Artistas en su taller | Agustín Santoyo, psicodelia de las calles a la pared familiar

Entre ondas psicodélicas, míticas y bestiales, Agustín Santoyo abre las puertas de “La Pajarera”, un espacio donde los colores gobiernan y ojos, corazones anatómicos, animales, rombos y líneas repetidas sin sentido terrenal dan vida a un spot en la San Miguel Chapultepec, de la CdMx.

Agustín Santoyo, procedente de Cuernavaca, Morelos. Foto: Fernanda Ballesteros

Agustín Santoyo, procedente de Cuernavaca, Morelos. Foto: Fernanda Ballesteros

Por Fernanda Ballesteros

Ciudad de México, 12 de marzo (SinEmbargo).- Desde antes de los primeros rayos de luz, Agustín sube al taller construido por él mismo arriba de su departamento y suelta sus manos al arte tras un mural de pájaros como entrada y ventanales con vista de los edificios de Reforma.

La bebé recién nacida empieza el día antes que él y Anna, la esposa catalana, tampoco se tiene que mover lejos del nido para trabajar. Como psicoterapeuta, actriz y dramaturga, tiene sus sesiones con clientes o compañeros de trabajo ahí mismo, en la sala de “La Pajarera”.

Todo está cubierto por el pincel de Agustín: la cocina, la sala, el baño, el comedor, las sillas y la mesa donde parlotean Diego Rivera y Jimi Hendrix bajo efectos visuales de Santoyo. Esta mesa fue la misma de la juventud y fue parte de un conjunto de obras durante el periodo de divorcio de sus padres, cuando él se zambulló en el tema de los árboles genealógicos y el origen en sí y lo expuso en la Ciudad de México, en Cuernavaca y en Hermosillo.

Su hogar es también su estudio. Foto: Fernanda Ballesteros

Su hogar es también su estudio. Foto: Fernanda Ballesteros

Intervenir objetos es parte de la afición de Santoyo, darle significado a algo destinado a la basura como la mesa de su juventud (la recuperó el mismo día que su mamá la había desechado) y ahora la convirtió en el comedor de la infancia de su hija. Pasea por bazares en cada ciudad nueva o vieja que pise para encontrar objetos y darles alma.

Estudió en el Centro Morelense de las Artes, dejó rastro de sus ondas psicodélicas por el desierto de Sonora, pintó pianos en La Quiñonera en Coyoacán, intervino un ático en el barrio de la Barceloneta, en Cataluña, un bar en Playa del Carmen y anduvo de nómada rescatando objetos muertos para regalarles espíritu. Al final fueron ocho países donde experimentó y lo plasmó en su última muestra con el tema de “Sueños húmedos de una bestia sagrada”.

De 31 años, lleva ocho exposiciones individuales y 15 colectivas en México y en el extranjero. Fue dos veces becado por el Fondo de Estímulos a la Creación Artística (Foeca) y hay ilustraciones suyas en cuentos náhuatl y populares, porque su arte mismo está inspirado en la cultura popular: artesanía y textiles tradicionales.

Él mismo construyó y acondicionó su taller. Foto: Fernanda Ballesteros

Él mismo construyó y acondicionó su taller. Foto: Fernanda Ballesteros

¿Inspiración? Ama los desiertos. Sonora y Jordania los vivió como lugares llenos de energía por ser viejos, por haber sido mares, por sus rocas, por su vegetación particular, porque de un arbusto de Petra al frotarlo sale jabón frente a montañas rojas y moradas y el mar de Cortés decora dunas altas y casi blancas en Sonora.

Su pincel no para. Donde hay blanco, hay lugar para sus creaciones. Ahora está preparando un showroom en “La Pajarera” el 12 de marzo donde mostrará su nido en su máximo esplendor, con murales nuevos quizás con infusiones de su nueva etapa como padre de familia.

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