Archive for the ‘Doberti en Sinembargo’ Category

Frases huecas

lunes, marzo 20th, 2017

Educar a los niños para ser felices, dicen por ahí; educarnos todos para ser cada día mejores. Foto: Cuartoscuro

Ando escuchando mucha frase hueca últimamente. Llamo así que las que presumen lo obvio o lo falso como si fuera revelador. Retumban porque están vacías. No son apenas incómodas; son tóxicas porque inyectan ruido en los debates, posicionan de una vez a los personajes irrelevantes en las discusiones y en general acaban llevando las cosas a lugar ninguno. No sé qué pasaría con los debates si lográramos preservarlos de frases huecas –si acaso las pudiéramos prohibir, pero sospecho que las cosas irían mejor para todos. Las frases huecas siempre destruyen lo que está en juego; inexorablemente.

En educación abundan las frases huecas. En parte porque es un mundo muy estereotipado, cargado de prejuicios y de sensibilidades de todo tipo. Para decir algo que realmente perfore el debate educativo o eres Ken Robinson y sueltas tus conclusiones en un Ted, que no tiene diálogo ni contrapuntos arteros, o lo dices bajito, lejos del ruido, para tus núcleos íntimos, o escribes notas en los periódicos que te lo permiten, como francotirador impotente. Si hay debate, es decir, si hay confrontación de ideas y producción colectiva, siempre entrarán las frases huecas y en buena medida siempre acabarán ganando las frases huecas. Ganan quorum fácilmente; cuentan con un apoyo logrado por inercia, por histórico y por una mezcla explosiva de miedos a la construcción intelectual y pésima formación teórica.

Por eso me quejo; por eso denuncio; por eso gritoooooo, si con la prosa se pudiera gritar.

Sabemos lo difícil que es construir un debate que valga la pena; la cantidad de intentos fallidos que lleva encausar una pregunta con calado; poner una duda en consenso y abrir el tono de la discusión a la honda interrogación, a la incertidumbre y a la necesidad de producir algo nuevo para avanzar. Y precisamente luego de esa hercúlea tarea, entonces aparece el aquél que nunca falta que emerge del grupo y dice, sabiendo que ensuciará las cosas y sabiendo también que ganará o por lo menos te desgastará y te obligará a remontar otra vez, dice –decía- lo obvio con tono de revelación, cuando no lo falso, envuelto en un aura de clarividencia y denso sentido común. Son esos que hablan con tono cansado, como el que está devolviendo las cosas a una sensatez de la que nunca deberían haber salido. O sea, diciéndonos subliminalmente que aquel debate trabajado y trabajoso nunca debería haber empezado.

Por eso también en todo esto hay prepotencia implícita y conviene no obviar ese detalle. Prepotencia es violencia. Quién en general devela esa tensión no es quien boicotea con su oronda frase hueca, sino quien ha sido asaltado por semejante golpe artero (más complicado se nos pone, como ven.) Si quieres sostener tu debate debes prepararte para una reacción firme, propia de quien está sintiendo lo artero en el cuerpo. Y en general -de nuevo-, esa reacción en lugar de fortalecerte, acaba de condenarte, porque careció del tono justo, del tempo perfecto y de un mínimo de quórum que si no la justifica, al menos la comprenda.

¡Qué difícil es todo esto! En buena medida, por eso es que la educación acaba repitiéndose a sí misma como un “loop” enloquecedor. Salir de él es muy difícil y sólo si los astros se te han alienado podrás jugar el juego. Sino serás cadáver, otra víctima más del arrasador lugar común.

No es verdad que el debate exista persé. Existen los miles de miles de falsos debates. No es verdad que tu puedes poner tus ideas a consideración que serán efectivamente consideradas. Nada de eso es cándidamente verdadero. La vida social es más compleja de lo que parece; y una de sus mayores complejidades es –precisamente- esa falsa simplicidad que se afanan en vendernos. Poder hablar con otro es un desafío, no un dato; depende de tu posición y la del otro; depende del objeto de trabajo; depende de las circunstancias y depende –mucho- de que ninguno de aquellos clásicos de siempre te contamine el proceso.

Por eso es bueno escribir y hacer “Teds”. Dices lo que crees, con tu énfasis y en tu registro, y lo desarrollas como quieres y hasta donde quieres, y te regresas con la sensación agradable de haber dicho lo tuyo bien dicho. Creo que todos debemos prepararnos para decir lo que creemos por escrito, bien escrito, bien dicho; y prepararnos también para poder enunciarlo en 15 minutos, dinámicamente, con gracia y con profundidad, sabiendo construir la necesidad de la discusión en la que estás definiendo tu posición.

Tenemos trabajo por hacer. Hay demasiados cursos malos de escritura y muchísima falta de consciencia de la importancia de saber armar por escrito una buena posición conceptual. Malos porque son dados como si las frases huecas fueran buenas y las normas, lugares importantes (eso viene desde la escuela, dicho sea de paso). Lo mismo pasa con la mal llamada ‘oratoria”, que es moda de cómo poner las piernas cuando te sientas en el escenario, adonde mirar cuando enuncias una conclusión importante y cómo modular para que tu aire no falte a la hora necesaria.

Educar a los niños para ser felices, dicen por ahí; educarnos todos para ser cada día mejores. Cuídate, se trata de unas trampas.

Leer despacio

domingo, diciembre 11th, 2016
Leer despacio es un culto y las millones de cosas que la humanidad produce por hora se me hacen demasiadas. Foto: Cuartoscuro

Leer despacio es un culto y las millones de cosas que la humanidad produce por hora se me hacen demasiadas. Foto: Cuartoscuro

Leo despacio y me gusta leer despacio; saborear las palabras, acompañar los ritmos, calar en los sentidos, entender y apreciar. Me gusta, incluso, releer. Cuando rezamos el Padre Nuestro a la noche –no siempre lo hacemos-, me gusta darle cuerpo al rezo, acompañar la Oración en su cadencia… y mis hijos me recriminan, porque me demoro con esas melosidades. Me lleva bastante tiempo cada página, como si la leyera en voz alta aunque la esté leyendo para mi. Se me hacen largos los libros cortos e interminables los de porte medio y grande. Cada vez soy más selectivo con lo que leo. Soy consciente de que algo en las proporciones de tiempos y tamaños atenta contra el modelo. ¿Pero cuál es el modelo, en realidad?

Sin embargo, he notado que cuando leo una prosa sin valor, mi velocidad se multiplica. Soy muy veloz con la prensa, por ejemplo; la sobrevuelo, literalmente. Hay textos que los descarto sin más, pero hay muchos otros que los leo como si no leyera; los leo para enterarme, apenas; pero en esos casos, enterarme de aquello me interesa. Leo muchas veces –entonces- como si no fuera leer. Así –por ejemplo- leo la biografía de Bezos o la de Elon Musk. No siento que esté ante el lenguaje; solo me conecto con la información que portan, y por eso todo va más rápido, porque va más superficial y mueve menos resortes semánticos en mis esquemas conceptuales. Así también es que hablo rápido y sin forma cuando lo que estoy diciendo en realidad me interesa muy poco. (Así suelo ser en las reuniones sociales, debo confesarlo.)

Siento que mi cerebro (o lo que sea que tenga que ser) detecta con claridad los diferentes niveles y dispara procesos hasta inversos. Cuando el discurso pesa y se impone, y lo escrito vale tanto como la escritura (así como el habla vale tanto como lo hablado), la velocidad se ralentiza y la experiencia se espesa y me captura. Cae la percepción de acabar con aquéllo y se impone la de permanecer en aquéllo. Cuando leo a Rulfo no voy a ninguna parte; no tengo ninguna prisa por entender qué le depara el destino a ese rarísimo clan Páramo; tengo ganas de quedarme por ahí, en medio de esas inflexiones impares y esos juegos que son epifanías. Lo mismo me pasa con Saer o con Onetti. Leo como si rezara y rezo como si estuviera aprendiendo a leer. El Padre Nuestro me lleva un rato y el “venga a nosotros tu Reino” me ocupa toda la boca. Modulo como si fuera locutor. Voy lento pero sin la menor distracción. Al contrario, me distrae la velocidad, fíjate tú. En lectura veloz salto, salteo, me voy al final, encabalgo como deduciendo lo que sigue… ando ansioso. Lo contrario me pasa cuando el discurso es denso y su peso específico lo siento en el paladar o en donde se sienten las cosas que valen la pena.

Por eso leerme es mi filtro más eficaz. Porque más de una vez me asalta con mis textos esa misma ansiedad que me viene cuando lo que estoy leyendo no hace más que enterarme de alguna que otra cosa. Entonces, o reescribo –si se puede, y las más de las veces no hay salvación- o borro. Si en cambio me dan ganas de quedarme, se me enfría la cena, me llaman y no escucho y vuelvo como si me acariciara a mí mismo, entonces el texto se consolida y lo publico para no exagerar en el onanismo narcisista. Y soy implacable conmigo mismo, como con lo que leo o no leo.

Lo mismo me pasa con el cine, a decir verdad. Y con la música. Allí no se trata de velocidades, pero sí de intensidades y de reiteraciones. Mis playlist en Spotify o

en Netflix no crecen; al contrario, se reconcentran en sí mismas y se adensan como si fueran siempre lo mismo. Su sofisticado recomendador me recomienda siempre lo mismo. Tal vez, solo miro Tarantino, por meses. Cuando la cosa vale la pena, el proceso es concéntrico y no progresivo; siempre. Vuelvo como en un loop a la primera vez. Adenso, espeso, crezco, ralentizo, intensifico, profundizo y cargo las tintas. Una y otra vez. Como si agujereara el suelo con un taladro.

Leer despacio es un culto y las millones de cosas que la humanidad produce por hora se me hacen demasiadas. Yo quiero preservar mis velocidades. No quiero apurarme con nada, porque nada que tenga sentido sale del apuro. Sí, en cambio, de lo profundo. No hay nada que acumular; todo el secreto es intensificar y profundizar. Google y el Kindle me parecen maravillosos para leer y consumir todo aquello que no sea hondamente importante, aunque nos sea oportuno. Son ambientes perfectos para ir leve y a toda velocidad; para usarlos en donde no se puede recitar y debes al mismo tiempo hacer otras cosas. Pero no consigo imaginarme ni una línea de Ciorán en el iPad, por ejemplo. Algo de la tecnología –o de esa tecnología al menos- empuja a la velocidad e incita a la superficialidad, como si leer fuese apenas un trámite para informarnos; como si el discurso siempre fuera frugal y como si más o menos diera lo mismo decirlo de una manera o de otra.

Pero no es así. Y nunca será así.

 

La escuela de las evidencias

viernes, noviembre 18th, 2016
Es fundamental compartir los rastros más evidentes que tu hijo va dejando en casa y en la escuela de quién es él, cómo está y cómo va su progreso en esa difícil y fantástica cruzada del conocimiento. Foto: Cuartoscuro.

Es fundamental compartir los rastros más evidentes que tu hijo va dejando en casa y en la escuela de quién es él, cómo está y cómo va su progreso en esa difícil y fantástica cruzada del conocimiento. Foto: Cuartoscuro.

Nota y evidencia no sólo no son lo mismo, sino que en más de un sentido son lo opuesto. Son dos cosmovisiones diferentes de la evaluación.

Sobra decir que nuestro modelo escolar está absolutamente montado encima del modelo evaluativo de la nota. La nota es su gran organizador curricular; es su sistema de jerarquización, de movilidad interna, de valorización general, etc.; rige sus dinámicas, pauta sus ceremoniales, estructura sus ritos. No podemos pensar en una escuela que no “ponga” notas; no conseguiríamos imaginarla. Cada vez que aparece alguna señal de que alguna escuela, profesora, municipio, estado o país elude las notas inmediatamente nos parece que aquello ha perdido el rumbo, carece de todo sentido, ha enloquecido. ¿Cómo puede funcionar eso, entonces? Nos preguntamos incrédulos. Incluso hay un movimiento potente (ligado insanamente a la tecnología) que pregona lo contrario, es decir, que no medimos lo suficiente y que debemos medir más y mejor y más frecuentemente todo. En fin…

Yo –por el contrario- quisiera volver a confiar en las evidencias. La evidencia es un concepto más simple, mucho más amigable y menos abstracto que la nota. Lo evidente es lo que no necesita de prueba para ser verdadero. Es una manifestación que no necesita de justificación para imponerse. Estoy refiriéndome a un modelo dérmico, intuitivo, sensitivo, sensible, pleno y definitivo. Una evidencia no es producto de un laboratorio ad-hoc –la prueba-, sino constatación empírica espontánea. Sería tanto mejor que regresáramos a ellas, además de tanto más fácil y menos artificial; sería tanto más potente, menos neurótico, más justo y mucho más transparente; sería un gran tranquilizador institucional para los histerizados sistemas de enseñanza de hoy día.

La evidencia presupone una verdad que se impone por sobre las demostraciones, que cae madura por el propio peso de sus evidencias, precisamente. Hay momentos en que nadie duda de que algo es verdad, más allá de sus demostraciones. A esos momentos quiero devolverme.

Se discute mucho en los foros educativos la creación del espacio escolar para las competencias no cognitivas, socioemocionales o como queramos llamarlas; y he visto demasiadas veces cómo se objeta ese modelo porque carece de un sistema de evaluación confiable, vale decir, con notas, decimales, detalles y ese típico aparato pseudocientífico de evaluación. Pues, ¿es difícil darnos cuenta con apenas observar un grupo unas horas quiénes son los alumnos que se mueven bien en los espacios grupales y quiénes no; quiénes tienen un conjunto eficiente de habilidades de exposición- argumentación – negociación para ganar liderazgo en los procesos; quiénes saben escuchar y quiénes no; quiénes reciben bien la frustración y quiénes, por el contrario, se paralizan o se cabrean con ella? ¿Será que hace falta aplicar una evaluación para saberlo? Yo creo que no. La propia dinámica arroja todo el tiempo evidencias de lo que queremos constatar. Basta con querer, y saber, mirarlas y aceptarlas.

Hay, sí, un trabajo importante en la metodología que guía las dinámicas. Cuanto mejor llevado esté el grupo, más y mejores evidencias él nos irá entregando, y más rápidamente; y lo opuesto también es verdad. Cuantos más momentos y situaciones seamos capaces de crear con inteligencia pedagógica, más cosecharemos para nuestro nuevo sistema evaluativo. Sin que por eso nuestros alumnos den prueba. Aprenderemos a recoger evidencias con la lógica que ellas nos traen. Messi es un gran jugador de futbol, ¿no es evidente? ¿No es evidente incluso apenas toca el primer balón? ¿No es evidente más allá de los goles que haga o de los campeonatos que conquiste? Pero si no fuera Messi e hiciéramos ese mismo examen a un grupo de adolescentes de 3er año de cualquier colegio en cualquier país, surgirían las mismas evidencias, tanto del lado de los que saben como del lado de los que no saben; no haría falta ninguna prueba ni contabilizar nada de nada. Y lo que no surge como evidente, pues entonces no se evalúa y se espera… Necesitamos –también- una escuela sin apuro por evaluar y poner nota.

¿No es bien fácil darnos cuenta qué alumnos tienen sensibilidad con el lenguaje y qué alumnos no la tienen? De nuevo, habrá una parte del grupo que no genere aun evidencias y habrá que esperarlos. Y así con las matemáticas, con la biología, etc. No se trata de constatar si retuvo o no una partícula aislada de conocimiento (las guerras médicas, polígonos regulares, fracciones decimales, el pleistoceno, movimiento rectilíneo uniforme), porque ese tipo de falso conocimiento no genera evidencias; se trata de constatar si se produce o no consolidación significativa de una paquete relevante de conocimiento. Eso sí genera evidencias, porque su asimilación engendra patrones conductuales, define estándares de producción, trasciende en la autoconfianza o desconfianza, se manifiesta en las posiciones críticas, en los ímpetus y en las maneras de cada uno de ellos. Y todas esas con evidencias.

Eres madre –imagínate- y tu hijo cursa el 8vo año de la escuela básica y llegas a la escuela convocada por ella a conocer el rendimiento de tu hijo. Hoy, te esperan con la boleta (y si la escuela es sofisticada y cara, además con múltiples números y subnúmeros de aspectos y subaspectos del trabajo); te muestran eventualmente alguna prueba o trabajo, y tú te regresas con la nota y algún que otro comentario lateral sobre su comportamiento general (habitualmente ligado a la disciplina, si tu hijo no tiene ningún otro rasgo demasiado llamativo y disonante como retracción exagerada, déficit atencional, homosexualidad manifiesta y esas cosas). ¿No es así? Y llegas a casa y tu marido te pregunta por la nota. Y ambos van con tu hijo y a partir de la nota diseñan la escena familiar de consolidación, más o menos festiva. Más menos los detalles, ¿no es siempre así? Pues no debería ser así.

Eres madre y tu hijo cursa el 8vo año de la escuela básica y llegas a la escuela a conocer el rendimiento de tu hijo. Me gustaría que te esperaran para compartir los rastros más evidentes que tu hijo va dejando en casa y en la escuela de quién es él, cómo está y cómo va su progreso en esa difícil y fantástica cruzada del conocimiento. Los profesores contarán sus percepciones, describirán las evidencias que van encontrando, y tú las tuyas (que has conversado con tu marido previamente). Y todos juntos verán si las tendencias coinciden; y si coinciden, de ellas cuáles son las de mayor peso específico. Él está bien, con confianza en sí mismo; se mueve bien en el lenguaje, no tiene ninguna fluidez y sufre con las matemáticas; la geometría lo atrae, pero no logra entenderla; dibuja muy bien, pero no lo expresa suficientemente y no lo vincula con las otras áreas del conocimiento; llega a casa y desconecta con todo lo de la escuela (o por el contrario, percibes continuidad “natural” entre sus actividades y las actividades escolares, como si unas sumaran a las otras); sufre con las notas; escribe poesías de cuando en cuanto; no se siente seguro con sus propias ideas aun, pero va jugando con ellas poco a poco… etc. Y la escuela hará lo propio, con un ejercicio en espejo. Y verán qué rápido las cosas coinciden, y a esas coincidencias, que son en rigor constantes que lo van definiendo, vamos a llamarlas evidencias. Los trazos más claros de quién es y cómo está tu hijo salen a la vista no bien progresa esta dinámica. Y eso te llevas a casa; sin nota, pero con sentido.

Y luego le damos entrada a él, claro, para que nos traiga “sus” evidencias de sí mismo, para buscar otra vez convergencias. Lo que queda, la intersección de todo aquello, es lo evidente de lo evidente, para todos. Eso queda. Eso es, porque no puede no ser.

No parece difícil, ¿verdad? Ni tampoco absurdo o inestable, ¿no crees? Sin embargo… nada más lejos de lo que hacemos todos los días. Quiero una escuela así; miles de miles de escuelas así.

Valga este microcuento para cerrar la nota. Él fue a ver a su cardiólogo; estaba asustado, y bien preocupado con todo aquello. Vea Doctor, ayer tuve un episodio que me dejó muy preocupado –le dijo llegando; no logro saber si lo que tuve ayer fue o no un ataque cardíaco. Sentí opresión en la garganta, dolor en el pecho -bajando por el brazo, angustia y sudor frío. Estoy muy nervioso, no se qué hacer. ¿Qué me dice, Dr.? El Doctor lo miró fijo, dejó pasar unos prudentes segundos y dijo: el ataque cardíaco es como el orgasmo femenino, mi amigo: cuando llega nadie duda de que le ha llegado. Si no es evidente, entonces es no ha sido, ni el uno ni el otro. Le dio la mano y lo mandó a descansar a casa.

En la escuela debería ser igual.

Hora de volar

viernes, octubre 28th, 2016
LATAM Airlines (la fusión de TAM con LAN) comenzó a pedir reiteradamente desde hace pocos meses a sus pasajeros en todos sus vuelos que descarguen en su propio teléfono celular del Store que les toque el APP LATAMEntertainment. Foto: Especial.

LATAM Airlines (la fusión de TAM con LAN) comenzó a pedir reiteradamente desde hace pocos meses a sus pasajeros en todos sus vuelos que descarguen en su propio teléfono celular del Store que les toque el APP LATAMEntertainment. Foto: Especial.

La oferta de servicios de información y entretenimiento en los aviones ha venido evolucionando razonablemente en los últimos 10 o 15 años, pero si la miramos con cuidado podemos percibir que hay algo trabado en ella. El tiempo se le ha ido escapando, como a la escuela. No parece tener la aceleración propia de la tecnología ni parece haber registrado ninguno de los giros de valor que las industrias de la información, la música y el entretenimiento registran en su historia reciente (recordemos que se trata de tres de las industrias más transformadas en los últimos 10 años). En eso, los aviones se parecen a los laboratorios de computación de las escuelas.

Viene habiendo grandes esfuerzos en evolucionar la infraestructura de hardware que da la base a esa oferta aeronáutica; esfuerzos caros, además. Los aviones se han replanteado ya varias veces en su historia reciente dónde poner sus pantallas, qué tamaños ellas tienen que tener, si deben ser individuales o zonales, si fijas o desplegables, qué tipo de auriculares recibe el pasajero, quién los entrega y quién los retira, cuándo, qué tecnología se usa, si se entregan o no dispositivos adicionales para correr tecnologías especiales (video-games, por ejemplo), etc., etc. Ha habido mucho más trabajo en esa agenda que en la de la oferta de contenidos, que esta se nos presenta más fija, rutinaria, escasa, rígida, antigua y nada esmerada. Insisten en dejarnos la gruesa revista de papel en el sobre del respaldo del asiento de adelante, mientras no vemos novedades de relevancia en la estructura de la oferta digital ni en la composición ni dimensión del catalogo. A veces siento que hasta los niños se aburren de ella. También, como en la educación y la escuela.

En medio de esa monotonía, hace poco tiempo me encontré con un movimiento que llamó mi atención. Creo que la llamó porque estoy trabajando intensamente en eso mismo, sólo que en el campo educativo. LATAM Airlines (la fusión de TAM con LAN) comenzó a pedir reiteradamente desde hace pocos meses a sus pasajeros en todos sus vuelos que descarguen en su propio teléfono celular del Store que les toque el APP LATAMEntertainment con el que podrán “disfrutar de toda la propuesta LATAM de información & entretenimiento a bordo”. Y veo sin asombro (sin asombro –insisto- porque sigo el fenómeno bien de cerca) que los pasajeros han acogido la propuesta con alegría, gran disposición y en escala. Mis hijos muchos antes que yo, por supuesto. Llama la atención ver cómo el pasaje va ignorando progresivamente las pantallas del avión y recogiéndose cada quien en su Smartphone (cuando vas para el baño en vuelo y atraviesas medio avión por el pasillo central notas que algo esencial de esa escena histórica se ha modificado; lo notas en las posturas y en una “desestandarización” general de la experiencia de consumo de la oferta de información & entretenimiento).

Eso aún no ha pasado en el paisaje escolar, que sigue como entonces. Vista desde su sempiterno pasillo central, al escuela luce como antaño. No logramos que cada quien mire un poco para su lado. Nada significativo se ha movido allí.

¿Qué es lo que ha pasado realmente? ¿Cómo podemos analizar este giro simple? ¿Qué hizo LATAM al fin de cuentas (y si hubo alguna otra que lo hizo antes de LATAM, que desconozco, pues la que fuera)?

Es frecuente que la proyección más significativa de una línea de progreso no la encontremos sobre sus rieles clásicos, sino que nos aguarde tras algún giro inesperado, aunque luego nos acabe pareciendo obvio. No era fácil “ver” que las mejores pantallas de los aviones no estarían en los aviones sino en los celulares de los pasajeros (recuerda al sagaz Ministro del sagaz cuento del sagaz Poe que para esconder mejor la carta que lo hacía fuerte resolvió “esconderla a la vista”). Esos celulares sí llevan la aceleración propia de la tecnología que la infraestructura de los aviones ha perdido. La calidad de la imagen de la mayoría de los celulares de los pasajeros es muy superior a la media de la calidad de las pantallas de los aviones. Hay no menos de 5 años de distancia tecnológica entre unas y las otras, y ya sabemos qué quieren decir 5 años en tecnología hoy (en las escuela, por cierto, esa distancia debe ser del orden de los 10 años). Prácticamente todos los pasajeros tienen su propio Smartphone en los cientos de miles de aviones que vuelan hoy y no hay ni uno que se lo haya olvidado; casi ninguno lo tiene descargado y todos disponen de cargador a la mano. Todos –además- llevan sus audífonos, también muy adelante en términos de calidad de los que las aerolíneas nos ofrecen habitualmente. ¿Por que, entonces –se pregunto algún iluminado en LATAM- no pasamos a apoyar toda nuestra oferta en esa “infraestructura” ostensiblemente mejor que la nuestra, instalada, gratuita para nosotros, muy bien adaptada a cada perfil de pasajero (marca, modelo, tamaño de la pantalla, definición, soporte y protección, tipo de audífono, etc.) y totalmente disponible en todos nuestros vuelos? Y no encontraron ninguna razón para no hacerlo, aunque me imagino las mil reuniones que habrá tenido que sortear el equipo propositor. Exactamente lo mismo que deberíamos hacer en las escuela.

Pero hay más. Si LATAM es una Compañía honesta (y no lo sé), entonces lo que hará es desplazar de ahora en adelante su desafío hacia la evolución significativa de su oferta; pasar todo el foco que otrora tenía en la infraestructura al software y al contenido; invertir fuerte en esa dimensión “relegada” para sorprender a sus pasajeros con una verdadera experiencia de valor. El dinero del hardware vale mucho más aún aplicado al campo del software y de los contenidos. La misma apelación que nos vendrá en la educación el día que hagamos el mismo movimiento que todavía no hacemos.

Todo se movió a partir de ese giro aparentemente trivial de irse “fuera” de los límites perceptibles de la infraestructura digital de un vuelo. El proceso de digitalización y oferta digital en el aire acaba de ser refundado, con horizontes renovados e insospechables. Sin aspavientos, como si fuera natural, LATAM rompió los limites y refundó el problema; ahora habrá que asistir a la refundación general del ambiente digital en las cabinas de los aviones y sus nuevas y ambiciosas aspiraciones (qué ganas daría de poder decir las mismas cosas de la vida digital de nuestros hijos en sus escuelas, ¿verdad?)

Y por cierto, ni un cliente se ha sentido “abusado” porque la aerolínea haya decidido “usar” su celular y “ahorrarse” un coste relevante (como habrá debido argumentar sin dudas algún gerente que nunca falta recogiendo consensos y venias de las jerarquías en alguna reunión previa en LATAM tratando de disuadir a su empresa de esa acción “temeraria”). Al contrario, parece que lo agradecen; y tienen razón. Todo evolucionará. El ecosistema levanta vuelo.

Nuestros pasajeros (que los llamamos alumnos) también tienen sus aparatos listos; y como los que vuelan, no los olvidan jamás y no se les descargan nunca. No creo que fueran a molestarse si los invitáramos a usarlos y a pasar la vida digital de la escuela por sus dispositivos. Como en el aire, también diría que al contrario, que lo agradecerían.

Voy a dar un ejemplo, y es solo un ejemplo y apenas un ejemplo, para que no queden las cosas en abstracto y veamos qué fácil y a la mano está todo esto en lo concreto, aunque trace un sisma en lo simbólico, cultural e intelectual. Los salas de clase también han ido evolucionando –como las cabinas de los aviones, igualito- en materia de infraestructura tecnológica; las hemos vistos progresar desde los primeros cd-players a los “smartboard”, para seguir hacia los proyectores, más horizontales primero y hasta los verticales de hoy; hemos visto llegar las laptops, después de las desktops, e incluso arribar hace menos los tablets para dar un salto de calidad; hemos visto instalar equipos de sonido y nos hemos cansado de ver dudosos modelos de oscurecimiento para mejorar las proyecciones. También los hemos ido viendo deteriorarse, por mal uso o desuso. Como en los aviones, también hemos estado sintiendo que no es por ahí, que ésa no es la aceleración adecuada ni la atmósfera de trabajo que se necesita, y que todo eso más que acompañar la curva de desarrollo de las tecnologías, le ha ido perdiendo inexorablemente el paso, por mas y mejores esfuerzos políticos y financieros que hagan gobiernos, propietarios, etc. Los fabricantes de hardware no han sido ingenuos en esto y han contribuido activamente a nuestra confusión festejando sus fiestas de venta masivas y ciegas de hardware.

¿Qué pasaría –preguntémonos- si en cambio de tanta parafernalia decidiéramos que la proyección del profesor (imaginemos: mapas, infografías, poemas, ejercicios, cuadros, fotos, videos… ), que hoy aparece digitalmente en el frente, o el laminas a la vieja usanza, apareciera en los celulares de sus alumnos en el momento en que él la necesita y todos y cada uno de ellos pudiera acompañar su explicación por ahí? ¿Por qué no lo hacemos? Por las mismitas razones por las que las aerolíneas no hacen lo que LATAM ha decidido hacer. Por barreras simbólicas; por prejuicios de todo tipo; por intereses creados.

En esto tal vez más que en todo lo demás, las condiciones de cambio están dadas. Y sus reverberaciones y sus horizontes de desarrollo me parecen inconmensurables, en todas las direcciones; se abre un mundo nuevo. Hace falta visión y voluntad política para dar el giro.

Como dije antes, estoy trabajando intensamente en esto.

Cambio urgente de estrategia

lunes, octubre 10th, 2016

“…Él construye un lugar, una figura de escritor, que es muy atractiva. No va a congresos, no participa en las formas habituales de la vida cultural, o por lo menos, si lo hace, es muy secundario…” (a propósito de Onetti, Ricardo Piglia).

Yo creo que deberíamos dejar de asistir a todos los Congresos, Seminarios, Foros, Encuentros de Educación e Innovación Educativa en el mundo entero, de un día para otro. Foto: Cuartoscuro.

Yo creo que deberíamos dejar de asistir a todos los Congresos, Seminarios, Foros, Encuentros de Educación e Innovación Educativa en el mundo entero, de un día para otro. Foto: Cuartoscuro.

Cien años de laboratorios sistematizados a escala planetaria contra unas pocas incubadoras aisladas, inconexas y para peor vanidosas no es una competencia justa. Así nunca ganaremos. Debemos cambiar la estrategia.

Cien años de fijación de una cosmovisión pesada con múltiples factores de poder social interesados en su desarrollo contra un bando de francotiradores verbales intentando casi como payasos de circo poner en marcha sus ideas y apenas consiguiendo lo contrario, que es ser deglutidos por las burocracias del ecosistema, no es tampoco una competencia justa, pero sobre todo es una competencia torpe. Así nunca ganaremos. Debemos cambiar.

Ni hablar de la desigual pulseada entre nuestros miles de libros hinchando anaqueles en todas las lenguas, y sus correlativas presentaciones, discusiones, republicaciones y demás, y la consistente y nada retórica práctica diaria replicándose por millones: geografía, matemáticas, física, prueba, nota, izamientos de banderas, cantos patrios y demás. Así no lo lograremos. Parece la guerra de la Otan contra Afganistán; o la de los Aliados de Occidente contra algún rebelde africano o Libia. Se parecen a los intentos a veces sagaces y por muchos momentos desesperados de Tesla por encontrar su lugar entre los gigantes GM, Volkswagen, Ford y los japoneses. No es el camino.

Por esta vía nunca tendremos un diseño escolar nuevo en el mundo, aunque nos la pasemos hablando de él y tengamos las sensaciones de que sí. Hay que cambiar de estrategia, estoy convencido. Y se puede hacer.

Vamos a reflexionar sobre esa nueva estrategia, entonces. Iré escribiendo mis primeras ideas, sin obligarme a ser sistemático ni a tener un orden expositivo que se corresponda al valor de cada idea. Pensaré escribiendo y dejaré que las marcas del pensar (que va y que viene, que se desdice, que cambia de foco, que regresa y se enrosca, etc.) queden en mi texto.

Yo creo que deberíamos dejar de asistir a todos los Congresos, Seminarios, Foros, Encuentros de Educación e Innovación Educativa en el mundo entero, de un día para otro. Dejar de ser funcionales al establishment ideológico de la educación al que le resultamos cada vez más fáciles a través de nuestros performances cada vez más espectaculares. Retirar todos nuestros libros de las librerías, sean físicas o virtuales; no digo dejar de escribir, digo dejar de publicar y retirar de circulación lo publicado. Crear el vacío; que la nueva educación que tanto trabajamos se quede sin defensores, predicadores, suplicadores, mesías o como queramos llamarnos. No va a ser fácil para la educación muerta reconocerse sin esos gramos sueltos de vida que le inyectamos cada vez. Presiento que van a sentir que algo se rompe, pero no lo dirán.

O si no, por lo menos tendríamos que escoger muy bien nuestros 2 o 3 “speakers autorizados” en el mundo, para que se presenten en los 2 o 3 foros relevantes del año en el mundo y publiquen una nota cada uno no superior a las 2000 palabras en los medios globales que definamos. No más.

Es hora de realinearnos, preservar sesudamente nuestra vertical y gestionar de manera perfecta nuestra escasez. No dejarnos por nada del mundo; prohibir esos híbridos que nos ofenden y combatir esas miles de miles de difusiones espúreas de nuestras ideas.

Claro, para eso deberemos (todos nosotros, los atomizados convencidos de que el modelo educativo vigente no da para más) lidiar con nuestros narcisismos, que bien satisfechos están en este lugar de mártires francotiradores sin nada que perder. También deberíamos cerrar todas nuestras escuelas alternativas, de una vez. Secar de alternativas la discusión. Dejar al establishment pudrirse en su propia miseria superficial; obligarlos a que se vean las caras. Lo que hace el psicoanalista con el silencio, exactamente. Introducir ausencia en un ecosistema completamente saturado de palabras y sentidos estereotipados, y de justificaciones cansativas.

Ah, y por supuesto dejar inmediatamente de defendernos o –peor aún- tratar de justificarnos en matrices que nos anulan y nos degeneran. Me explico. Me angustia ver una y otra vez cómo caemos en las trampas de tratar de justificar nuestras prácticas, nuestras ideas y nuestros resultados valiéndonos de una semiótica y una cosmovisión en la que no cabemos. No se puede justificar la izquierda con las herramientas dialécticas del Fondo Monetario Internacional. Valga este ejemplo para que nos entendamos mejor. Cuando un niño cursa en una de nuestras escuelas de innovación, puede ser que a los 6 años adquiera plenamente la lecto-escritura, pero también puede ser que no, sin por eso ser peor o ir retrasado o tener que necesitar refuerzo; simplemente, la adquirirá o no en función de su posición subjetiva respecto de ese reto particular y no apenas para dominar una técnica, sino para que en su leer y escribir reconozca el sentido y el espesor de las maravillas insondables de la lectura y la escritura. Y como ese reto, todos los demás.

Por supuesto que no habrá en nuestras escuelas ni un alumno que no acabe leyendo y escribiendo fluidamente (porque es condición vital esencial), sólo que no nos apura ni nos importa realmente nada cuándo lo hará. Sin embargo, vistos desde la escuela muerta, si se nos pasaran los 7 años estaríamos en graves problemas, y si fuéramos capaces de traerlo para los 5, entonces sería nuestra consagración. Y muchísimas veces caemos en estas trampas; y hay todo el tiempo, a todas las edades, trampas de este tipo.

Por eso también debemos huir del sistema, porque cuando más inmersos estamos en él más solemos olvidarnos de quiénes somos y por qué hacemos lo que hacemos. Es dificilísimo ser radicales pero es imprescindible que lo seamos.

Esa radicalidad no es otra cosa que nuestra identidad y el sentido de nuestra causa. Debemos evitar toda escena que nos obligue a convencer –por medio de su racionalidad- a quien no tiene el menor interés en nosotros. Ese ejercicio sólo mina nuestras convicciones y nos gasta públicamente ( y sabrás que hoy día no existimos a escala, pero ya estamos gastados a escala).

¿Cómo movernos, entonces? ¿Hacia dónde canalizar nuestras energías y nuestras convicciones? Porque también es verdad que el modelo educativo vigente hace aguas, recibe presiones, fracasa, está en problemas.

Mi repuesta es que eso es verdad, pero que no hemos sido nosotros (ni lo seremos) quiénes lo han puesto en problemas; al contrario, si seguimos haciendo el jueguito de ser la “mujer barbuda” de sus circos, no estaremos haciendo otra cosa que darle vidas. Dejemos que lo que los desgasta los siga desgastando, e introduzcamos nuestra ausencia, que se va a sentir mucho más que nuestra insistente degradada presencia.

Y mientras, ¿qué? Mientras, programemos. Como hicieron en su hora Page, Zuckerberg, Musk, Bezos y los otros. Nosotros a lo nuestro, con un perfil discreto y recogido. Mejoremos nuestras prestaciones sin mirar a los lados ni confundirnos en contextos que nos marean y nos desequilibran. Cerremos los micrófonos y recojámonos hasta que llegue la hora. Y para entonces –eso sí–estemos listos.

¿La hora de la libertad?

lunes, octubre 3rd, 2016

“Imaginemos un mundo en que cada persona tiene el acceso

libre y gratuito a la suma de todo el conocimiento humano. Es lo que

estamos haciendo con Wikipedia.”

“Es hora de salir a la luz y, siguiendo la tradición de la

desobediencia civil, oponernos a este robo privado de la cultura

pública”, nos decía Aaron antes de morir.“Debemos luchar por la Guerrilla Open”.

 

Atrás de Julian vinieron los FootballLeaks, los PanamáPapers y otra cantidad de operaciones en ciernes de liberación clandestina. Foto: EFE

Atrás de Julian vinieron los FootballLeaks, los PanamáPapers y otra cantidad de operaciones en ciernes de liberación clandestina. Foto: EFE

Vemos organizarse allá en el horizonte un profundo movimiento de libertad. ¿Se impondrá? Yo creo que sí; y creo que si se impone, nos costará reconocernos hasta a nosotros mismos. Tal es su calado.

Es un movimiento repentinamente poderoso porque conecta una serie de tendencias que no parecían necesariamente ligadas hasta ahora, ni tampoco producto de un mismo origen. Sin embargo, comienzan a sintetizarse en esta nueva coyuntura histórica. Algo consolida por estas fechas. Tal vez, porque también nosotros hemos comenzado a leerlas juntas, a juntarlas en nuestra interpretación política del proceso y tal vez también porque esa lectura comienza a ganar adeptos y a imponerse.

No sé si empezó por ahí, pero digamos que las cosas comenzaron hace ya un tiempo con un movimiento -con un contra-movimiento, en realidad- que se llamó open source, que se gestó en el mundo del software y que redefine y desafía la lógica del mundo del software enlatado, cerrado, propietario y licenciable; trabaja a favor del software libre, de ése que está disponible, que es abierto y que todo el que quiera puede usarlo, programarlo, escalarlo, contribuirle, distribuirlo y demás; Firefox, Moodle, etc. Software abierto y construcción social colaborativa del software son, en realidad, las banderas entrelazadas de esta gesta. Es un movimiento hondo, que no acaba de imponerse pero que tampoco claudicó; que se mantiene en el juego y que mantiene a todo el aparato en tensión; que –sobre todo- sostiene toda esa contienda ética de amplio alcance y le da su agenda política constante. Es un movimiento por la libertad. Software libre, software abierto, software gratuito, software de producción social colaborativa. Por un mundo más libre.

Pero en paralelo, como si una cosa y la otra tuvieran poco que ver, recordemos a Julian Assange y aquel gran asalto Wikileaks; corría 2007. Todo lo secreto fue repentinamente publicado, sin edición siquiera. Goteras de libertad compulsiva. La prensa apenas operó como transporte y la fuente se expresó en estado puro. Un gran movimiento de liberación, producto de una maniobra política liberadora de envergadura. No nos importa acá que Assange esté miserablemente recluido en una Embajada menor de Inglaterra, esperando vaya uno a saber qué, ni que si hizo o no hizo su acoso o su estupro; lo que importa es que aquella maniobra genial aún permanece en el espíritu de las cosas, desde ahora junto con la movida del software libre. Atrás de Julian vinieron los FootballLeaks, los PanamáPapers y otra cantidad de operaciones en ciernes de liberación clandestina. Fugas, a fin de cuentas, como las llama el modelo vigente. No son casuales ni envuelven a pocos; al contrario, hay mucho y muchos por detrás; es un frente amplio, creciente y en franco proceso de organización. Ha obligado a replantear el lugar de los medios clásicos de comunicación (nunca fueron ellos el alma mater de esto, aunque sí sus cajas de resonancia más rápidas).

Software libre; prensa libre. Alas –rotas- de libertad. Están también Snowden y el soldado Manning y sus publicaciones clandestinas e ilegales de esas cosas que tanto nos interesaron y nos mostraron. Evidencias rotundas. No importa –de nuevo- que esos mártires sean parias, cuando tal vez deberían ser simplemente héroes, por más psicópatas que en lo particular nos puedan resultar a veces, y habría que ver… (Resulta al menos curioso que todos ellos al cabo acaban apareciéndosenos como borderlines.) No importa que parezca que no importan, porque su maniobra sí importa y dejó una marca indeleble. Y esa marca, conectada con aquellas otras, comienza a ser tendencia, camino. Información libre; secretos revelados. Frente común. Algo pasa.

Siempre estuvo por ahí la piratería y siempre la denostamos, tal vez con razón. Pero así y todo, la gigantesca movida de la piratería también conecta con todo esto. Recordemos que atrás de Netflix y de iTunes y de Spotify estuvieron aquellas plataformas libres de contenidos propietarios y que a eso lo llamábamos sin dudar “piratería”. Como bien sabemos, todo eso atraviesa axialmente al mundo editorial, por supuesto. ¿Era piratería? ¿Es? La piratería también evidencia que los modelos de protección están saturados y muestran signos bizarros, de esos que conviene empezar a desconfiar.

También está Aaron Swartz, suicidado, que se volvió ícono de una movida que tiene a muchos otros y que denuncia el juego sucio de los “dueños” de las investigaciones científicas y su mapa cerrado de circulación y sobre todo de monetización. Candados por todos lados. “¿Obligar a los investigadores a pagar para leer el trabajo de sus colegas?”, nos hacían preguntarnos. Aaron y tras él otros, publicaron clandestinamente todo aquello que “cualquier científico debería poder consultar” para que la ciencia avance con otra velocidad y con una base democrática que no tiene por todo eso de lo cerrado, de lo dominado, de lo inmoralmente “seguro”. No son movimientos fáciles, pero son significativos. Por ahora, obligan a ciertos niveles de clandestinidad, pero eso acabará. Ciencia abierta; democratización de la investigación. Fisuras en el stablishment.

Facebook, Amazon, Apple y Google y con ellos los demás abrieron otro debate que se alinea en la misma dirección. Los datos de la gente y su restricción o liberación. ¿De quién son, para qué son, cuáles son los límites de su utilización, etc.? La disputa está trabada, lo sé, y se juega con ella en todos los planos (hasta atraviesa la trama de “House of Cards” y el FBI gasta millones tras el irreverente “no” de Apple). Sea como fuere, por detrás de todo eso está -otra vez- aquello de lo abierto y lo cerrado, de lo restricto y lo irrestricto, de lo propietario y de lo liberado; y alcanza incluso al debate ético de la intimidad. Veo todo esto en la misma cadena, abonando al mismo plan, desembocando en el mismo delta. Un frente común tiñe el horizonte; creo que habrá tormenta. Data disponible; información vital liberada; todo es de todos. E incluso, a veces, de la manera que sea.

La música y la literatura avanzan en la misma dirección también; la música adelante, más por necesidad que por convicción. Desde que Jobs y su iPod la pusieron en jaque-mate de un día para otro, los caminos fueron replanteados, diferentes no solo en magnitud sino en sentido. iTunes quiso recoger el negocio de lo cerrado (Jobs, al fin, además de genial, siempre buscaba desaforadamente hincharse de dinero), pero en el camino –y como efecto de su propia disrupción profunda- solo una parte del negocio fue para allá, a dólar por canción. El resto; un resto grande y creciente que no existía antes del tsunami Apple, fue directamente a parar al mundo libre, como producción liberada. Cambió de partido; alteró el concepto de bussines. Y eso es lo único que de verdad crece y tiene vitalidad en la música. Spotify intenta reconstruir el modelo de valor sin negar lo innegable de lo abierto y sin confrontarle; no sé si lo logrará de manera sustentable. En la literatura todo va más lento, como más frenado por una industria más eficaz para demorarlo, pero va hacia el mismo lugar. Stephen King ya hizo sus primeras cosas y otros menos altisonantes, también; no importan las demoras, la dirección también ahí es inexorable. Cultura libre; consumos en otras escalas y escaladas.

El cine y la TV convergen por acá también. Nextflix es como Spotify, el final de un modelo protección (su último estertor) y al mismo tiempo, el inicio del otro, más ligado a los desregulado. Twitter, Instagram y Snapchat corren en el mismo andarivel. Nada cuesta; todo está ahí por miles de millones para que el tamaño, el tráfico y la vitalidad descentralizada redefinan lo que llamamos valor y replanteen lo que llamamos sentido. Y no van mal.

El movimiento no es diferente en los contenidos en general y en los educativos en particular. Saltearé lo que ocurre hoy en la prensa porque es demasiado familiar para todos, que ya sabemos que nos informa Twitter y nos profundizan los millones de blogs y blogueros. Hace mucho que sabemos que hay militantes de lo libre, francotiradores fundadores, productores de contenido que desarrollan contenidos en abierto para combatir el cerrado y protegido e impulsan políticamente la democratización del conocimiento. Pero hace menos tiempo se les ha sumado un segundo movimiento, social y políticamente mucho más relevante y que hace que toda esta cuestión adquiera un peso que no tenía. Me refiero al movimiento complementario al de la producción libre de contenidos, extremamente potencializador de él y también con una carga de re-redefinición política de la movida muy relevante; me refiero al movimiento de liberación de los contenidos cerrados. Harvard; Stanford; los más grandes museos; los archivos públicos más importantes. Lo cerrado se abre y se disponibiliza sin límites y activamente.

La ética de lo cerrado se rompió y los mismos que hace poco argumentaban con énfasis a favor de la protección y del copyright como condición necesaria de calidad en contenidos, hoy invierten el mismo énfasis en lo abierto y se han vuelto activistas de la libertad de producción y, sobre todo, de circulación de contenidos. Y producen, unas tras otras, plataformas y canales de distribución masiva libre de sus contenidos de marca. Incluso parecen haberse olvidado como en una amnesia súbita aquellos argumentos espesos sobre la seguridad, la protección, la preservación y demás. Algo cambió y si lo miras con detalle, es bien raro todo eso. Incluso han pasado a presumir sus números de divulgación en abierto y hasta compiten entre sí en cantidades –astronómicas- de producción y de consumo de contenidos antaño cerrados y ahora repentinamente liberados. (No me detengo en sus argumentos a favor de lo abierto porque son simplemente un ad-hoc para intentar justificar lo que se parece más a un impulso que a un movimiento estratégico, y mucho más a una maniobra de seguir una onda imparable que de construirla).

Todo se abre, el espacio de valor y de sentido se desplaza y el saldo ético social es evidente. Wikipedia, creada por un financiero intuitivo y emprendedor, Jimmy Wales (cuenta la leyenda que la visualizó mientras estaba leyendo sobre el movimiento de código abierto, que abogaba por la distribución gratuita de software libre), y que nació como nació con una visión muy inferior a su impacto actual, se ha tragado todo lo que la antecedía y se ha visto desbordada por su propia fuerza intrínseca (que es su morfología, claro); Wikipedia, que nació vocacionalmente libre y se ha impuesto precisamente por eso, es tal vez nuestro ejemplo liminar y determinante.

¿Qué queda después de Wikipedia? Nada que valga la pena. O mejor dicho, todo lo que queda y que vale la pena después de Wikipedia en rigor de verdad debería ser subido ahora mismo a Wikipedia. ¿Qué importa que las escuelas la denosten, las universidades aun se la estén pensando y las editoriales hagan como que no existe? ¿Qué nos importa si nadie como los maestros y los alumnos, los profesores y los estudiantes y los autores y editores, usan tanto Wikipedia? ¿Qué nos importan los posicionamientos institucionales en todo esto si lo que tracciona es lo social y lo que la justifica es el fin último, que es la libertad?

La historia a veces es literaria y fuerza las líneas causales en detrimento de las casuales como cuando cuentan que Aaron Swartz fue editor voluntario de Wikipedia y que en 2006 se postuló para el Consejo de Dirección de la Fundación Wikimedia, pero no fue elegido. En ese mismo año escribió un análisis de cómo se escriben los artículos de Wikipedia… Todo se iba incubando. De lado corre la discusión de las curadorías. Es una discusión útil y necesaria, siempre y cuando no se la use para defender los intereses de la propiedad, que es lo que suele ocurrir. Ya hablaremos de eso en otro lugar.

Por no hablar de Youtube, que es más de lo mismo. ¿Qué nos importan las Academias de las Ciencias y de las Letras, entonces? Nunca tuvimos una enciclopedia más viva y mejor, ¡nunca! El conocimiento está en un buen momento, y su divulgación, en el mejor de su historia. Conocimiento libre. ¿Educación liberada?

En Estados Unidos todo esto llegó al Congreso y va adquiriendo forma de Ley Federal. Es una tendencia más, aunque sepamos que los Estados Unidos en todo esto son protagonistas y ejemplo de la máxima confusión y ambivalencia institucional, al mismo tiempo. Una Ley que Amazon leyó rápido y que Microsoft acompañó de inmediato (aunque con esa doble moral típica, porque en lo del software libre no ha movido ni un pie), y por eso se apuran a anunciar acciones e inversiones significativas de las que debemos destacar el market-place Amazon Inspire, gratis y dedicado a los recursos educativos en abierto (OER).

Las editoras miran para otro lado, haciendo sus inútiles pases mágicos para detener el tiempo. Blogs, Moocs, Webs, Plataformas… vemos caer poco a poco la agenda de la protección y de la rentabilización por restricción y subir la de los impactos, la democratización, la redefinición de renta y valor y el peso de la circulación en red a escala planetaria. Sin embargo, por más poderosa que ella sea a estas alturas, la tendencia sola no alcanzará; ahora deciden nuestras posiciones individuales de activistas o no de lo liberado. Es hora de compromisos. Hay una poderosa industria por detrás justificándose y defendiéndose y hay también una inmensa corporación política resistiéndose, además de nuestras ingenuas inercias y de las ya tan largas tradiciones.

Cuento infantil. Ensayo número uno

miércoles, julio 20th, 2016

 

No me interesa que la historia avance, no voy a ningún lado, en realidad; solo me estoy proponiendo que mi lector (infantil) consiga construir la historia en su mente. Foto: Shutersstock

No me interesa que la historia avance, no voy a ningún lado, en realidad; solo me estoy proponiendo que mi lector (infantil) consiga construir la historia en su mente. Foto: Shutersstock

Voy a escribir un cuento infantil. Juan estaba absorto. Que Juan estaba ¿qué? ¿Que qué estaba Juan? Vamos al diccionario. Uf, ¡qué pereza! Mejor digamos que Juan estaba sorprendido o asombrado o con los ojotes bien abiertos. Juan estaba todo exaltado. ¿Que Juan estaba qué? Uf, de nuevo; perdón. Vamos a empezar el cuento contando que Juan estaba sorprendido, así ustedes me entienden. ¿Y si lo contamos en presente, para no complicar más las cosas? Juan está sorprendido.

¿Qué cuento estoy escribiendo? ¿Qué historia estoy contando? Estoy contando la historia de cómo se escribe un cuento. Y también, estoy contando la historia de cómo se construye la ficción y de que la ficción es un material que se puede alterar, volver para atrás, escoger y borrar; que la ficción es una construcción, que es una de las grandes enseñanzas de la literatura. Y estoy empezando a contar la historia de Juan que está sorprendido y que sabemos (por el título del cuento, que es JUAN QUE MIRA POR LA VENTANA) que mirará por la ventana.

El cuento ya empezó. Sus idas y venidas son su trama; sus dudas y nuestras dudas son su intriga; su reflexión entre líneas es su imprescindible duplicidad ficcional. Es la historia de Juan y es la historia de quien está tratando de contar la historia de Juan. Un Juan que ahora está sorprendido no sabemos por qué.

Creo que Juan está sorprendido porque no encuentra la manera de explicarle a su hermana Julia la suma. Y es tan fácil. (¿Será por eso que Juan está sorprendido, realmente?) Pero ella no puede y él no sabe cómo explicársela. La verdad es que la sorpresa de Juan es con él mismo, que no entiende cómo no es capaz de explicarle a su hermana una cosa tan fácil como la suma. Pero no puede. Y se sorprende. Por eso está sorprendido. O por lo menos éso es lo que yo creo.

Y mientras Juan no puede explicarle a Julia lo que es tan fácil y ella no puede hacer sus sumas, Agatón molesta, como siempre. Agatón tampoco sabe sumar, pero eso no sorprende a Juan porque Agatón es un perro. Por eso molesta. ¿Siempre molestan los perros y nunca entienden las hermanas? ¿O las que molestan son ellas y los que no entienden son los perros? ¡Paf!, mamá se fue a trabajar. Ahora están solos, hasta que llegue la abuela.

No me interesa que la historia avance, no voy a ningún lado, en realidad; solo me estoy proponiendo que mi lector (infantil) consiga construir la historia en su mente y las palabras que le vamos ofreciendo (o por lo menos algunas de ellas) le ayuden a hacerse una idea de esa casa, de ese perro, de esos hermanos y de la incomodidad de Juan porque no puede explicarle la tabla del dos a su hermana. Ah, y de que mamá ya no está para ayudar y de que no sabemos por qué parece que papá tampoco está. No es necesario ahora que nadie se imagine a la abuela que todavía no llega ni importa.

Me dedico a que mi lector entre en el cuento si es capaz de construir conmigo, a su manera y con sus visiones, la escena que nos ocupa ahora. Podría haber sido otra, en verdad; cualquiera, casi: en el parque, en la escuela y sin perro, a la noche y cuando mamá y papá salieron o están durmiendo o leyendo, o sin papá porque se separaron o sin papá vaya uno a saber por qué. La escena no importa; importan las palabras y la sintaxis (y el ritmo y el tono y esas cosas) que estamos ofreciendo para que esa lectora sea capaz de hacerse su propia construcción. Importa la materia que esas palabras comienzan a crear; lo único que importa es cómo el aire se espesa hasta volverse materia. Por eso no quiero dibujitos. (O podríamos tenerlos, sí, pero si ayudan a inspirar la imaginación y no a apagarla haciéndonos –muchas veces mal hecho- un trabajo que debe ser nuestro.) Quiero letras combinadas en palabras que combinadas en frases y concatenadas en sintaxis lleven a quien lee a construir, cual holograma, una escena delante suyo. Y mirarla y adorarla; casi a tocarla.

¿Cómo es Juan? ¿Lo puedes ver? Yo creo que es moreno, de pelo ensortijado y largo, como hacia los costados, pero tu (sí, tu, que me estás leyendo), ¿tu cómo lo ves? Lo ves, ¿verdad? Es muy importante que logres verlo. Cierra los ojos e imagínatelo, por favor; ponle poco a poco boca, nariz, ropa, altura, peso, estilo, manera de mirar, olor y esas cosas que tenemos todos nosotros. Ponle un resfrío, si quieres. Necesitamos que Juan (que se me ocurrió a mi hace un ratito) exista para nosotros dos. Sin Juan no hay cuento. Si no puedes, haz que Juan sea como algún amigo tuyo y listo. ¿Lo ves ahora? ¡Bingo!

Mientras, Juan –tu Juan- sigue sorprendido y sigue intentando hacerle entender a Julia, y nosotros desde acá no estamos seguros de que sea eso lo que lo tiene sorprendido o absorto.

Sé que he estado corriendo un riesgo enorme de haber perdido a mi lector. No sé si he sido suficientemente atractivo o al menos hipnotizante para él hasta acá; siento que simplemente puedo haberlo distraído y se dijo “vaaaa” y se nos fue a otra cosa. Corrí riesgos, pero no quiero evitar el riesgo haciendo más concesiones de las que me interesa hacer. Yo sé lo que quiero con mi lector y si no escribo para lograrlo, ¿para qué lo haría si no? El riesgo que quiero evaluar contigo (lector adulto) es el intrínseco al plan. Quiero poder preguntarme con honestidad si lo estoy ejecutando bien; no quiero cuestionar el plan mismo.

Ahora que has visto a Juan, que lo tienes contigo encima de la mesa, en la cama o en el tren, ahora cuídalo mucho por favor. El te necesita. Acuérdate que está sorprendido; ¿ves cómo tiene sus ojitos bien abiertos? Bien. Ahora trata de imaginarte a Julia y al perrito o al perrote, como quieras imaginártelo (porque yo no te he dicho si Agatón es grandote o pequeñito, ¿verdad?). Imagínatelos y ponlos junto a Juan. Yo ya vuelvo. Para mi Agatón es un ovejero negro y dorado.

No quise ser simple, nunca; mi lector (infantil) no merece ese sojuzgamiento ético; no soy quien para negarle la complejidad propia de las experiencias. (Tiene razón Assange cuando pone por ahí en su larga y linda autobiografía que “incluso los niños tienen más encanto cuando se ven sometidos a situaciones de tensión”.) Tampoco debo ser jamás innecesariamente rebuscado. Esa ecualización es lo más difícil. El plan es ambicioso y esa es su dignidad. Su ejecución debe ser posible… posible para ellos, mis lectores. Si los pierdo en el camino, habré fracasado; pero si los retengo para nada habré fracasado aún más. ¿Lo habremos logrado? Pudimos haberlos perdido entre los retruécanos -lo sé-, pero los retruécanos (si aceptamos llamarlos así) son –me parece-, si están bien, el espesor del relato y la dignidad de su propósito. ¿Queríamos meterlos en la dimensión evanescente y trascendental de la ficción, recuerdan? Construir personajes y situaciones con las palabras, con la imbricación compleja y acompasada de las palabras en fraseos atractivos; y hacerle sentir al que lee que si él no lee no hay historia…

Volví. Julia se puso a jugar con Agatón y se fueron al jardín y Juan se quedó mirando por la ventana. ¿Está triste? Yo creo que no, ¿y tu? (¿tu estas triste, también?). Ayúdame a imaginarnos con qué carita, con qué expresión en sus ojos mira Juan ahora por la ventana. ¿Te parece que el cuento se haya llamado así, JUAN QUE MIRA POR LA VENTANA? Yo estoy contento con ese título. Julia corre y grita; Agatón ladra, mientras tanto, como siempre. Mamá trabaja en el supermercado. ¿Qué te gustaría que hiciera el papá de Juan? ¿Lo pensamos?

Sí, sé que habrá muchos lectores (infantiles y adultos) que se incomoden con eso de tanto protagonismo; pero ¿qué hacer si eso siempre es así, lo asumamos o no? Escribir siempre presupone un propósito y supone una actividad para el lector. No importa que sea niño; o mejor dicho, sobre todo porque es niño. Estamos haciéndolo lector mientras nos lee; o no, y entonces estaremos desaprovechando una oportunidad brillante de hacerlo. Por eso todo esto es tan trabajoso y tan complejo y divertido.

En un artículo próximo volveré a probar suerte. Lo llamaré Ensayo dos.

 

Querida escuela

martes, julio 5th, 2016
No quiero –escuela- que me des sermones. Foto: Cuartoscuro

No quiero –escuela- que me des sermones. Foto: Cuartoscuro

No es lo mismo seducir que agasajar ni seducir que sojuzgar. Tampoco es lo mismo agasajar que sojuzgar.

La escuela solo conoce dos estrategias. Cuando es recia y se jacta de sí misma, sojuzga. Cuando es insegura, en cambio, opta por agasajar y someterse. O es violenta o es solícita. Habita los extremos y nunca es ecuánime; jamás. Si se siente poderosa, entonces impone las reglas, las ejecuta discrecionalmente y se vanagloria de su “rigurosidad”. Escuelas serias, fuertes y exigentes. Y si se siente débil, entonces desesperadamente busca agradar hasta perderse e hipotecarse en cualquier cosa, ser siempre lo que su cliente alumno/padre desea que sea. Escuela sin identidad, carenciada y necesitada.

Conozco poquísimas escuelas que se dediquen a seducirnos. (Tal vez el sustantivo seducción sea fuerte en este contexto, y hasta algo equívoco; puede mi lector perfectamente leer “atracción” o “interés” en sustitución.) El que seduce no busca hacer lo que el otro espera de él; por el contrario, se dedica a hacer lo que mejor hace y con eso constituirse delante del otro. Solo seduce quien antes es alguien. Ponerte ante los otros mostrando quién eres, en qué crees, para qué lo haces; y a ver quiénes se encantan con eso. La escuela que busca atraernos se muestra segura, pero sin arrogancias; no duda en tomar posición, pero sin la pretensión de que el otro se aliene en ella. Es segura de sí, pero no avasalladora y mucho menos, necia. Es inquietante, insinuante, intrigante, inquieta e innovadora. Se mueve al compás de sus creencias y busca fieles, no que crean en ella sino que crean en lo que ella cree; y luego pone a trabajar a todos juntos, siempre.

Se notan muy rápidamente. La escuela que sojuzga especula con lo que nos obliga, el superyó. La escuela que se aliena especula con nuestros narcisismos necesitados y fáciles. Y la escuela que seduce simplemente confía en que nos dejaremos llevar por el deseo. La primera abusa de mis temores y estereotipos sociales y entonces me muestra su rigor como su valor. La segunda sabe que nos gusta sentirnos agasajados y juega con ese sentimiento honesto, pero superficial. La de la seducción nos obliga a buscar en nuestras propias convicciones. Por eso hay pocas; porque somos pocos los dispuestos a tomar sus decisiones en función de sus propias y genuinas convicciones.

No me digas qué debo hacer ni tampoco me digas que harás lo que yo quiera; simplemente, crucemos creencias y construyamos juntos. Negociemos; imbriquémonos; corresponsabilicémonos; potenciémonos; discutamos; disintamos; aceptemos; ganemos y perdamos, pero a partir de que cada uno es y que ninguno deja de ser por o en el otro.

No quiero –escuela- que me des sermones; tampoco quiero que me leas la cara; quiero ver tu entidad; quiero saber qué deseas y en qué crees para no solo ver si lo tuyo y lo mío tienen que ver, sino fundamentalmente para que me hagas aprender que para ser algo antes hay que ser alguien.

Pon delante de mí, que soy tu cliente, tus mejores deseos; exprésame con arte tus dudas y cántame con encanto tus fracasos; confiésame que estás buscando; exprésate con fuerza cuando sientas que algo vale la pena; imponte ante mi o ante quien sea si lo impuesto crees que vale la pena; dame la razón si la tuviera y dásela a quien la tenga; aprende antes de enseñar; escucha antes de hablar; luego háblanos y enséñanos; sé fuerte pero no seas necia; empareja para arriba; déjate desestabilizar por lo que nos lleva a más, que yo sabré acompañar tus turbulencias; métete donde haya que meterse; métenos donde debamos meternos; implícanos cuando nos necesites y detennos si invadimos tus espacios; pide ayuda y ayúdanos; haznos reír y ríete, también de ti misma; pide perdón pero no te dobles; haznos disculparnos; gestiona las tensiones y ponnos a construir en los disensos; muéstranos. No juegues a ser perfecta porque me aburres y muchas veces hasta te me haces patética; no me cuentes historias, que no me gustan; no nos menosprecies; no ponderes como si de todo supieras porque nosotros sabemos que quién sabe todo es porque se ha cansado de buscar; evidencia la complejidad de tu trabajo; pídenos apoyo y comprensión; comprométenos y comprométete; sé honesta y no quieras construir espejismos; date permisos y danos permiso; no seas violenta con eso de siempre querer tener razón; lúcete pero no te exhibas; no evalúes todo; salte del estereotipo que queda cada día peor. Tampoco me adules, por favor; no me hagas creer que tengo poder; no me confundas porque me confundiré y te haré la vida imposible; no me quieras agradar a cualquier precio; no quieras ser justa para cada quién porque ni dios…; sé honesta; sé firme cuando creas y sé firme para asumir que no sabes en qué creer. Pero hazlo.

Todo esto del conocimiento se presta para las perversiones, ya lo sé; y tu no estás exenta de los riesgos. El conocimiento es presumido y se espera presunción de quién lo detenta. El sentido común nos tiene jodidos porque nos ha contado una y mil veces la falsa historia de que el sabe habla y el que no, escucha; y que si eso se altera estamos en problemas. Maldito sentido común que te tiene apretada y te hace hacer las cosas que más me molestan y recibir el festejo de los que más me irritan. Yo sé que la tienes difícil; que apenas quieres ser de otra manera se te vienen encima y te exigen la cursilería del academicismo más deteriorado. Te obligan a semblantear lectura y erudición aquellos que ni al periódico le tienen paciencia. Yo sé. Pero aún así, te lo pido. Porque también sé que hay muchos que no están ni allí ni acá y que simplemente esperan a que tomemos posición.

La marca recíproca

viernes, junio 17th, 2016
Alumnos de primaria. Foto: Cuartoscuro

Las marcas en los alumnos -obviamente-, que no salen como llegaron. Foto: Cuartoscuro

Si tuviera una escuela no la llamaría Vértice, la llamaría Recíproca; no la llamaría Objetivo, la llamaría Subjetivo; no la llamaría Poliedro (aunque me gusta ese nombre), la llamaría Metáfora o Deseo. (La productora de Almodóvar se llama El Deseo.) No la llamaría Airbnb, pero haría lo que Airbnb hace: abrir los espacios privados y hasta íntimos para que lleguen otros, de fuera, y nos enriquezcamos recíprocamente las vidas. Alquilar una habitación de tu casa al turista, que a eso me refiero; disponer de las instalaciones de la escuela para que la comunidad las utilice para lo que mejor le parezca.

La llamaría iRecíproca, para que la tecnología la atraviese desde su bautismo; aunque esa “i” sería también de innovación, de independencia, de identidad y de integralidad. Entonces serían iMetáfora, iDeseo o iSubjetivo. Prefiero esa “i” que una X grande, que suena hollywoodense. No usaría nombres en latín o en griego, como Paideia, Logos, etc., aunque traigan cosas que me interesan; me parece demasiado peso. No usaría las referencias griegas –decía- pero si buscaría afanosamente que la larga tradición de los griegos y del saber aquél esté presente en mi marca. No la llamaría Platón ni Sócrates ni Diógenes, pero tal vez sí usaría a Agatón o algún dios menor para ponerle nombre a nuestro auditorio o la plataforma de la escuela. (Tuve un perro, un hermoso ovejero alemán, que se llamaba Agatón.) No haría homenajes explícitos con la marca (no la llamaría Tesla, por ejemplo, ni Albert Einstein, por supuesto), o mejor dicho, sí los haría pero homenajeando otras cosas. Por eso Recíproca, porque quisiera homenajear, que es exaltar, vender, ponderar, reivindicar, reposicionar y exhortar, a la reciprocidad como principio ético esencial; así como también las matemáticas y sus místicas. Si en mi escuela las cosas no son recíprocas, no serán; por eso su nombre. En mi escuela impera el principio de la reciprocidad.

A la hora de los colores, usaría el amarillo.

Haría que mi escuela se presente como iRecíproca escola en Brasil, iRecíproca school en Inglaterra, iRecíproca escuela en México y así en adelante. Su ícono sería una pieza simple, un trazo nítido, un reflejo llevado a su mínima expresión. Nada de figuraciones del tipo elefantitos, arbolitos o niñitos tomados de las manos. El trazo único de una complejidad apenas remitida o aludida. Como el dibujo del Quijote y Sancho de Picasso, por ejemplo; como el velador de Pixar. Eso mismo, el ícono como una marca de identidad y un homenaje a un origen; como la inscripción simbólica en una tradición (el velador de Pixar es Luxo Jr., el personaje del primer cortometraje de Pixar, cuando no era nada). Luego, enseguida, síntesis total. Y levedad, de la que pedía Calvino para la buena literatura cuando se nos estaba muriendo.

Marcas flexibles, poco vanidosas que se adapten bien al contexto que las recibe. No es lo mismo ser Subjetivo en la Universidad que serlo en un torneo de futbol; no es la misma subjetividad la que está en juego y en discusión; el nombre no adquiere el mismo sentido en un contexto que en el otro. Y esas diferencias deben estar recogidas en la marca y sus expresiones. No es lo mismo ser Deseo en Puebla que serlo en Orlando; el rango de alcance y el tipo de connotaciones del deseo en cada caso cambia radicalmente. No es lo mismo Recíproca en Israel que en Jordania.

Y si vamos a aludir a objetos con nuestra marcas, pues entonces traigamos los que de verdad estamos necesitando en el mundo educativo. Lianas; naves espaciales; larguísimos pisos de madera sin muebles; espejos; puentes; aires libres y esas cosas. Tal vez podríamos llamarla Asumir, pero jamás Asumiendo. Y no diría abajito lo típico de “tu escuela”, pero sí podríamos poner “la escuela eres tú”; o incluso, si nos decidimos a llamarla Asumir -incluso iAsumir- podríamos dejarle en bajada la exhortación a que la asuman diciéndoles “iAsumir, asúmela!”. Y hasta podríamos de ahí en adelante usar las tres marcas, indistintamente y dependiendo del caso: ora Asumir, ora iAsumir, ora Asúmela… e incluso iAsúmela!

No la llamaría 2020, ni Nueva Escuela Argentina 2000 (como se llama aún la escuela en la que estudié en Buenos Aires); simplemente, en ese caso, la llamaría Futuro. Tal vez mejor “Al Futuro” o “En el Futuro”. No mentiría desde el nombre llamándola Canadian School -por ejemplo- a una escuela que no es canadiense ni Martin Luther King a una escuela que no sea de inclusión. No manosearía tanto a Dios; preferiría un idios, para provocar y llevar la discusión a donde me gustaría llevarla. Si cuando mi abuela fundó la escuela no dudó en ponerle su nombre ni lo consideró riesgoso (y tal vez mi abuela tenía enemigos y, muy probablemente, era una absoluta desconocida más allá de sus cinco vecinos), ¿por qué yo ahora tendría que andar midiendo los mil riesgos al ponerle nombre a la mía? Ella quería darle identidad; pues yo también. Noche Tropical podría ser un gran nombre, si quisiera un nombre sensorial; transmite esa paz caliente que resulta acogedora. Amanecer, en cambio, no funciona; es cursi, simplemente; su rancio clisé obtura su eventual riqueza sensorial. Si vamos a metáforas, tenemos que inventar.

El fin y al cabo, vuelvo y escojo de nuevo Recíproca. Las marcas recíprocas que la experiencia educativa debe dejar en cada uno; las marcas en los alumnos -obviamente-, que no salen como llegaron, pero también las marcas en la institución que los alumnos nos dejan –que es registro menos obvio. Todos tenemos que salir marcados y es bueno que la marca nos recuerde esa vocación. Esa interacción sistematizada que es la vida escolar nos transforma siempre a todos; la escuela es el resultado de esas imbricaciones y no la voluntad de alguna jerarquía. Las marcas recíprocas en la escuela Recíproca. Marcas múltiples, a decir verdad; 360 grados de incidencias intersubjetivas que nos llevan obligados al delta de la escuela como experiencia. Ese también podría ser un nombre posible, Experiencias. iExperiencias, que eso debe ser una escuela hoy día. Erudición al revés es un slogan que me gusta; Experiencias, erudición al revés. También me gusta el nombre Envés, así, a secas.

Trabajo ahora mismo en un aplicativo educativo al que hemos resuelto llamar Leonardo, dicho sea de paso. Ojalá les guste.

 

 

 

 

 

 

 

Las marcas de la educación

martes, mayo 31st, 2016
En las escuelas destacan varios aspectos que componen un perfil marcario. Abundan los nombres “célebres”, que han cristalizado en el caldo de la canonización. Foto: Cuartoscuro

En las escuelas destacan varios aspectos que componen un perfil marcario. Abundan los nombres “célebres”, que han cristalizado en el caldo de la canonización. Foto: Cuartoscuro

No me refiero a esas marcas indelebles que la educación deja en los tejidos sociales cuando funciona mal, o cuando funciona bien, y acaba haciendo a los países mejores o peores más que ninguna otra cosa. Me refiero a otro registro, más superficial y más trivial, pero quizás por eso más expresivo. Me refiero a las marcas que usamos en educación para identificar escuelas, libros, programas, aplicativos y demás.

En las escuelas destacan varios aspectos que componen un perfil marcario. Abundan los nombres “célebres”, que han cristalizado en el caldo de la canonización. Quién no conoce varias escuelas Simón Bolívar, San Martín, Sarmiento, Piaget, Freire, Martí, Machado de Assís, Cervantes, Colón, Rubén Darío…, cuando no nos encontramos con los Papas Píos, Juan Pablos, Franciscos y así por delante. ¿Alguien alguna vez pensó en esos nombres como marcas, quiero decir, como una seña de identidad, de pertenencia y de valor? Porque no puedo pensar en algo más distante del imaginario estudiantil que esos nombres. E incluso, las más de las veces, tampoco son dadores de identidad, porque la escuela Simón Bolívar no acaba, por eso, siendo una escuela libertadora; es solo el prócer, por prócer.

También tenemos el repertorio de los registros más cursis y vacíos como cuando las llaman escuela de la vida, de vida, vivir, sol; escuela del amor, de la luna y de las estrellas. Otro fracaso identitario, repetido hasta el hartazgo. Y por supuesto, abunda también el uso narcisista de llamar a tu escuela por tu nombre (el de la fundadora, en su mayoría), cosa que jamás se le ocurriría a una buena agencia de marketing. O si no, llegan la corriente de las siglas y las vemos llamarse CUATI, QUOLI, POSCI, ASTA, ISTRAE, etc. Parece todo hecho a propósito para fracasar en lo que una marca debe lograr. Y ahora, más recientemente, cualquier cosa pero en inglés, para que suene. Prados verdes -fields en general-, lifes y esas cosas. Y para los más pequeñitos, como corresponde a los estereotipos, en diminutivo siempre. Están también los abstractos leves, sin connotación ninguna, como los mobile, barriletes, luz y montes verdes.

Las flores y los animalitos se los han reservado los libros. El de geografía de la serie Gaviota o el de matemáticas de Girasol; hubo y hay caracoles por doquier, en la librería del barrio. Y abajo, discretos, los sellos editoriales duros de las marcas legendarias, que parecen más sello de la escribanía que presencia de marca. En Brasil llama la atención que las editoras se llamen Positivo, Objetivo, Poliedro y demás totéms del positivismo cientificista que reina fanáticamente en el imaginario académico del país.

Pero las marcas son los nombres y su establecimiento gráfico y su circulación visual general. Las escuelas se refugian en cierta iconografía marcial, con escudos y símbolos por el estilo; y cuando no son esas violencias obsoletas y esas demarcaciones territoriales feudales, son íconos degradados o gastados como árboles, flores, lápices, pupitres y pizarras. Todos con una tratamiento gráfico hiperrealista que se olvida del arte, de la síntesis y de la eficiencia comunicacional en general. Nunca un gesto, como Nike, ni una ambición, como SpaceX. Manejos gráficos fuera de época, torpes en general y antiguos siempre. El logotipo de Anglo, en Brasil (una de las marcas más reconocidas en K12) sigue siendo casi una foto del torso de un león. Los escudos son medievales y las armas explícitas. Las puntas pinchan, cuando ya casi no hay puntas en el mundo gráfico actual ni en los productos de hoy día.

Y al final vienen los slogans, que completan la composición. Siempre en gerundio, para que no digamos ni que sí ni que no. Educando para crecer, creciendo contigo, haciéndote compañía, formando ciudadanos, transformando la educación; y cuando no, entonces llegan las certezas como los mejores resultados, la excelencia, calidad garantizada, futuro, éxito seguro. Cansa, ¿no les parece? Solo que pocas veces lo ponemos a funcionar así, todo junto. ¿No suenan diferente cosas como “ya lo imaginaste?”, “solo hazlo”, “es hoy”?

En las marcas, como en los otros registros, el ecosistema educativo vuelve a mostrarse torpe, cuando no desacompasado. Eleva mitos poco pertinentes, y hasta algunos impertinentes. Construye registros visuales nada empáticos con los millennials con los que trabaja. Quiere imponer a fuerza incluso las empatías emocionales. Cree que siempre todo funciona por la obligación. Pero no.

La educación carece de marcas. Hay solo ruido, polución general y olor a viejo y jerárquico. No es casual. Hay por ahí también plumas para escribir, me olvidaba; libros abiertos con las páginas flameando, bibliotecas raídas de madera cansada. Banderas, banderines y esas cosas que suele haber también a las orillas del estadio cuando juega el seleccionado de tu país. Vitrinas con copas de lata de torneos irrelevantes fuera de la experiencia de vivirlos. No hay símbolos en la educación. No hay próceres que nos sirvan, porque los que encontramos están vaciados o, si no, mejor sería vaciarlos. La carga aventurera de Colón no está en los Cristóforo Colombo que tenemos ni la angustia y la fuerza de Tupac Amarú se sostiene en las escuelas homónimas; los Bandeirantes ni se sienten. Ojalá hubiera menos monarcas. Y claro que en Anglo no hay ni vestigios de la furia carismática del león; tal vez debería mejor llamarse mariposa o pica flor. Algunas instituciones se llaman apenas como la calle que pasa por delante de su primera sucursal. Abundan los europeos, angloamericanos, euros de aquí y de allá, unidos no sé por dónde.

Si lo que viene de nuevo a la educación quiere llegar impactando, entonces les sugiero que hagan una parada y piensen en sus marcas. Hay una enorme oportunidad –como diría el consultor; necesitamos de su saludable revulsivo, como prefiero decirlo yo. Marcas con peso, de peso, consistentes consigo mismas, comprometidas con su tradición, elegantes y modernas, blandas y permanentes; nuestras, pues; contiguas, amigas, cercanas, creíbles, comprometidas, intensas, fuertes, emprendedoras, audaces. Sí, audaces, sobre todo. Audaces primero que nada para definir quiénes son.

De toros & mares

jueves, mayo 12th, 2016
La domesticación falla si no se aplica a tiempo. Foto: shutterstock

La domesticación falla si no se aplica a tiempo. Foto: shutterstock

Nos quejamos y con razón de que una escuela de la domesticación como la que tenemos es inútil, además de inmoral. Niños domesticados no es sinónimo de niños educados, aunque la jerga popular siniestramente tienda a equipararlos. Domesticado quiere decir casi castrado muchas veces, ¿no es verdad?; para que se comporte, para que se adapte, para que calme sus bríos silvestres. Domesticado quiere decir dominado. Y para dominar hace falta aplacar, ¡cómo no!; y para aplacar hace falta reducir los ímpetus, los énfasis, las ganas en general y las pulsiones esenciales. Y así funciona.

¿Crees que estoy exagerando? No lo creo; tal vez esté provocando, que no es lo mismo. El diagnóstico es correcto; cambian las estrategias de exposición, simplemente. Y a esta estrategia de la provocación bien podríamos llamarla también “técnica de la exageración”… Pero volvamos. Ken Robinson se quejó célebremente de que la escuela mata la creatividad y es más o menos lo mismo. Les cortas las alas, cuando no los huevos. Ellos entran bravíos y acaban eunucos; entran sabiendo y salen repitiendo; entran queriendo y acaban simplemente obedeciendo y repitiendo. La dirección tiene esa difundida costumbre de esperarlos en la puerta para garantizarse –institucionalmente- de que serán debidamente vacunados al ingresar. La domesticación falla si no se aplica a tiempo. Si no le acostumbras a mear fuera antes de los 6 meses, luego acabas cada tanto teniendo que tirar el tapete a la basura. Esa necedad de querer ser como se es crece con la edad, si no se la opera a su hora. En los niños lo mismo; y más aun en manada.

Ya hicimos alguna vez la metáfora, pero la sala de aula del primer mes de clase se parece mucho al torero delante del toro bravío y erguido del primer tramo de la corrida. No da para floreos; es la hora del dominio. Hay que reducir a ese animal para que no se confunda y nos acabe llevando por delante, que es lo que le vendría en gana hacer a esas alturas. Hay que reducirlo con arte, que esa es la gracia de todo aquello; pero hay que reducirlo. Reducirlo es calmarlo, cansarlo, ponerlo en caja, hacerle acatar las reglas de ese duelo; reducirlo es quitarle posibilidades a sus bríos, a sus genes tal cual vienen y su libido tal cual es, y hacerlo caer en nuestra dominación. El toro es más grande, más fuerte, más vital y tiene más potencial ahí dentro; sin embargo acaba perdiendo porque la institución lo domina con sus artes, ora más altas ora más bajas, dependiendo de las épocas, los nombres, las geografías y ciertas otras coordenadas sociales. Y cuando pierde, primero lo reducimos, luego le cortamos las orejitas, más tarde lo matamos, luego de un largo sangrado paulatino, y acabamos cortándole los huevos por si se volviera a despertar. Pero la parte que me interesa es la de la corrida misma, que para mi ésa es la escuela. Tal como ella está diseñada, si no hay dominio no hay espectáculo; o peor aún, el espectáculo es el del dominio. La reducción de la parte pulsional al control de la parte racional es el show. ¿No se parece a la escuela? El sometimiento del puro ímpetus al experto manejo de la técnica construye la escena. Yo no quiero escuelas toreras.

Pero demos un paso más. ¿Qué se hace con esos ímpetus si no es dominarlos? Tampoco parece que sea cuestión apenas de dejarlos desplegarse, como si estuviesen en la selva. Las escuelas no son clubes tampoco, hemos oído más de una vez, y es verdad. La escuela debe llevarlos a un paso mayor de desarrollo que no está inscripto en su código genético y no se desarrollará solo; debemos intervenir para hacerlos crecer. Como se ve, no estoy proponiendo una escuela abstinente, que deje al toro correr, pastar y demás a su antojo. También quiero una escuela que dé espectáculo, pero el del toro, no el del torero.

La metáfora que más me gusta en este punto es la del surf. El surfista no reduce las olas ni trata de domesticar al mar; ni se le ocurriría. Y no solo porque parece imposible, sino sobre todo porque él sabe que necesita del mar, de la fuerza vital del agua en movimiento. Así como no hay torero con toro bravo, no hay surf con mar calmo. Son exactamente las antítesis. El surf vive de la capacidad del surfista de navegar la fuerza compleja del mar; y trabaja su relación con el mar, que no es de reducción ni domesticación, sino de respeto y comprensión; y de manejo de los miedos, también. El surfista no corta nada; al contrario, aprovecha todo. Cuantos más bríos mejor, aunque le dén miedo. Respeta y admira al mar. Lo contempla y jamás de los jamases se le pasa por su cabeza llevárselo a casa castrado y de mascota. El surfista alimenta al mar que lo realimenta; enaltece al mar que lo empuja y muchas veces lo somete. El surfista sabe que pierde si juega a la fuerza, por eso se asocia, como el jinete, que no es el torero.

La escuela no sabe jinetear, ni mucho menos surfear las fuerzas vitales de sus alumnos. Manipula la calma de sus mares y después se queja porque nadie surfea allí. Pero sin impulso no hay salto. Rompe la vitalidad de su material y lo encajona en compartimentos estancos que llama a veces aula, otras veces grupo, otras veces libro, materia, turno (y luego profesor por aula, grupo, libro y materia) o tantas otras cosas, hasta a veces incluso hombres y mujeres. La escuela que tenemos no sabe ponerse a merced de ninguna fuerza que la potencie; ni siquiera eso que Sir Robinson llama la creatividad. No lee bien lo social ni lo genético ni lo sexual ni nada.

Cuando un niño entra en la escuela entra con ganas. Puede ser que aquello lo cohíba, lo desconcierte, lo abrume, pero lo que no puede ser es que lo aburra. Lo aburrirá después, cuando la conozca, pero al principio ese colectivo animado, múltiple y desbordante genera deseo. Nosotros deberíamos ser capaces de tratar esas ganas como el surfer trata las buenas olas: con detalle, con respeto y procurando por todas los medios no perdérselas jamás (por eso se amanecen en la playa tan a menudo). Sabe que mientras la ola brame él tendrá chances; y que cuando no, no. La escuela olvidó esa lección. Sin una juventud deseosa y con ganas, ansiosa y lanzada, no habrá manera de conseguir nada que valga la pena. La escuela debe trabajar esas ganas; y para trabajarlas debe entenderlas.

Luego, saber también que el aprendizaje no son las ganas, sino un producto bien mediatizado a partir de esas ganas. El niño que tiene ganas no aprendió aun, pero sin ganas será imposible que aprenda. No es difícil de entender; tal vez sea difícil de practicar, como el surf. El patético de un surfer sin olas es el mismo patético de una escuela desganada y obligatoria. No vale la pena ni intentarlo; mejor dormir un poco más. El surfer lo sabe; la escuela, no. Madruga día tras día sin darse cuenta de que en esa playa ya no hay olas.

Necesitamos a los niños deseosos y desordenados. ¿Que si sería mejor que fueran de otra manera?, no sé, pero así son, como las olas del mar. Nos toca aprender –sí, a nosotros, la escuela- a trabajar con una materia –y un material, también- que se mueve, que se desajusta, que late, respira, brama y se desborda; es nuestro primer aprendizaje. Entender de una vez que a ese ímpetus que pone las cosas en marcha no podemos sustituirlo por ningún otro, y muchísimo menos por mecanismos coercitivos como la obligación y la culpa. Eso no jala. Jala el deseo, por más desobediente e impar que sea. Y cuanto más jale, más oportunidades tendremos como institución de hacerlo algo bueno de verdad.

Es como el “Parkour”, ¿lo viste? No hay manera de trepar aquellos techos si no traes esos enviones masivos que esos arrojados traen. Si lo demoras, si te reduces y te lo piensas, no habrá manera de trepar ni hasta las ventanas.

Los límites del dinero

domingo, abril 17th, 2016
Cuando Silicon Valley le pone valor a uno de esos sueños inconmensurables que emergen de sus entrañas, el ejercicio es alucinante. Foto: Efe

Cuando Silicon Valley le pone valor a uno de esos sueños inconmensurables que emergen de sus entrañas, el ejercicio es alucinante. Foto: Efe

Silicon Valley nos devuelve a un principio que me encanta: hay cosas que valen por que son buenas. Instagram. Estamos demasiado imbuidos de esa rapaz lógica de mercado que enuncia con la suficiencia tan propia del mercado, que las cosas valen por lo que generan. Esto solo valdrá diez si alguien puede probarme que se puede con ello obtener once o veinte. ¿Por qué?

Hay cosas que valen porque la gente les da valor. Wikipedia. Valor es valor social, y eso el mercado lo suele olvidar demasiadas veces. Valor social es ser útil, emocionar, dar sentido, movilizar, dar ganas, proponer y ese tipo de cosas. No importa si pagan o no pagan, ni mucho menos cuánto paguen. No es verdad que cuanto más paguen más sentido social tienen, y podríamos traer cincuenta contraejemplos, pero tal vez alcance con Facebook. El precio no es un buen termómetro de la importancia social de las cosas. Face no nos cuesta nada y hay demasiadas cosas que nos cuestan mucho y no tienen la menor relevancia.

Siento que se está armando la ola que nos demostrará que ha cambiado la marea. Lo que hace bailar al mono no es necesariamente la plata, por lo menos a un número relevante y creciente de monos. Comienza a establecerse un sistema de valoración que va perdiendo correlación con el modelo financiero de valoraciones. Yo creo que Facebook ya no debería cotizarse en dinero; que el dinero ya no nos dice cuánto vale Facebook. Ni Messi, a quién –dicho sea de paso- tampoco parece importarle demasiado todo eso del dinero. Si Face tiene hoy casi 1500 millones de usuarios ya no hay paridad que lo pueda valorar. Tampoco vale la pena seguir poniéndole precios a los Picassos. Algo debe cambiar y está cambiando.

El Quijote ya no vale en dinero; la obra entera de Shakespeare, tampoco. Wikipedia no vale dinero y Panamá Papers (una movida gigante) o Football leaks no cotizan en ninguna bolsa. Twitter debería estar en esa lista. El Museo de Arte Moderno de New York, también. Le Monde y las islas Galápagos. Su valor se lo dan su sentido y su impacto social. No hay que hacer cuentas. No cierran las cuentas de los banqueros, pero las cosas ganan cada vez más valor. Sobra el dinero para invertir y nunca retorna en dinero lo invertido. Así son las cosas con la nueva marea. Y nada se rompe por eso. El dinero es un medio y a veces debemos ponerlo al servicio de otros fines; como el Excel.

Neymar tal vez no debería cobrar, pero debería vivir para siempre sin pagar nada. Da alegría, hace gozar, enseña e inspira por millones. ¿Por qué necesitamos que Adidas le de unos cuantos cada tanto y un yogurt lo obligue a hacer el ridículo en la foto? No lo veo necesario.

Todo aquello que adquiere escala relevante se convierte, ipso facto, en patrimonio público. Y todos aquellos que hacen que eso se desarrolle y crezca, también se convierten en responsabilidad pública. Y listo. Hay una escala encima del millonario, que es el liberado del dinero. El héroe. Y eso nos garantiza que las cosas sigan yendo por lo que tienen que ir y se muevan por lo que se tienen que mover. Gabo no escribió Cien Años para ganar dinero, y no debería haberlo ganado con Cien Años; deberíamos haberle concedido el título de responsabilidad pública, de Papa Social. “Viva, mi amigo, que la humanidad pagará la vida que usted desee vivir, hasta el fin de sus días”. Eso merecía Cruyff; Usain Bolt, así deja de hacer esas cuentas que tan tonto lo van poniendo; Stephen Hawking.

A veces siento que Mayweather tiene razón: él es el que mejor escenifica el tamaño del ridículo de todo esto.

Cuando Silicon Valley le pone valor a uno de esos sueños inconmensurables que emergen de sus entrañas, el ejercicio es alucinante. No hay cuentas. Hay intuiciones, ganas, ventanas de oportunidad y a veces nuevos sueños locos. Y con ese cocktail llegan a un precio en un café o en el living sin muebles, un fin de semana, cierran y se olvidan. Pero tú percibes que ni ellos se importan mucho con el precio. 20 mil millones por WhatsApp: ok, adelante; y siguen. Y muchas veces ni plata circula por ahí porque los valores se aplican en otras nuevas abstracciones y la cosa rueda otra vez.

Ellos hacen (pinta el pintor, programa el programador, juega el jugador, baila el bailaor) porque eso que hacen los justifica mejor que cualquier cosa que obtengan por lo hecho. Van Gogh; Antonio Gades. Siguen. Incluso peor porque hay muchos casos en que la plata que los redime acaba matándolos, o degenerándolos, que es inmensamente peor. Vargas Llosa, ¡dígame usted si era necesario que ese otrora prócer acabara haciendo trampas en Panamá junto con Soria!, por no hablar de Almodóvar, que tanto lo lamento… Hay que canonizarlos socialmente y dejar que sigan, para siempre, si fuera posible. Que Messi no deje de jugar y su padre y sus abogados se dejen de joder.

Hay cosas que valen porque son buenas. Y hay muchas cosas que el mercado las ve de una manera equivocada. Dejemos el mercado para las cosas menores, como el valor de una joya o el precio del alquiler de una tienda en un shopping o en un aeropuerto o que si toca ejecutiva o turista. Pero en las cosas que valen la pena, apliquemos lógicas mejores, más ambiciosas y menos toscas. El salario de un presidente o el de un investigador o el precio de la fruta no deberían medirse en dinero. Como Facebook, o Uber o la Mona Lisa o la obra de Niemeyer, que valgan todo lo que seamos capaces de concebir que algo puede valer, que es lo mismo que decir, que han pasado a ser patrimonio de la humanidad. Que el dinero se sublime y aparezcan otros mejores modelos de valoración social.

A Gates ya no le importa el dinero que tiene; al contrario, parece preocuparle que no lo vuelva un idiota ni mucho menos a sus hijos. Es un síntoma de los buenos. Dicen que Mark le sigue y seguro que Bezos se alineará.

Yo veo que la ola viene. Yo veo muchas decisiones que el mercado no avala y son correctas; yo veo que el mercado nos pudre cada día más y nos hace peores; yo veo cómo hasta los santos se corrompen en esos caldos asquerosos de codicia; yo veo que Clinton cobra muy caras sus conferencias y que Tarantino tiene que pagar la luz; yo veo que en Panamá no hay quien se salve y que en Brasil no hay carajos limpios; yo veo; yo veo que si buscan, hasta a mi probablemente me encuentren en mi escala doméstica mierdillas que me ensucian; yo veo que el mono no baila por la plata pero que hay demasiados humanos etiquetados que no hacen otra cosa en su vida.

Pero la ola viene, la veo. Y también comienzo a percibir que hay millones alineados con ella, aunque estemos muy desalineados entre nosotros. Tal vez ese sea el trabajo ahora: organizarnos para darle cuerpo a lo que se instale cuando la ola pase. Yo –por lo pronto- ya lo estoy haciendo, cociendo nexos, poniendo al lado cosas que parecieran no tener nada que ver, pero que sí. Y echarle ganas y creer. Ah, e importante: no justificarnos ante nadie. Simplemente, como Wikileaks, hacerlo (y a ver si somos capaces de paso de ir a rescatar al pobre de Assange, que lo merece, porque otros como Swartz ya se nos han suicidado).

¿Cómo funciona esa inteligencia?

lunes, marzo 28th, 2016
Ayer, sin ir más lejos, me topé con uno de esos personajes. Tu lo percibes porque al poco tiempo de interactuar sientes que se te imponen y que marcan diferencias profundas en la velocidad, la intensidad, la claridad conceptual y el foco. Foto: Shutterstock

Ayer, sin ir más lejos, me topé con uno de esos personajes. Tu lo percibes porque al poco tiempo de interactuar sientes que se te imponen y que marcan diferencias profundas en la velocidad, la intensidad, la claridad conceptual y el foco. Foto: Shutterstock

Cada vez que me topo con alguien inteligente, me pregunto cómo funciona. No es cosa de todos los días encontrarse con esos perfiles. En rigor, no sé si debería llamarlos inteligentes; tal vez su condición sea otra, más abarcativa y que comporta otras capacidades además de la inteligencia estrictamente entendida. No importa, a fin de cuentas me refiero a esos personajes fuera de registro, singulares, que tu sientes que hacen la diferencia.

Me desvela entender cómo funcionan porque creo que en esa comprensión está la base de su posible desarrollo sistemático y a escala. Busco encontrar en lo particular de todos ellos algún modelo estandarizable que podamos traer luego al trabajo educativo.

Ayer, sin ir más lejos, me topé con uno de esos personajes. Tu lo percibes porque al poco tiempo de interactuar sientes que se te imponen y que marcan diferencias profundas en la velocidad, la intensidad, la claridad conceptual y el foco. Parece que siempre saben a dónde van; pero no como necios simplificadores o como doctrinarios de poca monta, no; sientes que saben para dónde van aunque sepas -y ellos lo sepan también e incluso lo digan- que están buscando, que tal vez, que apenas avizoran y que están probando.

Esa fuerza de dirección no viene de su contenido, sino de la fuerza de una orientación y una postura. No es que sepan dónde van; saben hacia dónde van. Y sobre todo, sientes que saben perfectamente bien por qué están yendo hacia donde están yendo. De ahí que lo que irradian sea carisma y no suficiencia; dan ganas, no aplastan. Son legítimos. Suman.

Luego, ves que conectan fuertemente las ideas entre sí. Y ves también que las que no logran conectar, las dejan caer, sean las que sean. Foco y sistema conceptual. No retienen por retener; no retienen aisladamente ni presentan ideas sueltas, siempre despliegan sistemas, ecosistemas conceptuales consistentes. Su cerebro funciona así. Por eso sueles ver que no anotan ni cargan presentaciones, y tampoco olvidan ni se pierden o desorganizan al exponer; al contrario, a veces hasta cansa lo sistemáticos que son. Nunca descansan porque nunca divagan. Concentran a cada paso y por eso su pensamiento es tan penetrante que llega a incomodar. No dan respiro ni se dan respiro. Ganan en densidad cada vez.

Funciones cerebrales menores como la memoria o la asociación semántica sobran en esos personajes; las exhiben por exceso, pero no las exaltan. No son su cuestión. Como un gran futbolista (Cruyff –digamos-, en homenaje) con el dominio del balón: está tan logrado que pareciera que ni importa; lo descuentan. O mejor aún, está así logrado mediante un camino indirecto, porque ese dominio (como la memoria en nuestro caso) viene por añadidura, como correlato necesario de una capacidad superior.

Estos inteligentes de los que hablo no se parecen a los inteligentes de siempre; no encuentras en ellos los estereotipos clásicos de la inteligencia socialmente establecida. La del alumno ejemplar, por poner un caso, o la del sujeto sesudo, reconcentrado, introvertido y estudioso. Tienen otro estilo; parecen otra especie. Hay toda una tendencia que quiere llamarlos emprendedores, y podría ser, aunque no sé si es el mejor nombre…

Te pones frente a uno de ellos -o de ellas- y pareciera que si no te mueves, te pasarán por encima; ¿no te ha pasado nunca? Y o bien te mueves hacia adelante y coges su velocidad, o te haces a un lado, los dejas pasar y ya sabes que nunca más lo alcanzarás. Nos ponen ante la encrucijada; te apelan. Son incómodos; sobre todo si te cogen fuera de forma. Claro, claro, también puedes optar por contrastarlos, por construir tu posición y sostener la tensión de la batalla intelectual de alto voltaje; pero debes estar muy bien preparado.

Ellos siempre lo están; viven preparados. También, muchas veces, da gusto cogerles la onda y disfrutar de su velocidad y el vértigo. Inspiran; solo que la inspiración no es una emoción cómoda y plácida, sino por el contrario, inquietante y desestabilizadora. Cuando estás frente a una de esas heroínas parece que hubieras ido al mejor psicoanalista del mundo o que tu hija te acabara de decir, tranquila y equilibrada, Madura, que no, que esta vez hará lo que ella quiere hacer. Te ponen en cuestión; rompen el equilibrio precario de nuestro narcisismo mediocre. Ah, por cierto, no suelen ser narcisistas, o por lo menos no en exceso; trascienden el imaginario y se constituyen y se apelan más allá, donde ellos saben que las cosas de verdad definen su valor. Arrasan desde lo profundo.

Dan antes de recibir y eso nos confunde; no guardan ni recelan. Parece que estuvieran vendiendo, pero no. Se ofrecen, como estableciéndonos las bases éticas del intercambio y la eventual relación. Sientes que no predefinen el potencial de lo que está por venir y que están dispuestos a todo. Se abren; y así como se abren, se cierran y se van sin vacilar (como cuenta la mitología de Steve Jobs) cuando la interacción no les hace sentido, se queda corta, va en otra frecuencia, baila otro ritmo. Son brutalmente prácticos; son despiadadamente económicos con ellos mismos.

Pueden parecerte mezquinos con su atención. Sienten su finitud y viven con un apuro intrínseco; saben (del modo que este tipo de personas sabe lo que sabe, como una suerte de intuición certera) que lo que se proponen es difícil hacerlo caber en una vida. Por eso se apuran. Y también porque no saben dónde está su límite y van a explorarlo. Y trepan. Por eso, cuando estás ante uno de ellos debes saber que puede ser tu última oportunidad; si fallas probablemente no haya otra oportunidad. No puedes ir desatento a este tipo de encuentro, por más de improvisto que él te agarre. Recuérdalo, ellos nacieron preparados.

Son verticales y si huelen sangre, para allá van (como nos cuenta Melville que los marineros inexorablemente van para el mar). Parecen fieras: sientes su pulsión primitiva e imparable; casi la hueles y la tocas. Conectan hasta la integración total el pensar con el hacer y el hacer con el pensar; les resulta irrelevante el debate pensar-hacer, porque ¿cómo podríamos pensar y no hacer o hacer sin pensar? Su cerebro no pierde tiempo con esos retruécanos (recuerda que viven con sentido de urgencia).

Van y van y hacen y deshacen y vuelven a hacer y mientras, y entre tanto, y al mismo tiempo, piensan, contrastan, revisan y de reojo siguen todo lo demás. Ah, y muy importante: nunca la posición de otro define su posición (como los discípulos subordinados); otros, muchos otros, pueden influir e influyen en ellos y en la conformación de su propia posición, pero si su posición no se hace suya, saben que están perdidos. Siempre hablan desde sí mismos, aunque haya miles de otros a su alrededor, y muy influyentes. No es que roben (como diría el viejo paradigma de la propiedad intelectual), solo se apropian. Todo es de todos, todo el problema es quién eres tu allí. Siempre el giro de apropiación es su gesto constitutivo. No negocian con esto.

Son de esos que nos faltan, de esas que necesitamos.

… Y podríamos seguir caracterizándolos; son personajes escasos y geniales que casi todos nosotros hemos cruzado alguna vez en la vida y que, probablemente, recordamos con particular nitidez. Pero voy a detenerme aquí para extraer alguna conclusión que podamos llevar al campo educativo escolar.

Es evidente que más que un cuerpo de conocimiento, lo que define el perfil de estos íconos sociales es su posición relativa respecto a las cosas. Primera conclusión, entonces: tenemos que construir una escuela que desarrolle personas a partir de su posición ante las cosas y no a partir de lo que ellas pueden cargar como bagaje. Es un juego de estrategia. El proyecto, que es el punto de palanca del desarrollo de una persona, es la definición y la encarnación de una posición en el mundo. ¿Para o por qué estoy aquí? Eso siempre está claro cuando te encuentras con alguno de nuestros héroes.

Luego, enseguida (al mismo tiempo, solapadamente, imbricadamente), hay un claro impulso hacia: siempre los ves moviéndose. Nunca esperan; todo el tiempo van. No son si no hacen y no hacen si no van. Es una ética, diría. Segundo objetivo escolar: lo que quiera que seas y hacia dónde quiera que vayas a ir, pero yendo.

Ya no sé si como causa o como consecuencia de lo anterior, llegan la intensidad y el foco. Nunca se distraen, fíjate; exactamente lo contrario de lo que les pasa a nuestros millones de niños todos los días en nuestras escuelas. Y no por no llamarles la atención (pay attention, please!), sino porque lo que debería traccionar no está traccionando y entonces el cerebro se afloja y se pierde. La atención es una consecuencia de la intensidad del proyecto. Y nuestras heroínas miran fijo aún cuando duermen. Sueñan con lo que hacen o con lo que harán.

Ah, eso sí, creo que duermen bien porque si no, no sé cómo podría explicarse semejante eficiencia neuronal.

Creo que el análisis da para más; seguiré trabajando.

Leer es un gran verbo

lunes, marzo 21st, 2016

 

La lectura que sirve es la que nos traslada a otra instancia que la trasciende y que nos llevó a leer. Foto: Shutterstock

La lectura que sirve es la que nos traslada a otra instancia que la trasciende y que nos llevó a leer. Foto: Shutterstock.

Leer es un gran verbo. Además, es un verbo con una altísima imagen positiva; sus detractores son computables en cero. Es un verbo súper alabado, aunque siento que infelizmente es cada vez menos alado. Se lo ha ido secuestrando el deber y –por consiguiente- se nos ha ido alejando del placer. Es un gran verbo y un verbo que da para todo. Leer hoy quiere decir demasiadas cosas y muchas de ellas ya nada tienen que ver entre sí. Voy a reflexionar sobre eso. Leer hoy es otra cosa –socialmente hablando- que lo que era hace 300 años, 100, 50, 30 y 10 años. Voy a reflexionar también sobre eso. Leer es un gran verbo, social e intelectualmente hablando. Y no voy a dejar de reflexionar por último sobre esta mística.

Leer es un verbo mucho más predicado que practicado; no es el único –lo sé-, pero es uno de ésos. Es facilísimo el consenso alrededor de la importancia y el valor de leer, en casi cualquier ámbito; sobre todo si es un ámbito (como la escuela, por ejemplo) poco lector. Ganas cualquier discusión si te respaldas en el valor primordial de la lectura. Y su valor es directamente proporcional a la cantidad de lectura; cuanto más lees mejor eres; no importa demasiado (a los fines lectores) qué lees. Aunque también es verdad que hay lecturas que no son consideradas lecturas, no sé bien por qué; que suman cero en la cuenta del buen lector.

La Biblia es un ejemplo; pero también cualquier cosa que leas en Facebook y algunos autores de autoayuda (es difícil decir que eres lector porque lees Depak Chopra); los manuales de adiestramiento de perros, de cómo reparar cosas en casa, etc.; los libros escolares, todos; las revistas del corazón, de deportes o de tecnología; WhatsApp. Cuesta hacer pie –conceptualmente hablando- en este universo que parece contradictorio. Sin embargo, no sientes que la gente en general esté confundida o problematizada con estas inconsistencias; las vive como si el concepto fuera ordenado y preclaro y nos empujara a una acción única y recta.

Leer es un imperativo de gran consenso. La culpa de las clases medias no lectoras y de sus instituciones más representativas (la escuela, la universidad y la academia en general, entre ellas) ha llevado a la lectura al lugar de los valores sociales puramente positivos y le ha conferido ese halo de obligatoriedad que le va dando ese estilo tan de dedo índice alzado que hoy tiene la lectura. Debes leer; ve a leer. Es que no hay lugar psicológicamente más cómodo que el de ponderar con seguridad lo que no practicas ni en la oscuridad; el narcisismo se ordena porque el discurso moralizador lo redime de sí mismo.

Ya que no leo, pregono y exijo. Hipocresía endémica hija del eficiente esquema de disociación con el que nuestra consciencia gusta trabajar. Leer debe ser un placer, lo que no quiere decir –¡por amor de dios!- que tal vez sea un placer, sino que es obligatorio que lo sea. Es ese leer –dicho sea de paso- que no admite las ambigüedades ni los desplazamientos de sentido. Es un leer taxativo y cierto que nos pregonan hasta el hartazgo. Leer en positivo.

Siempre me extrañó que el verbo leer viajara tan cómodo una vez separado de su primo hermano del alma, el escribir. Es más, hasta muchas veces siento que los han separado adrede. Y cuando los separas, a leer le cae como una losa todo el peso de la pasividad porque escribir se lleva el aura –elitizada- de la producción. Leer es para admirar; escribir es para arriesgar. Y ninguno sirve al otro.

La escuela los desconectó y los mantiene en pabellones separados (como en su momento hizo con niños y niñas, para que las pulsiones de unos no contaminaran las purezas de las otras; o viceversa). Y la sociedad –antes o después- cogió la misma semiología. Leer, que es como consumir, es obligatorio para todos; escribir es apenas para las elites geniales y eruditas. No hay ningún vaso comunicante entre el que lee un libro y el que lo escribe; son “especies” diferentes. Y nos lo creemos. Pero no es así. No responden a genotipos diferentes. Nos dicen que en la escuela nos enseñan a leer y escribir juntos –que le llamamos “lectoescritura”-, pero no es verdad; la lectura nos la machacan y de la escritura en general y en lo general, se van olvidando. Si acaso, tal vez, nos enseñen apenas a leer literalmente y a redactar ordenadamente.

Hemos llevado a los libros a la canonización y a los no lectores de libros a la estigmatización. Todo libro parece merecer ser leído y toda persona debe ser lectora de libros. Libro y error o libro y fracaso o libro e inutilidad se nos han vuelto contradicción en los términos. No hay libros malos; si eventualmente fuera malo –pensamos- dicho libro ya habría sido abortado por esa instancia socialmente sacralizada que es la edición.

El juez del libro es su publicador; por eso el público luego solo alaba y canoniza. Más pasividad. Entrar a una librería –debe ser por eso que cierran tantas, también- es entrar a un santuario de elite; y eso es muy incómodo. Cada libro es una verdad y un objeto de respeto, además de una obligación y por consiguiente una culpa y una deuda. Entrar a una librería –podemos ver- es una experiencia abominable, en el fondo; un examen y un espejo moral punitivo. Los libros deben ser leídos; y si no lo lees, pues pobre de ti.

Sin embargo, cada vez leo más libros pésimos. Y no creo que sea porque me equivoco más que antes en las elecciones; creo que tiene que ver con ellos. Los leo a medias, a decir verdad, porque no consigo pasar del 30% en general. Nunca en mi vida había abandonado tantos libros a medio leer como ahora. Cuando son conceptuales, porque muy rápidamente se ponen redundantes y/o anecdóticos. Basta con leer su introducción y poco más (que muchas veces comprende una idea esencial muy atractiva), para haberte relacionado con lo mejor de él. Luego, si sigues no solo pierdes el tiempo, sino que muchas veces ensucias hasta lo que valía la pena. Déjalo, pues; pero de nuevo: ¿quién ha recibido el permiso para abandonar los libros, o para leerlos salteado, o para aburrirnos de ellos? Autorizarse a dejar un libro es un arduo proceso de post-canonización, casi solo reservado para los dioses y los outsiders. Aguántatelo, es lo que nos llega por todos lados; incluso, en tu aguante se pone a prueba tu verdadera condición lectora.

Lector que se precie debe acabar con sus libros, y atesorarlos… Y nadie voltea a esos muy malos escritores que hacen libros de 200 páginas –o de 300 o de 400 o más- porque si no tiene un cierto grosor su producción corre el ignominioso riesgo de no acabar siendo libro. Entonces rellena y nos harta y se pierde y nos deja con deudas. Luego la exigencia nos queda a los lectores. (Esto que digo aplica igualito a los libros escolares, solo que con un grado de gravedad sustancialmente mayor y un daño social elevado a la enésima potencia.)

A ciencia cierta, también voy notando que la literatura se alarga de más. ¿Será por eso que esos best-sellers todos iguales del tipo novela histórica o novela documentada siempre orillan las mil páginas? Sospecho que el género prevé también esas magnitudes; si quiere ser novela histórica debe traer al menos 50 por ciento de cantinela histórica, mucho mejor aún si incluye datología chismosa y sensacionalista; luce más serio y espeso, demuestra que no se ha escrito de la noche a la mañana. Creo que los libros en general conviven mal con el punto y aparte; todo para ellos es siempre y seguido. No se soportan los libros cortos; casi nadie edita los de menos de 100 páginas. Extenuar al lector es parte del modelo. Y luego obligarlo a leer. (¿Les resuena todo esto en la escuela?) Poner al lector en asimetría del autor y por debajo es la movida esencial; gran maniobra de clase.

Pero leer es un gran verbo. Sabe salir airoso de todas estas atmósferas y recuperar su carisma siempre. Reaparece por fuera de la academia y la erudición y rebrota desde los espacios sociales más insospechados. Se camufla, se contornea y se flexibiliza para poder ser lectura aún separado de los tótems y los rituales que lo han secuestrado. Hay lectura fuera de los libros, de la academia, de la escuela y las clases de literatura o lenguaje; hay lectura interrumpida, crítica, harta, salteada y lectura totalmente interesada; hay lectura en voz alta; hay lectura para escribir y hay muy buenas lecturas de lo escrito; hay lectura íntima y secreta.

Hay mucha más lectura voluntaria que lectura obligada, aunque sigan obligándonos; y por supuesto hay mucha menos lectura de la que podría haber si nos dejaran un poco de joder. Leer es como respirar y como algunas otras acciones esenciales a las que no le sienta bien la obligación; no da resultados y les mata el alma. No se puede –ni se debe- obligar a gozar, como tampoco a amar. Déjennos explorar nuestros propios goces, ¿no?

Como para todo lo demás, también leer es leer para algo. No hay leer en sí; es impostación, gesto vacío para impresionar a alguien o a ti mismo. Es un onanismo que no recomiendo. La lectura que sirve es la que nos traslada a otra instancia que la trasciende y que nos llevó a leer. Leer es una estación en el viaje. La lectura, como la erudición, si no progresan a alguna producción se hacen tóxicas y acaban intoxicando al sujeto.

La lectura debe respirar hacia otra cosa; a escribir, a pensar y a crear, por ejemplo. La lectura no es una intencionalidad; debe haber una intencionalidad previa –un proyecto- que nos llevó a esa lectura y que luego sigue a partir de ella. No es fin. No leemos porque sea genial, sino porque nos es útil para ser quiénes queremos ser.

Por eso digo que la lectura está mal ubicada en la escuela. Porque la escuela la concibe como fin y no se da cuenta de que lo que debemos hacer es ponerla como medio de un proceso (que es la construcción de proyectos) que –dicho sea de paso- la escuela tampoco está sabiendo llevar adelante.

Leer –también- es una destreza. No hablo de comprender (que es otra y sobre la que tengo muchas dudas tal como la trabajamos hoy), sino de la técnica y la constancia de la lectura. Exige técnica y exige entrenamiento. Hay que saber leer para que la lectura pueda ser un pilar en tu vida; y para saber leer debes prepararte. Faltan cursos de eso porque creemos que esta dimensión técnico-mecánica de la lectura es trivial, pero yo creo que no lo es. Es esencial, aunque no sea final. Es condición necesaria, aunque no sea suficiente. Neymar también –aunque no quiera y lo deteste- trota todos los días y hace sus mil abdominales; si no, no sería Neymar.

Una daga en el problema

martes, febrero 16th, 2016
El libro está escrito como si la narración no existiera o como si fuera fácil o como si fuera una cuestión menor. Nunca vi un libro de texto que se propusiera capturarnos, antes de llevarnos. Foto: Shutterstock

El libro está escrito como si la narración no existiera o como si fuera fácil o como si fuera una cuestión menor. Nunca vi un libro de texto que se propusiera capturarnos, antes de llevarnos. Foto: Shutterstock

Así como –quiérase o no- todo lo escrito es escritura, todo lo narrado es necesariamente narración. El problema es que las hay demasiado malas. En esta nota me interesa trabajar sobre aquellas narraciones que hacen como que no narran, que se desinteresan –como si se pudiera y como si valiera la pena- del arte narrativo o, tal vez, hasta lo denostan. Me vienen a la mente muchos ejemplos, pero podríamos dedicarnos a dos que convergen en mis publicaciones: las publicaciones de opinión en los medios de comunicación y los libros didácticos.

En ambos casos, pareciera como que no importara o diera lo mismo narrar bien que hacerlo mal.

Sin nudo narrativo no hay motor; y sin motor, todo da lo mismo. La historia que se está contando siempre es soberana, se hable de lo que se hable; toda decisión debe priorizar la trama antes que cualquier otra cosa. No hay manera de desenvolver nada sin una trama narrativa que le de sentido. Todos, todo el tiempo, contamos historias y a todos, todo el tiempo, nos encanta que nos cuenten historias. Ley de vida; estética basal; proceso emocional esencial.

Una narrativa bien armada me tiene que atrapar y luego llevarme a donde haya que ir. No puede pretender que yo vaya si no se ha dedicado a llevarme; no puede sospechar que me interesa si no se ha dedicado a captarme. A nadie le importan las cosas porque sí; nos importan las cosas que por alguna razón se nos han vuelto importantes. Esa importancia de las cosas es el núcleo de la narración. Lo que hace algo importante para uno es el deseo que me genera, la angustia productiva que moviliza en mi.

Hace unos días me topé con un ejemplo límpido y eficaz de trabajo narrativo. Unos tipos que se encontraron con una historia que no estaba funcionando y la desmontaron para repararla y volver a montarla. Y funcionó. Hicieron un trabajo fantástico, como si fueran mecánicos, pero eran narradores. Diagnosticaron lo que se estaba contando e identificaron los puntos donde todo aquel flujo se trababa, donde aquella corriente narrativa tenía fugas de sentido. Y la repararon.

“Nuestra primera tarea fue arreglar la historia”, dice el director de aquello al abrir el capítulo de su libro donde cuenta todo esto. “El principal problema de la historia –dice John- era que se trataba de la saga de una fuga con un enredo previsible y no muy emocional. (…) Para que la cosa funcionase los espectadores/lectores debían creer que la disyuntiva que enfrentaba el personaje era real”.

Y el dilema hasta ese momento era apenas un falso dilema para el público, porque el contexto de la historia hacía prever muy fácilmente la solución del conflicto. No había genuino nudo dramático. Todos ya sabían qué pasaría al final.

El personaje es Woody; la historia, Toy Story 2. Y la primera reparación que hicieron los mecánicos narrativos fue introducir en el inicio de la historia un segundo personaje –que hasta ese momento era solo referencial- llamado Wheezy –un pingüino- que pone ante Woody su problema como un verdadero problema sin solución simple; es la bisagra que le confiere el espesor faltante y la complejidad necesaria al nudo dramático. Él mismo padece la misma situación dramática de Woody y desde hace más tiempo, por eso es verosímil.

El dilema es ser juguete amado y luego olvidado por el niño que crece o ser juguete de colección, inmaculado, eterno e inerte. ¿Podrá Woody quedarse con quien ama, aun sabiendo que será descartado, o debe huir hacia un mundo en el que podrá ser mimado para siempre, aunque sin el amor para el que fue creado? Esta era una verdadera situación problemática; una intriga; una pregunta real.

La historia ha sido rescatada. Los mecánicos habían acuñado la frase “¿Tu elegirías vivir para siempre sin amor?” Cuando alguien pueda sentir angustia ante la pregunta habrá, entonces, narración. Y a partir de esa “reparación”, Pixar se relanzó a toda máquina a reelaborar el film que acabó teniendo el impacto cinematográfico que sabemos que tuvo. Quien cuenta la historia es Ed Catmull, su CEO, en su libro Creatividad S.A.

Narrar –decíamos- es un arte, y un arte mayor. Dominar sus reglas y desenvolverse en su interior es una habilidad fundamental. Creo que el ejemplo muestra su doble cara: por un lado su carácter esencial, sin el cual ninguna otra cualidad importa demasiado (efectos especiales; perfil de los personajes; marketing de lanzamiento; documentación; etc.) y por otro lado nos muestra también que es un trabajo, que tiene su mecánica, sus núcleos, que no es apenas una suerte ni tampoco una intuición repentina. Que las historias se arman -quiero decir- y que no es lo mismo cualquier pieza en cualquier lugar ni tampoco es lo mismo todo.

Muchas veces hemos discutido estos temas (con demasiada superficialidad, debo confesar) en relación a los libros didácticos y al registro expositivo escolar en general, que incluye también las clases de los profesores. Por allí nadie narra nada; a nadie parece importarle narrar nada; hay un cierto desdén por la narración, incluso; nadie se desafía con eso ni se luce con eso.

El libro está escrito como si la narración no existiera o como si fuera fácil o como si fuera una cuestión menor. Nunca vi un libro de texto que se propusiera capturarnos, antes de llevarnos. Se cree serio porque no lo hace y se olvida que acaba siendo inútil por no haberlo hecho. Confía demasiado en que todos estamos obligados a leerlo y estudiarlo, y entonces cree que con informarnos alcanza. Pero no. Presume una objetividad que solo me genera resquemores. Y deja la narración para los libritos de literatura, que para eso están. Y a veces ni la literatura nos salva –dicho sea de paso.

Pero lo cierto es que un libro de texto es como Toy Story 2 antes de que la arreglaran: una historia plana, sin causa y sin tensión dramática; nada nos lleva a nada. Nadie va al cine por una cosa así; ¿por qué abríamos de interesarnos por el capitulo de historia medieval del libro de 2do año, entonces? No acepto que los libros educativos ignoren o desdeñen la narrativa; sus nuevas generaciones tendrán que hacer algo con todo eso.

Yo sé que si se interesaran habría demasiada gente que se quedaría sin trabajo, pero no me importa, porque me importan más los demasiados niños que hoy se quedan sin estudio por esa ineptitud o esa terquedad. Narrar, antes que nada; después que vengan los problemas didácticos, de fuentes, de veracidades, de currículos, de estereotipos y de todo lo demás.

Y lo mismo pasa con las clases que dan los profesores. Ellos se olvidan de contar historias y van directo a lo que creen que importa y que en rigor no vale para nada si no se inserta en una esquema que le dé sentido –que eso mismo es una historia. Quieren suplir muchas veces la intriga por la simpatía, como si con eso bastara; o con el rigor, que es más inútil aún; o con el falso rigor, que ofende. No nos interesa que nos informen, si no nos capturan.

Creo que no les importa, pero también creo que no saben; y es lógico que no sepan, porque narrar es un arte mayor que se aprende con mucho esfuerzo y una carga importante de talento. (Pensemos en aquellos mecánicos de Pixar, a los que la misma Cía. llamaba “Banco de Cerebros”).

Hay muchos ejes clave para redefinir los modelos educativos que hoy tenemos, pero si tuviera que elegir uno primordial, empezaría por éste: que entre la premisa narrativa al modelo educativo y se imponga por sobre cualquier otra; que las escuelas pasen a ser antes que nada tramas de historias cruzadas circulando, rodando de aquí para allá, poniéndose en careo, complementándose, uniéndose o perdiéndose. Que se impongan las narraciones y las tensiones dramáticas atraviesen de cabo a rabo los procesos didácticos.

También hice referencia al inicio a las publicaciones como ésta. Creo que cometemos el mismo error y que –muchas veces- solemos tener los mismos desdenes.

Claros y oscuros de la creación

martes, febrero 2nd, 2016
La creatividad no adviene cuando las constricciones desaparecen. Cándidamente liberados de los condicionamientos, no devenimos creativos, devenimos repetidos. Foto: Shutterstock

La creatividad no adviene cuando las constricciones desaparecen. Cándidamente liberados de los condicionamientos, no devenimos creativos, devenimos repetidos. Foto: Shutterstock

La creatividad no es una fiesta. Es una conducta, una sostenida ética. No depende de que te sueltes nada, sino más bien de que te aprietes de una buena vez. No es un rapto, es un sistema. No aparece de pronto en cualquiera, sino que se construye trabajosamente en algunos. No es eminentemente genética –aunque algo pueda haber-, es sustancialmente simbólica. No depende de la conformación del creativo, sino de sus constitución; es el software, no el hardware de las personas. No puede existir –como casi nada-, si no estás bien alimentado; bien alimentado también de estímulos, es decir, de vida cultural abierta e intensa.

La creatividad -como la genialidad- no es un acto único en una persona cualquiera; es una consecuencia casi necesaria de unas personas particularmente desarrolladas, creativas y geniales. No se define por lo creado, sino por el creador. No digo que los geniales sean los elegidos; digo que los geniales son los que lo han conseguido. No alcanza con intentarlo; no nos cae en suerte; suele costar la vida entera. El creativo ha invertido mucho más que Bill Gates.

El mito del niño prodigio nos confunde, nos atrofia éticamente y es esencialmente falso, aún con excepciones. No se nace, se hace. Messi es un millón de veces mejor que yo jugando al futbol, pero tiene miles de horas más de esfuerzo y trabajo con la pelota que yo; lo mismo Borges con las letras y Picasso con los trazos. Nadie será Einstein apenas por vivir la vida de entrega y esfuerzo y foco y obsesión e ilusión y tesón de Einstein, pero no hay ni habrá Einstein posible sin esa vida de entrega… A Tarantino no se le ocurren las historias durmiendo ni Lasseter guiona en trance. Los dos trabajan más de lo que te imaginas y desechan más de lo que podamos pensar. Aún la intuición se trabaja por medio de arduos entrenamientos y test difíciles.

La creatividad no adviene cuando las constricciones desaparecen. Cándidamente liberados de los condicionamientos, no devenimos creativos, devenimos repetidos. La falta de impedimentos no garantiza la producción. Si no, todos los Duques serían Nobeles. Los ambientes creativos deben ser sistemas activos de construcción de estímulos y caminos; necesitan ser atmósferas intensas, tensas, calientes, apretadas y densas.

Si nos dejan, nada vendrá; necesitamos de ayuda, de guía y de retos. La vida del creativo suele ser tormentosa y ardua. No idealicemos. El genio fracasa mucho más de lo que acierta; y en general no siente que acierta ni cuando acierta; pone punto y aparte y va por lo que sigue. Nunca llega; lo suyo es buscar; y si siente que llega, en general se atrofia. Se realiza en el proceso y se justifica en el proceso. El Walter Bénjamin más preclaro se suicidó y con Van Gogh ya todos sabemos. Cuesta mucho trabajo innovar, quiero decir.

Las invenciones son partos, no adopciones. Lo que está por venir no existe y sorprende. Donde no cabe ya más nada, tu fundas un nuevo espacio. Y las reacciones suelen ser negativas, antes que cualquier otra cosa. ¿Y tú qué?; ¿y por qué?; ¿y para qué?; ¿y tienes pruebas?… Incomoda lo nuevo. Desestabiliza. Desestabiliza porque surge en el seno de lo establecido y desbanca los latifundios conceptuales; redefine los mapas políticos.

Las creaciones la tienen difícil porque ocupan espacio en este mundo, no en otro. Si fueran en el otro mundo, sería más fácil e inmensamente menos significativo. Cada vez que algo se inventa, con algo se está acabando. Es guerra. Todo ocurre en una trama dicotómica de tensiones binarias. Apenas Borges fue genial, la turba realista perdió sentido. Cuando Copérnico, entonces Ptolomeo… Siempre es así.

La creación es política y tiene costos políticos. Redistribuye lo que gobierna, es decir, tiene poder. Reescribe y define de nuevo las matrices de valor y sentido. Es como de locos, pero es así: cada tanto al mundo lo sustituimos por otro, y seguimos para adelante pero ya nada es igual. Hubo un crack; algunos avanzados que nos trazan otros caminos. Y corre sangre, sea en el terreno que sea.

Digo todo esto porque no nos ayuda ese aura ingenuo, cándido, naif y leve que acompaña a la creatividad y la tiene como secuestrada. Parece cosas de niños, de locos y de marginales en general; parece proceso de desintelectualización y ausencia total de cálculo y sistema; parece revelación del que está vacío y no realización del que está obsesionado; parece juego y parece fácil y no lo es. Ni debemos dejar que lo parezca. La perjudica esa careta púber.

A los innovadores tu los notas enseguida. No son los que dicen que lo son; son otros. En general no ostentan. ¡Presta atención! Mírales el seño, suelen estar fruncidos. Están profundizando, siempre. Pregúntales algo que no les interese, te parecerán idiotas; háblales de lo que les obsesiona y ya me contarás.

Pídeles que se apuren y te mandarán a la mierda. Trata de dominarlos… Notarás –si lo observas más agudamente- que no están conectados con todo; tienen una cierta lógica económica que los lleva a ocupar sus capacidades con las cosas que alimentan sus intencionalidades; tienden a no ocupar casi nada –ni la memoria ni los bolsillos- con lo que consideran superfluo, sea dinero o sea la lista del supermercado. Son concentrados y tienden a la concentración; siempre corren el riesgo de saturarse y muchos de ellos se saturan.

La creatividad muchas veces nos parece espontánea y nos confunde a todos. Parece tan leve, tan tiernamente fluida y etérea que nos da a entender que para lograrla nadie ha transpirado, ni sufrido, ni fracasado, ni errado, ni se le ha caído alguna lágrima luego de reír a carcajadas por varios minutos sin saber por qué; adopta la forma del don, cuando en realidad es una construcción. No sé por qué es así, pero la innovación se obstina en contarnos una falsa historia de solturas, transparencias, inspiraciones súbitas y revelaciones místicas.

No sé tampoco por qué lo hace. Sería más útil si nos avisara que por detrás ella tiene tiempos, sistematizaciones, rutinas, éticas, actitudes y atmósferas complejas, inestables, difíciles de implantar y dificilísimas de mantener; que no adviene si no se da un conjunto de conexiones improbables y de tiempos sincronizados; que no trae alegría de inmediato y que no es el placer el sentimiento predominante; que cuesta mucho tanto en el tiempo como en la toma de posición. Pero no. ¿Será que sabe que si no lo aprendemos por nosotros mismos las cosas no funcionarán? ¿Será que intuye que descubrirlo ya es un gran primer paso para lograrlo?

Antes era el “jogo bonito” y ahora se lo llama “tiki-taka”, pero es lo mismo: una manera de jugar al futbol que hace culto del dominio, elogio de la técnica y pone la estética antes que el resultado y aún así -o tal vez por eso- incluso acaba ganando. Es una manera que parece que proviniera de la libertad total y un poco de la ingenuidad (Garrincha fue el ícono), y cada día más nos enteramos de que muy por el contrario, es hija de un rigor incluso exagerado, de una obsesión casi enfermiza y de una intensidad poco compatible con la vida. “En dos o tres años ya has hecho todo lo que es posible.

En poco tiempo se agotan los mensajes a los jugadores. Son los ciclos. Llega la hora de construir nuevos enemigos”, declaraba hace unos días Pep Guardiola yéndose al Manchester City. La creatividad no se aguanta; la genialidad no es sustentable. El deseo también mata, como nos enseñaban en psicoanálisis.

La creatividad no es una fiesta, felizmente. No se arregla con alcohol ni otros brebajes del estilo; no obliga al sexo casual. Pero sí es la sistematización de una trasgresión conceptual. Es el elogio sostenido de la contracara. Es una conquista ardua; una tarea trabajosa, y encomiable.

Por eso si por acaso en tu vida o en tu trabajo la creatividad o la innovación andan por ahí, por favor préstales atención. No dejes que te vendan las falsas ni te dejes conformar sin las verdaderas. Concéntrate y búscalas. Yo estoy haciendo lo mismo.