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ADELANTO | Las memorias de Bernard Sumner y la vida íntima de New Order y Joy Division en un libro

sábado, octubre 10th, 2020

En estas extensas, apasionantes y pormenorizadas memorias, Bernard Sumner (guitarrista y miembro fundador de Joy Division y líder de New Order) nos explica qué secretos, vivencias y anécdotas se esconden detrás de tantas canciones y discos memorables.

Sumner retrata a la perfección la alienación y la falta de horizontes que dieron forma al sonido de Joy Division, o cómo la influencia de la música de baile dio lugar a éxitos como «Blue Monday» y a discos como Technique.

Ciudad de México, 10 de octubre (SinEmbargo).- Quizá sea Joy Division el grupo que, junto con The Velvet Underground, más haya influido en la evolución del rock. Nacida de las cenizas del punk, y llevando su furia nihilista a terrenos más introspectivos y oscuros, la formación adquirió muy pronto un estatus de culto.

Cuando el éxito parecía estar a la vuelta de la esquina, tuvo lugar el trágico suicidio de Ian Curtis, shock al que tuvieron que sobreponerse los otros miembros de la banda para fundar New Order, uno de los grandes grupos de los ochenta, pioneros y maestros del pop electrónico.

En estas extensas, apasionantes y pormenorizadas memorias, Bernard Sumner (guitarrista y miembro fundador de Joy Division y líder de New Order) nos explica qué secretos, vivencias y anécdotas se esconden detrás de tantas canciones y discos memorables.

Sumner retrata a la perfección la alienación y la falta de horizontes que dieron forma al sonido de Joy Division, o cómo la influencia de la música de baile dio lugar a éxitos como «Blue Monday» y a discos como Technique. Y, por supuesto, también desfilan por estas páginas personajes del calibre de Tony Wilson, Martin Hannett, Rob Gretton, Johnny Marr o Neil Tennant, y grupos amigos como The Buzzcocks o Happy Mondays (Bez incluido), sin olvidar las fiestas en Ibiza y la locura del éxtasis, el acid house y los años dorados de The Haçienda (probablemente una de las discotecas más ruinosas y queridas de la historia).

Ésta es la historia de cómo Joy Division y New Order situaron a Mánchester en el mapa de la música y de la posteridad. Un libro sobre la pasión de un grupo de amigos que se agarraron al clavo ardiendo de los sueños para superar una realidad ominosa y opresiva; un libro sobre la pérdida, pero también sobre la posibilidad de renacimiento y redención sin traicionar los postulados artísticos de independencia y experimentación sonora.

A continuación, SinEmbargo comparte, en exclusiva para sus lectores, un fragmento de New Order, Joy Division y yo, de Bernard Summer. Cortesía otorgada bajo el permiso de Sexto Piso.

***

A mi familia,a la banda, a los amigos y
colaboradores leales, y a todos los que
murieron, Ian, Martin, Rob, Tony

El tiempo es una cosa curiosa. Cuando lo tienes por delante, es algo que das por supuesto y transcurre con lentitud. Luego, a medida que vas envejeciendo, se acelera. Cuando miro hacia atrás, la distancia recorrida me parece muy larga, como si hubiera pasado mucho tiempo, como si fuera un sueño.

Nací en un hospital de Mánchester, llamado Crumpsall, en enero de 1956, un día gris y frío de invierno septentrional. En cuanto a cómo era Mánchester en los años cincuenta, sólo puedo imaginarlo: blanco y negro, granulado, con coches de aspecto extraño, furgonetas negras con faros de luz tenue y rejillas de radiador; niebla, el Hotel Midland, la Biblioteca Central, el río Irwell, la mala comida, la lluvia. Así que me mudé a Salford, a siete kilómetros de allí.

Vivía en el número 11 de Alfred Street, Lower Broughton, Salford 7, una casa de puerta roja que formaba parte de una hilera de viviendas en un barrio de gente de la clase trabajadora, en su mayor parte decente. Mi familia estaba compuesta por mi madre, Laura; mi abuela, Laura; y mi abuelo, John, y todos se apellidaban Sumner.

Por supuesto, no recuerdo gran cosa de mis años de infancia, pero el lector puede ver las embarazosas fotografías. Mi primer recuerdo es el de estar sentado en un sofá marrón, jugando con una guitarra de plástico, roja y crema, en la que se podía leer: «Teen Time». Así empezó todo.

PRÓLOGO

Cuando escribo esto, estoy preparando un viaje a América del Sur con New Order para dar unos conciertos en Chile, Argentina, Uruguay y Brasil. Nunca nos hemos promocionado de manera particular en esos países; de hecho, nunca nos hemos promocionado de manera particular en ninguna parte fuera del Reino Unido; sin embargo, vamos a tocar en locales abarrotados, en ciudades tan alejadas en todos los sentidos del Mánchester de nuestros orígenes como es posible imaginar.

Joy Division y New Order son fenómenos internacionales. Nuestra música ha calado en todo el mundo, aunque no estoy seguro de cómo y por qué ha sucedido esto: no puede decirse del grupo que sea una banda pop convencional que produzca éxitos de ventas y gane premios de los Cuarenta Principales. Sin embargo, por alguna razón, hemos llegado a tener una masa de seguidores amplia y leal, incluso en los lugares más inverosímiles, que no muestra signos de disminuir a corto plazo: recientemente, estaba en casa viendo las últimas noticias sobre la actualidad de Oriente Medio, en cuyas imágenes aparecía gente corriendo para refugiarse de un ataque con misiles. De repente, una adolescente pasó por delante de la cámara con una camiseta de Unknown Pleasures.

La longevidad de la música es algo que no deja de asombrarme. Joy Division inició su andadura en 1977, y aquí estamos, más de tres décadas después, tan populares como lo hemos sido siempre, ganándonos a las nuevas generaciones y consiguiendo nuevas audiencias. En nuestra última gira, pregunté a algunos fans adolescentes cómo descubrieron New Order. Habitualmente algún hermano o hermana mayor les había hablado de nosotros, o habían asaltado las colecciones de discos de sus padres y les había gustado lo que oyeron; que te digan algo así resulta fantástico.

Todo ello hace que estos tiempos sean particularmente estimulantes para New Order. Los últimos años han resultado ser un período de los más activos y de mayor éxito —y, en muchos aspectos, de los más divertidos— en los tres decenios de historia de la banda. Lo que comenzó con un par de conciertos benéficos en 2011, se convirtió en un puñado de actuaciones en festivales, y luego, casi antes de que nos diéramos cuenta, estábamos en una gira mundial en toda regla que duró varios meses y que cubrió varios continentes. Desde entonces todo ha sido así.

La gira subrayó para mí la muy especial conexión que existe entre los fans y la banda en lo que atañe a Joy Division y New Order. Adondequiera que voy, me encuentro con toda una serie de personas, jóvenes y mayores, que se me acercan para que les firme algún álbum y me hablan de cuánto significa nuestra música para ellos, y de cómo esa música ha sido la banda sonora de sus vidas. A menudo me preguntan si pueden hacerse una fotografía conmigo. Están a mi lado, sosteniendo su iPhone para tomar la instantánea, y su mano tiembla porque sienten tanta pasión por la música que tienen que hacer un verdadero esfuerzo para mantener la cámara inmóvil. Es una sensación increíble pensar que he sido parte de algo que ha tenido un impacto de este calibre en la vida de alguien, ya sea en los barrios de Mánchester o en los de Lima, Auckland, Tokio, Berlín o Chicago.

Los seguidores de New Order son furiosamente leales. No sólo les gusta New Order, sino que sienten una profunda conexión entre la música, la banda y ellos mismos. Es algo que va mucho más allá del simple agrado por una melodía pegadiza, algo intensamente personal: no se trata sólo de que canturreen nuestra música mientras están fregando los platos o cuando nos oyen ocasionalmente por la radio; hay personas cuyas vidas han sido transformadas por nuestra música, que han encontrado alguna clase de consuelo o inspiración en lo que hemos hecho.

El principal factor de que así sea es, claro está, la propia música: la gente encuentra algo en ella que resuena en su vida en un nivel profundo; siempre me ha parecido que escuchar hablar a la gente de lo que nuestra música significa para ellos me hacía más humilde. Todo esto, sin embargo, siempre ha sido una conversación más bien unidireccional. Hasta ahora.

Soy por naturaleza una persona muy reservada y siempre he dejado que la música hablara por mí. A lo largo de los años he concedido innumerables entrevistas sobre las bandas en las que he estado y la música que he hecho, pero nunca antes había vinculado nada de todo eso a mi vida personal. Mi vida en la música ha sido configurada enteramente por la persona que soy y las cosas que me han sucedido. Nuestra música nunca ha estado basada, por ejemplo, en el hecho de ser un virtuoso con un instrumento en particular; es íntegramente el producto de nuestras distintas personalidades y de la suma de todas nuestras experiencias.

Sin embargo, aunque los aspectos privados de mi vida han sido vitales para mi creatividad, siempre me he sentido muy incómodo hablando de ellos. Construí una barrera entre mi vertiente privada y mi vertiente pública en una etapa temprana de mi vida, una barrera que muy rara vez he levantado, si es que alguna vez lo he hecho.

Desde que empezamos a viajar otra vez, sin embargo, he visto las reacciones de la gente a nuestros conciertos y he podido observar lo que nuestra música significa para ellos, y eso me ha hecho pensar. He comprendido que le debo a la gente una mirada hacia las escenas de mi propia historia pasada, porque no creo que nadie pueda tener una verdadera comprensión de la música sin conocer de dónde surge. La vida te moldea, y lo que la vida te hace moldea tu arte. Es el momento para mí de llenar los espacios en blanco: quizá entonces la gente pueda comprender por qué la música que hacemos le afecta tan profundamente.

Siento que he llegado a un punto en mi vida en el que, si no cuento mi historia ahora, quizá no lo haga nunca. Hay muchas cosas en las páginas que siguen de las que me ha resultado difícil hablar, cosas de las que no había hablado anteriormente en público, pero que me parecen de vital importancia para una comprensión global de la persona que soy, de las bandas con las que he tocado y de la música que he ayudado a crear. Mi silencio respecto a todo cuanto cayera fuera de las bandas y la música ha permitido que se extendieran ciertos mitos y que algunas cosas falsas fueran aceptadas como verdaderas, así que confío en que, a lo largo del trayecto, podré corregir algunos de esos errores de percepción y desmontar tantos mitos como sea posible.

Pues, sin duda, la verdad es siempre una historia cien veces mejor.

1. FAROLAS

Los Ángeles produjo a los Beach Boys. Dusseldorf produjo a Kraftwerk. Nueva York produjo a Chic. Mánchester produjo a Joy Division.

Las armonías de los Beach Boys estaban llenas de calor y de sol, el innovador pop electrónico de Kraftwerk estaba impregnado del resurgimiento económico y tecnológico de la Alemania de posguerra, mientras que la música de Chic vibraba con el hedonismo alegre de finales de los setenta en Nueva York.

Joy Division sonaba como Mánchester: frío, disperso y, a veces, sombrío.

Hay un momento de mi juventud que creo que ilustra a la perfección de dónde surgió la música de Joy Division. Ni siquiera es un incidente como tal; es más bien una instantánea, una fotografía mental que nunca he olvidado.

Yo tenía dieciséis años. Era una fría y deprimente noche de invierno y andaba con unos amigos por una calle del barrio de Ordsall, en Salford, sin nada que hacer en particular, demasiado mayor e inquieto para quedarme sentado en casa, demasiado joven para ir a beber. Estoy completamente seguro de que Peter Hook estaba allí, y también otro amigo llamado Gresty, pero el frío había matado la conversación. Una niebla espesa cubría Salford aquella noche, el tipo de niebla helada, pegajosa, cuyo frío te cala hasta los huesos. Nuestra respiración producía nubes de vaho, caminábamos con los hombros encorvados y las manos metidas en el fondo de los bolsillos. Pero lo que recuerdo con mayor nitidez es haber mirado hacia el fondo de la calle y haber visto las farolas de sodio naranja rodeadas de un halo sucio producido por la niebla. Al mirarlas, uno se sentía enfermo de gripe.

Las luces habrían resultado lo bastante mortecinas en cualquier otro momento, pero la niebla, tiznada con la mugre y el polvo de las fábricas, las había reducido a una sucesión de globos turbios a lo largo de la calle. El silencio fue roto por el rugido de un motor y un chirrido de neumáticos. Un coche salió disparado por la esquina, y sus luces nos deslumbraron por un momento; pude escuchar a una chica gritando con todas sus fuerzas. No pude verla, no pude ver a nadie en el coche; tan sólo oí ese grito fuerte, terrible, que estalló en la carretera y desapareció en la niebla. Se hizo el silencio de nuevo y pensé para mis adentros: «¡Tiene que haber algo más que esto!».

Cuando no hay estímulos que encontrar en el exterior, no tienes más remedio que mirar dentro de ti en busca de inspiración, y cuando lo hice estalló una creatividad que siempre había estado ahí. Se mezcló con mi entorno y mis experiencias vitales para convertirse en algo tangible, algo que expresaba lo que yo era. Para algunas personas eso se canaliza en un lienzo; para otras, emerge en un texto, o tal vez en el deporte. En mi caso, y en el de las personas con las que creé el sonido de Joy Division, se puso de manifiesto en la música. El sonido al que dimos forma fue el sonido de aquella noche —un sonido frío, sombrío, industrial—, y surgió desde dentro.

Mánchester era frío y lúgubre el día en que nací, un miércoles 4 de enero de 1956, en lo que hoy es el Hospital General del Norte de Mánchester, en Crumpsall. Era apenas una década después del final de la Segunda Guerra Mundial y la sombra del conflicto todavía se cernía sobre el país: desde las huellas de los bombardeos aún visibles en las ciudades y el legado de austeridad de la posguerra —el racionamiento de carne había terminado sólo dieciocho meses antes de que yo naciera— hasta los recuerdos extremadamente vívidos de las generaciones anteriores a la mía. El espectro de la guerra no había desaparecido por completo: se estaba gestando la crisis de Suez y las tensiones de la Guerra Fría fueron mayores que nunca tras la firma del Pacto de Varsovia el año anterior.

Pero no todo fue negativo, sin embargo. Había signos de que algunas cosas estaban cambiando. Aunque tengo que admitir que no soy un gran fan de los años cincuenta, «Rock Around the Clock», de Bill Haley, uno de los discos más influyentes del siglo, estaba en lo más alto de las listas el día en que nací, y seis días más tarde Elvis entraría en los estudios rca, en Nashville, para grabar «Heartbreak Hotel».

Puede que mi llegada se produjera en el momento clave de un enorme cambio cultural, pero mi nacimiento no fue demasiado corriente. Mi madre, Laura Sumner, tenía parálisis cerebral. Nació perfectamente bien, pero pasados tres días empezó a tener convulsiones que la llevaron a una situación que la confinaría para toda la vida en una silla de ruedas. Nunca más volvió a caminar, siempre tuvo una gran dificultad para controlar sus movimientos, y también se vio afectada su capacidad de hablar.

Nunca conocí a mi padre. Había desaparecido del mapa antes de que yo naciera y sigo sin tener la menor idea de quién fue. Aunque parezca extraño, eso es algo que nunca me ha preocupado; desde luego, no creo que nunca me afectara realmente. Me da la impresión de que ahora está muerto; se trata sólo de una sensación, pero aunque estuviera vivo, no tendría ningún interés en conocerlo. No creo que se pueda echar de menos lo que nunca se ha tenido.

Alfred Street era una pequeña calle adoquinada, una calle de casas victorianas adosadas, no muy lejos de la prisión de Strangeways y cerca del río Irwell. Lower Broughton era una zona típica de clase trabajadora de Salford (la calle que inspiró a Tony Warren para crear Coronation Street no estaba muy lejos), regida por las necesidades de la industria; Alfred Street y sus vecinos proporcionaban la mano de obra para una serie de fábricas y talleres locales y, en un recorrido de unos pocos minutos a pie, se podía encontrar allí una versión resumida de toda la industrializada región del noroeste: una herrería, un taller de trabajos de cobre, un taller de confección, una fábrica de pinturas, otra de productos químicos, una fábrica de algodón, una serrería y una fundición de latón. La canción «Dirty Old Town», con su poderosa evocación de amor en un paisaje industrial del norte, fue escrita pensando en Lower Broughton. Vivir cerca de la prisión de Strangeways ofrece una equilibrada perspectiva adicional sobre la parte más vulnerable de la vida: recuerdo que, cuando era niño, le pregunté una vez a mi abuelo qué era aquella línea de hombres con extraños uniformes, cavando en la carretera; me respondió que se trataba de un grupo de presos.

La casa de mis abuelos era el número once y, cuando yo nací, mi madre aún vivía con ellos, pues necesitaba abundantes cuidados. Nuestro hogar era típico en muchos aspectos, tanto de la zona como de la época: en la planta baja había una cocina, un cuarto de estar, un salón que se usaba para ocasiones especiales (aunque en nuestra casa mi madre dormía allí, porque no podía subir escaleras), y un servicio en el exterior. No teníamos cuarto de baño. Arriba, mi habitación estaba encima del cuarto de estar; la de mis abuelos, encima del salón. También había en esa planta superior un pequeño trastero que me proporcionó los fantasmas de mi niñez: mi abuelo había formado parte del servicio de vigilancia contra ataques aéreos durante la guerra, y aquello estaba repleto de máscaras de gas, sacos de arena, cortinas opacas y todo tipo de artilugios propios de una época de guerra. No sé si fue por las historias que había oído acerca de la guerra y las cosas terribles que sucedieron, pero siempre me pareció que en aquella habitación había algo aterrador. Siempre la evité.

Mi abuelo, John Sumner, un hombre bastante culto e interesante, fue como un padre para mí. Había nacido en Salford y se crió y trabajó como ingeniero en la fábrica Vickers, en Trafford Park. Había perdido a su padre cuando tenía diez años: mi bisabuelo se había ido a la Primera Guerra Mundial con el regimiento de Mánchester y cayó en la segunda batalla de Passchendaele, en 1917. Mi abuela Laura era una mujer muy cálida, una persona muy cariñosa que provenía de una antigua familia de Salford, los Platt. Su madre, como mi madre, también se llamaba Laura: era una tradición en la familia que las niñas llevaran el nombre de su madre, por lo que mi abuela era «Little Laura» y mi bisabuela fue siempre conocida como «Big Laura».

Mi abuelo tenía una rutina que debía realizar dos veces al día, una por la mañana antes de salir para el trabajo y otra cuando volvía a casa por la noche. Después de cruzar la puerta, caminaba por la casa exclamando: «¡Ah, aire fresco! ¡Necesito aire fresco!», salía al patio trasero y hacía una serie de inspiraciones y espiraciones largas, lentas y profundas. El problema era que al final de nuestra calle, escupiendo humos tóxicos, estaba la fábrica de productos químicos Wheathill. Era horrible; algunos días incluso te decían que no salieras a la calle, porque estaban quemando algo. Casi puedo evocar, todavía ahora, aquel olor acre; sin embargo, mi abuelo respiraba felizmente aquel aire, exaltando los beneficios que para la salud tenía la inhalación del aire fresco.

Mi bisabuela, Big Laura, vivía justo enfrente de la fábrica de productos químicos. Había tenido, creo, ocho o nueve hijas antes dar a luz a un niño. Cuando éste llegó, sintió que podía dar el asunto por concluido. Recuerdo haber ido a visitarla cuando yo era muy pequeño y haber visto también a mi bisabuelo, un tipo encantador que trabajó como mecánico en los ferrocarriles. Lo recuerdo como una persona muy cálida y amable, pero un día me dijeron que «se había marchado en tren para hacer un largo viaje». Tengo recuerdos muy intensos de él, así que sin duda me produjo una gran impresión; sin embargo, hace poco descubrí que tenía solamente dos años de edad cuando él murió.

“Disorder”, “Isolation” y tres canciones más para recordar a Ian Curtis, icónico líder de Joy Division

lunes, mayo 18th, 2020

En el 40 aniversario de la muerte del que fue líder de Joy Division, Ian Curtis, recordado por la profunda oscuridad de sus historias contadas a través de canciones.

Madrid, 18 de mayo (EuropaPress).- Nacido en Manchester el 15 de julio de 1956, su paso de la categoría de leyenda a la de icono se produjo dramáticamente el 18 de mayo de 1980, este lunes hace 40 años, cuando Ian Kevin Curtis se colgó en la cocina de su casa mientras escuchaba el disco “The Idiot” de Iggy Pop.

El que fuera líder de Joy Division, Ian Curtis, es uno de los más icónicos poetas malditos de la historia de la música, debido a sus textos profundamente oscuros, su magnetismo escénico e interpretativo y a una personalidad tan intrincada como desesperadamente fascinante.

Un colofón sin duda a la altura de uno de los cantantes más carismáticos de la historia del rock, con esa mezcla de voz inerte y doliente que se hacía carne sobre el escenario con unos bailes resultado de sus trastornos epilépticos.

En el 40 aniversario de su fallecimiento, repasamos su trayectoria en 5 canciones.

WARSAW

Formados en 1976, Joy Division publicaron su primer EP en junio de 1978 con el título de “An Ideal For Living”. La canción que abría la trayectoria del grupo era Warsaw, precisamente el nombre anterior del cuarteto antes de ser oficialmente Joy Division. Un tema que refleja perfectamente los inicios punks de la formación clásica integrada por Ian Curtis, Bernard Sumner, Peter Hook y Stephen Morris.

[youtube serIf92zTDc]

DISORDER

Tras llamar la atención de público y crítica, Joy Division debutaron con “Unknown Pleasures”, su primer largo en 1979 y un sonido que ya estaba sentando las bases del post-punk, dejando de lado la rabia imperante en el Reino Unido hasta ese momento.

[youtube 9ryJB-FF_Jg]

SHE’S LOST CONTROL

“Unknown Pleasures” sentaba las bases del sonido de la banda con clásicos como “Disorder”, “She’s Lost Control” y “Shadowplay”. Marcando tendencia desde la oscura grandilocuencia y la egregia figura de un Curtis todo tormento y aristas plagado de destructivo magnetismo.

[youtube QVc29bYIvCM]

LOVE WILL TEAR US APART

Esta es la canción que mejor representa el ambiente post-punk de la Gran Bretaña de principios de los ochenta. Sombría, desesperada y casi premonitoria, fue lanzada como single en abril de 1980. Un mes después, Ian Curtis se suicidaba mientras su mayor éxito se convertía en un clásico inmortal.

[youtube zuuObGsB0No]

ISOLATION

“Closer”, el segundo y último álbum de la banda, fue lanzado en julio de 1980 y es considerado como uno de los discos más importantes del movimiento post-punk. Las guitarras pierden terreno ante teclados y programaciones tétricas y ambientaciones fúnebres que han influido en cientos de grupos posteriores a lo largo de los años. Pero ninguno pudo igualar su intensidad a vida o muerte.

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A 40 años de la muerte de Ian Curtis y el nacimiento de la leyenda: el suicidio que marcó el fin de Joy Division

domingo, mayo 17th, 2020

Curtis vivió muy deprisa e hizo en unos pocos años lo que la gente normal no conseguiría en varias vidas; no solo se ganó el recuerdo eterno por sacar adelante a una banda de culto en la música inglesa, sino también había formado una familia.

Por Manuel Sánchez Gómez

Londres, 17 de mayo (EFE).- Un día antes de marcharse de gira a Estados Unidos, Ian Curtis se suicidó. Se ahorcó en la cocina de su casa. Se colgó de un tendedero mientras en su tocadiscos sonaba Iggy Pop. Puso fin a Joy Division y creó un mito romántico en torno a él. Murió la persona, nació la leyenda.

“Hay un cuerpo girando en la cocina”. Lo escribió Jota, de Los Planetas, quien utilizó esta frase en la canción “Desorden”, homenaje a la banda que desapareció hace cuarenta años, cuando Curtis, el epiléptico y depresivo cantante, terminó con su vida.

Que su figura haya servido de inspiración a miles de músicos no es casualidad. Curtis emergió de la miserable Macclesfield en la década de los 70 en el Reino Unido, una época pobre e industrial en la que el talento era enterrado por los largos turnos en trabajos de poca monta.

Vivió muy deprisa e hizo en unos pocos años lo que la gente normal no conseguiría en varias vidas. No solo se ganó el recuerdo eterno gracias a una banda de culto en la música inglesa. A los 23 años había sacado adelante un grupo, se había casado, había tenido una hija y le había sobrado tiempo para enamorarse de una periodista belga con la que desesperar a su esposa, Deborah.

Era obsesivo, manipulador con Deborah y sufría de un trastorno bipolar que le hizo pasar en unas horas de querer solucionar los problemas con su mujer a romperse el cuello con una cuerda.

Desde que Joy Division, por entonces con el nombre de Warsaw, se formó en un concierto de Sex Pistols en 1976, hasta la trágica mañana del 18 de mayo de 1980, todo fueron subidas y bajadas.

Curtis llegó a rozar la vida de sus ídolos David Bowie y Lou Reed, pero lo hizo atiborrado de medicamentos por los ataques de epilepsia que comenzaron en 1978. Apenas disfrutó de su éxito. Se fue debilitando poco a poco por los estragos de una carrera meteórica.

Cayó desplomado en medio de conciertos, sufrió terror a salir al escenario y miedo a la propia muerte que le acechaba. Se intentó suicidar solo unos meses antes de colgarse. Y nadie parecía darse cuenta.

“No comenzamos a escuchar y entender las letras de Ian hasta que murió. Ahí nos dimos cuenta de todo lo que estaba viviendo por dentro”, dijo Bernard Summer, guitarrista del grupo, al New York Times.

Cuando puso punto y final a su vida, se marchó un compositor excepcional que ayudó a que el post-punk naciera y a que grupos como The Cure encontrasen una vereda por la que moverse.

Sus letras depresivas surgían rápidamente de su turbulenta mente. Ian aparecía en las sesiones de grabación con una bolsa llena de anotaciones. Cuando sus compañeros comenzaban a tocar, sacaba alguno de esos papelitos y creaba la canción.

LOVE WILL TEAR US APART

El 18 de mayo de 1980, Curtis hizo prometer a su aún esposa que le dejaría dormir solo y que no volvería hasta que se hubiese ido a reunirse con sus compañeros de grupo para partir de Estados Unidos.

Después de ver la película “Stroszek”, de Werner Herzog, y pinchar el “The Idiot” de Iggy Pop, escribió una carta de suicidio y todo terminó. “Puedo oír a los pájaros cantar”, dijo en la nota.

Sus cenizas reposan en el cementerio de Macclesfield, las de Joy Division se convirtieron en New Order. Su lápida es el último reducto que queda para los amantes de la banda. No es tan famosa ni tan atractiva como la de su ídolo Jim Morrison en el Pere-Lachaise de París, pero en ella quedó escrito el epitafio “Love Will Tear Us Apart”, probablemente la canción más famosa de la banda.

La piedra ha sido robada en varias ocasiones, de la misma manera que Ian robó a la música su propio talento cuando decidió irse hace ya cuatro décadas.

Miembros de Joy Division rendirán homenaje vía streaming a Ian Curtis por su 40 aniversario luctuoso

jueves, mayo 14th, 2020

Por el evento, que tendrá dos horas de duración, se pasarán también el vocalista de The Killers, Brandon Flowers, y los grupos Elbow, LoneLady, The Lottery Winners y Kodaline.

Londres, 13 mayo (EFE).- Bernard Summer y Stephen Morris, guitarrista y batería, respectivamente, del grupo Joy Division, rendirán homenaje a Ian Curtis, cantante de la banda, el próximo 18 de mayo, cuando se cumplen cuarenta años de su suicidio.

Dos de los cuatro miembros originales de la formación británica -faltaría Peter Hook- se juntarán en un evento online con la misión de rendir homenaje a Curtis. “Será una noche especial de música, poesía y conversaciones para recordar la vida y el legado de Curtis”, explicaron Summer y Morris.

Por el evento, que tendrá dos horas de duración, se pasarán también el vocalista de The Killers, Brandon Flowers, y los grupos Elbow, LoneLady, The Lottery Winners y Kodaline.

Además, también se recaudarán fondos para un hospital de salud mental en Mánchester.

El próximo 18 de mayo se cumplen 40 años de la muerte de Curtis. Con 23 años, el cantante se suicidó en su casa, ahorcándose.

Joy Division fue una de las bandas más importantes del movimiento post-punk de los 80 en Inglaterra. Pese a haber sacado solo dos discos “Unknown Pleasures” y “Closer”, el grupo se convirtió en un icono, ayudado por la grave voz de Curtis y sus movimientos sobre el escenario.

La tumba de Ian Curtis, ex líder de Joy Division, es destrozada y robada por segunda ocasión

martes, agosto 6th, 2019

Joy Division Central recuerda que la actual piedra frontal con la inscripción que se ha intentado robar está en la tumba desde 2008, cuando la original sí fue robada en un acto similar de vandalismo. Ian Curtis murió en 1980 a los 23 años después luchar contra la epilepsia y la depresión.

Madrid, 6 de agosto (EuropaPress).– La tumba del que fuera líder de Joy Division, Ian Curtis, en el cementerio victoriano de Macclesfield (Cheshire, Inglaterra) ha sido destrozada al ser robada la parte superior de la lápida conmemorativa.

Así lo muestran unas imágenes de Ian Seivwright publicadas en Joy Division Central, donde se remarca que también se hicieron intentos para eliminar la inscripción con el título de una de las canciones más duraderas de Curtis, “Love Will Tear Us Apart”.

Joy Division Central recuerda que la actual piedra frontal con la inscripción que se ha intentado robar está en la tumba desde 2008, cuando la original sí fue robada en un acto similar de vandalismo.

Un portavoz del cementerio de Macclesfield admitió que no se habían dado cuenta hasta que Seivwright les avisó, por lo que no se sabe con exactitud cuando ha tenido lugar el robo.

“Creemos que fue durante el fin de semana. Se trata de una piedra con un agujero para un homenaje floral, es puramente estética y no tiene inscripción”, explican trabajadores a Cheshire Live.

Ian Curtis murió en 1980 a los 23 años después luchar contra la epilepsia y la depresión. Su muerte a edad tan temprana le convirtió en un icono de la música del siglo XX.

Joy Division lanza nuevo video de “I Remember Nothing” para celebrar los 40 años de su primer disco

sábado, junio 15th, 2019

Como parte de la celebración, el grupo regaló en el centro de su ciudad natal camisetas a todos aquellos que pasaban por Spinningfields, Exchange Square o Tony Wilson Place, también anunciaron la realización (y emisión en streaming) de un evento el próximo 21 de junio en Londres, donde proyectarán una selección de diez videoclips.

Madrid, 15 de junio (EuropaPress).– La banda británica Joy Division celebra el 40 aniversario del lanzamiento de su disco debut, “Unknown Pleasures” (1979), con un nuevo videoclip para “I Remember Nothing“. Esta “reimaginación cinematográfica” es la primera entrega de una serie de diez vídeos oficiales, uno por cada tema incluido en su trabajo debut.

Esta primera entrega está dirigida por Helgi & Hördur (Sigur Rós), y cada pieza la crearán equipos diferentes, aportando una nueva visión de todo “Unknown Pleasures” en conjunto. El grupo también ha anunciado la celebración (y emisión en streaming) de un evento el próximo 21 de junio en Londres, donde proyectarán una selección de estos diez videoclips.

[youtube YYo6jfIxtao]

Los ciudadanos de Manchester estarán de suerte, pues el grupo regaló en el centro de su ciudad natal camisetas a todos aquellos que pasaban por Spinningfields, Exchange Square o Tony Wilson Place. A los seguidores que no estén por la ciudad y quieran colaborar con una causa benéfica, pueden realizar donaciones a las organizaciones CALM y Street Support.

“Unknown Pleasures” fue el primer disco de la carrera de Joy Division, lanzado con el sello Factory tras su ruptura con RCA, y el único en el que participó su co-fundador Ian Curtis. La crítica llegó a denominar a este trabajo como un \”disco muerto\” por el peculiar sonido intimista y oscuro creado por Curtis, Peter Hook, Stephen Morris y Bernard Sumner.

Joy Division, además de un sonido post-punk único para la época, dejó para la posteridad la icónica portada diseñada por Peter Saville. Un centenar de líneas que representan la primera señal de un pulsar (una estrella de neutrones). Ciencia, música y diseño unidos para un disco que se grabó en apenas un mes con Martin Hannett a los mandos de la producción. Algunas de las letras más crudas del disco son las de ‘She’s Lost Control’ y ‘Shadowplay’, un ejercicio introspectivo de Curtis que parecía una confesión a corazón abierto.

Ian Curtis, un alma torturada convertida en camiseta de regalo

jueves, junio 28th, 2018

Placeres y desórdenes es un viaje a la oscuridad y la locura del líder de Joy Division, tan enigmático sobre el escenario como fuera de él. “La gente lo admiraba por aquello que lo estaba destruyendo”, afirma Deborah Woodruffe, viuda y biógrafa del cantante, en un capítulo del libro.

Por José Antonio Luna

Ciudad de México, 28 de junio (SinEmbargo/eldiario.es).- Hoy su imagen se ha convertido en un símbolo mainstream que ha pasado del vinilo a las tazas de regalo. Sin embargo, aquellas camisetas vendidas en grandes almacenes no solo esconden una simple moda estética, sino uno de los mejores debuts de la historia de la música: Unknown Pleasures, un viaje a la locura y a la oscuridad de la mano de su cantante, Ian Curtis. Porque algunos artistas pueden contenerse, pero él no. Él se arrojaba por un acantilado.

Portada de ‘Joy Division: placeres y desórdenes’ ERRATA NATURAE

Joy división: Placeres y desórdenes, es una obra publicada por Errata Naturae que, según afirman, “hace justicia a uno de los grandes grupos de todos los tiempos”. A través de 11 capítulos, artistas, críticos y profesores especializados repasan cada detalle del mítico grupo. Entre ellos se encuentra Jon Savage, que ha dedicado su vida a la investigación del punk británico y es guionista del documental Joy Division (2007).

De hecho, Savage es el encargado de abrir un primer relato dedicado a repasar la breve pero compleja formación. “Llamamos a la puerta de la cámara más oscura del infierno, llevados al límite, entramos arrastrándonos”, a ritmo de “Decades”, canción perteneciente a Closer, el segundo y último disco, el experto construye un potente relato que comienza con la banda británica como cabeza de cartel en “un ridículo festival” y termina con el grupo New Order creado por los miembros restantes.

Todo arranca cuando Peter Hook y Bernard Summer, cofundadores de la banda, conocieron a Curtis en un concierto de los por entonces primerizos Sex Pistols. Su atuendo resultó ser toda una declaración de intenciones: una chaqueta bomber con la palabra “odio” bordada en la espalda. Un mes después, aquel joven acabó siendo vocalista del grupo que estaban montando.

“Quería ser el extremo en el escenario, nada de medias tintas. Sus influencias parecían ser la locura y la demencia”, cuenta Summer a Savage. El cantante trabajaba en un centro de rehabilitación y, según sus compañeros, estaba fascinado por personas con discapacidades físicas y mentales. “Nos contaba que una pariente suya había trabajado en un psiquiátrico y que le relataba historias sobre los internos: personas con veinte pezones o dos cabezas”, continúa el miembro de la formación.

Jacques Brel, Lou Reed, The Velvet Underground, William Burroughs… Curtis adoraba las referencias autodestructivas, tanto musicales como literarias. Entre ellas se encontraba David Bowie, fuente de inspiración para el artista y para el primer nombre de la banda que posteriormente sería conocida como Joy Division: Warsaw, en clara alusión a un tema de Ziggy Stardust.

Los cuatro integrantes de Joy Division: Bernard Sumner, Ian Curtis, Peter Hook y Stephen Morris PENNIE SMITH | EFE

No eran las únicas obsesiones. Según la declaración recogida por Savage de Deborah Woodruffe, biógrafa y viuda del cantante (la cual adquirió su apellido), su pareja siempre había estado interesada por Alemania y por novelas como La casa de muñecas, un diario sobre el terror nazi. En aquella lectura descubrió la “división del gozo” (Joy Division), sobrenombre que recibían las prostitutas en los campos de concentración.

ATAQUES EPILÉPTICOS TRANSFORMADOS EN BAILES

Ian Curtis se suicidó a los 23 años en su casa de Macclesfield (Inglaterra) durante la madrugada del 18 de mayo después de ver un documental de Werner Herzog sobre Bruno Stroszek, un músico alemán que acabó con su vida, y de escuchar en bucle “The Idiot” de Iggy Pop. Fue algo inesperado, ya que al día siguiente comenzaba su gira por Estados Unidos y estaba a punto de publicarse un nuevo elepé y un sencillo que acabaría sirviendo de epitafio: Love Will Tear Us Apart.

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“¿Por qué la cama está tan fría en el lado en el que tú estás? ¿Soy yo el que no está a la altura?”, dice la letra de su última canción, la cual aún despierta interrogantes. Revistas como Rolling Stone apuntan que es autobiográfica, concretamente, sobre su matrimonio fallido y la impotencia de unos sentimientos que, como canta Ian, parecían haber tomado “carreteras diferentes”.

Los últimos meses de vida del artista estuvieron marcados por Annink Honoré, de quien se enamoró durante su primer concierto en el extranjero. Según la versión facilitada por Deborah al investigador de punk británico, aquella relación cambió la personalidad de Curtis hasta el punto de agravar sus problemas de salud. “Leer artículos que zanjaban su muerte diciendo ‘Oh, tenía problemas de pareja’ me molesta mucho. No se suicidó porque tuviera problemas en su matrimonio. Tenía problemas porque quería suicidarse”, relata la allegada.

Algunos de esos problemas se manifestaban claramente, como los frecuentes ataques epilépticos. Los espasmos y los arrebatos de Ian no solo eran fruto de la emoción del directo, sino de una enfermedad que no parecía encajar demasiado bien con su ritmo de vida. “La gente le admiraba por aquello que le estaba destruyendo”, añade Woodruffe en Placeres y desórdenes.

Aun así, los miembros del grupo vivían fascinados por el éxito de Unknow Pleasures y por unas letras que, como Peter Hook revela en la obra, “eran realmente buenas”. Poco o nada importaba de dónde venía esa inspiración. “Tendríamos que haberlas escuchado y habernos acercado a él: ‘Ian, ¿podemos hablar? ¿Qué te sucede?'”, continúa el bajista, quien reconoce “tener algo de culpa por forzarle a hacerlo”.

El ritual de salir, actuar y darlo todo ante el público era un calvario camuflado de espectáculo. A pesar de ello, a lo largo del capítulo, Hook confiesa a Savage que tampoco habría cambiado demasiado: “A día de hoy sigo convencido de que, si alguien va a suicidarse, da igual lo que le digan. Ian iba a hacerlo”.

UNA MARCA DE ROPA LLAMADA JOY DIVISION

Joy Division: placeres y desórdenes también explora la mercantilización de una banda definida por la oscuridad de su discurso, a priori un ingrediente poco apropiado. Pero acabó siéndolo. “Ian Curtis se regodeaba en las exploraciones clásicas del marginado, recurriendo a la retórica emocional del individuo que siente más que el resto”, explican Mitzi Waltz y Martin James en el apartado titulado Cómo comercializar la discapacidad.

Los inconvenientes del vocalista no habían sido señalados en público hasta 1995, con la publicación de la biografía escrita por Deborah Woodruffe. De esta manera, el artista se transformó en un personaje dramático con tintes románticos. “La enfermedad se ha convertido en un signo de autenticidad para una industria que cada vez tiene más dificultades para hallar este valor”, se puede leer en el capítulo.

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El mejor ejemplo es el del diseño de Peter Saville para Unkown Pleasures, de actualidad gracias al merchandising. “Como antes ocurrió con Los Ramones, Joy Division se ha transformado en una imagen de moda desprovista de significado”, apunta el periodista Eduardo Guillot en otra parte del libro. Continúa destacando que las prendas alusivas al grupo también son “un motivo estético recurrente para los blogs de tendencias”. Uno de ellos, como cita el autor, aprovechó para llamar la atención sobre “la existencia de una marca Joy Division en España”.

Pese a todo, la influencia de Ian Curtis va más allá de aquella ilustración. A pesar de tener solo dos discos, su legado musical ha marcado un punto de inflexión en la historia. En ocasiones, llegando incluso a España. Guillot destaca homenajes como el realizado por el grupo granadino Los Planetas en la canción Desorden, cuya letra hace referencia al día en el que Curtis se suicidó: “Hay un cuerpo girando en la cocina al final de una cuerda atada a una viga”. El amor por Joy Division, de alguna manera, toma lo mejor de su presencia para convertirlo en una poderosa ausencia.

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