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“El Estado debe pedir perdón y hacer justicia por la masacre de Tlatelolco”, dice ex líder estudiantil

lunes, octubre 1st, 2018

Félix Hernández Gamundi era estudiante del Instituto Politécnico Nacional (IPN) se había desempeñado como uno de los líderes del Consejo Nacional de Huelga, un organismo estudiantil que paralizó las universidades mexicanas para exigir la democratización de México y el fin de la represión contra movimientos sociales.

Por Eduard Ribas i Admetlla

México, 1 de octubre (EFE).- Cuando Félix Hernández Gamundi llegó a Ciudad de México, su sueño era graduarse en ingeniería y regresar a su pueblo natal. Pero participar en el movimiento estudiantil de 1968 le cambió la vida: presenció la matanza de Tlatelolco, fue torturado y se convirtió en preso político más de dos años.

“El 68 es un tremendo crimen de Estado que sigue impune. Estamos reclamando que se abran procesos penales contra los autores intelectuales y materiales de la represión”, explica Hernández en entrevista con Efe, tras sostener que “el Estado debe pedir perdón y hacer justicia”.

Durante el verano de 1968, este estudiante del Instituto Politécnico Nacional (IPN) se había desempeñado como uno de los líderes del Consejo Nacional de Huelga, un organismo estudiantil que paralizó las universidades mexicanas para exigir la democratización de México y el fin de la represión contra movimientos sociales.

“Estábamos seis o siete asomados por la ventana cuando vimos luces de bengala y escuchamos disparos”, recuerda con los ojos humedecidos. Foto: EFE, Eduard Ribas.

Pero durante la fatídica tarde del 2 de octubre de 1968, hace medio siglo, las balas del Ejército acabaron con esa movilización.

Decenas de estudiantes, según el Gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, y centenares, según algunos testigos, fallecieron por la represión de un mitin en la plaza de las Tres Culturas del popular barrio de Tlatelolco.

Ese día, los miembros del Consejo tenían la consigna de no estar en la plaza. Por eso, Hernández subió a un departamento para escuchar el mitin, sin saber lo que se avecinaba.

“Estábamos seis o siete asomados por la ventana cuando vimos luces de bengala y escuchamos disparos”, recuerda con los ojos humedecidos.

Un grupo paramilitar del Gobierno, llamado Batallón Olimpia, comenzó a disparar contra la multitud desde el edificio donde estaba Hernández. Acto seguido, el Ejército “tomó la plaza” disparando con “armas de repetición”, recuerda.

“El Gobierno había preparado una operación que no podía fallar. Tres cercos del Ejército rodeaban la plaza. De allí no podía escapar nadie sin permiso de las Fuerzas Armadas”, subraya Hernández.

Florencio López Osuna (der), ex dirigente del movimiento estudiantil de 1968. Foto: Reproducción, Cuartoscuro.

Fueron 40 minutos de angustia en los que se escuchaban “ráfagas y gritos” en la plaza. Los disparos llegaron a alcanzar la ventana del departamento donde él estaba, lo que obligó a los estudiantes a permanecer en el suelo durante horas.

“En Tlatelolco ocurre ciertamente una masacre. El Gobierno nos aplasta con las armas y de los 4 mil 500 detenidos no hay uno solo que lleve una arma. Eso demuestra que somos un movimiento pacífico reprimido con violencia”, sostiene.

A medianoche, el Ejército irrumpió en la vivienda. Todos ellos fueron detenidos.

“Fuimos encarcelados de manera totalmente ilegal. Aprehendidos por un cuerpo militar que no está facultado para eso”, denuncia el represaliado, quien recuerda que la movilización era pacífica.

Hernández fue interrogado, presionado y torturado durante días. Le llegaron a decir que su madre y su hermana de seis años eran violadas en una sala contigua.

“El movimiento aconsejaba, en caso de ser detenidos, aguantar durante unos días los golpes y luego hablar y decir la verdad. Ese fue mi caso”, rememora con la voz quebrada.

Hernández fue acusado de una veintena de delitos, muchos de ellos políticos, y condenado a 17 años de cárcel, la mayor pena para los líderes estudiantiles.

Pero la presión por “el desprestigio internacional” del Gobierno mexicano llevó a la Fiscalía a liberarlos tras dos años y medio, aunque su sentencia “seguía viva”.

Como otros compañeros, nunca se acogió a amnistías que el Gobierno les ofreció porque “no éramos delincuentes”.

“Obviamente los 17 años ya pasaron, con lo cual yo supongo que ya estamos libres, ahora sí”, añade entre risas.

Desde la plataforma Comité 68, Hernández y otros compañeros llevan décadas luchando para la reparación del daño, la justicia y las disculpas del poder y así “romper el estado de impunidad”.

Señala que muchos de los militares que ejecutaron la matanza siguen vivos y exige que se reconozca que “hubo una práctica sistemática para obstaculizar el desarrollo de vida de todos nosotros”. Muchos jamás encontraron trabajo en sus sectores.

Varios académicos del COLMEX ofrecieron una conferencia de prensa donde mencionaron la importancia de la preservación y divulgación de los archivos alusivos al movimiento.
Foto: Jacob Albino, Cuarotsucro.

Hernández no pudo cumplir su plan de vida de regresar al oriental estado de Veracruz y trabajar en la industria petrolera. Pero con los años se abrió un hueco en el sector hídrico y siempre defendió el movimiento de 1968.

A los que consideran Tlatelolco como “la gran derrota del movimiento”, Hernández responde que el 2 de octubre fue “una derrota política del régimen que quedó desenmascarado como un régimen demagógico, autoritario y represivo”.

“Con el paso del tiempo se convirtió en una victoria política y el movimiento se convirtió en un referente ideológico y moral”, sostiene.

A Hernández se le escapa una cálida sonrisa cuando ve que las actuales manifestaciones estudiantiles mexicanas se reivindican como “nietos del 68”. “Eso es muy fuerte”, concluye orgulloso.

50 años después, los estudiantes de México todavía se enfrentan a fuerzas oscuras y a la impunidad

lunes, octubre 1st, 2018

A unos días de cumplirse 50 años de la masacre, la comisión gubernamental de Atención a Víctimas calificó los sucesos de Tlatelolco como un “crimen de Estado” a pesar de los años, el Estado sigo cometiendo crímenes de lesa humanidad como la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, hoy se lucha por crear una comisión de la verdad que investigue de nuevo este crimen.

Por María Verza y Mark Stevenson

Ciudad de México, 1 de octubre (AP).- El helicóptero lanzó la luz de bengala y las balas empezaron a caer sobre los miles de estudiantes reunidos el 2 de octubre de 1968 en la plaza de Tlatelolco, en la Ciudad de México. Quienes disparaban formaban parte de las fuerzas del Estado.

Hoy, 50 años después, los estudiantes de México aún son blanco de ataques, pero por una extraña mezcla de grupos de choque a sueldo del mejor postor, narcotraficantes, paramilitares o incluso violadores.

Aunque permanecen ciertas formas de control social, ahora los jóvenes pueden organizar protestas y expresarse con más libertad, dos logros de la generación del 68. Sin embargo, algo no ha cambiado: la impunidad.

Por eso México conmemora los 50 años de la matanza de Tlatelolco con la herida abierta.

En esta imagen del 3 de octubre de 1968, se observan tanques alineados en la Plaza de las Tres Culturas en la Ciudad de México, después de un enfrentamiento la noche previa entre las fuerzas del ejército mexicano y estudiantes. Foto: AP, archivo.

Todavía no se sabe el número total de muertos y desaparecidos. Oficialmente sólo se reconocen 25, pero podrían superar los 350. Testigos han asegurado que esa noche los soldados cargaban los cadáveres en camiones antes de que los bomberos limpiaran la plaza de sangre, pero no hay ninguna prueba gráfica hasta ahora. Nadie ha sido condenado por esos crímenes y no fue sino hasta hace unos días que por primera vez una entidad de gobierno calificó esos sucesos como “crimen de Estado”.

El país, coinciden los luchadores del 68 y las generaciones que los relevaron, tampoco ha aprendido las lecciones del pasado y la gran mayoría de los delitos, cometidos por actores gubernamentales o no, se quedan sin castigo.

Hace cuatro años desaparecieron 43 estudiantes de magisterio de la Normal Rural de Ayotzinapa, en el sur de México, luego de ser secuestrados por policías y entregados al crimen organizado con la complicidad de autoridades justo cuando se preparaban para conmemorar la matanza de Tlatelolco. Y lo único que hasta hoy ha ofrecido el Estado a las familias de las víctimas es un puñado de huesos calcinados y cientos de preguntas sin respuesta.

“Hoy estamos posiblemente peor: los desaparecidos, cómo son agredidos los jóvenes y las jovencitas, la economía, la desigualdad, las oportunidades son menos…”, lamenta Enrique Espinosa, de barba canosa y lentes, que a sus 69 años sigue alto y flaco como en la famosa foto de 1968, en la que se le ve contra la pared, en calzones y con los brazos en alto junto a otros compañeros, vigilados por soldados en la planta baja del bloque de departamentos del edificio Chihuahua.

Salvo algunos fragmentos óseos incinderados, nadie ha encontrado los cuerpos de los 43 estudiantes de una universidad normalista rural que fueron secuestrados por la policía y entregados a un cártel del narcotráfico en septiembre de 2014. Foto: AP, Marco Ugarte, Archivo.

Tres pisos más arriba, a la señal de las bengalas, un grupo de hombres de civil se pusieron un guante blanco en la mano izquierda y comenzaron a disparar a la multitud desde el balcón donde hablaban los líderes estudiantiles. En la plaza, soldados hicieron lo mismo. Cundía el pánico, las balas llegaban de los cuatro costados. Las tanquetas cercando el lugar. Dentro del bloque Chihuahua, sometieron y golpearon a los jóvenes y a quienes estaban con ellos. Reportes periodísticos de distintas épocas demostraron que los del guante blanco eran miembros de un grupo de operaciones especiales, el Batallón Olimpia, aunque el gobierno siempre lo negó.

Cientos de jóvenes fueron detenidos ese día. De algunos, nunca más se supo.

Enrique Espinosa demuestra la pose que adoptó en el lugar en el que él y otros manifestantes fueron detenidos por hombres armados durante la masacre de Tlatelolco, en la Ciudad de México, hace 50 años. Foto: AP, Marco Ugarte.

Espinosa todavía no ha superado lo que vivió aquel otoño en el que estudiaba medicina y luchaba por un mundo mejor. Observó, dice, cómo un soldado disparaba a bocajarro a dos menores delante de él y cómo otro golpeaba a su madre. Cuenta que estuvo semanas encarcelado en una base militar, desnudo y con frío, presa del pánico cuando mencionaban un nombre, sacaban de la celda al elegido y luego sólo se escuchaban disparos.

El ejército nunca ha admitido que jóvenes fuesen detenidos en bases militares, pese a testimonios que se han dado al paso del tiempo.

A unos días de cumplirse 50 años de la masacre, la comisión gubernamental de Atención a Víctimas calificó los sucesos de Tlatelolco como un “crimen de Estado que continuó más allá del 2 de octubre con detenciones arbitrarias y torturas” y ha presentado una propuesta de reparación colectiva. Pero la justicia es huidiza cuando se trata de pasar del discurso a la acción. El actual gobierno, por ejemplo, ha desplegado una batería enorme de recursos legales para luchar contra una sentencia judicial que le obliga a crear una comisión de la verdad que investigue de nuevo la desaparición de los 43 estudiantes en 2014.

“Tlatelolco es un crimen del Estado que permanece impune y hoy la gran lucha es por romper esa impunidad”, afirma Félix Hernández, exlíder estudiantil en el 68.

Enrique Espinosa muestra su vieja credencial de estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM. Foto: AP, Marco Ugarte.

En la primera década de este siglo la justicia federal estimó que el 2 de octubre de aquel año hubo un “genocidio”, pero no quiénes lo cometieron. Y aunque el ex Presidente Luis Echeverría fue procesado por este delito, fue absuelto por falta de pruebas. Ahora los antiguos líderes del 68 quieren reabrir el proceso.

“Sólo resolviendo el 68 en los tribunales, vamos a ser capaces de ponerle freno a la impunidad”, dice Hernández.

El ex Presidente de México Luis Echeverría sale de la procuraduría rodeado por guardaespaldas en la Ciudad de México, donde enfrentó cargos de genocidio por la masacre del gobierno en 1968. Foto: AP, Marco Ugarte, archivo.

Pasado y presente se entrecruzan en México estos días aunque los tiempos hayan cambiado.

En 1968, los estudiantes luchaban contra un gobierno monolítico y hegemónico del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que disfrutaba de un auge económico y que no podía correr el riesgo de que sus problemas internos enturbiaran el inicio de los Juegos Olímpicos en Ciudad de México, que también quedaron marcados por la lucha por los derechos civiles, simbolizada con los puños negros en alto de atletas estadounidenses que subieron al pódium. Días después de la masacre, se inauguraron las olimpiadas como si nada hubiera pasado.

Levantando las manos con guantes hacia el cielo en un saludo del “Poder Negro” como forma de protesta racial, los atletas estadounidenses Tommie Smith, al centro, y John Carlos, bajan la mirada durante el himno nacional después de que Smith obtuvo la medalla de oro y Carlos la de bronce en la prueba de los 200 metros lisos en los Juegos Olímpicos en la Ciudad de México. Foto: AP, Archivo.

“En el 68 la represión venía de los granaderos (antidisturbios), la policía y el ejército”, dice Víctor Guerra, otro líder estudiantil del 68. “Ahora las agresiones se llevan a cabo por los “porros” (grupos de choque), financiados por los partidos políticos y protegidos por las autoridades escolares”. Según Guerra, estos actores llevan a cabo un “control enmascarado del Estado hacia los movimientos estudiantiles”.

Los que provocaron que los estudiantes de ahora volvieran a las calles fueron precisamente los “porros”, herederos de aquellos jóvenes armados con barras de acero que el 10 de junio de 1971 golpearon y mataron al menos a una docena de estudiantes durante otra manifestación pacífica en la capital.

Justo semanas antes de la conmemoración del 2 de octubre, atacaron una protesta pacífica en una sede de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) que acabó con dos estudiantes seriamente heridos, uno de ellos acuchillado, y una joven fuertemente golpeada en la cara cuando trataba de proteger a su novio.

Estudiantes gritan consignas bajo una pancarta con la leyenda “Fuera Porros de la UNAM” a las afueras de la rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México, en exigencia al fin de la violencia por parte de grupos de choque.  Foto: AP, Rebecca Blackwell, Archivo.

“En el 68 fue más una represión directa, por las armas”, afirma Josué González, de 20 años, durante una de las últimas protestas contra esos ataques. Este estudiante de Ciencias Políticas cree que si el gobierno intentara ese tipo de represión hoy en día, la sociedad se alzaría contra él. “Ya no se puede, sería algo muy tonto”. Por eso, continúa González, ahora lo que hacen es “contratar a terceros para hacer el trabajo sucio”.

 Los estudiantes siempre han sido una piedra en el zapato de las autoridades y, de hecho, ciertos sectores acusan al gobierno de estar detrás de crímenes como la desaparición de los 43 de Ayotzinapa. De hecho, junto a más de un centenar de policías y presuntos miembros del crimen organizado detenidos, también está bajo proceso el alcalde de la ciudad donde sucedió todo y existen muchas dudas, pendientes de investigar, sobre el papel de las fuerzas federales el día de los ataques.

“Las mismas autoridades te reprimen”, asegura Itzel Espinosa, la hija menor de Enrique, una diseñadora de 23 años que cree que los hijos de los estudiantes del 68 son los que tienen que mantener viva esa memoria y la exigencia de justicia. “Lo de los 43 es otro 2 de octubre en la actualidad”, sentencia.

Sin embargo, la brutalidad actual tiene tintes distintos. En marzo, tres universitarios de la ciudad de Guadalajara, en el oeste del país, fueron secuestrados por criminales que los confundieron con miembros del cártel rival, les torturaron, interrogaron, los mataron y disolvieron sus cuerpos en ácido.

“Los estudiantes de cine estaban haciendo una tarea, es inconcebible”, enfatiza la joven Espinosa. “Ahí sí fue el narco, pero si las instituciones funcionaran no habría esa delincuencia y los jóvenes no tendríamos que estar preocupados. El gran problema es la falta de confianza en las autoridades”, añade.

En 1968, los estudiantes tenían problemas para imprimir y distribuir volantes y luchaban contra la indiferencia o las mentiras de los medios de comunicación aliados del gobierno; el día después de la masacre de 1968, los periódicos describieron los hechos como un ataque a los soldados, con encabezados como “Terroristas y soldados protagonizan dura batalla”. Foto: AP, Archivo.

Muchos coinciden. Un día reciente, Andrea Negrete, una estudiante de Economía de la UNAM de 21 años, visita Tlatelolco como parte de un trabajo sobre el 50 aniversario y pasea entre vecinos, turistas y curiosos. “Estamos cansados de pedir seguridad, que se controle la violencia de género, que no tengas miedo de salir de clase porque te van a secuestrar”, se queja.

Más allá de los ataques de “porros”, hace tiempo que se multiplicaron los delitos en los planteles. Uno de los crímenes más sonados fue el asesinato en 2017 de la joven Lesvy Berlín en la UNAM. En un primer momento se calificó de suicidio, aunque luego las autoridades reconocieron que fue un feminicidio, lo que motivó también airadas críticas y múltiples protestas.

Enrique Espinosa muestra el lugar en el que estaba al momento que los soldados comenzaron a disparar en la plaza de Tlatelolco, en la Ciudad de México. Foto: AP, Marco Ugarte.

Hay algo, sin embargo, que sí ha mejorado.

En 1968, los estudiantes luchaban contra los grandes medios de comunicación repartiendo panfletos y era difícil poner en entredicho las versiones oficiales. Por ejemplo, el día siguiente de la masacre los titulares de la prensa fueron del tipo “Terroristas y soldados protagonizan dura batalla” o “Provocación criminal causa un enfrentamiento que acaba en baño de sangre”. De hecho, las fotografías más duras de la matanza, como la que muestra a Enrique Espinosa y sus compañeros sometidos, no se publicaron en México hasta más de 30 años después.

En cambio, ahora, en la era digital, los estudiantes tienen al alcance de su mano el poder de informar al mundo entero y en tiempo real.

“La gran diferencia son las redes sociales”, aseguró Itzel Espinosa. “Los jóvenes podemos decir lo que realmente pasó, hay más maneras de demostrar lo que sucede, no como antes que no tenías una cámara en la mano”.