LE PUSE LAIKA

Cuando la perrita blanca se dejó tocar por primera vez, decidí ponerle nombre, aunque hay quien recomendaría no hacerlo: si los nombras empiezas a amarlos. Foto: Especial

Cuando la perrita blanca se dejó tocar por primera vez, decidí ponerle nombre, aunque hay quien recomendaría no hacerlo: si los nombras empiezas a amarlos. Foto: Especial

Nunca pensaron traerte de vuelta, pequeña. Vivías abandonada en las calles soviéticas, y un día te rescataron, te alimentaron, te tocaron con cariño por primera vez y dejaste de sentir frío. Volviste a creer en los humanos y hiciste todo lo que estuvo en tus capacidades para complacerlos y no volver a las calles. Como una buena perrita. Pero nunca pensaron traerte de vuelta y no volviste a las calles: orbitaste, viste lo que todos querían ver y a ti no te importaba en absoluto. Habrías dado lo que fuera por volver a ver alguna de las caras amigas de tus entrenadores, de los que te prepararon para abordar el Sputnik 2 y morir en el espacio exterior para que los humanos supiéramos algo más. Porque tenemos que conocerlo todo, conquistarlo todo, borrarnos la magia y las preguntas y que orbite quien tenga que orbitar.

Tom, el astronauta de Space Oddity, sí iba a volver. Tenía una esposa y una vida en la Tierra. Tenía un entrenamiento valioso, una carrera y no era un humano callejero. A él sí que planeaban traerlo de vuelta, y en vez le tocó esperar la muerte con una ultraconciencia que no se le desea a nadie. Se despidió de su mujer y de la Tierra, a lo muy lejos, haciendo presumiblemente lo que amaba y sabiendo cuándo y cómo terminaría su existencia.

Con esa ultranconcienca grabó David Bowie Blackstar, su disco final. “Su muerte fue como su vida: una obra de arte”, dijo el productor de ese y muchos otros discos de Bowie, Tony Visconti. Dejó un réquiem siniestro y magistral y se fue como su Mayor Tom, haciendo lo que más le gustaba y, terriblemente, sabiendo cómo y cuándo dejaría de hacerlo. El nivel de angustia presente en los videos de Lazarus y Blackstar es casi insoportable y oprime el corazón no sólo de los fanáticos aguerridos del músico, sino de cualquier persona que se deje conmover, que comprenda que se trata de un moribundo cantando acerca de morir, cantando camino a la silla eléctrica, cantando mientras su cápsula se desprende de la nave principal y comprende que no hay vuelta atrás.

El día que murió Bowie me tocó ir a recogerla. Vivía en un terreno lleno de basura, estaba infestada de pulgas, por fuera, y de bichos, por dentro, y su “dueño” a veces le lanzaba restos de comida y otras veces latas vacías de cerveza. Tenía una herida profunda en el cuello: quizá de la pelea con algún otro perro por asegurarse algo de alimento. Su “dueño”, luego, se fue. Dicen que tras un dolor excesivo, los animales, incapaces de elegir su muerte, eligen rendirse, y se ocultan en algún hueco esperando que se acabe el oxígeno de la cabina espacial, esperando que el cáncer lo contamine todo, esperando lo que saben que viene con esa ultraconciencia que nadie merece. Muchos perros, abandonados por sus antiguas familias, se niegan a comer, fieles a su anterior estado de moribundos, y eligen un lento suicidio. Se dice entonces que murieron de tristeza.

Así estabas tú, criaturita de pelos de alambre, orejas de Yoda y ojos agachones. Orbitando, despidiéndote quizá del miserable que te abandonó, o mirando por la ventana como hacen los que siguen esperando, atenta a cualquier señal de que volverían por ti, o de que tú volverías a la Tierra, a la estación en que te entrenaron, al lugar en que conociste algo de calor. Te negaste a comer por varios días, te negaste a entrar y mirabas, enfrentándote a los aires gélidos de estos días, al horizonte. Al espacio exterior. O al espacio interior, lleno de un amor mal correspondido porque nunca pensaron traerte de vuelta. A ti tampoco.

A veces esa ultraconciencia nos roza y se nos contagia. Y se nos entierra como los colmillos de un millón de garrapatas, de sanguijuelas hambrientas. A veces para curarse la herida de adentro es necesario curar la de alguien más, y uno sale a buscar heridas. Y aparecen, como grietas en el suelo. Y las metes a tu coche y no quieren que las toques y siguen queriendo morirse y crees que tu herida se hará más profunda y que nada se habrá redimido. Que todos seguirán orbitando, sabiendo cómo y cuándo. Quieres traerlos de vuelta, a los dos, darle a ese astronauta la alegría de la muerte inesperada. Quieres traerla a ella, decirle que su rescate de las calles no fue en vano, que sí hay quien la extraña, que no hizo nada malo. Que hay quien prefiere traerla de vuelta aun a costa de ignorar lo que hay más allá de las estrellas.

Cuando la perrita blanca se dejó tocar por primera vez, decidí ponerle nombre, aunque hay quien recomendaría no hacerlo: si los nombras empiezas a amarlos. Eso pasa con los personajes, con los animales y hasta con los muñecos de peluche, para algunas personas extrañas. Y yo no soy muy buena acorazándome el corazón. Que sobreviva primero y luego la nombras. No la ames todavía. Pero la amaba ya. Si los animales no pueden elegir morirse, quizá tampoco sean ellos los que elijan vivir. La traería de vuelta, costara lo que costara y sabiendo, además, que si volvía de órbita no sería mía, sino de alguien más. Un día comió de mi mano: había encontrado la nave. Le puse Laika.

8 Responses to “LE PUSE LAIKA”

  1. LIC:. dice:

    SIMPLEMENTE Y LLANAMENTE: HERMOSO.
    GRACIAS POR ESCRIBIR, LORENA.
    – LIC:.

  2. Agustin espinosa dice:

    Mil gracias x ese hermos corazón animalero qe tienes!!

  3. Roberto dice:

    Yo tengo tres, también rescatados. Chimm, Chaí y Chito, son lo mejor de mis dias.
    Tu relato obliga a reflexionar. Feliz fin de semana.

  4. Luis Castellot dice:

    Que inspiración del magistral David Bowie, mira que hacerle un tributo a la perrita Laika, quién viajo al espacio sideral en el cohete Sputnik en el año de 1957.

    Esta canción, es un triubuto para la perrita Laika y para todos los perritos que tenían dueño y que fueron abandonados por éste. Y también para los perritos que vivían en la calle y encontraron un hogar y una familia que les brindó su amor.

    Etupendo artículo

  5. Edith Lara dice:

    También hay una canción de Mecano sobre Laika, que bueno recordarla. Felcitaciones por el articulo.

  6. Roberto Aguilar dice:

    Me recordó al perro de Philip J. fry de Futurama cuando él se congela para la posteridad y el canino lo espera toda su vida. Muy triste y hermoso a la vez.

  7. julio cesar dice:

    una redaccion llena de sentimiento e inspiracion me lleno de un gran sentimiento de nostalgia y tristeza a la vez

  8. Yannetta dice:

    ¡Hermoso! Y hermosa Laika 🙂

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