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“Lo tierno puede ser siniestro”: Un libro de Simon May estudia la veneración por las cosas adorables

jueves, diciembre 26th, 2019

El sentimiento reconfortante que aportan las imágenes adorables en la sociedad no es gratuito. El sistema neoliberal empuja a las personas a alcanzar la felicidad con frases motivacionales, sesiones de coaching y figuras adorables. May reflexiona sobre la dicotomía entre lo adorable y lo siniestro.

Por Carmen López

Ciudad de México, 25 de diciembre (ElDiario).- El libro de Simon May, El poder de lo cuqui, editado por Alpha Decay y traducido por Albert Fuentes, ha colado en las librerías una cubierta protagonizada por un montón de patitos de peluche. Son adorables pero ¿son machos o hembras? ¿cuántos años tienen? ¿están felices o asustados? En esta indeterminación empieza el lado siniestro de ese adjetivo que en un principio resulta tan reconfortante.

Pese al tema que ha escogido para analizar, el ensayo no es precisamente una lectura ligera. De hecho, este libro se publicó en inglés en 2018 en la Universidad de Princeton y no llegó mucho más allá del círculo académico (donde recibió buenas críticas, eso sí). Es ahora cuando llega al público masivo que, como dice el refrán, no debería juzgar el libro por su portada.

La premisa de Montesquieu de hablar con seriedad de lo frívolo y frívolamente de lo serio, inspiró la estrategia de estudio sobre lo cuqui en los trabajos de otros dos investigadores de la cultura pop contemporánea: Notas sobre lo camp de Susan Sontag y On Bullshit de Harry Frankfurt. La pregunta principal es por qué la sociedad del mundo desarrollado ha impulsado el auge esas figuras adorables, abrazables y perturbadoras, todo a la vez.

Pero para entenderlo, hay que empezar definiendo qué es Lo Cuqui. May, profesor visitante de filosofía en el King’s College de Londres especialista en Nietzsche, explica a eldiario.es que: “Al igual que muchos fenómenos poderosos, Lo Cuqui tiene un espectro de significados. En el extremo ‘dulce’ se encuentran las cualidades inofensivas, inocentes y amenazantes que con mayor frecuencia se asocian con Lo Cuqui y que vemos en bebés, osos de peluche o pandas”. Lo que se delimita a la infancia, a lo que le gustaría a un niño pequeño.

Al otro lado, en el extremo que denomina ‘extraño’, “las cualidades dulces se distorsionan en algo más oscuro, más indeterminado y más herido. Algo así como el perro globo de Jeff Koons, que parece poderoso (hecho de acero inoxidable) e impotente a la vez (es hueco y carece de cara, boca, ojos). Es enorme pero también parece vulnerable; un perro familiar de proporciones y texturas desconocidas”, afirma May.

En el camino que lleva de una punta a otra de dicho espectro es donde se manifiesta la locura global por Lo Cuqui que invade la realidad desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. Aunque la palabra cute surgió en la lengua inglesa sobre el siglo XIX, no adquirió su significado actual hasta después de la devastadora contienda.

Por ejemplo, la figura de Mickey Mouse se redondeó para ganar simpatía en Estados Unidos y en Japón se estableció la cultura kawaii, integrada por jóvenes de apariencia vulnerable, dulce, infantilizada, atrincherados en una burbuja de purpurina y rodeados de muñecos de frentes amplias y ojos gigantes.

EL LADO OSCURO DE HELLO KITTY

El poder de Lo Cuqui reside en la estética y el mundo se siente atraído por figuras realmente deformes como Hello Kitty, que en lugar de ojos tiene botones y en lugar de dedos, muñones. O por Pikachu, un animalito que pese a su aspecto agradable es una rata eléctrica con poderes destructores.

May lleva esa dicotomía entre lo adorable y lo siniestro a la percepción de los líderes mundiales. Según su planteamiento, Obama o Hillary Clinton no tendrían ni pizca de cuquismo mientras que Kim Jong-Il, Stalin o Churchill, sí. Incomprensible de entrada, lo explica a través del caso contemporáneo de cuquez más indigesto: Donald Trump.

“Sugiero, juguetona y provisionalmente, que Donald Trump ejemplifica Lo Cuqui en el sentido de que Lo Cuqui es la última manifestación del antiguo arquetipo de lo monstruoso”, afirma May a este medio. El actual presidente de los Estados Unidos tiene una figura redondeada, un color de pelo chillón y un tono de piel que podría ser el de un dibujo animado. Tiene gestos torpes y una impostada bonachonería que pueden despertar ciertos sentimientos de agrado (sobre todo en sus votantes). Sin embargo, sus decisiones pueden acabar con la vida de miles de personas y desencadenar un desastre mundial.

“En lo monstruoso encontramos un tipo particular de indeterminación: entre dos o más tipos de ser radicalmente distintos, como la esfinge, que es un híbrido de humano y animal. Tales criaturas tienen el aura misteriosa del hechicero. Pueden amenazar con crear desorden, pero también pueden prometer la salvación del desorden. Pueden parecer siniestros pero también reconfortantes. Este doble aspecto es crucial para su poder, y creo que explica parcialmente el fenómeno de Trump”, aclara.

ESCLAVOS DE LO CUQUI

Por supuesto, el sentimiento reconfortante que aportan los objetos o las imágenes adorables que la sociedad actual venera no es gratuito. El sistema neoliberal empuja a las personas a alcanzar la felicidad con frases motivacionales, sesiones de coaching, peluches de E.T y tazas de Minnie Mouse.

May declara que Lo Cuqui es “una expresión del consumismo: del producto de moda en constante cambio que se produce en masa y se explota sin piedad para obtener ganancias”. La ansiedad generada por alcanzar satisfacción hace que las personas trabajen más para ganar más dinero y comprar esos productos. Una rueda que no cesa de girar para que el capitalismo siga funcionando. Por algo Lo Cuqui empezó a expandirse en determinado momento histórico.

Pero ¿qué va a pasar a medio plazo? ¿Va a durar esta fiebre por lo adorable para siempre? No se puede saber cuándo sucederá eso, aunque básicamente “perderá su poder solo cuando deje de expresar realidades profundas de nuestro mundo contemporáneo”, explica el académico.

Según su investigación, el ardor internacional por Lo Cuqui está relacionado con la actualidad en al menos tres formas. La primera es: “la necesidad de escapar de nuestro mundo tan amenazante a un jardín de inocencia y paz”. La evasión del mundo real como solución temporal a los problemas, un cierto triunfo del comportamiento infantil sobre el adulto.

Le sigue la tendencia de nuestra época, según May, “a abandonar lo que solía verse como opuestos claros: masculino o femenino, niño o adulto, bueno o malo e incluso humano o animal. En los objetos cuquis más exitosos como Hello Kitty o E.T., allá por la década de 1980, no hay ninguna de estas cosas: son de género, edad, moralidad y especies indeterminadas”.

Y la tercera forma para el experto es que “el éxito de la ternura está relacionado con el deseo de escapar de un mundo gobernado solo por el poder. Los objetos lindos, siendo vulnerables, son en cierto sentido anti-poder”.

Puede que la tesis de Simon May no se comparta o se mire con escepticismo. Pero es provocadora y llama la atención sobre el candor que lo impregna todo. ¿Quién más ha puesto por escrito en un texto académico que Donald Trump podría ser cuqui?

“Ha habido mucho interés en Estados Unidos. Hasta ahora nadie, ni siquiera los republicanos, se ha opuesto a que yo llame cuqui a Donald Trump”, afirma el autor. Que alguien envíe una copia a la Casa Blanca.

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ENTREVISTA | Gloria Steinem: He tenido que esperar muchos años a que nacieran mis mejores amigas

sábado, febrero 18th, 2017

Hablamos con la gran jefa del feminismo norteamericano sobre Hillary Clinton, maternidad, Black Lives Matter, Gay Talese y el estado de la cosa en cuestión. “Las expresiones populares feministas son algo bueno. Que Beyoncé cante con el rótulo “feminista” detrás es progresar”. “Es una lástima que no se conozca que a lo largo de nuestra historia más antigua las mujeres fueron viajeras por necesidad”

Por Lucía Lijtmaer, eldiario.es

Ciudad de México, 18 de febrero (SinEmbargo).- Nada en Gloria Steinem es corriente. Ni su infancia nómada, ni su intensa vida política ni, por su puesto, su autobiografía. El icono feminista estadounidense más importante de la década de los sesenta y setenta se planta con Mi vida en la carretera (Alpha Decay) ante un género que suele abundar en detalles serenos de una vida pública y le da la vuelta, optando por un ensayo personal sobre los viajes.

Si a la mujer se la relegaba al espacio doméstico, Steinem conquista la carretera. Como si fuera un nuevo libro de aventuras de Bruce Chatwin, lo importante es el viaje y la narración que deja. Así, la autora recorre Estados Unidos, India, los campus universitarios, las asambleas y las manifestaciones a vista de pájaro sobre su propia vida, dando a entender que ni el viaje ni la exploración vital son algo masculino. La carretera de Steinem devuelve una mirada intensa sobre las últimas décadas, reivindicando cuerpos y anécdotas que conforman el movimiento feminista.

–El libro trata el viaje y el espacio de viaje como un lugar de libertad. ¿Cómo se puede compaginar la carretera con el compromiso afectivo, el amor y la familia?

–Nunca lo pensé como algo absoluto, se trata de entenderlo para diferentes momentos de la vida y distintas épocas. Los seres humanos, a lo largo de la historia, hemos seguido a los animales en el viaje y el nomadismo, está en nuestra memoria celular. Con el paso del tiempo y la industrialización perdimos nuestra habilidad natural y el deseo de seguir las estaciones. No defiendo la vida nómada per se, pero sí tomarse un tiempo a lo largo de la vida para poder viajar, ya sea después del instituto, de la universidad, cuando sea. A ser posible, en nuestros propios países, para conocerlo. Y mejor aún si es sin planearlo. No planear es una virtud, no lo hacemos lo suficiente.

-Usted cita a Margaret Atwood: “Una mujer que se lanza sola a una azarosa expedición nocturna tiene muchas más posibilidades de acabar muerta, y mucho antes, que un hombre”. ¿Sabe de la polémica sobre los asesinatos de dos mujeres en Ecuador y la respuesta pública de #viajosola?

-No lo conocía pero no me sorprende, siempre nos ha pasado. Para la sociedad, si no está presente un hombre estás sola. Es una lástima que no se conozca que a lo largo de nuestra historia más antigua las mujeres fueron viajeras por necesidad, tenían que ir en busca de su familia. Eran los hombres los que se quedaban en casa. Para las mujeres, el viaje como opción personal es algo relativamente nuevo.

-Destina un capítulo a un viaje a India y cómo ese viaje con mujeres le hizo sentir que había que salir del aislamiento de lo individual. Si lo personal es político, ¿lo colectivo lo es más aún?

-No me parece necesario establecer una jerarquía, lo importante es realizar diferentes conexiones en momentos diferentes. Tradicionalmente, se ha entendido que los problemas de las mujeres son de tipo cultural, cuando se han reconocido, pero son políticos, como los de los hombres.

-Y también que la única manera de narrar el feminismo es a través de la historias de las narraciones personales.

-No solo el feminismo. Todos los verdaderos cambios políticos provienen de las narraciones personales: el movimiento en favor de los derechos civiles comenzó narrándose en primera persona desde las iglesias, lo mismo con los campesinos durante la Revolución China, hay multitud de ejemplos. Si no contamos nuestras cosas, no cambiamos nada. Lo que le pasa a uno y al resto es político. Entender eso es fundamental.

-Desmiente el enfrentamiento feminista por raza y clase, explicando que las mujeres durante el movimiento feminista se unían y que lo convertían en eslabones solidarios de una misma cadena. ¿Cree que sigue siendo así en Estados Unidos, en un momento de tensión tan grande en el que ha surgido Black Lives Matter?

-Es importante entender que son conceptos indisolubles e interrelacionados con el patriarcado. La sociedad patriarcal ha controlado los cuerpos de las mujeres para controlar la reproducción. Las mujeres siempre han sido de segunda categoría pero es muchísimo peor para las mujeres de una casta inferior o de otra raza, por ejemplo en India o las mujeres afroamericanas. Es un tema de control.

-Con respecto a Black Lives Matter, es importante recordar que es un movimiento fundado por tres mujeres. Me parece significativo que casi nadie lo sepa. En medio de todas las acusaciones y tanta violencia han logrado fomentar un movimiento inclusivo basándose en tres principios: compartir el amor, mantener el ego bajo control para realizar el mayor impacto posible y moverse a la velocidad de la confianza. Me parecen unos principios fantásticos y muy sabios, porque se trata de reglas abiertas y no jerárquicas.

-Usted narra una anécdota en la que una azafata prohibió a una mujer dar el pecho durante un vuelo. ¿Qué opina de que siga siendo un problema hoy en día, incluso en redes sociales?

-Siguen metiéndose con eso, ¿verdad? Es increíble. Mostrar un pecho es un acto normal, no tiene ningún sentido. Ojalá se metieran con la pornografía. La palabra “porno” proviene del griego, y significa dominación, a diferencia de “eros”, del placer erótico, que implica placer mutuo.

Un libro donde las mujeres viajan. Foto: Especial

-¿Le parece preocupante la presencia de pornografía en las redes?

Muchísimo. No abogo por la censura, pero sí por regularlo de alguna manera. Estamos dejando que entre en nuestras casas y que lo puedan ver niños. Hay fotos de menores realizando actos contra su voluntad, hay tráfico sexual. Y todo esto mientras la derecha aboga en Estados Unidos por prohibir la educación sexual en los colegios. ¿Cuál acaba siendo su sustituto para los jóvenes? La pornografía. Y eso es extremadamente peligroso.

-Usted defiende a Hillary Clinton en el libro, pese a las reservas que parece tener la opinión pública.

-En democracia no siempre logras el resultado que deseabas, pero al menos Hillary ha hecho que los puestos en los que ha estado hayan sido mejores gracias a ella. Me da rabia su situación, porque sufre la táctica de la derecha de ser atacada por sus virtudes y no sus debilidades. Y además lo consiguen: si se tienen en cuenta sus logros, es la más sincera en sus políticas, pero la siguen representando como a alguien que no es de fiar. Por otro lado, lleva tanto tiempo en la vida pública que eso le ha resultado contraproducente. No es algo que tenga que ver con el machismo: los medios premian a la novedad y penalizan la durabilidad. La verdad es que no sé cómo soporta el maltrato al que la someten.

-¿Qué opinión le merece de la explosión del feminismo contemporáneo? Recientemente se decía en un articulo que desvirtuaba la lucha original en pos de la popularidad (“We sold feminism to the masses and now it means nothing”).

-No es algo nuevo. Recuerdo un anuncio en los setenta en el que comparaban a una mujer lavando en una tinaja con una que fumaba un cigarrillo, como si el cigarrillo fuera la marca del progreso feminista. Se trata de un ejemplo más de cómo se ha intentado instrumentalizar el feminismo. Hay que ser consciente y denunciarlo. Pero las expresiones populares feministas son algo bueno. Que Beyoncé cante con el rótulo “feminista” detrás es progresar. Que se usen discursos de Chimamanda Ngozi Adichie es progresar.

-¿Quién le gusta de las nuevas feministas populares?

-¡Hay tantas! ¡Hay tantas mujeres menores de 35 años haciendo cosas! ¡Y en tantos países diferentes! Lena Dunham, Caitlin Moran, Ntozake Shange… Lo único que se me ocurre decir es que he tenido que esperar muchos años a que nacieran mis mejores amigas.

-Usted narra una anécdota humillante en la que Gay Talese la ninguneó tildándola de “la chica guapa de la temporada” ante Saul Bellow. ¿Pudo replicarle en algún momento de su vida?

-(Ríe) Cuando tuve que comprobar los datos de esta autobiografía no me atreví a llamarle. Me parecía que hacía tanto tiempo de eso y que lo tenía grabado en mi memoria como un momento tan vergonzoso que no lo hice. Cuando el New Yorker escribió una pieza sobre el libro le llamaron, porque esa gente comprueba todo. Respondió: “Suena como algo que yo diría, sí”. Así que ahí lo tienes.

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