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Libros, cómics, arte… distintas ramas de la cultura se rindieron al poder simbólico de Maradona

miércoles, noviembre 25th, 2020

Las viñetas, el graffiti y hasta la moda le hicieron honor a Maradona en vida, pero especialmente la literatura. Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Eduardo Sacheri y Martín Caparrós son algunos de los autores que le dedicaron poemas al astro.

Madrid, 25 de noviembre (EFE).- Todas las ramas de la cultura y el arte se rindieron al poder simbólico de Maradona, con especial hincapié por parte de la literatura, donde no solo existe el conocido texto que Eduardo Galeano escribió sobre el “más humano de los dioses”.

Otro gran uruguayo de las letras, Mario Benedetti, le dedicó el poema “Hoy tu tiempo es real”. Fue Maradona el que con un gol con la mano que le hizo a Inglaterra en el Mundial de México 1986 le dio a este autor “la única prueba fiable de la existencia de Dios”.

“No importa lo que digan los espejos / Tus ojos todavía no están viejos”, le dijo al argentino en su poema, y agregó: “Vida tuya tendrás y muerte tuya / Ha pasado otro año, y otro año / Les has ganado a tus sombras, aleluya”.

También el escritor argentino Eduardo Sacheri se refirió a aquella victoria ante Inglaterra en un cuento que publicó en el libro “Esperando a Tito y otros cuentos de fútbol”. “Me van a tener que disculpar”, es su título y acaba así:

“No me jodan con que lo mida con la misma vara con la que se supone debo juzgar a los demás mortales. Porque yo le debo esos dos goles a Inglaterra. Y el único modo que tengo de agradecérselo es dejarlo en paz con sus cosas. Porque ya que el tiempo cometió la estupidez de seguir transcurriendo, ya que optó por acumular un montón de presentes vulgares encima de ese presente perfecto, al menos yo debo tener la honestidad de recordarlo para toda la vida. Yo conservo el deber de la memoria”.

Y Martín Caparrós decidió contestar una declaración de Maradona en una rueda de prensa en 2009 cuando era seleccionador de Argentina -“Que la chupen, que la sigan chupando”- con un texto de título al nivel de la frase del astro: “De cómo mamársela a Maradona”.

“El mundo está lleno de personas que nunca oyeron hablar de la Argentina pero sí de Maradona; el mundo está lleno de otras personas que solo oyeron hablar de la Argentina porque oyeron hablar de Maradona (…) Era un modelo complicado: peleador, simpático, quejoso, drogón, desaforado, ingenioso, creído, ilimitado, machista, popular, oportunista, cálido, cursi, inteligente. Fue difícil adaptarse a la idea de que los argentinos éramos eso.”

EL CÓMIC, OTRO VEHÍCULO PARA RECORDAR ‘LA MANO DE DIOS’

El mundo de la viñeta se rindió al ‘pibe’ con títulos como “La mano de Dios: Diego Armando Maradona”, de obra de Paolo Cataldi publicada en 2014 por Diábolo ediciones. Un cómic donde recorre la vida deportiva y personal del astro argentino y donde se repasa la “Mano De Dios”, o los “scudetti” conquistados en Nápoles contra los grandes y poderosos equipos del “calcio” italiano.

El ilustrador argentino Pablo Martinena también se lanzó en 2016 a la aventura de hacer una biografía en viñetas titulada “La mano de Dios”, pero esta vez fue la editora americana Tidal Wave Productions, especializada en biografías en formato cómic de figuras representativas e icónicas a nivel global, la encargada de publicarla.

EL GRAFITTI, ARTE CALLEJERO AL SERVICIO DEL ÍDOLO DE MASAS

Si hay un estilo artístico que se adecúe a la figura de Maradona es sin duda el del grafitti. Callejero, irreverente y descarado.

El holandés Jorit Agoch hizo un enorme mural con la cara del astro argentino en un muro lateral de un edificio de un suburbio de Nápoles, la ciudad que le convirtió en un dios.

En otro barrio humilde, Villa Palito, en Argentina, fueron los vecinos los que decidieron rendir su particular homenaje a Maradona con una serie de murales que destacan más por su sentimiento que por su calidad artística.

Y hasta hay una versión de los frescos de Miguel Ángel para la Capilla Sixtina, con Maradona como Dios y Messi como Adán. Una divertida ocurrencia para decorar el techo del campo de fútbol del Sportivo Pereyra de Barracas.

UN HOMENAJE DE LA MODA SIN PERMISO DEL ASTRO

Maradona no fue víctima de la moda, pero la industria textil se fijó en ese dios del fútbol para vender camisetas.

Concretamente Dolce & Gabbana reprodujo para un desfile en 2017 la camiseta que defendió durante sus años como jugador del Nápoles, con el mítico ’10’ en la espalda. El astro decidió emprender acciones legales, porque el homenaje del mundo de la moda fue llevado a cabo sin su consentimiento. Un gol con el que ganó 70.000 euros.

SU PEQUEÑO VÍNCULO CON LOS TOROS

No muy conocido, pero el jugador tuvo un pequeño vínculo con el mundo taurino, aunque no como aficionado. Durante la temporada 1992-93 en la que militó en el Sevilla F.C entabló una gran amistad con el torero Juan Antonio Ruiz “Espartaco” a raíz de que éste le arrendara un chalet en la urbanización Simón Verde de la capital hispalense, por el que, según se decía en aquella época, Diego Armando pagaba al mes alrededor de 800.000 de las antiguas pesetas.

Los textos del escritor Eduardo Galeano se transforman en una obra de teatro acerca de Latinoamérica

viernes, octubre 18th, 2019

El director de teatro Aderbal Freire-Filho, encargado de dirigir Proyecto Galeano, Latinoamericano, busca hacer un recorrido por los textos del reconocido autor uruguayo, rescatar la memoria de Latinoamérica y “abrirle los ojos” a los espectadores. La obra se estrena este sábado en Montevideo.

Uno de los desafíos fue definir la forma de representar la obra ya que los textos de Galeano son cuentos, poesía, historia, ensayo y novela. Por eso, el espectáculo es por partes dramático, realista y hasta cómico.

Por Alejandro Prieto

Montevideo, 18 de octubre (EFE).- El escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina, “subirá” a escena con una obra de teatro que, mediante sus textos, busca rescatar la memoria de Latinoamérica y “abrirle los ojos” a los espectadores sobre la realidad regional actual.

Así lo destaca en entrevista con Efe el director de teatro brasileño Aderbal Freire-Filho, encargado de dirigir Proyecto Galeano, Latinoamericano, una obra que se estrena este sábado en el Teatro El Galpón de Montevideo que, apuntó, busca hacer “un gran recorrido” por los textos del reconocido autor uruguayo (1940-2015).

Freire-Filho resalta que la idea de la obra surgió para hacer algo “especialmente significativo” que vinculara la historia de El Galpón, que celebra en 2019 sus 70 años de existencia y compromiso político, con la de la sociedad latinoamericana.

Después de que se le planteara, con ciertos reparos, la posibilidad de basar el espectáculo en “Las venas abiertas”, como usualmente se denomina a la obra cumbre de Galeano, el actor y director brasileño quiso ir más allá.

“Eso ya era una cosa muy ambiciosa, hacer un libro que es un ensayo, que es historia, que es pensamiento y tal; pero después nos hicimos más ambiciosos todavía al pensar hacer no un libro de Galeano, sino su obra, y así reunimos todo, especialmente lo que tenía que ver con el tema América, porque él va mucho más allá”, expresa.

En ese sentido, Freire-Filho puntualiza que idear la obra representó “muchos desafíos”, ya que no solo se trató de bucear entre mares de historias, cuentos y personajes, sino de encontrar allí una “unidad”.

“Galeano escribe fragmentos. Su obra es muy fragmentaria y queríamos buscar una unidad, como él la buscó, como él tiene. Por ejemplo si tomas ‘Memoria del fuego’ son tres volúmenes, miles de fragmentos, miles de personajes, miles de cuentos y sin embargo tiene una unidad”, afirma.

A eso añade que otro de los desafíos fue definir la forma de representar la obra ya que los textos de Galeano “son cuentos, poesía, historia, ensayo, novela” y, como consecuencia eso implicaba usar “muchos registros teatrales” que, detalló, resultaron haciendo que el espectáculo sea por partes dramático, realista y hasta cómico.

De todas formas, Freire-Filho recalca que el mayor reto fue “mostrar la América Latina que Galeano muestra pero buscando que la gente piense en la América Latina en que vive”, es decir, tender un puente entre el pasado y el presente de la región.

El director considera que si bien la pieza de teatro recorre siglos de historia, como hace el autor uruguayo, desde la época precolombina hasta entrado el siglo XX, llega hasta un punto que, si bien es al que llegó Galeano, no es el fin y, por ende, deja al espectador la tarea de completar la obra.

Cuestionado respecto del panorama latinoamericano actual, el brasileño, que al responder bromea “¿puedo hablar sin ser metido preso?”, indica que en su país en particular se vive “una época muy grave”, en la que parece haber una disputa entre un pensamiento propio del mundo actual y uno de la Edad Media.

“Cuando llegamos a un período de redemocratización creímos que nunca volveríamos a vivir lo que estamos viviendo allá. Cuando hablo de Brasil parece que hablo de un lugar diferente, una isla, (pero) el temor es por lo que está cerca a Brasil. En Argentina, en Colombia, en Chile marchamos en la misma dirección, allá es una exageración”, opina.

De esa forma, Freire-Filho, que, apunta, es de la misma generación que Galeano, señala que la obra del escritor está más que vigente.

“Galeano dice en un momento en una de sus obras que nos han robado el oro, la plata pero especialmente la memoria y esa es la vigencia de Galeano: rescatar la memoria porque si nosotros supiéramos lo que pasó en el siglo pasado con Centroamérica estaríamos mejor preparados para defendernos”, concluye.

Páginas de los libros “Las venas abiertas de América Latina”, “Memoria del fuego”, “Espejos”, “Patas arriba”, “El fútbol a sol y sombra” y “El libro de los abrazos”, entre otros, serán llevadas a las tablas con una puesta que recorre la historia latinoamericana sin evitar los anacronismos.

El elenco está integrado por los uruguayos Myriam Gleijer, Héctor Guido, Silvia García, Elizabeth Vignoli, Dante Alfonso, Pierino Zorzini, Rodrigo Tomé, Clara Méndez y Anaclara Alexandrino.

MUNDIAL 2018 | La pasión muere al último, de Juan Villoro

sábado, junio 9th, 2018

Sin apartarse del principio conductor de Dios es redondo —”el futbol es la recuperación de la infancia”—, los retratos y las crónicas de Balón dividido abarcan a las figuras recientes del balompié actual —Piqué, Messi, Pep Guardiola, Cristiano Ronaldo, los hermanos Boateng— y, entre extraordinarias conexiones con la literatura, la historia y la psicología, como Juan Villoro nos ha acostumbrado, calienta el ambiente para los numerosos y encendidos debates que el futbol siempre concede, sobre todo en años mundialistas.

Ciudad de México, 9 de junio (SinEmbargo).- Fragmento de “La pasión muere al último” del libro Balón dividido de Juan Villoro (Booket), © 2018, Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

No es por presumir, pero me llevo bien con la derrota. El mérito no es mío sino del futbol mexicano. Si nuestra alegría dependiera del marcador seríamos profesionales de la tristeza. Los resultados adversos y los goles fallados a un metro de la portería nos han acostumbrado a disfrutar del juego sin pedirle demasiado a la diosa Fortuna.

Cuando un seleccionado nacional anota un gol de tijera, como la que Manuel Negrete logró en el Mundial de 1986 o la que Raúl Jiménez cuajó a unos segundos de que terminara un partido de eliminatoria en 2013, decimos que se trata de una jugada de “otro partido”, muy distinto al que se disputa en ese momento en el Estadio Azteca.

Nuestro grito de guerra, “¡Sí se puede!”, es un recordatorio de que los nuestros casi nunca han podido. De acuerdo con el doctor Samuel Johnson, el que se vuelve a casar demuestra “el triunfo de la esperanza sobre la experiencia”. Lo mismo define al aficionado mexicano. Su fe en el equipo no proviene de la realidad sino de la zona de las promesas incumplidas. La victoria es para nosotros un milagro. Si ocurre, lo celebramos en el Ángel, estatua que representa a un cartero del cielo; si no ocurre, descubrimos que lo importante no era ganar sino echar desmadre juntos.

El hincha mexicano hace que la pasión no dependa de los récords sino de la fantasía. Foto: Cuartoscuro

El hincha mexicano hace que la pasión no dependa de los récords sino de la fantasía. Sin llegar al masoquismo de perder adrede, administra los infortunios con la resignación de un filósofo estoico. Una derrota de Brasil hace que los televisores salgan volando por las ventanas. Una derrota mexicana provoca que pidamos más cervezas y nos traslademos al reino de la fantasía para cantar con reivindicativo orgullo: “pero sigo siendo el rey…”

¿Acaso estamos locos? No lo creo. La fiesta nos interesa más que el motivo para celebrarla. En el fondo, somos realistas: convencidos de que no llegaremos lejos, disfrutamos el lugar que los goles nos deparan. Esto en modo alguno significa que seamos conformistas, pues no dejamos de rezarle a Nuestra Señora de la Chiripa.

Vivir el futbol desde México me ha convertido en coleccionista de situaciones ajenas al triunfo que no por ello están exentas de grandeza.

En el espléndido libro colectivo Memorias de San Mamés, el legendario José Ángel Iribar, portero que alcanzó una fama similar a la de Lev Yashin, comenta que la mejor jugada del Athletic de Bilbao no ha sido un gol ni una espectacular parada. De los muchos lances de su prolífica vida, elige uno que no protagonizó, pero que cambió para siempre su concepción del juego.

Telmo Zarra fue seis veces Pichichi de la Liga española, anotó un inolvidable tanto contra Inglaterra en Maracaná, en el Mundial de 1950, y se convirtió en dueño de todas las estadísticas relacionadas con el gol. Su especialidad era el remate de cabeza. Como el país vasco suele mirar con admiración hacia Inglaterra, se dijo que Zarra tenía “la mejor cabeza de Europa después de Churchill”.

Sólo en una ocasión fue expulsado, lo cual habla de su caballerosidad en el campo. La jugada que llamó la atención de Iribar tiene que ver con esa conducta ética. Obsesionado por el gol, Zarra no deseaba ganar a cualquier precio. En un partido contra el Málaga, el arquero Arnau se lesionó a unos metros de él, dejando abierta la portería. En un gesto que honra la invención del futbol, el más temible de los goleadores echó el balón afuera de la cancha. Este indulto disminuyó su abultado palmarés, pero le ganó la Insignia de Oro del club Málaga y la admiración de quienes creen que la honestidad puede existir en la oficina más peleonera del planeta: el área chica.

En un brillante texto publicado en el periódico Récord, Miguel Mejía Barón contó la siguiente anécdota: “Mi compañero Héctor Sanabria cometió una falta que el árbitro no sancionó con la severidad que merecía… Don Renato [Cesarini, entrenador de Pumas en 1963], le comentó a Héctor: “Si el juez no te expulsó, yo sí lo hago”, y ante el asombro de mi compadre y de todos nosotros lo sacó de la cancha y no lo sustituyó por ningún suplente”.

En ese mismo artículo, Mejía Barón recuerda el gesto del delantero alemán Miroslav Klose, que en 2005 recordó que el fair-play puede tener un sitio en el competitivo ámbito de las patadas. Jugando con el Werder Bremen, recibió una entrada de un defensa del Arminia Bielefeld que hizo que Herbert Fandel, árbitro del partido, marcara penalti. En forma inaudita, Klose se acercó al silbante y le dijo que no había sido falta. Después de consultar con su abanderado, el juez rectificó su decisión. “Nunca vi nada parecido en veinticinco años de arbitraje”, comentó al respecto. No es común que la ética prevalezca en un oficio donde el insigne Diego Armando Maradona le robó una picardía al destino para anotar con la mano ante Inglaterra. La mayoría de los futbolistas buscan y fingen faltas. Pero hay excepciones y esas deben ser recordadas.

El astro de las canchas suele ser un egoísta que sólo por azar practica un deporte de conjunto. La mejor jugada es la que lo beneficia a él. A Cristiano Ronaldo le cuesta mucho trabajo festejar un gol en el que no participó. Protagonista absoluto de la gesta, se siente como actor de reparto si otro anota, aunque lo haga para su propio equipo.

La inmensa mayoría de los delanteros sienten el futbol de ese modo pero no se atreven a decirlo. El narcisismo de Cristiano es tan sincero que nos hace olvidar otras de sus facetas. Una de las desgracias de ver partidos por televisión es que la cámara es esclava de la pelota; sólo vemos lo que ocurre en las inmediaciones del balón; esto impide advertir los largos desplazamientos de los jugadores que no participan en esa jugada pero aspiran a protagonizar la siguiente. Los recorridos de CR7 en el Real Madrid son tan formidables y sacrificados como los de Sergio Ramos; baja a defender y participa en lances sin gracia a cambio de recuperar el balón. Desde el punto de vista atlético es ampliamente generoso. No lo es desde el punto de vista emocional: el abnegado jugador que recorre el campo una y otra vez sólo abraza a quienes lo felicitan.

A muchos otros les gustaría actuar con el mismo descaro, pero carecen de la contundencia anotadora para que su egoísmo se perdone. Por eso llama tanto la atención que un futbolista como el francés Eric Cantona, a quien nunca le faltó protagonismo, considerara que la mejor jugada de su vida no era un gol. En la excelente película Looking for Eric, dirigida por Ken Loach, el delantero que vistió en forma inolvidable la camiseta roja del Manchester United repasa sus partidos y elige la siguiente jugada perfecta: un pase de gol. Con elocuencia, explica que el futbol no sería nada sin la presencia de los otros. Acabar una jugada es menos importante que crearla.

Acabar una jugada es menos importante que crearla. Foto: Cuartoscuro

No se necesita ser un sufrido espectador mexicano para entender que algunos de los mayores momentos del futbol son ajenos al gol. Zarra se negó a sí mismo para no humillar a un guardameta injustamente abatido. El centro delantero del Athletic estaba dispuesto a vencerlo, no a que lo venciera el destino.

He tratado de ver el futbol desde una perspectiva en la que el éxito es un invitado recurrente, pero no ocupa la cabecera. Incluso al abordar figuras que lo han conseguido en forma avasallante, descubrimos que cada logro se alimenta de un descalabro.

Las fiestas mexicanas suelen tener un curioso desarrollo. Lo primero que se acaba es el hielo, luego el agua mineral y después los refrescos. Lo último que se acaba es el alcohol. Lo mismo sucede en los estadios. Cuando el triunfo, la fama y la gloria ya se han ido de la cancha, nuestra pasión sigue intacta.

La segunda infancia

“Tenemos de genios lo que conservamos de niños”, escribió Baudelaire. La frase alude al origen de la creatividad pero también al optimismo con que solemos recordar una etapa no siempre feliz.

Muchas veces concebimos la niñez como una arcadia donde todo es placentero. Gracias a la nostalgia, aquellos años que acaso fueron terribles se convierten en un campo que reverdece a medida que nos alejamos de él.

Javier Marías escribió con acierto: “El fútbol es la recuperación semanal de la infancia”. Sin embargo, eso no significa retornar necesariamente a un momento de dicha: “Para el niño no hay cosa más seria que el juego”. El que se divierte, sufre.

Las virtudes que solemos atribuir a la niñez tienen menos que ver con lo que fue en realidad que con las ganas de huir del presente. Recuperar la infancia a voluntad por medio del juego o el arte permite que el adulto tome vacaciones de sí mismo. Este acto liberador nos lleva a mejorar la niñez en el recuerdo, aunque hubiese sido una etapa de grisura o de dolor. Ser niño resulta más complejo y áspero de lo que recordamos.

De pronto, el bote de una pelota o el indescriptible impacto de una melodía nos devuelven a un mundo anterior, el instante pueril en que los milagros eran posibles y el destino podía resolverse con un truco. El regreso consciente a esa condición engrandece y mitifica las posibilidades de la primera infancia. Una Olimpiada o un libro abierto son espejismos deliberados, simulacros en los que decidimos creer en busca de una posibilidad para la magia.

Un libro esencial de Juan Villoro. Foto: Cuartoscuro

Todo placer tiene un componente ilusorio. Lo que deseamos se mezcla con lo que obtenemos.

Los sueños ponen en funcionamiento curiosos mecanismos compensatorios. Mientras un aficionado común sueña que mete tres goles en Maracaná, Pelé sueña que falla un penalti. Lo que para el hincha carece de problemas, para el crack es una realidad que exige cuentas. Sólo desde la vida adulta podemos concebir la infancia como territorio de la felicidad absoluta. Del mismo modo, sólo desde otro destino podemos imaginar el sabor de la gloria sin el esfuerzo de conseguirla.

Todo deporte ocurre en la cancha y la imaginación. Cuando algo cristaliza, el aficionado alza los brazos. Marías ha llamado la atención sobre la extraña gestualidad del fanático en estado de gol. Es muy difícil encontrar otra circunstancia que impulse a darle puñetazos al aire y soltar un alarido; el más disciplinado de los doctores de pronto profiere un grito de pánico. ¿Por qué ocurre eso?

El resorte que activa al fan tiene claves internas —agravios, deseos de reparación, supersticiones, anhelos incumplidos— que se condensan al ver la pelota en la red. Todos los goles exigen la participación de la cabeza.

Todo placer tiene un componente ilusorio. Lo que deseamos se mezcla con lo que obtenemos. Foto: Cuartoscuro

La doble condición del juego (deportiva y mental) adquiere en estos tiempos de fantasmagoría mediática una tercera realidad. Hay cosas que “suceden” sólo porque aparecen en una pantalla. El cabezazo de Zidane a Materazzi en la final de Alemania 2006 no fue visto en la cancha, pues la pelota —destino de los ojos— estaba en otro sitio: fue detectado porque el cuarto árbitro lo vio en televisión. Yo me encontraba en el palco de transmisiones y ninguno de mis compañeros advirtió la falta; sólo al ver la repetición existió para nosotros.

Pero no siempre la televisión es un tribunal objetivo. El futbol depende tanto de la subjetividad que incluso influye en las cámaras.

En ocasiones, una toma muestra que un jugador está en posición correcta y otra lo muestra en fuera de lugar. Durante mucho tiempo, el gol fantasma de Wembley botó en miles de películas sin que se supiera si había entrado a la portería.

Las palabras convocan un mundo paralelo. Escribir de futbol equivale a recrear de otro modo lo que los espectadores ya conocen. ¿Quién, que pueda estar en un estadio, desea que le cuenten el partido? No es esa la función de la palabra.

Ningún libro descubrirá quién es Pelé o el Chicharito Hernández. Eso ya está en la mente del aficionado. El raro misterio de las palabras consiste en darle valor y emoción a lo que ya sabíamos.

Cuando tu equipo marca en el último minuto haces los gestos raros de la felicidad anotadora. Eso dura unos segundos. Misteriosamente, la discusión de esa jugada con los amigos durará toda la vida.

Los grandes momentos reclaman palabras. Nadie sobrevive en silencio a una tragedia y nadie se queda callado ante un gol que importe.

Vemos partidos y escribimos de futbol para recuperar la infancia, no la que en verdad vivimos, sino la que nos asignamos a nosotros mismos. Ser niño puede ser duro, injusto, angustioso. Recuperar mentalmente la niñez es liberador.

El futbol mejora la infancia que tuvimos, del mismo modo en que los sueños permiten que seamos diferentes.

Sumidos en ese trance dichoso, los hombres comunes anotamos como Pelé. Mientras tanto, el esforzado Edson Arantes sueña que falla un gol.

Padres e hijos

Cada vez que se acerca un Mundial, los aficionados revisamos recuerdos en busca de méritos sentimentales para recibir milagros. La autobiografía se convierte en una forma de cortejar a la fortuna. Al repasar las tardes sin gloria en que soportamos la lluvia en las tribunas, descubrimos que tenemos muchas razones para que le vaya bien a nuestra selección.

Todo aficionado tiene una relación íntima con el juego: la multitud que llena un estadio representa la más estruendosa versión de la vida familiar. La inmensa mayoría de los aficionados están ahí porque alguna vez su padre los llevó a ese sitio. Gritar en pro de unos colores es un signo —acaso el más primitivo y duradero— de filiación. Hay quienes no heredan otra cosa que el adorado nombre de un equipo.

Pertenezco a una generación en la que el divorcio era tan inusual como tener un pariente en África. Los padres carecían de códigos precisos para tratar a los niños que ya no vivían con ellos. El zoológico, el cine y el futbol eran los destinos más socorridos para sobrevivir al fin de semana. Ver animales en cautiverio resultaba fascinante pero desembocaba en la rutina. Luego de visitar durante diez domingos al perro que había crecido en la jaula de los lobos en el zoológico de Chapultepec, te sentías parte de esa tediosa jauría. El cine ofrecía más variedad, pero la cartelera no siempre brindaba epopeyas para niños. En cambio, el futbol renovaba sus esperanzas con la puntualidad de las estaciones.

El Ejército Zapatista de Liberación Nacional, realizó en el Caracol de Oventic, zona altos de Chiapas, el homenaje póstumo a sus compañeros, maestro zapatista Galeano y al filósofo Luis Villoro Toranzo. En la imagen, Juan Villoro. Foto: Cuartoscuro

Mi padre había apoyado sin muchas ganas al equipo Asturias. Cuando los Pumas de la Universidad subieron a primera división, los respaldó con solidaridad gremial. De niño me hizo creer que los goles lo apasionaban y que disfrutaba tanto como yo. Extrañaba Barcelona, su ciudad natal, y hablaba del club blaugrana con el fervoroso sentido de pertenencia que sólo puede tener alguien que vive al otro lado del mar. Cuando terminé la preparatoria y partí de viaje por seis meses con una mochila en la espalda, me escribió cada lunes, metiendo en el sobre la tabla de resultados del futbol.

La tribuna era para él una extensión del aula. Rodeado de quienes comían pepitas y chicharrones, no dejaba de ser un profesor de ética. Si alguien insultaba al equipo rival, lo reprendía con un argumento que nadie osó rebatir: “¡Así no se trata a los invitados!”. En el Excélsior de Julio Scherer escribió un texto sobre el Mundial de Alemania 1974 en el que entendía el futbol como una compensación lúdica de la política. Sólo ahí Haití podía superar a Italia.

Desde que tuve edad para ir por mi cuenta a los estadios, mi padre se ausentó de las canchas. Sin embargo, la rara emoción que siento en las tribunas sólo se explica porque fue el sitio donde mi infancia contó con su presencia.

Abundan los casos similares. En su novela Luz oscura, el chileno Nicolás Vidal describe la relación de un padre con su hijo a partir de las vivencias en el estadio. Eminentes evangelistas de las canchas, como el argentino Eduardo Sacheri y el chileno Francisco Mouat, han dejado constancia de lo que significa compartir con sus hijos el triunfo de Independiente o la U. de Chile.

Uno de los mejores pasajes sobre el tema se debe a Martín Caparrós. En su libro Boquita escribe: “En 1991 nació mi hijo […] Eran tiempos en que, si planeaba un viaje a China, mi preocupación principal no era el clásico que podía llegar a perderme. Hasta Juan: entonces, por alguna razón, se me ocurrió que me importaba mucho que se hiciera bostero. Fue un pensamiento interesado: imaginé que si nos acostumbrábamos a ver juntos a Boca, alguna vez, cuando él fuera lo suficientemente grande como para pensar programas mucho más interesantes que aburrirse con su anciano padre, Boca podría seguir uniéndonos o dándonos, al menos, la oportunidad de compartir algunos ratos. Quizás la idea no haya sido tan precisa, pero era algo así. Después descubriría que ya se les había ocurrido a unos cuantos millones. Y me parece que esa es la función de cualquier hecho cultural: ofrecerles un lugar común”.

Muchos años después, Caparrós salía de ver un partido en La Bombonera, en compañía de su hijo Juan, cuando escuchó una entrevista por la radio con el cantante Iván Noble, autor del curioso hit “Avanti Morocha”. Noble acababa de tener un hijo, había leído Boquita y citaba el pasaje en cuestión. A los veintitrés años, Juan Caparrós continúa compartiendo con su padre el lugar común de ser de Boca.

Todo esto lleva a la confesión de un fracaso emocional: mi hijo Juan Pablo, notable portero, no es adicto al futbol. Se lo comenté a Caparrós y contestó con sabiduría: “Compartir el fútbol puede hacer que no compartas nada más”. No se refería a su caso, sino al de millones de padres que ya sólo hablan con sus hijos cuando su equipo salta a la cancha.

Un estadio es un buen sitio para tener un padre. El resto del mundo es un buen sitio para tener un hijo.

¿Amor a la camiseta?

La inventiva naturaleza aún no nos sorprende con un perro dálmata rayado o una cebra con motas. Las fieras son constantes.

En su afán de oponerse a los designios naturales, el ser humano ha creado mascotas de diseño, como los peces que brillan en la oscuridad o los gatos que no producen estornudos. Por suerte, esta alteración no ha llegado al plano comercial. Aún no ha nacido el científico japonés capaz de inventar cachorros con la piel marcada por un anuncio de Toyota.

La apariencia animal depende del código genético (ya sea natural o alterado). La única excepción es la de nuestra especie, que convirtió la hoja de parra en calzoncillo y evolucionó para que la ropa definiera la personalidad de cada quien.

Amor a la camiseta. Foto: Cuartoscuro

La camiseta de futbol surgió como emblema de pertenencia e identidad en tiempos en que cada jugador —o su abnegada madre— estaba encargado de lavar la suya. Nadie pensaba entonces que eso tuviera otro valor que el simbolismo; se jugaba gratis y los aficionados distinguían a los suyos por la franja negra o las rayas rojiblancas en el pecho.

En aquella época del origen, la estabilidad de un futbolista era tan larga como una novela rusa. De niño se probaba en el club de sus amores —casi siempre el de su barrio—, fichaba de por vida a cambio de unos botines o, como mucho, de un par de billetes, y jugaba sin pensar que iría más allá de la portería contraria.

La invención de los fichajes trajo un poderoso enigma emocional: ¿puede un futbolista ser aficionado de cada equipo que lo contrata? Con el profesionalismo y la opción de pasar de un club a otro ya no se puede esperar que el crack duerma con la camiseta puesta y enjugue en ella las amargas lágrimas de la derrota.

El “amor a la camiseta” nació como algo literal (la pasión por una prenda amorosamente remendada) y luego se convirtió en sinónimo de respeto a los colores que avalan un contrato de trabajo. Sin ser fan de su equipo, el profesional puede honrarlo.

MUNDIAL 2018 | Se venden piernas, de Eduardo Galeano

sábado, junio 9th, 2018

Eduardo Galeano creía que el fútbol expresaba “emociones colectivas”, esas que generan “fiesta compartida o compartido naufragio y existen sin dar explicaciones ni pedir disculpas”. De esas pasiones habla en Cerrado por fútbol (Siglo XXI).

Ciudad de México, 9 de junio (SinEmbargo).- Hasta el Papa de Roma ha suspendido sus viajes por un mes. Por un mes, mientras dure el Mundial, estaré yo también cerrado por fútbol, al igual que muchos otros millones de simples mortales.

Nada tiene de raro. Como todos los uruguayos, de niño quise ser jugador de fútbol. Por mi absoluta falta de talento, no tuve más remedio que hacerme escritor. Y ojalá pudiera yo, en algún imposible día de gloria, escribir con el coraje de Obdulio, la gracia de Garrincha, la belleza de Pelé y la penetración de Maradona.

En mi país, el fútbol es la única religión sin ateos; y me consta que también la profesan, en secreto, a escondidas, cuando nadie los ve, los raros uruguayos que públicamente desprecian al fútbol o lo acusan de todo. La furia de los fiscales enmascara un amor inconfesable. El fútbol tiene la culpa, toda la culpa, y si el fútbol no existiera, seguramente los pobres harían la revolución social y todos los analfabetos serían doctores; pero en el fondo de su alma, todo uruguayo que se respete termina sucumbiendo, tarde o temprano, a la irresistible tentación del opio de los pueblos.

Y la verdad sea dicha: este hermoso espectáculo, esta fiesta de los ojos, es también un cochino negocio. No hay droga que mueva fortunas tan inmensas en los cuatro puntos cardinales del mundo. Un buen jugador es una muy valiosa mercancía, que se cotiza y se compra y se vende y se presta, según la ley del mercado y la voluntad de los mercaderes.

Ley del mercado, ley del éxito. Hay cada vez menos espacio para la improvisación y la espontaneidad creadora. Importa el resultado, cada vez más, y cada vez menos el arte, y el resultado es enemigo del riesgo y la aventura. Se juega para ganar, o para no perder, y no para gozar la alegría de dar alegría. Año tras año, el fútbol se va enfriando; y el agua en las venas garantiza la eficacia. La pasión de jugar por jugar, la libertad de divertirse y divertir, la diablura inútil y genial, se van convirtiendo en temas de evocación nostalgiosa.

Cerrado por fútbol, de Eduardo Galeano. Foto: Especial

El fútbol sudamericano, el que más comete todavía estos pecados de lesa eficiencia, parece condenado por las reglas universales del cálculo económico. Ley del mercado, ley del más fuerte. En la organización desigual del mundo, el fútbol sudamericano es una industria de exportación: produce para otros. Nuestra región cumple funciones de sirvienta del mercado internacional. En el fútbol, como en todo lo demás, nuestros países han perdido el derecho de desarrollarse hacia adentro. No hay más que ver los seleccionados de Argentina, Brasil y Uruguay en este mundial del 90. Los jugadores se conocen en el avión. Solamente un tercio juega en el propio país; los dos tercios restantes han emigrado y pertenecen, casi todos, a los equipos europeos. El Sur no sólo vende brazos, sino también piernas, piernas de oro, a los grandes centros extranjeros de la sociedad de consumo; y al fin y al cabo, los buenos jugadores son los únicos inmigrantes que Europa acoge sin tormentos burocráticos ni fobias racistas.

Parece que muy pronto cambiará la reglamentación internacional. Los clubes europeos podrían, de aquí a poco, contratar a cuatro, o quizá cinco, jugadores extranjeros. En ese caso, me pregunto qué será del fútbol sudamericano. No nos van a quedar ni los masajistas.

En estos tiempos de tanta duda, uno sigue creyendo que la tierra es redonda por lo mucho que se parece al balón que gira, mágicamente, sobre el césped de los estadios. Pero también el fútbol demuestra que esta tierra no es muy redonda que digamos.

“Cuando el Mundial comenzó, en la puerta de mi casa colgué un cartel que decía: Cerrado por fútbol. Cuando lo descolgué, un mes después, yo ya había jugado sesenta y cuatro partidos, cerveza en mano, sin moverme de mi sillón preferido. Esa proeza me dejó frito, los músculos dolidos, la garganta rota; pero ya estoy sintiendo nostalgia.” “Desde chico quise ser jugador de fútbol. Y fui el mejor de los mejores, pero sólo en sueños, mientras dormía. Al despertar, no bien caminaba un par de pasos y pateaba una piedrita en la vereda, ya confirmaba que el fútbol no era lo mío. Estaba visto: yo no tenía más remedio que probar algún otro oficio. Intenté varios, sin suerte, hasta que por fin empecé a escribir.” Eduardo Galeano, 1940-2015

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MUHAMMAD ALÍ | De Eduardo Galeano a Oriana Fallaci: el más grande en los libros

miércoles, junio 8th, 2016
Un activista, un guerrero y también un "bocazas", como dirían los españoles. Foto: Facebook

Un activista, un guerrero y también un “bocazas”, como dirían los españoles. Foto: Facebook

“Lo llamaron Cassius Clay: se llama Muhammad Alí, por nombre elegido. Lo hicieron cristiano: se hace musulmán, por elegida fe. Lo obligaron a defenderse: pega como nadie, feroz y veloz, tanque liviano, demoledora pluma, indestructible dueño de la corona mundial.”, escribió el también autor de Las venas abiertas de América Latina en su famoso libro Memoria del fuego.

Ciudad de México, 8 de junio (SinEmbargo).- No murió un deportista. Murió un ícono cultural. Acaso el más grande símbolo de rebelión contra un sistema injusto y poderoso. Se fue Cassius Clay y se llevó consigo a Muhammad Alí, la gran personalidad del siglo XX, el que se opuso a la Guerra de Vietnam, el que se cambió el nombre, el que vivió una vida esplendorosa que poco a poco fue haciéndose trágica.

El más bello convertido en un despojo tembloroso -no obstante lo cual jamás dejó de ser el deportista más grande de la historia y seguramente uno de los mejores boxeadores de todos los tiempos-, dejó esta dimensión en un hospital de Phoenix a los 74 años, lo que sin duda representó un duro golpe para el pugilato mundial.

El triple campeón de los pesos pesados, campeón olímpico en Roma 1960, dueño de un boxeo elegante, provocador y espectacular, había nacido el 17 de enero de 1942 en Louisville y además de sus peleas con Sonny Liston, Joe Frazier y Ken Norton, pasará a la historia por su verborragia, la lucha por los derechos humanos y “por flotar en el ring como una mariposa y picar como una abeja”, según definió él mismo su estilo.

Su fuerte personalidad y sus convicciones lo impulsaron a rechazar el servicio militar, un hecho que le valió una suspensión deportiva durante tres años y medio y la entronización de su figura como ícono de rebelión y contracultura.

Películas, libros, documentales: ahí están los testimonios del arte para dar cuenta de una figura extraordinaria, por caso, el texto inolvidable del uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) en su famoso libro Memoria del fuego:

“Lo llamaron Cassius Clay: se llama Muhammad Alí, por nombre elegido. Lo hicieron cristiano: se hace musulmán, por elegida fe. Lo obligaron a defenderse: pega como nadie, feroz y veloz, tanque liviano, demoledora pluma, indestructible dueño de la corona mundial.

Le dijeron que un buen boxeador deja la bronca en el ring: él dice que el verdadero ring es el otro, donde un negro triunfante pelea por los negros vencidos, por los que comen sobras en la cocina.

Le aconsejaron discreción: desde entonces grita. Le intervinieron el teléfono: desde entonces grita también por teléfono.

Le pusieron uniforme para enviarlo a la guerra de Vietnam: se saca el uniforme y grita que no va, porque no tiene nada contra los vietnamitas, que nada malo le han hecho a él ni a ningún otro negro norteamericano.

Le quitaron el título mundial, le prohibieron boxear, lo condenaron a cárcel y multa: gritando agradece estos elogios a su dignidad humana”, escribió el también autor de Las venas abiertas de América Latina.

UNA GRABADORA EN LA CABEZA

Muhammad Alí era un fanfarrón, uno de esos que no se permitía cerrar la boca cuando el silencio resultaba la mejor opción y en torno al “problema de la negritud” era lo más parecido a lo que en nuestros tiempos representa el director de cine Spike Lee: un radical que no veía con buenos ojos ninguna acción de los blancos y que condenaba las uniones interraciales.

Para la famosa periodista italiana Oriana Fallaci (1929-2007), una férrea opositora al Islam –la religión a la que se convirtió Cassius Clay en 1964-, “los negros musulmanes eran un peligro para el mundo” y no se cansó de condenar en su época las posturas políticas del mítico boxeador, al que llamaba “payaso”.

En su libro Las raíces del odio: Mi verdad sobre el Islam, la periodista italiana fustigó duramente al boxeador, quien para ella era ” el símbolo de todo lo que se necesita eliminar: el odio, la arrogancia, el fanatismo que no conoce barreras geográficas. Los Musulmanes negros, una de las sectas más peligrosas de América, el Ku-Klux-Klan al revés, asesinos de Malcolm X, lo han catequizado, hipnotizado, doblado.

Del payaso inofensivo queda un vanidoso irritante, un fanático obtuso que predica la segregación racial, maltrata a los blancos que están con los negros y amenaza a los negros que están con los blancos”, dijo la también autora de Entrevistas con la historia.

Fallaci y Alí tuvieron un encuentro más que accidentado en 1966, cuando la italiana se acercó a la casa del pugilista para intentar entrevistarlo. Él le sacó el micrófono y lo tiró a la pared, ella le devolvió el gesto arrojándole una grabadora a la cabeza y luego salir corriendo hacia el taxi que la regresaría al hotel, mientras los guaruras del boxeador la perseguían con insultos y gestos amenazantes.

EL MÁS GRANDE: MI PROPIA HISTORIA

Le decían “The greatest” y su vida fue llevada al cine, entre otros en la película llamada sencillamente Ali, protagonizada magistralmente por Will Smith y dirigida por Michael Mann en 2001.

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En 1976, la editorial Noguer dio a conocer en español el libro El más grande: mi propia historia, el resumen de las conversaciones de Muhammad Ali con el periodista y escritor Richard Durham, traducido en un perfil bastante humano, que no cedió a la tentación de la hagiografía.

El más grande, en conversaciones con Richard Durham. Foto: Especial

El más grande, en conversaciones con Richard Durham. Foto: Especial

“Es la historia de un tipo humano simpático, sentimental, fanfarrón, ingenioso, y un conocedor, como pocos, de su duro oficio. Y es también la vida de un hombre que arrojó su medalla de oro olímpica a las aguas del Ohio, como protesta estéril ante el trato que recibían las personas de su raza”, pregonaba la editorial al publicar la primera edición.

“Cuando se escriba la historia definitiva del siglo XX, tendrá que incluir a Muhammad Ali. Él es el más grande. Como su libro”, agregaba.

EL NACIMIENTO DE UN HÉROE AMERICANO

Rey del mundo, escrito por David Remnick (también biógrafo de Barack Obama), es un fresco imprescindible no sólo para comprender la vida del legendario boxeador, sino también para situarlo en su tiempo histórico, el de los convulsionados años 60.

A través de los enfrentamientos entre los musulmanes negros y el movimiento por los derechos civiles de Martin Luther King, la explosión de la música popular capitaneada por los Beatles o los trapicheos de las mafias que controlaban las apuestas, Remnick habla de la época que cambió el mundo y de la que Alí fue furibundo protagonista.

Protagonista de su época. Foto: Especial

Protagonista de su época. Foto: Especial

UN LIBRO ILUSTRADO

En 2003, durante la 55ª edición de la Feria Internacional del Libro de Francfort, Muhammad Alí se presentó para celebrar el lanzamiento mundial de Greatest of all times (GOAT), editado por Taschen.

“Esto no es un libro. Esto es un monumento en papel, el libro más megalómano en la historia de la civilización, el más grande, el más pesado, la cosa más radiante jamás impresa: la última victoria de Alí”, escribió el Der Spiegel, de Hamburgo, refiriéndose a una publicación monumental de 25 kilogramos, dedicada al mayor deportista de la era moderna.

Un libro que pesa 25 kilogramos. Foto: Taschen

Un libro que pesa 25 kilogramos. Foto: Taschen

Miles de imágenes —fotografía, arte y memorabilia— de más de 100 fotógrafos y artistas, dos secuencias desplegables y ensayos originales, así como las mejores entrevistas y escritos de las últimas cinco décadas, construyen la figura del campeón inigualable, el que ha refrendado su inmortalidad, sucumbiendo al Mal del Parkinson y al precio a pagar por gloria tan magnífica y merecida.

Con su libro más personal, Eduardo Galeano vuelve a los estantes a un año de su muerte

miércoles, abril 13th, 2016

Hoy se cumple un año del fallecimiento de uno de los grandes escritores latinoamericanos: Eduardo Galeano, que debido a su mal estado de salud dejó una obra lista para publicarse, regresa ahora a las librerías como El cazador de historias.

El escritor dejó el libro listo para publicarse. Foto: Cuartoscuro

El escritor dejó el libro listo para publicarse. Foto: Cuartoscuro

Ciudad de México, 13 de abril (SinEmbargo/Agencias).- Era el lunes 13 de abril de 2015 cuando a este lado del Atlántico se amanecía con la noticia de la muerte del Premio Nobel de Literatura Günter Grass. El alemán murió a los 87 años de una infección en un hospital de Lübeck, donde vivía.

El día se confirmó como un “lunes negro” para las letras cuando horas después el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay anunció la muerte de Eduardo Galeano, periodista y escritor de aquel país.

En ese entonces se supo que el autor de Las venas abiertas de América Latina había terminado un libro listo para publicarse, y es justo su primer aniversario el que se aprovecha para presentarla al público.

El cazador de historias es un libro que el escritor uruguayo terminó meses antes de morir, pero debido a su delicado estado de salud, tanto su familia como la editorial Siglo XXI, prefirieron no publicarlo para que el escritor no se cansara, según explicó a la agencia Efe el editor del sello Jesús Espino.

“Quiero dejar esto claro porque no es un libro que la editorial haya querido hacer con textos que hubieran quedado sin publicar. No, es así, se trata de un libro ideado, pensado y cerrado antes de su fallecimiento”, advirtió.

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En este nuevo libro, el nacido en Montevideo en 1940 deja sus últimos pensamientos. Incluye su reivindicación de la dignidad de las personas que viven en los márgenes, su defensa de la naturaleza agredida, el futbol o “la prepotencia con la que el eurocentrismo trata a los pueblos originarios”, son algunos de los temas de este volumen que Galeano envuelve con su sutil ironía.

Pero, además, la obra incluye una veintena de “garabatos”, unos fragmentos sueltos que estaba escribiendo el autor en los últimos tiempos.

Y, por primera vez, Galeano muestra en este libro su parte más íntima o personal, y ofrece al lector retazos autobiográficos. Cuenta por qué escribe, habla de su infancia y la escuela, incluye comentarios sobre la recepción de algunas de sus obras y también sus reflexiones sobre la muerte.

“Siempre fue muy reticente a hablar de sí mismo, pero probablemente por las circunstancias en las que se gestó este libro y por la sensación que él tenía de que se acercaba el final, el lector va a poder acercarse de forma muy sutil a unas notas autobiográficas”, dijo el mismo Jesús Espino a dpa.

Eduardo Galeano falleció el 13 de abril a los 74 años. Foto: Cuartoscuro.

Eduardo Galeano falleció el 13 de abril a los 74 años. Foto: Cuartoscuro.

Divido en cuatro partes; en la primera de ellas el autor escribe sobre “Los náufragos” y dice: “El mundo viaja. Lleva más náufragos que navegantes. En cada viaje, miles de desesperados mueren sin completar la travesía hacia el prometido paraíso donde hasta los pobres son ricos y todos viven en Hollywood. No mucho duran las ilusiones de los pocos que consiguen llegar”.

En una cuidada edición, el libro incluye sus dibujos y se cierra con el poema “Quise, quiero, quisiera”: “Que en belleza camine. Que haya belleza delante de mí/y belleza detrás/y debajo/y encima/y que todo a mi alrededor sea belleza/a lo largo de un camino de belleza/a lo largo de un camino de belleza/ que en belleza acabe”.

El libro que ahora se publica pone el punto final a una de las obras más importantes de la literatura latinoamericana, con piezas como Patas arriba: la escuela del mundo al revés del 2001 o la trilogía Memoria del fuego (1982-1986).

“Él era muy consciente de que iba a ser su último libro. Y se negaba a irse sin dejar un regalo a sus lectores, aunque le costaba mucho trabajo en sus circunstancias […] Siempre se hace duro cuando de repente alguien que alimenta tu vida intelectual ya no está y deja de ofrecer sus libros. Lamentablemente, no va a haber más. Afortunadamente, hay unos cuantos””, concluyó su editor a la agencia alemana.

Con información de Carmen Sigüenza (Efe)/Ana Lázaro Verde (dpa)

Los 11 libros entrañables del músico Yayo González

sábado, abril 9th, 2016
Además de músico, lector voraz. Foto: Facebook

Además de músico, lector voraz. Foto: Facebook

El líder de la banda Paté de Fuá es un lector voraz, como lo demuestra esta colaboración especial para Puntos y Comas, con José Saramago, Eduardo Galeano y Mario Benedetti, entre otros

Ciudad de México, 9 de abril (Sin Embargo).- El músico argentino Yayo González tiene el corazón partido entre su país de origen y este México que lo ha recibido con los brazos abiertos desde hace más de una década.

El líder de Paté de Fuá prepara nuevo disco con la banda de sus amores y se hace un tiempo para hablar con nosotros de sus libros favoritos y de paso recomendar la lectura como ese elemento que pega todas las roturas del alma en esos momentos de nostalgia por las tierras lejanas.

1 Gracias-por-el-fuego

 

Una novela con perfume rioplatense y montevideano, melancólico y poético, que relata una historia de amor tan contemporánea y realista con la que es imposible no sentirse identificado. Benedetti es un escritor fácil de leer y esto lo digo como un cumplido.

 

2 El-Cartero

 

Este fue el primer libro que leí del autor estadounidense y con el que me convertí en uno fiel admirador de su obra colmada de humor y pesimismo.

Esta es su primera novela y relata de manera biográfica (como casi toda su literatura) los diez años en los que trabajó como cartero del servicio postal de Los Ángeles.

Lo leí en una sola sentada; tienen una narrativa seductora y clara que te atrapa desde las primeras líneas

 

3 Sobre-héroes-y-tumbas

Perteneciente a la trilogía de novelas que escribió el gran novelista argentina, esta es a mi parecer la mejor de las tres, consideradas una de las mejores, además, en la historia de la literatura de mi país.  Una obra oscura, filosófica y llena de historia. Para destacar “El informe sobre ciegos”, un capítulo que te dejará boquiabierto. , es un capítulo que deja boquiabierto a cualquier lector, no he leído nada tan impactante como esa misteriosa y lúgubre ficción.4 El-Evangelio-según-Jesucristo

 

Una joya de la literatura. Su comienzo puede ser algo lento, porque es una meticulosa e inteligente descripción de la Crucifixión, pero la historia de José, María, Jesús, Dios y el Diablo, resulta fascinante, sobre todo porque está escrita  con cierta inclinación laica y realista. Inolvidable la conversación de Satanás con Jesús.

 

5 La-naranja-mecánica

 

El escritor fue diagnosticado de tumor cerebral y este crítico decidió darse a la tarea de escribir a tiempo completo antes de morir. La suerte cambió y finalmente murió 35 años después de lo previsto y de cáncer de pulmón. Esta es su obra más famosa, sobre todo por la adaptación al cine realizada por Stanley Kubrick.

 

6 Anhelo-de-vivir

 

El biógrafo y novelista estadounidene escribió esta novela inspirado en la vida de Vincent Van Gogh. Muy recomendable para entender la mente de una artista mayúsculo que pintó de manera compulsiva durante 10 años; este libro, además,  explica muy bien la razón de ser del arte, que es -a mi parecer- “ninguna”.

En otras palabras: La obra artística se justifica por sí sola, no necesita de una finalidad, al menos preconcebida.

7 El-día-que-Nietzsche-lloró

Combina tres personajes históricos y su legado filosófico y científico: Sigmund Freud, Josef Breuer y el mismísimo Friedrich Nietzche. Inteligentes conversaciones de diván y el lujo de poder escuchar a uno de los filósofos mas trascendentales de la historia haciendo terapia.

 

8 Crimen-y-castigo,

 

Obra maestra del gran escritor ruso; imperdible, fundamental para cualquier lector. Escrita en 1866 y con una vigencia que la posiciona como una de las novelas más importantes jamás escritas.

 

9 Ana-Karennina

Unna historia plagada de Zares, castillos, princesas y la decadencia de un sistema feudal ruso que estaba a punto de derrumbarse en manos de la Revolución de 1917. Una historia de amor épica, enorme y sumamente entretenida por más largo que se veas el libro.

 

10 El-perfume

¿Cómo hacer un novela que nos adentre en el mundo de los olores? ¿Cómo poner en palabras el cifrado de el más olvidado de los sentidos humanos? Esas preguntas las contesta el escritor alemán en una historia de intrigas protagonizada por un asesino asesino parido entre desechos de pescado y poseedor del olfato más agudo que un humano pudo tener.

 

11 El-libro-de-los-abrazos

 

Todos los libros de Eduardo Galeano son hermosos, pero elijo este porque es de los que más me ha gustado, tal vez por ser el primero que leí de esté queridísimo autor uruguayo. Relatos pequeños que combinan la poesía con la ficción, un libro lleno   de sabiduría popular, de trastiendas de la historia, de relatos populares, de puntos de vista suspicaces y muchas moralejas.

“Cazador de historias”, el libro póstumo de Eduardo Galeano, publicado en Uruguay

sábado, abril 9th, 2016
El libro póstumo de un autor entrañable para el continente. Foto: Especial

El libro póstumo de un autor entrañable para el continente. Foto: Especial

La tierra donde nació y murió el autor de Las venas abiertas de América Latina ha sido la primera en publicar sus últimas palabras. En su obra póstuma, los relatos divididos en tres capítulos traen un anexo sobre la muerte, escritos cuando su enfermedad ya estaba avanzada

Por Carlos Castillos, dpa

Ciudad de México, 9 de abril (SinEmbargo).- Según la óptica del escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) “el siglo XXI no está resultando ser un gran siglo; los abusos de un sistema formado por ricos cada vez más ricos y jodidos muy jodidos están a la orden del día”.

“Siguen soñando las pulgas con comprarse un perro y los nadies con salir de pobres” escribió Galeano para la que resultó ser su obra póstuma, El cazador de historias, que esta semana llegó a las librerías de su país, cuando está por cumplirse el primer año de su muerte, ocurrida el 13 de abril del año pasado.

En el libro, que ya despertó el interés de los lectores uruguayos, Galeano “sale a cazar en esa jungla para mostrar, con crudeza, con humor y con ternura, el mundo en que vivimos, desnudando ciertas realidades que, pese a estar al alcance de la mano, no todos llegan a ver”.

Infancia, juventud y viajes son parte de los relatos que integran la obra, divididos en tres capítulos, con un anexo sobre la muerte que Galeano “garabateó” cuando su enfermedad ya estaba avanzada y que guardaba en su computadora con el nombre de “Garabatos”.

“Yo creo que estaba preparado para la muerte”, dijo a dpa Jorge Rizzo, de la Distribuidora América Latina, que se encarga de la publicación de la obra en Uruguay, donde se vende a un precio de 21 dólares aproximadamente.

El argentino Carlos Díaz, editor de El cazador de historias, escribió que Galeano “siempre fue un hombre sobrio, quizás haciendo honor a sus genes galeses de los que tanto renegaba, y no solía hablar en tono grave de sus enfermedades o dolencias, ni siquiera en los últimos tiempos”.

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SUS PENSAMIENTOS SOBRE LA MUERTE

El puñado de textos que dejó escritos y que su esposa rescató “parecían ser una huella de lo que imaginaba o pensaba sobre la muerte”. “Son tan bellos e impactantes que quisimos incluirlos, y para eso nos permitimos sumar una cuarta parte al libro original”, explicó Díaz.

Galeano trabajó en este libro entre 2012 y 2013, pero la publicación se demoró justamente por su delicado estado de salud, aunque trabajó hasta días antes de su muerte.

El cazador de historias devela también al narrador que acecha detrás de todos los relatos. Y así, aunque siempre fue reticente a hablar de sí mismo, Galeano cierra este libro con un puñado de bellas y poderosas historias que sorprenden tanto porque ofrecen pistas de su biografía, de sus años de infancia y juventud y de los primeros viajes por América Latina.

“Lejos de cualquier lamento, con el puro impulso de la curiosidad y la imaginación, se pregunta cómo será el final, qué deseos, afectos o necesidades aparecerán entonces”, concluyen los editores de la obra.

Viuda dedica “honoris causa” de Galeano a los 43 normalistas de Ayotzinapa

jueves, diciembre 3rd, 2015

“Como sé que Eduardo lo hubiera querido, dedico en su nombre este doctorado ‘honoris causa’ (…) a los queridos 43 que le han enseñado al mundo que los músculos de la conciencia son antídotos para el espanto”, dijo la viuda de Galeano, Helena Villagra.

La Universidad de Guadalajara entregó el reconocimiento "Honoris Causa" post mortem al escrito Eduardo Galeano. Foto: Cuartoscuro

La Universidad de Guadalajara entregó el reconocimiento “Honoris Causa” post mortem al escrito Eduardo Galeano. Foto: Cuartoscuro

Guadalajara, México, 3 dic (EFE).- El fallecido escritor uruguayo Eduardo Galeano fue homenajeado hoy con el doctorado “honoris causa” de la Universidad de Guadalajara (UdeG), un galardón que su viuda, Helena Villagra, dedicó a los 43 estudiantes desaparecidos el septiembre de 2014 en México.

“Como sé que Eduardo lo hubiera querido, dedico en su nombre este doctorado ‘honoris causa’ (…) a los queridos 43 que le han enseñado al mundo que los músculos de la conciencia son antídotos para el espanto”, afirmó.

El homenaje, que se celebró en el auditorio de la UdeG, formó parte de las actividades paralelas de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, que se desarrolla hasta el próximo 6 de diciembre.

Villagra contó que Galeano vivió “con angustia” las noticias que informaban la desaparición de los estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa la noche del 26 de septiembre de 2014 en el sureño estado de Guerrero.

Según la versión oficial, los jóvenes fueron detenidos por policías corruptos del municipio de Iguala, quienes los entregaron a miembros de Guerreros Unidos, quienes los asesinaron e incineraron en un basurero del municipio aledaño de Cocula.

Villagra reveló que un mes después de la muerte de Galeano, ocurrida el pasado 13 de abril, acudió en su nombre a una marcha de protesta por la desaparición de los jóvenes, organizada en la embajada mexicana de Montevideo.

Ahí, contó, una joven mexicana recitó el poema “Los nadies”, que Galeano escribió en 1940 y donde habla de los “ninguneados” y los que “no figuran en la historia universal sino en la crónica roja de la prensa local”.

Recordó el cariño que el poeta y narrador tuvo a lo que él llamaba el “México abrazo”; el de la “comida rica y picosa que tanto le gustaba” y en donde era conocido por las comunidades zapatistas de Chiapas “el recogedor de lluvias y de las palabras de abajo”.

Describió a Galeano como un hombre que “siempre fue coherente entre lo que sentía, vivía, pensaba y escribía” y destacó su permanente “voluntad de belleza y de justicia”.

Villagra recibió el reconocimiento del doctorado “honoris causa” de manos del rector de la UdeG Tonatiuh Bravo. EFE