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COLUMNISTA INVITADO | “Retrato de una lectora”, por Alejandro Espinoza Galindo

sábado, julio 9th, 2016
Retrato de una lectora muy especial. Foto: Especial

Retrato de una lectora muy especial. Foto: Especial

Una sociedad o un país donde los escritores decimos que “nadie lee”, es también una sociedad que no puede y no quiere imaginar a sus lectores.

Ciudad de México, 9 de julio (SinEmbargo).- Hoy todas las fotos son cualquier foto. Hojas secas y dispersas de un árbol frondoso, que olvidamos en cuestión de segundos, que compartimos momentáneamente o que manipulamos por una mezcla de diversión o hastío. Pero esta foto no es así. No sólo por esa presencia ineludible en el imaginario de nuestra era, sino por el acontecimiento capturado.

Está el parque y está ella sentada en el tiovivo. Los shorts negros cortísimos, el brazo envolviendo sus piernas, la blusa sin mangas de rayas horizontales, de un technicolor de televisor antiguo. El cabello relajadamente despeinado, de la manera como se le vería naturalmente a un científico pero no lo imaginas en ella, rubio como sólo puedes imaginarlo en ella. Sin embargo, todo se concentra en sus ojos. Su mirada, su triste pero intensa mirada, dirige toda su atención a lo que acontece en esas últimas páginas. Ahí, en el capítulo 18 de la novela que carga en sus manos, ahí, sí, donde en alguna parte Molly piensa: y donde yo era una flor de la montaña sí cuando me puse la rosa en el cabello como hacían las chicas andaluzas o me pondré una colorada sí y cómo me besó bajo la pared morisca y yo pensé bueno tanto da él como otro y después le pedí con los ojos que me lo preguntara otra vez y después el me preguntó si yo quería sí para que dijera sí mi flor de la montaña y yo primero lo rodeé con mis brazos sí y lo atraje hacia mí para que pudiera sentir mis senos todo perfume sí y su corazón golpeaba loco y sí yo dije quiero sí.

La parte más rica de los mitos es aquella que nos permite imaginar posibilidades. Por ejemplo, la posibilidad de que ella estuviese leyendo las últimas líneas del Ulises, de James Joyce, en el momento que le tomaron la foto. Quiero invitarlos a revisar con ojo riguroso esta imagen. Fijen su mirada en la mirada. No está posando. No actúa que está leyendo. Marilyn lee ese libro que tiene en sus manos. Esto es, participa de ese acto indescriptible e inexplicable que es leer. Y cuando leemos, no estamos aquí. Estamos en otra parte, una parte más íntima, en ese lugar donde Marilyn prefería estar. Acá afuera, donde estamos nosotros observándola, puede ser la belleza de inexplicable luz que siempre ha sido, y que se mantuvo estática en la conciencia colectiva, a raíz de su joven muerte; ahí dentro, donde ella está, concentrada en la lectura, ella es, probablemente, Molly Bloom.

Esta foto tiene su historia. Formó parte de unas ya famosas sesiones que la fotógrafa Eve Arnold tomó de la actriz y modelo y que consecuentemente forman parte del imaginario de nuestra cultura. En estas sesiones, Arnold tuvo oportunidad de fotografiar a Marilyn Monroe en contextos más cotidianos:

Trabajamos en una playa en Long Island. Ella visitaba al poeta Norman Rosten… le pregunté qué estaba leyendo cuando fui por ella (trataba de averiguar cómo pasaba su tiempo libre). Ella me dijo que siempre dejaba el Ulises en su carro y que había estado leyéndolo durante mucho tiempo. Me dijo que le encantaba su sonoridad y que lo leía en voz alta para tratar de darle sentido, pero le resultaba difícil. No podía leerlo consecutivamente. Cuando nos detuvimos en un parque de juegos para fotografiarla, sacó el libro y comenzó a leerlo mientras cargaba la cinta. Claro está que la fotografié.

En otro testimonio, Arnold añade:

Ahí está, la diosa, no necesita complacer a su público o a su hombre, sólo vivir dentro del libro. La vulnerabilidad está ahí, pero también algo que no vemos muchas veces en la rubia despampanante: un sentido de pertenencia a ella misma. No es una suerte de combinación sexy de cerebro y de senos lo que hace perfecta esta foto; es el hecho de que la lectura es siempre un acto privado, es íntimo, una plática entre amantes, un sitio de susurros y suspiros, no regulada y que normalmente no se observa. Nosotros somos los vouyeurs, es cierto, pero lo que espiamos no es un momento del cuerpo, sino un momento de la mente.”

Por supuesto, no es la única foto donde Marilyn aparece leyendo un libro, un periódico, una revista, el guión de una película. (La frase “Marilyn Monroe Reading” puede arrojar millones de resultados en Google). Tampoco es el título que ella lee en esta foto particular (hablaré más al respecto posteriormente). Lo que me cautiva de esta foto es el acto mismo, la “pérdida de ser” que ocurre cuando uno lee, y que puede representarse en cada uno de nosotros, en el momento mismo que nos extraviarnos para ir a otro lugar, para dejarnos llevar por el pensamiento susurrado por la mente de otra(o) y que termina inscrito en una hoja de papel que, a diferencia de esas otras hojas del frondoso árbol que dispersa las hojas secas de las imágenes de este mundo, esa hoja es nuestra.

Como un impulso derivado de su necesidad por pertenecer, Marilyn leía todo el tiempo. Foto: brandonht / Shutterstock.com

Como un impulso derivado de su necesidad por pertenecer, Marilyn leía todo el tiempo. Foto: brandonht / Shutterstock.com

Como un impulso derivado de su necesidad por pertenecer, Marilyn leía todo el tiempo. Una página de internet enlista los 430 libros que ella tenía en su biblioteca personal [http://www.openculture.com/2014/10/the-430-books-in-marilyn-monroes-library.html] y donde podemos encontrar prácticamente la historia de la literatura del siglo XX en habla inglesa: Tennessee Williams, los poemas de D.H. Lawrence, Hemingway, Thomas Mann, Jack Kerouac, colecciones de cuentos, novelas románticas, además de libros de filosofía clásica entre muchos otros. Peguntarse si los leyó todos es un error (¿cuántos libros tenemos en esa interminable y creciente lista de espera que se acumula en nuestros libreros?). Creo que la pregunta debería ser: ¿Por qué no podemos imaginar que sí lo hizo?

Poco antes de comenzar a escribir esto, me había hecho la siguiente pregunta: Después de todos estos años, ¿quién es el sujeto de esta foto, Marilyn o la novela de Ulises?  En esta foto, una figura de belleza mítica y un objeto inanimado (¿de igual belleza mítica?) se corresponden en la medida que se han mantenido como verdaderos enigmas de nuestra cultura. Indescifrables por motivos más cercanos de lo que imaginamos, tanto el libro como la estrella de cine se convierten en un espejo que revela nuestros peores prejuicios. Son involuntarios y también son mecanismos de defensa para no profundizar en torno a la vida interna de estas dos entidades.

Preferimos pensar en la rubia tonta que simuló haber leído este complejo artefacto, que aceptar el hecho de que ella misma se esforzó, como muchos de nosotros, para descifrarlo, para encontrar esa sonoridad, esa cancioncilla que entona la conciencia, que hallamos conforme nos introducimos en ese preciso y humano universo, un universo hecho de lenguaje, de voces, de sensaciones y de los tropiezos y laberintos del pensamiento. Por otro lado,  preferimos descartar al Ulises como un “bodrio ilegible”, sentirnos amenazados por su extensión, su falta de “trama interesante”, el aburrimiento de las descripciones de la vida cotidiana de seres anodinos, su estructura abigarrada y en la dificultad que implica su lectura. En este sentido, hay una misma cantidad de detractores que de admiradores. Los primeros se cobijan en el fácil argumento del tedio; los segundos arrojan el tipo de alabanzas que la ubican como la obra más grande de la literatura moderna, un tic nervioso de la cultura actual, que consiste en glosar al arte y la literatura por medio de listas y frases reducconistas. En ambos casos, el sentido que puede proporcionar una novela como esta en la mente de un lector común y corriente se pierde, ya que el prejuicio de los primeros y el reduccionismo de los segundos nada tiene que ver con la experiencia de leerlo. De vivir, quizá, lo que vivió Marilyn al mantenerlo en la guantera de su coche hasta terminarlo. Hasta encontrarse con el monólogo de Molly.

Vuelvo a un punto anterior. Al punto en donde podemos (o no podemos, o no queremos) imaginar a Marilyn leyendo el Ulises de Joyce. Siendo honestos, existe una noción arraigada de que Marilyn Monroe era una “rubia tonta”.

Cierto, también la imaginamos como una de las mujeres más bellas, dulce y cariñosa, víctima de circunstancias, débil, insegura, manipulable y vulnerable como toda mujer que vivió en el ojo público al cierre de la Segunda Guerra Mundial. Pero no nos alejamos de la descripción de rubia tonta. Esto es, incapaz de una profundidad intelectual suficiente como para “leer”. Todas las personas con las que he compartido esta foto se asombran ante la posibilidad de “ver a Marilyn leyendo”; si a esto añadimos que lee un libro “difícil”, se reafirma un hecho que ya nada tiene que ver ni con Marilyn ni con el Ulises.

Tiene que ver con nuestra incapacidad para imaginar al lector común, al que se desvive leyendo los libros que escribimos, al que se sienta en bibliotecas o en los sillones de cafés o en las salas de espera o en las filas del banco y se pone a leer. No los imaginamos, quizá, porque le atribuimos un cierto prestigio elitista al acto de leer, de modo que el lector debe ser obligadamente un miembro del campo cultural o intelectual. De modo que preferimos la superficialidad de considerar esta foto como un montaje, un truco, una simulación, y a su vez, preferimos no pensar que alguien, incluso en la actualidad, se atreva a realizar lecturas tan complejas. Todo lo cual me lleva a la siguiente conclusión: una sociedad o un país donde los escritores decimos que “nadie lee”, es también una sociedad que no puede y no quiere imaginar a sus lectores.   

 

Los pinos salados de Mexicali, en un hermoso libro de Alejandro Espinoza Galindo

sábado, julio 2nd, 2016
Es un árbol cuya personalidad se confunde con el entorno; es silvestre, casi como si se tratara de hierba mala. Los sitios que lo acogen permiten que se desplaye sin fin, o simplemente lo queman o cortan abruptamente. Foto:YouTube

Es un árbol cuya personalidad se confunde con el entorno; es silvestre, casi como si se tratara de hierba mala. Los sitios que lo acogen permiten que se desplaye sin fin, o simplemente lo queman o cortan abruptamente. Foto:YouTube

“Lo cierto es que no sé cuándo comenzó esta relación amorosa con el pino salado o, mejor dicho, qué elementos de indagación científica son los que me impulsaron a conocer aquello que veo en las calles, lotes baldíos, orillas de la carretera, un ser impávido, absorto, mal querido”, escribe el entrañable autor de Mexicali.

Ciudad de México, 2 de julio (SinEmbargo).- Suele decir el escritor mexicano Álvaro Enrigue que una de las mejores cosas de la paternidad ha sido tener que explicar el nombre de los árboles a sus hijos, un modo de redescubrir el espacio, el medio ambiente y de reconocerse en la mención de esas criaturas verdes que nos acompañan en el camino de la existencia, sin que a veces le demos la atención que merecen.

Así parece haberlo entendido el también escritor Alejandro Espinoza Galindo (Mexicali, 1970), quien a través de su nuevo libro, Los pinos salados, construye tanto el paisaje exterior como interior del sitio que lo vio nacer, echando mano de la literatura para narrar una circunstancia precisa en contextos como la botánica o la ecología.

Lo cierto es que no sé cuándo comenzó esta relación amorosa con el pino salado o, mejor dicho, qué elementos de indagación científica son los que me impulsaron a conocer aquello que veo en las calles. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Lo cierto es que no sé cuándo comenzó esta relación amorosa con el pino salado o, mejor dicho, qué elementos de indagación científica son los que me impulsaron a conocer aquello que veo en las calles. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

Los Pinos salados, Memoria de una ruina triste,  pertenece a un proyecto de arte documental. El libro inicia con una fotografía de una zona de precaristas, invasores de un lote cercado por una malla. La finalidad del proyecto, se nos informa, tiene como base crear un registro por diversos medios, fotografías, video, notas, muestrario, “que puedan dar cuenta de un ejercicio de deriva por distintas calles de la ciudad de Mexicali”.

A partir del proyecto de arte conceptual Espinoza plantea una defensa de Mexicali, al mostrar esa parte de la nación que contiene la duda: ¿dónde inicia, dónde termina la nación?  La frontera es el punto que hace a la nación y el resto del macizo continental forma la tierra del otro”, explicó el poeta César Rito Salinas en la presentación del libro llevada a cabo en Mexicali.

“En Los pinos salados, Alejandro Espinoza no sólo pone su interés en lo sociológico del registro, la memoria, también hace su interés en la contemplación estética al describir los sucesos de cambio de una pasión, Mexicali. Narrar es dar cuenta de una transformación, un desarrollo de secuencias que nos lleva a la evocación sostenida por efecto del riesgo: cada punto de su avance es una nueva incertidumbre. Así nos muestra a la ciudad de Mexicali, Alejandro la describe como el paño que contiene su amor y, al expresarlo, compromete  su acción futura con el espacio”, agrega.

“Los pinos salados son unos árboles ficticiamente endémicos del norte del país. Se dice que estos árboles fueron traídos por las primeras comunidades chinas que comenzaron a afincarse en Baja California a principios del siglo pasado, pero en realidad no se sabe a ciencia cierta el origen”, cuenta Alejandro Espinoza en entrevista con SinEmbargo.

Los pinos salados se mantienen en el espacio urbano del norte mexicano, interrumpiendo el entorno. No han sido colocados ex profeso allí. Tienen una vida ruda y longeva. Se resisten a su muerte.

“Me ha tocado ver muñones de pinos salados que en menos de tres meses vuelven a brotar”, cuenta el también autor de la novela En los tiempos de la ocupación.

“Me ha tocado ver muñones de pinos salados que en menos de tres meses vuelven a brotar”, cuenta el también autor de la novela En los tiempos de la ocupación. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

“Me ha tocado ver muñones de pinos salados que en menos de tres meses vuelven a brotar”, cuenta el también autor de la novela En los tiempos de la ocupación. Foto: Francisco Cañedo, SinEmbargo

“No quisiera decir que es una metáfora, pero para mí el pino salado se ha convertido en una representación del olvido, del abandono y el desamparo. El entorno visual en el que ellos sobreviven es paupérrimo. Los árboles viven en lotes vacíos, refugios de heroinómanos, maleantes e inmigrantes”, explica el autor.

Cualquiera que vive en la calle puede encontrar sombra y refugio bajo la copa de un pino salado. El árbol define el paisaje de Mexicali y “se convierte en señuelo, el objeto a través del cual le das sentido a un espacio”, dice Espinoza Galindo.

No es un árbol agraciado. Es un guardapolvo. Su presencia interrumpe el camino y vive rodeado de desperdicios e inmundicia. “Eso es lo que se hace tan interesante”, admite Alejandro.

El pino salado saliniza todo el ambiente, como un verdadero asesino de la naturaleza, y ha elegido tener contacto directo con las personas que se le acercan.

El libro de Alejandro Espinoza Galindo es un objeto blanco, con fotografías y dibujos, sumado a un texto que busca acercarse a la realidad del árbol mediante una voluntad profunda, más allá de la mera observación.

“Por eso también elegí una escritura que sin ser totalmente experimental, fuera reflejo de varios géneros literarios. Quería sentirme lo suficientemente libre como para pasar de la crónica clásica a una bitácora seudocientífica, a la memoria, al tratado filosófico”, expresa el escritor y docente de la Universidad de Baja California.

Encontrar respuestas para la realidad que vivimos a través de presencia de un árbol tan invasivo e inevitable fue otra de las motivaciones del intelectual mexicalense, quien recurrió a un grupo de artistas multimedia para nutrir su proyecto.

“Nos disfrazamos de entomólogos, antropólogos, de botánicos, sacamos muestras de los distintos árboles y de ello derivó una serie de trabajos de corte visual, donde las ramas son la huella precedente de lo que luego relato en el libro”, dice el autor.

“Una de las cosas que más me llamó la atención de quienes fotografiaron los pinos salados de este proyecto es que buscaban ángulos extraordinarios para poder dar cuenta de la forma extraña que tienen estos árboles. A veces era imposible, no existe la perspectiva adecuada. El pino salado es como los mexicalenses, tierno y salvaje a la vez, transmite una amabilidad tosca”, afirma Espinoza.

Los pinos salados contiene textos de Alejandro Espinoza Galindo, fue editado por la poeta Rosa Espinoza para su nuevo emprendimiento editorial llamado “Pinos alados” y participan Héctor Bázaga, Víctor Reyes, Alejandrina Núñez, Yanina Montiel, Roxana Monserrat y Marisol Valdés, todos ellos artistas visuales en plena actividad, surgidos de la carrera de Artes Plásticas de la Universidad Autónoma de Baja California.

INVITADO |Siete Eventos para combatir el absurdo (con más absurdo). Un mini manual de performance

sábado, marzo 19th, 2016
El absurdo es el sujeto que detiene las operaciones cotidianas de la vida y nos dice, agitando fuertemente sus brazos: “No nos hagamos tontos.” Foto: Shutterstock

El absurdo es el sujeto que detiene las operaciones cotidianas de la vida y nos dice, agitando fuertemente sus brazos: “No nos hagamos tontos.” Foto: Shutterstock

“No sólo estoy a favor de la desobediencia en estos tiempos, sino que soy de la opinión de que todo acto es político, toda proclama, todo gesto, toda enunciación, devela las pasiones éticas, políticas y estéticas que nos constituyen”, escribe el narrador y ensayista de Mexicali

por Alejandro Espinoza

Ciudad de México, 19 de marzo (SinEmbargo).- ¿Qué es el absurdo? Es el acontecimiento como banalidad, la contraposición del sentido como búsqueda primordial, la capacidad para ver canas en un niño de once años y la incapacidad para dotar la vida de gravitas. El absurdo es el sujeto que detiene las operaciones cotidianas de la vida y nos dice, agitando fuertemente sus brazos: “No nos hagamos tontos.”

Sin embargo, independientemente de la banalidad que sostiene el ejercicio de actuar absurdamente, detrás del gesto, la acción u omisión se encuentra un fuerte detonante crítico. Sobre todo cuando un absurdo es la respuesta de otro absurdo: el peligroso absurdo como se conduce el poder.

En algunas latitudes de pensamiento, se sostiene que las acciones de arte deben mantener un sesgo a-político. Ya que uno de sus objetivos es celebrar la poética de lo cotidiano, es más propensa a buscar entrometerse en la vida sin interrumpirla –o mejor dicho, sin faltarle al respeto. Sin embargo, no sólo estoy a favor de la desobediencia en estos tiempos, sino que soy de la opinión de que todo acto es político, toda proclama, todo gesto, toda enunciación, devela las pasiones éticas, políticas y estéticas que nos constituyen. De la misma manera como el vecino conjunta todos sus intereses y pasiones al momento de poner música de Chalino Sánchez a todo volumen a las cuatro de la mañana, el otro vecino decidirá contrarrestar aquello que considera berridos de cabra con un poco de Bach. Nunca se verán frente a frente, pero sus acciones ya lo dijeron todo.

Es por ello que, en el contexto en el que actualmente vivimos, en este país, me pregunto, ¿cómo atacar una banalidad mediática –que no reconoce que ya llegó al punto final de su evolución y constituida para fabricar un consenso ilusorio de imposiciones y realidades inamovibles—con una banalidad multitudinaria?

¿Cómo se puede jugar el juego sin jugar el juego? ¿Cómo desmenuzar la intríngulis de ficciones y deconstrucciones de un proceso democrático con acciones que nos permitan destituirlo, proclamarlo como falso? ¿Cómo podemos usar el absurdo –a mi juicio, el elemento seductor de las acciones de arte—para revelar ese otro absurdo? Considero necesaria esa respuesta, ya que en un momento dado, podríamos llegar a la conclusión de que ellos son los verdaderos artistas del absurdo. ¿Quiénes son ellos? Niños feos, con cicatrices profundas, dominadas por el cinismo de un orden mundial que ya ni siquiera se da cuenta que nos está llevando al atolladero, pero que les permitió orquestar una de las acciones más asquerosas de la historia reciente en México: imponerse, apelando a las pasiones más bajas de la psique mexicana: la gratificación instantánea.

Vivimos en tiempos urgentes, imprecisos, imperfectos, y considero que cualquier manifestación que descuadre un poco la cuadratura con la que afrontamos la realidad, puede propiciar, si no un cambio, por lo menos un respiro de liberación. Foto: Shutterstock

Vivimos en tiempos urgentes, imprecisos, imperfectos, y considero que cualquier manifestación que descuadre un poco la cuadratura con la que afrontamos la realidad, puede propiciar, si no un cambio, por lo menos un respiro de liberación. Foto: Shutterstock

 

Los siguientes eventos, happenings o acciones de arte (decida usted cómo llamarlos) se distinguen por su prisa y por su imperfección. Pero vivimos en tiempos urgentes, imprecisos, imperfectos, y considero que cualquier manifestación que descuadre un poco la cuadratura con la que afrontamos la realidad (misma que se asume como inevitable, y al mismo tiempo, fascinante), puede propiciar, si no un cambio, por lo menos un respiro de liberación.

Se trata de acciones ociosas, desocupadas del ámbito de la protesta franca, que devienen malestar e incomodidad, que apelan a la universalidad pero reconocen el localismo de los acontecimientos. Desde este momento, todos son libres de ejecutarlos o no ejecutarlos, de interpretarlos o reinterpretarlos, de usarlos como semilla para otras acciones, otros absurdos más que compitan con el absurdo de la ignominia.

Un saludo a todos desde uno de tantos rincones incómodos en el mundo.

EVENTO 1

La urna móvil

Constrúyase una urna que pueda ajustarse a un cuerpo humano. Puede ser usted. Una vez vestido de urna, deberá recorrer las calles, sin rumbo fijo, de una zona residencial. Deberá entonces tocar a las puertas de las residencias, y pedir cordialmente a la persona que abrió la puerta que ejerza su voto para la Presidencia de la República del Absurdo. Se le pedirá responder a tres preguntas: ¿Por quién desea votar? ¿Por qué desea votar por esta persona? ¿Por qué desea votar? Jamás se mencionarán los nombres ni los partidos de los candidatos.

EVENTO 2

El lamento del ciudadano sucio

Una o doce personas, vestidas con una camiseta que diga ciudadano, toman una de las plazas públicas de la ciudad. Cada uno traerá consigo una tina de latón, más o menos de la misma proporción de sus cuerpos. Uno de ellos traerá un reproductor de CDs. Cuando lleguen a la plaza, llenarán los tinacos de agua y se sumergirán en estos. Luego, encenderán el reproductor de CDs, donde escucharemos un loop interminable e ininiterrumpido, formado por las primeras cuatro barras de la canción de El Chavo del Ocho. Una vez empapados, deberán dirigirse a las áreas verdes de la plaza y revolcarse en la tierra. Deberán cubrirse muy bien de mugre, barro, basura, hierbas y demás. Una vez sucios, procederán a bañarse, con jabón Zote, mientras tararean absurdamente el loop del Chavo del Ocho.

EVENTO 3

Música peligrosa No. 9: homenaje

Reunir a la mayor cantidad de gente posible frente a un palacio de gobierno (federal, estatal, municipal). Deberán ser, por lo menos, más de mil. Una vez reunidos, un conductor, vestido de frac, con bigote falso, monóculo y actitud seria, deberá dirigirse a la multitud. Una vez convocada y atenta a las direcciones del conductor, esta multitud deberá recrear, al unísono, la pieza de Dick Higgins, “Música peligrosa, No. 17,” la cual indica, únicamente, ¡GRITAR! Hacerlo con la mayor intensidad posible y durante la mayor cantidad de tiempo posible. Al terminar, deberán retirarse, no sin antes pedirle al más joven de la multitud que se acerque a las puertas del palacio y deje una nota que diga: “…y somos muchos más.”

 

EVENTO 4

La caída del cuerpo productivo

Reunir la mayor cantidad de gente en una plaza pública. Pedirle a los asistentes que traigan consigo sus principales instrumentos de trabajo; pueden ser picos o palas, pueden ser martillos, pueden ser azadones, tijeras, plumas, libretas de taquigrafía, laptops, restiradores, pinzas, diccionarios, mapas, globos terráqueos, probetas, cintas para medir, cuerdas, mangueras, pistolas de juguete, cascos, guantes de distintos tipos, teléfonos fijos, cámaras fotográficas y de video, micrófonos, cables, lentes, viseras o gafas protectoras, entre muchos otros. Una vez reunidos, un conductor, vestido de líder obrero circa 1945, dará las indicaciones, y al conteo de tres, todos y cada uno de los asistentes deberá arrojar sus instrumentos de trabajo y tirarse al suelo. Mantenerse acostados durante dos noches consecutivas.

EVENTO 5

Las armas secretas

Reunir a cien personas –no más, no menos—frente a un palacio de gobierno. Pedirles que asistan con sillas plegables y colocarlas de manera que se formen diez hileras de diez sillas cada una. Pedirles que se sienten en las sillas, y que guarden silencio, durante ocho horas. Concentrarse e imaginar al presidente impuesto en su oficina. Imaginarlo sonriendo, imaginarlo tomando agua, imaginarlo teniendo sexo, platicando con mandatarios, ahorcando a sus asesores; finalmente, imaginarlo envejecer y luego morir. Una vez transcurridas las ocho horas, el primero en el extremo izquierdo de la hilera de atrás, deberá escribir un solo enunciado en un pergamino. Pasará el pergamino al de enseguida, y se repetirá la operación hasta llegar a la última persona, en el extremo derecho de la primera fila. Una vez terminado, escribir en el encabezado del pergamino “Esto es lo que pensamos de ti.” Pedirle a la mujer de mayor edad en la multitud que coloque el pergamino en las puertas del palacio.

EVENTO 6

Las grandes enseñanzas

Organizar elecciones en una escuela primaria. Deberá elegirse al alumno o alumna que mejor represente los valores de la niñez: valentía, audacia, imaginación, sensatez, seriedad y capacidad para inventar juegos y mentiras que le caigan bien a los demás. Pedirle a la directora que escoja, de entre los candidatos que surjan en cada salón, a uno, aparentemente, el hombre más bello de todos los candidatos. Iniciar campañas, y dirigirse a los alumnos más callados y retraídos, para cambiarles su voto por una bolsa de Sabritas, para que el ganador sea el niño más bello. Durante el conteo, los candidatos descubren que hubo más votos que alumnos en la escuela. El ganador será el niño bello. Esperar las reacciones de todos los involucrados y mantenerse callados.

EVENTO 7

El abandono del líder

Convocar a un líder, de entre una multitud de dos mil quinientas personas (o más). Ataviarlo con las mejores ropas, ponerle la banda de la Presidencia de la República del Absurdo. Pedirle a los más fuertes del grupo que carguen al líder en su trono, e iniciar una procesión desde el monumento de la avenida principal de la ciudad hasta el palacio de gobierno. Un grupo canta canciones de Violeta Parra mientras otro grupo canta canciones de Vicky Carr. Otro grupo de personas lanza gaviotas de papel en el aire, mientras un par de personas le ofrecen distintos tipos de alimento al líder: naranjas, manzanas, mazorcas, tortillas, tamales, tazas con caldo de gallina, hojas de maguey, botellas de Coca Cola, petróleo crudo, cañas con mezcal. Al llegar al palacio de gobierno, deberán dejar al líder en su trono, justo en la puerta de entrada. Seguido de esto, todos los asistentes deberán dejar abandonado al líder. Si es posible, todos deberán abandonar la ciudad. Dejar al líder abandonado durante un mes.

INVITADO | Algunos (posibles) dilemas (actuales) del escritor de provincia

sábado, marzo 12th, 2016
Volvamos un poco a la vida de ese escritor de provincia que compartió su recién creada obra a partir de las redes sociales virtuales. Foto: Shutterstock

Volvamos un poco a la vida de ese escritor de provincia que compartió su recién creada obra a partir de las redes sociales virtuales. Foto: Shutterstock

No sé si llamarlo paradoja, ni tampoco pretendo denostar una u otra circunstancia en la historia de un libro; sin embargo, debemos reconocer que las reglas del juego han cambiado, en el sentido de que los procesos a través de los cuales un autor llega a sus lectores ya no se define exclusivamente por los encauces de la crítica y el establishment de las letras

por Alejandro Espinoza

Ciudad de México, 12 de marzo (SinEmbargo).– Imaginemos este escenario: un joven, de aproximadamente veinticinco, veintiséis años, acaba de terminar de escribir una colección de relatos. Vive en una ciudad no-metropolitana (lo cual quiere decir quizás, no-protagónica, no paradigmática, anodina, una ciudad como cualquier otra ciudad anónima) y ha estado inserto en varias comunidades virtuales de escritores en otras ciudades de iguales circunstancias, anunciando por medio de mensajes de texto, posts en su blog o en Facebook o en Twitter, posibles videos en Youtube, conversaciones con amigos y cómplices y aliados invisibles que conoce de Antofagasta, Chile, de Norfolk, Inglaterra o de Torreón, Coahuila.

Adjunto a su anuncio podrán encontrarse una serie de caminos por los cuales el lector potencial tendrá acceso a estos cuentos, ya sea con un archivo en pdf, con la apertura de una cuenta en un servicio de print-on-demand, en formatos de pasta gruesa, pasta delgada, versiones para kindle y de ahí en adelante se dedica a promover por estas vías alternativas lo que probablemente sea –y es que esto puede ser peligrosamente relativo—una obra maestra o un terrible y torpe intento de escritura literaria.

La propuesta flota en el aire. Estos procesos viven en sus propias burbujas.

Ausente de todo ejercicio crítico o de discusión en el campo, el libro no obstante puede ser leído, discutido y disfrutado en el exterior, en una red de complicidad democrática donde se hace caso omiso de las formas habituales de dicho campo.

En ocasiones, estos libros saltan a la vista de críticos y escritores que rinden sus alabanzas o despotrican contra la mediocridad y amateurismo de aquellos que “tienen la osadía” de producir obra como si esto fuera cualquier cosa.

En el interim, este libro es leído por más de cien mil personas alrededor del mundo. Nadie dice nada, todos los celebran desde esa extraña privacidad colectiva que han generado las comunidades virtuales y la vida sigue.

Es posible que en ese mismo tiempo, el libro de un autor consolidado y venerado por el campo, cuyas reseñas manifiestan cómo los críticos se quedan sin aliento al imaginar no tanto la genialidad del autor sino la absoluta injusticia de que dicho autor se mantendrá en condición de marginado, por siempre “de culto.” Estos críticos y otros cuantos, digamos, unos mil, leyeron realmente ese libro.

No sé si llamarlo paradoja, ni tampoco pretendo denostar una u otra circunstancia en la historia de un libro; sin embargo, debemos reconocer que las reglas del juego han cambiado, en el sentido de que los procesos a través de los cuales un autor llega a sus lectores (exceptuando los del ámbito comercial, que para eso tienen todo el aparato publicitario y distributivo de las grandes casas editoriales) ya no se define exclusivamente por los encauces de la crítica y el establishment de las letras,el mismo que, alternativamente, se queja de la ausencia de propuestas literarias audaces, al tiempo que critican la facilidad con la que se cualquiera puede publicar hoy en día, lo que sea, aunque sea de ínfima calidad.

También, por supuesto, debemos reconocer que el derecho que proclama el escritor que difunde su trabajo por estas vías emana de una democratización de la producción literaria (y de las artes visuales y de la música, incluso del cine) que trae como consecuencia una sensación de desorden o inestabilidad –y la consiguiente ansiedad—en el sentido o rumbo que tiene la expresión artística en general. No es sólo cuestión de otorgar valores. Es el empeño de un canon, una tradición y un sentido histórico que sirven como sustento o validación del arte en general.

Existe, pues, una pérdida de piso, si se quiere, de discernimiento, que sigue siendo estable a través de los vehículos tradicionales (la oficialización de las reseñas en revistas literarias) y expandidos (las notas o brevísimas menciones en revistas comerciales, quienes abrieron una sección dedicada a la literatura, normalmente de una o dos páginas, pero cuya mención no pasa de las dos líneas de texto), pero que en el marco general han generado una cortina de humo interesante para el desarrollo de la literatura; y digo interesante, porque este dilema no es ni síntoma ni consecuencia de una depravación del orden.

En realidad, es un desafío a la capacidad transformadora que ha tenido el arte y la literatura a lo largo de nuestra historia, y que hoy se vuelve líquida, efímera. Y por lo tanto, inestable.

Alrededor de este contexto se encuentra el escritor que no vive en las grandes ciudades; por lo menos en países latinoamericanos (en Estados Unidos e incluso en Canadá los escritores viven felices arraigados en su sitio predilecto, pero su sistema de producción y distribución literaria es más pragmático y sobre todo menos cortesano; Europa tiene una dinámica similar), el escritor de provincia está pasando por una transformación.

El escritor que no vive en las grandes ciudades está pasando por una transformación. Foto: Shutterstock

El escritor que no vive en las grandes ciudades está pasando por una transformación. Foto: Shutterstock

A QUÉ ME REFIERO CON ESCRITOR DE PROVINCIA

Pero antes de continuar con estas reflexiones, quisiera puntualizar a qué me refiero con “escritor de provincia.” Primero que nada, debo señalar que la mayoría de los escritores somos “de provincia”; en su devenir vagabundo, trotamundos, nómada o simple caminante (que en ocasiones su caminado viene acompañado de una embestidura diplomática o legitimadora, digamos, a partir de que obtuvo membresía en el Sistema Nacional de Creadores), todos, o por lo menos la mayoría de los escritores han tenido una clara conciencia de que “vienen de un pueblito.” No todos, por lo tanto, son “cosmopolitas.”

¿Ejemplos? Arbitrariamente: Kerouac nació en Lowell, Massachussetts; Hemingway en Oak Park, Illinois, García Márquez, en Aracataca, Colombia; Burroughs en Saint Louis, Missouri; Juan José Arreola –legendariamente, o por lo menos él lo convirtió en leyenda—en Zapotlán el Grande, Jalisco; Sergio Pitol es de Puebla; Gabriel Zaid nació en Monterrey, Jesús Gardea en Delicias, Chihuahua y si queremos ser contundentes, incluso puede decirse que Miguel de Cervantes provenía de un “pueblito,” Alcalá de Henares (según los historiadores); William Shakespeare nació en Stratford-upon-Avon, sitio que, por supuesto, ha sido resignificado como “el lugar donde nació Shakespeare,” de modo que ya se imaginarán el número de cafés y callejuelas y remembranzas físicas y urbanas a la figura del progenitor de Chespirito.

Por otro lado, hay que distinguir también al escritor de provincia del escritor “provinciano,” muchas veces truncado en las formas y devenires de la expresión literaria decimonónica, que conserva esa peculiaridad naive del artista informal, que emula ciertas fórmulas probadas, que considera que todavía pueden figurar un descubrimiento que combine las mejores retóricas de Kafka, Nietzsche y Hesse[i] y cuyos libros y plaquettes se encuentran atiborrando sus libreros y el de docenas de otros escritores locales que, simplemente, no van a leerlo.

O alternativamente, es la figura emblemática del escritor tallado de modernismo, que ya tiene sesenta años y que esboza dos tres ejercicios rulfianos, ya saben, para recuperar la jerga, las crónicas y los sentires de su pueblo, exprimiendo todas las manieras lingüísticas que encontramos en el autor de Pedro Páramo, pero carentes de esa sustancia que la convierten en la obra que es, que siempre ha sido y que siempre será.

De manera que, tomando en cuenta estas variaciones, la condición de escritor de provincia que quiero señalar, viene acompañada históricamente de una diáspora que dirige los rumbos de los autores a los epicentros de producción literaria; de la periferia a Ciudad de México, con dos tres paradas en Xalapa, Monterrey o Tijuana; no obstante, sus orígenes están en aquella geografía, aquel terruño que José Revueltas señaló como el sitio que la memoria jamás abandona, ya que lo cargamos a cuestas como peso, como mierda o como sustento.

En ese sentido, la geografía originaria de los autores se convierte en un espacio al que acogen como espacio de significado o al que rehúyen, a partir de que confeccionan un determinado ethos literario que les permite extraerse de la localidad para pensar desde una (aparente) “universalidad.”

En otras palabras, un escritor proviene siempre de otra parte, y se integra al espectro de producción literaria de una nacionalidad determinada, ya sea a partir de que reafirma las condiciones de su entorno (“escritor del norte,” “escritor fronterizo-tijuanense,” “escritor del desierto” “escritor de las rancherías” “escritor de las cantinas”, “escritor de los talleres literarios”) las cuales le permiten ingresar al campo como aquello distintivo que le otorga cierto exotismo a su obra, o intentan una desterritorialización de sus imaginarios, para situarse “en cualquier parte”, en un tiempo y en un espacio no definido.

Sin embargo, hay algo más que hemos traído a cuestas los escritores de provincia y que las recientes transformaciones en los procesos de distribución de la información han redefinido ciertos caminos. Me explico.

Volvamos un poco a la vida de ese escritor de provincia que compartió su recién creada obra a partir de las redes sociales virtuales. ¿Cómo fue su formación? ¿Qué lecturas han definido su conocimiento de la literatura, su desarrollo, sus formas, sus géneros, sus estructuras? ¿Qué espacios le brinda su entorno para poder dedicarse a una lectura enriquecida por el diálogo, ya sea a través de un círculo de lectura o de un cotorreo de café con otros amigos? ¿Qué tan bien nutridas están las librerías de su localidad, que le han permitido tener acceso a lo nuevo, lo distinto, lo imprescindible, lo necesario, incluso?

Uno de los atributos, y al mismo tiempo, una de las carencias del escritor de provincia es su autodidactismo, y este se encuentra íntimamente ligado al tipo de educación que recibió, la que, seamos honestos, es una moneda al aire, ya que por cada buen maestro de literatura en secundaria, existe una centena que proporciona como lectura obligatoria los libros de Carlos Cuauhtémoc Sánchez.

Digo que es un atributo, porque de tener una formación afortunada (buen acceso a libros, posiblemente una buena colectividad de individuos con intereses afines que se rebotan novelas, libros de cuentos y demás, la llegada de autores que ofrecen talleres reveladores, así como la posible presencia de autores locales de mayor edad que acogen desinteresadamente a quienes tienen una afición por la escritura), existe la posibilidad de trasgredir; y sigo pensando que este es un ingrediente imprescindible para la escritura, en cualquier época. Dicha trasgresión, cuando tu formación intelectual no fue estructurada académicamente (ya que en muchas de las ciudades de provincias no hay programas de estudios en Filosofía y letras), tiende a ser más libertaria que en otros contextos, donde el peso de la tradición y el sometimiento a las formas generadas por el estudio literario (que puede ir del canon a lo lingüístico a la teoría cultural al estructuralismo a las horrendas disquisiciones que intentan deconstruir la forma), tienden, mayormente, a truncar los procesos creativos desde los que emana la escritura. Precisamente porque las formas, identificadas académicamente, se estabilizan, son objetos de estudio, son razonados al grado de que se pierde el entendimiento de que la escritura es el resultado de una contingencia, como toda la naturaleza.

Esto puede convertir al escritor de provincia en un snob insufrible o en una especie de leyenda viva, alguien que será buscado como héroe local por parte de los escritores que lleguen de visita a la ciudad por un encuentro organizado por la institución cultural en turno y le rendirán pleitesía o lo llevarán a pistear cognac, le pasarán unas líneas de coca y lo invitarán a colaborar en la próxima antología de cuentos de realismo crudo escritos por gente de su generación.

A las cinco de la mañana, se confesarán entre todos que siempre han sido fans de The Cure. Escucharán Love song y se acordarán de la prepa, cuando los sueños eran simples, llanos y te quedaste clavado en ese cuento de El llano en llamas que leíste en el libro de literatura de quinto semestre.

Por otro lado, también se puede convertir en el surtidor de títulos legitimadores para sus coetáneos, creando grupúsculos y cofradías dedicadas a la repartición de premios locales; puede igualmente convertirse en un tipo huraño y gris que se esconde en un trabajo relacionado con su carrera, que siempre sueña con el día en que su genialidad será descubierta, y sueña con ser el autor de setenta años que vive un segundo aire cuando lo convierten en celebridad internacional; y, finalmente, puede simplemente huir de la ignominia. Y desaparecer.

[i] Sí, así de arbitrarios; y si no me creen, visiten las bibliotecas locales de sus ciudades: es muy probable que éstos sean los autores más leídos; son como los formadores de la actitud rebelde y trasnochada de dos que tres poetas que luego renuncian a la literatura, no sin antes haber configurado toda una personalidad trágica y torturada. Van y vienen de las salas de lectura y los cafés literarios como espectros sin rumbo. Luego estudian derecho y se unen al PRD.

INVITADO | Sí o en qué momento los seres humanos comenzamos a asentir con la cabeza

sábado, marzo 5th, 2016
Nos decimos sí a nosotros mismos, a veces dibujando una sonrisa, por despistados, o porque se nos acaba de ocurrir algo. Foto: Shutterstock

Nos decimos sí a nosotros mismos, a veces dibujando una sonrisa, por despistados, o porque se nos acaba de ocurrir algo. Foto: Shutterstock

Nuestro colaborador asegura que es nuestro primer gesto de sumisión, que muchas veces asentimos sin darnos cuenta. ¿Le estaremos diciendo que sí a demasiadas cosas?

Por Alejandro Espinoza

Ciudad de México, 5 de marzo (SinEmbargo).- Me pregunto, sin razón o utilidad aparente, en qué momento en la historia de los seres humanos comenzamos a asentir con la cabeza. Parece ser un gesto muy básico, instintivo, pero detrás de él se halla una gran incertidumbre, que precisamente no la pone en evidencia. Es un ardid, un implemento de nuestra comunicación no verbal destinado a simular apreciación por lo que acontece, sean estas las indicaciones de un jefe, las lecciones de un maestro, los regaños de un padre, las reglas explicadas por las autoridades.

El asentimiento con la cabeza es el primer acto de sumisión que aprendimos los seres humanos. Si no es el primero, se acerca mucho. Fue la manera como aprendimos a decir sí a lo desconocido, a lo impuesto, a lo establecido por el dominio.

Incluso hacemos el gesto sin darnos cuenta. Nos decimos sí a nosotros mismos, a veces dibujando una sonrisa, por despistados, o porque se nos acaba de ocurrir algo, y ese yo que está adentro nos acaba de advertir que somos unos estúpidos por no haberse percatado de tal o cual realidad. Y nos decimos que sí a nosotros mismos. Y seguimos caminando.

Le decimos sí a la tele, a la información de las redes, a las soluciones rápidas para bajar de peso o para combatir el cáncer, a las noticias, a las declaraciones de líderes de opinión, a figuras políticas, a intelectuales, especialistas y expertos en materia, a grandes pensadores y a sus grandes frases, encontradas en ese libraco que encontraste en Sanborn’s y que condensa una serie sucesiva de afirmaciones bonitas e inspiradoras. Movemos la cabeza afirmativamente cuando no sabemos qué decirle a la amiga que nos acaba de decir que su esposo la engaña y preferimos que ella se desahogue y nos deje en nuestro silencio inútil. Evitamos que el asentimiento venga acompañado de una mirada lastimera en estos casos. Para evitar el patetismo.

El peor asentimiento es el que se hace sin mirar a los ojos del otro. El que se hace con la conciencia de que estás siendo sometido. A veces te lo mereces, porque cometiste una estupidez y es mejor que te des por vencido ya que el carro chocado o la novia embarazada o el perro envenenado accidentalmente son evidencias demasiado fuertes en tu contra. Pero a veces, sobre todo si cometiste ese tipo de estupideces en tu infancia o adolescencia, transfieres ese gesto a acciones u omisiones quizá más graves. Para los que recuerden, piensen en el rostro de Bill Clinton cuando, después de negarlo, aceptó que tuvo relaciones con la becaria Monica Lewinski.

Movemos la cabeza afirmativamente cuando no sabemos qué decirle a la amiga que nos acaba de decir que su esposo la engaña y preferimos que ella se desahogue y nos deje en nuestro silencio inútil. Foto: Shutterstock

Movemos la cabeza afirmativamente cuando no sabemos qué decirle a la amiga que nos acaba de decir que su esposo la engaña y preferimos que ella se desahogue y nos deje en nuestro silencio inútil. Foto: Shutterstock

El asentimiento de la cabeza que tengo más presente es el de alumnos que, en el contexto de un salón de clases, están acostumbrados a decir que sí con la cabeza, a veces con una expresión de júbilo o epifanía, debido, según entiendo, a que aquello que discurre en la lección formará parte importante de su entendimiento de la realidad y sus cosas. Ya me desengañé: no es así. Lo que pasa es que ya estamos acostumbrados a hacerlo.

No obstante, nada más engañoso que el asentimiento de los mexicanos. Está lleno de vericuetos, adivinanzas, ocultamientos, planes secretos. Asentimos la cabeza ante nuestros jefes y nuestras autoridades, cuando mentimos frente a los amigos y familiares, cuando no queremos revelar la verdad.

Ese asentimiento de la cabeza es el que nos tiene aquí. Dudosos, extrañados, a la espera de algo que sigue pero que importa poco qué es o cómo seguirá. Sólo tenemos que decir sí con la cabeza y continuar con la vida. Al parecer, los que nos enseñaron a decirle que sí a todo nos han sometido otra vez.

Alejandro Espinoza Galindo nació en Mexicali en 1970.   Narrador, ensayista y traductor. Profesor-Investigador en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Baja California. Entre sus publicaciones se encuentran las novelas La Saga: una noveleta filosófica (2003) y En los tiempos de la ocupación (2014), así como las colecciones de cuentos Las visitas (1998) y La ciudad y sus silencios (2003). Aparece en las antologíasAsí se acaba el mundo: cuentos postapocalípticos y Lados B: Narrativa de alto riesgo.