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De Platón a Nietzsche: 7 conceptos filosóficos, en sencillos gráficos, explican el pensamiento occidental

sábado, febrero 8th, 2020

Gran historia visual de la filosofía, de Masato Tanaka y Tetsuya Saito, pretende ser una guía o breve glosario para comprender a los personajes clave, tanto filósofos clásicos como contemporáneos: desde Tales de Mileto o Heráclito, hasta Ferdinand de Saussure o Simone de Beauvoir.

Por José Antonio Luna

Ciudad de México, 8 de febrero (ElDiario).- “No puedo enseñar nada a nadie. Solo puedo hacerles pensar”, decía Sócrates. La intención del filósofo griego, tal y como se muestra en Diálogos de Platón, no era inculcar a sus discípulos qué es la inmortalidad del alma o la justicia; quería que estos llegaran “a la luz” mediante el debate y sus propias reflexiones, no a partir de una definición otorgada. La única función de él, como maestro, sería la de quitar el velo que cubre la verdad.

Esa es también la finalidad de Gran historia visual de la filosofía (Blackie Books), una guía de Masato Tanaka y Tetsuya Saito con sencillos gráficos para entender los conceptos y personajes clave del pensamiento occidental.

Arranca con los filósofos de la antigüedad clásica, como Tales de Mileto o Heráclito, y llega hasta la edad contemporánea con Simone de Beauvoir o Ferdinand de Saussure.

Este “diccionario” filosófico tampoco pretende ser un libro sesudo, sino más bien un pequeño glosario que pueda servir como puerta de entrada a conocer ciertos autores o reflexiones de estos. Por eso, es válido tanto para novatos como para expertos que busquen refrescar la memoria con un solo vistazo a estos gráficos.

Porque, gracias a ellos, podemos aprender a filosofar sin la necesidad de ser, como diría Nietzsche, superhombres. A continuación, repasamos siete conceptos de los muchos que podemos hallar entre sus páginas:

1. TODO FLUYE (Panta rei)

Heráclito

La frase “no podemos bañarnos en el mismo río” la hemos escuchado infinidad de veces. Pero ¿qué significa exactamente? Que todo está en constante cambio y que esta es la esencia misma del universo. Y no solo del cosmos, también de las personas y todas las cosas en general, ya sean árboles o animales: existe un mecanismo del “devenir” por el cual se rige la vida. Su responsable fue Heráclito, un filósofo tan reservado y huraño que llegó a ser apodado como “el oscuro”.

2. IDEA

Platón

¿Qué es un triángulo perfecto? Todos en nuestra cabeza tenemos su imagen a pesar de que los ejemplos superiores no se corresponden con ella. Para Platón esto respondería a una realidad experimental a la que solo se puede llegar mediante el uso de la razón. Los sentidos nos engañan, pero en el mundo de las ideas, que es donde hemos formado la de “triángulo perfecto”, su concepto permanece inmutable.

Esto se podría aplicar a todo: la “idea de flor”, la de “árbol”, la de “caballo”… Somos capaces de construir un caballo con cubos de madera porque tenemos la idea del animal en nuestra cabeza, que sería la verdadera frente a las réplicas que nos ofrecen nuestros limitados sentidos.

3. LA NAVAJA DE OCKHAM

Guillermo de Ockham

La navaja de Ockam abriría la puerta a la filosofía moderna, donde el sujeto se convierte en el núcleo de la conciencia. Para él no existen conceptos universales, tales como “ser humano” o “animal”, sino que serían entes abstractos inventados por nosotros que no servirían para explicar el día a día. Lo que en realidad se buscaba era separar la filosofía como ciencia de la teología, que precisamente basa su saber en la existencia de entes universales como Dios.

4. PIENSO LUEGO EXISTO (Cogito ergo sum)

René Descartes

Para Descartes, la única verdad irrefutable es que somos seres pensantes y que, como consecuencia, existimos. Este es el principio absolutamente cierto que daría inicio la filosofía moderna. Puede que todo lo que vemos sea un sueño: los libros, las matemáticas e incluso nuestro propio cuerpo. Pero queda algo de lo que no se puede dudar: de que existe una conciencia con capacidad para dudar.

5. BURGUESÍA Y PROLETARIADO

Karl Marx

Según Adam Smith, hay una “mano invisible” encargada de regular el libre mercado y la búsqueda del beneficio individual, por lo que el Estado no debería intervenir. Pero para Marx es todo lo contrario. El autor de Manifiesto comunista señala que la libre competencia, en realidad, lo que provoca es una división entre ricos y pobres. O, lo que es lo mismo: entre la clase capitalista (quien tiene los medios de producción y las materias primas) y la clase trabajadora (la mano de obra). Por tanto, para evitar esta división, los medios de producción deberían ser de propiedad pública y no privada.

6. NIHILISMO

Friedrich Nietzsche

La revolución industrial cambió el mundo tal y como se conocía hasta entonces. Trajo una nueva forma de concebir la producción, pero también nuevos problemas asociados a esta como la contaminación o las condiciones de trabajo. Se empezó, por tanto, a desmontar la idea de que el progreso tecnológico estaba asociado a un progreso social, y en este contexto es donde llega la época del nihilismo para Nietzsche.

Es una era definida por la pérdida de propósito de los seres humanos, anteriormente guiados por valores tradicionales como la Iglesia. Pero ahora “Dios ha muerto”, y solo quedan dos opciones: ser un nihilista activo y crear valores nuevos en los que apoyarse; o ser un nihilista pasivo y perder la voluntad de vivir.

7. FEMINISMO Y GÉNERO

Simone de Beauvoir y Judith Butler

Por desgracia, la mayoría de la historia de la filosofía occidental está escrita en masculino y tenemos que esperar hasta bien entrada la edad contemporánea para encontrar pensadoras como Simone de Beauvoir. Se encargó de definir el feminismo como un movimiento para denunciar el privilegio de lo masculino y las relaciones de poder patriarcal, proponiendo como alternativa una sociedad basada en la igualdad de género que se alcanzaría a través de diferentes olas para, finalmente, abandonar el falocentrismo.

En este sentido también se pronunciaría la filósofa estadounidense Judith Butler, que habló del género como una construcción social que a menudo acarrea significados ocultos negativos para las mujeres. Ocurre, por ejemplo, cuando se habla de ellas como “más emocionales”, afirmación que escondería otro razonamiento: que son ilógicas.

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Bowie viajaba con instrumentos, trajes y una biblioteca móvil. Estos fueron sus 100 libros favoritos

sábado, diciembre 7th, 2019

La literatura fue un refugio para el “Camaleón del rock”, sin lo cual no podría entenderse su música. “¿Mi idea de felicidad absoluta? Leer”, decía el artista, quien falleció el 10 de enero de 2016, en Manhattan, Nueva York.

El club de lectura de David Bowie, libro publicado por la editorial Blackie Books, recopila los títulos recomendados por el músico y que además, aseguraba, cambiaron su vida.

Por José Antonio Luna

Ciudad de México, 7 de diciembre (ElDiario).- David Bowie odiaba volar. Esto era un problema, especialmente cuando estaba de gira y había que ir rápido de un lugar a otro para dar conciertos. El tiempo para desplazarse no era el único inconveniente. También tenía que ingeniárselas para transportar instrumentos, trajes y algo más de lo que era inseparable: una biblioteca móvil con baúles llenos de libros. Y no eran pocos. Había más de 500. Pero ¿cuáles marcaron su vida?

Es lo que responde El club de lectura de David Bowie(Blackie Books), un libro que es a su vez la puerta hacia muchos otros. Invita a la lectura a través de 100 obras recomendadas por el propio artista tres años antes de su muerte.

La lista se hizo pública en 2013, a raíz de una exposición retrospectiva sobre el compositor realizada por el museo londinense de Victoria y Alberto (V&A). Y no se trata de una recopilación de publicaciones favoritas como tal, sino de aquellas que le cambiaron la vida y ayudaron a entender mejor el mundo.

La obsesión de Bowie por la literatura no fue precisamente temprana. El cantante no rindió demasiado en la escuela: salió de ella en 1963 y solo se había graduado en la asignatura de arte. No porque no tuviera capacidades académicas, sino porque disfrutaba más teniéndose a sí mismo como profesor. De hecho, en 1998 empezó a escribir reseñas de libros para Barnes & Noble, la mayor librería de Estados Unidos.

Los libros eran, en el fondo, una pieza más de su proceso creativo para crear canciones. Gracias a ello pudo elaborar una mitología que le llevó a ser conocido como “El Camaleón del rock“, pseudónimo otorgado por las múltiples facetas que demostró a lo largo de su carrera. Ziggy Stardust, Comandante Tom o Starman son sólo tres caras de su poliédrica personalidad.

La lista representa dos cosas de Bowie: la cultura que ha fraguado su sensibilidad artística y los hechos que marcaron su vida. También hay que tener en cuenta el lugar de procedencia del cantante para entender la selección de títulos. Nació en Brixton, al sur de Londres, el ocho de enero de 1947. Por tanto, muchos títulos que consideró importantes fueron aquellos que se pusieron de moda en los 60 y 70.

Los libros eran, en el fondo, una pieza más de su proceso creativo para crear canciones. Foto: Especial

Uno de los episodios más significativos de su vida fue cuando su hermanastro Terry Burns le dio a conocer el clásico beat de Jack Kerouac, En el camino (1957). Aquella obra abordaba temas como la libertad, la creatividad, las drogas o el sexo, aspectos que impresionaron a un Bowie con solo 12 años de edad y alimentaron su frustración por salir de Bromley, su lugar natal, al sentir que estaba estancado culturalmente.

En 1998, Bowie empezó a escribir reseñas de libros para Barnes & Noble, la mayor librería de Estados Unidos. Foto: Especial

El artista se contaminó de lo plasmado por Kerouac, autor que decidió abandonar sus estudios universitarios para dedicarse a recorrer Norteamérica. “Yo también quiero hacer eso: no ir a la estación de tren de Bromley South y subirme al puto tren que va a la estación de Victoria, ni volver a trabajar en una agencia de publicidad de mierda”, explicó Bowie en una entrevista realizada por la revista Q en 1999.

La literatura fue un refugio de Bowie sin el cual no se podría entender su música. Foto: Especial

No es gratuito que muchos de los títulos que aparecen en la lista estuvieran vinculados al movimiento mod originado a finales de 1950 en Londres. Eran muestras del dadaísmo y del surrealismo que luego fascinarían al cantante.

NARANJA MECÁNICA Y LA MASCULINIDAD TÓXICA

Otra de las obras que aparecen es La naranja mecánica (1962) de Anthony Burgess, ambientada en una Gran Bretaña totalitaria. Alex, su protagonista, es fan de Beethoven y líder de una pandilla que se dedica a instaurar el caos violando y robando bajo los efectos de narcóticos.

La influencia fue tal que Bowie, bajo la careta de Ziggy, solía aparecer en los escenarios mientras sonaba la “Novena Sinfonía de Beethoven” en la versión de Wendy Carlos. Era la misma que aparecía en la banda sonora de la película de Kubrick, estrenada en 1972, cinco meses antes de que saliera el disco “The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders From Mars”. De hecho, los trajes de los integrantes de la banda, los Spiders, estaban diseñados inspirándose en los de Alex y sus drugos.

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El nadsat, la jerga anglorrusa que habla Alex en la novela, incluso apareció en una canción de Bowie. Concretamente en “Girl Loves Me”, donde era mezclada con el polari, otra lengua empleada en la subcultura gay británica. Y es aquí donde el cantante refuerza la idea de que el libro de La naranja mecánica era a su vez un estudio de la masculinidad moderna a través de protagonistas que no tenían ningún reparo a la hora de demostrar sus consecuencias.

LA ILIADA1984

Bowie no sólo hizo referencia a clásicos contemporáneos. En la lista por ejemplo aparece La Ilíada (s. VIII a.C.), la epopeya griega de Homero ambientada en los sucesos desarrollados durante la guerra de Troya.

Existen muchas razones para tomar como modelo a uno de los textos más importantes de la historia de la literatura, pero el cantante se fijó específicamente en un aspecto: el vínculo entre Aquiles y su mejor amigo, Patroclo, en ocasiones interpretado como una relación con tintes homosexuales.

En un momento de la aventura Aquiles se niega a combatir y Patroclo toma prestada su armadura, que además le otorgaba superpoderes para combatir de forma más eficaz. Sin embargo, el Dios Apolo interviene y le despoja de su casco, provocando así la muerte del héroe. La historia refleja muchas cosas, pero una de ellas es el poder de la ropa y la proyección de esta sobre los demás.

La imagen que se transmite es a veces más importante que lo que uno es, algo que el propio Bowie sabía a la perfección y de lo que se benefició en múltiples ocasiones. A veces bajo un aspecto de superhéroe (como en Starman) y otras casi rozando lo grotesco. Es lo que ocurre con el disco “Diamond Dogs” (1974) y su portada, que muestra al compositor como una especie de semiperro y que no pasó desapercibida.

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Dicho álbum, además, está claramente inspirado en la novela 1984 de George Orwell y la peculiar invención de un mundo distópico donde relacionarse casi parece un acto de rebeldía. La canción “We are The Dead” probablemente la referencia más clara, ya que hasta cita directamente las palabras que Wiston le dice a Julia en un momento del libro: “Nosotros somos los muertos”.

Lo que está claro es que la literatura fue un refugio de Bowie sin el cual no se podría entender su música. “¿Mi idea de felicidad absoluta? Leer”, decía el cantante. Y ahora, somos nosotros quienes lo hacemos siguiendo la estela del hombre-estrella.

*Nota: se debe tener en cuenta que algunos títulos pertenecen a magazines (como Raw) o series de cómics (como The Private Eye), de ahí que la fecha de publicación pueda llegar hasta la actualidad.

Los 100 libros recomendados por Bowie

1. Anthony Burgess, La naranja mecánica (1962)


2. Albert Camus, El extranjero (1942)

3. Nik Cohn, Awopbopaloobop Alopbamboom: Una historia de la música pop (1969)

4. Dante Alighieri, Infierno (Circa 1320)

5. Junot Diaz, La maravillosa vida breve de Óscar Wao (2007)

6. Yukio Mishima, El marino que perdió la gracia del mar (1963)

7. Frank O’Hara, Selected Poems (2009)

8. Christopher Hitchens, Juicio a Kissinger (2001)

9. Vladimir Nabokov, Lolita (1955)

10. Martin Amis, Dinero (1984)

11. Colin Wilson, ‘El desplazado’ (1956)
12. Gustave Flaubert, ‘Madame Bovary’ (1856)
13. Homero, ‘La Ilíada’ (siglo VIII a. C.)
14. James Hall, ‘Diccionario de temas y símbolos artísticos’ (1974)
15. Saul Bellow, ‘Herzog’ (1964)
16. T. S. Eliot, ‘La tierra baldía’ (1922)
17. John Kennedy Toole, ‘La conjura de los necios’ (1980)
18. Greil Marcus, ‘Mystery Train’ (1975)
19. ‘The Beano’ (1938–actualidad)
20. Fran Lebowitz, ‘Vida metropolitana’ (1978)
21. Richard Cork, ‘David Bomberg’ (1988)
22. Alfred Döblin, ‘Berlin Alexanderplatz’ (1929)
23. George Steiner, ‘En el castillo de Barba Azul: aproximación a un nuevo concepto de cultura’ (1971)
24. D. H. Lawrence, ‘El amante de Lady Chatterley’ (1930)
25. Petr Sadecky, ‘Octobriana and the Russian Underground’ (1971)
26. Conde de Lautréamont, ‘Los cantos de Maldoror’ (1868)
27. John Cage, ‘Silencio’ (1961)
28. George Orwell, ‘1984’ (1949)
29. Peter Ackroyd, ‘La sombra de Hawksmoor’ (1985)
30. James Baldwin, ‘La próxima vez el fuego’ (1963)
31. Angela Carter, ‘Noches en el circo’ (1984)
32. Eliphas Levi, ‘Dogma y ritual de la Alta Magia’ (1856)
33. Sarah Waters, ‘Falsa identidad’ (2002)
34. William Faulkner, ‘Mientras agonizo’ (1930)
35. Christopher Isherwood, ‘El señor Norris cambia de tren’ (1935)
36. Jack Kerouac, ‘En el camino’ (1957)
37. Edward Bulwer-Lytton, ‘Zanoni o el secreto de los inmortales’ (1842)
38. George Orwell, ‘En el vientre de la ballena’ (1940)
39. John Rechy, ‘La ciudad de la noche’ (1963)
40. David Sylvester, ‘La brutalidad de los hechos: entrevistas con Francis Bacon’ (1987)
41. Julian Jaynes, ‘El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral’ (1976)
42. F. Scott Fitzgerald, ‘El gran Gatsby’ (1925)
43. Julian Barnes, ‘El loro de Flaubert’ (1984)
44. J. B. Priestley, ‘English Journey’ (1934)
45. Keith Waterhouse, ‘Billy Mentiroso’ (1959)
46. Alberto Denti di Pirajno, ‘Una tumba para un delfín’ (1956)
47. ‘Raw’ (1986–1991)
48. Susan Jacoby, ‘The Age of American Unreason’ (2008)
49. Richard Wright, ‘Chico negro’ (1945)
50. ‘Viz’ (1979–actualidad)
51. Ann Petry, ‘La calle’ (1946)
52. Giuseppe Tomasi di Lampedusa, ‘El Gatopardo’ (1958)
53. Don DeLillo, ‘Ruido de fondo’ (1985)
54. Douglas Harding, ‘Vivir sin cabeza’ (1961)
55. Anatole Broyard, ‘Cuando Kafka hacía furor’ (1993)
56. Charles White, ‘Oooh, My Soul: la explosiva historia de Little Richard, biografía autorizada’ (1984)
57. Michael Chabon, ‘Chicos prodigiosos’ (1995)
58. Arthur Koestler, ‘El cero y el infinito’ (1940)
59. Muriel Spark, ‘La plenitud de la señorita Brodie’ (1961)
60. John Braine, ‘Un lugar en la cumbre’ (1957)
61. Elaine Pagels, ‘Los Evangelios gnósticos’ (1979)
62. Truman Capote, ‘A sangre fría’ (1966)
63. Orlando Figes, ‘La Revolución rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo’ (1996)
64. Rupert Thomson, ‘The Insult’ (1996)
65. Gerri Hirshey, ‘Nowhere to Run: The Story of Soul Music’ (1984)
66. Arthur C. Danto, ‘Más allá de la caja Brillo: las artes visuales desde la perspectiva poshistórica’ (1992)
67. Frank Norris, ‘Avaricia’ (1899)
68. Mijaíl Bulgákov, ‘El maestro y Margarita’ (1940)
69. Nella Larsen, ‘Claroscuro’ (1929)
70. Hubert Selby Jr., ‘Última salida para Brooklyn’ (1964)
71. Frank Edwards, ‘Strange People: Unusual Humans Who Have Baffled the World’ (1961)
72. Nathanael West, ‘El día de la langosta’ (1939)
73. Tadanori Yokoo, ‘Tadanori Yokoo’ (1997)
74. Jon Savage, ‘Teenage: La invención de la juventud 1875-1945’ (2007)
75. Wallace Thurman, ‘Los hijos de la primavera’ (1932)
76. Hart Crane, ‘El puente’ (1930)
77. Evgenia Ginzburg, ‘El vértigo’ (1967)
78. Ed Sanders, ‘Tales of Beatnik Glory’ (1975)
79. John Dos Passos, ‘Paralelo 42’ (1930)
80. Peter Guralnick, ‘Sweet Soul Music: Rhythm and Blues and the Southern Dream of Freedom’ (1986)
81. Bruce Chatwin, ‘Los trazos de la canción’ (1987)
82. Camille Paglia, ‘Sexual personae: arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson’ (1990)
83. Jessica Mitford, ‘Muerte a la americana’ (1963)
84. Otto Friedrich, ‘Antes del diluvio: una semblanza del Berlín de los años veinte’ (1972)
85. ‘Private Eye’ (1961–actualidad)
86. R. D. Laing, ‘El yo dividido’ (1960)
87. Vance Packard, ‘Las formas ocultas de la propaganda’ (1957)
88. Evelyn Waugh, ‘Cuerpos viles’ (1930)
89. Howard Zinn, ‘La otra historia de los Estados Unidos’ (1980)
90. Wyndham Lewis (ed.), ‘Blast’ (1914)
91. Ian McEwan, ‘Entre las sábanas’ (1978)
92. David Kidd, ‘Historias de Pekín’ (1961)
93. Malcolm Cowley (ed.), ‘Writers at Work: The Paris Review Interviews, vol. 1’ (1958)
94. Christa Wolf, ‘Reflexiones sobre Christa T.’ (1968)
95. Tom Stoppard, ‘La costa de Utopía’ (2002)
96. Anthony Burgess, ‘Poderes terrenales’ (1980)
97. Howard Norman, ‘El pintor de aves’ (1994)
98. Spike Milligan, ‘Mala pinta’ (1963)
99. Charlie Gillett, ‘Historia del rock: el sonido de la ciudad’ (1970)
100. Lawrence Weschler, ‘El gabinete de las maravillas de Mr. Wilson’ (1995)

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De Ozzy Osbourne a Metallica pasando por Lemmy: La historia del heavy metal

sábado, julio 14th, 2018

“Uno de los tipos más divertidos que jamás leerás. Rápido, deslumbrante, como una tormenta eléctrica”, ha dicho Alan Moore. El Olimpo del heavy metal incluye yonquis, satanistas y asesinos, cristianos renacidos y abstemios, trotamundos millonarios que encadenan conciertos multitudinarios durante toda su vida y jornaleros que se dejan la piel en salas donde se escucha hasta la cisterna del baño. Esta es la historia.

Ciudad de México, 14 de julio (SinEmbargo).- Esta es la historia de una red mundial de rabiosos fans que escapan de la vulgaridad cotidiana a través de la música, de estrellas épicas que viven en planetas lejanos con dioses de otras épocas, de villanos corporativos que rompen el corazón de esos fans y estafan a las leyendas musicales para llenarse los bolsillos.

El Olimpo del heavy metal incluye yonquis, satanistas y asesinos, cristianos renacidos y abstemios, trotamundos millonarios que encadenan conciertos multitudinarios durante toda su vida y jornaleros que se dejan la piel en salas donde se escucha hasta la cisterna del baño. Con un saber enciclopédico y una pasión inquebrantable, el humorista y erudito del metal Andrew O’Neill repasa la gran historia (jamás contada o muchas veces malinterpretada) del heavy metal. Son historias de exceso sobre nombres cruciales, de Ozzy Osbourne a Metallica pasando por Lemmy y escenas milagrosas, desde la nueva ola del heavy metal británico hasta la escena underground del black metal noruego.

Si estás asintiendo con la cabeza, o directamente haciendo headbanging en la librería, este es tu libro. Si estás diciendo que no, también deberías leerlo para entender por fin esta música, este modo de ver el mundo.

Lo que es heavy y no es heavy y a veces no tiene nada que ver con la música. Foto: Especial

Fragmento de La historia del Heavy Metal, de Andrew O’Neill, con autorización de Blackie Books

Introducción

¿Qué es el heavy metal?

En los albores de la humanidad,

antes de que naciera el Sol,

antes de que existiera el universo, todo era negro.

Negro. Negro. Negro.

Y llegó el Big Bang,

el riff más atronador que jamás se había oído…

Y después del Big Bang,

el tiempo de Planck, las partículas y calor, mucho calor.

El universo se expande y empieza el tiempo.

Encendida la gravedad, estrellas y planetas confluyen.

En el mundo hay dos tipos de personas: los fans del heavy metal y los gilipollas. No te preocupes si estás en la segunda categoría: soy muy persuasivo. El heavy metal es el más duradero de los géneros musicales modernos. A lo largo de casi cincuenta años, el sonido distorsionado de las guitarras de unos melenudos ha conseguido que la gente sacuda la cabeza, expanda la mente y fragüe amistades de por vida con personas afines. Mientras otros estilos musicales inferiores van y vienen al capricho de las modas, el heavy metal resiste. Es una constante.

A pesar de ser un fenómeno global que hace las delicias de millones de personas, parece que el heavy metal no se acaba de entender del todo. Desde un principio, el heavy metal se posicionó como un estilo artístico que iba por libre y fue ninguneado y ridiculizado por mezquinos críticos musicales y los guardianes de la cultura popular “aceptable”. Lester Bangs, de Rolling Stone, dijo que el revolucionario álbum de debut de Black Sabbath sonaba “como Cream, pero en malo”. Para muchos profanos, el heavy metal es simple, insolente, primitivo, chabacano e incluso violento.

Pero no pasa nada. No necesitamos que les mole a los rancios adalides de la cultura mainstream. Nos lo pasamos demasiado bien para que nos importe una mierda lo que piensen.Porque sabemos lo que se pierden: la subcultura más extensa, efervescente, creativa, inteligente, extrema, desternillante y hedonista del mundo.

Como Fenrir cuando devora al Sol, el heavy se extiende por toda la cultura, engullendo y cagando influencias a su paso. Y sí, a veces es torpe y chabacano, como Venom o Carnivore. Pero también puede manifestar un increíble virtuosismo y refinamiento musical, como pasa con el grupo favorito de todos los profesores de guitarra: Dream Theater. El heavy puede ser hilarante, tanto intencionadamente —pienso en la comedia gonzo de Devin Townsend— como cuando intenta dárselas de solemne y no lo consigue.

El heavy puede elevar el espíritu y ser un canto a la vida, como lo son Judas Priest y Manowar, o ser deprimente como Warning y opresivo como Teitanblood. Cuando alcanza su máximo esplendor, el heavy metal emplea varios de estos elementos a la vez: el increíble éxito de Pantera se debe en gran parte a la unión de la rudeza testosterónica de Philip Anselmo con los guitarreos desbocados y majestuosos de Dimebag Darrell.

Una vez hecha esta defensa, hay que decir que el heavy metal vive en este momento una suerte de reconocimiento tardío en estos medios de comunicación “posposmodernistas” que tenemos. Y si bien, después de años de mofa, el heavy goza ahora de cierta respetabilidad entre la prensa seria —con críticas y reseñas en el Guardian o tesis académicas dedicadas al género—, sigue manteniendo intacta su capacidad de sorprender y confundir.

La historia del heavy metal transcurre en paralelo a la de la propia cultura occidental, como si fuera un microcosmos del mundo. Es una historia fascinante de personajes descomunales dados a los excesos, desde los conocidísimos Ozzy Osbourne o Lemmy a la brutal mala fama de la escena black metal noruega. Es la historia de una red mundial de seguidores fanáticos que escapan de su vida cotidiana a través de la música y de unos capullos despiadados que estafan desde sus sellos a estos fans y a los grupos a los que veneran para llenarse los bolsillos. El extenso panteón de músicos de heavy metal incluye a yonquis, satanistas, asesinos, cristianos renacidos, abstemios, multimillonarios que actúan en estadios y machacas que tocan en cualquier antro. Desde su incubación en las plantas siderúrgicas y fábricas de las Midlands británicas hasta su llegada a los escenarios de festivales de todo el mundo, pasando por su presencia en las habitaciones de adolescentes o en las cenizas de iglesias noruegas carbonizadas, el heavy metal ha dejado huella en todos los rincones del mundo.

El heavy metal puede parecer intimidante para los no iniciados y, si bien es el hábitat natural de maleantes e inadaptados, gente que vive al margen de la sociedad, también consigue ser una subcultura democrática que tiene los pies en el suelo y recibe con los brazos abiertos a todo el mundo. El amplio paraguas del término heavy metal engloba a bandas de gran éxito que actúan en estadios, como Iron Maiden, pero también a habitantes de los suburbios más extremos del metal como Deiphago o Revenge, nihilistas y underground de verdad.

En su vertiente más populista, el heavy llega a todo el mundo. Uno de mis recuerdos preferidos de los veinte años que llevo como jeviata fue presenciar cómo Metallica convertía a la causa del heavy metal a miles de festivaleros en Glastonbury. Era la primera vez que asistía: hasta entonces me había resistido al influjo de ese festival sin apenas esfuerzo, ya que tenía entendido que solo era una sombra comercial de su antiguo yo contracultural. Me divertía la idea de que un grupo de thrash metal9 fuera cabeza de cartel en vez del típico grupo de indie pop desustanciado. Y Metallica fue la puta caña. Bueno, a las personas que tenía a mi alrededor les incomodó un poco que me desgañitara gritando “¡MUERE, MUERE, MUERE!” y también les desconcertó mi continuo headbanging, pero después de su frenética actuación, se creó un ambiente increíble, una especie de comunión colectiva. Pijipis con rastas y garrulos puestos de eme, codo a codo con novatos con los ojos como platos e indies que iban de superiores: todos disfrutaban de modo visceral del PUTO HEAVY METAL. Un grupo que —incluso ahora— abandera la escena alternativa del heavy metal extremo se había metido en el bolsillo al público más mainstream de todos. No hay duda de que el metal es para las masas.

En los últimos tres años he representado mi espectáculo de humor La historia del heavy metal por Andrew O’Neill ante una gran variedad de públicos: desde metaleros adolescentes del Download Festival a sesudos espectadores de teatro del festival Fringe de Edimburgo, pasando por auditorios escandinavos especializados en “comedia y heavy metal”.

Esta es una historia para todos, y este libro me ha brindado la oportunidad de añadirle más sustancia y profundizar aún más en la historia de la música, la subcultura y los personajes que le dieron forma.

Antes de que nos zambullamos de cabeza en el negro reino del caos que es la historia del heavy metal, probablemente debería definir qué es (y, aún más importante, qué no lo es). Las fronteras del heavy llevan las cicatrices de ese tipo de guerra interminable que aparece en la historia “Genesis of the Daleks” de Doctor Who. Día y noche se libran batallas por todo el mundo para defender si tal o cual grupo es heavy o no: en conciertos, garitos de rock y, con mayor vehemencia, en ese devastado erial que es la sección de comentarios de cualquier página de Internet.

Tomemos, por ejemplo, las sabias palabras de “Blackadder367”, aparecidas bajo el vídeo oficial de “Ace of Spades”:

A las discográficas no les importas tú, ni Motörhead ni nadie. Solo quieren sacar probecho (sic). Dejar que te coman el coco sobre los tipos de músicas (sic) o lo que sea es un desastre. Lo hacen por propaganda, para vender más y controlar el mercado. [sic. Evidentemente. El énfasis es mío.]

Para ser justos con Blackadder367 (y con sus 366 antepasados), Lemmy repudió la etiqueta heavy metal hasta el final de sus días y afirmaba que Motörhead era “un grupo de rock’n’roll, como los Beatles” (menuda gilipollez). Sin embargo, es cierto que cuando se empezó a usar el término heavy metal, este tenía connotaciones peyorativas. Se utilizaba a modo de crítica, y esas asociaciones negativas hicieron mella en los grupos clásicos. Incluso Lars Ulrich de Metallica pasó por una fase en la que decía hard rock en vez de heavy metal en las entrevistas. “No hay adultos en el hard rock”, le dijo una vez a Jools Holland. Colega, que llevas la palabra metal EN EL NOMBRE DE TU GRUPO. Tenía el ojo puesto en las ganancias: no quería dejar al margen a un público potencial de pago por las connotaciones toscas que pudiera tener el heavy metal. Juntarse con Guns N’ Roses y U2 en vez de con Slayer o Exodus le estaba friendo claramente las putas neuronas.

Esta necesidad de escapar de las supuestas limitaciones del heavy metal se describe con maestría en la soberbia comedia televisiva Bad News:

Vim: Creo que estás enfocando las cosas mal desde el principio, porque básicamente… no somos un grupo heavy. Esto… somos más sutiles. ¿A que sí, Colin?

Colin: ¿Qué?

Vim: Que nosotros somos más sutiles.

Colin: Sí, somos sutiles, pero… básicamente somos heavies, ¿no?

Spider: Sí, Colin tiene razón, Den. ¡Si grabáramos un disco sería tan heavy que petaríamos el tocadiscos!

Vim: Ya, ya, pero lo que yo digo es que… no somos un simple grupo de heavy.

Den (indignado): ¡Y yo que pensaba que éramos un grupo de heavy metal!

Vim: A ver, ya sé que tenemos raíces heavies y tal… pero lo que quiero decir es que intentamos progresar y romper barreras.

Den: ¿Ah, sí?

Vim: Sí. [Una hora y media después.]

Vim: ¡Oye, que no somos el típico grupo heavy de mierda!

[Den aparca la furgoneta.] Den: No pienso moverme de aquí hasta que Alan diga que somos un grupo de heavy metal.

Por supuesto, esta triple negación del heavy metal antes de que cante el gallo es un anatema para sus seguidores. No solo nos enorgullecemos de que nos guste el heavy, sino de ser heavies. El metal no solo es un género musical: es una subcultura, una manera de entender la vida. Una forma de ser. El heavy metal tiene su propio código de vestimenta; seleccionado cuidadosamente de la cultura motera, del punk, del fetichismo, de los excedentes de ropa militar o de los vikingos, resume todo aquello en lo que se ha inspirado.

Pero no todos los seguidores del heavy tienen esta actitud. Se puede amar el heavy metal y vestir como —dilo bajito— una persona “normal”. ¿Pero por qué coño querrías hacer eso? Si a mí me dan la opción de vestir como un tío de un anuncio de Topman o como Erik de Watain, me quedo con el segundo, gracias. Desde que Judas Priest se animó con el rollo motero gay, la vestimenta ha sido una parte esencial de la subcultura heavy.

Llegamos en este punto a una extraña paradoja: mientras algunos grupos siguen rehuyendo esta etiqueta y parte de los seguidores del género piensa que el tema de la ropa es un poco patético, la cultura hetero ha robado una y otra vez los tropos de la indumentaria heavy y ha intentado ponerlos de moda.

Cada dos años, alguna estrella del pop o presentador idiota de televisión comete una atrocidad; ya sea David Beckham poniéndose una camiseta de Exodus, Kanye West llevando una de Megadeth o el gilipuertas ese de los Jonas Brothers calzándose una chupa de cuero y tocando el peor solo de guitarra imaginable en los premios de la música country.

Es una sutil apropiación cultural. Un intento de aprovecharse del rollo alternativo del heavy. Una gilipollez, vaya.

Hace años trabajé en la tienda de una asociación de estudiantes. Uno de mis clientes habituales solía llevar una camiseta con la imagen de Ozzy Osbourne y la palabra METAL en una fuente germánica. Me di cuenta de que no hacía “el saludo”,a pesar de que yo siempre estaba escuchando heavy en la radio, tenía el pelo largo (como ahora, obviamente) y llevaba una camiseta enorme de Marduk día sí y día también. Así que le pregunté en plan colega: “Eh, tío, ¿qué grupos de heavy te molan?”. “Ah, no —me contestó—, no me gusta el heavy.” Después de aquella respuesta se me empezó a nublar la vista y oí una vocecilla apenas audible que me decía: “Me gusta la camiseta y ya está” antes de que todo se fundiera a negro y perdiera el conocimiento con una especie de zumbido en los oídos.

Nos parece muy raro que “ellos” se apropien de algo que no nos ha dado credibilidad ni relevancia cultural y que a veces nos cuesta alguna que otra paliza. El heavy se protege frente a lo no heavy porque siempre hemos sido nosotros los rechazados. Rara vez es nuestra elección. El heavy disfruta de su condición de ser el caballo perdedor. Y por eso nos divierte (y a veces, nos ofende) que el poder cultural dominante intente apropiárselo. Porque —y esto es clave— no nos vestimos así para ser distintos a los demás. Lo hacemos para ser iguales que nuestros héroes y amigos heavies. Es tanto un símbolo de pertenencia como un acto de rechazo. Es una expresión de lo que somos, más que una afirmación de lo que no somos.

Los idiotas suelen confundir la clasificación de algo como heavy con una especie de validación. Hay muchos grupos de heavy malísimos y otros muchos grupos geniales que no lo son. Pasa lo mismo cuando alguien dice que si algo no le hace reír, no es una comedia. En vez de decir “esta comedia es una mierda”, dicen que no es una comedia. Sucede igual con el arte. O con el sexo. ¿Qué?

En el heavy se ha ido produciendo un aumento de la intensidad del sonido que afecta a estas categorías. Si echamos la vista atrás, quizá nos demos cuenta de que el uso que se les daba al principio a los términos heavy metal o death metal no encaja con el sonido de los pioneros del género, después de que haya habido grupos que conscientemente han elegido este género y lo han desarrollado. Musicalmente hablando, un grupo como Aborted tiene muy poco en común con otro como Possessed, pero ambos son death metal. Si no se tiene en cuenta la evolución que ha experimentado el género entre uno y otro es difícil reconocer que, sin la influencia del primero, el segundo probablemente no habría existido.

Por este motivo, los requisitos de pertenencia al género del heavy metal han cambiado considerablemente con el paso del tiempo. En su momento, Led Zeppelin era visto como un grupo heavy metal. Pero después de que Judas Priest y la nueva ola del heavy metal británico desarrollaran el género y le dieran su personalidad característica, Led Zeppelin ya no encajaba tan fácilmente en él. Para mí, son un grupo con una fuerte predilección por el blues, y no son heavies.

A principios de los setenta, el término se utilizaba a diestro y siniestro.16 Aerosmith, Alice Cooper, AC/DC, Queen e incluso Grand Funk Railroad eran considerados grupos de heavy metal.

Y la razón de todo esto es muy sencilla. En sus inicios, el heavy metal no existía como género. Los grupos de heavy iban por libre. Eran pioneros en un Salvaje Oeste musical.

Hoy en día tenemos la suerte de contar con un amplísimo abanico de revistas heavies especializadas como Kerrang!, Metal Hammer, Terrorizer, Zero Tolerance o Decibel, además de sitios web como Blabbermouth o Metal Sucks, por lo que es fácil olvidar que, hasta finales de los ochenta, los grupos de heavy metal competían con los de pop y rock por aparecer en la prensa musical generalista. El periódico musical británico Sounds desempeñó un papel importantísimo en la consolidación de una escena musical propia para el heavy. Su cobertura de la nueva ola del heavy metal británico o NWOBHM afianzó el movimiento, y su suplemento heavy Kerrang! se independizó y sigue en plena forma en la actualidad, mientras que Rolling Stone, NME e incluso Smash Hits dedicaban espacio a grupos de heavy durante los primeros años de existencia del género. Así que, cuando se decía que un grupo era heavy, se hacía desde la ignorancia, desde FUERA, no desde una posición de reivindicación del género. Del mismo modo que hay periodistas ignorantes que creen que Slayer son un grupo de death metal y merluzos que opinan que Iron Maiden son thrash, casi todo el mundo decía que Aerosmith era un grupo heavy, y de heavy no tiene nada. Pero nada de nada.

Esto me recuerda a un monólogo humorístico de Liam Mullone en el que contaba que la comunidad LGTB de su zona no se creía que su sobrino fuera gay.

La comunidad gay de Melton Mowbray dijo que no era gay de verdad porque no estaba comprometido con la causa. Caramba, qué estrictos se habían vuelto…

Cuando yo iba al colegio, llevar una fiambrera de color azul cielo era prueba más que suficiente para ganarse ese título y mantenerlo durante los siguientes dieciocho años…

No fue hasta mediados de los setenta cuando Judas Priest empezó a aceptar la etiqueta de heavy metal y a abandonar la influencia del blues que unía con un cordón umbilical a los grupos pioneros del género con el sonido del rock and roll de los sesenta.

Echando la vista atrás, parece que hay una marcada división entre aquellos grupos que son indudablemente heavy metal, como Black Sabbath, Judas Priest, Slayer o Cannibal Corpse, y las bandas más suaves y melódicas, menos lúgubres o agresivas como UFO, Alice Cooper y me atrevería a decir que Deep Purple o Led Zeppelin. Con esto no niego la increíble influencia que tuvieron. Y si bien el término protoheavy resulta útil para definir a grupos como Cream, precursores que influyeron en el género, creo que necesitamos otra etiqueta para aquellos grupos considerados como heavy metal entonces, pero no ahora. ¿Hard rock de segunda? ¿Submetal? ¿Light heavy?

A principios de los ochenta, el heavy metal se subdividió como una ameba en diversos subgéneros. Los friquis del heavy ya pueden ponerse a discutir a gusto sobre aspectos todavía más específicos. Vale, puede que un grupo sea heavy metal, ¿pero es black metal? ¿Thrash metal? ¿Death metal? ¿Doom? ¿Crossover? ¿Power metal? ¿Grindcore? ¿El grindcore es también heavy metal? ¿Quién eres tú y por qué estás haciéndome todas estas preguntas?

A su vez, todos esos subgéneros se volvieron a dividir. Sí, el grupo es heavy metal; sí, también es death metal pero, ¿es brutal death metal? ¿Death metal técnico? ¿Death metal melódico? ¿Death metal sueco? ¿Blackened death metal? ¿Death-thrash? El nivel de detalle es prácticamente fractal.

En el fondo, las etiquetas no son importantes. El mapa no es el territorio. Existen a modo de guía descriptiva, pero los límites entre los géneros siempre son porosos. El acento nacional no existe, cada país tiene dialectos que van cambiando según la zona. Los dialectos fronterizos suenan como una mezcla de los acentos de ambos países. Eso se debe a que las fronteras nacionales son una creación artificial del hombre. El acento de Liverpool es una mezcla entre el del norte de Gales y el de Mánchester. El dialecto alsaciano es medio francés, medio alemán.

Un sencillo modo de definir el límite es aclarar lo que NO ES heavy.

Aquí tienes una práctica lista recortable. Llévala en la cartera y utilízala cuando necesites argumentos en una discusión.

COSAS QUE NO SON HEAVY METAL

(a) Cualquier álbum que salió antes de Black Sabbath de Black Sabbath

(b) Lo gótico (c) Guns N’ Roses

(d) El espectáculo Stomp20

(e) Some Kind of Monster

(f ) Prodigy a finales de los noventa

(g) El punk

(h) Nickelback

(i) Tu grupo

Por el contrario, aquí tienes una lista de cosas que sí son heavy metal y que ni siquiera son música:

(a) Los tanques

(b) Satán

(c) El headbanging

(d) El vaquero

e) El cuero

(f ) Las armas de asedio

(g) Las cabras

(h) Las calaveras

(i) Birmingham

(j) Tu madre

Aunque hay cosas que son góticas y también heavies:

Este relato sobre el heavy metal es muy personal y dogmático. Es un tema amplísimo y podrían escribirse libros enteros sobre cada uno de los grupos mencionados en este libro. De modo que trazar una cronología histórica no es ni más ni menos que editar. Cualquier grupo clave podría sustituirse por otro. Este libro no tiene intención de ser exhaustivo; es mi historia del heavy metal. Y espero que os mole.

Nuestro gusto musical suele sustentarse en decisiones arbitrarias que tomamos durante la adolescencia, basadas normal HEAVY METAL GÓTICO IGLESIAS VIEJAS EN RUINAS mente en aquello que escuchan nuestros amigos y hermanos mayores. Y a partir de aquí surge una especie de sesgo confirmatorio. En este libro he intentado mirar con algo de objetividad cosas que me parecen una mierda pero, aun así, seguro que voy a ofenderte. Por favor, no acabes cayendo en que soy yo el que se equivoca. No pierdas de vista que las opiniones son subjetivas.

Y que quien se equivoca eres tú.

Andrew O’Neill. Foto: Blackie Books

Andrew O’Neill: es un humorista anarquista y vegano, con tatuajes de Dr. Who y melenas heavy metal, que a veces se trasviste en escena. No engaña a nadie, porque desde pequeño lo tuvo claro. Nació en Portsmouth en septiembre de 1979, creció en un suburbio londinense y a los diez años ya ofreció su primera actuación cómica. Debutó en el circuito de stand-up en el Laughing Horse, en Candem. Desde entonces ha disfrutado del circuito de clubes de comedia, teatros y festivales musicales en todo el mundo. También es guitarrista de la banda steampunk The Men That Will Not Be Blamed For Nothing. Y escribe libros definitivos, aplaudidos por grandes gurús como Alan Moore, que recogen su visión enciclopédica y apasionada del heavy metal.

LECTURAS | ¿Eres infeliz en una habitación llena de libros?

sábado, junio 30th, 2018

¿Se puede ser infeliz en una habitación llena de libros? Un libro dedicado a los lectores que no creen que los libros sean intocables “No lean libros solo porque sientan que “deben hacerlo”. Lean simplemente porque no pueden evitarlo”

Ciudad de México, 30 de junio (SinEmbargo).- Te dijeron que no podías subrayar ni doblar las páginas de los libros. Te dijeron que tenías que leer un clásico del siglo XVIII a los doce años. Te dijeron que eso que leías por las noches era basura. Te dijeron que nunca podías dejar un libro a medias. Te dijeron que los lectores son buenas personas. Te dijeron que ya nadie lee como antes. Te dijeron que los libros te harían amar la vida.

Y tú no puedes evitar leer. Pero quizá lo haces boli en mano y en pijama, quizás has conocido a grandes lectores que eran malas personas y quizá tu vida te parece aburrida comparada con tus novelas favoritas.

Un ensayo esencial: Contra la lectura. Foto: Especial

 Fragmento de Contra la lectura, de Mikita Brottman, con autorización de Blackie Books

Introducción

Vaya, vaya, el cerebro educado y los libros grandes

y ni por ésas sabemos, vaya, vaya,

por qué viene sin rabo

la sencilla cobaya.

Hilaire Belloc, Más bestias (para niños peores) (1897)

“El vicio solitario”, suponiendo que no estéis familiarizados con la frase, es tal vez el eufemismo victoriano más conocido para la masturbación, una actividad que por aquel entonces tenía la consideración general de ser la causante no solo de deterioro físico y colapso mental en esta vida, sino de una condena eterna en la siguiente.

Este libro trata un vicio solitario distinto: el acto de leer.

Aunque en un principio no parezca evidente, las dos actividades —masturbarse y leer— tienen mucho en común. Ambas suelen llevarse a cabo a solas y en privado, a menudo en la cama y por la noche, antes de dormir. Ambas se disfrutan más en el tiempo libre, puesto que tienden a consumir toda nuestra atención. Ninguna puede realizarse de manera precipitada y las dos implican actos de la imaginación y la fantasía. Ambas pueden llegar a ser tan excitantes que hay quien se vuelve adicto a ellas y, como ocurre con todas las adicciones, pueden ser difíciles de dejar. Ambas pueden convertirse en costumbres de por vida, que se iniciaron en la primera infancia y continuaron hasta una edad bien avanzada. Ambas son hábitos que algunas personas descubren por sí mismas y a otras se les dan a conocer, normalmente en el colegio. Ambas se ven alentadas por la soledad, sobre todo si sois de los que os mandaban demasiado temprano a la cama.

Antes del siglo XX existía la creencia generalizada de que los efectos de la masturbación eran perjudiciales hasta tal punto que se consideraba un hábito muy peligroso y, si no se interrumpía su práctica, podría ser causa de toda clase de sufrimientos futuros. Hoy en día, muchas personas consideran el “autoerotismo” como la mejor forma de conocer su cuerpo y sus respuestas sexuales, y lo recomiendan encarecidamente como modo de reducir las tensiones emocionales y físicas: un mensaje que aparece enfatizado en libros como Los placeres del autoerotismo, de Edward L. Rowan, Masturbation as a Means of Achieving Sexual Health, de Walter O. Bockting y Eli Coleman, y Sexo para uno: el placer del autoerotismo, de Betty Dodson. De hecho, los sexólogos Masters y Johnson sugieren que no nos “amamos lo suficiente a nosotros mismos” y dejamos que nuestra culpabilidad vestigial y nuestro miedo nos impidan llegar a conocer nuestros cuerpos de una manera que resulta esencial para nuestro bienestar sexual. ¿Y qué pasa con la lectura?

No es tan diferente como cabría pensar. Lo creamos o no, antiguamente se consideraba que leer era un vicio peligroso, aunque ahora sea —según proclama cierto eslogan— “lo que hace grande a América”. Otras campañas para la promoción de libros buscan persuadirnos de que leer es sexi (“¡Que te pillen leyendo!”), radical (“Leer te cambia la vida”), te hace estar a la (“Sé tú mism@”), atlético (“Los campeones leen”), viril y productivo (“Lee y crece”) y, por supuesto, es algo “básico y divertido”.

Esta fe en el poder curativo de la literatura es tan imposible de ignorar, y se da tan por sentada, que es difícil creer que tales supuestos hayan surgido solo en los últimos cincuenta años, tras la aparición y el desarrollo del resto de actividades de ocio que ahora compiten por nuestro tiempo y que hacen que, en comparación con ellos, la lectura parezca pintoresca y anticuada: la televisión por cable, internet, los dispositivos electrónicos, los teléfonos móviles y los videojuegos. Y aun así, tal y como han demostrado los historiadores de la alfabetización de masas, no hace tanto tiempo nuestra fe indiscriminada en el acto de leer hubiera parecido gloriosamente demente. Si bien el analfabetismo es igual de peligroso que la ignorancia sexual, en ambos casos debe abogarse por la moderación.

No son pocos los que todavía se pronuncian contra la masturbación, pero ¿quién en nuestros días tiene algo que decir contra la lectura? Al contrario, todos los meses parece haber una nueva movilización lectora, desde la campaña “Book it!” de Pizza Hut y el programa “America Reads Challenge” a la cruzada “Building a Nation of Readers” puesta en marcha por la Biblioteca del Congreso, el programa “READ*WRITE*NOW” de la Iniciativa Estadounidense para la Lectura y la Escritura, y la campaña “Placaje a la lectura” de USA Football. Hace algunos años, en un evidente intento de estimular su decreciente tasa de alfabetización, Baltimore —donde vivo— se promocionó como “La ciudad que lee”. Sospecho que el autor del eslogan, el alcalde Kurt Schmoke, tenía la intención de que funcionara como el pensamiento mágico: repitámoslo una y mil veces y puede que termine por cumplirse. Pero el hechizo no fue lo bastante poderoso y, durante el mandato de Schmoke, la tasa de alfabetización de Baltimore continuó descendiendo. Otros eslóganes más recientes son: “Abre un libro, amplía tu mente”, “Los libros son armas”, “Un hogar sin libros es como un árbol sin pájaros”, “Leer importa”, “Deja que los libros te transformen”, “Descubre la alegría de leer” e, incluso, “Las sanciones de la biblioteca son una insignia de honor”.

No me malinterpretéis: adoro Baltimore y comprendo la necesidad imperiosa de luchar contra el analfabetismo. Es lo absurdo de estos eslóganes lo que me molesta, el modo en que dan por sentado el “hecho” de que leer es, por su propia naturaleza, “bueno para ti”. Las campañas parecen insinuar que puede que no sea la manera más emocionante de ocupar tu tiempo libre, pero leer te fortalece, está lleno de nutrientes y será beneficioso a largo plazo, como las espinacas. Por supuesto, la capacidad de leer es vital para cualquiera que desee llevar una vida plenamente operativa, pero no me sorprende que el eslogan contribuyera más bien poco a resolver los problemas de alfabetización de la ciudad. Aunque la capacidad de leer pueda resultar útil, ¿es de verdad la lectura en sí siempre algo positivo? Tomando como referente a la gente que veo en el metro y en los autobuses, los billetes de lotería parecen ser la lectura preferida de los buenos ciudadanos de Baltimore, y la verdad es que no puede decirse que estén teniendo un gran efecto de mejora (a menos que les toque el premio gordo, desde luego). En cualquier caso, ¿quién dice que los lectores prolíficos son necesariamente personas con conciencia cívica? A fin de cuentas, Hitler fue un gran lector, como Unabomber.

Baltimore es solo una de entre tantas otras ciudades que se dedican a promover la literatura. Durante el verano de 2004, el New York Times serializó, al parecer con gran éxito, cuatro novelas (entre las que se incluían El gran Gatsby y Desayuno en Tiffany’s) como parte de una campaña de promoción que recibió el nombre de “Grandes lecturas de verano”. De un modo mucho menos predecible, el 17 de septiembre de 2004, el New York Post, un conocido tabloide, anunció a sus lectores una “promoción de libros” que les permitiría coleccionar una serie compuesta por catorce títulos considerados “Clásicos familiares”. “Creemos que hemos elaborado una colección que sin duda será del agrado de toda la familia”, dijo Col Allen, director del Post. La “promoción” echó a andar con un ejemplar gratuito de Huckleberry Finn, el primer libro de la serie… tras el cual había que pagar 5,99 dólares (más impuestos) para adquirir los libros restantes, el siguiente de los cuales era Moby Dick, que podía conseguirse enviando un cupón del periódico. (“A diferencia de Ahab, el Post facilitará tu cacería de la gran ballena blanca”.)

Tal y como atestiguan esta y otras campañas, es innegable que la literatura está de moda en la actualidad, promovida por programas como One-City-One-Book, grupos de lectura, encuentros literarios y slams de poesía. Con el apoyo y el impulso ofrecidos por célebres amantes de los libros como Laura Bush y Oprah Winfrey, los lectores de hoy tienen un nuevo perfil. Ahora se trata de ser una persona con conciencia cívica, afable con los niños, sensible y considerada. Ser lector, de hecho, implica desplegar tu mejor yo.

Sin embargo, si examinamos más detenidamente la promoción del New York Post, advertiremos que casi todos los “clásicos” de la serie son libros no muy largos, como es el caso de Frankenstein, Alicia en el país de las maravillas o El libro de la selva. Nadie ignora que es posible comprar todos estos libros en internet por un dólar o menos (y, en cualquier caso, ¿cuántos lectores veteranos no poseen ya ejemplares propios?).

Esto sugiere que la oferta no se dirige a quienes habitualmente compran libros, sino a aquellos que consideran que las ediciones encuadernadas añaden un toque de sofisticación al hogar, como los platos y las muñecas de porcelana que se anuncian con regularidad en el mismo periódico. O tal vez la oferta estaba dirigida a padres con hijos en edad escolar, puesto que muchos de los volúmenes parecían estar destinados, por lo menos en apariencia, a un público lector joven, como La máquina del tiempo, El maravilloso mago de Oz o Robinson Crusoe. Quizás el objetivo era conseguir que los hijos leyeran los libros que “tanto habían gustado” a sus progenitores, con el valor añadido de completar la colección con Cuento de Navidad, de Dickens, el 20 de diciembre, justo a tiempo para envolverlo como regalo para las fiestas.

En cualquier caso, tanto el Times como el Post se mostraban ansiosos por subirse al carro de la lectura, por unirse al coro de voces que desde la radio y la televisión clamaba “Salva una vida, lee un libro”, y a los carteles que empapelaban las calles y el metro para recordarnos que “Los libros te hacen mejor persona”, una afirmación que, por cierto, podría resultar difícil de corroborar. Este eslogan fue ridiculizado en un agudo artículo de Cristina Nehring titulado “Books Make You a Boring Person” (‘Los libros te convierten en una persona aburrida’), publicado en el New York Times Book Review el 27 de junio de 2004: “Considerados desde hace mucho tiempo inmunes a las críticas gracias a haber sido superados en número por aficionados al zapping, adictos a internet, forofos de los VHS y otros introvertidos de sofá, los ratones de biblioteca han desarrollado una complacencia pseudomística hacia los beneficios mentales y morales de la lectura —escribe Nehring—. Los libros mantienen a los chicos lejos de la droga. Mantienen a los miembros de las bandas callejeras lejos de la cárcel. Mantienen a los terroristas, al menos hasta donde nosotros sabemos, a raya”.

El artículo de Nehring es satírico, pero creo que se burla de una tendencia real. Todo este empeño en recrearnos sobre hasta qué punto los libros nos hacen mejores ha convertido la propia idea de la “lectura” en positiva en sí misma, junto con reciclar, meditar y reducir el consumo de carbohidratos. En otras palabras, el concepto abstracto de la “lectura”, con independencia de qué se lea, se privilegia por encima de cualquier otro complejo intercambio que se produzca realmente durante el proceso de lectura.

Llegados hasta este punto, es posible que os estéis preguntando: ¿qué tiene de malo la lectura?

Nada, por supuesto. Pero una vez que asignamos un valor intelectual al acto en sí, no solo pasamos por alto la naturaleza del propio texto, sino que convertimos en universal y unidimensional algo que en esencia es un proceso de participación privado. A fin de cuentas, leemos por muchos motivos, y no todos son obvios ni fáciles de distinguir. En efecto, leemos por placer y conocimiento, pero también por costumbre, por obligación, por necesidad, por pereza y —quizá más a menudo de lo que creemos— sin ningún motivo. Tal vez el miedo a los libros que expresaban las generaciones anteriores no fuera menos supersticioso que la fe que actualmente depositamos en ellos, la cual basa su poder en un brebaje de pensamiento mágico, narcisismo y nostalgia.

La reciente oleada de campañas de promoción de la lectura puede tener distintos orígenes, entre los que destacan: (a) la eficiente promoción de las bibliotecas, en especial las infantiles, la llevada a cabo por la Fundación Laura Bush; (b) los resultados, anunciados a bombo y platillo, de la encuesta realizada en 2002 por la Asociación Nacional de Educación (NEA, por sus siglas en inglés), que informaban de que la lectura se encuentra en Estados Unidos ante “un drástico descenso”, y (c) los temores sobre el impacto de internet. Estos tres puntos, arraigados en supuestos culturales aceptados de manera general sobre el funcionamiento de las cosas, se entrelazan para crear un relato tan “obvio” que simplemente “lo damos por hecho”, es “de sentido común”: internet es el responsable del descenso nacional de los índices de alfabetización entre los jóvenes, una cuestión a la que la Fundación Laura Bush trata de enfrentarse.

A la gente siempre le ha preocupado la capacidad de las nuevas tecnologías —ya sea la radio, la televisión o los videojuegos— para frenar la alfabetización e internet no es diferente a ellas salvo en un aspecto. Mientras que la televisión y la radio han demostrado tener una conexión real con el descenso de las tasas de alfabetización, internet, en lugar de ahogar la cultura del libro, ha contribuido en realidad a aumentar la base de lectores mediante la total democratización del mercado de los libros de segunda mano. A pesar de que a menudo se acusa a Amazon y a eBay de hacer quebrar a librerías pequeñas e independientes, lo cierto es que ha sucedido justo lo contrario, si incluimos a los que venden libros usados. Amazon y eBay permiten, a cualquiera que disponga de conexión a internet, comprar y vender libros usados por una fracción de su precio de coste, y este acceso instantáneo a lectores de todo el mundo ha salvado de la quiebra a innumerables libreros. Con tan solo unos cuantos clics podemos encargar una copia decente de casi cualquier libro impreso (y muchos de ellos ya descatalogados) y recibirla en casa, generalmente por un precio inferior a los diez dólares, y es posible publicar muchos libros, que de otra manera no estarían disponibles, a un precio mucho más económico, bajo demanda y en tiradas cortas a partir del texto almacenado en una base de datos. Aunque creo que es cierto que Amazon ha cambiado por completo el aspecto del mercado y ha dejado sin negocio a muchas tiendas físicas, algo que es obviamente negativo, también ofrece la oportunidad de vender libros que ya se han leído, de conseguir con facilidad ediciones antiguas 21 o raras que de otro modo serían casi imposibles de encontrar y permite que los libros usados circulen más que nunca. Es evidente que Amazon tiene sus defectos, pero no es el responsable de que la gente lea menos o de que la disponibilidad de libros sea menor.

La extendida y general suposición de que hay un declive de la alfabetización no resiste un examen más profundo. Lo cierto es que actualmente se están publicando en Estados Unidos más libros que en cualquier otro periodo de la historia. En 2002, por ejemplo —año en que la NEA realizó su encuesta “La lectura está en peligro” —, la producción total de nuevos títulos y ediciones rondó los 150.000. Esto significa que cada día se publicaron alrededor de 500 libros, contando fines de semana y festivos; muchísimos más de los que cualquier persona podría leer a lo largo de toda su vida. Alrededor de la mitad de estos libros son novelas, de las cuales el autor y crítico John Sutherland, en su libro How to Read a Novel: A User’s Guide (‘Cómo leer una novela’, 2006), ha calculado que se publican más de 2.000 cada semana o 100.000 al año. “Tomando como referencia una semana con cuarenta horas de lectura, cuarenta y seis semanas por año de actividad y tres horas por novela, necesitaríamos 163 vidas para leerlas todas”, concluye Sutherland. Teniendo en cuenta estas cifras, creo que la importancia de la lectura (por no hablar de la escritura) está muy sobrevalorada, y a lo que en realidad deberíamos prestar atención, en un mercado abarrotado y ahíto de libros, no es a la muerte de la lectura, sino a la muerte del criterio. Es relativamente fácil adquirir el hábito de la lectura; es mucho más difícil llegar a ser un lector exigente y con criterio.

De hecho, la idea misma de que los libros deban procurar algún tipo de satisfacción ha suscitado una enorme preocupación entre muchos grandes pensadores, desde Montaigne en el siglo XVI a Samuel Johnson en el XVIII o a Hazlitt y Emerson en el XIX, épocas todas ellas en las que la Iglesia desaprobaba la lectura (así como la masturbación), considerada una distracción seglar. En determinadas épocas y entre los menos puritanos, la lectura, al igual que sucedía con otros placeres mundanos, se toleraba con moderación, siempre que el material de lectura tuviera una “estética moral”: es decir, siempre que su principal propósito fuera enseñar, dirigir, condenar e inspirar al lector.

En efecto, durante gran parte de nuestra historia, más que “hacer de ti una mejor persona”, la lectura se veía a priori como algo “perjudicial para ti”. Y no es difícil entender el porqué. Los primeros manuscritos no religiosos, elaborados muchos años antes de la aparición de la alfabetización general (y a menudo fruto de la labor de alquimistas y magos), debieron de resultar sospechosamente crípticos para los no lectores normales y corrientes y respetuosos de la ley, quienes debían imaginarse a aquellos practicantes de la bibliomancia sentados en silencio con sus tomos repletos de hechizos, símbolos y fórmulas, y es probable que se preguntaran a qué diantres se dedicaban para tener la necesidad de esconderse del mundo, de la gente honesta y decente que no se servía de códigos ni cifrados.

Antiguamente llegó a creerse que los libros tenían poderes ocultos, que podían embrujarte. Uno de los primeros tipos de libro fue el grimorio, un volumen mágico de hechizos considerado tan peligroso que aquel que lo leyera en voz alta (y ésta era la única clase de lectura que existía) quedaría enredado en sus palabras como una mosca en una telaraña. Para revertir el hechizo era necesario leer las palabras al revés hasta llegar al lugar donde se hubiese comenzado. Se consideraba que los libros eran depositarios de símbolos mágicos que, al ser recitados de una manera determinada, podían liberar fuerzas ocultas o emplazar a los muertos. Las creencias relativas a la palabra escrita suponen algunas de las supersticiones más comunes y antiguas, y hoy en día gozan de más actualidad que nunca, aunque parecen tener efectos opuestos. Ahora, en vez de embrujarnos o maldecirnos, envolvernos, intoxicarnos o absorbernos hasta tal extremo que nunca seríamos capaces de tener experiencias o ideas propias, los libros poseen el poder de salvar vidas, convertirnos en mejores personas y más interesantes, librarnos de la pobreza, alegrarnos, conducirnos al éxito y ofrecernos un futuro próspero.

EL PARAÍSO PERDIDO

Pensaréis entonces que los sabios han debido respaldar la lectura siempre. Pues os equivocáis. Platón excluyó a los poetas de su República ideal tras haber sido contagiado de los miedos de Sócrates, quien, en sus diálogos, afirmaba que los libros son un impedimento para el verdadero aprendizaje. Los consideraba recursos artificiales para la memoria y el conocimiento, como si fuesen pósits o apuntes sacados de “El rincón del vago” (útiles quizá para recordar cosas, pero nada que resultara útil de verdad a un auténtico sabio). Los libros, según Sócrates, solo pueden refrescar la memoria a las personas sobre cosas que ya saben; el verdadero conocimiento se adquiere a través de la experiencia, no de la letra muerta. Platón transmitió estas ideas a sus propios discípulos, al igual que hizo Teofrasto, quien señaló que los libros eran particularmente peligrosos para el sexo débil. Afirmaba que solo debía enseñarse a las mujeres lo necesario para conducir una buena administración del hogar, porque cualquier conocimiento adicional conllevaría el peligro de convertirlas en unas chismosas perezosas y peleonas,

Mikita Brottman. Foto: Blackie Books

Mikita Brottman (Sheffield, 1966) es una académica peculiar, erudita pero personalísima. Tiene un doctorado en Lengua y Literatura inglesa en Oxford y ha impartido clases en diversas universidades europeas y estadounidenses. Su principal campo de investigación es cierta pulsión patológica que rodea a la cultura contemporánea. Escribe sobre todo ello en diversos medios, tanto generalistas como alternativos, desde Los Angeles Times o The Huffington Post hasta publicaciones underground. Ha publicado libros de culto como Meat is Murder o Hollywood Hex, pero es Contra la lectura, publicado bajo el título The Solitary Vice (Counterpoint, 2008) el que fue seleccionado por Publishers Weekly como uno de los libros del año.

LECTURAS | “Prohibido nacer”, de Trevor Noah

sábado, abril 14th, 2018

Mi madre me quería tanto, que tuvo que tirarme de un coche en marcha para que huyera. Mi padre me quería tanto, que cuando paseaba conmigo lo hacía por la vereda de enfrente, sin mirarme. Mi padre era suizo, muy blanco. Mi madre era xhosa, muy negra. Y, según las leyes del apartheid, por ser de razas distintas tenían prohibido hacer el amor. Pero al parecer lo hicieron… porque nací yo. Lo peor que podía haber hecho.

Ciudad de México, 14 de abril (SinEmbargo).- La infancia del cómico que creció en los barrios más marginales de la Sudáfrica del apartheid y que se ha convertido en la nueva estrella de la comedia política estadounidense.

Una lectura inolvidable que coincide con el 25 aniversario del apartheid sudafricano y el centenario del nacimiento de Nelson Mandela.

Las memorias del año las consideró el New York Times. Foto: Especial

Fragmento del libro Prohibido nacer, de Trevor Noah, con cortesía de Blackie Books

1.Corre

A veces en las grandes producciones de Hollywood se ven esas descabelladas persecuciones de coches en las que alguien salta o es empujado de un vehículo en marcha. La persona en cuestión cae al suelo y rueda un poco hasta que por fin se detiene, se levanta de un salto y se sacude el polvo de encima como si no hubiera pasado nada. Cada vez que veo una escena así, pienso: Venga ya. Que te tiren de un coche en marcha duele mucho más.

Yo tenía nueve años cuando mi madre me tiró de un vehículo en marcha. Fue un domingo. Sé que era domingo porque volvíamos de la iglesia a casa, y durante toda mi infancia fui a misa los domingos. No faltábamos nunca. Mi madre era —y sigue siendo— una mujer profundamente religiosa. Muy cristiana. Como todos los pueblos indígenas del mundo, los negros de Sudáfrica adoptamos la religión de nuestros colonizadores. Cuando digo “adoptamos”, quiero decir que nos fue impuesta. El hombre blanco era bastante duro con los nativos. “Necesitáis rezar a Jesús”, les decía. “Jesús os salvará.” A lo cual el nativo replicaba: “Claro que necesitamos que alguien nos salve, pero que nos salve de vosotros, aunque esa es otra cuestión. Así que, en fin, a ver qué tal el Jesús este”.

Toda mi familia era religiosa, pero mientras que mi madre era superforofa de Jesús, mi abuela equilibraba su fe cristiana con las creencias tradicionales xhosa con las que había crecido y se comunicaba con los espíritus de nuestros antepasados. Durante mucho tiempo yo no entendí por qué tanta gente negra había abandonado su fe indígena para adoptar el cristianismo. Pero cuanto más íbamos a la iglesia y más tiempo pasaba yo sentado en aquellos bancos, más cosas aprendía sobre cómo funciona el cristianismo: si eres nativo americano y rezas a los lobos, eres un salvaje. Si eres africano y rezas a tus antepasados, eres un primitivo. Pero cuando la gente blanca reza a un tipo que convierte el agua en vino, pues mira, eso es sentido común.

De pequeño iba a la iglesia, o a alguna de sus actividades, al menos cuatro noches por semana. Los martes por la noche tocaba plegaria. Los miércoles, estudio de la Biblia. Los jueves, Iglesia Juvenil. Los viernes y los sábados los teníamos libres (¡a pecar!). Y los domingos íbamos a la iglesia. A tres iglesias, para ser exactos. La razón de que fuéramos a tres iglesias distintas era que mi madre decía que cada una le proporcionaba algo diferente. La primera ofrecía alabanzas jubilosas al Señor. La segunda, un análisis profundo de las Escrituras, algo que a mi madre le encantaba. La tercera, pasión y catarsis. En esta última realmente sentías que tenías al Espíritu Santo dentro. Y mientras íbamos de una iglesia a otra, de forma casual y sin proponérmelo, empecé a darme cuenta de que cada una de ellas tenía una composición racial distinta: la iglesia jubilosa era mixta. La iglesia analítica era blanca. Y la iglesia apasionada y catártica era la negra.

Alcance mediático del libro de Trevor Noah. Foto: Blackie Books

La iglesia mixta, la Rhema Bible Church, era una de esas megaiglesias enormes y supermodernas de los barrios residenciales. El pastor, Ray McCauley, era un exculturista de sonrisa enorme y personalidad de cheerleader. Ray había quedado tercero en el certamen de Míster Universo de 1974. Aquel año el ganador fue Arnold Schwarzenegger. Cada semana se esforzaba al máximo para que Jesús molara. Había gradas tipo estadio y una banda de rock que tocaba los temas más recientes del pop cristiano contemporáneo. Todo el mundo cantaba, y si no te sabías la letra no pasaba nada, porque aparecía escrita allí arriba, en el Jumbotron. Era un karaoke cristiano, básicamente. Siempre me lo pasaba bomba en la iglesia mixta.

La iglesia blanca era la Rosebank Union de Sandton, una zona muy blanca y adinerada de Johannesburgo. Me encantaba la iglesia blanca porque no me hacían ir a misa. A misa iba mi madre y yo me quedaba en el espacio reservado para la catequesis de los jóvenes. En catequesis leíamos historias muy chulas. Noé y el Diluvio era una de mis favoritas, obviamente; me llegaba a un nivel muy íntimo. Pero también me encantaba la historia de cuando Moisés separó las aguas del Mar Rojo, y la de David y Goliat y la de cuando Jesús echó a palos del templo a los mercaderes.

Crecí en un hogar que tenía muy poco contacto con la cultura popular. En casa de mi madre estaba prohibido escuchar a los Boyz II Men. ¿Canciones sobre un tipo que se pasaba toda la noche ligándose a una chica? No, no, no. Prohibido. Los demás chavales de la escuela cantaban “End of the Road” y yo no me enteraba de nada. Había oído hablar de los Boyz II Men, claro, pero la verdad es que no tenía ni idea de quiénes eran. Las únicas canciones que me sabía eran las de la iglesia: canciones elevadas y edificantes que alababan a Jesús. Lo mismo pasaba con el cine. Mi madre no quería que me contaminaran la mente todas aquellas películas de sexo y violencia; no, ni hablar. Así que mi película de acción era la Biblia. Mi superhéroe, Sansón. Era mi He-Man. ¿Un tipo que mataba a mil personas a golpes con la quijada de un burro? Menudo jefazo. Al final llegabas a Pablo y sus cartas a los Efesios y la trama se perdía, pero el Antiguo Testamento y los Evangelios… Podía citar cualquier pasaje, incluyendo capítulo y versículo. En la iglesia blanca se celebraban competiciones y concursos relacionados con la Biblia cada semana, y yo ganaba a todo el mundo de calle.

Luego estaba la iglesia negra. Siempre se estaba celebrando algún servicio religioso negro en alguna parte, y nosotros íbamos a todos. En el municipio segregado solían instalar carpas y los celebraban al aire libre, al estilo evangelista. Normalmente íbamos a la iglesia de mi abuela, una congregación metodista a la vieja usanza: quinientas abuelitas africanas con blusas blancas y azules, las Biblias bien agarradas y asándose pacientemente bajo el tórrido sol africano. Ir a la iglesia negra era duro, no voy a mentir. No había aire acondicionado. La letra de las canciones no aparecía en el Jumbotron. Y los servicios no se terminaban nunca, duraban tres o cuatro horas como mínimo, lo cual me confundía, porque en la iglesia blanca no pasaban de una hora; entrabas, salías y gracias por venir. Pero en la iglesia negra me tiraba una eternidad allí sentado, intentando entender por qué el tiempo avanzaba tan despacio. ¿Acaso es posible que el tiempo se detenga? Y si es posible, ¿por qué se detiene en la iglesia de los negros y no en la de los blancos? Al final decidí que los negros necesitábamos más tiempo con Jesús porque sufríamos más. «Vengo a aprovisionarme de bendiciones para toda la semana», solía decir mi madre. Cuanto más tiempo pasáramos en la iglesia, pensaba ella, más bendiciones acumularíamos, como si aquello fuera una tarjeta de puntos de Starbucks.

Encuentro de Trevor Noah con Barack Obama. Foto: Blackie Books

La iglesia negra se fundamentaba en la gracia redentora. Si era capaz de aguantar hasta la tercera o cuarta hora del servicio podía ver al pastor expulsar demonios de la gente. Los feligreses poseídos por demonios echaban a correr por los pasillos como dementes, gritando en lenguas extrañas. Los ujieres los reducían a la fuerza, como si fueran matones de discoteca, y los inmovilizaban para que el pastor pudiera hacer su trabajo. El pastor les agarraba la cabeza y se la sacudía violentamente de un lado a otro, gritándoles: «¡Yo expulso a este espíritu en el nombre de Jesús!». Había pastores más violentos que otros, pero lo que todos tenían en común era que no paraban hasta que el demonio se marchaba y el feligrés afectado se quedaba inerte y desmayado sobre el escenario. Porque el endemoniado en cuestión tenía que caerse al suelo. Si no se caía, quería decir que el demonio era poderoso y que el pastor necesitaba atacarlo con más fuerza. Podías ser un defensa de la Liga de Fútbol Americano que daba igual. El pastor tenía que derribarte. Dios bendito, qué divertido era aquello.

Karaoke cristiano, relatos de acción protagonizados por tipos malos y curanderos violentos inspirados por la gracia divina: caray, me encantaba la iglesia. Lo que no me gustaba era el viaje a la iglesia. Nos dejábamos la piel para llegar hasta allí. Vivíamos en Eden Park, un pequeño barrio residencial muy a las afueras de Johannesburgo. Tardábamos una hora en llegar a la iglesia de los blancos, cuarenta y cinco minutos más en llegar a la mixta y otros cuarenta y cinco hasta Soweto, que era donde estaba la iglesia de los negros. Y luego, por si eso fuera poco, algunos domingos volvíamos a la iglesia blanca para el servicio especial vespertino. Cuando por fin llegábamos a casa por la noche, yo me desplomaba en la cama.

Aquel domingo en concreto, el domingo en que mi madre me tiró de un vehículo en marcha, empezó como cualquier otro domingo. Mi madre me despertó y me hizo gachas para desayunar. Yo me bañé mientras ella vestía a mi hermanito Andrew, que por entonces tenía nueve meses. Luego salimos al aparcamiento, nos montamos en el coche y, cuando ya teníamos los cinturones de seguridad puestos y estábamos listos para irnos, el coche no quiso arrancar. Mi madre tenía un Volkswagen escarabajo viejísimo y hecho polvo, de color mandarina intenso, que había comprado por cuatro duros. Y la razón de que lo hubiera comprado por cuatro duros era que siempre estaba averiado. Todavía hoy sigo odiando los coches de segunda mano. Casi todas las cosas que han salido mal en mi vida han tenido en su origen un coche de segunda mano. Por culpa de un coche de segunda mano acababa castigado en la escuela por llegar tarde. Por culpa de un coche de segunda mano nos quedábamos tirados y teníamos que hacer autoestop en el arcén de la autopista. Un coche de segunda mano fue también el culpable de que mi madre se casara. De no haber sido por aquel Volkswagen que nunca funcionaba, no habríamos tenido que recurrir al mecánico que se convirtió en el marido que se convirtió en el padrastro que se convirtió en el hombre que nos torturó durante años y que le disparó en la nuca a mi madre. Qué queréis que os diga, yo prefiero coches nuevos y con garantía.

Por mucho que me encantara la iglesia, la idea de pegarnos una paliza de nueve horas, de la iglesia mixta a la blanca, después a la negra y luego otra vez a la blanca, se me hacía un mundo. Ir en coche ya era bastante suplicio, pero coger el transporte público significaba que el viaje iba a ser el doble de largo y el doble de duro. Cuando el Volkswagen se negó a arrancar, recé para mis adentros: Por favor, di que nos quedamos en casa. Por favor, di que nos quedamos en casa. Por fin levanté la vista, vi la mirada de determinación de mi madre y su mentón apretado con firmeza y supe que me esperaba un día muy largo.

—Ven —me dijo—. Vamos a coger los minibuses.

Todo lo que mi madre tenía de religiosa lo tenía de testaruda. En cuanto tomaba una decisión, ya no había nada que hacer. Y los obstáculos que habrían hecho cambiar de planes a una persona normal, como por ejemplo que se averiara el coche, solamente reforzaban su determinación de seguir adelante.

—Es el diablo —dijo, refiriéndose al hecho de que el coche no arrancara—. El diablo no quiere que vayamos a la iglesia. Y por eso mismo tenemos que coger los minibuses.

Siempre que me las tenía que ver con la testarudez religiosa de mi madre, yo intentaba, con todo el respeto posible, contraponer otro punto de vista:

—O bien —señalé—, el Señor sabe que hoy no deberíamos ir a la iglesia y por eso se ha asegurado de que el coche no arrancara, para que nos quedemos en casa en familia y nos tomemos un día de descanso, porque hasta el mismísimo Señor descansó.

—Ah, esas son palabras del diablo, Trevor.

—No, porque Jesús controla las cosas, y si Jesús controla las cosas y nosotros rezamos a Jesús, él tendría que permitir que el coche arrancara, pero no lo ha permitido, por tanto…

El recuerdo de una madre excepcional. Foto: Blackie Books

—¡No, Trevor! A veces Jesús te pone obstáculos en el camino para ver si los superas. Como a Job. Esto podría ser una prueba.

—¡Ah! Sí, mamá. Pero la prueba podría consistir en ver si estamos dispuestos a aceptar lo que ha pasado y quedarnos en casa y alabar a Jesús por su sabiduría.

—No. Esas son las palabras del diablo. Ve a cambiarte de ropa.

—¡Pero mamá!

—¡Trevor! ¡Sun’qhela!

Sun’qhela es una expresión con infinidad de matices. Significa «no me contradigas», «no me subestimes», «ponme a prueba». Es orden y a la vez amenaza. Es algo que los padres y madres xhosa les dicen habitualmente a sus hijos. Siempre que la oía, sabía que la conversación se había terminado y que, si me atrevía a añadir una palabra más, me caería una tunda.

Por aquel entonces yo iba a la Maryvale College, una escuela católica privada. Todos los años, ganaba la carrera del Día de los Deportes de la Maryvale, y mi madre siempre se llevaba el trofeo de la categoría de las madres. ¿Y por qué? Pues porque ella siempre me estaba persiguiendo para arrearme y yo siempre estaba corriendo para que no me arreara. A correr no nos ganaba nadie. Mi madre no era de las que dicen: «verás la que te va a caer». Mi madre no avisaba. Y también le gustaba tirar cosas. Cualquier cosa que tuviera a mano se convertía en un proyectil. Si era algo frágil, a mí me tocaba atraparlo al vuelo y dejarlo en un sitio seguro. Porque, si se rompía, también era culpa mía, y entonces la tunda era mucho peor. Si ella me tiraba un jarrón, yo tenía que cazarlo al vuelo, dejarlo en una mesa y luego echar a correr. En una fracción de segundo, tenía que pensar: ¿Es valioso? Sí. ¿Es frágil? Sí. Pues cógelo, déjalo en algún sitio y corre.

Mi madre y yo teníamos una relación muy de Tom y Jerry. Ella imponía la disciplina más estricta y yo me portaba mal de narices. Ella me mandaba a la tienda y yo no volvía directamente a casa porque me gastaba el cambio de la leche y del pan en las máquinas de videojuegos del supermercado. Me encantaban los videojuegos. Era un as del Street Fighter. Una sola partida me duraba horas. Metía una moneda, el tiempo volaba y antes de que pudiera darme cuenta ya tenía a una mujer detrás de mí con un cinturón en la mano. Y empezaba la carrera. Yo salía corriendo por la puerta y me alejaba por las calles polvorientas de Eden Park, saltando tapias y gateando por los jardines de las casas. Se había convertido en una escena normal en nuestro vecindario. Todo el mundo lo sabía: primero pasaba aquel crío, Trevor, como alma que lleva el diablo, y detrás de él aparecía Patricia. Mi madre era capaz de correr como una bala con tacones altos, pero si lo que quería era perseguirme en serio, tenía un truco para quitarse los zapatos sin aminorar la velocidad. Un movimiento de tobillo, los zapatos salían volando y ella ni siquiera perdía el paso. Era entonces cuando yo me decía a mí mismo: Atención, que está en modo turbo.

De pequeño mi madre siempre me pillaba, pero a medida que fui creciendo me fui volviendo más rápido, y cuando a ella le empezó a fallar la velocidad tuvo que recurrir al ingenio. Si yo estaba a punto de escabullirme, ella gritaba: «¡Alto, ladrón!». Le hacía aquello a su propio hijo. En Sudáfrica nadie se mete en los asuntos de nadie a menos que haya un linchamiento, en cuyo caso todo el mundo quiere participar. Así que ella gritaba “¡Ladrón!” sabiendo que eso pondría al vecindario entero en mi contra, y que empezarían a aparecer desconocidos intentando agarrarme y derribarme, y entonces a mí me tocaba esquivarlos y escabullirme también de ellos, al tiempo que gritaba: “¡No soy ningún ladrón! ¡Soy su hijo!”.

Lo último que me apetecía hacer aquel domingo por la mañana era subirme a un minibús abarrotado de gente, pero en cuanto oí que mi madre decía sun’qhela supe que mi destino estaba sellado. Ella cogió en brazos a Andrew, nos bajamos del Volkswagen y esperamos en la calle a ver si alguien nos llevaba hasta la parada.

Yo tenía cinco años, casi seis, cuando Nelson Mandela salió de la cárcel. Recuerdo que lo vi por televisión y que todo el mundo estaba feliz. Yo no sabía por qué estábamos tan contentos; solo sabía que lo estábamos. Era consciente de que había una cosa llamada apartheid que se había terminado y que eso era muy importante, pero no entendía los entresijos del asunto.

Lo que sí recuerdo y no olvidaré nunca es la violencia que se desató a continuación. El triunfo de la democracia sobre el apartheid se denomina a veces la Revolución Sin Sangre. Y se llama así porque durante la revolución en sí se derramó muy poca sangre blanca. Fue la sangre negra la que bañó las calles.

Al caer el régimen del apartheid, supimos que quien iba a gobernar a continuación era el hombre negro. Pero la cuestión era: ¿qué hombre negro? Estallaron violentos enfrentamientos entre el Partido de la Libertad Inkatha y el Congreso Nacional Africano. La dinámica política entre estos dos grupos era muy complicada, pero la forma más simple de entenderla era como una guerra en representación de los zulús y los xhosa. El partido Inkatha era de mayoría zulú, muy militante y muy nacionalista. El CNA era una amplia coalición que abarcaba a muchas tribus distintas, pero por entonces sus líderes eran mayoritariamente xhosa. El apartheid había supuesto un paréntesis en la guerra entre los zulús y los xhosa. Habían llegado invasores extranjeros en forma de hombre blanco y eso había dado a ambos bandos un enemigo común al que combatir. Después, en el momento en el que ese enemigo desapareció, fue como: “A ver, ¿por dónde íbamos? Ah, sí”. Y salieron a relucir los cuchillos. En vez de unirse por la paz, se volvieron los unos contra los otros y empezaron a cometer actos de salvajismo increíbles. Estallaron disturbios masivos. Murieron miles de personas. Las ejecuciones con neumáticos empapados de gasolina eran habituales. La gente inmovilizaba a la víctima contra el suelo y le rodeaba el torso con un neumático, atenazándole los brazos. Luego lo rociaban de gasolina, le prendían fuego y lo quemaban vivo. Los partidarios del CNA se lo hacían a los del Partido Inkatha. Los del Partido Inkatha a los del CNA. Un día, de camino a la escuela, vi uno de aquellos cuerpos carbonizados. Por las noches, mi madre y yo encendíamos nuestro pequeño televisor en blanco y negro y veíamos las noticias. Una docena de personas muertas. Cincuenta personas muertas. Cien personas muertas.

Eden Park estaba cerca de los gigantescos municipios segregados de East Rand, Thokoza y Katlehong, que eran escenario de algunos de los choques más horribles entre el Inkatha y el CNA. Como mínimo una vez al mes, volvíamos en coche a casa y nos encontrábamos el vecindario en llamas. Cientos de alborotadores en las calles. Mi madre se veía obligada a conducir muy despacio por entre las multitudes, sorteando las barricadas de neumáticos ardiendo. No hay nada que arda como un neumático: sus llamas tienen una furia que cuesta imaginar. Mientras pasábamos en coche junto a las barricadas en llamas, nos daba la sensación de estar dentro de un horno. Yo solía decirle a mi madre: «Creo que Satanás quema neumáticos en el Infierno».

Cada vez que estallaban disturbios, todos nuestros vecinos se enclaustraban sabiamente a cal y canto en sus casas. Pero mi madre no. Ella salía a la calle y, mientras se abría paso lentamente frente a las barricadas, les clavaba la mirada a los alborotadores. Dejadme pasar. Yo no estoy metida en estos rollos. Siempre incólume frente al peligro. Aquello nunca dejó de asombrarme. Daba igual que tuviéramos una guerra frente a la misma puerta de casa. Ella tenía cosas que hacer y sitios a los que ir. Era la misma testarudez que la impulsaba a acudir a la iglesia a pesar de tener el coche averiado. Podía haber quinientos agitadores prendiendo una barricada de neumáticos en la avenida principal de Eden Park, y aun así mi madre me decía: “Vístete. Tengo que ir a trabajar. Y tú tienes que ir a la escuela”.

—Pero ¿no tienes miedo? —le preguntaba yo—. Tú eres una sola y ellos son muchos.

—Cariño, no estoy sola —decía ella—. Tengo a todos los ángeles de Dios conmigo.

—Pues estaría bien que se dejaran ver —le respondía yo—. Porque creo que los alborotadores no saben que están ahí.

Ella me decía que no me preocupara. Y siempre volvía a la frase que inspiraba su vida. «Si Dios está conmigo, ¿quién puede estar en contra de mí?» Jamás tuvo miedo. Ni siquiera cuando debería haberlo tenido.

El domingo aquel que se nos estropeó el coche, hicimos nuestro circuito de las iglesias y terminamos como de costumbre en la iglesia de los blancos. Cuando salimos de la Rosebank Union ya había anochecido y estábamos solos. Había sido un día interminable de viajes en minibús, de la iglesia mixta a la negra, de la negra a la blanca, y yo estaba agotado. Eran como mínimo las nueve de la noche. Por aquella época, con toda la violencia y los disturbios que había, no convenía estar fuera de casa tan tarde. Estábamos plantados en la esquina de la Avenida Jellicoe con Oxford Road, en el corazón mismo de la zona residencial blanca y rica de Johannesburgo, y no pasaba ni un minibús. Las calles estaban vacías.

Yo me moría de ganas de mirar a mi madre y decirle: «¿Lo ves? Por esto quería Dios que nos quedáramos en casa». Pero un solo vistazo a la expresión de su cara me dio a entender que era mejor no decir nada. Había veces en que yo podía ser descarado con mi madre, pero esa no era una de ellas.

Esperamos y esperamos a que viniera un minibús. Durante el apartheid el gobierno no ofrecía transporte público para los negros, pero aun así la gente blanca necesitaba que fuéramos a fregarles los suelos y limpiarles los cuartos de baño. Y como la necesidad es la madre de la invención, los negros habían creado su propia red de transporte, una red informal de autobuses gestionada por empresas privadas que operaban al margen de la ley. Como el negocio de los minibuses carecía por completo de regulación, era básicamente crimen organizado. Cada grupo gestionaba una ruta distinta, y se peleaban por quién controlaba cuál. Había sobornos, situaciones turbias por doquier y violencia a mansalva, y se pagaba un montón de dinero a cambio de protección y para evitar la violencia. Lo único que no se podía hacer era robarle una ruta a un grupo rival. A los conductores que robaban rutas los mataban. Y por el hecho de no estar regulados, los minibuses también eran muy poco de fiar. Venían cuando venían. Y cuando no venían, no venían.

Yo me estaba quedando literalmente dormido de pie frente a la iglesia Rosebank Union. No había ni un solo minibús a la vista. Al final mi madre dijo: “Vamos a hacer dedo”. Caminamos y caminamos y al cabo de lo que nos pareció una eternidad, un coche pasó a nuestro lado y se detuvo. El conductor se ofreció a llevarnos y subimos. No habíamos avanzado ni tres metros cuando de pronto un minibús viró delante de nosotros y le cortó el paso al coche.

El conductor del minibús salió con una iwisa en la mano, un arma tradicional zulú de gran tamaño: un garrote de guerra, vaya. Los zulús los usaban para romper cráneos. Otro tipo, su compinche, bajó por la otra portezuela. Se acercaron a nuestro coche por el lado del conductor, agarraron al hombre que se había ofrecido a llevarnos, lo sacaron a rastras del vehículo y se pusieron a darle garrotazos en la cabeza. “¿Por qué nos robas a los clientes? ¿Por qué andas recogiendo a gente?”

Parecía que iban a matarlo. Yo sabía que a veces pasaba. Mi madre intervino.

—Eh, escuchad. Solamente estaba ayudándome. Dejadlo. Iremos con vosotros. Eso era justo lo que queríamos. —Así que salimos del coche y nos metimos en el minibús.

Éramos los únicos pasajeros. Además de por ser gánsteres violentos, los conductores de minibuses sudafricanos son famosos por quejarse ante los pasajeros y soltarles arengas mientras conducen. Y aquel conductor estaba particularmente furioso. Durante el trayecto se puso a sermonear a mi madre por meterse en un coche con un hombre que no era su marido. Mi madre no aguantaba a los desconocidos que le daban sermones, así que le dijo que se ocupara de sus asuntos. Pero cuando el otro la oyó hablarnos en xhosa, aquello realmente lo sacó de sus casillas. Los estereotipos sobre las mujeres zulú y xhosa estaban tan arraigados como los de los hombres. Las mujeres zulú eran obedientes y se portaban bien. Las mujeres xhosa eran promiscuas e infieles. Y allí estaba mi madre, su enemiga tribal, una mujer xhosa sola con dos niños pequeños; y encima uno de ellos mestizo. No solamente era una puta, sino también una puta que se acostaba con blancos.

—Ah, eres una xhosa —dijo él—. Eso lo explica todo. Subiéndote a coches de desconocidos. Qué asco de mujer.

Mi madre no paraba de reprenderle y él no paraba de insultarla y de gritar desde el asiento del conductor, meneando el dedo por el retrovisor y poniéndose cada vez más amenazador, hasta que por fin dijo:

—Ese es el problema de las mujeres xhosa. Que sois todas putas; y esta noche vas a aprender la lección.

Pisó el acelerador. Empezó a conducir muy rápido, frenando solo un poco en los cruces para ver si venían coches antes de pasar a toda pastilla. En aquella época, la muerte no era algo que le quedara lejos a nadie. Llegados a ese punto, podían violar a mi madre. O podían matarnos a los tres. Todas ellas eran opciones viables. Yo no entendía del todo el peligro que corríamos en aquel momento; estaba tan cansado que solo quería dormir. Y además, mi madre mantenía la calma por completo. Y como a ella no le entraba el pánico, a mí tampoco se me pasó por la cabeza asustarme. Mi madre seguía tratando de razonar con el conductor.

—Perdone si lo hemos molestado, bhuti. Puede usted dejarnos aquí.

—No.

—En serio, no pasa nada. Podemos ir andando…

—No.

Y siguió a toda velocidad por Oxford Road, donde los carriles estaban desiertos y no había nada de tráfico. Yo era el que estaba sentado más cerca de la puerta corredera. Mi madre estaba sentada a mi lado, con el bebé en brazos. Durante un momento se dedicó a ver pasar la calle por la ventanilla; luego se inclinó hacia mí y me susurró:

—Trevor, cuando frenemos en el próximo cruce, voy a abrir la puerta y vamos a saltar.

Yo no oí ni una palabra de lo que me decía porque para entonces ya me había quedado adormilado. Cuando llegamos al siguiente semáforo, el conductor levantó un poco el pie del acelerador para mirar y asegurarse de que no viniera nadie. Mi madre estiró el brazo, abrió la puerta corredera, me agarró y me empujó tan lejos como pudo. A continuación, se encogió en posición fetal con Andrew entre los brazos y saltó detrás de mí.

Fue como un sueño hasta que de golpe sentí el dolor. ¡Bam! Me estampé contra la calzada. Mi madre aterrizó a mi lado y los dos rebotamos y rebotamos y rodamos y rodamos. Yo ya estaba completamente despierto. De medio dormido había pasado a: ¿Qué coño ocurre? Por fin conseguí frenar y me incorporé como pude, completamente desorientado. Miré a mi alrededor y vi a mi madre, que ya estaba de pie. Se volvió para mirarme y me gritó:

—Corre.

Así que corrí, y ella corrió, y nadie corría como mi madre y como yo.

Cuesta explicarlo, pero yo sabía lo que tenía que hacer. Era un instinto animal, propio de un mundo donde la violencia siempre estaba al acecho y a punto de estallar. En los municipios segregados, cuando la policía se te echaba encima con su equipamiento antidisturbios, sus coches blindados y sus helicópteros, yo sabía lo que había que hacer: Corre y ponte a cubierto. Corre y escóndete. Lo sabía desde los cinco años. Si hubiera tenido una infancia distinta, me habría dejado estupefacto que me tiraran de un minibús en marcha. Me habría quedado allí plantado como un tonto, diciendo: “¿Qué está pasando, mamá? ¿Por qué me duelen tanto las piernas”. Pero no fue así, claro. Mi madre me dijo “corre” y yo corrí. Corrí igual que corre la gacela para escaparse del león.

Los hombres detuvieron el minibús, bajaron y trataron de perseguirnos, pero no tenían nada que hacer. Mordieron el polvo. Creo que estaban en shock. Todavía me acuerdo de echar la vista atrás y ver cómo se detenían y abandonaban la persecución con expresión de total perplejidad. ¿Qué acaba de pasar? ¿Quién podía imaginar que una mujer con dos niños pequeños pudiera correr tanto? No sabían que tenían enfrente a los vigentes campeones del Día de los Deportes del Maryvale College. Seguimos corriendo y corriendo hasta que llegamos a una gasolinera abierta las veinticuatro horas y llamamos a la policía. Para entonces los hombres ya se habían esfumado.

Yo había corrido sin parar impulsado por la adrenalina. Seguía sin saber por qué había pasado lo que había pasado. Luego, en cuanto nos detuvimos, fui consciente de lo mucho que me dolía todo. Bajé la vista y me vi los brazos despellejados. Estaba lleno de cortes y sangraba por todos lados. Y mi madre también. Mi hermano pequeño, en cambio, estaba ileso, cosa increíble. Mi madre lo había rodeado con su cuerpo y no había sufrido ni un arañazo. Miré a mi madre, estupefacto.

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué hemos echado a correr?

—¿Cómo que por qué hemos echado a correr? Esos hombres querían matarnos.

—¡No me has dicho nada! ¡Me has tirado del minibús y ya!

—Sí que te lo he dicho. ¿Por qué no has saltado?

—¿Que por qué no he saltado? ¡Pero si estaba dormido!

—¿Y qué iba a hacer, dejarte ahí para que te mataran?

—Por lo menos ellos me habrían despertado antes de matarme.

Y seguimos así un buen rato. Yo estaba demasiado confuso y enfadado por que mi madre me hubiera tirado del autobús en marcha como para ser consciente de lo que había pasado. Mi madre me había salvado la vida.

Mientras recuperábamos el aliento y esperábamos a que llegara la policía y nos llevara a casa, mi madre dijo:

—Bueno, por lo menos estamos a salvo, gracias a Dios.

Pero yo tenía nueve años y empezaba a entender cómo funcionaban las cosas. Y esta vez no pensaba quedarme callado.

—¡No, mamá! ¡Esto no ha sido gracias a Dios! Cuando el coche no ha arrancado, tendrías que haber escuchado a Dios diciéndonos que nos quedáramos en casa, porque está claro que el diablo nos ha engañado para que viniéramos hasta aquí esta noche.

—¡No, Trevor! No es así como trabaja el diablo. Todo esto es parte del plan de Dios, y si Él ha querido que estuviéramos aquí esta noche es porque tiene una buena razón… Y así seguimos, dándole vueltas a lo mismo, discutiendo sobre la voluntad de Dios, hasta que por fin le dije:

—Mira, mamá, ya sé que amas a Jesús, pero quizás la semana que viene le podrías pedir que nos venga a recoger a casa. Porque esta noche no ha sido nada divertida.

A ella se le escapó una sonrisa enorme y se echó a reír. Yo también me eché a reír, y los dos nos quedamos allí, un niño y su madre, con los brazos y las piernas cubiertos de sangre y de mugre, riendo juntos a pesar del dolor, bajo la luz de una gasolinera, en el arcén de la carretera y en plena noche.

Trevor Noah (Johannesburgo, 1984) nació en una familia pobre en la violenta Sudáfrica del apartheid. Hoy es la nueva estrella de la comedia política en los Estados Unidos y el principal azote de Donald Trump.

Las editoriales hacen sus recomendaciones navideñas: ¡A leer!

sábado, diciembre 23rd, 2017

La colega Claudia Marcucetti dice que regalar libros es regalar amor. Es probable. Si usted está haciendo sus paquetes con el último videojuego, con el nuevo teléfono celular, no se olvide de también poner un libro para hacer volar las alas de su hijo o sobrina. Aquí vamos.

Ciudad de México, 23 de diciembre (SinEmbargo).- Hay muchos libros para elegir. Nosotros hemos dejado a las editoriales amigas para que den sus consejos y guiarnos por ese mundo de páginas y letras donde a veces nos sentimos perdidos.

Recomendaciones Navideñas de Blackie Books

Blackie Books. Foto: Especial

Para los amantes de las ciencias

El autor del bestseller El universo en tu mano y uno de los divulgadores del momento vuelve con una aproximación apasionante y accesible a la fórmula matemática más famosa de la ciencia moderna y una de las más importantes y bellas de la historia de la humanidad: E=mc².

Para los que no soportan la vida sin poesía

Al fin, la verdadera Gloria Fuertes: La antología del centenario

Su antología poética más exhaustiva y completa, con más de 300 poemas, varios inéditos. La biografía glorista definitiva: un recorrido por su vida, 80 fotografías nunca reveladas, anécdotas, recortes de prensa, objetos, notas, dibujos…

Para los que se enfrentan a sus demonios con la belleza

Fugas, de James Rhodes

Este libro no va de ser feliz. Nunca, ni tú ni yo, seremos plenamente felices. Pero intentarlo puede ser algo maravilloso.

El autor del gran éxito Instrumental vuelve con un nuevo libro, donde recoge su experiencia a lo largo de una gira de conciertos, de hoteles y de soledad mientras está rodeado de gente.

Para los que gustan de conocer otros lares

El profesor Alastair Bonnett firma este manual de geografía de territorios ignotos y sin cartografiar, Fuera del mapa. Bonnett se sirve de todos estos espacios perdidos, ciudades invisibles, islas olvidadas y parajes salvajes para darnos una clase magistral de todo lo que estos enclaves pueden explicarnos sobre el mundo en el que vivimos y que todavía no conocemos.

Para los que piensan que ser inocente no es ser ingenuo

Margarita Dolcevita es una chica imaginativa, inocente (pero nada ingenua), idealista e inolvidable. Su vida dará un vuelco con la aparición de unos nuevos vecinos… Una obra maestra del reputadísimo Stefano Benni que ha vendido más de 400.000 ejemplares en Italia.

Para los que gestionan su economía

Kakebo: El libro japonés de las cuentas en casa. Una edición muy especial, ilustrada especialmente para la ocasión por Olga Capdevila, que incluye más contenidos mes a mes: consejos, trucos, tablas y un nuevo diseño más intuitivo y ordenado.

Una Navidad sin historias no es Navidad, dice Penguin Random House

Para quienes se sienten incomprendidos:

Mil veces hasta siempre, de John Green

En su nueva y esperada novela, John Green, el premiado autor de Bajo la misma estrella y Buscando a Alaska, nos cuenta la historia de Aza con una claridad desgarradora e inquebrantable. Una brillante historia sobre el amor, la resiliencia y el poder de la amistad para toda la vida.

Para quienes sueñan con una sociedad más incluyente

Extraordinario, de R. J. Palacio

Una historia deliciosa, sencilla y amable que ilustra la importancia de la diversidad y la importancia de aceptar a los demás tal como son.

Su cara lo hace distinto y él sólo quiere ser uno más. Aunque siempre trata de esconder su rostro, es objeto de miradas, susurros y reacciones de asombro. August sale poco, su vida transcurre entre las acogedoras paredes de su casa, en compañía de su familia, su perra Daisy y las increíbles historias de La guerra de las galaxias. Este año todo va a cambiar, porque va a ir por primera vez a la escuela.

Para quienes necesitan una buena dosis de empoderamiento femenino

Las niñas son guerreras, de Irene Cívico y Sergio Parra

Aunque no lo parezca, la historia está plagada de niñas guerreras que lograron cosas increíbles, pero que por el hecho de ser mujeres no tuvieron el reconocimiento que merecían. ¡Y esto hay que arreglarlo ya!

Hemos reunido aquí las vidas alucinantes de 27 superguerreras, desde Mary Shelley hasta Lady Gaga, pasando por Ada Byron, Marie Curie, Virginia Woolf, Coco Chanel, Agatha Christie, Frida Kahlo, Simone de Beauvoir, Rosa Parks, Audrey Hepburn, Jane Goodall, Malala y muchas más.

Para quienes vieron “La liga de la justicia” y se quedaron con ganas de más

Wonder Woman: Warbringer, de Leigh Bardugo

Diana está destinada a convertirse en una de las heroínas más poderosas del planeta, pero para ello debe demostrar a su familia que es digna de ser una princesa Amazona.

Cuando por fin le llega la oportunidad de demostrarlo, Diana lo echa todo a perder para salvar a una simple humana: Alia Keralis.

Foto: Especial

Para quienes están a la espera de la nueva gran saga juvenil

El libro de la oscuridad, de Philip Pullman

Philip Pullman regresa al mundo de La Materia Oscura con esta maravillosa primera entrega de su nueva serie.

Malcolm Polstead, un joven adolescente de once años, y su daimonion Asta viven con sus padres muy cerca de Oxford. Al otro lado del río Támesis (en el que Malcolm navega habitualmente utilizando su amada canoa, un bote con el nombre de La Bella Salvaje) está la abadía de Godstow, habitada por las monjas de la región. Malcolm descubrirá que ellas tienen un huésped muy especial, una niña con el nombre de Lyra Belacqua.

Para quienes atesoran los clásicos

Peter Pan, de J. M. Barrie y Juan Gedovius

Vuela con la magia de las hadas en este viaje al País de Nunca Jamás, donde te aguardan bellas sirenas, una tribu piel roja y feroces piratas al mando del temible capitán Garfio.

Había una y otra y otra vez… un niño perdido que no recordaba nada de su pasado y no quería saber detalle alguno de su familia, prefería olvidarlo todo, dedicarse a hacer lo que quisiera y a ser exactamente como él mismo: Peter Pan, siempre niño aventurero y fabuloso espadachín que nunca perdía el estilo.

Para quienes aman la cultura japonesa

Princesa de otoño, niño dragón, de Lian Hearn

Shikanoko ha sido humillado por el fracaso, y su destino, alguna vez diáfano, se ha empañado…

La princesa de otoño y aquel chico consagrado para convertirse en el verdadero emperador ahora son fugitivos en el bosque, están solos y desprotegidos. En la cabaña del hechicero de la montaña ha nacido una nueva generación de Pobladores Antiguos, la Tribu Araña, no precisamente humana ni del todo demoniaca, y alcanzan la madurez rápidamente. Uno de los clanes en pugna por el poder emprende la retirada, pero el otro se ha adueñado de la capital, y los desastres naturales continúan la debacle.

Foto: Especial

Para quienes buscan recuperarse de una pérdida

¿Estamos okey?, de Nina LaCour

Una chica huye del dolor por haber perdido a su madre, pero pronto descubrirá que no hay lugar a dónde escapar mientras tu alma siga rota.

Marin no ha vuelto a hablar con nadie de su antigua vida desde el día que decidió dejar todo atrás. Nadie sabe la verdad sobre aquellas semanas finales. Ni siquiera su mejor amiga, Mabel. Pero incluso estando a miles de kilómetros lejos de la costa de California, en una universidad de Nueva York, Marin sigue sintiendo el tirón de la vida y la tragedia de las que ha tratado de huir.

Para quienes llevan un fan de Pokémon dentro

Guía visual del mundo Pokémon

La guía oficial sobre la historia de Pokémon, la mejor referencia para saberlo todo acerca de tus monstruos favoritos.

Completamente actualizada y repleta de ilustraciones y todo tipo de detalles sobre Pokémon, esta fascinante guía recoge entre sus páginas los quince años de historia del universo de la saga más famosa de las últimas décadas. Cada página viene repleta de ilustraciones y detalles sobre Pokémon, imágenes de la serie de TV, información sobre los juegos e incluso un montón de anécdotas divertidas del universo Pokémon.

Foto: Especial

Para quienes creen que la resolución de un misterio es esencial en una historia

Uno de nosotros miente, de Karen McManus

Un lunes por la tarde, cinco estudiantes fueron castigados: Bronwyn, LA CEREBRITO, tiene en la mira entrar a Yale, así que nunca rompe las reglas. Addy, LA BONITA, es la imagen perfecta de la reina del baile. Nate, EL RUDO, está en libertad condicional después de un proceso por tráfico de drogas. Cooper, EL ATLETA, es el pitcher estrella del equipo de beisbol. Y Simon, EL INADAPTADO, creador de la famosa app de chismes de la prepa Bayview.

Horas más tarde, sólo cuatro salieron de aquel salón: antes de que terminara el castigo, Simon ya estaba muerto.

Foto: Especial

Para quienes han sido juzgados, injustamente, por la sociedad

Una de esas chicas, de Sara Zarr

“Tenía trece años cuando mi padre me pilló con Tommy Webber. Eran las once de un martes por la noche, y estábamos en el asiento trasero del Buick de Tommy, que habíamos aparcado junto al viejo restaurante Chart House de Montara. Tommy tenía diecisiete años y, en teoría, era amigo de mi hermano, Darren. Yo no estaba enamorada de él. Ni siquiera creo que me gustara.”

Años después, todavía tratando de superar el estigma de ser “una de esas chicas”, Deanna Lambert sueña con escapar de una vida definida por su pasado.

Para quienes una historia sin acción y aventura no vale la pena

Máquinas mortales, de Philip Reeve

Un futuro donde las máquinas son instrumentos de poder y la tecnología es la religión.

Londres está en movimiento. Su presa podrías ser tú… Londres es una ciudad sobre ruedas: una ciudad como nunca habías visto. Tras la terrible Guerra de los Sesenta Minutos, las ciudades que sobrevivieron al apocalipsis se convirtieron en depredadoras, persiguiendo a ciudades menores y alimentándose de ellas. Londres es una de ellas y se encuentra a la caza de una pequeña urbe, cuando Tom se topa con una joven asesina.

Creemos en los libros, dice Planeta y también nosotros. Foto: Especial

Recomendaciones Navideñas de Editorial Planeta

LOS DE CAJÓN

¡Con estos títulos siempre quedarás bien!

Los de cajón. Foto: Especial

El libro ilustrado para conmemorar el aniversario de Cien años de soledad. México Bizarro, el gran libro escrito por Julio Patán y Alejandro Rosas. ¡Dan Brown en Origen! Un libro de amor, a cargo de Diana Andrade.

JUVENIL

Porque a cualquier edad #CreemosEnLosLibros

Para los más chicos, ávidos lectores. Foto: Especial

Los libros para los más chicos y ávidos lectores. Desde Miss Peregrine, que la puedes ver también en el cine, hasta Persona normal, un libro exitoso de Benito Taibo.

INFANTILES

Con estos libros harás feliz a los más pequeños

Foto: Especial

Desde Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes hasta el éxito de Disney, Coco, hay libros para los más pequeñitos de la casa. Sólo hay que elegir.

LAS RECOMENDACIONES DE ALMADÍA

La editorial Almadía, proveniente de Oaxaca, con dirección de Guillermo Quijas, cumplió 12 años, con el fomento a la lectura en Fuente Ventura y participando en las labores de reconstrucción a causa del terremoto en su territorio.

Para la Navidad y el Fin de año, la editorial recomienda el libro Los años noventa fueron mejores, de Sergio González Rodríguez (1950-2017), el periodista sorpresivamente fallecido este año. Con su sobrino como albacea, el autor establece a partir de una conversación con una compañera de trabajo, le fue posible corroborar la teoría del investigador Robert Wright, quien defiende el papel del impulso reproductivo en los distintos intereses amorosos de hombres y mujeres, pero también nos comparte sus memorias de un acercamiento infructuoso con una alumna de la Facultad de Filosofía y Letras o nos cuenta su larga investigación para desentrañar el significado de la expresión“güi-güí”.

Recomendaciones de Almadía. Foto: Especial

También es de lujo el libro Ciudad Fantasma, una antología de relato de la Ciudad de México, con el trabajo de Bernardo Esquinca y Vicente Quirarte. Relatos que te darán escalofríos.

Ericka Martínez, la viuda de Rogelio Naranjo, presenta su libro a lápiz, con diagramación de Alejandro Magallanes: Diario en el diario y el boliviano Maximiliano Barrientos, una gran sorpresa literaria en el continente, muestra En el cuerpo una voz.

Alberto Maguel con Mientras embalo mi biblioteca y un gran homenaje a Rius, su libro póstumo dedicado a Héctor Ramírez Bolaños (un monero oaxaqueño nacido en Tlaxiaco, en 1923). Rius lo rescata en RAM ha vuelto.

Almadía, con muchos títulos para regalar. Foto: Especial

Casasola, luego de enfrentar asesinos de extraña naturaleza y otros peligros fuera de este mundo, se dedica a editar el mensuario
de Museo Nacional de Arte, mientras sostiene una relación con Dafne, una ex teibolera metida a escort, a punto de retirarse. Al mismo tiempo, un libro legendario, creado por Blas Botello, astrólogo de Cortés, pugna por aparecer en el presente: Esa es la sinopsis de Inframundo, la nueva novela de Bernardo Esquinca.

NOVELA GRÁFICA Y OTRAS COSAS EN LA CIFRA EDITORIAL

La Cifra es una editorial mexicana independiente con sede en la Ciudad de México. En nuestras colecciones tienen cabida novelas, cuentos, novela gráfica, ensayo -académico y creativo- sobre estudios del cuerpo, filosofía de la ciencia y teoría literaria. La editorial propone paquetes para regalos, en una iniciativa que mucho agradecerán sobre todo los jóvenes de la casa.

La Cifra editorial, Novela gráfica desde Taiwán. Foto: Especial

Desde Taiwán

¿Me has visto? es una conmovedora historia de un gato, concebida por Kuo Nai-Wen y bellamente ilustrada por Zhou Jian-Xi. Por su parte Al atardecer, de Hsin-Yu Sun, nos lleva en un paseo en bicicleta por las calles de Taiwan mientras observamos a Kiki, una perrita que espera impaciente el regreso de su dueña.

La Novela Gráfica Mexicana en La Cifra Editorial. Foto: Especial

Tres títulos de narrativa gráfica por autores mexicanos. Estas obras son prueba del talento y la diversidad de ilustradores que tratan diferentes temas con particulares estilos. Cinco, de Patricio Betteo, Grito de Victoria, de Augusto Mora y Salón Destino, de Carlos Vélez, integran este genial trío.

Novela Gráfica de Francia en La Cifra Editorial. Foto: Especial

Tres increíbles títulos que demuestran la diversidad en estilos y narrativas de  la tradición  gráfica francesa: Los incrustáceos, de Rita Mercedes, El investigador fantasma de Robin CousinPáginas interiores, de Stephane Courvoisier y Jacky Benetaud.

NOVEDADES | “Margarita Dolcevita”, una novela de Stefano Benni

sábado, diciembre 16th, 2017

Casi medio millón de ejemplares vendidos en Italia. “Una vivísima y furiosa sátira contemporánea donde se mezclan con gran elevación de espíritu la comedia, el realismo mágico y el compromiso político”, ha dicho Jonathan Coe. Stefano Benni llega a Blackie Books con su sátira más rabiosa y divertida del mundo contemporáneo.

Ciudad de México, 16 de diciembre (SinEmbargo).- Margarita Dolcevita es una chica con demasiada imaginación: inventa palabras, recita poemas feos y resuelve problemas adultos con respuestas de niña. Es irónica, pero también pura. Inocente, pero no ingenua. Margarita Dolcevita sabe que su mundo no es perfecto y precisamente por eso le gusta. Porque así puede mejorarlo con sus ideas.

Margarita Dolcevita tiene problemas en una válvula del corazón y corazón para toda su excéntrica familia.

Su vida dará un vuelco cuando los Del Bene, unos nuevos vecinos aparentemente modélicos, pretendan cambiarlo todo.

Margarita Dolcevita, de Stefano Benni. Foto: Especial

Una pequeña obra maestra del reputadísimo autor italiano Stefano Benni.

“Lee este libro: contendrás la respiración mientras lo devoras, cuando no estés riendo a carcajada limpia”, dijo el fallecido Darío Fo.

Stefano Benni. Foto: Blackie and Books

Stefano Benni: Sin duda el escritor vivo más popular de Italia, nació en Bolonia en 1947. Durante su juventud escribió para medios comunistas y dirigió ciclos internacionales de jazz, una de sus grandes pasiones. Poco después creó, junto a Italo Calvino, la Pluriversidad de la imaginación, una escuela de teatro y lectura en vivo que aún recorre Italia. Benni aborda desde la ficción la sátira mordaz de la sociedad italiana, apoyado en fórmulas como la caricatura y la permeabilidad de géneros. Muchos de sus libros se han llevado a la gran pantalla en países vecinos, además de a grandes teatros de todo el mundo.

Recientemente rechazó el prestigioso Premio Nacional Vittorio de Sica en protesta contra los recortes a la cultura y la educación del gobierno de Matteo Renzi. También Margarita Dolcevita, uno de sus personajes más memorables y queridos, se rebela contra las injusticias que la rodean, y acompaña a Benni en la crítica más imaginativa, tierna y sagaz al mundo capitalista y antiecológico.

Los 10 libros que tienes que leer después del sismo

sábado, octubre 7th, 2017

Algunos deben de estar sacando esos libros pendientes, esos volúmenes kilométricos que dijeron “cuando tenga tiempo lo voy a terminar de leer”. Otros quieren absorber un libro por día, para que cuando llegue el próximo terremoto no lo agarren “desleídos”. Lo cierto es que ahora son épocas de volver a sentirnos bien, de completarnos en ese estímulo vital que sólo concluye con la última respiración.

Ciudad de México, 7 de octubre (SinEmbargo).- Ya pasaron 15 días de ese 19 de septiembre, cuando la tierra se abrió en México, dejándonos a todos heridos y mirando para el cielo.

Claro, a muchos de nosotros nos fue relativamente bien: una fisura en la pared del comedor, el susto de ese movimiento por medio del cual ves a tus compañeros como si estuvieras borracha, pensar en todos aquellos seres queridos que no están contigo.

En otras zonas las cosas fueron de mal para peor. Los que perdieron su departamento están hoy contentos porque salvaron su vida. Los que perdieron su existencia, un velo de silencio para recordarlos.

La labor de reconstrucción empieza dentro de poco. Unos cuantos millones para retirar los rezagos y luego comenzar a edificar con mayor precisión, con mejor seguridad.

La reconstrucción de uno mismo llevará también el mismo tiempo. No estará en las estadísticas, pero poco a poco iremos entendiendo que la vida es plena y que nosotros estamos en ella.

La lectura es una buena acompañante. ¿Qué libro leerías después de esos días siniestros?

Aquí elegimos 10, pensando que algunos son de autoayuda, pero serios y que pueden ayudarte a ponerte en el centro. Otros tienen historias edificantes, la de un perro, la una memoria con la madre, la de la visión del futuro, la de una canción como elemento sustancial. Hoy más que nunca necesitamos esas letras que nos ayuden a mirar lo que viene.

Libros para leer acompañado o solo. Foto: Especial

Apegos feroces, de Vivian Gornick (Sexto Piso)

Gornick, una mujer madura, camina con su madre, ya anciana, por las calles de Manhattan y en el transcurso de esos paseos llenos de reproches, de recuerdos y complicidades, va desgranando el relato de la lucha de una hija por encontrar su propio lugar en el mundo. Desde muy temprano, Gornick se ve influenciada por dos modelos femeninos muy distintos: uno, el de su madre; el otro, el de Nettie. Ambas, figuras protagónicas en el mundo plagado de mujeres que es su entorno, representan modelos que la joven Gornick ansía y detesta encarnar y que determinarán su relación con los hombres, el trabajo y otras mujeres durante el resto de su vida.

La razón de estar contigo, de W.Bruce Cameron (rocaeditorial)

Chico es un buen perro. Tras la búsqueda de sus propósitos de vida a través de distintas reencarnaciones, está seguro de haber encontrado una nueva vida que le llena del todo.

Mientras observa con curiosidad a la pequeña Clarity —una bebé que siempre está haciendo peligrosas travesuras—, Chico está convencido de que es la niña ideal para pasar con ella esta nueva etapa.

Cuando Chico reencarna de nuevo, descubre que tiene un nuevo destino. Es feliz por que vuelve a ser adoptado por Clarity ahora una enérgica pero problemática adolescente. Pero cuando de pronto los separan, Chico se preguntará quién se encargará de cuidarla.

The Power, de Naomi Alderman (rocaeditorial)

Un chico en Nigeria filma a una mujer que está siendo atacada en un supermercado. La hija de un criminal del este de Londres ve cómo su madre es asesinada. Una senadora en Nueva Inglaterra se esfuerza por proteger a su hija. Cuatro personajes que sufren las tensiones construidas a través de siglos de desequilibrio y están dispuestos a llegar lejos para establecer un nuevo orden mundial. Cuatro chicas descubren su capacidad de electrocutar con un simple movimiento de sus manos y causar un dolor agonizante, incluso la muerte. Su nuevo poder cambiará el rumbo del mundo. ¿Y si el poder estuviera en manos de las mujeres?

Nos vemos en el cosmos, de Jack Cheng (Nube de Tinta)

Alex es un enamorado del cosmos y de las naves espaciales. Con solo once años, su sueño es emular a Carl Sagan y mandar su iPod al espacio, como su héroe mandó los discos de oro Sonidos de la Tierra a bordo de las naves Voyager en 1977.

De Colorado a Nuevo México y de Las Vegas a L.A., Alex hará grabaciones de la Tierra, su tierra. En su viaje, sin rumbo fijo, se encontrará con gente perdida, divertida y excepcional que de alguna manera lo preparará para enfrentarse a la verdad sobre la muerte de su padre. Alex aprenderá que, a pesar de tener una madre problemática y un hermano casi siempre ausente, su familia está ahí para él, más de lo que pensaba.

El objetivo de Alex era alcanzar el cosmos, pero su destino final será él mismo.

La reconstrucción de uno mismo llevará también el mismo tiempo. Foto: Especial

Esperanza sin optimismo, de Terry Eagleton (Taurus)

En un virtuoso ejercicio de seriedad, humor y síntesis, Terry Eagleton distingue la esperanza del ingenuo y ensimismado optimismo, de la jovialidad, del deseo, del idealismo o de la adhesión a la doctrina del progreso. La industria del pensamiento ha substituido la idea de esperanza por un término menos intrigante y más sencillo de manejar: el optimismo. Un optimismo que no solo aparece en la autoayuda y en la alta filosofía sino que es, para Eagleton, el nervio de la religión dominante en Europa: el cristianismo.

Eagleton propone, en cambio un enfoque de la esperanza que requiere reflexión y compromiso, que surge de la lúcida racionalidad, que debe ser cultivado mediante la práctica y la autodisciplina y que reconoce el fracaso y la derrota pero se niega a capitular ante estos. La esperanza auténtica es indudablemente trágica, “una especie de revolución permanente cuyos enemigos son tanto la complacencia política como la desesperación metafísica”.

El arte de respirar, de Danny Penman (Paidós)

El prestigioso doctor Danny Penman, coautor del éxito internacional Mindfulness, nos ofrece la guía definitiva que nos ayudará a conseguir vivir el mindfulness día a día, liberarnos de las cargas innecesarias y encontrar la paz en un mundo frenético. Solo hay que encontrar un momento para respirar.

Deshágase de la ansiedad, el estrés y la tristeza, amplíe los límites de su mente y dé rienda suelta a su creatividad con unos sencillos ejercicios. Lo único que necesitará es una silla, su cuerpo, algo de aire y su mente. Eso es todo. Con cada pequeño momento mindfulness descubrirá una versión más feliz y sosegada de sí mismo.

¿Los efectos secundarios? Sonreirá más. Se preocupará menos. Vivir será un placer.

Mi concepción del mundo, de Erwin Schrödinger (Tusquets)

Este libro recoge las concepciones filosóficas de uno de los mayores científicos del siglo XX, el creador de la mecánica ondulatoria y uno de los grandes polemistas contra los postulados de la física cuántica. En sus páginas, Schrödinger comenta qué queda de la metafísica tradicional tras la revolución científica occidental y explica de forma accesible sus convicciones acerca de perennes temas filosóficos como la dualidad cuerpo/mente, el problema de la conciencia, la comprensibilidad del mundo por parte del sujeto, la multiplicidad o no de los objetos de la realidad externa y los enigmas que se derivan de la ley moral. Completa este volumen «Mi vida», texto autobiográfico que Schrödinger terminó dos meses antes de morir y que, más que un perfil de su historia, recoge los hechos más determinantes de una existencia dedicada a la ciencia y la comprensión del mundo.

4321, de Paul Auster (Seix Barral)

El único hecho inmutable en la vida de Ferguson es que nació el 3 de marzo de 1947 en Newark, Nueva Jersey. A partir de ese momento, varios caminos se abren ante él y le llevarán a vivir cuatro vidas completamente distintas, a crecer y a explorar de formas diferentes el amor, la amistad, la familia, el arte, la política e incluso la muerte, con algunos de los acontecimientos que han marcado la segunda mitad del siglo xx americano como telón de fondo.

“Siento que he estado preparándome toda la vida para escribir este libro”, reconocía el autor de La trilogía de Nueva York en una entrevista con el director de cine Wim Wenders. Acogida por los medios como “la mejor novela de Auster” (Harper’s Magazine), estamos ante un ejercicio soberbio de precisión narrativa e imaginación, llamado a coronar la carrera literaria de uno de los grandes escritores de nuestra época.

Los libros que nos acompañan en todo momento. Foto: Especial

2023, de The Justified Ancients of Mu Mu (Malpaso Editorial)

2023 no admite clasificaciones, si acaso es un drama costumbrista rayando en lo utópico, ambientado en un futuro no muy lejano, pero concebido y dictado en un pasado cercano.

2023 es un artefacto que se plantea inicialmente como una novela al uso, pero que acaba convirtiéndose en un divertimento que transciende lo narrativo y se torna en una celebración de las andanzas de los dos sociópatas más añorados del indie pop británico. Nos referimos a Bill Drummond y Jimmy Cauty, más conocidos como The KLF o The Justified Ancients of Mu Mu, un duo inefable que decidió desaparecer de la faz de la tierra hará exactamente 23 años el 23 de agosto de 2017.

2023 retrata un mundo que resulta familiar por su pavorosa proximidad y por cuanto tiene, a su vez, de tributo al Orwell más distópico.

Está canción me recuerda a mí, de Joe Pernice (Blackie Books)

Cuando has perdido casi todo, es cuando más encuentras. Incluso lo que no buscabas. Cuando ya ni te reconoces, una canción te recuerda a ti.

Esta novela es una canción de pop perfecta: triste, sentimental, divertida y tremendamente pegadiza. La gran apuesta de ficción de Blackie Books para esta temporada.

Pernice, figura clave del pop independiente estadounidense, ha liderado grupos venerados como Pernice Brothers y colaborado con músicos tan prestigiosos como Norman Blake, de The Teenage Fanclub, a lo largo de sus 25 años de carrera.

NOVEDADES | Las 10 apuestas literarias de este otoño

sábado, septiembre 23rd, 2017

Caen las hojas y caen los libros, y las editoriales hacen una heterogénea lista con las futuras estrellas de su catálogo. ¿Estará aquí nuestro favorito de 2017?

Ciudad de México, 23 de septiembre (SinEmbargo).- El otoño es la época más agradecida para hacer ajuar de novedades literarias. Las editoriales estrenan sus catálogos y los autores dejan pasar el calor para ofrecer sus giras internacionales. De esa hornada suelen salir los libros más interesantes del año, como pasó en 2016 con Las chicas, de Emma Cline, o Los hombres me explican cosas, de Rebecca Solnit.

Es muy difícil atender a todos y cada uno de los títulos que aterrizan en esta rentrée, por eso hemos pedido ayuda a las editoriales en novelas de ficción y no ficción. ¿Qué es lo que llega pisando fuerte del extranjero? ¿Qué título nacional tiene todas las papeletas para triunfar? No es tarea fácil, pero el resultado ha quedado de lo más heterogéneo y sugerente. Hay memorias raciales, premios Pulitzer, la política de Star Wars, comedias, dramas e Historia. ¿Estará aquí nuestro favorito de 2017?

Blackie Books

Born a Crime. Memorias tragicómicas de mi infancia en el apartheid, de Trevor Noah

Trevor es una auténtica celebridad en Estados Unidos, humorista en clave política. Foto: Especial

A veces alarmante, otras triste, otras divertidísimo, este libro ofrece una angustiosa mirada de la vida en la Sudáfrica del apartheid y de los años posteriores a su abolición, todo ello a través del prisma familiar de Noah.

Trevor es una auténtica celebridad en Estados Unidos, humorista en clave política, azote de Donald Trump y la cara más famosa del canal Comedy Central. La editorial ha elegido estas memorias como su gran lanzamiento, ya no solo del otoño, sino del año 2017.

Desde Blackie Books destacan que Born a Crime brinda brillantes anécdotas sobre el absurdo de la vida, pero también afiladísimas fotografías de su paisaje, reflexiones sobre el lenguaje como forma de camuflar la diferencia y, en definitiva, personales reminiscencias de lo que significa ser medio blanco y medio negro en un país donde, solo por nacer, violó un sinfín de leyes, estatutos y regulaciones.

Margarita Dolcevita, de Stefano Benni

Benni es uno de los escritores vivos más famosos de Italia, con una extensísima carrera. Foto: Especial

Benni es uno de los escritores vivos más famosos de Italia, con una extensísima carrera y que nos ha dejado historias maravillosas como esta.

Margarita Dolcevita es una adolescente imaginativa, irónica, llena de inteligencia y un poco inocente (pero nada ingenua). La joven tiene problemas en una válvula del corazón y corazón para toda su excéntrica familia. Su vida dará un vuelco cuando los Del Bene, unos nuevos vecinos aparentemente modélicos, pretendan llegar a su ciudad a cambiarlo todo.

Desde Blackie Books describen Margarita Dolcevita de la misma forma que Jonathan Coe, como una “furiosa sátira contemporánea”, comprometida, política y muy divertida.

Anagrama

La banda de los niños, de Roberto Saviano

Nápoles, hoy, es una ciudad bella y terrible. Foto: Especial

Nápoles, hoy, es una ciudad bella y terrible: es el reino de la camorra y los chicos que crecen allí lo hacen bajo su influjo. Una pandilla formada por diez de ellos se lanza a la conquista de la ciudad: provienen de familias normales, les gusta lucir calzado de marca y tatuarse el símbolo de su banda.

Roberto Saviano resume una vida rota por el éxito en la presentación de La banda de los niños: “De las ciudades veo las comisarías y los hoteles”. La mafia lo condenó a muerte por su libro Gomorra y desde entonces sufre un encarcelamiento, sin muros, pero totalmente privado de libertad.

Su último libro es una denuncia intensa, evocativa y brillante de la situación en la que se encuentran los más jóvenes de las mafias. Anagrama destaca el nuevo título del napolitano como su apuesta imprescindible en la rentrée otoñal.

Caláis, de Emmanuel Carrere

Hasta finales de 2016, Calais fue un topónimo recurrente a causa de la Jungla, un campamento de emigrantes. Foto: Especial

Hasta finales de 2016, Calais fue un topónimo recurrente a causa de la Jungla, un campamento de emigrantes. Carrère llegaba allí para escribir un reportaje con una pregunta: ¿cómo vive la ciudad la aparición del mayor barrio de chabolas de Europa? El hotel de lujo está en la ruina, pero los baratos hacen su agosto alojando a policías, los cafés se llenan de cooperantes de aire cool, de periodistas y famosos que acuden a filmar y denunciar la situación de la Jungla (Cantet, Haneke)… “Calais se ha convertido en un zoo”, dice una lugareña.

Editorial Periférica

El club de los mentirosos, de Mary Karr  

Cuando se publicó en Estados Unidos, este libro fue un éxito arrollador. Foto: Especial

Cuando se publicó en Estados Unidos, este libro fue un éxito arrollador y elevó el arte de la narrativa memorialística a un nivel completamente nuevo.

La tragicómica niñez de la autora en una localidad petrolera de Texas nos presenta a unos personajes fascinantes: un padre bebedor y buen contador de “sucesos”, una hermana que con doce años planta cara al sheriff, una madre con un sinfín de matrimonios a sus espaldas y un pasado “destruido” que conoceremos en este, según su editorial, maravilloso libro.

Será el personaje de la madre, en gran parte, quien se convertirá en la clave de de esta novela autobiográfica mítica en su país y que, adelantan, “también lo será en el nuestro dentro de poco”.

Literatura Random House

El ferrocarril subterráneo, de Colson Whitehead 

El ferrocarril subterráneo, de Colson Whitehead. Foto: Especial

Cora, hija y nieta de esclavos, vive en una plantación algodonera del estado de Georgia, en el sur de Estados Unidos. Se trata de un lugar infernal, en el que crecerá no solo sometida a la crueldad de sus amos, sino también marginada por los otros esclavos de la plantación. Al alcanzar la pubertad, Caesar, otro esclavo recién llegado de Virginia, le descubrirá la existencia del “ferrocarril subterráneo” y le propondrá servirse de él para huir juntos hacia el norte.

Tal y como destacan en Random House, El ferrocarril subterráneo se ha convertido en un acontecimiento literario, que a día de hoy ya ha conmovido a más de 1.000.000 de lectores y le ha merecido los dos premios literarios más importantes de Estados Unidos, el National Book Award y el Pulitzer.

En la literatura, encontramos muchas novelas que ahondan en la esclavitud, pero nadie lo había explorado como Colson Whitehead, que ha escrito una historia que trasciende y consigue la universalidad, mezclando leyenda y realidad, sobre la búsqueda de la libertad y el deseo de escapar al propio destino.

Reservoir Books

Bienvenidos a Occidente, de Moshin Hamid

Es una bella fábula sobre los refugiados contada a partir de la historia de Nadia y Said. Foto: Especial

Es una bella fábula sobre los refugiados contada a partir de la historia de Nadia y Said, dos jóvenes de un lugar indeterminado de Oriente Medio que se conocen en la más adversa de las circunstancias: su país está al borde de la guerra civil.

En medio del laberinto y del caos, empiezan a surgir extraños rumores sobre unas puertas “mágicas” que les pueden llevar a lugares lejanos y escapar del conflicto. Juntos vivirán un periplo que les llevará a Grecia, Gran Bretaña y Estados Unidos, encontrándose por el camino con miles de personas que, igual que ellos, vivirán en su propia piel el rechazo y, en ocasiones, la bienvenida de Occidente.

En Reservoir Books destacan “esta excelente novela en la que Mohsin Hamid ahonda en su exploración profesional de la ironía”. Pero es muchas más cosas: una historia de amor bella y triste, un retrato original de las migraciones y, sobre todo, un alegato a la humanidad y contra todo tipo de fanatismos. “Imposible que no te atrape”, aseguran.

Seix Barral

4321, de Paul Auster

¿Y si hubieras actuado de otra forma en un momento crucial de tu vida? 4 3 2 1, la primera novela de Paul Auster después de siete años. Foto: Especial

¿Y si hubieras actuado de otra forma en un momento crucial de tu vida? 4 3 2 1, la primera novela de Paul Auster después de siete años, es un emotivo retrato de toda una generación, un coming of age universal y una saga familiar que explora de manera deslumbrante los límites del azar y las consecuencias de nuestras decisiones. Porque todo suceso, por irrelevante que parezca, abre unas posibilidades y cierra otras.

Ferguson nace el 3 de marzo de 1947 en Newark, Nueva Jersey. A partir de ese momento, varios caminos se abren ante él y le llevarán a vivir cuatro vidas completamente distintas, a crecer y a explorar de formas diferentes el amor, la amistad, la familia, el arte, la política e incluso la muerte. Todo ello rodeado de algunos acontecimientos que han marcado el siglo XX norteamericano y que aquí servirán como telón de fondo.

“Tan disfrutable como ambiciosa, su lectura es como asistir a cuatro temporadas de una serie que no quieres que se acabe nunca”, resume su editorial.

MalPaso Editorial

Diario de un incesto, de Anónimo 

Diario de un incesto, de Anónimo. Foto: Especial

Diario de un incesto es la historia real, narrada en primera persona, de una mujer que estuvo sometida a abusos sexuales y maltratos por parte de su padre cuando aún era una niña. Es la anatomía de una mente rota, la radiografía de un alma herida y, sobre todo, una visión privilegiada de cómo alguien intenta sobrevivir y cómo se relaciona con el mundo.

Dicen desde Malpaso que lo eligieron por tratarse de un libro que no se parece a ningún otro. Es un libro necesario que ha servido para que su autora, que ha mantenido el silencio durante décadas, conjure un pasado terrible. “Lo publicamos porque nunca se habla claramente del incesto y es un tema que demanda una reflexión seria por parte de la sociedad, sin ambages ni hipocresías”, sentencian.

Roca Editorial

Eleanor Oliphant está perfectamente, de Gail Honeyman 

Eleanor Oliphant está perfectamente, de Gail Honeyman. Foto: Especial

Desde Roca Editorial advierten de que se trata de una novela cálida y elegante. La historia de una heroína fuera de lo común, cuya inexplicable rareza e ingenio descarado la llevarán a darse cuenta de que la única manera de sobrevivir en el mundo real es abriendo su corazón a la amistad.

Dicen que es un libro cálido y divertido que viene de haber revolucionado Europa, que despierta el intelecto y nos hace reír. Está protagonizado por Eleanor, un personaje atrevido que aseguran dejará huella en el lector. “Una versión femenina del gran Ignatius Reilly”, en definitiva.

El sello de PRH Pamela Dorman publicará el libro en EEUU. Es la misma editorial que dio a conocer títulos como El diario de Bridget Jones, Antes de ti de Jojo Moyes y también La pareja de al lado.

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El nuevo libro de Gloria Fuertes, en el centenario de su nacimiento

sábado, agosto 19th, 2017

Hace pocos días el escritor Javier Marías puso otra vez en el candelero la personalidad de Gloria Fuertes. Criticaba cierto “feminismo” al encarar la crítica literaria y consideraba poca cosa engrandecer la personalidad de la poeta. Sin embargo, son muchos los que la alaban y ahora un libro en México, de Blackie Books, trata de producir el mismo récord de venta que produjo en España.

Ciudad de México, 19 de agosto (SinEmbargo).- El 28 de julio de 1917 nacía Gloria Fuertes en Madrid, en la calle de la Espada, del castizo barrio de Lavapiés, en el seno de una familia humilde, dice su página oficial.

Su madre era costurera y su padre portero primero del Catastro, más tarde de la Institución Gota de Leche y por último en un palacete de la calle Zurbano, donde se trasladaron en el año 1932.

Dada la escasez de medios con que contaba la familia, ella recuerda que era una “niña con zapatos rotos y algo triste porque no tenía muñecas”.

Si Gloria resucitara, volvería a morir de amor al ver esta edición. Nacho Vegas. Foto: Especial

A los 14 años su madre la matriculó en el Instituto de Educación Profesional de la Mujer en la calle Pinar, donde obtuvo diplomas de Taquigrafía y Mecanografía, así como en Higiene y Puericultura. Pero ella que no quería ser ni niñera, ni modista, como su madre y se matriculó en Gramática y Literatura. Su familia no podía entender sus aficiones, como eran los deportes y la poesía.

Sus primeros versos, los escribe a los catorce años.

Gloria tenía muy claro su destino de escritora y trataba que sus poemas fueran editados.

En 1939 y hasta el año 1953, comienza a trabajar como redactora de la Revista Infantil Maravillas, donde publicaba semanalmente cuentos, historietas y poesía para niños.

En 1940-1945: se estrenan diversas obras suyas de teatro infantil y poemas escenificados en varios teatros de Madrid.

Desde 1940 hasta 1955 es colaboradora de la revista femenina Chicas, donde publica cuentos de humor.

En 1942 conoce a Carlos Edmundo de Ory, integrándose en el movimiento poético denominado Postismo y colaborando en las revistas Postismo y Cerbatana, junto con Ory, Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi.

Un libro formidable. Cada página da ganas salir a la calle y vivir. Javier Pérez Andújar. Foto: Especial

En 1947 obtiene el 1º premio de Letras para canciones de Radio Nacional de España.

En 1949 publica su libro Canciones para niños.

1950: publica Pirulí. (Versos para párvulos) y organiza la primera Biblioteca Infantil ambulante por pequeños pueblos, llevando libros adonde éstos no llegan por falta de dinero o por el analfabetismo que todavía existía en España.

Es también en este año cuando publica Isla Ignorada, su primer poemario.

El libro de Gloria Fuertes incluye 448 páginas a todo color, más de 300 poemas (algunos de ellos inéditos), 60 fotografías, 12 dibujos de Gloria y también su primer poema, una carta de Gómez de la Serna, sus objetos más queridos y un montón de anécdotas de su fascinante vida.

Editado por Jorge de Cascante, ya se consigue en México.

LECTURAS | “Doctor Portuondo. Mis días de psicoanálisis con un sabio desquiciado”, de Carlo Padial

sábado, mayo 20th, 2017

“La mirada de Carlo Padial sobre las cosas y sobre las relaciones es desquiciada y turbadora,pero su sentido del humor tiene la precisión de un relojero”, Ignacio Vidal-Folch. “Carlo Padial, neurosis en estado puro”, El País

Ciudad de México, 20 de mayo (SinEmbargo).-Marie es una jovencísima madre sin custodia que sirve mesas en interminables turnos nocturnos. Después acude al sexo y a las drogas para lamerse las heridas. Cada vez que piensa en su hija, se odia. Cada vez que se odia, piensa en su hija.

Carlo Padial narra en estas memorias su experiencia psicoanalítica con un terapeuta cubano que durante cinco años intentó ayudarlo con sus neurosis compartiendo a su vez los descarríos propios. Un personaje inolvidable.

Carlo Padial narra en estas memorias su experiencia
psicoanalítica con un terapeuta cubano. Foto: Especial

Fragmento del libro Doctor Portuondo. Mis días de psicoanálisis con un sabio desquiciado, de Carlo Padial, publicado con autorización de Blackie Books

Cómo echo de menos aquellos domingos con mi padre en la montaña, cavando agujeros

Recuerdo que cuando yo era pequeño mi padre dejó su trabajo de un día para otro y cayó en una depresión muy grave.

Aun así, venía a buscarme al colegio vestido de traje y corbata, para que los padres de los demás niños no sospecharan nada. Su médico, que no debía de saber qué decir, le recomendó que hiciera ejercicio. Así que por las tardes dábamos largos paseos hasta que se hacía de noche, en silencio. Íbamos cogidos de la mano.

Caminábamos por zonas muy extrañas: la autopista, descampados, zonas industriales… Una tarde, paseando por la periferia, vimos a un hombre muerto colgado de un árbol. Recuerdo que mi padre se quedó mucho rato mirándolo, extra­ ñamente concentrado, y no parecía importarle que yo estuviera también allí viendo aquello. Yo miraba a mi padre fascinado. Él miraba al muerto sin moverse, como paralizado. Ambos estuvimos un buen rato parados ante un hombre ahorcado, con la cabeza de color morado y la cara arrugada como una pasa. Parecía un globo desinflado después de una fiesta. Aterrorizado, sentí que mi padre estaba lejísimos de mí. Era la primera vez que veía una persona muerta, y de momento sigue siendo  la única. Cansado de estar de pie (y muy asustado), le pregunté a mi padre:

—¿Qué está pasando, papá?

Al cabo de unos segundos, sin volver la cabeza, me dijo:

—Nada, Carlo. Sigamos caminando. Por algún motivo es uno de los recuerdos más vivos que conservo de mi padre. Creo que aquélla fue la primera vez que estuve en contacto con la locura, sin estar mi padre loco del todo.

Yo tenía nueve o diez años, creo.

Si tu hijo tiene problemas para concentrarse y se distrae fácilmente, a lo mejor yo soy tu hijo

Sentía vergüenza de existir, miedo a la muerte, angustia oceá­nica, y solo tenía ocho años. Me daban miedo los cuartos vacíos, las habitaciones con demasiada gente, los insectos, las palomas, los calvos, las películas o series de televisión en las que salían animales hablando, la gente mayor y en especial su olor (esto todavía me pasa), etc.

Recuerdo que mi padre tenía un ejemplar de La náusea en su despacho y que aquello me inquietaba muchísimo. No tanto el libro en sí (o su contenido, pues no lo leí jamás), sino el hecho de que alguien hubiera escrito un libro que se llamaba La náusea. Encima, su autor, un tal Sartre, era estrábico, y aquello ya me parecía el colmo del desconcierto. A menudo ni siquiera me atrevía a entrar en el despacho de mi padre, porque sabía que dentro estaba ese libro y, en su interior, en la solapa, un señor estrábico nauseabundo y al acecho, siguiéndome con la mirada a su particular manera. Era, según creo, la primera cabeza superior a la que me enfrentaba. Aunque fuera una cabeza impresa en la solapa de un libro. Sabía que estaba viendo algo que era muy importante, aunque no pudiese comprenderlo.

Desde pequeño fui un neurótico. Por supuesto, yo no me identificaba como tal. Todavía no sabía cuál era el nombre exacto. Pero tenía mi intuición, que me empujaba hacia el psicoanálisis sin yo saberlo. Para que se me entienda mejor, debo decir que siempre me interesó de un modo u otro lo psicológico. Los estados de ánimo ocultos en las personas, empezando por los miembros de mi familia, me despertaban una enorme curiosidad. Todo lo que no se dice, o lo que se intuye escondido detrás de las palabras, me llamaba la atención. Mi padre cambiaba de humor de buenas a primeras, se enfurecía por cualquier cosa. Un día me chilló por no comerme el relleno de los canelones. Yo me eché a llorar. Aquellos cambios de humor no cesaban de generar preguntas en mi cabeza: ¿Por qué se enfadan las personas de repente? ¿Por qué no te dejan cruzar tal o cual puerta? ¿O abrir un determinado álbum de fotos? ¿Qué necesidad hay de mentir sobre ciertos temas? ¿Por qué llora mi madre cuando bebe demasiado?

Tomé la decisión de psicoanalizarme con quince años, después de ver que la gente de mi edad no parecía tener tantos problemas para vivir ni tantas preguntas sin resolver. Mis compañeros de instituto se subían en motos de desconocidos a las primeras de cambio, se relacionaban entre ellos con naturalidad, se metían la lengua en los bancos del parque, cantaban en voz alta, eructaban, iban a conciertos de U2 (en definitiva, estaban cómodos con la humanidad), mientras que yo me sentía avergonzado de existir. Ni siquiera me gustaba U2. Ni tampoco Nirvana, Pearl Jam o cualquier otro de los grupos que ellos escuchaban. A mí me gustaban Prince, Terence Trent D’Arby y Chaka Khan. Algo me separaba del exterior y me hacía intentar esconder, o disimular al menos, mi propia humanidad. Era un inhibicionista. Me excitaba esconderme de los demás, encerrarme en mi cuarto a calcar portadas de Prince. De cara al exterior, trataba de comportarme como un aristócrata ro­ 17 bótico freelance, alguien sin problemas ni necesidades. Fingía que debajo de los pantalones no tenía genitales ni necesidades fisiológicas. Me avergonzaba ser humano. Me horrorizaba que me vieran desnudo. A la menor ocasión, dejaba caer que yo no necesitaba nada. ¿Cuánto duró esa vergüenza? Bien, todavía no la he resuelto. Aquí sigue. “Alive & well”, como dicen los americanos.

¿Por qué escogí el psicoanálisis? No lo sé. Fue una elección intuitiva y hasta cierto punto frívola y estética. El psicoanálisis me llamaba la atención cada vez que lo veía aparecer en alguna película de Woody Allen, de Ingmar Bergman o de cualquier otro director europeo o norteamericano. Sencillamente me parecía la manera adecuada y civilizada de enfrentarte a tus propios problemas: mediante la palabra. Verbalizar tus traumas frente a alguien que no dice nada ni reacciona de ninguna manera me parecía lo correcto. No hace falta aclarar que ya desde joven yo era una pequeña rata pretenciosa, una rata de filmoteca que buscaba desesperadamente llamar la atención con sus salidas de tono y sus atuendos a lo David Byrne en Stop Making Sense. Iba vestido como un auténtico fantoche, con ropa gigantesca, pantalones de traje con los bajos remangados y camisas anchísimas que llevaba abotonadas hasta arriba. Con un tupé imposible y unas gafas totalmente redondas. Es un milagro que no me pegaran una paliza cada vez que salía a la calle. De hecho, es un milagro inexplicable que no me pegaran por la calle jamás, que nadie me agrediese nunca. Para que luego digan que la gente es mala.

Mi infancia fue tan extraña que cuando intento explicarla parezco un mitómano

Mis padres organizaban muchísimas fiestas en casa, eran unos juerguistas. Incluso teníamos una batería que mi padre aporreaba los fines de semana para deleite de los invitados (y de los vecinos). Es extraño que un percusionista sea tu figura autoritaria, que te eche la bronca desde detrás de la batería, antes y después de seguir con sus redobles y acentos rítmicos sobre la caja. Me gritaba: “Carlo, no hagas eso” y, a continuación, cogía las baquetas y se marcaba un redoble de tambor con platillo final. ¡Ba-dum tchss!

Entre los invitados a esas fiestas locas había un hombre llamado Gerardo Velasco, un agente comercial que trabajaba en diferentes empresas y que a la menor ocasión, entre cubata y cubata, cantaba a grito pelado “Sangre española”, de Manolo Tena. Recuerdo esa canción como la banda sonora ideal de la cultura del pelotazo que corrompía España en esa época, y de la que mi padre y sus amigotes formaban parte (tan alegremente) en mayor o menor medida. Eran empleados de banca (mi padre también, hasta que dejó su trabajo) y ejecutivos viviendo su particular rave temática, que podríamos llamar “Spanish yuppie fear thriller”. Es decir, se movían entre la paranoia pata 19 negra y el hedonismo dionisiaco autóctono y autodestructivo. Sabían que aquella manera de vivir se estaba acabando y apuraban la juerga de la burbuja inmobiliaria y los contratos a dedo hasta el último segundo, con las corbatas desanudadas, sudando caldo de pollo e improvisando ambiguos trenecitos de baile mientras Velasco berreaba con un micro conectado al equipo de música de mi casa: “Pasión gitana|y sangre española|y el mundo, en una caracola…”. La gente lo jaleaba como loca cada vez que la cantaba.

Una noche, en mitad de la juerga española y del jaleo de cubalibres y pop-rock español (entre otras sustancias igual de nocivas), Velasco entró en mi cuarto con las pupilas dilatadas y la boca seca y me encontró viendo Otra mujer, de Woody Allen, que sucede casi exclusivamente en la consulta de una psicoterapeuta. Me dijo: “¿Te interesa el psicoanálisis? Yo conozco al mejor psicoanalista de Barcelona. Es cubano y se llama Portuondo. Es médico, psiquiatra, psicoanalista, boxeador olímpico y hasta cinturón negro de judo. Es una de las personas más extraordinarias que he conocido. Está loco, pero es un genio de la psicología. El próximo día te traeré alguna cinta grabada con sus clases de psicoterapia. Te van a encantar si te gusta lo psicológico”.

Al día siguiente me trajo una caja de zapatos Martinelli llena de cintas con las clases del doctor Portuondo registradas en audio. Apenas las tuve en mi poder, una excitación tremenda me poseyó. Supe desde el primer momento que aquello era importante y que debía aferrarme a ello y conservarlo de una manera posesiva. Nunca se las devolví. Las guardaba debajo de la cama, junto con el resto de las cosas importantes (entre ellas, un támpax que le robé del bolso a una amiga de mi madre). Enseguida, tras las primeras escuchas, mi visión del mundo se transformó. Convertí aquellas cintas en una guía básica para entender el mundo. O, al menos, la sociedad en la que vivía y que hasta aquel momento no comprendía en absoluto. En aquellas grabaciones, Portuondo hablaba de sexo, del origen primitivo de nuestros conflictos psicológicos, de los traumas infantiles y de la agresividad que nos enfrenta los unos a los otros. Sentí que sus ideas eran lúcidas y preclaras. Luego quise transcribirlas en cuadernos.

En aquellas cintas, el doctor Portuondo se mostraba como un tipo brillante y a la vez idiosincrático a más no poder, un fanático del psicoanálisis en el mejor sentido de la palabra. Había traducido y adaptado los conceptos de Freud a una especie de psicoanálisis latino y mediterráneo, que se transmitía de forma oral mucho mejor que por escrito, y que Portuondo había encapsulado en frases muy sencillas, muy directas y absolutamente brillantes, que nunca puedes olvidar una vez las escuchas. Frases que soltaba en mitad de clase, por ejemplo:

“¡Cuando la bestia ruge, la razón tiembla!”.

O esta otra:

“Nuestro gobierno y nuestras leyes no tienen raíces polí­ticas, sino raíces biológicas. De ahí surgen la sociocultura, los símbolos y el complejo de castración. ¡Pero yo no voy a hablar de esto ahora!”.

Encerrado en mi cuarto, escuchaba aquellas cintas una y otra vez hasta que llegué a memorizarlas, frase por frase. En un punto creí establecer una relación con aquel hombre. Se había convertido en un conocido. Cuando hablaba me hablaba directamente a mí, de una forma amplia y profunda. Por su parte, mis padres no entendían nada. En lugar de escuchar a Nirvana o a Sonic Youth, como hacía el resto de mis amigos, yo escuchaba gangsta rap (Dr. Dre, Snoop Dogg, 2Pac, Ice Cube), y cintas de psicoanálisis con un audio muy defectuoso, con la voz de un médico cubano gritando y dando puñetazos a la mesa. Mi habitación parecía una reunión sindical permanente, tomada por negros y cubanos quejándose al borde de la revuelta 21 social. Cuando por Navidad pedí las obras completas de Freud y la autobiografía de Malcom X, mis padres me preguntaron:

—¿Va todo bien?

A lo que yo respondí:

—He descubierto el psicoanálisis real y la cultura negra. Quiero ser una pantera negra freudiana.

Comprendí el mensaje de Portuondo sin entenderlo racionalmente. Conectamos de inconsciente a inconsciente. No fue algo intelectual, sino intuitivo. Sentí a Portuondo. Gracias a él tuve mi primer choque frontal con el lenguaje psicoanalítico, que hasta entonces me atraía por cuestiones inexplicables. Aquél fue el momento en que entendí el poder de la palabra como herramienta terapéutica. Sus ideas se quedaron grabadas en mi cabeza. Tenían tanto sentido que el resto de las cosas que me caían en las manos (ensayos filosóficos, literarios, artísticos, etc.) carecían del impacto y la precisión certera de aquel despertador psicológico. Portuondo me despertó. Y sentí que debía comprometerme a buscarlo. A dar con él. A coincidir con él.

Desafortunadamente, a las primeras de cambio y sin explicaciones, mi padre cortó sus relaciones con Gerardo Velasco.

Parece ser, me enteré de ello años más tarde, que mi padre estaba celoso de Gerardo Velasco por cómo miraba a mi madre en aquellas fiestas “yuppie fear thriller” con karaoke, poprock español, cigarrillos Nobel y gin tonics de Beefeater London. Por entonces mi madre, que se daba un aire a la actriz Victoria Abril, vestía corpiños con pedrería, trajes-chaqueta muy provocativos por encima de la rodilla y tacones altísimos de color amarillo, estilo Mujeres al borde de un ataque de nervios. Los invitados a nuestras fiestas, exclusivamente hombres, giraban en torno a ella, en un clima de hedonismo digno de las películas de Almodóvar. Mi padre (que era quien los invitaba) disfrutaba de esta situación un tanto perversa, excepto cuando alguien se pasaba de la raya debido a las copas o al exceso de parloteo hasta altas horas de la madrugada. En un punto de la noche, a última hora, mi madre solía echar las cartas del tarot a los asistentes y eso nunca acababa bien, por razones obvias. La ginebra y la adivinación nunca han congeniado, históricamente.

Sea como fuere, los ojos de Velasco sobre mi madre incomodaban a mi padre: tan grande era su rabia hacia él (más joven y más pendón) que lo expulsó de nuestra casa. Allí comenzó el proceso de aislamiento progresivo que llevaría a mi madre a quedarse sin ningún tipo de vida social, poco tiempo después. El pánico al adulterio se apoderó de mis padres. Y pensando que aquel tal Velasco era peligroso, mi padre le prohibió terminantemente acercarse a nosotros hasta nueva orden.

A consecuencia de esto, perdí la posibilidad de contactar con el doctor Portuondo. Busqué su nombre en Internet y me aparecieron otros doctores, entre ellos el responsable de una clí­nica de fecundación in vitro e incluso un dentista para perros, pero ninguno era el psicoanalista que yo estaba buscando. Mi caballo blanco se alejaba.

Cuando cierro los ojos veo a un hombre con bigote. Me consta que es alemán, pero, aparte de eso, no sé nada de él

Un día Portuondo me enseñó una especie de dado que tenía encima de la mesa.

Como ya he contado, el doctor tenía su sillón estratégicamente situado detrás del respaldo del diván, cumpliendo con la norma del psicoanálisis clásico, freudiano, que recomienda que el paciente y el psicoanalista solo establezcan contacto visual al empezar la sesión y al despedirse. De esta forma, la transferencia fluye con mayor naturalidad, puedes hablar sin estar pendiente de las reacciones de tu analista y se crea un nivel de comunicación más profundo, de inconsciente a inconsciente. O ésa es la idea.

Por supuesto, no era el caso: en aquellas primeras sesiones, entre nosotros no había comunicación. Yo era incapaz de soltarme, y al doctor parecía darle igual lo que pudiera contarle una especie de lesbiana confundida disfrazada de neurótico neoyorquino con barba postiza. Hasta que un día pasó algo.

—Ya que estamos hablando de esto —dijo Portuondo de pronto, sin que ni él ni yo estuviéramos diciendo nada—, me permitiré contarte todo lo que necesitas saber acerca del psicoanálisis.

—¿Qué es? —pregunté.

—Está allí —dijo el doctor—. Allí.

Portuondo alargó el brazo y me señaló esa especie de dado que tenía encima de su mesa. Era como un dado sin números en los lados, liso. Un dado sin números. ¿De dónde había salido ese objeto tan misterioso?

—Los conflictos de las personas —empezó a decir Portuondo— son como este objeto. Los llevamos encima. Imagínate que tus conflictos son este objeto y los llevas en la mano, así, en la izquierda o en la derecha, me da lo mismo.

Portuondo se inclinó, acercándose a su mesa de trabajo para coger aquella especie de dado sin números. Lo tomó con su mano derecha, que luego cerró.

—Los conflictos no se ven, pero los llevas en esta mano. O en la otra. Y te molestan, ¿verdad? Aunque no se vean, te molestan. Te obligan a llevar una mano ocupada, te limitan, y un día vas a un terapeuta y le dices: “Doctor, me molesta este objeto, no sé por qué, no sé qué tiene este objeto, ni siquiera sé qué significa o lo que es, pero no soporto llevarlo encima, no entiendo por qué lo llevo encima”.

—¡Qué historia tan extraordinaria! —exclamé, por decir algo.

Portuondo, en su sillón, se aclaró la voz. Después volvió a hundirse en el sillón y permaneció callado varios minutos, absorto en profundas reflexiones. Luego dijo:

—Las terapias normales, las conductistas, por ejemplo, te enseñan a vivir con ese objeto, te enseñan a aceptarlo: «No importa ese objeto, sigue adelante, aprende a utilizar la mano que tienes libre». Te refuerzan, sin más. Otros te dicen: «Toma una pastilla y te olvidarás de que llevas ese objeto encima». Ésos serían los psiquiatras, claro. El psicoanálisis, simplemente, te hace abrir la mano, te fuerza a poner el objeto en la mesa y entonces te pregunta: “¿Qué te pasa a ti con este puto objeto? ¿Qué es este objeto?”.

—¿Es un dado? —pregunté. Portuondo se rio para sí mismo, entre dientes, sin abrir la boca.

—Es el tapón de la botella de Johnnie Walker —me respondió.

Una verdadera estrella de las redes sociales. Foto: Especial

¿Quién es Carlo Padial? Ha dirigido una peli y ha publicado dos libros. Su objetivo es llegar a ser jefe de planta de algún almacén de componentes electrónicos.