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La cara no es el espejo del alma: ¿influyen las fotos de los escritores en cómo los leemos?

sábado, julio 7th, 2018

De Emily Dickinson a Edgar Allan Poe. ¿Son en realidad los autores como los pensamos? Cómo las imágenes y pinceladas biográficas que conocemos de un autor, especialmente los de hace más de un siglo, afectan a cómo los leemos.

Por Ana Bulnes

Ciudad de México, 7 de julio (SinEmbargo/eldiario.es).- De Emily Dickinson todos creemos saber que era una mujer rara y triste, etiquetas que se te quedan pegadas cuando tomas decisiones como no volver a salir de casa y vestir siempre de un color. Por eso, cuando en 2012 apareció una foto de alguien que podía ser ella, toda esa idea se tambaleó un poco.

La nueva imagen mostraba a dos mujeres. Una de mirada más seria y perdida; la otra, de aspecto más sereno y con un principio de sonrisa, apoya el brazo en la silla de su amiga, con gesto reconfortante. La sospechosa de ser Emily Dickinson era esta última, no la primera. La foto es de 1859, momento en el que la poeta estaba ya empezando a retirarse del mundo exterior. ¿Cómo leerla igual si ya no es esa joven de la otra foto, la única oficial, esa que parece esconder un mundo interior atormentado?

Foto descubierta en 2012. Se cree que la mujer de la izquierda, con el vestido más claro, puede ser Emily Dickinson. Foto: eldiario.es

En este caso, quizá abriendo un poco más nuestra idea de ella. Aunque no se ha probado que la mujer de la segunda fotografía sea Dickinson, lo cierto es que ayuda a pararse a pensar en si la imagen mental que nos hemos formado de la poeta no será demasiado restrictiva.

“Tenía muchísimo sentido del humor, solo hay que leer sus cartas”, dice Tera Blanco, que en la actualidad prepara su tesis doctoral sobre la recepción de la obra de Dickinson en España. “Era un ser genial y sensible en un contexto opresivo, pero tenía mucho amor por la vida y muchos de sus poemas son la expresión de una profunda alegría de vivir”, explica.

Otros son atormentados, concede Blanco, pero normales si se tiene en cuenta que es muy posible que estuviese “enamorada de otra mujer”. El Amherst (Massachusetts) de 1850 no era demasiado abierto.

El caso de Emily Dickinson muestra algo en lo que no se piensa demasiado: cómo las imágenes y pinceladas biográficas que conocemos de un autor, especialmente los de hace más de un siglo, afectan a cómo los leemos. Ver fotografías que chocan con esa idea preconcebida es como ver la película de un libro que ya se ha leído y no entender que el Rochester de Jane Eyre pueda ser Michael Fassbender.

Virginia Woolf en la madurez. Tenía 59 años cuando se suicidó. Foto:eldiario.es

AUTORES QUE NO ENVEJECEN

Hay muchos casos como el de Dickinson: autores del siglo XIX o principios del XX de los que existen muy pocas fotografías (o daguerrotipos) y cuyo nombre suele aparecer asociado siempre a la misma imagen. Esos autores se quedan entonces anclados no solo a una expresión, sino también a una edad, incluso en casos en los que existen multitud de fotografías de otros momentos.

Uno de esos casos, reflexiona el periodista Dustin Illingworth en un artículo en LitHub, es el de Virginia Woolf. La foto que más se distribuye de la autora es de 1902, cuando tenía 21 años y todavía no había escrito las obras por las que pasó a la historia. Pero tiene esa mirada distante y perdida con la que nos gusta identificar a alguien que terminó su vida llenando sus bolsillos de piedras y metiéndose en un río. Y es fácil imaginarla así, tan joven, cuando en realidad tenía 59 años cuando murió.

Otro eternamente joven es el poeta francés Arthur Rimbaud, que en la hasta hace poco única foto que se tenía de él como adulto parece tener 12 años (tenía 17). Pero leer sus poemas con esa cara en mente no va tan desencaminado, porque dejó de escribir poco después.

Arthur Rimbaud frente a un árbol en Harar (1883). Tenía 28 años, ya no era poeta. Foto: eldiario.es

Hace unos años apareció una foto de él con 28 años, ya con pinta de adulto, pero ese Rimbaud que posa en Harar, Etiopía, al lado de un árbol ya no es el de los poemas.

CUANDO LA IMAGEN ES UN CUADRO

El caso más claro en España de autor relacionado con una única imagen es el de Gustavo Adolfo Bécquer. Aquí no es una fotografía, sino un cuadro que pintó su hermano Valeriano en 1861, cuando el autor tenía 25 años. Es imposible no relacionar todo ese mito de personalidad romántica que se ha creado sobre él (y que desde luego no es toda la historia) con esa mirada de reojo, entre altiva y triste, y ese rostro pálido y fino.

Pero de Bécquer existe también alguna fotografía, como la tomada en 1865 por el fotógrafo francés Jean Laurent, en la que posa como un caballero, con su sombrero y bastón, y cuesta reconocer al poeta de los libros de texto. No hay tirabuzones cayendo lánguidamente sobre su frente, la barba es completa, la cara algo más llena.

Bécquer, por Jean Laurent (1865). Foto:eldiario.es

Otras cuya imagen pasó a la posteridad en forma de cuadro pintado por un hermano son las hermanas Brontë. De Charlotte hay otro retrato que se difunde mucho y cuyo parecido con el cuadro de Branwell (el hermano pintor) es inexistente. No es ninguna sorpresa: según parece, sus dotes artísticas delante de un lienzo eran tirando a pobres.

Emily y Anne tuvieron menos suerte, porque para ponerles cara casi siempre se tira del famoso cuadro de su hermano. ¿Se las leería de otro modo si ese cuadro las mostrara corriendo por la campiña que rodeaba su no especialmente pobre casa?

CUANDO LA CARA ES LA DE UN ACTOR

El cine también ayuda a grabar en el imaginario colectivo esas ideas de cómo era un escritor. Pensar en John Keats suele significar pensar en alguien con pinta enfermiza, flaco, enfermo de amor y melancolía, ya con el aspecto de tuberculoso que acabaría con su vida.

Jane Campion dirigió hace unos años un biopic sobre él, Bright Star, y decidió que fuese Ben Whishaw, un actor que cumple todas esas fantasías de delicadeza y fragilidad, quien le diese vida.

Pero Keats, dice su biógrafo Nicholas Roe, era un poco lo opuesto a Whishaw: lo describe como “compacto y musculoso” y aficionado a las peleas, alguien de quien se esperaba más una carrera militar que una literaria.

Las hermanas Brontë retratadas por su hermano Branwell. Foto:eldiario.es

Y ni siquiera Fanny Brawne fue el gran amor de su vida, sino que era más bien enamoradizo y mujeriego (murió a los 25 años, estaba un poco en la edad de serlo), pero ni su retrato ni la película de Campion ni el dibujo que hizo de él su amigo John Severn en su lecho de muerte se atreven a romper ese sueño de pureza romántica.

Las imágenes no siempre sorprenden o engañan: de Edgar Allan Poe hay bastantes fotografías y en todas encaja con lo que se imagina de él (un poco loco, un poco neurótico).

Edgar Allan Poe, cara de neurótico. Foto: eldiario.es

Pero quizá pase lo mismo que con su vecina y contemporánea Emily Dickinson: detrás del personaje había una persona.

Poe era una persona considerada y con mucho humor. Y Dickinson, aunque no se diga casi nunca al narrar su historia de autoconfinamiento en casa, también salía al jardín, disfrutaba cuidándolo y enviaba flores a sus amigos.

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