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Así es la travesía científica en busca de tecnologías para simular el cerebro humano

jueves, diciembre 2nd, 2021

Aunque aún estamos lejos de entender el cerebro humano como un todo, y de simularlo por completo, hay algunos avances que pueden ser la clave para revolucionar la neurociencia, y con ello, la base para poder estudiar el impacto en la función cerebral y el comportamiento.

Por Ignacio Abadía Tercedor
Investigador predoctoral – Grupo de investigación Applied Computational Neuroscience, Universidad de Granada

Ciudad de México, 2 de diciembre (The Conversation).- Escribir El Quijote o viajar a la Luna ha sido posible gracias al cerebro humano, un prodigio de la evolución que la ciencia aspira a comprender y replicar.

Cognición, acción y emoción surgen del intercambio de impulsos eléctricos entre neuronas. Todo lo que conocemos del mundo, cómo lo percibimos e interactuamos con él depende del cerebro. Pero nuestro conocimiento del cerebro es aún limitado y conseguir replicarlo pasa por conocerlo íntimamente. Desvelar sus secretos constituye uno de los grandes desafíos científicos de este siglo.

Prueba de la magnitud del reto es la existencia de iniciativas gubernamentales de gran envergadura como la europea Human Brain Project (HBP) o la estadounidense BRAIN Initiative. Ambos proyectos cuentan con numerosos equipos de investigación dedicados a desentrañar la estructura y funcionalidad del cerebro desde los niveles molecular o celular hasta grandes centros nerviosos involucrados en tareas concretas.

Como ya demostró el Proyecto Genoma Humano, la colaboración es indispensable para acometer un desafío de tal dimensión. En el caso del HBP, investigadores de más de 140 instituciones científicas de todo el mundo colaboran desde el año 2013 para traducir el conocimiento del cerebro humano en mejoras sanitarias y desarrollo tecnológico, contando a su vez con un área dedicada a estudiar las implicaciones sociales y éticas de los avances realizados.

Si conseguimos entender cómo funciona el cerebro podremos diagnosticar y tratar con mayor eficacia enfermedades neurológicas que se nos resisten, como el alzhéimer o el párkinson.

A su vez, el conocimiento de los procesos cognitivos cerebrales sirve de inspiración para nuevas tecnologías en campos como la inteligencia artificial o la robótica.

SIMULAR EL CEREBRO: DIVIDE Y VENCERÁS

Imitar el modo en que funciona el cerebro permite diseñar algoritmos que descubren cómo resolver problemas, o desarrollar modelos computacionales de centros nerviosos que asisten a robots en tareas altamente sofisticadas, como aprender y adaptarse a situaciones imprevistas.

Estos modelos computacionales, siempre que respeten las características biológicas del área nerviosa que simulan, también sirven como herramientas para la neurociencia. Suponen organoides virtuales que permiten a los neurocientíficos estudiar patologías y ensayar posibles tratamientos, de difícil estudio en humanos por cuestiones éticas.

Ante la complejidad del cerebro, la ciencia ha optado por dividir su estudio en el de partes más pequeñas: grupos de neuronas que se agrupan siguiendo una estructura similar o áreas nerviosas vinculadas con una función determinada (cerebelo, hipocampo, ganglios basales…). Estamos en el camino de simular partes del todo. Quizá cuando tengamos todas las piezas del puzle podamos juntarlas y, usando el propio cerebro, comprenderlo.

EL CEREBELO, EL CEREBRO PEQUEÑO

Las alrededor de 86 mil millones de neuronas que tiene el cerebro humano se distribuyen en una estructura muy heterogénea, compleja y aparentemente caótica. Sin embargo, un área destaca justamente por lo contrario, una estructura sencilla y regular. Me refiero al cerebelo (del latín cerebellum, “cerebro pequeño”), ubicado en la parte posterior del cráneo y que concentra más de la mitad de las neuronas del sistema nervioso.

Este área nerviosa integra vías sensitivas y motoras. El cerebelo recibe información procedente de los sentidos, la procesa, y activa una respuesta motora. Juega un papel fundamental en la ejecución de movimientos precisos, la coordinación o el equilibrio.

En el cerebelo se organizan distintos tipos de neuronas que siguen una estructura de capas interconectadas mediante sinapsis. Algunas de estas capas están dotadas de plasticidad, lo que permite el aprendizaje.

Ya a principios del s. XX, Santiago Ramón y Cajal detalló con gran maestría uno de los tipos de neurona del cerebelo, las células de Purkinje. Posteriormente se ha podido definir el resto de la estructura cerebelosa y estudiar su implicación directa en el aprendizaje motor.

Por ejemplo, si jugamos al tenis y lanzamos la pelota fuera de la pista, el cerebelo aprende a corregir esa desviación entre lo que queríamos realizar y lo que hemos realizado. Es capaz de, mediante ensayo y error, ajustar las acciones motoras para que sus consecuencias se correspondan con nuestras expectativas.

NEURO-ROBÓTICA, INSPIRACIÓN BIOLÓGICA

La robótica tradicional utiliza robots y controladores capaces de ejecutar tareas motoras específicas con alta precisión. Pero si la tarea o el robot cambian se necesita un nuevo controlador. Para desarrollar robots más versátiles, capaces de realizar tareas más complejas, tal y como aprende el tenista del ejemplo anterior, la robótica se inspira en la biología.

Así, en el grupo de investigación Neurociencia Computacional Aplicada (departamento de Arquitectura y Tecnología de Computadores, Universidad de Granada), hemos desarrollado un cerebelo artificial que imita al humano. El estudio, publicado en la revista Science Robotics, aplica el cerebelo simulado para controlar el movimiento de un robot. La estructura homogénea del cerebelo y su papel reconocido en el aprendizaje motor lo convierten en el candidato ideal para poder simularlo y aplicarlo a la robótica.

Utilizando ese modelo simulado de cerebelo humano, que replica las principales características de su homólogo biológico, hemos conseguido que un robot, un brazo robótico, aprenda desde cero qué órdenes debe mandar a sus motores para realizar distintas tareas.

Así como un niño aprende a montar en bicicleta, descubriendo qué órdenes debe mandar a los músculos de sus piernas para mover los pedales y al resto del cuerpo para mantener el equilibrio, el modelo simulado de cerebelo aprende los comandos que debe enviar a los motores del robot para que el brazo ejecute la trayectoria deseada.

Con este controlador, el robot es capaz de adaptarse a cambios dinámicos, como un peso añadido o una fuerza elástica externa. Es decir, aprende y cambia sus comandos en función de lo que esté ocurriendo en el mundo exterior.

Otra característica innata del cerebelo biológico es su capacidad de predecir acciones futuras utilizando información sensorial pasada. Fisiológicamente, es inevitable que la información sensorial tarde unos milisegundos en llegar al cerebelo, igual que la correspondiente respuesta motora no llega a los músculos de manera inmediata. Tardamos unos milisegundos en responder, por ejemplo, a la pelota que está a punto de darnos en la cabeza.

Para movernos con precisión, el cerebelo compensa estos retardos temporales presentes en el ciclo de percepción-acción mediante un comportamiento predictivo: se adelanta a lo que va a suceder y nos apartamos a tiempo del balonazo.

Esta característica propia del cerebelo biológico nos permite aplicar nuestro modelo simulado en escenarios de control robótico afectados por retardos temporales. En nuestro trabajo, controlamos el robot utilizando una conexión WiFi y también por control remoto, estableciendo una conexión de unos 400 kilómetros entre el controlador (ubicado en Madrid) y el robot (ubicado en Granada).

En los escenarios de control clásico, en los que el robot y controlador se conectan directamente por cable, los retardos temporales son insignificantes. Pero en escenarios cada vez más comunes como el control inalámbrico, remoto, o en la nube, los retardos temporales son inevitables por lo que se necesitan nuevos tipos de controladores robustos ante ese desfase percepción-acción. De nuevo, el controlador que simula el cerebelo humano ofrece una solución a este problema.

AVANCES TÉCNICOS QUE AÚN NO IMAGINAMOS

Aún desconocemos cómo se forman la memoria o la creatividad. Estamos lejos de entender el cerebro humano como un todo, y simularlo por completo aún no está en nuestras manos. Pienso que llegaremos a Marte antes que a un conocimiento completo del cerebro. Comprenderlo pasa por estudiar tanto el nivel celular como el más abstracto nivel funcional. Para ello será fundamental continuar con el desarrollo de tecnologías que ofrezcan perspectivas antes imposibles, avances técnicos que probablemente no seamos capaces ni de imaginar a día de hoy.

Quién habría imaginado que unas algas sensibles a la luz serían la clave para revolucionar la neurociencia. Esas algas esconden la base de la optogenética, una técnica que permite inducir actividad eléctrica en neuronas específicamente seleccionadas para poder estudiar su impacto en la función cerebral y el comportamiento.

La investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías exigen tiempo; la evolución ha tenido todo el tiempo del mundo. A la hora de dar respuesta a problemas tecnológicos, investiguemos cómo la evolución ha logrado solventar obstáculos similares hasta alcanzar estables, y variadas, formas de vida.

Quizá la propia biología esconda las respuestas para desarrollar las herramientas que nos permitirán descifrar su mayor logro, el cerebro humano.

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Investigadores afirman que ningún cerebro piensa por sí solo

jueves, noviembre 18th, 2021

El cerebro es una parte del sistema nervioso, que a su vez es una parte del cuerpo. Además, el cuerpo se enmarca en un contexto social que afecta decisivamente al desarrollo y la historia vital de cada individuo. De ningún modo el cerebro es independiente y gobernador del resto del cuerpo, por lo que, sin cuerpo no puede haber cerebro, tanto funcional como cronológicamente. 

Por José Manuel Muñoz
Investigador en el Centro Internacional de Neurociencia y Ética (CINET) de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, y en el Grupo Mente-Cerebro, Instituto Cultura y Sociedad (ICS), Universidad de Navarra

Javier Bernácer
Investigador en el Grupo Mente-Cerebro, Instituto Cultura y Sociedad (ICS), Universidad de Navarra

Ciudad de México, 18 de noviembre (TheConversation).- “Los seres humanos sólo utilizamos el 10 por ciento de nuestro cerebro”. “El cerebro de los adultos no cambia”. “El cerebro reptiliano es el que gobierna la conducta de los niños”. “Una persona es más inteligente cuantas más neuronas tenga”. ¿Quién de nosotros no ha escuchado estas afirmaciones alguna vez? Y, sin embargo, son falsas.

Se trata de malas interpretaciones acerca del cerebro (“neuromitos”) que calan a menudo en la población a través de ciertas formas de divulgación científica. También llegan incluso al ámbito de la educación. Así lo demuestra un estudio publicado en 2014, en el que se comprobó que los profesores de diversos países, tanto occidentales como orientales, tendían a creer en esta clase de afirmaciones.

La difusión de estas ideas erróneas no es banal, sino que puede llevar a estrategias educativas sin sustento científico y dañinas. Por ejemplo, el enriquecimiento excesivo del entorno de los niños y la obsesión por enseñarles cuantas más cosas mejor antes de los seis años.

CONFUNDIR LA PARTE CON EL TODO

Otro error que se presenta con frecuencia en la comunicación de la neurociencia consiste en perpetuar la llamada “falacia mereológica”: adjudicar a la parte (el cerebro) atributos psicológicos que, en realidad, pertenecen al todo (el ser humano en su conjunto).

Mediante una rápida búsqueda en internet podemos toparnos con expresiones como “el cerebro piensa”, “el cerebro recuerda”, “tu cerebro ve”, o hasta “tu cerebro odia”.

Este tipo de expresiones no sólo se emplean por parte de los divulgadores científicos, sino también en ámbitos como la enseñanza e, incluso, la ciencia profesional. Sirva como muestra de esto último uno de los objetivos perseguidos por la iniciativa australiana para la investigación del cerebro (Australian Brain Initiative), que sus promotores plantean como “entender y optimizar cómo el cerebro aprende en la infancia”.

Esta falacia mereológica constituye la base conceptual de lo que el filósofo Carlos Moya califica como un nuevo (y paradójico) “dualismo materialista”. Una vez superada la concepción dualista alma-cuerpo (al modo cartesiano), se tiende ahora a pensar en un cerebro independiente o aislado del cuerpo. Este último parece, en cierto modo, prescindible. Esto no se ajusta a la realidad: el cerebro es sólo una parte del sistema nervioso, que a su vez es sólo una parte del cuerpo. Dicho cuerpo, además, se enmarca en un contexto social (no es un “cerebro en una cubeta”) que afecta decisivamente al desarrollo y la historia vital del individuo.

NI LOS PIES CAMINAN, NI EL CEREBRO PIENSA

El lector estará de acuerdo en que sus pies no caminan, sino que es usted quien camina empleando sus pies. De igual forma, no es su cerebro el que piensa, recuerda, odia o ama, sino que es usted quien hace todo esto utilizando su cerebro.

Podría pensarse que la comparación entre cerebro y pies no resulta adecuada, pues el cerebro, a diferencia de aquellos, goza de una gran capacidad de control sobre las demás partes del organismo. Sin embargo, no debe olvidarse que el cerebro depende, a su vez, de otros órganos para su subsistencia y funcionamiento, en especial (aunque no sólo) del corazón.

De ningún modo el cerebro es independiente y gobernador del resto del cuerpo, como demuestra la dinámica de su desarrollo: no es hasta la vigesimotercera semana de vida prenatal cuando aparecen las primeras sinapsis en el embrión humano, y no es hasta pasados los veinte años cuando el cerebro termina de desarrollarse por completo. De hecho, el cerebro sigue cambiando hasta el día de nuestra muerte. Sencillamente, sin cuerpo no puede haber cerebro, tanto funcional como cronológicamente.

Hasta cierto punto, resulta comprensible que científicos o divulgadores formados en neurociencia tiendan a transmitir, consciente o inconscientemente, la falacia mereológica. Después de todo, su conocimiento especializado puede conducir a sobredimensionar la importancia de una parte de la realidad.

Por eso, y al igual que se ha normalizado el hecho de que una “ciencia de la parte”, como es la neurociencia, impregne decisivamente la comprensión de las ciencias sociales y las humanidades que estudian al ser humano en su conjunto, debería normalizarse también el camino complementario: que estas “ciencias del todo” contribuyan a un entendimiento más completo (y realista) del sistema nervioso.

Para lograrlo, la neurociencia debería ser más receptiva al estudio y el diálogo genuino con otras disciplinas (psicología, educación, comunicación, derecho, filosofía). La colaboración interdisciplinar podría, así, contribuir a frenar la proliferación de neuromitos y visiones reduccionistas de lo humano que entorpecen incluso el avance de la propia neurociencia. El rigor metodológico no debería asociarse a una falta de rigor argumentativo. Comunicar el cerebro, después de todo, no implica limitarse al cerebro.

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El reguetón activa más ciertas partes del cerebro que la música clásica: estudio

lunes, julio 26th, 2021

De acuerdo con el investigador del estudio, los resultados abren la puerta a próximos estudios sobre la música y cómo afecta este experimento a pacientes con enfermedades neurodegenerativas como el Párkinson.

Por Ana Santana

Santa Cruz De Tenerife (España), 26 jul (EFE).- Frente a la música clásica, el folclore y la electrónica, el reguetón provoca una mayor activación en las regiones del cerebro encargadas de procesar no sólo los sonidos, sino también el movimiento, según un estudio llevado a cabo por investigadores canarios sobre la actividad cerebral que produce escuchar diferentes estilos musicales.

La neurociencia de la música ha atraído recientemente una atención significativa pero el efecto del estilo de música en la activación de las regiones cerebrales auditivas-motoras no ha sido aún explorado, explica en una entrevista a EFE Jesús Martín-Fernández, neurocirujano del Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria en Santa Cruz de Tenerife(Canarias), autor de una tesis doctoral que ha dado lugar al estudio.

El proyecto surgió cuando comentó al también neurocirujano y neurocientífico Julio Plata que quería hacer la tesis doctoral y éste -que posteriormente la dirigió- le sugirió lo interesante que sería unir “mis pasiones: el cerebro y la música”.

En la imagen, uno de los investigadores, el neurocirujano del Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria en Santa Cruz de Tenerife Jesús Martín-Fernández. Foto: EFE/Ramón de la Rocha

Para la investigación se seleccionaron 28 personas sin formación musical previa, con gustos musicales variados y una media de 26 años.

El estudio se realizó en el centro de investigación IMETISA, anexo al Hospital Universitario de Canarias, donde en primer lugar se hicieron pruebas para analizar las capacidades musicales con un test de oído, por un lado de la capacidad de discriminación de melodías y por otro de frases rítmicas.

Posteriormente se realizó una resonancia magnética funcional mientras los participantes escuchaban varios estilos musicales a los que se eliminó la letra.

Algunos de los clips musicales que se emplearon fueron en reguetón “Shaky” de Daddy Yankee y “Ginza” de J Balvin; en electrónica “Passion” de Alberto Feria y “L’amour toujours” de Dzeko, en clásica el concierto en mi menor de Vivaldi y el minué de los aires en re de Luis Cobiella, y en folclore folías y malagueñas canarias.

Los investigadores analizaron por un lado anatómicamente el cerebro de cada participante y luego la señal BOLD, que consiste en ver qué áreas del cerebro reclutan oxígeno (que es lo que sucede cuando se activan) y a través de un software se representaron con diferentes colores según se activasen más o menos.

La razón por la que se eliminó la letra de los clips musicales de cada estilo es “porque pretendíamos estudiar de la forma más pura posible el procesamiento de la música, y el lenguaje podría (al emplear otras vías neurales) mostrarnos activación cerebral que no es específica de la música”.

Investigadores canarios han estudiado la actividad cerebral que produce escuchar diferentes estilos musicales y han constatado que, frente a la música clásica, el folclore y la electrónica, el reguetón provoca una mayor activación en las regiones del cerebro encargadas de procesar no sólo los sonidos, sino también el movimiento. Foto: EFE/Ramón de la Rocha

Y fue el reguetón el que mostró mayor activación en las regiones del cerebro encargadas de procesar los sonidos (áreas auditivas) y de procesar el movimiento (áreas motoras), unas diferencias que resultaron mayores cuando se comparaban con la música clásica.

La electrónica también mostró una mayor activación de las regiones motoras, pero significativamente menor en comparación con el reguetón “y lo que más nos llamó la atención fue la activación de una región primitiva del cerebro: los ganglios basales”.

Son grupos de neuronas que están en zonas profundas del cerebro y que se encargan de modular la postura, de comenzar y finalizar un movimiento… además de estar involucrados en el sistema de recompensa o placer, precisa el investigador.

En estos ganglios basales se encuentra el origen de algunas enfermedades degenerativas, como el Parkinson entre otras, en las que hay una degeneración progresiva de algunos de ellos que causa un disminución de la dopamina (sustancia involucrada en el movimiento, placer…) y que en última instancia produce, entre otros, alteración del movimiento.

La mayor activación provocada por el reguetón implica que hay más regiones cerebrales auditivas y motoras que se activan y por lo tanto hay una mayor maquinaria trabajando en procesar la música.

La electrónica también mostró una mayor activación de las regiones motoras, pero significativamente menor en comparación con el reguetón “y lo que más nos llamó la atención fue la activación de una región primitiva del cerebro: los ganglios basales”. Foto: EFE/Jesús Martín-Fernández

La activación tan significativa en las áreas del cerebro encargadas del movimiento podría deberse “a la generación de un pulso interno dentro de nosotros al tratar de adivinar cuándo viene el siguiente pulso. Es como si el reguetón, con ese ritmo peculiar y repetitivo nos preparara para el movimiento, para bailar sólo con escucharlo”.

Subraya Jesús Martín-Fernández que el reguetón no siempre emplea acordes más básicos que otros estilos como la electrónica, pero sí los usa de una forma predecible además de tener un ritmo que no varía a lo largo de la canción.

La música clásica, por otro lado, es mucho más compleja, con mucha mayor variedad tímbrica, melódica y con un ritmo mucho menos marcado y por lo tanto, menos predecible.

Con estos resultados “se abre una puerta” a investigar más, tanto sobre la música y su procesamiento global en el cerebro como en ver cómo afecta este mismo experimento a pacientes con enfermedades neurodegenerativas como el Párkinson, indica el investigador, quien destaca que este estudio es el primero en la literatura científica que compara al reguetón y la música clásica y por ello hay que esperar a continuar la investigación.

¿Realmente somos libres de decidir? Esto dice la neurociencia

viernes, junio 25th, 2021

¿Elegimos sabiendo lo que hacemos o está predeterminado? ¿De verdad hacemos lo que queremos o nuestras decisiones se encuentran mediadas? ¿Existe el libre albedrío? Un experto en neurociencia explica las incógnitas detrás de nuestra toma de decisiones y la libertad que tenemos al respecto.

Por José María Delgado Garcia
Profesor Emérito de Neurociencia, Universidad Pablo de Olavide

Madrid, 25 de junio (The Conversation).- Imagine que este fin de semana tiene que elegir entre ir al teatro acompañado de un grupo de amigos o ir a cenar con un grupo diferente. La decisión que tome dependerá del interés de la obra que se estrena o de la calidad de la comida que le ofrecen, así como del aprecio que sienta por unos u otros. Eso sí, los dramas no le gustan y tampoco es fan de las paellas. Al final, dejará pendiente la elección hasta saber a qué grupo se incorpora esa persona tan importante para usted. ¿Es esta una decisión libre o mediatizada?

Parece que hay muchos condicionantes, a favor y en contra, del camino a seguir. En realidad, su decisión sería completamente libre si un día se inclinase por una actividad y otro por la opuesta. Pero, ¿cuándo se darán las mismas exactas circunstancias? En la práctica, nunca. Ese es uno de los problemas de lo que se entiende, en sentido estricto, por libre albedrío: la capacidad de tomar decisiones diferentes ante exactamente las mismas condiciones ambientales, sociales, individuales y emocionales.

A este problema se une lo ya apuntado por filósofos como Spinoza y Schopenhauer: una persona puede hacer lo que quiera, pero no elegir lo que quiere. ¿Sabe acaso por qué le gustan las comedias y no los dramas, o las tortillas y no las paellas? ¿Estamos predeterminados a lo que decidimos? Para estos filósofos parece que sí, pero obviamente no para todos. La batalla del determinismo tiene también un sustrato religioso. Por ejemplo, los jesuitas defendían en su momento que el libre albedrío era necesario para poder alcanzar la salvación. Los jansenistas y protestantes creían en la predestinación, por lo que uno poco podía hacer en ese caso.

¿Estamos predeterminados a lo que decidimos? Foto: EFE

LA NEUROCIENCIA ENTRA EN ESCENA

Esta batalla sobre la libertad de elegir se ha extendido a nuestros días y alcanzado el quehacer de los neurocientíficos. Desde Platón y Descartes se asume que el ser humano está compuesto de materia y espíritu y que, mientras el segundo se ocupa de las funciones más nobles como aprender, amar y decidir, el primero lo hace de tareas más burocráticas como comer, andar y picar piedras. Incluso los expertos en derecho penal ven difícil aplicar los conceptos de responsabilidad y culpabilidad a decisiones tomadas por una estructura material como es nuestro cerebro.

En la actualidad, la inmensa mayoría de los neurocientíficos aceptamos que es nuestro cerebro el que ocasiona y regula lo que hacemos y lo que pensamos. Es decir, comportamientos, deseos, recuerdos, emociones y pensamientos dependen de la actividad de porciones específicas de nuestro cerebro. Si para ver hace falta la retina y partes definidas de la porción más posterior del cerebro, denominada corteza visual u occipital, para tocar el piano hace falta la actividad coordinada de porciones específicas de las cortezas parietal, prefrontal y motora y así para todas las demás actividades que hacemos, sentimos o pensamos.

¿Cómo ocurre la actividad consciente, es decir, aquella que nos permite percibir el mundo exterior, adquirir conocimientos y tomar decisiones? A fin de cuentas, todo esto subyace al proceso de decidir, de elegir lo que uno quiere hacer.

En primer lugar, gran parte de la actividad cerebral ocurre de forma inconsciente.

Le pongo como ejemplo un experimento realizado por nuestro grupo. Cuando vemos una película estilo Hollywood, las imágenes se suceden de forma pausada con cortes espaciados varios segundos. Así podemos seguir las escenas percibiendo todo lo que ocurre. Con los montajes típicos de la MTV el tiempo entre corte y corte es muy breve (no más de dos segundos) y, aunque creemos que vemos todo lo que nos enseñan, la realidad es que no es así. Ocurre que, para que la información visual se haga consciente, la actividad cerebral debe alcanzar la porción más rostral del cerebro, el lóbulo prefrontal.

Cuando las imágenes se sustituyen rápidamente la activación cerebral no llega al lóbulo prefrontal y no somos completamente conscientes de lo que se muestra. Aun así, tenemos la sensación subjetiva de que estamos viendo el contenido global del filme, pero es gracias a una percepción subconsciente. Ese procesamiento subconsciente también ocurre, en parte, cuando tratamos de decidir qué hacer: desde elegir teatro o cena, hasta estudiar ingeniería o ciencias económicas tras la Selectividad.

Una elegante demostración de que la actividad cerebral precede a la actividad mental consciente es un experimento en el que se estudia el momento “¡ajá!”, algo parecido al momento en que Arquímedes dijo “¡eureka!”.

Decimos “¡ajá!” como sinónimo de “¡lo encontré!” cuando hemos estado buscando la solución a un problema matemático, o a un dilema de otra índole y, de repente, parece que se nos ilumina la mente y encontramos la solución. Ocurre que, en el caso de que sea una cuestión lingüística, más de un segundo antes de que digamos “¡ajá!” se activan porciones específicas de la zona parieto-occipital y de la corteza temporal anterosuperior. Por supuesto, nuestro estado consciente varía a lo largo del día mientras estamos activos, descansando, pensando en las musarañas o durmiendo. A cada una de esas situaciones corresponde una actividad cerebral determinada.

NO DIGA LIBRE ALBEDRÍO, DIGA TOMA DE DECISIONES

Por las limitaciones conceptuales indicadas más arriba sobre el libre albedrío, los neurocientíficos preferimos manejarnos con el más flexible concepto de toma de decisiones. Independientemente de que sean libres o determinadas, lo que interesa saber es qué ocurre en el cerebro cuando tomamos una decisión determinada.

No sólo las personas tomamos decisiones. Según en qué situación esté, un gato puede preferir buscar comida, buscar pareja o simplemente dormitar. La elección de cualquiera de esas actividades ocurre a partir de motivos internos de mayor o menor contenido emocional (hambre, impulso sexual, sueño) y están regidos de modo primordial, aunque no único, por el lóbulo prefrontal, el cual regula la actividad necesaria para satisfacer estas necesidades y las termina cuando se alcanza la recompensa deseada.

Pero no se preocupe: no somos máquinas. Somos seres vivos con motivos internos que nos llevan a explorar y entender el mundo que nos rodea y a nosotros mismos. Esperemos que para bien.

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Neurociencia: ¿Cómo puede (y no) usarse para prevenir el crimen?

sábado, junio 19th, 2021

¿Es posible prever un crimen? ¿La neurociencia puede ser una clave en la predicción de un delito como en la ciencia ficción? Un experto en el tema reflexiona las complejidades detrás de la neuropredicción y la neuroprevención.

Por José Manuel Muñoz
Investigador en el Centro Internacional de Neurociencia y Ética (CINET) de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, y en el Grupo Mente-Cerebro, Instituto Cultura y Sociedad (ICS), Universidad de Navarra

Madrid, 19 de junio (The Conversation).- En una escena de la conocida película Minority Report, un marido entra en casa y encuentra a su esposa con otro hombre. Al descubrir el engaño, y pertrechado con unas tijeras, se dispone a matarla. Entonces, una unidad de “precrimen” de la policía, capaz de predecir los delitos violentos antes de que sucedan, irrumpe en el domicilio e impide el asesinato.

Aunque en este caso se trata de ciencia ficción, desde hace años se promueve en diversos países el uso de técnicas neurocientíficas para intentar “leer la mente” y predecir la conducta violenta futura, en especial la reincidente. Así, por ejemplo, han proliferado estudios que, mediante resonancia magnética funcional (fMRI) y otras técnicas de imagen cerebral, correlacionan el grado de activación de ciertas regiones encefálicas, como la corteza cingulada anterior (CCA), con el riesgo de violencia.

Los partidarios de la llamada “neuropredicción” defienden que este tipo de hallazgos permiten al sistema de justicia tomar medidas que impidan la reincidencia y, con ello, mejorar la seguridad ciudadana. Dichas medidas incluyen desde denegar la libertad condicional hasta, incluso, alargar penas por encima de lo establecido en sentencia judicial. Sin embargo, este tipo de interpretaciones se basan en visiones neuroesencialistas del comportamiento, que ignoran el decisivo papel del ambiente y las circunstancias específicas que rodean a un delito. Como bien nos recuerdan el conocido neurocientífico David Eagleman y su equipo, “las vidas son complejas, y el crimen es contextual”.

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El problema de la neuropredicción se relaciona íntimamente con el del libre albedrío. Aunque se trata de un concepto filosófico muy resbaladizo, existen dos grandes posturas al respecto cuando se trata de aplicarlo al ámbito penal. Una de ellas es la visión absoluta o retributiva de la pena, que busca asignar castigos proporcionales a la gravedad de los delitos cometidos y minusvalora los condicionantes biológicos que puedan subyacer.

¿ES TODO CUESTIÓN DE NEURONAS?

La postura opuesta queda perfectamente representada de manera alegórica por el magistral Duelo a garrotazos de Goya, en el que dos hombres, atrapados en el barro, parecen condenados a golpearse hasta la muerte.

Se trata del fatalismo determinista, según el cual carecemos de cualquier atisbo de libertad y responsabilidad por nuestros actos, que son inevitables. Esta mentalidad es ciertamente compatible con una aproximación reduccionista al sistema nervioso: todo se limitaría a las neuronas y sus interacciones físico-químicas.

Tras la defensa de la neuropredicción como medio para evitar la reincidencia se halla, precisamente, una visión fatalista del comportamiento humano; pero esta defensa se enfrenta a tres grandes objeciones.

Primera: como bien explica Alfred Mele en su excelente obra Libres, existen buenos argumentos para defender que la neurociencia, contra lo que afirman ciertos neurocientíficos, no ha demostrado la inexistencia del libre albedrío.

Segunda: la neuropredicción se basa en una estimación probabilística del riesgo de violencia y, como tal, no ofrece certezas absolutas sobre el futuro. Por ejemplo, una baja actividad de la CCA parece asociarse a una mayor probabilidad de reincidencia, pero esta no siempre se produce.

Tercera: al suponer que el sujeto no es libre para impedirlo, el sistema estaría dando por seguro el futuro crimen, y sin embargo se estaría otorgando a sí mismo la potestad para evitarlo. Esta forma de entender un crimen como determinado y no determinado al mismo tiempo, además de ser paradójica, podría llegar a utilizarse para justificar formas tiránicas de ejercer el poder.

No obstante, la neurociencia puede aportar mucho al estudio de la reincidencia sin necesidad de respaldar la neuropredicción ni de, por el contrario, ignorar los condicionantes biológicos del crimen. En un trabajo realizado con una colega del INACIPE de México, y editado por David Eagleman, hemos defendido que la mejor aproximación posible a esta cuestión es la “neuroprevención”: servirse de la neurociencia para disminuir el riesgo de un crimen futuro, nunca para predecirlo.

La neurociencia puede aportar mucho al estudio de la reincidencia sin necesidad de respaldar la neuropredicción. Foto: EFE

SEGURIDAD CIUDADANA Y REINTEGRACIÓN DE LOS RECLUSOS

Naturalmente, esta prevención debe enfocarse en la seguridad ciudadana. Pero debe ir acompañada de estrategias de intervención diseñadas para mejorar habilidades cognitivas habitualmente relacionadas con la criminalidad (impulsividad, empatía, planificación, etc.) que son dinámicas, es decir, modificables.

En este sentido, técnicas como la fMRI pueden proporcionar una valiosa información complementaria a las tradicionales pruebas de evaluación psicológica aplicadas durante décadas.

Este enfoque permitiría que los reclusos tuvieran capacidad de influir sobre su propio futuro trabajando proactivamente para (si es posible) su eventual reintegración social. El papel del sistema sería, así, el de acompañar su evolución; mundos como el de Minority Report deben permanecer en el ámbito de la ficción.

La neurociencia puede aportar mucho al sistema de justicia, pero le haremos un flaco favor si malinterpretamos sus hallazgos, sobredimensionamos su alcance y adoptamos visiones neuroesencialistas que ignoran el contexto en el que el cerebro se enmarca: cuerpo, ambiente y relaciones personales. Como en tantos otros problemas de envergadura, la reflexión conceptual y el diálogo de esta apasionante disciplina con las ciencias sociales y las humanidades resultan imprescindibles si se aspira a alcanzar una visión más completa (y justa) de la acción humana.

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De amor y otras adicciones: La neurociencia del enamoramiento y la drogadicción emocional

viernes, abril 23rd, 2021

El amor, como las drogas, puede llegar a ser adictivo. Las sensaciones satisfactorias y emociones que envuelven al enamoramiento se originan en el sistema límbico, en el cerebro, pero las expectativas y deseos puestos en el otro pueden llevar a una dependencia emocional, cuyos síntomas desemboquen en una especie de drogadicción emocional. ¿Cómo? ¿de qué forma? Un experto aporta respuestas.

Por José María Delgado Garcia
Profesor Emérito de Neurociencia, Universidad Pablo de Olavide

Madrid, 23 de abril (The Conversation).- Desde los años 50 del siglo pasado, los avances en el conocimiento de las funciones del cerebro han trastocado más de un concepto cultural acerca de nuestra personalidad. Uno de ellos se refiere a la génesis y peculiaridades de las emociones y los sentimientos.

EL PAPEL DEL CEREBRO EN LAS EMOCIONES

Es cierto que, desde los tiempos de Aristóteles, se asumía que estas sensaciones internas se generan y almacenan en el corazón. Sin embargo, hoy día se sabe con suficiente detalle que los procesos emotivos se originan y controlan en el cerebro. En concreto, en el sistema límbico: una parte evolutivamente antigua, ya presente en aves y mamíferos.

El sistema límbico recibe este nombre porque forma un limbo o círculo alrededor del tálamo, la parte central del encéfalo. Dentro de este sistema neuronal hay diferentes estructuras. Por ejemplo, las que están especializadas en el control de funciones motivacionales tanto positivas, como el núcleo accumbens, como negativas, en el caso de la amígdala y el septum. También relacionadas con las memorias, la rememoración y el olvido, como el hipocampo.

No es que las funciones emocionales y cognitivas estén fragmentadas por el cerebro. Más bien, lo que ocurre es que hay puntos nodales o sitios cerebrales donde dichas funciones se ponen particularmente de manifiesto.

No es que las funciones emocionales y cognitivas estén fragmentadas por el cerebro. Más bien, lo que ocurre es que hay puntos nodales o sitios cerebrales donde dichas funciones se ponen particularmente de manifiesto. Foto: EFE

EN EL AMOR, MÁS CEREBRO QUE CORAZÓN

Entre las emociones más importantes en nuestra evolución personal está el amor romántico. Y con él, la intensa conmoción psicofísica que nos sacude cuando nos enamoramos.

El enamoramiento es, de alguna forma, una brusca caída en un “mundo mágico”. En ella transferimos al objeto de nuestro amor una serie de características físicas y de cualidades psíquicas más o menos imaginarias.

Puede ocurrir, como ya señalaba Blaise Pascal, que nos guste vivir en la mente de los demás. En términos psicoanalíticos: si nuestro mayor anhelo es que los demás nos deseen, estas características funcionales de nuestra mente se agudizan en el enamoramiento.

Además, si las expectativas y deseos imaginariamente adscritos al partenaire están muy lejos de su realidad, pueden convertir todo el proceso emocional en una neurosis más o menos transitoria.

Desde el punto de vista cognitivo, la persona amada no cambia porque la amemos. Esto quiere decir que la percepción visual, auditiva y, en suma, sensorial que tengamos de ella en realidad es la misma. Lo que se modifica es la interpretación de esa información sensorial. Este fenómeno ocurre de modo decisivo en el lóbulo prefrontal, más que probable sede de nuestra interpretación cognitiva de la realidad.

Esta misma estructura contribuye a la génesis de respuestas comportamentales que acompañan al enamorado. ¿Cómo cuales? Desde las palpitaciones cardíacas al cambio de coloración de la piel (sonrojado, pálido). Desde el temblor o la flacidez muscular a la pérdida de apetito.

Estos fenómenos funcionales ocurren por la acción del lóbulo prefrontal sobre la amígdala y de ahí a las porciones inferiores del cerebro y de la médula espinal. También sobre el hipotálamo y de éste al complejo sistema endocrino y metabólico de nuestro organismo.

ME QUIERE, NO ME QUIERE

Aunque los estados emotivos se generan en el sistema límbico, hay un componente motivacional muy importante en el enamoramiento y es el nivel de satisfacción del deseo. Esto es la recompensa que se obtiene con la consecución del objeto deseado.

En este proceso interviene especialmente el sistema dopaminérgico, denominado así porque libera un comunicador molecular interneuronal llamado dopamina. Lo que hace es actuar en el núcleo accumbens induciendo la sensación interna de satisfacción cuando nos dan el ansiado “sí”.

La dependencia excesiva del otro en un enamoramiento equivocado puede conducir a una suerte de drogadicción emocional. Foto: Dolores Ochoa, AP

En relaciones algo más duraderas intervienen también las neurohormonas oxitocina y vasopresina. Ambas se han relacionado recientemente con la generación de comportamientos sociales, como el apego que se establece entre los amantes. También los protocolos conductuales característicos del apareamiento y de la cría.

ENAMORAMIENTO, DROGADICCIÓN EMOCIONAL Y SÍNDROME DE ABSTINENCIA

La dependencia excesiva del otro en un enamoramiento equivocado puede conducir a una suerte de drogadicción emocional.

Por otra parte, se asume que la adicción a una sustancia determinada (nicotina, cocaína, morfina, alcohol) sólo se diferencia de la situación del adicto emocional en el objeto con el que se pretende compensar (de forma equivocada, claro) un vacío o necesidad interior no bien identificada.

De hecho, la sintomatología que caracteriza el síndrome de abstinencia en algunas drogadicciones (cocaína o anfetaminas) es similar a los síntomas del enamoramiento no correspondido.

Recuerden a Lou Reed cuando canta: “…heroin: it’s my wife and it’s my life”.

El síndrome de abstinencia que caracteriza a la mayor parte de las drogas tiene un componente de dependencia psicológica que suele ser común a todas ellas. También está presente en el enamorado frustrado.

Tanto el drogadicto como el enamorado no correspondido tienen una necesidad inmediata y exigente de reactivar sus centros nerviosos de recompensa. Sobre todo el núcleo accumbens. Es una necesidad imperiosa y compulsiva, acompañada de toda la cohorte de síntomas que caracterizan el síndrome de dependencia.

Por lo demás, es fácilmente observable (tanto por el que lo sufre como por el que lo observa) la inmediata desaparición del síndrome de abstinencia cuando se consigue el esperado sí. O cuando se administra una nueva dosis de droga.

En ambos casos se produce una activación del centro neural de recompensa (núcleo accumbens) con la importante contribución del sistema dopaminérgico.

Por último, el componente físico del síndrome de abstinencia ocurre por las adaptaciones fisiológicas y metabólicas que se producen tras el consumo repetido y abusivo de una droga determinada. Al final, su ausencia desequilibra la balanza.

El síndrome de abstinencia que caracteriza a la mayor parte de las drogas tiene un componente de dependencia psicológica que suele ser común a todas ellas. También está presente en el enamorado frustrado. Foto: EFE

Este componente físico depende en particular de las rutas metabólicas que sigue la droga de que se trate, así que en este particular hay evidentes diferencias de unas sustancias a otras.

Por ejemplo, heroína y morfina actúan sobre neuronas relacionadas con las endorfinas. Estas están a su vez relacionadas con la ausencia de dolor y la sensación de satisfacción y placer.

Sin embargo, la cocaína actúa sobre complejos grupos neuronales. En este caso, se relacionan con la serotonina (reguladora del estado de ánimo), la noradrenalina (estados de atención y alerta) y la dopamina ya mencionada.

En conclusión: entender cómo funciona su cerebro le ayudará a conocerse mejor… Y recuerde ¡que la medalla del amor que regale el próximo 14 de febrero tenga forma de sistema límbico!

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VIDEO: Neurocientíficos mapean detalladamente en 3D el cerebro de un ratón y cómo funciona

viernes, mayo 8th, 2020

El órgano del roedor consta de cientos de regiones cerebrales con millones de células, que en su conjunto miden menos de 1.5 centímetros y pesan menos que una gominola.

Ciudad de México, 8 de mayo (RT).– La neurociencia cuenta ahora con un atlas tridimensional de alta resolución del cerebro de un ratón, lo que puede marcar un estándar para la medicina veterinaria y humana en las próximas décadas. Es más, los autores lo han convertido en un video para que el público más amplio pueda apreciar la minuciosidad de las imágenes obtenidas.

Los especialistas del Instituto Allen para la Ciencia del Cerebro de Seattle (EU) tardaron tres años en recabar datos del tejido cerebral de casi mil 700 animales y sistematizarlos. Con los datos construyeron el cerebro del ratón, dividido en pequeños bloques 3D, cada uno de los cuales fue asignado a su coordenada única, según informó este 7 de mayo un comunicado del instituto.

El cerebro de un ratón de laboratorio normalmente está formado por unos 100 millones de células distribuidas entre cientos de regiones diferentes, que ocupan en su conjunto un área que mide menos de un centímetro y medio y apenas pesa menos que una gominola. Sin embargo, los autores del atlas pudieron marcar este volumen con miles de puntos de referencia para una navegación más efectiva.

“En los viejos tiempos, las personas distinguían diferentes regiones del cerebro a simple vista. A medida que obtenemos más y más datos, este enfoque manual ya no sirve”, comentó una de las creadoras del atlas, Lydia Ng, directora de tecnología en el Instituto Allen. “Dado que tenemos una secuencia del genoma de referencia, se necesita una anatomía de referencia”.

El cerebro miden menos de 1.5 centímetros. Foto: Especial

La descripción completa del atlas y la historia de su desarrollo fue publicada este jueves en la revista Cell. Los autores esperan que su trabajo permita a los expertos en neurociencia comparar y compartir materiales de investigación en forma tridimensional y también registrar sus hallazgos de manera uniforme y accesible.

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La neurociencia dice se debe hacer caso a los presentimientos o a la lógica de las situaciones

jueves, mayo 17th, 2018

La clave para poder usar nuestra intuición en la toma de decisiones está en identificar si nuestra corazonada tiene algún fundamento o no preguntándote si has estado en una situación similar en el pasado. Si no consigues encontrar ninguna referencia, mejor básate en el pensamiento analítico.

Por Christiane Drummond

Ciudad de México, 17 de mayo (TICbeat)/SinEmbargo).- Cuando tenemos que tomar una decisión muchas veces se abre un debate entre nuestro lado más lógico y nuestro lado más intuitivo pero, ¿a cuál debemos escuchar? Descubre si puedes fiarte de tus presentimientos, según la neurociencia.

Cuando tenemos que tomar una decisión lo normal es que nos sentemos a valorar los pros y contras e intentando predecir cuales serán las consecuencias a largo plazo. Pero, ¿qué pasaría si nos fiáramos más de nuestros presentimientos?

Basar una decisión en una corazonada parece una locura. Nos han enseñado a usar nuestro lado más racional y suprimir el más intuitivo, evitando así actuar de manera impulsiva. No obstante, resulta que desde un punto de vista científico hacerle caso a nuestro instinto no es tan descabellado.

Las emociones no son irracionales, explica en The Conversation Valerie van Mulukom, psicóloga experta en investigación del pensamiento analítico e intuitivo. Se forman en base a lo que percibimos y pensamos y, por lo tanto, son una manera de procesar la información.

Los presentimientos son el resultado de esas emociones que surgen al analizar información externa para después compararlo con el conocimiento y los recuerdos que ya tenemos almacenados en el cerebro.

Cuando ocurre algo que no predecíamos nuestra mente se actualiza, por decirlo de alguna manera. Por lo tanto, cuando tenemos un presentimiento significa que nuestro cerebro está comparando un conocimiento que está almacenado en la mente con la situación actual, pero aún no hemos alcanzado dicha asociación de manera consciente.

Veamos un ejemplo proporcionado por Mulukom: imagina que estás conduciendo por una carretera oscura y de repente sientes una especie de impulso que te dice que tienes que desviarte ligeramente a la izquierda, y te das cuenta de que gracias a ello has evitado un bache en la carretera. No es que tengas poderes para prever que iba a estar ahí, sino que probablemente inconscientemente hayas visto al coche de delante esquivarlo, y tu mente ha hecho una asociación sin que te des cuenta.

Es decir, muchas veces tenemos conocimientos de experiencias del pasado acumulados en el cerebro fuera del alcance de nuestro lado más racional. Por esta misma razón, nuestra intuición mejora con la edad: tenemos más información en la que basarnos.

Sin embargo, no podemos fiarnos ciegamente de los presentimientos ya que nuestra mente puede guiarse por preferencias de manera equívoca. La clave para poder usar nuestra intuición en la toma de decisiones está en identificar si nuestra corazonada tiene algún fundamento o no preguntándote si has estado en una situación similar en el pasado. Si no consigues encontrar ninguna referencia, mejor básate en el pensamiento analítico.

No todo tiene que ser blanco o negro, explica Mulukom. Puedes combinar el pensamiento analítico con tus presentimientos para tomar decisiones. Teniendo en cuenta que la intuición muchas veces se trata de un procesamiento de la información más rápido y automático lo realmente descabellado sería ignorarlo.

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Especialistas confirman que los bebés de entre seis y nueve meses entienden más palabras de lo que creemos

lunes, noviembre 20th, 2017

Científicos norteamericanos demuestran por medio de un estudio que los bebes de entre 6 y 9 meses entienden las palabras más de lo que creemos. Según los especialistas, este estudio es trascendental pues demuestra la importancia y la estructuración del lenguaje a través de las palabras, desde los primeros años de vida de los seres humanos.

 

Redacción Internacional, 20 noviembre (EFE).- Los bebés de entre seis y nueve meses entienden más palabras de lo que creemos y son capaces de darse cuenta de cuáles tienen alguna relación, como zumo y leche, según un estudio publicado hoy por la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).

Esa es la principal conclusión de una investigación que ha analizado la comprensión de los bebés a través de los datos del seguimiento ocular de imágenes, realizada por la profesora de Psicología y Neurociencia de la Universidad de Duke (Estados Unidos) Elika Bergelson y el director del Centro Rochester de Imagen Cerebral de la Universidad de Minesota Richard N. Aslin.

“Aunque no hay muchas señales claras de conocimiento del lenguaje en bebés, el lenguaje definitivamente se está desarrollando con fuerza bajo la superficie”, explicó Bergelson.

Tras demostrar en una investigación de 2012 que los bebés de seis meses tienen una comprensión básica de las palabras para los alimentos y las partes del cuerpo, Bergelson y su equipo utilizaron ahora un software de seguimiento ocular para ahondar en la comprensión del lenguaje a esa temprana edad.

De esta forma pudieron comprobar que los bebés entienden cuándo hay una relación entre palabras, como coche y cochecito o zumo y leche, que tienen vínculos semánticos.

Además, el equipo descubrió que el conocimiento de las palabras por parte de los bebés está directamente relacionado con la cantidad de tiempo que oyen mencionarlas a las personas de su entorno.

Eso podría ayudar a intervenir lo antes posible en casos de niños con riesgo de retrasos o deficiencias en el lenguaje, precisó la experta.

Para medir la comprensión de palabras, se mostró a los bebés que participaron en la investigación diversas imágenes en una pantalla de ordenador.

Tanto imágenes de objetos relacionados, como un pie y una mano, como otros sin relación, como un pie y un cartón de leche, y, mientras aparecían las imágenes, el cuidador que les acompañaba nombraba uno de cada par de objetos.

Los bebés se pasaban más tiempo mirando el objeto nombrado cuando no tenía ninguna relación con el que completaba el par.

Y miraban indistintamente a los dos objetos cuando estaban relacionados, es decir, sabían que la palabra mencionada correspondía a unos de esos dos objetos porque percibían que estaban relacionados, pero no podían identificar a cuál de ellos se referían.

“Puede que no sepan el significado completo de una palabra, pero parecen reconocer que hay alguna similitud en el significado de esas palabras”, resaltó Bergelson.

Una prueba que se repitió, con resultados similares, en el hogar de cada bebé, donde se grabó en vídeo sobre cómo interactuaban con sus cuidadores.

El resultado fue que la proporción del tiempo que los padres hablaron sobre algo delante del bebé estaba relacionado con la comprensión general de los pequeños.

Es “un primer paso emocionante para identificar cómo los niños pequeños aprenden palabras, cómo se organiza su léxico inicial y cómo el lenguaje que escuchan en el mundo que los rodea les da forma o les influye”, pero es “demasiado pronto” para sacar conclusiones de cómo hay que hablar a los bebés, señala el estudio.

Lo que sí está claro, destacó Bergelson, es que cuanto más puedan hablar los padres a su bebés, es mejor para su aprendizaje.

Edvard Moser, ganador del premio Nobel, visita México para dar una plática sobre el “GPS” interno del cerebro

domingo, noviembre 19th, 2017

El científico ganó junto con su esposa May-Brit Moser y el científico estadounidense John O’Keefe el premio Nobel por descubrir el “GPS” interno del cerebro que permite orientarnos.

Puebla, 18 de noviembre (EFE).- La neurociencia avanza a pasos agigantados en la investigación de la relación de las células del cerebro con herramientas que permiten ahondar en las “redes neuronales”, aseguró hoy el neurólogo noruego Edvard Moser, Premio Nobel de Medicina 2014.

“Queremos averiguar cómo se produce la capacidad para navegar en el cerebro” señaló Moser durante la conferencia “El mecanismo GPS del cerebro” que ofreció en el festival Ciudad de las Ideas en Puebla, centro de México.

Para descifrar el cómo las neuronas trabajan en conjunto en el cerebro, Moser señalo que se debe estudiar su actividad. “Hay muchas neuronas que trabajan al mismo tiempo” expuso el Premio Nobel de Medicina 2014.

A través de la investigación con roedores, Moser descubrió una red de células que constituyen el sistema de posicionamiento del cerebro, una especie de GPS capaz de descifrar nuestra posición y calcular nuestra distancia de movimiento y la dirección a un lugar determinado. Este sistema permite orientarnos y desplazarnos en el espacio.

“La base de nuestra navegación, utiliza nuestro propio movimiento, cuando nos movemos alrededor el cerebro calcula nuestro movimiento” señaló Moser.

A la pregunta de ¿cómo obtienen las células esta información? El neurocientífico señaló que es un sistema muy complejo en el que trabajan muchas células de forma simultánea, cada una con una función diferente.

“Unas siguen el rumbo, se encargan de codificar la dirección”, señaló en su ponencia.

Estas células, fueron descubiertas en la década de los 80. “Calculan dirección y distancia a partir de marcas u objetos en el espacio” indicó el neurocientífico.

Explicó que no trabajan solas porque otro grupo de células se encarga de delimitar el espacio.

Un estudio con ratas evidenció que ciertas células se activaron cuando el animal se encontraba en los límites de la caja donde se realizaba la investigación. Otro grupo de células se encargan del espacio y los objetos que se encuentran en él.

Estudios recientes del 2005 a la fecha evidencian esta teoría en animales como roedores, orangutanes, murciélagos e incluso en humanos.

“A pesar de ser diferentes (los animales) tienen un sistema nervioso común y podemos a través de ellos estudiar la corteza, la parte exterior del cerebro donde ocurre la planeación de nuestro rumbo” indicó.

Las investigaciones también se han realizado en seres humanos; los resultados coinciden con los de los animales, es decir, existe un sistema neuronal capaz de posicionar y orientar a los seres vivos.

“En humanos con epilepsia se han obtenido grabaciones del funcionamiento de las neuronas” resaltó Moser.

Moser recibió en 2014 junto a su esposa May-Brit Moser y el científico estadounidense John O’Keefe, el Premio Nobel de Medicina por el descubrimiento del “GPS interno” del cerebro que hace posible la orientación en el espacio.

Fue un descubrimiento precedido por investigaciones que abrieron la puerta a esta teoría. En la década de los 70, fueron descubiertos los primeros componentes de ese sistema de posicionamiento interno.

En el área del cerebro conocida como hipocampo constataron que unas células nerviosas se activaban cuando una rata se encontraba en un lugar determinado y éstas variaban cuando el animal cambiaba de posición.

Fue hasta 2005 cuando Edvard y su esposa añadieron otro componente a la investigación y descubrieron que otras células nerviosas formaban un sistema coordinado y permitían la ubicación de forma precisa en el espacio.

Les denominaron “las grill cells (células rejilla)” con que el cerebro reproduce el espacio y nuestro movimiento en él mismo.

“Coordinadas internas del cerebro que se basan en triángulos, es un sistema de medición del cerebro para poder calcular la posición todo el tiempo” reiteró el neurocientífico.

Moser ha sido uno de los más de 60 ponentes que participan durante los tres días del festival Ciudad de las Ideas, que reúne en Puebla (México) a personalidades de los ámbitos tecnológico, científico, filosófico y artístico

MoCoTI: Robots construidos en serie, capaces de actuar y moverse como humanos ayudarían a la neurociencia

domingo, octubre 22nd, 2017

Los proyectos MoCoTI y Myorobotics permitirían producir robots de bajo costo con una tecnología capaz de reproducir músculos y estructuras neuronales.

Ciudad de México, 22 de octubre (TICBeat/SinEmbargo).- Hasta ahora, el sueño de producir de manera estable robots capaces de actuar y moverse como humanos parecía lejano a causa de limitaciones técnicas y económicas. Pero ahora, investigadores de los proyectos europeos de robótica MoCoTI y Myorobotics han dado el que podría ser el primer paso para producir robótica humanoide a bajo coste gracias a un nuevo robot (formado por un cerebelo artificial, un brazo robótico y tendones) que sería fácil y barato de replicar.

De este modo, estaríamos ante la perspectiva de una futura producción masiva de robots low-cost con software de control neuronal y hardware músculo-esquelético. “Esto es posible porque su diseño permite una producción en masa relativamente eficiente”, explica a Sinc Christoph Richter, profesor del departamento de Ingeniería Eléctrica Informática de la Universidad Técnica de Múnich y uno de los investigadores principales de MoCoTi.

La tecnología de Myorobotics ha permitido imitar los músculos y articulaciones del brazo humano, a través de 9 músculos formados por dispositivos mecatrónicos. Con respecto al cerebelo que controla el movimiento de este brazo, Richter afirma que su “estructura neuronal es relativamente simple y uniforme. Replicamos sus neuronas más importantes, su conectividad y, lo que es fundamental, su adaptación y aprendizaje en nuestra simulación en tiempo real”.

Que esa ‘relativa simplicidad’ no nos engañe: los investigadores eligieron como base de su dispositivo una plataforma de computación neuromórfica llamada SpiNNaker (desarrollada en la británica Universidad de Mánchester), que permite que un único chip maneje en tiempo real una red de 10 mil neuronas, permitiendo así conectarlas para simular redes neuronales a escala cerebral.

Según los investigadores, pueden incorporarse estructuras cerebrales de orden superior utilizando sensores de retina de silicio o cocleares. Androides de este tipo, con simulaciones cada vez más realistas, serán una herramienta muy útil para estudiar nuestro propio cerebro: “los robots pueden ayudar a avanzar a la neurociencia de la misma manera que la neurociencia nos ayuda a crear robots más naturales“.

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Científicos desarrollan microchip cerebral que corrige daños por Alzheimer

lunes, septiembre 12th, 2016

El emprendimiento tecnológico empieza a inclinarse por la ciencia. La última innovación de una satrtup son chips neurológicos para corregir daños cerebrales como el Alzheimer.

Foto: Ticbeat

Foto: Ticbeat

Por Lara Olmo

Ciudad de México, 12 de septiembre (SinEmbargo/Ticbeat).- De un tiempo a esta parte se percibe desde Silicon Valley una corriente de innovación que apuesta por la tecnología al servicio de la salud y el bienestar del ser humano.

Se trata del “bio-hacking” y uno de sus precursores es el emprendedor tecnológico Bryan Johnson, que está diseñando un microchip que puede instalarse en el cerebro para corregir daños neuronales provocados por enfermedades como el Alzheimer.

Es un proyecto nuevo de su startup Kernel, compañía de ‘”Human Intelligence” con la que pretende mejorar el potencial del cerebro para aproximarlo a la “perfección” de las máquinas.

Este nuevo proyecto permite instalar estos chips, llamados también neuroprótesis, en cerebros que presenten daños neuronales causados por accidentes cerebrovasculares, el Alzheimer o conmociones cerebrales. La idea es que también puedan aumentar la inteligencia, la memoria y otras funciones cognitiva.

Estos chips implantados intentan replicar la forma en que las células del cerebro se comunican entre sí. Un cerebro sano convierte las situaciones presentes desde la memoria a corto plazo a la memoria a largo plazo a través de señales eléctricas. Éstas disparan un código específico único para cada persona, asemejándose a un comando de software.

Se basa en los avances del ingeniero biomédico Theodore Berger, quien durante 20 años ha estado trabajando en la construcción de una neuroprótesis para ayudar a las personas con demencia senil, contusiones y lesiones cerebrales y pacientes con Alzheimer.

El “bio-hacking”, a medio camino entre la ciencia tradicional y la ciencia ficción, se sustenta en la idea de que es posible diseñar y programar el cuerpo humano como lo haríamos con un software. Son varias las startups que están encabezando este movimiento, como por ejemplo Thync, una empresa que diseña auriculares que mandan impulsos eléctricos que alteran el estado anímico cerebral, o Nootrobox, dedicada a la producción de componentes que mejoran la capacidad cognitiva combinando cafeína con ingrediente activos del té.

Un motivo que explicaría esta inclinación del emprendimiento tecnológico estadounidense hacia la ciencia es el recorte que ha sufrido la financiación público en investigación científica. Además, es una evidencia que hasta hace nada había muchos problemas biológicos y de salud que representaban un reto y que ahora, gracias a la computación y el Big Data, es posible resolver en mucho menos tiempo.

El sueño mayor, casi inalcanzable, de esta corriente tecno-científca es lograr desafiar a la muerte y la decadencia del hombre cuando éste llega a sus últimos años de vida. Aunque más allá de quimeras, habrá que ver si los grandes fondos de capital riesgo e inversores apuestan por startups que ofrecen soluciones para el gran público o que sólo puedan permitirse unos pocos.

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