mexicanos que serán deportados o regresarán por voluntad propia de Estados Unidos en los próximos 15 años llegarán más enfermos que cuando se fueron, planteó un estudio, e investigadores nacionales refieren que México no tiene la capacidad para atenderlos ahora, ni después, por lo que se vislumbra una crisis en el sector salud.

El Centro de Investigaciones Pew enfatizó en junio que el número de mexicanos deportados se ha duplicado en la última década. Mientras en el 2005 fueron repatriados 169 mil 031 connacionales, ya para el 2013 el número de personas fue de 314 mil 904.

Los inmigrantes que se integran a la sociedad estadounidense bajan sus estándares de salud, dio a conocer otro informe realizado por Academia Nacional de las Ciencias, Ingeniería y Medicina (NASEM, por su siglas en inglés).

Asimismo, otro estudio del investigador Rodolfo García Zamora de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ) estimó que, en los próximos 15 años, 6.5 millones de migrantes volverán a México. El 80 por ciento de ellos enfermos o envejecidos prematuramente.

“La familia migrante que recibía remesas en la época de oro, antes del 2007. Esto le permitía acceder a atención médica. Entrevistamos a 30 comunidades de municipios de mayor instancia migratoria. Y lo que vimos es como la gente dejó de asistir a la medicina privada”, dijo García en entrevista con SinEmbargo.

El trabajo que analizó la población de retorno en Michoacán, Puebla, Oaxaca, Chiapas, Guerrero y Zacatecas, de los últimos siete años estimó que de los 3 millones de mexicanos repatriados sólo alrededor del 20 por ciento tiene acceso a servicios de salud básica.

“Lo único que tiene el Estado mexicano es el Seguro Popular, que es para una atención primaria. Cuando se trata ya de enfermedades más delicadas, de intervenciones quirúrgicas, a lo que se ven obligados los repatriados es a pedirle a algún familiar que está en Estados Unidos que les envíe dinero para la consulta y si es necesario para la intervención quirúrgica”, explicó.

SALUD EMPEORA EN EU

El estudio revela que de los millones de dólares que los migrantes envían al año, nada se invierte en algún tipo de fondo que los apoye. Foto: Cuartoscuro

El estudio revela que de los millones de dólares que los migrantes envían al año, nada se invierte en algún tipo de fondo que los apoye. Foto: Cuartoscuro

De acuerdo con la NASEM, en comparación con los americanos nativos, los migrantes son menos propensos a morir de una enfermedad cardiovascular o cánceres. Experimentan menos enfermedades crónicas, mortalidad infantil y obesidad.

Sin embargo, “con el paso del tiempo y la llegada de nuevas generaciones nacidas allá, estas ventajas descendieron hasta que su estado de salud convergió con el de la población nativa”.

Los migrantes llegan a Estados Unidos con mejores índices de esperanza de vida, con un promedio de llegar a los 80 años de edad, de acuerdo con el estudio. que incluyó a migrantes provenientes de Asia, Europa y América Latina. Sin embargo, con el paso del tiempo la esperanza de vida de los llegados a Estados Unidos descendió tres años hasta equipararse con los estadounidenses nativos.

Por otra parte, el informe de la NASEM indicó que la vida en Estados Unidos para los migrantes ilegales está marcada por la falta de acceso a la cobertura de salud, lo que afecta a los hijos de 5.5 millones de mexicanos que se encuentran indocumentados.

“El estatus legal también impacta en la vivienda, incluyendo la posibilidad de tener una propiedad, esto tiene consecuencias para los barrios en donde viven los migrantes”, citó.

Asimismo, los trabajos que realizan los latinos en los Estados Unidos afectan su salud. El Centro de Investigaciones Pew hizo hincapié en junio que los mexicanos ilegales son más proclives a trabajar en la industria de la construcción y menos a hacerlo en servicios.

El 19 por ciento de los mexicanos mayores de 16 años trabajó en el 2012 en la construcción y el 13 por ciento en jardinería o lavado de autos.

Por contraste, el 16 por ciento del resto de migrantes indocumentados proveniente de otros países trabajó en construcción y el 22 por ciento en dichos servicios.

GOBIERNO DESATIENDE MIGRANTES

Las familias migrantes carecen de la atención del Estado. Foto: Cuartoscuro

Las familias migrantes carecen de la atención del Estado. Foto: Cuartoscuro

Como en la educación y el empleo, el Gobierno no está preparado para atender la salud de los migrantes. El Seguro Popular ha resultado poco eficiente para este tema, apuntó en entrevista Gustavo Leal Fernández, investigador de salud de la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilico (UAM).

“Yo creo que los seis millones de migrantes multiplicado por la cobertura que te da el Seguro Popular nos da cuenta de la pobreza en servicios de salud que está ofreciendo el Gobierno. Porque realmente es sólo un asunto cosmético”.

De enero a agosto, los mexicanos en el extranjero han enviado 16 mil 577 millones de dólares en remesas. “Entonces, se convierte en una entrada de recursos formidable para el país, pero lo único que les ofrece el Gobierno mexicano a esta gente es un paquete básico”.

La Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS) establece que el gasto por persona que realiza el Seguro Popular es de 2 mil 600 pesos. “Es una puesta cosmética con un fondo muy bajo a nivel de lo presupuestal”, mencionó el experto.

De la mano de la salud va el acceso a un trabajo, dijo García. En el estudio de la UAZ, el 50 por ciento de los migrantes encuestados afirmó haberse ido del país por no encontrar empleo.

“No hay trabajo y existen climas de violencia en todo el país. La estructura gubernamental y estatal no está preparada para atender a esos tres millones de migrantes. No hay ninguna política económica, migratoria, de empleo, apoyo ni asistencia a estos”.

Actualmente, el Fondo de Apoyo a los Migrantes (FAM) destina 300 millones de pesos a esta población, lo cual el investigador de la UAZ señaló que era de risa, ya que se maneja con indicadores del año 2000 para realizar sus proyecciones de políticas públicas.

El FAM se aplica en 23 entidades. “Y deja a otros siete estados que también tienen alta migración, alta intensidad de retorno y que no están siendo beneficiados”, refirió.

Por otra parte, el Tercer Informe del Gobierno apuntó que el Programa 3×1 para Migrantes canaliza los recursos de las remesas a proyectos de infraestructura social, comunitarios, educativos y productivos propuestos por migrantes.

“Entre septiembre de 2014 y julio de 2015 se aprobaron un total de 2 mil 954 proyectos, de los cuales 2 mil 132 pertenecen a la vertiente de infraestructura, 398 a la vertiente productiva, 370 a servicios comunitarios y 54 a educación”, citó el informe. Un modelo en el que por cada peso de remesa el Estado pone tres.

Susan Gzesh, directora ejecutivo del Centro de Derechos Humanos de la Universidad de Chicago, enfatizó en su visita a México el 2 de septiembre que hasta las remesas han si mal enfocadas por parte de las autoridades.

“Sabemos del impacto positivo que esto puede tener en las comunidades, pero está ampliamente demostrado que las remesas no son suficientes para detener la migración”.

Gzesh consideró que en México el derecho a no migrar de las personas sigue siendo continuamente violentado debido a los cambios en la política económica del Gobierno que pega directamente a la población.

Mientras los connacionales son desatendidos el discurso del Gobierno se ha centrado en emprender reformas económicas. Sin embargo, la mejoría no termina de llegar y la moneda se ha devaluado de 12 a 16 pesos por dólar durante esta administración.