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Chico Che: el hombre que fue overol… un recuerdo a 27 años de su muerte

domingo, marzo 27th, 2016

Cabello largo, anteojos y bigote. No, no se describe un hipster, ni a John Lennon. Hablamos de Francisco José Hernández Mandujano, el hombre que se enfundó en overoles de mezclilla y piel, y desde Tabasco conquistó la música tropical en los años setenta y ochenta. Hoy, cuando se acerca el aniversario 27 de su fallecimiento, recordamos a Chico Che, un ídolo del pueblo.

La estatua en honor a Chico Che, hecha con puras llaves de cobre, fue terminada tras 18 años de haberse planeado. Foto: Cuartoscuro

La estatua en honor a Chico Che, hecha con puras llaves de cobre, fue terminada tras 18 años de haberse planeado. Foto: Cuartoscuro

Por Kristian Antonio Cerino

Ciudad de México, 27 de marzo (SinEmbargo).-  Víctima de un derrame cerebral a los 43 años, Chico Che, “el hombre del overol”, murió un 29 de marzo en la Ciudad de México, ahí su cuerpo fue velado pero su último destino fue, por supuesto, su natal Villahermosa. Atrás quedaron los días de fama, de shows en vivo y en la tv. Los LP’s y los discos de éxitos. Su viuda y su hijo cuentan cómo vivieron aquella época.

EL OVEROL

Francisco José Hernández Mandujano se mira al espejo en un hotel de Nueva York y dice: Pinche Chico Che, me das risa.

Su hijo le mira recostado en la cama en el anochecer neoyorkino y a lo lejos se ven algunos edificios que llaman rascacielos. Se oye música en español.

Chico Che se mira otra vez y repite como un incrédulo: Pinche Chico Che… me das risa. Se hace un silencio.

No se conoce porque algunos años atrás cargaba bocinas y cables en los pueblos del sur de México. En Playas de Catazajá, en Chiapas, él y sus músicos usaron un cayuco (canoa) para transportar los instrumentos de cuerdas y metales.

Por esta razón, contemplarse en el espejo es una mirada retrospectiva a los primeros años en que cantó entre pantanos y potreros.

Ahora, frente al espejo, se ha puesto un overol de piel fabricado para la ocasión. Sobre el overol, el atuendo que eligió para construir su imagen, una gabardina negra y un sombrero del tío Sam.

“Aunque me parezca a Dick Tracy pero siempre mi overol”, y se quitó la gabardina y el sombrero. Al dejar de mirarse en el espejo se ha puesto sobre el overol de piel un suéter de rayas azules.

Era la primera ocasión que un músico tabasqueño estaba en la Gran Manzana cantando en español música tropical con unos rasgos de rock.

El primogénito de Chico Che -que le mira desde la cama- comprende que el padre ya está en las grandes carpas, que es famoso y que atrás quedó el cruzar bocinas y cables en cayuco.

Hay dos versiones de cómo Francisco José Hernández Mandujano, Chico por Francisco y Ché por José, comenzó a usar el overol. En la década de los setentas, en México, ponerse overol era sinónimo de ser gabacho, venido de los yunais esteis, época en que el pantalón de mezclilla se utilizaba sólo para trabajos de fábrica o campo.

La esposa de Chico Ché cuenta que un día compró un overol y sintió que estaba cómodo. Se lo puso. Partió de casa. Cantó en un baile y al público le gustó.

—Ya no se sentía un menonita —dice la señora Concepción Rodríguez.

En las siguientes semanas, Chico Che le pidió a un sastre que le confeccionara otros overoles, unos modestos, otros con telas brillosas y uno más de piel.

—Mi compadre Chon le hizo uno de piel.

Es probable que el overol de piel lo haya usado en Nueva York a mediados de los ochentas. Es probable.

Esa primera vez que salió de casa (calle 7 en Villahermosa) con el overol, su mujer creyó que la gente pensaría en los inicios de una locura que lo llevaría a la ruina. No fue así.

La segunda versión la narra su hijo Francisco: Chico Ché fue obrero petrolero. Una noche cantaría con el grupo musical Los temerarios -lo haría después con Los bárbaros- en su natal Tabasco. En la víspera, un amigo “gringo” a quien llamaban Robert le regaló “cosas gabachas” y entre el cúmulo de objetos un overol, uno fabricado con mezclilla.

—Esa noche no tiene qué ponerse y se pone el overol de Robert.

—¡No vas a ir así! —le dijo en voz alta Concepción—. Sí oyó pero no le prestó atención.

Ocho horas más tarde, él regresaría a casa. Le diría al oído, mientras la hembra dormía, que el vestuario había gustado y que todos le miraron desde que entró al salón de baile.

A los pocos días, Chico Che sentenció:

Éste es el atuendo de Chico Che, no me lo voy a quitar.

Francisco asegura que el nacimiento del personaje Chico Che fue ocasional. Lo que sí reconoce es que su padre decía que un personaje siempre debía ser emblemático. Y citaba a Cantinflas, a Kalimán, a muchos.

—Pero la verdad es que no tenía qué ponerse.

Con los años, un hermano del saxofonista Eugenio Flores le hizo algunos overoles y otros tantos los fabricaron en Campeche.

Con estos overoles llegó a la Ciudad de México, la capitalsueño de los artistas y músicos. Le miraban raro. Pese a las recomendaciones de vestir de otra manera, Chico Che ya había adoptado -y se lo decían en la calle- un segundo nombre artístico: El hombre del overol. Una tarde se presentó en la empresa Televisa, estaba por iniciar el programa Siempre en domingo conducido por el presentador Raúl Velasco. El formato era cantar y ser entrevistado por el presentador que impulsó la carrera de muchos, y truncó la de otros.

—Oiga, ¿usted no se va a cambiar? —le preguntó Velasco a manera de orden.

—No, éste es mi vestuario —respondió el hombre obeso, pelo largo y de lentes gruesos.

Foto: Álbum familiar/Especial

Chicho Che y su grupo La Crisis, en acción. Foto: Álbum familiar/Especial

Para los hijos de Chico Che, presentarse en televisión nacional era ir contra todos los pronósticos. Más, si se trataba del poder que amasó por muchos años Raúl Velasco. Su hijo Roberto Carlos Mandujano no olvida este episodio.

Una semana después de la muerte de Chico Che (29/03/1989) Velasco dedicaría unos minutos de Siempre en domingo para lamentar su partida repentina. Diría: fuiste genuino, auténtico. Contaría, además, la primera ocasión que estuvo en Televisa: Octavio Esquerra lo vio vestido así y le dijo vamos a salir al aire, ya cámbiese… y luego de un silencio El hombre del overol dijo cuatro palabras: “yo siempre salgo así”. Diecisiete letras bastaron para dar respuesta. Pero, al principio “no quería que Chico Che tocara” precisa Concepción Rodríguez.

Al fallecimiento de José Francisco Hernández Mandujano ninguno de sus tres hijos se puso el overol para continuar con el legado. Hace poco lo hizo un nieto en un festival escolar.

Un representante artístico le pidió al hijo mayor escenificar a Chico Che. No aceptó. Aquella tarde neoyorkina Francisco Jr. descubrió que el personaje del padre había adquirido un valor insustituible. Lo supo desde que lo vio mirarse al espejo y éste repetía “Pinche Chico Che, me das risa”.

—Yo no me puse el overol para ser un chusco

—Menos por dinero

—Me quedó grande el overol

A propósito de edificios y rascacielos, un día Chico Che tomó del brazo al saxofonista Eugenio Flores y le pidió mirar por la ventana del hotel Palace. Repetiría una frase que se volvería realidad: Mira, el monstruo de concreto, algún día será nuestro.

A su esposa se lo diría de otra manera aquella tarde en que ambos miraron el equipo y los instrumentos de Marco Antonio Solís, El Buki: Conchita, algún día, algún día.

Dos años después ya estaría en giras nacionales y extranjeras compitiendo con su rival norteño Rigo Tovar y comenzaría la discografía de Chico Che y las canciones que repetían -en las letras- la desaparecida letra CH (che) como De quen Chon que en castellano era De quién son.

EL PRELUDIO

En el imaginario de Gabriel Hernández Llergo veía a Francisco José ejercerse en la abogacía. El sueño del abogado se esfumó en los días en que Chico o Ché se le metió esa idea de ser músico. De rock.

—En Derecho siempre estuvo, pero de la música —dice su viuda.

Primero debutó con Los bárbaros y después fue músico de Los temerarios. Un comienzo repleto de adversidades.

Nadie le conocía. Pocos le habían oído. Era el momento de abrir la brecha entre trillas y pantanos. En sus primeras giras por los pueblos de Tabasco conoció a campesinos y ganaderos. A manera de broma Concepción Rodríguez afirma que eran los tiempos en que no había dinero para comprar un camión y en donde la única alternativa para transportar el equipo (bocinas, instrumentos y músicos) era una redila de camioneta.

—Iban como vacas.

Rodríguez cree que Chico che era un hombre tenaz y terco. Esta terquedad le permitió resistir, conocer la planicie de Tabasco, las montañas de Chiapas, los pueblos de Campeche y los vaivenes de Veracruz. Años después habría de recordar el día en que Chico Che le prometió mejorar su condición de vida.

A la ciudad de México llegaron las primeras noticias de que un “peludo” llenaba las plazas, los parques y los salones de baile. Que con su música la estaba armando “a lo grande”. Esto lo supo Jesús o Chuchó Rincón y un día, así nomás y sin avisar, se presentó en Villahermosa. Unas semanas más tarde se hizo el representante de El hombre del overol.

Mucho antes de la aparición de Rincón, Francisco José vivía a través de solicitudes de crédito. Incluso, en Veracruz, le financiaron muchas veces para comprar instrumentos musicales y bocinas. Este financiamiento lo recibió en una casa musical de nombre Vasconcelos que estaba en la ciudad de Coatzacoalcos.

—No teníamos lujos.

Ni había oficina. En la década de los setentas, cuando funda su grupo musical La crisis, los ensayos se realizaron en la casa de Chico Che, una vivienda modesta en la que se priorizaba la compra de bocinas y cables en vez de adquirir muebles para llenar una sala vacía.

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Los caminantes de la calle 7 preferían perder el autobús que los llevaría a sus colonias por escuchar y ver el ensayo de Chico Che y La crisis. Podría decirse que muchos pagaban no por bailar la música “del peludo” sino por mirar, contemplar y testificar el crecimiento de lo que ya se consideraba un fenómeno.

En la radio, Chico Che ya estaba posicionado como artista local. De pronto, una voz grave invitaba al próximo reventón musical:

Baile, goce y diviértase en la pista del club Sonorama con la presencia del ídolo de Tabasco: Chico che y La crisis. Este anuncio se repetía unas veinte veces por cada estación radiofónica. Se pagaban planas en los diarios y decenas hombres pegaban carteles en los arbotantes de energía eléctrica y teléfono. Era el inicio de Chico Che como músico y también como padre. Su hijo Francisco nacería en 1970 rodeado de bafles, pedestales, guitarras, bajos y consolas de audio. Por este mismo año se fundó el grupo La crisis.

Francisco, el primogénito, desarrolló la habilidad por instrumentos de percusión. A la batería le llamaba Tilili. A decir de la madre, él tocó el Tilili en un baile en el parque Juárez de Villahermosa. Tenía sólo cuatro años.

Sin embargo, Francisco jura que el instrumento que ejecutó esa vez fue un pandero. Lo hizo mientras miraba a Chico Che y éste le pidió hacerlo frente todos.

—Me dio miedo y me regresé detrás del bafle.

La razón: “allá es el lugar donde me gustaba estar”.

Desde el rincón del bafle marca Yamaha, el hijo miraba con atención los ademanes y ese momento “especial” de cómo un cantante interactúa con el público que baila y corea sus cantos.

En 1975, Chico Che y sus músicos ya no viajan en redila. Ha mejorado la economía y alcanza ya para comprar un camioncito. Ahí viajan todos sin importar que el piso del camión esté roto. Era como mirar a los Picapiedras en el momento en que sacaban los pies del troncomovil.

Aquí nadie sacó los pies pero sí veían las condiciones del camino. En este camión algunas veces apareció Francisco, el hijo mayor. En la casa de Villahermosa lo daban por perdido pero -como acto de magia- era hallado en el vehículo entre maletas y cajas de bocinas.

Al principio le reprendieron. Imagínese usted que eran los años en que no había forma de comunicarse más que usar un teléfono en una caseta.

Francisco tenía siete años y desde entonces, sin permiso y con él, se hizo el acompañante del padre. Conoció su sensibilidad, disfrutó su crecimiento, grabó sus risas y testificó cómo los bailes estaban a “reventar”.

—Me impresionaba cómo a un movimiento de él, la gente respondía con euforia.

Su viuda muestra recortes de periódicos. Foto: Álbum familiar/Especial

Su viuda muestra recortes de periódicos. Foto: Álbum familiar/Especial

Con los años, el panorama de la familia cambió: compraron enseres domésticos, regalos, autos y el nivel de vida era holgado que había dinero para ya no ir a escuelas públicas sino a escuelas de paga.

A Francisco le gustó la idea. Cuando se sentaba en las piernas de Chico Che disfrutaba que éste le volteara los brazos porque, decía, los tenía quebrados o chuecos.

El éxito llegaba pero con ello, también el distanciamiento.

—El éxito nos alejó —dice Francisco a 25 años de la muerte de Chico Che.

Harley (en tercer hijo de la familia y llamado así por la afición de Chico Che por las motos), de su padre sólo puede decir que fue cariñoso. Recuerda poco. El día en que el patriarca murió era un niño.

Pero, cómo fue que Chico Che halló un gusto por el rock y después se inclinó por cantar música tropical, música bailable en el centro y sur de México.

Su dominio por el inglés le facilitó escuchar a

Mike Jagger y Jim Morrison. De hecho, él siempre quiso ser un rocanrolero.

Cuando fundó La crisis parecía más un grupo rockero que tropical. Con el tiempo, incluyó metales (saxofón) y un guitarrista traído de Estados Unidos: Nacho Leyva.

—Lo rocanrolero siempre lo tiene —dice Francisco.

Roberto Carlos Hernández, el segundo hijo, ha investigado un poco sobre el estilo musical de Chico Che: era un híbrido, la inclusión de la guitarra se oía como huapango. Fue un estilo variado pero no era ni salsa, ni cumbia, ni merengue, pero cada músico le aportó ideas en los ensayos.

En una entrevista con la conductora de televisión, Talina Fernández, Chico Che explica que se trata de una música tropical clásica mezclada con requinteo, metales y rocanrol. Y la llamó música moderna.

Su música, le dijo Fernández, es tropical y eléctrica.

—Tu padre ¿fue un cronista de las historias de Tabasco?

—Más bien, un músico con un estilo auténtico, único y variado. Siempre propuso el golpe de la batería, el sonido del sax y el requinteo de la guitarra, la distorsión y el flanger.

Con los años, con la muerte de Chico Che, su música se fue reproduciendo en su mismo formato y en otros. Le ha cantado el grupo Molotov y sus letras han sido elevadas a los altares de la música clásica con algunos arreglos.

Pero, en qué se basa el éxito musical de Chico Che. Roberto Carlos lo resume de esta manera: porque supo comunicarse con la audiencia. Logra la comunión para que el pueblo y los humildes, le adopten como su hijo. Cuando le llega el éxito, Chico y Ché “ya tenía ganada toda una fanaticada”.

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Hay algunas canciones que hasta nuestros días se citan para escribir artículos periodísticos o comentarios en radio y televisión. Por ejemplo: Quien pompó (Quién compró). Los tabasqueños y mexicanos, la utilizan para saber quién le ha comprado estos zapatos, aquellos vestidos, a una mujer que de pronto comienza una euforia por enseñar sus nuevas prendas de vestir.

—Tiene una idea clara y habla de lo que está pasando en el país —. Lo dice porque llegó a cantar “pero la Reforma agraria va, de todas maneras va”. En una amplia crítica a lo que acontecía en el país con el reparto de la tierra.

A 25 años de la muerte de Chico Che, en voz de su hijo Roberto Carlos, nadie ha podido “ni de cerca”, tomar su relevo.

Menos sus hijos que mantienen una distancia con el personaje. Para la gente, él era el ídolo, para ellos, el papá:

—¡A poco es tu papá! —le preguntaban en la escuela a Roberto

—Pues sí.

LA RISA Y EL CAOS

Ya era famoso. Un día Chico Che estaba en Los Ángeles, California. Lanzaba pelotazos el pitcher mexicano Fernando Valenzuela en el momento en que un fanático gritó entre las gradas: ¡Chicocheeeeeeé! Y todos miraron al hombre del overol. Desde entonces, un ojo miraba al lanzador, y el otro, al músico. Mujer e hijos comprendieron que el hombre de la casa ya le pertenecía a muchos. Era la década de los ochentas.

En Plaza de Armas de Villahermosa, apareció Chico Che. A lo lejos, unas mujeres también gritaron: ¡Chicocheeeeeé! Y se abalanzaron sobre su cuerpo. El overol blanco quedó percudido. Anillos, cadenas y el reloj nunca fueron encontrados. A cambio de acercarse a él, las mujeres le lanzaron prendas y cartitas. Esto en Tabasco.

No era de uso común la palabra clonación pero en la ciudad de México los fans se vestían como él. Le imitaban. Chico Che participó de jurado en concursos llamados “El doble de Chico Che”. La Chicochémanía contagió a muchos. Hasta nuestros días aparecen los doble de Chico Che.

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El éxito de Chico Che inició al grabar el disco Los nenes con los nenes (1978) y continuó con De quen chon. Sin embargo, no quería cantar esta canción. Entre pleitos, unas cuantas bebidas, la grabó, una propuesta de su representante Jesús Rincón. Abandonó el estudio y al regresar, ya con los efectos del alcohol, grabó De quen chon, la última canción para completar el disco. Rotundo éxito. El hit nacional. Esto provocó giras y conciertos. A la presentadora de televisión, Verónica Castro, le decía: “cantaré los éxitos que le han dado fuerza a mi carrera”. Hablaba de los últimos 7 años antes de morir en 1989.

“Cómo voy a grabar esto, que la payasada”, decía él…

En Teapa, Tabasco, una muchacha está emocionada porque conocerá a Chico Che. Es decir, le verá y escuchará cantar. Pero no tiene vestido. Un alma caritativa le da prestada una prenda. Se la pone de última hora. Por las prisas, por la presión de los amigos que le gritan “ya es tarde”, plancha el vestido que ya lleva puesto. Se quema el vestido, se quema ella. Le duele. Con el vestido roto, se unta algo de crema o pasta en la quemadura; así se presenta al baile.

Francisco Jr. se sorprende por el fenómeno que representa el padre. En villa del Mar, Veracruz, está repleto el salón de ventanas y puertas con grandes cristales. Nadie cabe adentro, nadie cabe afuera. Hay miles que esperan al hombre del overol en la zona costera. Chico Che se aparece entre la multitud y le tocan.

Otro día se presentaría en el California Dancing Club, en la delegación Tlalpan. Chico Che y su hijo mayor -quien después sería su chofer- iban sobre la avenida. Los autos circulaban a vuelta de rueda y nadie sabía, ni ellos, el porqué del caos. Chico Che se asomó por la ventana y preguntó:

—¿Qué pasa allá?

—Es por un tal Chico Che —le dijo otro automovilista.

Justo ahí, Francisco Jr. se preguntó esto:

¿Con quién ando? “Fue algo tremendo”. En ese entonces me gustaban los artistas gringos, sabía de Chico Che, lo había visto crecer, pero no tenía idea de su magnitud. “Pude darme cuenta en dónde estaba parado”.

Su hijo, Francisco Javier durante un homenaje a 18 años del fallecimiento del "Hombre del Overol". Foto: Cuartoscuro

Su hijo, Francisco Javier durante un homenaje a 18 años del fallecimiento del “Hombre del Overol”. Foto: Cuartoscuro

En Acapulco pasó algo similar. El padre y el hijo comían tacos cerca del malecón. Apenas pusieron salsa mexicana en los tacos cuando alguien gritó: ¡Ahí está Chico Che! Fue una expresión que atrajo a cientos. El resultado: comer parados en la cocina y salir por la puerta de emergencia. Lo anterior pasaba a menudo porque El hombre del overol no quiso usar guardaespaldas. Le agradaba la idea del roce ciudadano.

A Chico Che no le gustaba ir a la televisión. Muy poco a la radio. En ambos medios se oía su música. Eso sí, sufría con las entrevistas.

Sin embargo, en la TV le llamaban “maestro” y lo recibían con fiesta.

Tampoco le agradaba firmar autógrafos: “tan pronto me pondrán a hacer la tarea”, solía.

Con el éxito, los regalos. Una mujer, en Puebla, baila y mira con firmeza los ojos de Chico Che. Se toca Macorina, un hit comercial. La mujer se menea y así, sin pensarlo, se quita una cadena y medalla de oro para ponerla en el cuello de Chico Che. Él se rehúsa a aceptarla (sigue cantando) pero la mujer insiste:

—La medalla era de la Virgen y grande como la rueda de un vaso —dice Francisco Jr.

Además, en Puebla, un borracho lanza una piedra al camión de Chico. Éste se espanta y pide que le den un tabaco para calmar los nervios. El tumbista Pedro Díaz Bautista le oye decir: “si al Papa lo intentaron matar, qué será a mí”.

En Oaxaca, el baile había terminado. Chico Che y los músicos se disponían a retirarse porque ya eran las cuatro de la mañana. En la oscuridad unos hombres pidieron otras canciones y así continuar con el baile. Chico Che rechazó la oferta con un no y movimiento de cabeza. Pero los hombres dijeron sí no con palabras sino mostrando una metralleta y pistolas.

—¿Cuál quieren —preguntó Chico Che— Así por las buenas, seguimos tocando. Y el primero en darle golpe a los instrumentos fue Pedro Díaz Bautista, el percusionista.

La portada de uno de sus discos. Foto: Especial

La portada de uno de sus discos. Foto: Especial

En la calle Paseo Tabasco, en Villahermosa, un taxista dijo: ¡Ese es Chico Che! Para qué lo dijo… los pasajeros se bajaron y le saludaron. Después los otros automovilistas. El auto de Chico Che quedó aparcado en el mismo sitio. No pudieron avanzar con él. Su mujer y los hijos llegaron en taxi a casa. Del carro se acordaron horas después.

El periodista Juan José Padilla recuerda un mano a mano (duelo musical) entre Beto 75, un salsero colombiano, y Chico Che, en el parque Tomás Garrido de Villahermosa. Horas antes del choque musical, Francisco José es detenido por la policía y es llevado a la fiscalía de Tabasco. El motivo: encontraron hierba verde en el autobús.

El baile comienza. Beto 75 no ha podido enfrentar con su música a Chico Che porque éste sigue bajo arresto. Los tabasqueños, consternados por la noticia, acuden a la radio desde la mañana (al programa de Telereportaje) para pedir su liberación. Otros se manifiestan en la oficina del procurador de justicia y otros más le esperan en el baile. La presión ciudadana funciona y el ídolo es liberado hacia la media noche. Así, el hombre del overol es vitoreado al hacer acto de presencia en el Tomás Garrido. Antes que amanezca, el baile concluye en un zafarrancho entre jóvenes ebrios.

A Chico Che nunca le agradó escucharse. Estar en casa era sinónimo de permanecer quietos y en silencio. Las muchachas del servicio doméstico escuchaban sus canciones pero él les pedía quitarlas y no ponerlas mientras estuviera en casa: “Coño, qué es eso”, solía decirles.

Chico Che era generoso con la familia. Cuando nació Harley le obsequió una casa a su esposa en la calle Mario Brown (1981). Cuando nació Roberto Carlos, le regaló un pulso de oro con un centenario que colgaba. La compra la hizo en el centro de Villahermosa y el auto lo estacionó en doble fila. Pero al salir, el auto iba sobre la plataforma de una grúa. Entonces, le brotó el grito: ¡Mi caaaarro! Corrió tras su carro, tras la grúa, tras el policía vial. Con él, decenas de hombres que sentían impotencia y odio por el policía que había levantado el auto del ídolo. Cerca del cine Sheba, el policía le regresó su auto y casi termina pidiendo perdón.

Dos rivalidades marcaron la carrera artística de Chico Che. Una nacional y otra estatal.La primera fue con Rigo Tovar y su Costa azul.

La conductora de televisión, Talina Fernández los entrevistó en el set de Televisa y les preguntó si había rivalidad. Ambos, lo negaron:

“Todos los grupos somos grandes hermanos”, dijo Tovar.

“Lo que importa es el corazón que ponemos cuando subimos al escenario”, dijo Chico Che.

También expresó que le costó mayor trabajo entrar con su música -del sur- en el centro del país, que le tomaran en serio con el overol.

La diferencia entre Rigo Tovar y Chico Che, se lo dijo el tabasqueño a Fernández, era una: Rigo es norteño y yo sureño.

A Patricia Chapoy le diría en los ochentas algo parecido: entre Rigo y yo no hay antagonismos. “Estamos unidos para darle al público lo que nos gusta, la música”.

El otro pleito fue local. Chico Che y Karmito -y los Supremos- llegó a su clímax en un bar de la ciudad de Villahermosa. Karmito (diminutivo de Carmen), cantante y pianista, gozaba también de popularidad regional

—La famosa rivalidad con Karmito era real —dice Francisco Jr.

En una fiesta de quince años, de la hija de Eugenio Flores, Chico Che y los músicos continúan la pachanga en la cantina Bullpen. Tras ellos, va Karmito.

En el bar, Karmito, apodado El brujo del trópico y fundador del grupo Los supremos, usa el micrófono del bar para cantar. Ebrio le pide a Chico Che que canten juntos. Éste le ignora.

—Ya déjame de chingarme —le dijo Chico Che.

Karmito lo sujeta del overol y de pronto se oye un golpe. Karmito cae ensangrentado ante el “putazo” que le da Francisco José.

Todos queda atónitos, incluso, la dueña de bar: Pancha Limonchi.

Al amanecer, Karmito llega a casa de Chico Che. Pregunta por él. Nadie responde. Se le ve molesto y el traje blanco -que usaba a menudo- está rojo por la sangre. Traía rota la nariz.

—¿Dónde está Chico Che? Gritaba.

Iba armado.

El hijo de Karmito recientemente escribió que su padre y Chico Che sólo tuvieron una rivalidad artística y sobre el escenario. Que ambos fueron ídolos.

—Llevaron una gran amistad.

1989

En su funeral, la prensa difundió esta imagen. Foto: Álbum familiar/Especial

En su funeral, la prensa difundió esta imagen. Foto: Álbum familiar/Especial

Un corte informativo se anuncia en Televisa: Chico Che ha muerto. La noticia se propaga entre artistas y músicos. Desde ese entonces, Francisco José se entrega a la inmortalidad pero hay un precio que deben pagar su esposa y sus hijos: el cadáver es de todos.

El día en que el cuerpo de Chico Che llegó a Villahermosa, Tabasco, miles de tabasqueños se sintieron dueños del cadáver.

Concepción Rodríguez está consternada por el bullicio y por las miles de bocas que repiten la misma sentencia: ¡Queremos verlo!

La carroza con el cuerpo avanza en las calles de Villahermosa. Avanza con la lentitud por la turba que se arremolina.

Rodríguez va en la carroza y no duda, producto de la desesperación, en preguntarle a Chico Che que está metido en el féretro

—Chico Che, ¿qué hago?

—Yo me debo al pueblo —le respondió el muerto. La esposa de Chico dice que esto lo escuchó en su interior.

Por esta razón, abandonó la carroza y gritó a la multitud:

—Sí lo van a ver, pero con orden.

Así, el cadáver fue puesto en la casa de la calle Mario Brown para que los miles de demandantes desfilaran frente a la caja de El hombre del overol.

Las crónicas periodísticas, publicadas en los diarios Novedades y Tabasco Hoy, cuentan que unas treinta mil personas le acompañaron en el panteón de Villahermosa para “darle el último adiós”, que la turba rompió el portón de la funeraria y que hubo una cascada de llantos por el fallecimiento del ídolo.

—Nunca tuve un momento de intimidad con él para despedirme —lamenta Rodríguez.

Para Roberto Carlos Hernández, el sepelio del padre ocasionó una inundación de hombres y mujeres por el cantante y compositor.

En Tabasco, el término inundación se repite cada año. Los ríos se desbordan por las lluvias constantes. Ahora el desborde fue sentimental.

—Fue terrible y tremendo.

Tenía doce años cuando se enteró por Televisa que su padre, aquel que le colmó de regalos, había muerto ocasionado por un derrame cerebral.

Nunca. Nunca. Roberto Carlos nunca ha visto un sepelio entre un mar de gente como el de Chico Che, una muerte que se le compara con la de Pedro Infante por la cantidad de asistentes a los funerales.

“Sobre el ataúd de Chico Che, miles de tabasqueños derraman lágrimas”, escribió Ruth López Betanzos, periodista del diario Tabasco Hoy. La crónica está fechada el 1 de abril de 1989, dos días después de la muerte.

Las fotos de Simón Hernández son las más vistas durante los funerales y los días posteriores. Las mujeres lloran, los hombres también. Literalmente caen las lágrimas sobre el cristal que ponen para sellar el féretro.

Chico Che murió un miércoles 29 de marzo de 1989. El día anterior ensayó con sus músicos en la capital del país. Allí vivía varios días y otros más en Tabasco. Cuarenta y ocho horas después retornó a su natal Tabasco encerrado en una caja como cualquier instrumento de metal.

Hernández y Ceballos, otro fotógrafo de la época, retrataron a los muchachos que se treparon en las criptas para ver cómo sepultaban al ídolo que regresó al pueblo en el vuelo 663, según los cronistas.

En 1986, tres años antes de trágico suceso, Francisco Jr. no sólo era su chofer y confidente. Era su hombre de confianza. En México se disputaba la Copa del mundo. Si Hugo Sánchez y Diego Armando Maradona ocupaban las portadas de los diarios del país y el orbe, Chico Che -y el éxito musical- también estaba presente en el fútbol.

En una portada del disco El mundial de Chico Che, la disquera BMG Ariola, “El hombre del overol” sostiene un balón en sus manos y lleva puesto los guantes de portero.

Foto: MercadoLibre

Foto: MercadoLibre

—En el coche me ponía a oír el próximo disco y me pedía una opinión.

Sin embargo, los secretos de Chico Che nunca se le revelaron al hijo. Francisco José era callado y reservado con los asuntos del trabajo.

—Abusado gordo —le dice a su hijo. Y siempre le repetía esta letanía cuando se despedían o le encargaba asumir alguna responsabilidad.

—Abusado gordo.

Por ser el mayor, el gordo recibió aquella llamada en que le mentían. Le decía una mujer que Chico estaba enfermo, que debían viajar de Tabasco a la Ciudad de México.

—¿Qué pasó?

—Tu papá está muy grave —dijo la tía de Francisco.

—¿Grave o muerto?

—Muerto.

Soltó el teléfono.

El Chico Che de Nueva York pasó a su mente, su afición por las motos, los animales, los árboles, el jardín. Fue en el jardín donde empezó a caminar como lo hacía su padre. Desde entonces se puso una coraza para evitar el llanto, para afrontar el duelo. Los mismos pasos que daba el padre mientras vivía, eran los mismos que daba Francisco. Pausados y contemplando el verde del jardín.

Era el único en casa a las once de la mañana del miércoles 29 de marzo de 1989. La madre en un salón de belleza, los hermanos en casa de Eugenio Flores.

—Estoy ido —. No llora pero lo ha hecho veinticinco años después frente a un periodista.

Hacia el mediodía, Concepción Rodríguez aparece. En la calle alguien seguramente le comenta de la gravedad del cónyuge. Irrumpe en la puerta, está desesperada y pide hacer maletas para viajar a la capital.

—¡Saquen mi ropa! —pide a gritos.

Nunca pide un vestido negro porque no dimensiona el desenlace. Francisco la observa. La mira cuando decide entrar al baño, quitarse el sudor y vestirse para viajar.

—¡Qué haces!

—¡La maleta!

—¡Vámonos!

Francisco está perplejo. La mira. La contempla pero está en otra realidad.

—Mi madre está desnuda y yo sigo ido.

De pronto, Francisco dice algo que jamás olvidará: “No tienes por qué llevar maleta”.

Se hace un silencio que supera el minuto: “sólo vamos a trasladarlo”.

La caída de agua que se había escuchado es menos fuerte que la caída de lágrimas que caen en el mosaico del baño

Concepción Rodríguez se constipa en llanto. Llora a plenitud. Y se golpea contra la pared. El agua continuaba cayendo en el baño. Había dos llaves abiertas, la del baño y la de los ojos.

“Chico Che no me dejes”.

—Momento tremendo —dice Francisco.

Ante la crisis, se mete a la regadera, la abraza y se fusionan en un abrazo duradero que sirve de confort, de alivio, de un instante íntimo que cuenta a cinco lustros del suceso.

La envuelve con una toalla y las muchachas del servicio doméstico le visten.

La casa empieza a enlutarse. Llega Patricia, la hermana de Chico, y sus hijos que han visto que el periodista Jacobo Zabludovsky confirmó el deceso. A Harley, el más pequeño, Francisco le asegura que su padre estará en el cielo con Dios. A Roberto Carlos, poco puede explicarle porque ya es un adolescente.

Pero, Harley explota y llora por el adiós repentino del padre.

Madre e hijos se abrazan en la sala en lo que quizás fue de los poquísimos, o el único, momento de intimidad. Lo que pasaría después fue la euforia y la locura.

—Entendí que los tenía que proteger.

Por deseos del gobernador de Tabasco, Salvador Neme Castillo, la familia de Chico Che viaja a la ciudad de México en el avión “Chipilín”, propiedad del gobierno. Con ellos va el político Oscar Cantón y Patricia. El padre, Gabriel Hernández Llergo decide no ir por la impresión que le causaría mirarlo en un ataúd.

El recorte de un periódico en el que se informaba el furor de sus fans. Foto: Álbum familiar/Especial

El recorte de un periódico en el que se informaba el furor de sus fans. Foto: Álbum familiar/Especial

A media noche del miércoles 29 de marzo ya velaban el cuerpo en la funeraria Galloso. Estaban los músicos, Chucho Rincón, la cantante Laura León y los periodistas de la capital.

A cinco lustros de distancia, el hijo de Chico Che recuerda quizá uno de los primeros momentos “desagradables”.

Un camarógrafo de ECO (Televisa) puso la cámara en el rostro de Chico Che. Si no hubiera sido por el cristal que ponen en el féretro, el lente habría tocado la nariz del músico. Esto incomodó a Francisco. Le reclama al periodista y después hay empujones, golpes.

El avión de la empresa Mexicana traslada el cadáver del ídolo un día después del derrame que detuvo la vida de Chico Che en 43 años.

Al arribar a Villahermosa, Concepción Rodríguez le pide a la azafata salir por otro acceso. “Imposible”, es la respuesta de la mujer. Al pedirle que mire por la ventana del avión, Rodríguez observa que ya hay un millar de personas, que hay cientos de autobuses que le harán valla a Chico Che, actor, cantante, tecladista y compositor.

—Nos arrancan como familia el despedirnos de él —se queja Francisco.

—¿Cómo se siente? —Le preguntan los periodistas a la viuda.

—Estoy consternada. No puedo decir nada. Discúlpenme.

Otro día dirá que fue difícil ser su esposa, por la fama.

La locura creció con las horas. Chico Che cantaba “Del otro lado de Villahermosa, hay una ciudad muy hermosa”. Se refería a la colonia Gaviotas que está frente a Villahermosa, en la margen del río Grijalva.

En Gaviotas inició el peregrinaje del cadáver. Un caos.

—¡Viva Chico Che! —Gritaban al paso del cortejo. Lo pasean por las calles de la ciudad, por el campo de béisbol. A cada paso de la carroza hay un grito y hay un llanto.

—La catedral está a full. Mi hermano se desmaya. La gente se sube a los árboles y criptas para verlo metido en el ataúd.

Las noticias políticas dejan de ocupar las primeras planas en los periódicos, al igual que la radio, para ocuparse de esta nota histórica.

En televisión hay cobertura total por el fallecimiento del cantante. En las imágenes se ven flores sobre la carroza y la bóveda del artista.

Al regreso a casa, luego de la locura en el panteón de Villahermosa en la que el niño Harley gritó que seguiría los pasos del padre, Francisco volvió a la escena del baño: él y su madre. Fue como retornar a la misma escena para cerrar el ciclo. Se abrazaron. Le ayudó a cambiarse y la dejó recostada en su cama.

Francisco, ya en su recámara, lloró después de quitarse la coraza que mantuvo durante días para hacerse el fuerte. Explota

—Grité, lloré. Había qué aguantar y fue el momento más fuerte en mi vida.

Posterior a su muerte, se le recuerda en homenajes y en algunos círculos sociales. Los hijos creen que Chico Che murió desde el momento en que fue sepultado. Diez años luego de su partida, hay un resurgimiento del ídolo se le escucha con fuerza y vehemencia en las estaciones de radio, en las fiestas, y se le cita entre conductores y periodistas

—Empieza a ser un boom y la gente sigue sus discos.

—Tu madre ¿ya superó su muerte?

—No creo. Ella quedó muy impresionada. Y jamás quiso rehacer su vida porque el único amor fue él.

—¿Y tú?

—Nos acercamos a Dios y buscamos la respuesta a muchas cosas negativas que vivimos. Le perdonamos.

Su viuda, Concepción Rodríguez, muestra recortes de periódico. Foto: Álbum familiar/Especial

Su viuda, Concepción Rodríguez, muestra recortes de periódico. Foto: Álbum familiar/Especial

Días antes de la muerte de Chico Che, Francisco se reconcilia con él. Se habían distanciado porque el músico reprendió al hijo por sus pésimas notas o calificaciones en la preparatoria.

En Emiliano Zapata y Teapa, dos municipios de Tabasco, Chico hizo dos presentaciones. Se sabría luego que fueron las últimas en Tabasco.

En el casino Teapaneco, Chico Che recibe un reconocimiento por su trayectoria de parte de la alcaldesa Gladis Cano Conde. Contaría a su vez el periodista Carlos Salazar.

En Teapa, Chico Che abrazó a su hijo y le dijo esto: “Seas lo que seas, yo siempre voy a ser tu papá”. Le pide que le prepare una maleta en la casa de Villahermosa y se la deje lista para que él sólo pase por ella mientras continúa su viaje a Minatitlán, Veracruz.

Se reconcilian y le perdona su rebeldía y que empezara a beber con sus amigos. Lo vuelve a besar en lo que sería el último saludo entre ambos:

—Abusado gordo.

Chico Che sí recogió la maleta pero ya no pudo ver al primogénito.

Con la muerte, llegaron otras realidades y se revelaron los secretos del ídolo de Tabasco. Con los años, la esposa de Chico y sus hijos perderían la casa de Mario Brown y retornarían a la vivienda de la calle 7 horas. El litigio, con otra familia que reclamó derechos sobre los inmuebles, duró y desgastó a la viuda y a los hijos.

—Yo entro en un resentimiento con él

—Por qué no pensaste en nosotros

—Por qué no previste un testamento

—Por qué tenías a otra persona

—Una especie de rechazo

Francisco Jr dejó tirado todo y se fue a la ciudad de México en busca de su “identidad”

—No me gustaba la idea, ni decía que era hijo de Chico Che.

A veinticinco años del sepelio más multitudinario en Tabasco, esto lo platica a manera de recuerdos, pero ya no guarda rencor.

En la cripta de Chico Che hay una leyenda que a la letra dice: Si se calla el cantor, calla la vida, porque la vida es todo un canto.

LA TV Y EL CINE

Por su popularidad y el éxito de sus LP (que grabó además con EMI Capitol), Chico Che incursionó en el cine mexicano. Una de las películas en las que actuó -acompañado de los músicos de La crisis- fue en Huele a gas. En ésta, la actriz principal era la sensual Sasha Montenegro que sería la esposa del entonces presidente José López Portillo.

La película inicia así:

Comienza la canción “Mami qué será lo que quiere el negro”. Aparece bailando Sasha Montenegro. Y después, Chico Che gira sobre su propio eje, y canta: “Mami, el negro está rabioso, quiere pelear conmigo, avísale a mi papa”. Gira como una pirinola vestido en su overol azul marino

—Cuando grabó Huele a gas en el set estaba muy nervioso —dice su hijo Francisco.

Sasha Montenegro ponía nervioso a todos en los estudios.

[youtube D6nq6AI4hV4]

En otra presentación televisiva, Chico Che canta:

Hay una chica muy linda que viene pa´l carnaval, es una nena chilanga que está como quiere estar, desempeñaré mi traje porque le quiero cantar, y el rollo que pienso echarle, oirán muy bien las de acá. Chico permanece sentado -en este vídeo- en un sillón de mimbre, después se pone en pie y canta: Tons qué mami. Lleva overol rojo guinda y puesta una playera rosa de franjas horizontales. Boxea hacia el frente y después dibuja círculos en el aire. Y llega al piano.

Para Francisco Jr., Chico Che tuvo un par de canciones favoritas “Pobrecito mi cigarro” y “Aquella calle larga”. También es probable que “Al señor de Tila. Pero hay una canción que en la radio nunca se tocó y ésta decía: pero ay que rica, sí que está la mota”.

El éxito mejoró las condiciones de todos, de él, de la familia y los músicos.

La conductora Talina Fernández vacilaba a los músicos de La Crisis porque ya no estaban “en crisis” sino pudientes porque ya usaban “unos relojotes”.

En las presentaciones, Chico Che brinca sobre el escenario, le pide aplausos al público y que “hagan un relajo”. Dice que Eugenio Flores, el hombre del sax, es su gran amigo, y corre entre los pasillos de los auditorios en donde ha llegado para ambientar la ocasión.

Las entrevistas con él se multiplican. Le entrevista Zabludovsky, Ricardo Rocha, otros. Le preguntan mil cosas. Entre estas cosas que si duerme y se baña con overol

—Me lo quito. También tengo pijamas. Pero el overol es parte de mi personalidad.

Chico Che leyó la Biblia, las enciclopedias Lavat, degustaba comida yucateca, no pagaba con dinero en efectivo, era autoritario y de carácter.

Si los argentinos se ufanan de decir que el Ché Guevera es suyo. Los mexicanos, un día, se ufanaron -y se ufanan- del Che Chico Che

Algunos creen que Chico Che sigue fumando en la muerte. Así cantaba en vida:

Pobrecito mi cigarro / un día te han de culpar /
cuando el corazón cansado / me deje de funcionar / y a lo largo de la vida / fumar, fumar y pensar /Sueños envueltos en humo, que son humo nada más.

ENTREVISTA | El pasado mexicano tiene mucho futuro por delante… no está cerrado: Villoro

miércoles, octubre 7th, 2015
Juan Villoro en el Colegio Nacional, donde organiza las Jornadas Amado Nervo. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Juan Villoro en el Colegio Nacional, donde organiza las Jornadas Amado Nervo. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Las jornadas sobre Amado Nervo organizadas por Juan Villoro en el Colegio Nacional destacan el sentimentalismo y la cursilería que dan sustancia a la cultura pop mexicana

Ciudad de México, 7 de octubre (SinEmbargo).- Iniciaron ayer las conferencias tituladas “Este libro en que laten las orgías”, Amado Nervo y la configuración del sentimentalismo mexicano, coordinadas por Juan Villoro en el Colegio Nacional.

Las charlas, que siguen mañana 8, el 20 y concluyen el 22 de octubre, a las 19 horas, en el Aula Mayor de la institución, cuentan con la participación del propio Juan Villoro, Carlos Pellicer y, para la conferencia-concierto, con Guillermo Zapata y Hernán Bravo Varela.​

Se trata de rescatar la cultura pop de nuestro país para adentrarse en lo que podríamos considerar la esencia de la identidad nacional, esa cursilería tragicómica que incluye las telenovelas, los boleros de Agustín Lara y por supuesto las canciones de José Alfredo para vivir la siempre atribulada experiencia amorosa.

Se trata también de hurgar en el pasado para saber quiénes fuimos y cómo eso que fuimos está metido en el ADN que nos da actualidad y consistencia como habitantes de un lugar determinado.

Así es que Juan Villoro, el que recientemente fue considerado por Elena Poniatowska “el mayor intelectual de la actualidad en México”, puesto que “se lo lleva de cabeza a todos”, se interesó por el poeta de Tepic, nacido como Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz en 1870 y fallecido en 1919 en Montevideo, Uruguay.

El gran germanista, el experto en Ramón López Velarde (1888-1921), el experto en rock y en futbol, de pronto interesado en un poeta cursi, adaptado al sistema, nada combativo y defenestrado por toda una generación, la suya.

Para Villoro se justifica la elección. Mira más allá de los clichés de su cultura, para hallar primero unas cuantas obras rescatables –sobre todo en prosa– de Nervo y para construir con sus poesías masivas en su época el entramado que constituye la identidad emocional de sus compatriotas.

El tema bien vale una entrevista que, por tratarse de Villoro, incluye otros temas y otros paradigmas, siempre de interés placentero e iluminado verbo.

¿UN INTELECTUAL O UN POETA?

–¿Amado Nervo fue un intelectual o un poeta?

–Fue las dos cosas. Murió como representante del gobierno de Carranza en un momento que el Presidente había lanzado por primera vez en la historia de México una política exterior con raíz latinoamericana. Antes que Amado Nervo, en Buenos Aires y en Montevideo estuvo Isidro Fabela (1882-1964) como embajador, quien había sido Ministro de Relaciones Exteriores. Nervo se había peleado con el carrancismo, pero Carranza lo recupera, por su fama de poeta, para que ponga en práctica una política panamericana. Leopoldo Lugones había dicho en Argentina que los latinoamericanos somos tan pobres que lo único que tenemos para intercambiar son poetas. Es la época de la diplomacia de los poetas. Nervo murió escribiendo un ensayo sobre los derechos de la mujer, vivió escribiendo en los periódicos, desde crónicas sociales hasta artículos políticos. Claramente fue un intelectual y poeta de mucho éxito.

–¿Tenía una idea especial de México y una particular en torno a Nayarit, su estado natal?

–Él, como Rubén Darío, nació en la periferia de la cultura. Es de Tepic, una zona muy apartada de los centros culturales y a varias horas en diligencia de muchos lugares. Tenía, por supuesto una visión integradora de la cultura mexicana, un tanto demagógica, se convirtió en un poeta cívico. Mi generación se aprendió de memoria en la escuela su poema sobre los niños héroes, sobre la patria de bronce y contribuyó, en una de sus tantas facetas, a construir una mitología acerca de la patria mexicana. No fue un hombre político, más bien fue un hombre acomodaticio con el poder. Trabajó para Madero, Huerta y Carranza. Es decir, que se adaptó. Tuvo una función pública importante. Su obra más importante es la íntima, que lo convirtió en el gran proselitista del sentimentalismo latinoamericano.

[youtube Gk1BV5S5TmM]

–Hacía años que no hablábamos de Amado Nervo.

–No, porque era un poeta execrado por mi generación. Porque es muy cursi, ridículo en muchas de sus facetas. Pero al mismo tiempo es un buen escritor. Tanto Alfonso Reyes como José Emilio Pacheco siempre decían que hacía falta hacer una buena antología de Nervo, para recuperarlo como escritor. Él hizo el primer libro sobre Sor Juana en 300 años. Era una poeta olvidada cuando él la recuperó, por lo que valdría la pena hacer algo parecido con Nervo. Mi función no es la de un crítico literario. Me interesa mucho situar al poeta en su época y en su contexto. Su entierro fue el más concurrido de la historia de México, un entierro más tumultuoso que el de Pedro Infante y Agustín Lara. ¿Qué dice eso de nuestro país? Nunca este país se ha unido tanto como cuando murió Amado Nervo. Creo que él salta de la poesía y de la crítica literaria que lo considera cursi, meloso, un profeta de la autoayuda, y encarna en el bolero, la radionovela, la telenovela, la publicidad romántica de los vestidos de moda que contribuyen a crear los protocolos del sentimentalismo latinoamericano y muy especialmente del mexicano.

–¿Con qué espíritu entonces organizas estas jornadas en el Colegio Nacional?

–Con la idea de conocer mejor esta recóndita alma de la cursilería mexicana que nos define tanto. El sentimentalismo que está presente en muchas zonas de nuestra vida y que no siempre nos atrevemos a mencionar. Cómo desde la literatura hay fenómenos que encarnan en cosas que hoy podemos ver más en la música de Juan Gabriel, de Roberto Cantoral, que propiamente en la creación literaria. Amado Nervo, por otro lado, es el primer autor de ciencia ficción en nuestro país, lo cual lo hace muy interesante. Como suele ocurrir con quienes manejan los dobleces del sentimentalismo, escribe poemas de amor fácilmente aceptados que se sustentan en la transgresión sexual muy fuerte que forma parte de una obra más restringida, para un público minoritario. Tiene una novela que para mí es el antecedente de El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, llamada El donador de almas y que trata, en una gran tensión gay, de una transmigración de almas, desde el cerebro de un hombre donde habita el de una mujer y hay muchas reflexiones de transgénero. Es una novela hermafrodita. Tiene un poema de amor a un andrógino, cosa que en aquella época era algo totalmente descomunal.

Creo que el pasado de México tiene mucho futuro por delante. La verdad es que el pasado no está cerrado. A veces pensamos que debemos ver lo que sucedió con una idea de clausura, que no puede ser modificado, pero todos estamos reconfigurando el pasado. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Creo que el pasado de México tiene mucho futuro por delante. La verdad es que el pasado no está cerrado. A veces pensamos que debemos ver lo que sucedió con una idea de clausura, que no puede ser modificado, pero todos estamos reconfigurando el pasado. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

–¿Hay tres obras para leer sí o sí de Amado Nervo?

–Recomendaría la citada El donador de almas, los poemas “Jardines interiores”, “La amada inmóvil”, “Plenitud”, “Místicas”, “Perlas negras” y hay un personaje del que él habla, que es Tello Téllez, su álter ego, con el que reflexiona de forma muy interesante. Está también la novela breve El bachiller, que termina con una castración, un fuerte sacrificio sexual. En fin, es un autor mucho más complejo de lo que pudiera pensarse en primera instancia. Hay mucho que recuperar en Nervo, no tanto a partir de la crítica literaria, sino a partir de los estudios de género y los estudios culturales.

–Una mirada sociológica, diríamos.

–Sí, su repercusión en la cultura pop. Por ejemplo, los libros Vaquero vienen de una novela como Pascual Aguilera, de alto tema erótico.

–¿Cómo será tu libro sobre Amado Nervo?

–Bueno, no sé si será un libro…

–Elena Poniatowska nos contó que estás haciendo un libro sobre Nervo.

–Elena siempre piensa que puedo hacer mejores cosas de las que hago. Lo cierto es que ojalá llegue a hacer un libro, una crónica de este poeta que llegó a ser el más famoso de su tiempo. Gustavo Jiménez Aguirre, el máximo especialista en Nervo, lo llama el primer escritor de masas de la cultura mexicana. Entonces, cómo interpretar esto, se trata de la época en que en México hay 16 escuelas preparatorias y 26 seminarios; la mayoría de los discursos espirituales se dice en las iglesias. Los recitadores de poesía se convierten en los primeros emisarios laicos de la espiritualidad de nuestro país y ofrecen una alternativa a los sacerdotes. Nervo es un grandísimo recitador, se vuelve tan exitoso que empieza a adelgazar su mensaje. Empieza como gran amigo de Rubén Darío, milita en el modernismo, tiene una búsqueda muy compleja en la poesía y la va simplificando en aras de un mensaje casi de autoayuda. Su sinceridad es la razón de su éxito inmediato. Escribe poemas como “En paz”, que según Octavio Paz es la versión española de la canción “My Way”. Su simpleza lo vuelve muy exitoso entre el gran público. Por eso los escritores se alejaron de él. Curiosamente, uno de sus mejores discípulos fue Ramón López Velarde, el poeta más alabado y mejor leído de la literatura mexicana.

–Sobre el que escribiste un libro (El testigo)

–Exacto, por eso me interesó más. Velarde admiraba mucho a ese poeta que luego sería execrado por la generación siguiente. Agustín Lara tiene 22 años en los momentos funerales de Amado Nervo y pasa a ser su gran heredero.

–Tu interés es la cultura pop

–Sí, cómo nos enamoramos y cómo nos atrevemos o no a ser cursis los mexicanos. Hay algo ahí que siempre es enigmático y muchos de esos recursos vienen de la poesía de Amado Nervo.

–Alberto Barrera, que acaba de ganar el premio Tusquets, dice que hay una historia no escrita de la cursilería latinoamericana

–Tiene toda la razón. Y una de las mejores frases de Alberto Barrera es cuando dice que los latinoamericanos sólo creen en lo que sienten. No les basta explicar o entender las cosas de un modo racional, las tiene que sentir. Alberto ha sido además un gran autor de telenovelas, entiende muy bien el repertorio emocional. La telenovela, como tantos poemas de Amado Nervo, se basa en esa tensión extraña entre lo que puede ser dicho y circula como el amor aceptado y las causas de ese amor, que muchas veces son horrendas, truculentas, sórdidas, distorsionadas. Esa doble moral que tanto nos determina a los latinoamericanos, el gusto de la caída y el temor de que se sepa, está perfectamente cifrada en el personaje de Nervo y en su poesía.

–Produce mucha emoción, en este estado de crispación en México, reencontrarse con ese pasado de su cultura popular inmediata.

–Creo que el pasado de México tiene mucho futuro por delante. La verdad es que el pasado no está cerrado. A veces pensamos que debemos ver lo que sucedió con una idea de clausura, que no puede ser modificado, pero todos estamos reconfigurando el pasado. Quién fue verdaderamente Amado Nervo y qué legado nos deja creo que son cosas que iremos redefiniendo con el tiempo. Por eso hay autores que durante un tiempo se eclipsan y luego emergen.

Tiene pendiente terminar el libro sobre la ciudad de México que inició hace 17 años. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Tiene pendiente terminar el libro sobre la ciudad de México que inició hace 17 años. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

–A uno lo calma encontrarse con ese pasado…

–Y sí, porque es importante reconocer que las cosas tienen historia. Me gusta la etimología por eso, detrás de una palabra, por ejemplo, hay una novela de aventuras que llegó a definirla y lo mismo pasa con el sentimiento, hay una serie de protocolos que nos permite aceptar una frase como la de Roberto Cantoral: “Hoy quiero saborear mi dolor”. No es una idea del vacío, viene del modernismo, pasa por Agustín Lara cuando dijo “mi novia es la tristeza” y entronca en la canción romántica contemporánea.

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–Dice también Elena Poniatowska que eres el intelectual más importante de México en este momento.

–[Risas] Bueno, pero Elena es una gran autora de ficción y esa frase lo demuestra.

–¿Te preocupa lo que dicen de ti?

–Bueno, explorar la figura de Nervo es explorar la figura de un escritor que estuvo voluntariamente en el ojo público, que construye un personaje para satisfacer ese ojo público y eso en parte lo destruye. Eso desde luego es una preocupación para cualquier escritor y en mi caso estoy lejísimos de encarnar esa figura, más allá de las buenas intenciones de Elena.

–Pensaba cuáles serían tus deseos más íntimos, que no dirás claro en el contexto de una entrevista, pero debe de haber alguna ambición escondida que podrás confesar.

–Claro, terminar el libro sobre la Ciudad de México que comencé a escribir hace 17 años. El año que viene mi libro pendiente cumplirá 18 años, será mayor de edad.

–A lo mejor se escribe solo, entonces.

–Ojalá. Me he visto limitado por una serie de circunstancias, pero sobre todo por un sentido de pertenencia al tema que tiene que ver con que es imposible abarcar toda la Ciudad de México. En lo personal, mis ambiciones más íntimas tienen que ver con mis hijos, que crezcan bien. Siento que hay muchas cosas en el tintero y siempre recuerdo que Miguel de Cervantes escribió la segunda parte de El Quijote a los 68 años, así que hay esperanzas todavía.

–¿Qué reflexión tienes para la muerte reciente de la agente literaria Carmen Balcells?

–Es increíble, porque Carmen Balcells representó el nacimiento de una época y muere cuando acaba esa época. El momento en que la industria editorial está en crisis absoluta, en que los grandes grupos se hacen cargo del mercado, cuando Cataluña tiene un proyecto de independentismo, lo que hace pensar que Barcelona ya no será el centro editorial en español…

–¿No te parece también que terminó con ella la idea del escritor como rockstar, al menos en nuestro idioma?

–Exactamente, esa idea del escritor como prócer cultural, como posible Presidente de su país, el último de los cuales es Mario Vargas Llosa, ya no existe en la actualidad. Representa el fin de toda una época. Ella fue muy importante para dignificar el papel del escritor y ayudó mucho, de eso se habla poco, a los autores de novelas populares a los que nunca les pagaban nada y les robaban todas las regalías.

–¿Y la muerte de Henning Mankell?

–Uy, no sabía que murió Mankell…

–Sí, hoy a la mañana [el lunes pasado].

–Qué tristeza, no era tan mayor. Me gustaron mucho las novelas de Wallander y también me gustaba mucho el hecho de que hubiera diseñado una novela policial en un país que no asumíamos como un país del crimen, revelando con ello que la condición humana es igual en todas partes, incluso en Suecia, que parece de antemano el mejor de los mundos posible.

–Aunque sea una pregunta política tengo que hacerte, Juan, para concluir esta nota. ¿Crees en “El Bronco” más que en ti mismo?

–[Risas] No, para nada. Creo que es importante que “El Bronco” haya llegado a ser Gobernador porque se trata de un candidato independiente. Ojo, no es un candidato ciudadano y en México debemos aprender a hacer esa distinción. Para ser candidato independiente hay que cumplir tantos requisitos que los único que lo logran son los políticos profesionales que encuentran en la candidatura independiente un plan B. “El Bronco” ha sido un priísta de toda la vida, veremos si es capaz de romper con esa tradición y hacer una política ciudadana, ayudando también a que exista una legislación que permita las candidaturas ciudadanas. Eso lo tiene que demostrar. El hecho de que haya llegado al poder de manera heterodoxa, como miembro del sistema, todavía no nos dice mucho de él.