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“El Jefe”, jaguar de 12 años, cruza de EU a México y da aliento a conservacionistas

martes, agosto 9th, 2022

Se desconoce cuántos jaguares hay en esa zona de la Sierra Madre Occidental. pero de los 176 individuos que ha identificado a lo largo de dos décadas el Northern Jaguar Project -otro grupo de la red binacional-, sólo hay registro de otros dos que cruzaron la frontera.

Por María Verza

CIUDAD DE MÉXICO (AP) — Lo llaman “El Jefe”, tiene 12 años y su cruce furtivo por una de las fronteras más vigiladas del mundo ha sido motivo de celebración.

Se trata de uno de los jaguares más longevos del que se tiene registro en el límite entre Estados Unidos y México, uno de los pocos que cruzó la infraestructura fronteriza y el que más distancia recorrió, según acreditan fotografías divulgadas este mes por una red de ocho colectivos agrupados en la iniciativa binacional Borderlands Linkages que trabaja para la conservación de esta especie.

Según explicó a The Associated Press Juan Carlos Bravo, responsable de los programas de conservación de Wildlands Network, una de esas organizaciones, estos datos son “muy buenos indicadores” porque muestran que pese al creciente blindaje de la frontera sigue habiendo -o al menos hubo desde 2015 para acá- corredores abiertos y que si se continúa el esfuerzo por mantenerlos así “es viable (conservar) la población de jaguares en el largo plazo”.

Esta foto proporcionada por Protección de la Fauna Mexicana, A.C. y Borderlands Linkages Initiative muestra un jaguar en el área central del estado de Sonora, México. Foto: AP

Sin embargo, la expectativa no es buena. Aunque fue el Gobierno de Donald Trump el que reforzó y amplió el muro en el límite con México, la actual administración de Joe Biden acaba anunciar el cierre de cuatro brechas entre Arizona y Sonora –precisamente los estados por donde se mueven los jaguares– para intentar frenar la inmigración irregular por esos puntos.

Se desconoce cuántos jaguares hay en esa zona de la Sierra Madre Occidental. pero de los 176 individuos que ha identificado a lo largo de dos décadas el Northern Jaguar Project -otro grupo de la red binacional-, sólo hay registro de otros dos que cruzaron la frontera, indicó Bravo. Y uno de ellos no se sabe si vivo o muerto porque solo se localizó la piel.

La primera fotografía de “El Jefe” la tomó un cazador al sudeste de Tucson en 2011, en un momento en el que la población ya se estaba volviendo “orgullosamente pro jaguar”, explicó el ecologista. De hecho, fueron los niños de una escuela local los que le pusieron nombre y con las sucesivas fotografías se hizo famoso en Arizona.

Gracias a toda una infraestructura de cámaras con sensores de movimiento instaladas en zonas de paso, se lo volvió a captar en 2012 y 2015. Pero lo asombroso fue cuando el colectivo PROFAUNA -también integrado en la red binacional- confirmó que una foto tomada en noviembre de 2021, a 200 kilómetros de distancia de las anteriores en el centro del estado mexicano de Sonora, era del mismo ejemplar.

El viaje de “El Jefe” alienta a los conservacionistas, pero podría ser una excepción. Imagen ilustrativa. Foto: Especial

Eso implicaba que ya tenía 12 años o más y que aunque a algunos jaguares se les perdiera la pista durante muchos años podían seguir vivos, indicó la red en un comunicado cuando dio a conocer la noticia. La imagen de “El Jefe” acaparó portadas locales en el estado que lo había apadrinado.

Estos felinos, los más grandes de América y que son identificados por sus manchas -una especie de huella dactilar única de cada individuo- fueron “extirpados” del oeste de Estados Unidos como resultado de las cacerías a cambio de recompensas impulsadas por el gobierno para fomentar la ganadería, explicó Bravo.

Para finales del siglo XX se daban por desaparecidos de ese lado de la frontera.

Su población actual se concentra en la costa del Pacífico mexicano y al sudeste del país, en el Caribe centroamericano y en todo el centro de América del Sur.

Sin embargo, el avistamiento de algunos ejemplares en Estados Unidos en 1996 impulsó estudios que encontraron un punto reproductivo en el centro de Sonora -uno de los más al norte de todo el continente- y desde hace 20 años, gracias al auge de las donaciones y los recursos, gobiernos y organizaciones no gubernamentales empezaron a trabajar juntos.

El objetivo de los ecologistas era operar a ambos lados de la frontera, rastrear los animales, crear santuarios, entender por dónde se movían y buscar apoyo de los propietarios de esas tierras para protegerlos. En Estados Unidos, según Bravo, sólo se han visto machos.

Pero además de la complejidad de determinar los lugares adecuados para poner las cámaras o del análisis posterior de las imágenes, en la parte mexicana hay un problema añadido: los cárteles.

“Hay presencia de grupos armados, narcotraficantes” que transitan por los mismos sitios de los jaguares, zonas aisladas y de sierra, explicó Bravo vía telefónica desde Sonora. “Es importante moverse con cuidado, trabajar con la gente de las comunidades que nos dicen ‘allá no se vayan a meter’… todo eso lo va haciendo muy, muy complicado”.

Los ecologistas advierten que para la recolonización del suroeste estadounidense el principal problema es la infraestructura fronteriza, que no sólo destruye y erosiona el hábitat del jaguar sino también el de otras especies como el antílope americano, el oso negro o el lobo mexicano y de numerosas aves, como denunciaron muchas organizaciones durante la administración de Trump.

Pero no sólo el muro complica la vida de estos animales, también las torres luminosas -que los deslumbran y desorientan- y las carreteras que se han construido para el tránsito de la Patrulla Fronteriza. Irónicamente, indicó Bravo, cuando no están vigiladas esas carreteras pueden ser utilizadas por los traficantes pero, en cambio, perjudican a los jaguares que tienen que recorrer distancias más largas para evadirlas.

DEA, CIA y FBI operaron en México para cazar y atrapar a “El Chapo”, revela libro de reportero de NYT

martes, septiembre 29th, 2020

“’El Jefe’ de Alan Feuer, disponible en español sólo en audio, no es un libro sobre la narco-corrupción en México; tampoco un análisis sobre la guerra fallida contra los cárteles, mucho menos la historia del narcotráfico. Es el trabajo periodístico de un reportero especializado en procesos criminales que, con fuentes privilegiadas, incurre en el oculto mundo del espionaje cibernético que presidió la captura de Joaquín Guzmán Loera”, dice la periodista Dolia Estevez en esta entrega especial para los lectores de SinEmbargo.

Washington, DC, 29 de septiembre (SinEmbargo).– Cuando los ojos y oídos del vasto aparato de escuchas de las agencias estadounidenses localizaron a Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera en un remoto humedal de aves migratorias en el sur de Baja California en 2013, lo que siguió no fue informar al Gobierno de México sobre el hallazgo, como procedía, sino debatir internamente cuál de las dependencias mexicanas era la menos corrupta para invitarla a realizar la captura.

La Policía Federal fue la primera en ser descartada debido al legado de narco-corrupción que dejó Genaro García Luna. El FBI y la CIA favorecieron al Ejército, como suelen hacerlo. Pero, así como el FBI y la CIA no confiaban en la Policía Federal, la DEA no confiaba en el Ejército. El Servicio de Alguaciles y otras agencias propusieron a los marinos, por su fama de valientes y habilidosos. Sin embargo, había un problema. Capturar a Guzmán Loera conllevaba el riesgo de enfrentar a la Secretaría de Marina con el liderazgo civil. La protección al líder del Cártel de Sinaloa venía de la alta jerarquía del Gobierno de México. No obstante, cuando la DEA les ofreció la delicada tarea de capturarlo, los marinos aceptaron sin titubear.

Víctor Vázquez, jefe de la estación de la DEA en México, acompañó a los marinos a la base naval en la Paz de donde lanzarían el operativo que bautizaron “Duck Dynasty” (dinastía de patos), debido a que estaba cerca de un club de cacería de patos. El trabajo de Vázquez era comer, dormir y desplazarse con los marinos. Entrenó con la unidad. Descendió en rappel de los helicópteros Blackhawks con ellos, les ayudó a analizar las señales de los drones que cubrían la zona donde ubicaron al Chapo y compartió la erudición acumulada de las máquinas de intercepción y hackeo para construir lo que llamaba “manual de inteligencia de captura”. Para efectos prácticos, Vázquez, mexicoamericano oriundo de Durango, era el encargado de la seguridad del operativo. Todo en territorio nacional.

Pero por más impresionante que fuera la inteligencia de los estadounidenses, no pudieron con los métodos de contra espionaje y con la red de espías gubernamentales de Guzmán. Los recursos y el equipo del “Chapo” rivalizaban con los de las organizaciones terroristas más sofisticadas del mundo. Unos días antes del ataque, planeado para enero de 2014, las escuchas captaron señales de que el cártel sabía de “Duck Dynasty”. La misión fue abortada. “El Chapo” ganó la jugada. Una vez más.

El relato inédito proviene del nuevo libro “El Jefe The Stalking of Chapo Guzmán” (“El Jefe, el acecho al Chapo Guzmán“), de Alan Feuer, corresponsal de The New York Times que se dio a conocer en México por su puntual cobertura y tuits en tiempo real sobre el juicio del famoso capo en Nueva York. De 235 páginas, editado por Flatiron Books, el texto se centra en el maratónico trabajo de inteligencia para capturar al “Chapo” por parte de un selecto grupo secreto de agentes del FBI, la DEA, la CIA y el Servicio de Alguaciles, conocido como la “coalición”.

Por más impresionante que fuera la inteligencia estadounidense, no pudo con los métodos de contra espionaje y con la red de espías gubernamentales de Guzmán. Los recursos y el equipo del “Chapo” rivalizaban con los de las organizaciones terroristas más sofisticadas del mundo, dice Alan Feuer en su nuevo libro. Foto: Amazon

Precursores del esfuerzo fueron Stephen Marston y Robert Potash, agentes del FBI en Nueva York. Ray Donovan, de la División de Operaciones Especiales de la DEA, unidad secreta a cargo de las escuchas de narcos, fue el enlace con los agentes en México. Feuer detalla cómo interceptaron y hackearon las comunicaciones del círculo íntimo de Guzmán: lugartenientes, guardaespaldas, esposa y amantes. El equipo, que operó mayormente al margen de las autoridades mexicanas, estaba obsesionado en aprehenderlo. Si no lo hicieron antes fue por la corrupción mexicana.

Entre 2009 y 2016, la “coalición” planeó siete capturas: Los Cabos, dos en Tepic, redada en Culiacán liderada por la CIA, “Duck Dynasty” en La Paz, el arresto en el Hotel Miramar en 2014 que terminó en su fuga de Altiplano en 2015 y la última en Los Mochis en 2016. Con excepción de dos, el resto fracasó porque huyó antes o porque las misiones fueron abortadas. El gran obstáculo, dice Feuer, era la corrupción en el Gobierno de México.

“Encontrar a Guzmán, como bien sabía la DEA, siempre fue la parte fácil. Las comunicaciones eran tan esenciales para su operación que siempre había inteligencia de vigilancia que indicara su paradero. La parte más difícil… debido a la corrupción en el gobierno, era decidir a quien confiar su detención entre las agencias policíacas locales”, escribe Feuer.

No fue hasta el “Operativo Tercer Strike”, que produjo su detención en 2016, que finalmente el CISEN se involucró. “El Chapo” se había vuelto a fugar del Altiplano por un túnel un año antes, lo que no sólo humilló a Enrique Peña Nieto sino puso en evidencia la colusión de su gobierno con los cárteles. Sorprendidos de que cada pista que desarrollaban ya la tenían los mexicanos, eventualmente la “coalición” se percató que el CISEN tenía un arma secreta: el poderoso programa de espionaje de tecnología israelí, Pagasus. No escatimó en usarlo para dar con “El Chapo”.

La obra de Feuer afirma el amplio campo de maniobra de las agencias estadounidenses en México. Deja pocas dudas de que la ubicación y eventual detención del “Chapo”, fue principalmente obra de persistencia de Estados Unidos. Si bien policías extranjeros por Ley no pueden hacer arrestos y andar armados en territorio nacional, sabido es que los agentes de la DEA invariablemente portan armas cuando acompañan a lo mexicanos en operativos de detención de altos blancos. El Gobierno mexicano se hace de la vista gorda.

Como escribí en este espacio, tres presidentes consecutivos –Fox, Calderón y Peña Nieto– dieron órdenes de que los agentes de la DEA, el FBI, la CIA y el ICE, operaran en México con toda libertad (“Academia de la DEA, fábrica de agentes dobles”, 17/03/2020, SinEmbargo).

Genaro Garcìa Luna, titular de la Secretaría de Seguridad Pública federal, al lado de su entonces jefe directo: el Presidente Felipe Calderón Hinojosa. García Luna está ahora recluido en una prisión de Nueva York acusado de narcotráfico y de servir para el Cártel de Sinaloa a cambio de sobornos millonarios. Foto: Cuartoscuro

Feuer menciona los presuntos narco pagos a García Luna y Peña Nieto que testigos protegidos sacaron a colación en el juicio de “El Chapo”. Son parte de la acusación criminal contra García Luna en la corte en Nueva York. La versión sobre Peña Nieto no ha sido corroborada.

Lo que el reportero neoyorquino sí corroboró fue la penetración del narco en la Unidad de Investigaciones Sensibles (SIU), de la Policía Federal, cuyos integrantes fueron entrenados en la academia del FBI en Quántico y aprobaron los exámenes de confianza que la DEA les aplicó. Feuer cuenta que, tras los intentos fallidos por capturarlo en Los Cabos y Tepic, la DEA empezó a dudar de la SIU, su contraparte en la Policía Federal. El FBI asignó a investigarla a un alto funcionario en 2013. A fines de ese año, la investigación confirmó las sospechas. “La SIU y la Policía Federal, podrían ser descritas como el brazo uniformado de la aplicación de la ley de la organización de Guzmán”, escribe Feuer.

Las sospechas del FBI se confirmaron años después con el encarcelamiento de Iván Reyes Arzate, acusado de espiar para los Beltrán Leyva, al mismo tiempo que era jefe de la SIU, y la detención de García Luna, responsable máximo de la SIU y fundador de la Policía Federal, por delitos graves relacionados al narcotráfico. Feuer no alcanzó a incluir las acusaciones recientes contra Luis Cárdenas Palomino y Ramón Pequeño García, también altos mandos de la Policía Federal y hombres de confianza de la DEA. El autor no explica cómo fue que la DEA no se enteró que estaba en la cama con el enemigo.

Feuer basa su relato principalmente en tres fuentes: entrevistas para atribución con funcionarios estadounidenses que dirigieron el espionaje electrónico, la transcripción completa de las 12 semanas del juicio y miles de páginas de récords de investigación de los casos de Guzmán y relacionados, muchos de ellos inéditos. El libro carece de declarantes mexicanos. Procuró hablar con algunos de los protagonistas en México, pero, anota, casi todos declinaron.

El juicio de Joaquín Guzmán Loera se inició el 5 de noviembre de 2018 en una corte de Nueva York y finalizó con una sentencia condenatoria en la que se le declaró culpable de 10 delitos imputados el 12 de febrero de 2019. Su sentencia, que al final fue cadena perpetua, se dictó el 17 de julio de 2019. Foto: EFE

El libro consigna el papel de la CIA y la NSA en la persecución de Guzmán. Uno de los operativos fallidos en Culiacán, del que casi nada se sabe, lo dirigió la CIA. Ambas declinaron peticiones de información a través de la Ley de transparencia estadounidense. “El papel de la CIA en el caso de El Chapo está enterrado en expedientes secretos… miles —quizá decenas de miles— de documentos en montones de casos relacionados al capo y sus colaboradores permanecen bajo sello al día de hoy. Contienen el equivalente a la historia no contada de la guerra a las drogas en México”.

“El Jefe” de Alan Feuer, disponible en español sólo en audio, no es un libro sobre la narco-corrupción en México; tampoco un análisis sobre la guerra fallida contra los cárteles, mucho menos la historia del narcotráfico. Es el trabajo periodístico de un reportero especializado en procesos criminales que, con fuentes privilegiadas, incurre en el oculto mundo del espionaje cibernético que presidió la captura de Joaquín Guzmán Loera. El resultado es un relato absorbente tipo thriller policíaco basado en la vida real.

 

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El acecho del “Chapo” es un botón de muestra de la injerencia histórica de las agencias de espionaje estadounidenses en México, desde el “procónsul” Winston Scott hasta la fecha. Mientras que, en la guerra fría, el espionaje se conducía desde un cuarto secreto en la Embajada de Estados Unidos en México, en la actualidad se realiza a través de un amplio menú técnico que incluye máquinas de escucha y descifrado de comunicaciones encriptadas, hackeo de sistemas informáticos, drones de monitoreo en tiempo real, aviones espías en cielos mexicanos y cheques en blanco para interferir teléfonos de objetivos seleccionados en territorio mexicano, siempre y cuando sean autorizados por un juez estadounidense… por aquello de que México es un país soberano.

Twitter: @DoliaEstevez