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ENSAYO desde Juárez | Memorias de Pancho Villa: un diario del insurgente que se convirtió en leyenda

sábado, agosto 1st, 2020

Durante años, el mito negro del Villa bandido y sanguinario se apoderó de la historia nacional. Aunque estas páginas no niegan la templanza del Centauro del Norte, también nos lo muestran en un papel más humano; un hombre que lucha y es fiel a sus ideales, aunque estos impliquen su reclusión o el robo.

A manera de diario militar y personal, Memorias de Pancho Villa se divide en cinco libros y cada uno sigue la cronología del héroe, desde su surgimiento hasta su ocaso.

Por Graciela Armendáriz Chávez

Ciudad Juárez, Chihuahua, 1 de agosto (JuaritosLiterario).- Martín Luis Guzmán (1887) nace, como la Revolución, en Chihuahua, tierra a donde volvió solo para ver fallecer a su padre, coronel del ejército porfirista, a manos de los alzados en 1910. Antes de morir, su progenitor le hizo ver los errores del gobierno federal y le sembró la semilla revolucionaria que floreció tiempo después.

Desde muy joven sus intereses literarios lo llevaron por el camino de las letras permitiéndole fundar, a los 14 años, la revista Juventud. Sus primeros años transcurrieron entre la ciudad de México y Veracruz, hasta que ingresó a la Escuela Preparatoria Nacional y posteriormente a la carrera de Leyes en la Escuela Nacional de Jurisprudencia en 1909 en la capital del país.

Luego, interrumpió sus estudios para ocupar la cancillería del consulado de México en Phoenix, Arizona. En 1912 se unió al Ateneo de la Juventud, donde al lado de personalidades como José Vasconcelos, Antonio Caso, Alfonso Reyes y su mentor, Pedro Henríquez Ureña, se replanteó el sentido en que la literatura y el arte se acercan a los obreros en comparación con la clase dominante.

Esta generación se propuso reivindicar el papel de la educación dotándola de rasgos humanistas; además se preocupó por el amor a lo nacional y por alejarse de las ideas porfiristas que apuntaban a lo extranjero para encontrar y resolver un mejor futuro mexicano.

Esta visión y las palabras ante mortem de su padre, llevaron a Martín Luis Guzmán a enfilarse en el movimiento revolucionario. En 1914 llegó a Chihuahua por órdenes de Carranza, quien lo envió con el propio Villa para anunciarle la fundación de un periódico que defendiera los ideales insurgentes.

Así comenzó una travesía nacional, sobre todo por el septentrión y esencialmente villista, alejado de la vía carrancista que le había facilitado el acercamiento con el caudillo. Guzmán fungió como agente de negocios del Centauro del Norte en Estados Unidos, reforzando de esta manera su lealtad y cercanía al personaje.

En 1923 el escritor, obligado por el presidente Álvaro Obregón, se exilió durante 13 años hasta que, gracias al presidente Lázaro Cárdenas, retornó a México. Poco tiempo antes, en 1937, su paisana, Nellie Campobello puso en sus manos los manuscritos de El general Pancho Villa, memorias que el propio Villa había dictado al periodista y militar Manuel Bauche Alcalde y que estaban en poder de la última de las viudas del caudillo, Austreberta Rentería. Guzmán retomó el legajo y comenzó a trabajar en Memorias de Pancho Villa. En 1938 se publicaron los primeros capítulos seriados y fue hasta 1951 que el chihuahuense concluyó la obra.

El texto posee una extensión aproximada de 850 páginas. Aunque la magnitud pueda resultar abrumadora, los capítulos resultan cortos y el lenguaje permite una lectura rápida y amena. La historia se sujeta a la dimensión humana de Villa, pues adopta una narración en primera persona en la que sorprenden los modismos y el tono casi bondadoso en el que se presenta al líder de la defensa de los pobres, recordado por su bravura y tosquedad, al que aún se le ve como analfabeta.

En el prólogo se percibe la misión del libro: deconstruir la imagen del Centauro injuriado y calumniado y mostrarlo como un hombre sencillo, poseedor de una sabiduría moral de ranchero, militar sin formación escolar, pero responsable con el pueblo y la legalidad de la Revolución. La obra de Guzmán le da voz no solo al caudillo sino al movimiento insurrecto para hacer de él un bastión ético, capaz de confrontar y evidenciar los intereses que amenazaron la integridad del movimiento.

Memorias de Pancho Villa se divide en cinco libros: El hombre y sus armasCampos de batallaPanoramas políticosLa causa del pobre y Adversidades del bien. Cada uno sigue la cronología desde el surgimiento del héroe hasta el fracaso de la Convención de Aguascalientes, madurando en cada uno la figura insurgente que se convirtió en leyenda. Al recorrer las páginas, no insertamos en una especie de diario tanto militar como personal, pues nos entrega un hombre que llora, lucha y venga, que es fiel a sus ideales, aunque estos lo lleven a la reclusión en la serranía o lo orillen a robar.

Durante mucho tiempo el mito negro de Villa bandido, roba vacas, se apoderó de la historia nacional. Aún en su biografía se percibe la sombra de su crueldad, la pesadilla sanguinaria que esparcía por donde pasaba y en eso radica precisamente lo que alienta la lectura de este libro; pues aunque no niega la templanza del hombre, a quien no le tembló la voz para reclamar su fusilamiento ni la mano para cometer un homicidio, nos lo entrega en un papel empático y simpático en el que resulta fácil confiar.

Memorias de Pancho Villa es un referente ante la incredulidad de aquellos lectores que ven en el relato las impresiones políticas del escritor mexicano, quien después dirigió la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos en 1959 y llegó a la Cámara de Senadores una década después por parte del Partido Revolucionario Institucional, lo cual le permitió llevar al Congreso de la Unión el nombre de Francisco Villa, inscrito en letras oro entre los héroes de la Revolución y el correspondiente traslado de sus restos al monumento homónimo. Sin duda, la crónica militar engrandeció por el talento literario del escritor chihuahuense que consolidó el relato gracias a su papel de testigo, el cual le permitió adoptar el tono real de Villa y completar lagunas con la información que él conocía.

En el norte del país, en Chihuahua desde donde escribo, se conserva una tradición villista en la que se le enaltece y se le recuerda cada año con una cabalgata que parte de Ciudad Juárez hasta Hidalgo del Parral, donde los espera el festejo de las Jornadas Villistas con presentaciones musicales, la escenificación de su muerte y un homenaje. Un contingente nunca menor a 300 caballerangos inicia el recorrido desde el Portal del Milenio, y a través de su paso por el estado se integran hasta 4,000 jinetes más, sin contar a los miembros de sus familias que los siguen para establecer los campamentos, regaderas y corrales en donde pasarán la noche. Una vez desmontados y a punto de despedir el día, se escuchan corridos, alguna declamación villista y anécdotas, pues todos conocen a alguien que conoció a otro que luchó con el general o lo vio de cerca. A los montados los dirige el organizador de la cabalgata y otro hombre personificado con el atuendo militar con que aparece Villa en variadas fotografías.

La tradición inició en 1995, 25 años después de la labor de Guzmán, lo que me hace cuestionar si fue la importancia que cobró la literatura revolucionaria que inauguró el ateneísta o la existencia de una tradición oral que ameritaba ser escuchada, lo que intervino para dotar de tal fuerza el recuerdo del revolucionario. En cualquier caso, su valor es insondable.

Venimos de una cepa de hombres valientes, que incluso en la lejanía de las montañas norteñas, continuaron sus sueños de justicia y libertad, por los que lucharon con suma astucia estratégica desvelando traiciones, enfrentando sus personalidades y dando el innegable paso a la modernidad mexicana.

Pocas veces lo hicieron pacíficamente; sin embargo, los frutos de la Revolución aún son tangibles y nos hacen herederos de la valentía que se reafirma ante cada acto de injusticia y nos anima a la toma de acciones decisivas para encarar los problemas. Por ello, vale la pena cuestionarnos si nuestra posición inquisidora ante situaciones, llámense manifestaciones feministas o la propia defensa del agua en nuestro estado, consiste realmente en el problema.

En pleno siglo XXI, volvemos a la espiral histórica donde se concibe la idea del progreso desde una visión porfirista que poco se encara con la lucha de los ideales nacionales y homogéneos, los cuales infortunadamente, no distan mucho de la pelea revolucionaria. Por lo que, en tiempos de aislamiento voluntario, vale la pena tomar en nuestras manos este texto que confina el pasado a una lección historiográfica que, de no conocerse, se repetirá inevitablemente.

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Ciudad Juárez, versiones de una toma: diversas voces relatan un evento clave para la Revolución

sábado, julio 18th, 2020

Este libro reúne una serie de versiones sobre un mismo evento: la toma Ciudad Juárez en mayo de 1911. Con imágenes, el autor divide los textos de 16 hombres en cuatro grupos: los periodistas, los civiles, los médicos y los militares de ambos bandos. Esta compilación muestra el contraste de los testimonios y destaca a los personajes menos populares.

Por Fernanda Villalobos Ocón

Ciudad Juárez, Chihuahua, 18 de julio (JuaritosLiterario).- Leer Ciudad Juárez, versiones de una toma: 1911 resulta una experiencia diferente, ya que pocas veces se tiene la oportunidad de escuchar diversas voces sobre un mismo evento. Continuamente oímos decir: “¿Qué voy a saber yo? No conozco la otra parte de la historia”.

Por ello, este libro, publicado en 2011, ofrece una variedad de testimonios que retratan los antecedentes, el inicio, desarrollo y el final de un evento decisivo para la Revolución Mexicana: la Toma de Ciudad Juárez, efectuada entre el 8 y 10 de mayo de 1911. Los dos días y medio que duró la batalla significaron el principio del triunfo del movimiento maderista.

La compilación de las dieciséis versiones, perspectivas o historias la realizó José Manuel García-García, juarense nacido en 1957 y autor de otros libros con temática histórica como Don Rómulo Escobar: Selecciones de artículos y ensayos 1896-1946 y el poemario Guardamemorias y Paso del Norte: Ciudad Juárez: Textos de su historia y su cultura (1535-1899).

Ciudad Juárez, versiones de una toma: 1911 viene acompañado por una selección de imágenes de Rubén Mejía, las cuales muestran a los involucrados y algunos momentos relevantes de la batalla. Además, cuenta con una introducción a cargo del propio antologador y, al final, con una bibliografía de las fuentes consultadas.

García-García divide los textos de los dieciséis hombres que, de una u otra manera, estuvieron involucrados en la Toma, en cuatro grupos. Primero se encuentran los periodistas: Gonzalo G. Rivero, T.F. Serrano, Timothy Turner y Alberto Heredia; luego, los civiles: los médicos Ira Bush y Francisco Vázquez Gómez, Roque Estrada y Francisco I. Madero; el tercer grupo lo conforman militares de ambos bandos: el general Juan Navarro, Rafael Aguilar, Francisco Villa, Giuseppe Garibaldi, Máximo Castillo, Heliodoro Olea Arias y Marcelo Caraveo; por último, en un grupo aparte, el investigador incluye al cronista Armando B. Chávez.

Este emblemático acontecimiento, según el historiador Pedro Siller (cuyo libro 1911. La batalla de Ciudad Juárez/ I. Historia se reseña en la introducción), decidió el destino de la Revolución, ya que puso a prueba a personajes reconocidos en la cultura popular como Pancho Villa y Pascual Orozco y llevó al poder a Francisco I. Madero.

A través de estas versiones descubrimos actitudes, decisiones y microhistorias que muestran las raíces que impulsaron el enfrentamiento y las condiciones que permitieron el triunfo de los insurrectos. Si duda, leer dieciséis voces sobre el mismo hecho resulta un tanto abrumador, pero solamente así podemos contrastar las perspectivas y vislumbrar los diferentes objetivos que cada uno de los participantes tenía, dependiendo de sus intereses y de su bando. Por ejemplo, las cartas de Madero buscaban reafirmar su autoridad, tan cuestionada por otros, y demostrar que siempre persiguió la paz. El informe del general Navarro, en cambio, escrito casi un mes después, deja constancia de su lucha para obtener la victoria y que si no la consiguió se debió a que las condiciones de los federales se encontraban en clara desventaja en cuanto a número de hombres.

Las versiones abarcan diferentes momentos de la Toma, desde los antecedentes que cuentan el periodo de armisticio hasta lo que ocurrió después de la victoria de los revolucionarios. A continuación, resaltaré cuatro puntos que me parecieron interesantes o divertidos por sí solos o al contrastar las diferentes visiones:

El primero recaen en el inicio del combate, un hecho bastante contradictorio y confuso. Serrano y Heliodoro Olea Arias apuntan que las hostilidades comenzaron debido a unas declaraciones del coronel Manuel Tamborrel, dadas a la presa extranjera, donde injuriaba a los revolucionarios llamándolos “roba gallinas”, esto aunado a los bajos ánimos que circulaban entre los bandos porque todos querían atacar. En la misma línea se encuentra el doctor Francisco Vázquez Gómez, pues afirma que los federales los insultaron diciéndoles miedosos, lo que provocó el ataque de forma intempestiva. Gonzalo G. Rivero y Manuel Caraveo ofrecen distintas perspectivas. Según el primero, una amiga de los revolucionarios cruzó el río al amanecer y los federales trataron de detenerla, por lo que sus amigos acudieron a ayudarla y así iniciaron los tiros. Caraveo, en cambio, asegura que Orozco y Villa planearon el comienzo del ataque sin las órdenes de Madero, ya que este insistía en un acuerdo de paz.

En segundo lugar, destaco los testimonios de Alberto Heredia y Rafael Aguilar que describen las condiciones de los federales y cómo se diferenciaban de la actitud revolucionaria. Heredia compara la capacitación y las fortificaciones de los militares, quienes se limitaban a acatar órdenes, con la perspicacia y el arrojo de los insurrectos, los cuales demostraban con sus acciones el interés por ganar. Aguilar, por su parte, señala el descontento de algunos soldados y oficiales federales respecto al general Navarro, situación que refleja el desencanto entre los combatientes. Incluso en otros textos se menciona que, al caer capturados como prisioneros, los soldados gritaban “Viva la Constitución” mostrando su apoyo a la causa maderista.

Asimismo, resaltan aquellos que utilizaron la pluma para describir su experiencia personal durante los días de la Toma y dejar constancia de sus aportaciones a cuento a la victoria revolucionaria. Máximo Castillo relata que siempre estuvo del lado de Madero, incluso en momentos de tensión y enfrentamiento, por lo cual recibió felicitaciones y agradecimientos de parte de los padres del presidente provisional. Villa también se declaró, con orgullo, fiel seguidor de las órdenes del líder.

Para el Centauro del Norte lo importante consistía en seguir al pie de la letra sus palabras y declara que si lo desobedeció en algún momento (como en el enfrentamiento que protagonizó junto a Orozco) fue porque su inocencia permitió que los demás se aprovecharan.

Por otro lado, Roque Estrada deja ver su descontento con Madero, pues, según él, su actitud de dirigente reflejaba cierto aire de fingimiento, por lo cual lo califica como indeciso y con una severa falta de autoridad. El doctor Ira Bush relata su propia aventura sobre cómo y por qué detonó sus primeros disparos para defenderse de los ataques de los federales con sus dos armas, apodadas “Tom” y “Jerry”.

El último punto que me interesa señalar tiene que ver con la rendición de Navarro. Giuseppe Garibaldi relata que los federales intentaron en varias ocasiones izar una bandera blanca para oficializar la derrota, pero los disparos de los revolucionarios cortaban la soga con la que la sostenían y por ello la batalla no culminaba.

Armando B. Chávez, en cambio, declara que el vencimiento del bando federal se debió al hambre, la sed, la falta de refuerzos y el agotador combate al que fueron sometidos los soldados. Esto último también lo afirma Navarro en su reporte y agrega que decidió rendirse para no abusar injustificadamente de las fuerzas de sus hombres.

Finalmente, menciono a Timothy Turner, quien aportó microhistorias que, más allá de las grandes figuras de la batalla, se centran en los revolucionarios sin nombre, ni rostro conocido. Narra, por ejemplo, la anécdota de un hombre quien, en medio de la cruzada, se encontró con un acordeón y comenzó a tocarlo, dejando de lado, por un momento, su arma.

También habla sobre un combatiente que, además de su rifle, llevaba una máquina de coser, la cual resguardaba para poder disparar. El testimonio de Turner sobre este tipo de situaciones tan humanas nos muestra, en dicho caso, que el empeño en el cuidado de la máquina consistía en el anhelo de llevársela a su mujer, quien lo esperaba en Villa Ahumada.

Como puede apreciarse, cada una de las Versiones de una toma: 1911 persiguen distintos objetivos y se cuentan desde un particular punto de vista. Esta compilación permite el contraste entre testimonios y, además, deja ver que quienes escribieron fueron personas de carne y hueso, presentes en esos momentos tan lejanos para nosotros.

La compilación de José Manuel García-García nos invita a reflexionar que aquí, en Ciudad Juárez, se libró una batalla decisiva, la cual no fue alentada y ganada únicamente por el interés del triunfo revolucionario, sino por motivos tan respetables como la lealtad a la causa y a sus líderes, y otros más humanos como el simple gusto por la música de acordeón o el empeño de guardar un regalo especial obtenido del botín para mantener la ilusión de volver a ver a la persona amada. Al desentrañar estas historias entendemos más de cerca la complejidad, humana, táctica y política, que atravesó y caracterizó a la Revolución Mexicana.

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El lado B del relato: Historias desconocidas de la Revolución Mexicana, de David Dorado Romo

sábado, julio 11th, 2020

Estas páginas recorren 30 años cruciales en la vida de dos ciudades hermanas: El Paso y Ciudad Juárez, protagonistas decisivas en la caída del Porfiriato. Una historia subterránea que sigue los hilos secretos de actividades como el espionaje, las imprentas clandestinas y el contrabando de armas y drogas.

Con amplio material iconográfico, este libro muestra a otros personajes además de las figuras célebres de la insurrección norteña: curanderas místicas, periodistas subversivos, desertores del ejército, fotógrafos aventureros, empresarios cinematográficos, contrabandistas, espías y familias prósperas que huyen de la Revolución.

Por Ulises Guzmán

Ciudad Juárez, Chihuahua, 11 de julio (JuaritosLiterario).- De la Revolución Mexicana se suele hablar mucho sabiendo poco. Queda la historia romántica de un puñado de hombres –forajidos, marginados y santeras– que decidieron, como por arte de magia, lo imposible: tomar las armas y rebelarse contra un régimen criminal, progresistas (para pocos), deshumanizante, como lo fue el de Porfirio Díaz.

El sesgo en la enseñanza de la Historia de nuestro país, así como la postura parcial tomada por las autoridades educativas al momento de enseñar dicha etapa, resulta en una pobre comprensión del evento que marcó un antes y un después en la historia del México democrático. Estos parteaguas necesitan la atención y trabajo de investigadores, ya sean historiadores o narradores, para comprender su hondura, matices y reveses.

Los procesos, contextos y secuencias causales a partir del escrutinio de fuentes documentales son la materia prima de los historiadores, pero esas narrativas historiográficas están plagadas de vacíos indescifrables; es decir, terreno fértil para los escritores. La novela histórica sigue siendo un género inagotable de ficciones, de posibilidades que encaucen lo ya ocurrido desde el terreno de la consecuencia.

Pensemos en las numerosas novelas sobre la Revolución, como las de Martín Luis Guzmán o Mariano Azuela. También figuran las de autores no-testimoniales, lejanos del tiempo convulso pero anclados a sus secuelas, como Carlos Fuentes y Jorge Ibargüengoitia. En el mismo acervo, pero desde otra perspectiva, más íntima y cercana a los que sufrían las balas resguardados desde sus hogares, contamos con la escritura de Nellie Campobello.

Sin embargo, me pregunto ¿cuál es el punto medio entre el quehacer científico y el arte de los fabuladores? ¿Se puede hacer Historia desde la anomalía, desde la particularidad que oculta una quebradura en los días comunes? Encuentro algunas respuestas en el libro que me ocupa en este ensayo, el cual se ubica en una factura periodística y testimonial, a manera de crónica.

Historias desconocidas de la Revolución mexicana en El Paso y Ciudad Juárez (Ciudad de México: Era, 2017), de David Dorado Romo, comenzó como la búsqueda exhaustiva, una cacería, de Pancho Villa llevada a cabo por el historiador, oriundo de José California. La casi obsesión que el mismo autor confiesa sentir por la figura del mítico y controversial militar mexicano le llevó a recorrer lugares tan distantes como Washington y la Ciudad de México. Además, optó como método de indagación caminar, es decir, transitar por los lugares que su sujeto de estudio solía frecuentar, y así, de alguna forma, merodear los gustos y costumbres que le ayudaran a reconstruir la vida de aquel hombre admirado por unos y odiado por otros.

De esta manera, su recorrido por las calles de las dos ciudades fronterizas, separadas por un nuevo muro e innumerables discursos racistas y carentes de sentido, significó una aventura hostil, sobre todo del lado mexicano en donde un turista y un investigador son indistinguibles para aquellos individuos al margen de la ley. Pese a ello, la información obtenida sobre Villa arroja nuevas luces sobre su personalidad. Acontecimientos como sus encuentros y negociaciones con un espía alemán llamado Maximilian Kloss; su aversión al licor y preferencia por los postres y bebidas azucaradas, así como su gusto por las mujeres, teniendo a dos parejas viviendo a pocos metros una de otra.

El objetivo principal Dorado Romo fue crear una psicografía de las dos ciudades, pero su búsqueda resultó en el hallazgo de material apasionante, invaluable, que otorga a la Revolución matices inéditos y da a las dos ciudades hermanas el papel que de verdad les corresponde en la historia binacional.

Entre los sucesos más interesantes que el autor menciona en su libro publicado originalmente en inglés, bajo el sello de la editorial paseña Cinco Puntos Press, en 2005, destacan las constantes entradas y salidas de prisión de Ricardo Flores Magón y sus aún más constantes publicaciones “tercas”, como las nombra Romo, comenzando con El hijo del ahuizote hasta llegar al Tataranieto del ahuizote. Lo cierto es que los periodistas mexicanos refugiados del otro lado del Bravo desempeñaron su papel de informadores y agitadores, ya que en sus publicaciones motivaban la crítica al gobierno oligárquico que se había apoderado de México en aquel entonces.

En El Paso, en vísperas de la Revolución, ser periodista era lo mismo que ser revolucionario. Como en nuestros tiempos, dicha labor no estaba exenta de riesgo, ya que la libertad de expresión tenía un límite y propasarlo implicaba el exilio, como bien lo sabía el célebre anarquista antes mencionado, y todos aquellos que vivieron en carne propia la censura, en ocasiones más implacable en el norte que en el sur de la frontera. Pocas veces concebimos a los periodistas el lugar que les corresponde, no solo como agitadores, sino como removedores de conciencias.

Igual de interesante resulta la vida y obra de Teresita Urrea, nacida en Sinaloa pero cuyo impacto en El Paso y otros lugares del septentrión resultó importante para el movimiento revolucionario. A ella, La Santa de Cabora, se le atribuía el poder de sanación, la capacidad para realizar milagros y muchos otros prodigios dignos de cualquier beato o santo del panteón judeocristiano. Su voluntad de ayudar a los pobres, sin cobrar un solo peso o dólar, comenzó a hacer ruido en una sociedad que despreciaba a los pobres y los iba recluyendo en barrios, que aún hoy existen y están considerados como sitios históricos como El Segundo Barrio.

El Paso Herald comparó a la Santa de Cabora, con el mismísimo Jesucristo, cuando su arribo a la ciudad texana, el 13 de junio de 1896, congregó a cientos de personas quienes acudieron a recibirla. Pensemos que Teresita Urrea también jugó un papel importante en el levantamiento de los tomochitecos contra el gobierno federal. Sus fieles acudían en peregrinaciones al Rancho Cabora, residencia de la Santa, a alabarle. Cuando las tropas de Porfirio Díaz comenzaron la ofensiva contra Tomóchic, el grito de guerra de sus pobladores, a pesar de la masacre, sacudió el devenir de la Historia: “¡Que viva el gran poder de Dios y la santa de Cabora!”

La Batalla de Ciudad Juárez, ocurrida en marzo de 1911, fue todo un acontecimiento para los paseños, quienes pagaban por un palco en los mejores tejados de las casas cercanas a la frontera para presenciar desde las improvisadas plateas un acontecimiento en el que vidas humanas eran segadas. El recurso de convertir la guerra en un espectáculo tampoco es ajeno a nuestros tiempos, solo que en aquella época no teníamos internet ni redes sociales para transmitir en directo los conflictos desde el lugar en donde ocurrían, pero desde entonces ya existía la capitalización de las tragedias de guerra.

Igual de interesante es la acción llevada a cabo por un músico local, Trinidad Concha, quien junto con su banda ofreció un concierto en el campamento de Madero en vísperas de la batalla. La música siempre ha sido parte de los movimientos sociales, sonando de fondo como el soundtrack del grupo de personas que toma las armas. Aunque el corrido ha sido el cantar de la gesta revolucionaria por excelencia (asociado a una figura con sombrero, cananas y bigote, al son de “La Adelita”), este estereotipo no concuerda con la banda de Trinidad Concha, quienes ejecutaban polkas, valses, mazurcas y marchas, música en boga en aquellos tiempos. Dorado Romo obtuvo esta información (datos, programas y fotografías) de la mano de los descendientes de los artistas, específicamente de uno de los nietos -el padre Antonio Concha-, sacerdote de la iglesia del Sagrado Corazón, ubicada a unas cuadras del puente internacional Santa Fe.

Tratar de resumir una obra tan extensa e interesante como Historias desconocidas de la Revolución resulta un ejercicio que inevitablemente dejará al lector de esta reseña a medias. Lo que no ocurrirá con la lectura o consulta del libro. Comencé, líneas arriba, diciendo que de ese movimiento armado se hablaba mucho y se sabía poco, pero para el autor esto no aplica. Supo ver en la cotidianeidad, en las actividades culturales, artísticas y de ocio de las dos ciudades hermanas un testimonio invaluable de aquel tiempo.

No solamente hubo balazos, traiciones, campesinos armados y, al final, una bola en la que nadie sabía contra quién dirigía el fusil. También hubo anécdotas y una nutrida microhistoria, la que se escribe desde arriba, en el subterfugio del archivo personal. Aseguro la sorpresa de quien se adentre en las páginas de estas historias desconocidas; vaticino la curiosidad de quienes quieran comprobar que la Revolución Mexicana se gestó en el extranjero, a unos pasos de la frontera.

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ENSAYO desde Juárez | Torceduras, relatos cortos plagados de humor escatológico, promiscuidad e impudor

sábado, abril 11th, 2020

El autor chihuahuense José Jasso narra en cinco textos breves una sarta de aventuras permeadas de humor, líquidos y excrecencias. La China Sexo Oral, figura protagónica, asume la narración para contarnos, en un tono íntimo, jocoso, a manera de confesión, sus andanzas y pasiones de alcoba.

A continuación, te presentamos el sexto ensayo de la serie “Juárez con Jota”, destinada a explorar la representación literaria de una matriz queer desde perfiles LGBT+ asentados en la región fronteriza Ciudad Juárez-El Paso.

Por Carlos Urani Montiel

Ciudad Juárez, Chihuahua, 11 de abril (JuaritosLiterario).- Hace más de un año asistí a una charla de café, organizada por el Colectivo Palabra Brava en Ciudad Juárez, en donde se discutieron ideas en torno a la creación artística con temática queer. Al evento, acudió como parte de la audiencia José Jasso, autor de Torceduras (2016), una plaquette que pude obtener esa misma noche de manos de su artífice, y de la cual ahora me ocupo para dar avance a esta serie de ensayos sobre la representación literaria de una matriz queer en la región fronteriza desde donde escribo.

En la contraportada se lee que el ejemplar “inicia la Literatura Queer en Ciudad Juárez. En esta urbe de fronteras hacía falta una voz que trasgrediera el convencionalismo, que perturbara los temas recurrentes”. Los subrayados son míos, ya que este tipo de afirmaciones tan categóricas, casi siempre anónimas, despiertan dudas y suspicacias.

Entiendo que quien estuviera al cuidado de la edición –José Juan Aboytia, escritor y tallerista al frente de Obra Negra Editores, junto con José Alberto García– buscara colocar la publicación en el bolsillo de los lectores; sin embargo, tales aseveraciones rompen una delgada línea, llamada tradición, sobre la cual descansan pocas pero suficientes, valiosas y mucho más transgresoras piezas para urdir una historia de la literatura –tanto regional como homosexual– de la que se desprenden formas de ser y actuar desde perfiles LGBTTTI+, asentados en ambos lados de la frontera.

Una vez aclarado el punto, paso lista a los antecedentes de esta tradición, poniendo un límite momentáneo en 2016: José Urbano Escobar, Vereda del norte (1937); Arturo Islas, The Rain God, a desert tale (1984); Arturo Ramírez Lara, Nanas para dormir a Jonás (2009), poemario utilizado en el epígrafe que altera la sintaxis, al tiempo que bosqueja imágenes eróticas altamente efectivas; Diego Ordaz, Los días y el polvo (2011); Benjamin Alire Sáenz, Everything begins & ends at the Kentucky Club (2012); Ángel Valenzuela, Northern lights o Hacia las luces del norte, según la edición (2015); César Graciano, Cuentos únicos y secundarios (compuestos en 2016 y publicados al año siguiente); así como la obra en general de Alicia Gaspar de Alba.

De vuelta al asunto central, la lectura de Torceduras resulta ágil, entretenida y ligera. Uno consume las hojas de inmediato, aunque su digestión, quizá, pueda ser más prolongada. La colección de cinco relatos cortos está plagada de sanas puterías y de sobrado humor; y me refiero por humor a cada uno de los líquidos y excrecencias del organismo. La figura protagónica, La China Sexo Oral, parece recorrer la totalidad de los cuentos; aunque su nombre no se mencione de manera explícita en la totalidad de ellos, ella asume la narración en primera persona para contarnos de manera frontal –en un tono íntimo, jocoso, a manera de confesión– sus andanzas y pasiones de alcoba. Otro personaje central, “el pelado”, también ronda de manera genérica varias páginas de la obra, funcionando más como un complemento o extensión de La China que como una fuerza antagónica que le dé hondura a la construcción de su identidad.

Veamos. En el texto inaugural, “Hombre soltero busca”, nos inmiscuimos en el mundo torcido de las citas por internet: “«Travesti de clóset con lencería femenina… Fisting, scat, sadomasoquismo. Busco zoofilia, de preferencia con pastor alemán».” El soltero no da con su par, pero rememora:

“Sigo sin aprender la lección. En uno de estos sitios online encontré al pelado. Fue bueno al principio hasta que se volvió una relación seria. Los encuentros se hicieron más frecuentes pero el sexo escaseó. Ahora todo es ver tele y tomar cerveza. Unos besos, una mamada y al final tengo que sacar a Terminator del cajón cuando se va, ¿qué quieren? La soledad es mala consejera. Ante la tentativa de lanzarse de caza a un antro, como en su juventud, sigue navegando en la red hasta que “Llega un mensaje por whatsApp: es el pelado. Cierro la laptop y reviso que haya cervezas en el refri”.

Llama la atención el libre tránsito entre la identificación de género de La China Sexo Oral, así como una fluctuación (por no decir traición) sobre los códigos éticos de su grupo. Todo se rige por el grosor “de Ese” –como se nombra al pene con inusitado recato– en el segundo cuento, “Encrucijada”. El conflicto yace entre las políticas de la casa (“«primero las amigas, después los pelados»”) y la irrupción de un tal Adrián. La dignidad y autoestima también se aluden debido a lo que uno cede con tal de sostener una relación: “Por muy bajo que cayera, nunca le pagué a un mayate. Tiene que ver mucho que estaba tan jodida que apenas tenía dinero para mis propias cervezas”. Subrayo tanto las identidades colectivas (“las amigas”, “los pelados”, “los mayates”), como el género al que se adscribe la voz narrativa: “jodida”.

En otra etapa posterior, cuenta La China: “Nos fuimos a vivir a Las Torres… ya no andaba tan lastimosa de efectivo. Pasábamos la fiesta vociferando a la D’Alessio con la de «en mi casa mando yo y no hay hombre que se sienta superior» o cualquier otra que nos hiciera sentir muy feministas”. Acuñaron un nuevo lema para sus invitados hombres: «la cerveza que quieran, pero no dinero»”, con lo que definieron el tipo de reuniones predilectas: “fiesta típica de maricones y chichifos”. Cuando su amiga Regina llevó a la casa a Adrián, “todas suspiramos”; cuál sería la sorpresa ante la invitación para formar un trío. Ya en el cuarto, La China desplazó a su “hermana” por la habilidad con la que ganó el apodo. “Un joto que no la mama es como una mariposa sin alas, pero esa es otra historia”, la del cuarto relato.

Nótese que el adjetivo joto sí se asocia con la pertenencia, no así el de mayate, maricón y chichifo. La China queda prendida de Adrián: “No tuve más remedio que reescribir la política de la casa a «primero mujer que amiga» y les cancelé a todas”. Pero llegó el día en que el pelado le pidió dinero prestado. “Como toda mujer que se respete, preferí mi dignidad, mi amor propio”, por lo que se negó, sin que él se enfadara.

“Tuve una semana más de no pisar el suelo, de sonreírle a los extraños y de querer hacer el bien. Eso fue todo. Por angas o mangas no lo vi más. Supe que andaba con la Juana, una jota que trabajaba de jefa de grupo de limpieza. Obviamente ella no tenía ni pizca de autoestima, lo que sí tenía era a Adrián. Y esa es la razón por la que estoy en la Universidad. Porque quiero ser ingeniero. Esos güeyes ganan la pura feria”.

La oscilación genérica de los entes que habitan las historias me resulta fascinante como tema de trabajo, sobre todo cuando la alternancia significa y es condescendiente con la intriga o los pasajes más duros a los que se enfrentan esas figuras. La Historia de la Monja Alférez, escrita por Catalina de Erauso, alrededor de una fecha tan temprana como 1625, resulta ejemplar; pues ella se nombra varón cuando sus padres no logran reconocerla y, ya como soldado, retoma su condición de mujer cuando siente la muerte en la cordillera andina y, al final de sus aventuras, en la auscultación hecha por las religiosas con la que Catalina comprueba su sexo y su virginidad, argumentos suficientes con los que la autoridad papal le permitieron conservar (performar) su género masculino en público. En cambio, el titubeo ocurrente delinea personajes inconsistentes en historias que incluso podrían ofender.

De José Jasso conozco poco. Transcribo la información de la misma plaquette: “Nació en 1970 en Ciudad Juárez, donde vive. Abandonó la carrera de Literatura Hispanomexicana para terminar la de Ingeniería Industrial y de Sistemas, la cual ejerce trabajando en la maquiladora. Fue becario en los Talleres de Escritura del Instituto Chihuahuense de la Cultura bajo la coordinación de Agustín García y Juan José Aboytia. Ha sido publicado en algunas antologías y revistas”, como en Manufractura de sueños: literatura sobre la industria maquiladora en Ciudad Juárez (2012).

¿Qué imagen conservamos del escritor de ocasión, de la literatura no como oficio sino como hobbie? ¿Importa saber datos biográficos detrás de la concreción de un relato? En principio, no; sin embargo, los contextos de producción nos sitúan frente a los textos. ¿La España post-franquista determina el actuar de Patty Diphusa de Pedro Almodóvar? ¿Necesita La trilogía sucia de La Habana la caída de la URSS y el bloqueo económico de EE. UU. para ser disfrutada? En principio, de nueva cuenta, no y no; pero dichos contextos más allá de ofrecer referentes sociohistóricos definen la postura de cada autor frente a su aquí y ahora.

Ese posicionamiento se vierte en la ficción a través de atmósferas –paisajes urbanos erigidos con consignas– y personajes construidos sobre credos o ideologías. Ahora bien, ¿es posible articular una doctrina desde el humor escatológico, la promiscuidad, el impudor o la ninfomanía? En definitiva, sí. El par de ejemplos del párrafo anterior me ahorra profundizar al respecto.

Y antes de afirmar que Torceduras de José Jasso carece de lo uno (postura personal acerca de…) y lo otro (posicionamiento crítico hacia…), me cuestiono sobre mi propio anhelo de encontrar índices de subversión en toda obra artística.

¿Acaso un texto literario no puede ser diseñado por el puro placer de la escritura y con el fin último de entretener? ¿El compromiso antecede la valía? Si se lee un cuentario de temática queer anticipando el conflicto encarnado en las entrañas del ser homosexual o la proclama social hacia un entorno amenazante, entonces se delimita (por no decir dilapida) un género en expansión, multifacético y consolidado precisamente por su diversidad.

¿Que si me gustó Torceduras? Por supuesto que no. Recomiendo los cuentos de Jasso por divertidos, porque incluso en su relectura durante esta cuarentena me sacaron una que otra carcajada, y ya. Rescataría, tal vez, la avenencia entre la cogedera y la dura soledad, pero no más.

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