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85 escritoras de 15 países (México entre ellos) se unen en un libro para celebrar a Alejandra Pizarnik

miércoles, abril 28th, 2021

En Alejandra y sus múltiples voces, autoras como Chantal Maillard, Cristina Peri Rossi o Fanny Rubio, entre otras muchas, componen con sus poesías y ensayos a una Pizarnik completa, haciendo de este libro una obra de referencia.

Por Carmen Sigüenza

Madrid, 28 abr (EFE).– Exploradora del silencio y de las sombras y hacedora de un lenguaje bello y herido, pero que no pudo salvarla, Alejandra Pizarnik, la gran poeta argentina que se suicidó a los 36 años, en 1972, hubiera cumplido mañana 85 años.

Con este motivo, 85 voces amigas, escritoras de 15 países -España, Argentina, Chile, Cuba, Uruguay, Perú, México, Polonia, Bulgaria, Australia, Marruecos, Francia, Rumanía, Italia e Israel-, se han unido en un libro para celebrar el aniversario de la escritora que dijo: “Yo he firmado un pacto con la tragedia y un acuerdo con la desmesura”.

Publicado por Huso en la colección Homenaje y titulado Alejandra y sus múltiples voces, este libro contiene diferentes miradas sobre Flora Pizarnik Bromiquier, como así se llamó al nacer, luego Alejandra, nacida el 29 de abril de 1936 en Buenos Aires.

La selección de los textos y su edición es de Mayda Bustamante, quien dice en el prólogo que a Pizarnik “el suicidio le jugó una mala pasada. No contó nunca con que su muerte la convertiría en inmortal”.

“Gracias, Alejandra -añade-, por permitirme, como diría mi amiga Marifé Santiago Bolaños, ‘entrar en el bosque para encontrar los claros que todo bosque guarda'”.

Y es que la escritora y filósofa española Marifé Santiago ha tenido también mucho que ver en la costura de este volumen, ya que ha sido quien ha reunido a muchas de las autoras que participan, y ha llevado a sus páginas los textos de Sandra Riaboy y Miriam Pizarnik, sobrina y hermana, respectivamente, de Alejandra.

La sobrina y hermana de la poeta aportan, además, documentos gráficos, imágenes familiares. Miriam Pizarnik, sólo un año mayor que la poeta, incluye para esta ocasión una ponencia leída en la Universidad Hebrea de Jerusalén en representación de la familia de Alejandra Pizarnik, para inaugurar el Coloquio Internacional Pizarnik en Jerusalén.

“Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla”, susurró Pizarnik, una de las voces más importantes de la segunda mitad del siglo XX, cuya vida siempre estuvo rodeada de un cierto malditismo, y a ello contribuyó sin duda el que se quitara tan joven la vida con una sobredosis de barbitúricos.

Transgresora en la vida y en la poesía, que para el caso era lo mismo, Pizarnik era hija de migrantes judíos de origen ruso-polaco que trabajaban en la joyería. Delicada y sensible, en 1954 comenzó a estudiar Filosofía en la Universidad, con el deseo y el sueño de conocer la cultura francesa, y estudió periodismo y literatura.

Portada del libro.

Portada del libro. Foto: Cedida por la editorial Huso/EFE

Empezó a escribir desde muy joven y a escondidas, y publicó un primer libro, La tierra más ajena, con la ayuda de su padre, como relata su propia hermana. A los 18 años ya estaba metida en el mundo de las letras, trabando amistad con Oliverio Girondo, Nora Langué, Manuel Mújica Laínez, Victoria Ocampo, Bioy Casares, Silvina Ocampo y, muy especialmente, con Olga Orozco.

Escribió y publicó mucho. Consiguió la beca Guggenheim en 1968 y en 1971 le otorgaron la Fulbright.

A los 24 cumplió su sueño de viajar a Francia, donde vivió cuatro años. Antes ya había publicado Las aventuras perdidas, en 1958.

En París estudió y tradujo a Artaud, Michaux o Bonnefoy, y conoció a alguien fundamental, Julio Cortázar, con quien entabló una amistad muy estrecha. Después regresó a Buenos Aires, pero siguió con sus vaivenes de angustia, entradas y salidas del hospital e intentos de suicidio.

Entretanto produjo títulos imprescindibles, entre ellos, Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de la locura (1968) o El infierno musical (1971).

COLUMNISTA INVITADA | Una aproximación a la obra de Alejandra Pizarnik

sábado, octubre 20th, 2018

Por María Elena Sofía

Ciudad de México, 20 de octubre (SinEmbargo/Culturamas).- “Esta lúgubre manía de vivir/ esta recóndita humorada de vivir/ te arrastra Alejandra no lo niegues.” El yo que recuerda está en el espejo o en el mundo. Extraños, ella jamás se reconocerá. Vivirá buscando las fallidas tentativas frente al cuerpo, que no se acomodará nunca a la cotidiana sórdida opacidad. Amores masculinos y femeninos, somníferos y barbitúricos, experimentos terribles como los primeros intentos con el lenguaje. Acercarse a Alejandra Pizarnik es como mirar una montaña desde un barco que está zarpando. En esa última mirada que es el adiós se comprende el destino, el final de todos los intentos que también fracasa: dominar el mundo, por lo menos la propia vida. Dominar las manos. Plasmar esta intención (obsesión) en el sentido de hacer o formar una cosa, fue la tentación cuya voz escuchó. El material fue su voz escrita y la tentación suele ser drástica: “Yo oculto clavos/ para escarnecer a mis sueños enfermos.” Partir, sin siquiera haber llegado hasta los pies de esa montaña.Ella vivió en el lado literal de la palabra, tratando de escribir extensamente, “pero para eso hay que ver” los fuegos, el brillo, el retorcerse de la vida.

Se detuvo en las cenizas, en los pájaros, en las noches y prefirió a los mártires y profetas. Lo incompleto, lo desproporcionado, el deseo. “Mis manos se han desnudado / y se han ido donde la muerte/ enseña a vivir a los muertos.” El tiempo se encarga del anacronismo, la distancia necesaria contra los miedos, la muerte de la inocencia supone consumar la vida, vida que seguirá igual, voces que sonarán igual, gestos que reemplazarán al amor, pero nada le devolverá la esperanza. No buscó artificios, no fue otra detrás de la letra, ella sabía quién era, y también que moriría. El mundo subjetivo fue el mundo Pizarnik, no se avergonzó de que ello fuera todo en su búsqueda de plasmar (otra vez, mil veces) su ser de ave con el vuelo trazado, segura del mañana sombrío. Hubo risas también, explosiones, caprichos, dibujos de revólveres y monstruos escondidos en los muros. Pactos de amor y de muerte, amores torturantes, muertes posibles, diversas y diferentes claramente expuestas. ¿Dónde estaban sus miedos entonces? A veces pareciera una muchacha loca corriendo sola en la noche por un bosque, plena de terror, y perpleja y maravillada, buscando marcas en los troncos de los árboles, secretos y soles negros.

Ella trabajó con sus fantasmas, luchó con su lucidez, partió un espejo y se miró desde sus pedazos, fue fiel a su búsqueda y se murió ensimismada. Supo escribir y supo morir. No fue mezquina. Permanece en El Despertar, en Exilio, en Madrugada. Fue irónica por tristeza, fue sardónica su risa porque no era bella, fue inquieta porque sabía lo que esperaba más allá de la línea. Fue dura y cruda y destemplada con amigos, amantes y rivales, y con sus propios sentires: “Mi sexo gime. Lo mando al diablo. Insiste.”, dicen sus diarios, cuando ya no se cree que fue una mujer que existió porque el mito la trasciende. Para ir hacia adentro también hay que ser valiente, mucho más que para dejar la costa en una embarcación endeble mirando una montaña jamás conocida. Quizás cruzó la línea para que no quedaran en líneas proféticas aquellos versos de “La última inocencia”.

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