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María José de Diego presenta novela póstuma de Eliseo Alberto: “La novela de mi padre”

sábado, abril 15th, 2017

La hija del escritor fallecido el 31 de julio de 2011, presenta La novela de mi padre, un trabajo donde sigue una especie de narrativa que había hecho Eliseo Diego, el gran poeta cubano y que Alberto siguió hasta el final donde dice, entre otras cosas, “Entonces papá tendrá pruebas de cuánto se le extraña aún en aquella casona de Arroyo Naranjo”.

Ciudad de México, 15 de abril (SinEmbargo).- Es increíble cómo se parece María José de Diego a su padre, Eliseo Alberto, con el que supo mantener una relación muy cercana. Después de cinco años ella está lista para vérselas con los papeles de aquel cubano que se fuera demasiado pronto, a los 60 años, cuando no pudo sobrevivir al trasplante de riñón.

Ahora, María José presenta una novela póstuma: La novela de mi padre, algo que como bien ha dicho la editorial es una obra “doblemente póstuma”, pues es la continuación de una narrativa empezada hace muchos años por Eliseo Diego y seguida a poco tiempo antes de morir por su hijo Eliseo Alberto.

“La novela de Eliseo Diego, apenas un inicio, es la obra de un poeta: las palabras pesan más que los acontecimientos. Eliseo Alberto supo llevar su prosa al lugar justo donde el dolor por la muerte de su padre más lo necesitaba. La crónica tiene la belleza de la fatalidad. El resto, las viñetas de La Habana y la poesía, llevan al lector a vericuetos del alma donde es imposible no sonreír”, dice Alfaguara.

En el medio, las cartas de Bella, la madre de Eliseo Alberto, entregan una ingenuidad y un amor puro con los que el escritor salda las cuentas pendientes con su progenitora. Una novela que trae a Arroyo Naranjo, a muchas personas que ya no están, a un olor y sabor de Cuba, cuando la felicidad estaba a la vuelta de la esquina.

Eliseo Diego y Eliseo Alberto, padre e hijo reunidos. Foto: Especial

–La verdad es tremendo ver cómo te pareces a tu papá

–Eso me dicen mucho. A veces veo la reacción de la gente y a sus amigos muy cercanos le causa emoción de la buena y también un poco de tristeza…

–¿Cómo era tu papá?

–Era muy amiguero, muy alegre, con su musa que era la nostalgia, la melancolía. Era alguien a quien le gustaba compartir, sentarse en una mesa, cocinarle a sus amigos, leerles, platicar de lo último que estaba escribiendo. Era una persona que amaba a su familia, que amaba a Cuba.

–¿Amaba a Cuba realmente?

–A mí papá nunca se le salió Cuba del alma, del cuerpo. Uno lo puede ver reflejado en su literatura, siempre hay un guiño, sucede en La Habana. Claro, él se vio obligado a salir, a exiliarse en México, pero no lo hizo ciento por ciento seguro de ello. Si por él fuera, hubiera vivido en Cuba el resto de sus días. Eso no quita que él haya amado a México en forma total, amaba tanto a este país como a Cuba. Estaba muy orgulloso de haber hecho su carrera aquí, como periodista, como escritor y eso para él era importante. Que sus lectores sean mexicanos. Pasa que cuando tú eres un exiliado, tus lectores son de tu país, la gente que te entiende, la gente de Arroyo Naranjo, uno se ve reflejado, un mexicano que lee las cosas de Eliseo Alberto tal vez no se sienta tan reflejado, pero finalmente lo hicieron suyo y lo querían mucho, no lo olvidan.

–Tú eres hija de Eliseo Alberto y nieta de Eliseo Diego, ¿cómo llevas ese peso de dos personalidades tan fuertes?

–Es un peso en el buen sentido de la palabra. Uno se vuelve embajadora, su voz y es un honor ser su nieta y ser su hija. A mí me ha traído cosas maravillosas, que no me esperaba en esta vida. La pregunta siempre es: ¿Tú escribes?, la verdad es que no, un poco por eso, es muy difícil tener esa lupa encima de uno. Los he ido descubriendo conforme voy creciendo. Era mi papá, era mi abuelo, no los veía cuando chica como escritores. Cuando crezco me doy cuenta de lo importante que eran para mucha gente, lo importante que es Eliseo Diego para la cultura cubana, todo el grupo Origen, ir descubriendo eso, año tras año, es maravilloso.

Una novela del padre que siguió el hijo. La obra póstuma de Eliseo Alberto. Foto: Especial

–En la novela de tu padre está tu abuelo, tu abuela, está tu papá, toda esa vida cubana…

–Esta novela la empezó mi abuelo. Era como un ejercicio, que mi abuelo intentó probar con otro género y no le resultó, así como mi padre nunca pudo ser poeta. Mi tía Fefé la encontró cuando murió Eliseo y se la dio a mi papá, que comenzó a seguirla cuando le dieron el diagnóstico de la enfermedad. Siento que era una deuda pendiente, que él tenía y ahora heredada por mí. Mi padre siempre me decía: tú vas a terminar esa novela y te soy sincera, la verdad es que no, descubrí el punto final y la publiqué. Era una deuda heredada, sintió Eliseo una nostalgia distinta, se ve Cuba reflejada desde la memoria, desde el corazón, no vemos esta amargura, no me gusta usar la palabra rencor porque es muy fuerte. Rendirle homenaje a su padre, a su madre, a sus hermanas, a Cintio, a Fina, para sentirse bien y reconciliarse tal vez con ese Eliseo Alberto niño y se lo debía a él. Este es el resultado y en la novela está muy bien plasmado.

–Que lo guarde Eliseo, decía Diego. ¿Cómo viste la novela?

–Yo me encuentro con su novela a la muerte de mi padre, a ver qué se podía hacer, cómo seguíamos con su obra. Él fue muy celoso con La novela de mi padre desde el principio. Publicó un capítulo, le daba algunos textos a amigos, pero la verdad es que fue muy celoso, fue muy cerrado. No estaba yo segura de que la novela estaba terminada, en ese momento todo era muy complicado para mí, yo estaba muy vulnerable, hasta que finalmente decidí leerla y reencontrarme con ella fue muy difícil. Hace poco la volví a leer, con una María José ya diferente, la compartí con otros amigos, con mi editor Ramón Córdoba, yo sentía que estaba terminada, pero quería saber la opinión de los otros. No podía ser objetiva. Ellos me dijeron: estaba terminada. Y me di cuenta de que era el momento para editar la novela póstuma. Tiene mucho nervio para mí, porque es una novela que él no vio publicada, tenía siempre el tesoro de lo que él había dicho sobre sus obras, pero en este caso no. Es una novela muy íntima, toca fibras de mi familia que yo ni siquiera recuerdo. La visión que yo tenía de Eliseo Diego era otra, era la de mi abuelo que me tiraba al piso para jugar, con su única nieta. Enfrentarme con esta realidad, no sabía cómo lo iba a manejar, pero bueno, es una novela que mi padre quería publicar.

Hay una novela, un guión y muchos artículos póstumos. Eliseo Alberto para rato. Foto: Crisanto Rodríguez, SinEmbargo

–Es una novela que podría seguir infinitamente, recordando cosas de Cuba, pero que también está terminada…

–Por eso te digo, está cerrada. Como cuerpo está y muy bien lograda. Tenemos a un Eliseo Alberto que no vemos en ninguna otra obra, más reconciliado consigo mismo, con Cuba, rindiéndole honor a mi abuela Bella. Las cartas de ella son de una ternura y de una belleza que a uno lo derrite.

–¿Hay otras cosas póstumas?

­–Sí, un proyecto de guión, con el que iba haciendo una novela. Entre los dos vamos a ver qué sacamos. Hay otros artículos, hay algunas cosas. Él murió muy joven, pero dejó varias cosas para publicar. Poco a poco.

Eliseo Alberto, el gigante que amaba el ajedrez y cocinaba los mejores chícharos del mundo

sábado, julio 30th, 2016
Eliseo Alberto, cinco años sin su voz de trueno y su corazón amigo. Foto: efe

Eliseo Alberto, cinco años sin su voz de trueno y su corazón amigo. Foto: efe

Mañana, domingo 31 de julio, se cumplen cinco años de la muerte temprana del escritor cubano, tan amigo de sus amigos, “el gran padre” de María José de Diego, quien lo evoca en esta nota destinada a honrar la memoria del autor de libros fundamentales como Caracol Beach -Premio Alfaguara 1998- y el tremendo El informe contra mí mismo.

Ciudad de México, 30 de julio (SinEmbargo).- Eliseo Alberto de Diego nació el 10 de septiembre de 1951 en Arroyo Naranja, una localidad ubicada en los suburbios de la capital cubana, donde entre otras atracciones se erigen el Jardín Botánico y la famosa Expocuba.

“Soy el que más amé a Cuba”, dijo una vez con ese tono ronco y atronador, propio de un gigante con pecho enhiesto, tan frágil por dentro como todo buen poeta.

Aunque buen poeta en toda la regla fue su padre, el inmenso Eliseo Diego (1920-1994), cuya sombra morigeró cambiándose el apellido literario, aunque asegura la única hija del autor de Caracol Beach, María José de Diego, que padre e hijo se adoraban y que no dejaron ningún pendiente en su relación filial.

“Yo adoro a mi papá, a veces hasta me tienen que dar un golpe para que deje de hablar de él, ahora estoy escribiendo todo un libro sobre su persona. Papá fue un hombre muy sencillo, humilde, era maestro de escuela, venía de una familia muy aristocrática, pero él era extraordinariamente modesto, un católico de verdad. No me pesaba, aunque tomé medidas precautorias”, declaró en 2006 al periódico El Universal.

A Eliseo Alberto, que vivió durante dos décadas exiliado en México, le decían “Lichi” y uno sus libros más resonados fue Informe contra mí mismo, de 1978, donde narra cómo la seguridad del Estado cubano le pidió que hiciera un informe contra su propia familia.

“Escribir Informe contra mí mismo fue una liberación. Me vacié allí por completo, saqué fuera todo lo que tenía que decir sobre Cuba, la política, la Revolución. Así que pude empezar con otras cosas y no me quedé enredado con las cuestiones políticas que tanto daño terminan por hacer a otros escritores”, dijo en una entrevista que le hiciéramos hace unos años.

Lo fuimos a ver a su amplio departamento de la calle Homero, en Polanco y él fumaba y fumaba y hablaba y hablaba, para explicar por qué, si bien amaba a su país de residencia, tenía al mismo tiempo la percepción de que nunca sería reconocido en lo que todavía a principios del siglo XXI se llamaba La República Mexicana de las Letras.

Con Caracol Beach obtuvo el premio Alfaguara en 1998 y ya de antes consideraba a dicha editorial como “mi casa” y en virtud de ello es que María José, la niña de sus ojos, estuvo a cargo de la reedición de Esther en alguna parte, la joya que le faltaba a Alfaguara para contar con el tesoro completo de aquel a quien uno de sus mejores amigos y colegas, Manuel Pereira, llamó “orfebre de la prosa” en español.

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Todo lo que hacía Eliseo Alberto parecía hacerlo en forma exagerada. Jugar al ajedrez, amar a mujeres imposibles, escribir con rigor preciosista, cocinar los que Pereira llama “los mejores chícharos del mundo y miré que yo recorrí el mundo”, comer, fumar, comer.

Al fin y al cabo, para el autor cubano, cubanísimo, de La eternidad por fin comienza un lunes, la patria era “un plato de comida” y por eso le gustaba organizar grandes comilonas en su casa para homenajear a sus amigos.

“Yo me como mi país todos los días. Sus frijolitos negros, su yuca con mojo y una cosa que come San Pedro en el cielo todos los domingos. Está comprobado: tamal en cazuela”, contó en 2008 en una entrevista al diario El País.

De todas las cosas que extraña de su padre María José de Diego está su cocina. Ya pasaron cinco años de que murió, joven, a los 59 años, sin poder hacer frente a un trasplante de riñón que le permitiría seguir escribiendo y amando y su única hija añora los platos que le preparaba ese hombre que le puso el nombre para homenajear a una de sus grandes amigas.

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“Era muy unida a mi padre, viví casi siempre con él. Era un gran padre, sobre todo un gran amigo. Una bendición”, dice María José.

“Estos días son difíciles. Uno nunca se acostumbra a su muerte. El tiempo no cura, pero te enseña a vivir con el recuerdo y eso es lo que he venido haciendo, acompañada por la gente que todavía lo lee y lo busca. Eso es algo muy reconfortante”, afirma la hija de Lichi en entrevista con SinEmbargo.

“Me gusta la cocina, he aprendido que soy un cocinero extraordinario. Eso lo aprendí cuando me quedé solo con mi hija que era muy pequeñita. A mí la cocina me entretiene muchísimo. Cocino mucho, en mi casa todos los días van a comer diez o doce amigos, casi todos cubanos errantes también, exiliados. Muertos de hambre que van a la casa a buscar su olla popular, digamos. La cocina me entretiene mucho, me encanta cocinar, me gustaría escribir un libro de cocina”, dijo una vez el hombre que estaba convencido de que Dios había hecho el mundo para escuchar el Concierto número 40 de Mozart.

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Era un conversador entusiasta y amaba el ajedrez. “Siempre ganaba él, era también un hombre muy competitivo”, recuerda Manuel Pereira.

“México es un país magnánimo, no solamente un territorio acosado por la violencia y el crimen”, escribió en su columna del diario Milenio antes de la operación de riñón que le fuera realizado en el Hospital General y a la que no sobrevivió.

“No sé si fue antes de tiempo. Creo que los tiempos son por algo, claro que me hubiera gustado tenerlo conmigo muchos años más, además como escritor tenía todavía grandes cosas para dar”, afirma María José, una hija que a pesar de la fama de guapo y galán que tenía su padre, no fue nada celosa, según asegura.

“Me daba mucho gusto que fuera tan coqueto y tan gustado. No fui una hija para nada celosa, al contrario, me daba mucho orgullo su galanura. Tenía un carácter fuerte y cocinaba muy bien. Debo decir que él sí era un papá celoso, pero al mismo tiempo muy respetuoso. A veces yo llegaba a mi casa y me ponía feliz encontrar a mis amigos en ella, pero no venían a verme, sino a verlo a él. Era muy divertido”, cuenta.

“Me gustaba verlo escribir, cómo cuidaba y procuraba a sus amigos. Me enseñó que la amistad es un romance y por eso era tan querido. Era un escritor exigente consigo mismo, sus novelas tomaban un largo proceso y le exigía mucho a los personajes, de los que siempre se enamoraba”, dice la muchacha, residente en México.

Cuando Eliseo Alberto murió en el 2011, todo el ambiente cultural mexicano se llenó de ecos que pronunciaban una y otra vez la palabra “Lichi”. “Efectivamente, tenía muchos amigos y todos para él eran importantes. Si me pides una lista de los más cercanos, podríamos estar hablando toda la tarde, tenía muchos cercanos”, dice la hija del escritor.

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Uno de esos cercanos es el citado autor Manuel Pereira, quien recuerda que “nunca comí chícharos tan ricos como los que hacía “Lichi”, que por otra parte siempre me ganaba en el ajedrez. Nunca le pude ganar. Qué cosa. ¿Por qué se murió tan joven?”, se lamenta.

“Él sabía que era un buen escritor y aunque siempre me repita, digo que era un orfebre de la palabra. En ese sentido, era el heredero de Gabriel García Márquez, de quien fue muy amigo, aunque la amistad pasó por un enfriamiento a causa de las cuestiones políticas que ya conocemos”, cuenta Pereira.

“El Gabo estaba enamorado de la figura magnética de Fidel Castro y eso lo convirtió ciego ante los errores de su política”, agrega.

De todos los libros escritos por Eliseo Alberto, Manuel Pereira elige El informe contra mí mismo, “un libro que me mató y me hizo llorar. Allí está su retrato íntimo, expresión de una literatura auténtica que cuenta una historia que es también la mía”, expresa.

Eliseo Diego y Eliseo Alberto, en una foto colgada en el muro de Facebook de "Lichi". Foto: Facebook

Eliseo Diego y Eliseo Alberto, en una foto colgada en el muro de Facebook de “Lichi”. Foto: Facebook

¿QUIÉN ERA ELISEO ALBERTO?

Licenciado en periodismo en la Universidad de La Habana, fue jefe de redacción de la gaceta literaria El Caimán Barbudo y subdirector de la revista Cine Cubano. Dio clases y talleres de cine en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, Cuba, en el Centro de Capacitación Cinematográfica de México y el Sundance Institute de Estados Unidos.

Entre sus obras figuran La fogata roja, La fábula de José y El retablo del conde Eros, además de escribir guiones de cine y televisión, entre ellos el de la película Guantanamera, con Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996) y Juan Carlos Tabío.

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“Un guión de cine, te voy a decir, no sirve para nada, salvo para hacer una película. Eso es muy triste, y se debe a que el cine, siendo tan poderoso, tiene una debilidad. El cine necesita que otro arte se sacrifique por él y ese arte es la escritura. Entre el cine y la escritura existe la misma relación que existe entre el gusano y la mariposa. El gusano tiene que desaparecer para que en su lugar surja otro animal, que muchos creerán que es más bonito, la mariposa”, le dijo al periodista Gabriel Contreras.

Esther en alguna parte, reeditada por Alfaguara en estos días, transcurre en La Habana de 1978, adonde en medio del lamento de Lino Catalá por la muerte de Maruja, su esposa, llega Larry Po, un viejo estrafalario y actor de segunda, a confesarle la doble vida de su mujer: de día era ama de casa, de noche, una imponente cantante de boleros.

En La eternidad por fin comienza un lunes, de 1992, Eliseo Alberto hablaba de un circo pobre que recorre Latinoamérica llevando el arte del mago Asdrúbal, de la trapecista Anabelle, del malogrado león Metro Goldwyn Mayer.

En Crónicas Mexicanas, de 2009, Lichi dio su particular visión de un país al que llegó a amar no tanto como su Cuba natal, pero casi. Contó, entre muchas otras, la historia de los nueve náufragos que sobrevivieron nueve meses a la deriva y, como Monsiváis, habló de Juan Gabriel y de la Virgen de Guadalupe.

La fogata roja fue su primera novela. Se publicó en 1985 y cuenta la historia de un niño que ingresa al ejército de Sandino en Nicaragua. De Nicaragua viene también el escritor Sergio Ramírez, a quien Eliseo Alberto quería mucho. “Una vez le mostré una foto de mi familia. Y él me dijo: debe de ser una de las pocas imágenes que guardas donde están todos juntos. ¿Cómo te diste cuenta?, le pregunté. Es lo que pasa con las revoluciones: siempre falta alguien en la foto, me contestó Sergio”.

Informe contra mí mismo fue su diáspora y su catarsis. Lo escribió en 1978 y lo publicó fuera de Cuba. “Por ese libro me recordarán”, solía decir. “Es un libro a favor de lo que amo, mi familia, los amigos, la isla entera”, comienza el prólogo de un documento desgarrador en donde cuenta cómo las autoridades cubanas le habían pedido, cuando él era soldado, que redactara informes en contra de su familia y amigos: “Lo que realmente importaba era contar con un archivo comprometedor, no una reseña sobre el posible acusado, sino un arma contra el seguro confidente. Un texto donde cada uno de nosotros firmaba, a veces sin darnos cuenta del peligro, el compromiso de nuestro propio silencio, pues tarde o temprano esa página escondida en los naufragios de la historia podría salir a flote con su carga de mierda arriba”.

Caracol Beach fue su consagración internacional. Con esa novela ganó el premio Alfaguara en 1998 y allí la crítica comenzó a destacarlo como un heredero natural y vocacional del realismo mágico, sobre todo de su admirado Gabriel García Márquez.

Escribió también tres libros de poemas, todos hasta 1979. Luego del divorcio de su primera mujer, la bailarina cubana Rosario Suárez, Lichi dejó la poesía.

Una obra preciosa y vigente. Foto: Especial

Una obra preciosa y vigente. Foto: Especial

Su última novela fue El retablo del conde Eros, de 2008. Hizo varios libros de crónicas y publicó también cuentos para niños.

En 2006 reunió los ensayos sobre el ajedrez de Luis Ignacio Helguera (1962-2003) y publicó un libro del que también hizo el prólogo: Peón aislado. Ensayos sobre el ajedrez. Fue en ese mismo año cuando retó al campeón mundial ruso Veselin Topalov en la Casa del Lago Juan José Arreola. Junto al también escritor Daniel Sada, Eliseo le aguantó al ruso una partida de más de cinco horas.

“Hacer una novela es jugar una partida de ajedrez, porque tienes que mover esta pieza sabiendo que después vas a mover esta otra y que diez jugadas más adelante vas a atacar tal punto en el frente del contrario”, decía.

Su hija guarda el profuso material inédito que es su gran legado literario y del que pueden esperarse buenas y futuras sorpresas.

 

CINCO AÑOS SIN ELISEO ALBERTO | “Lichi en la eternidad”: escribe Manuel Pereira

sábado, julio 30th, 2016
Eliseo Alberto presenta la novela Insolación, de Manuel Pereira en México, 2006. Foto: Cortesía de Manuel Pereira

Eliseo Alberto presenta la novela Insolación, de Manuel Pereira en México, 2006. Foto: Cortesía de Manuel Pereira

El escritor cubano Manuel Pereira fue uno de los amigos más cercanos de Eliseo Alberto (1951-2011) y en este texto publicado “a regañadientes” el 3 de agosto del año en que tempranamente se fue el autor de Caracol Beach, lamenta que con él haya partido “lo mejor del espíritu de mi generación”, dejándolo “en franca minoría”.

por Manuel Pereira

Ciudad de México, 30 de julio (SinEmbargo).- Hoy soy infinitamente más viejo que ayer. La muerte de un buen amigo nos envejece más prestamente. Morir en el exilio es sucumbir dos veces, pues todo desterrado ya está enterrado.

De los diversos obituarios que tengo en remojo, éste era el único que no tenía previsto, el que nunca hubiera querido escribir, el que ahora publico a regañadientes.

Conocí a Lichi hace 38 años en la casona art nouveau de la revista Cuba Internacional, en Reina esquina Lealtad. Yo bajaba corriendo la majestuosa escalera para entregarle un texto urgente al linotipista. En el primer rellano tropecé con dos jóvenes que venían subiendo: Reinaldo Escobar (Macho) y Eliseo Alberto (Lichi). Yo no los conocía, ni siquiera de oídas, pero sabía que ese día dos periodistas recién graduados se incorporarían a la revista.

Intercambiando sonrisas traviesas, Lichi y el Macho me saludaron como si me conocieran de toda la vida. Yo tenía prisa, el linotipista esperaba mi texto en medio de un cierre muy ajetreado. Pero los recién llegados me cerraban el paso dándome palique y enseñándome sus flamantes títulos universitarios.

Eliseo Alberto, durante la presentación oficial conmemorativa de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, dentro del Día Internacional del Libro. Abril del 2007 FOTO: CLAUDIA ARÉCHIGA/CUARTOSCURO.CO

Eliseo Alberto, durante la presentación oficial conmemorativa de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, dentro del Día Internacional del Libro. Abril del 2007 Foto: Claudia Aréchiga / Cuartoscuro

“¿Tú no estás estudiando en la Universidad?”, me preguntaron casi al unísono. Cuando negué con la cabeza, Macho exclamó: “¡Entonces estás en franca minoría!”. Lichi asentía sonriendo de oreja a oreja.

Yo llevaba cuatro años publicando en aquella revista, ya dominaba los rudimentos del oficio, pero no tenía el dichoso título universitario, lo cual me condenaba a la categoría de redactor “C”, la inferior y peor pagada: 138 pesos mensuales.

Me despedí como pude de los dos licenciados, terminé de bajar la escalera y entré corriendo en el taller del linotipo con la frase “estás en franca minoría” martillándome la cabeza.

En efecto, yo era el único periodista autodidacta y sin pergamino en aquella publicación. Si seguían llegando graduados universitarios, en cualquier momento me iban a botar. En aquel año 1973 las defenestraciones estaban a la orden del día en los medios de prensa. Tenía que hacer la carrera de Periodismo si quería ascender en el escalafón laboral, no sólo para evitar que me expulsaran, sino también para ganar un poco más. Seis años después yo también recibía mi diploma de Licenciado.

UNA CONVERSACIÓN SENTIMENTAL

El segundo recuerdo imborrable que guardo de Lichi se remonta a 1974, en la provincia de Camagüey. Yo lo esperaba a unos pasos de la polvorienta cabina telefónica donde él se había encerrado a hablar. Yo sabía que era una conversación sentimental. Lichi colgó y vino hacia mí arrastrando los pies, con el corazón en un puño. En su rostro adiviné una lágrima. Le pasé un brazo por el hombro y empecé a bromear, para calmarlo.

Al poco rato había recobrado su presencia de ánimo y ya estábamos rumbo a alguna fábrica o granja para hacer un reportaje que al final siempre sería más literatura que periodismo, pues sólo así conseguíamos cierto decoro estético en nuestros textos, sorteando de paso la censura y eludiendo la grisura de los temas oficiales que nos asignaban en la revista.

María José de Diego, Jorge F. Hernández, Rafael Rojas y Juan Carlos García Álvarez, en el homenaje póstumo al escritor cubano. Palacio de Bellas Artes, 2011. Foto: Cuartoscuro

María José de Diego, Jorge F. Hernández, Rafael Rojas y Juan Carlos García Álvarez, en el homenaje póstumo al escritor cubano. Palacio de Bellas Artes, 2011. Foto: Cuartoscuro

Pasó el tiempo y pasó un águila por el mar. Los trabajos y los días nos separaron, aunque siempre sabíamos uno del otro. Estábamos lejos pero juntos. Finalmente, llegó para mí la hora del exilio y para él también.

En 1998, cuando ganó el premio Alfaguara con su novela Caracol Beach, Lichi visitó España y lo primero que hizo fue buscarme bajo las piedras en Barcelona. En el hotel donde se hospedaba me dio la noticia de la muerte en la isla de mi entrañable amigo el fotógrafo Pirole. Me derrumbé en un sofá. Ahora era él quien me veía triste, tal y como yo lo había visto a él en aquella remota cabina telefónica de Camagüey.

LOS DÍAS FELICES DE BARCELONA

En el 2001 regresó a Barcelona alojándose en mi buhardilla junto con su hija María José. Fueron días felices: paseos por el Barrio Gótico, cena en “Los Caracoles”, caminatas por las Ramblas, museos, fantasías de piedra de Gaudí. Yo ya había leído Informe contra mí mismo, el único libro de la diáspora que me ha hecho llorar, no por mor de sensiblería, sino por su lúcido lirismo, por su polifonía coral entreverada con bríos de honestidad intelectual y relámpagos de cubanidad.

Un año después era yo quien volaba a México para refugiarme en su casa de la calle Homero, nombre perfecto para la morada de un poeta. Lichi era el mismo que yo había conocido en la escalera de la revista  Cuba Internacional tantos años atrás. Ningún premio internacional, ni las famas ni las glorias, habían podido mellar su candor esencial. Estaba otra vez enamorado, esta vez por chat y me alegré, porque pensé que por fin se arrancaría del corazón aquella vieja espina de la cabina telefónica camagüeyana.

Mi economía hacía aguas por entonces  y Lichi me presentó al director de una revista mexicana, Alejandro Páez, con quien enseguida empecé a colaborar. Me presentó con tal despliegue de alabanzas que un elemental sentido del pudor me impide reproducirlas aquí.

En una época dominada por la envidia, en un mundillo tan espeluznante como el literario -donde pululan los ninguneos, las zancadillas, los chismorreos, las maledicencias, las efímeras famas y el vedetismo- encontrar a alguien ya consagrado que lo recomiende a uno con elogios es un prodigio. Y ese milagro ambulante era Lichi.

UN BALAZO AQUÍ EN EL PECHO

Dos años después, harto de Europa, yo me instalaba en México, entre otras razones porque Lichi me alentó hablándome maravillas de este país. “¡Al diablo con España, ven para acá, aquí las mexicanas te van a apapachar!”, me dijo por teléfono.

De pronto enfermó. Durante una visita al hospital lo noté bastante aburrido, sin computadora, ni teléfono, ni Internet. En la siguiente visita le llevé un regalo: un ajedrez electrónico con el que podía jugar solo contra la computadora. Enseguida se sentó en la cama y se puso a mover piezas como un niño en Día de Reyes.

Al despedirnos, me habló de la diálisis: “es un balazo aquí en el pecho”, dijo abriéndose la camisa del pijama para enseñarme un vendaje en cruz.

Eliseo Alberto participa en 2010 del ciclo Más libros, mejor futuro, donde se recordó al poeta chiapaneco Jaime Sabines. Foto: Cuartoscuro

Eliseo Alberto participa en 2010 del ciclo Más libros, mejor futuro, donde se recordó al poeta chiapaneco Jaime Sabines. Foto: Cuartoscuro

Nuestra última conversación fue estrictamente literaria. Yo le pregunté si ciertos narradores le aburrían tanto como a mí. Coincidimos al ciento por ciento. Buscamos las causas de ese tedio.

-No hay calidad en el lenguaje -dije yo-, pareciera que escriben de prisa, sin revisar, sin refinar.

-Es que muchos piensan que basta con ponerse a contar historias para hacer una novela -opinó Lichi.

-Yo veo muchas imágenes fallidas, torpeza en los símiles, algo así como una poesía a la cañona, adjetivos mal encajados o sobrantes -añadí.

-Eso es porque algunos piensan que escribir es juntar palabras -dijo él-. Hay que saber colocar con precisión las palabras.

-Aparte de eso, creo que el problema de fondo es que ciertos autores no tuvieron una esmerada formación poética antes de aventurarse en la prosa. Por eso sus historias pueden incluso estar bien redactadas, pero siento que les falta algo, no percibo el soplo, no veo el fulgor.

-Ésa es la clave, la sensibilidad poética. También está el problema de los temas -argumentó Lichi-, muchas veces demasiado cercanos al periodismo o al costumbrismo.

-Esas prosas no cumplen con la frase de Proust: “sólo la metáfora puede darle una suerte de eternidad al estilo”.

-Tú estás claro, Manolo.

El balazo en el pecho que él me enseñó se ha convertido en el hueco que nos ha dejado en el alma. México está ahora más vacío que nunca. Sin embargo, yo sé donde está Lichi. No en ese sarcófago, que no es más que un frío rectángulo de metal. Yo sé donde está cocinando sus chícharos y contando anécdotas de Capablanca. Yo sé que su alma sin mancha, su alma de pan mojado en café con leche, ha trascendido ya las nueve esferas de los nueve arcontes traspasando el Velo de Sofía para instalarse en el Pleroma.

EL ORFEBRE DE LA PROSA

Hijo del gran poeta Eliseo Diego, Lichi quedará en la historia de la literatura como un brillante fabulador, un artesano de las palabras, un orfebre de la prosa. Su escritura resplandece gracias a su poder de concisión: prosa ceñida de impecable factura.

Como todo buen escritor, Lichi fue ante todo un ameno conversador. Podía pasarse horas contando anécdotas, algunas inventadas, otras bellamente exageradas. Ése era su principal recurso para ir bordando su vasta tapicería narrativa.

Con él se ha ido lo mejor del espíritu juvenil y creativo de aquella revista habanera donde nos conocimos y crecimos como narradores, poetas, periodistas y fotógrafos. Cada vez quedamos menos de aquella tribu literaria. Iván Cañas y Antonio Conte viven en Miami, Reinaldo Escobar batallando en La Habana, Agenor Martí quién sabe dónde, Minerva Salado aquí en México, Raúl Rivero en Madrid, Garófalo durmiendo en algún lugar, Luc Chessex envejeciendo en Suiza, Ernesto Fernández con su calva oxidándose frente al mar, Félix Contreras y Félix Guerra en la isla, Norberto Fuentes en Estados Unidos, Froilán Escobar en Costa Rica…

Con Lichi se ha ido lo mejor del espíritu de mi generación. Ahora sí que estoy en franca minoría.

¿Quién es Manuel Pereira? Nació en La Habana, en 1948. Después de estudiar Artes Plásticas en la Academia de San Alejandro, empezó a ejercer como periodista a partir de 1968 en diversas publicaciones cubanas y extranjeras. Vivió dos procesos históricos y culturales que marcaron su vida y literatura. El primero fue la Revolución Cubana, en la que se basó para escribir su primera novela El Comandante Veneno (terminada en 1974, publicada en 1977, reeditada en 1979 y traducida a diversos idiomas), donde trata el tema de la alfabetización en las montañas de la Sierra Maestra.En 1982, durante la presentación en España de su segunda novela El Ruso, Pereira reconoce “la herencia de Lezama Lima -con quien aprendí tanto en su casa, de sillón a sillón- y de Carpentier”. En 1993 fue Jefe de Redacción de la revista literaria Quimera, de Barcelona. En ese mismo año la editorial Anagrama, de Barcelona, publicó su novela Toilette. A finales de 2004 se instaló en México. Ha publicado la novela Insolación (Ed. Diana, México, 2006), el libro de cuentos Mataperros (Ed. Algaida, Sevilla) por el cual recibió el Premio Internacional “Cortes de Cádiz”, su libro de ensayos Biografía de un desayuno (2008). En el 2010 la editorial Textofilia publicó su novela Un viejo viaje. Sus obras recientes son  El Ornitorrinco y otros ensayos (Textofilia, 2013) y la novela El Beso Esquimal (Textofilia, enero 2015).