Posts Tagged ‘Sismaí Guerrero Osorno’

PROSA | “Alguien me dijo que aceptar las cosas a medias es hacerse amigo del fracaso”

sábado, marzo 28th, 2020

A estas alturas de nuestras vidas y después de todo lo que hemos pasado, creo que ya nunca volverás. Pero más seguro estoy de que si vuelves a aparecer en mi vida, con toda la tristeza que puede acumularse entre mis “para siempre” imaginarios y tus “nunca” definitivos, que ya no tengo amor para confiar en ti y no me quedan ganas de creerte.

Ciudad de México, 28 de marzo (SinEmbargo).- A estas alturas de nuestras vidas y después de todo lo que hemos pasado, creo que ya nunca volverás. Alguna vez un amigo me dijo que aceptar las cosas a medias es hacerse amigo del fracaso. Y estoy seguro de que hoy me pediría dejar de mantener la esperanza en una mentira. Me sugeriría soltar esa ilusión para poder mirar de frente a la realidad.

Estoy consciente de que yo tengo la culpa y que en mi afán de tenerte cerca, he visto tu rostro en el de muchas otras. Incluso las he amado como si de ti se tratase. Vivo anclado a un “para siempre” inventado, que navega cada vez más a prisa hacia ese “nunca” que se vuelve eterno.

De cualquier forma, creo que debes saber que lo intenté. Que con el pretexto del amor a primera vista, he ido tras mujeres que no tienen ni la mitad de las sobras que tú me regalabas. He solventado borracheras de quienes sólo ofrecen compañía, escrito poemas a mujeres ciegas y sordas. He besado a casadas sólo para lamer las orillas del compromiso. Te imagino vestida de blanco para iluminar la oscuridad de tu ausencia.

He obsequiado chocolates y ramos de flores, soy capaz de recordar fechas importantes, he nombrado constelaciones mientras acaricio una mano, me he convencido que ahí, donde sólo existe nubes, hay un montón de figuras idiotas. He viajado en tren dormido en el hombro de otra, la misma que hizo que se me quitara el miedo cuando viajamos en avión. He seguido rutas desconocidas con la ilusión de no volver a caer en tu precipicio.

No tienes ni idea de cuántas noches he soñado con otro encuentro casual, cuántos amaneceres he odiado por no tenerte a mi lado. No sabes cuánta culpa tienes del daño que le he hecho a mi hígado y a mis pulmones. No sabes cuántas vueltas he dado en el colchón antes de dormir, todas en tu nombre. Ojalá supieras cuánto esperma he derramado en dirección opuesta a la de tu existencia.

He prometido cosas que sólo podría cumplirte a ti. He cometido los mismos errores que cometería contigo. Me he dirigido a ti por otros nombres. He obligado a mi mundo girar alrededor de otras caderas. He sufrido por otras ausencias. He librado guerras entre otras piernas y he conseguido la paz en otros labios.

Hay ocasiones en las que podría apostar que he dejado de extrañarte y he podido ser feliz sin estar a tu lado diciéndole a otros oídos cuánto tiempo he esperado para tenerlos, como si tú por fin hubieras caído entre mis brazos. Luego recapacito y estoy seguro que eso nunca fue cierto, que lo único que sucede es que estoy solo y tú con el hombre equivocado.

A estas alturas de nuestras vidas y después de todo lo que hemos pasado, creo que ya nunca volverás. Pero más seguro estoy de que si vuelves a aparecer en mi vida, con toda la tristeza que puede acumularse entre mis “para siempre” imaginarios y tus “nunca” definitivos, que ya no tengo amor para confiar en ti y no me quedan ganas de creerte.

PROSA | “Volví a oír el mar en sus latidos, hacer malabares con sus piernas y hospedarme en su espalda”

sábado, marzo 21st, 2020

Nuevamente combiné el sexo con el amor, sus fluidos con mi saliva, la mariguana con su piel. Sus labios fueron el obstáculo con el que volví a tropezar. Su boca es un helado de limón, a las 3 de la tarde del día más caluroso de mayo.

Ciudad de México, 21 de marzo (SinEmbargo).- Nuevamente he caído en el mundo de las drogas y he realizado una combinación peligrosa. He mezclado sus caricias con mis besos y sus dedos se han entrelazado con los míos. Ella ha vuelto a imponerme su religión y me ha puesto de rodillas durante una hora frente a un Dios en el que no creo, pero al cual le rezo fervientemente.

Sus labios fueron el obstáculo con el que volví a tropezar. Su boca es un helado de limón, a las 3 de la tarde del día más caluroso de mayo, en el que no existen más nubes que la parte blanca de sus ojos.

Volví a amar, volví a amarla. Volví a amarme.

No recuerdo cuándo fue la última vez que miré hacia mi interior. Pero estoy seguro de que necesito escoba y recogedor. O tal vez me baste un soplo de su aliento para acabar con todo el polvo que me cubre las entrañas.

Ese aliento que se transmite a través de los besos que se dan durante los recesos de la escuela o en la oscuridad de las salas de cine o en los aeropuertos durante una despedida. En alguno de esos besos que nacen en su boca y mueren en la mía para resucitarme.

Nuevamente combiné el sexo con el amor, sus fluidos con mi saliva, la mariguana con su piel. Volví a encontrarme dentro de su ombligo, a escuchar el mar en sus latidos, a hacer malabares con sus piernas, a hospedarme en su espalda con el cuerpo inundado de deseo.

Nuevamente estoy enamorado, la noto enamorada y, siendo sincero, nunca me había sentido tan vivo.

PROSA | “A mi edad, lo mejor es entregarme al vértigo. Perderme en ese abismo llamado amor”

sábado, febrero 15th, 2020

La última vez que confié en alguien, tenía 18 años, y una década ha transcurrido desde entonces. Mantener la esperanza en alguien, es un acto digno de un faquir. Tener fe, es sólo un truco de magia fallido. El destino, un diario vacío.

Insisto en que deberías alejarte. No dejes que el amor te agarre desprevenida y te ataque por la espalda. Si yo pudiera alejarme de mí mismo, sin duda también lo haría. Desaparece como el sol en el ocaso. No te despidas, sólo hazlo.

Ciudad de México, 15 de febrero (SinEmbargo).- Estoy seguro de que no soy el mejor tipo que has conocido y que, probablemente, no soy ni la mitad de bueno de aquellos que te faltan por conocer. No tengo una carrera terminada y tartamudeo frente a cualquiera que me sostenga firme la mirada. Mi depresión es más aguda los fines de semana, pero la verdad es que, de lunes a viernes también me siento así.

Sufro de ansiedad, no logro controlar mi enojo y mucho menos disimularlo. Puedo provocar el fin del mundo en 30 segundos, si me siento presionado. No soy un hombre normal, pero no sé si pueda decir que estoy loco.

De verdad, no tengo un orden en mi vida. Ni siquiera soy un hombre fiel. Cuando escucho el sonido de un par de tacones acercándose, inmediatamente comienzo a bailar con mis mejores pasos. Si un escote se atraviesa ante mis ojos, se convierte en el siguiente puerto en donde mi barco debe hacer escala. Y qué decir de cuando al viento se le antoja levantar una falda frente a mi mirada.

La última vez que confié en alguien, tenía 18 años, y una década ha transcurrido desde entonces. Mantener la esperanza en alguien, me parece un acto digno de un faquir. Tener fe, es sólo un truco de magia fallido. El destino es sólo un diario vacío que llenaré con faltas de ortografía y errores de sintaxis para culparlo por no saber guiarme.

Tal vez, si te alejas ahora, puedas encontrar en alguien todo el placer que yo no puedo darte sin infringirte dolor. Alguien, quien sea, puede hacerte promesas increíbles, de ésas que no se pueden cumplir nunca. Y podrás encomendar tus sueños a un futuro inexistente, mientras sonríes dignamente.

Cuando te miro los labios, tengo la certeza de que existen mujeres que deberían cuidar de no mostrar la sonrisa, como cuidan de no enseñar los calzones mientras usan vestidos cortos. Estoy seguro de que tus labios pueden esclavizar a cualquiera. A mi edad, lo mejor es no rebelarme y dejarme caer, porque cuando tu boca se abre lo único que veo es un acantilado en donde el vértigo te hace resbalar y perderte en ese abismo al que llamo amor. Y tú ya sabes que, para mí, el amor siempre ha tenido sabor a coño.

Insisto en que deberías alejarte. No dejes que el amor te agarre desprevenida y te ataque por la espalda, pero deja una nota en la entrada que diga que me amas, por si un día me olvido de quién soy. Si te quedas, nunca sabrás qué pienso cuando luzca tan pensativo y jamás escucharás un “yo también” cuando me digas “te amo”, porque jamás aprendí a forzar las palabras y es muy tarde para contradecir a mi vocabulario. Jamás aprenderé a pedirte que te quedes, aunque sea mi principal deseo, porque si yo pudiera alejarme de mí mismo, sin duda también lo haría. Incluso si decides que te quedarás, seguiré siendo incapaz de escribir algo decente en tu nombre, porque me harías tan feliz que no podría convertirme en poeta.

Tal vez te resulte difícil comprender que existe gente que necesita extrañar para no aburrirse. Que, para algunos, sonreír les parece un insulto; perder, se les ha hecho costumbre y seguir respirando es su berrinche favorito. Tal vez no comprendas que pertenezco a ese tipo de gente: alguien que no es capaz de volar sin drogas, alguien que siempre sube el monto de la apuesta y entrega su destino a su siguiente desequilibrio emocional. Un algo, más que un alguien.

Deberías alejarte. Retira tus caricias de mi rostro y llévalas contigo a otro destino. Arranca mi corazón y deja que se vea el hueco dentro de mi pecho, rellénalo con el cascajo que ha quedado tras el derrumbe de lo nuestro. Ignora todo eso que veías en mis ojos, no hagas caso de todo lo que mis pestañas te gritan cuando te observo, porque lo único que realmente hace felices a las personas, es la ignorancia de las cosas.

Deberías bajar por esas escaleras, haciendo sonar tus tacones negros, ésos que muchas veces te quité usando los dientes cada vez que el deseo me ponía de rodillas ante ti. Aléjate hasta dar vuelta en el final de la calle y perderte como lo hacen los autos y los demás transeúntes. Hazlo como lo hacen las madres que abandonan a sus hijos el primer día de escuela, como desaparecen las nubes durante el verano y como lo hace el Sol durante el ocaso. No te despidas, sólo hazlo. Deberías alejarte en este instante, porque sólo de ese modo podré saber si de verdad te necesito.

PROSA | “Enuncia mil promesas. Hazme aullar. Rapta mis palabras y pide un rescate que jamás pueda pagar”

sábado, febrero 1st, 2020

Háblame de viajes, de fines de semana en la cama y en la sala, de bailar hasta el amanecer. Reprocha siempre todos mis errores, no me tomes nunca de la mano. Demanda todo mi espacio y todo mi tiempo. Mata a todas mis musas.

Vuélvete protagonista de mis fantasías. Hospédate en los espejos de los baños de los bares que frecuento. Exígeme que mate dragones por tener el honor de trepar por tu cabello para poder besarte…

Ciudad de México, 1 de febrero (SinEmbargo).- Amárrame a las patas de tu cama, asegúrate de que no coma, a menos que sea de tu mano. Muéstrame algo más doloroso que el olvido. Usa los tacones del domingo, cualquier día de la semana y déjame escuchar el sonido que hacen cuando te alejas. No regreses hasta mañana y no me digas dónde estás, para que tu ausencia represente también el deseo de terminar con mi existencia.

Enuncia decenas de promesas, háblame de pagar juntos rentas e hipotecas, de viajes, de fines de semana en la cama y en la sala, de bailar hasta el amanecer, de mis dietas absurdas, de aquella fiesta de tu infancia que jamás olvidarás porque, desde que usaste aquel vestido, jamás te has sentido princesa de nuevo. Exígeme un castillo y que mate dragones por tener el honor de trepar por tu cabello para poder besarte.

Repite mil veces eso del tren que se nos está pasando, recuérdame el número en el que va esta cuenta regresiva, haz que sienta pánico de no llegar a tiempo a tu vientre. Dame una bofetada. Señálame el inicio del camino hasta tus nalgas: guíame al laberinto de pecas de tu boca hasta tu coño. Deja que me pierda hasta que me encuentre a mí mismo.

Hazme aullar mientras levantas tu falda hasta el mismo cielo y bajas tus calzones hasta el mismo infierno. Ensucia tus dedos con los orgasmos que te provoco y mételos en mi boca, como si el deseo no entendiera de anatomía. Como si mi lengua ya no tuviera un lugar favorito para lamerte o tu cuerpo no conociera la palabra “límite”.

Rapta mis palabras y pide un rescate que yo jamás pueda pagar. Mata a cada una de mis musas. A todas. Vuélvete protagonista de mis fantasías. Hospédate en los espejos de los baños de los bares que frecuento, porque sólo ahí soy capaz de sostener firme la mirada. Exige souvenirs de cada visita a mi piel. Encárgate de que mi boca no pueda pronunciar tu nombre, si no soy capaz de amarte. Que mi lengua se entorpezca cada vez que intente decir “te amo”, cuando en realidad quiera decir “te necesito”.

Domíname. Conviérteme en poeta. Lárgate sin explicación alguna y vuélvete un dolor interno que, con el paso de los días, se vuelve más intenso. Ámame profundamente y deséame para siempre. Moja mi camisa con tu perfume y encadena mis labios a tu boca, mis manos a tu espalda, que tus ojos sean estrellas fugaces que se queden atrapados para siempre en los míos.

Muerde con rabia mis pezones y deja que el dolor no sepa cuál es su destino, si doler cuando te alejas o cuando te acercas. Reprocha siempre todos mis errores, no me tomes nunca de la mano. Demanda todo mi espacio y todo mi tiempo. Entierra tus tacones en mi pecho y que cada paso que des cuando te alejes represente una nueva herida. No me quieras nunca, pero no me odies mientras aprendes a quererme.

PROSA | “La incertidumbre, unida a la esperanza, es la que vuelve loco al hombre, la mayor tortura”

sábado, enero 11th, 2020

Cuando me acerqué a la cafetera, como todas las mañanas, vi la nota: «El amor es más que sólo amarse. No hay “te amo” en el mundo que nos rescate de la costumbre. Ni besos que puedan comerse y alimentarte. Ni orgasmo tan intenso para que la felicidad se vuelva infinita. Mucha suerte y cuídate».

En el silencio de una despedida, no hay reproche que te consuele, en una huida sin huellas, no hay camino que seguir. Lo máximo que consigues es girar sobre ti mismo, como en un  juego mecánico.

Por Sismaí Guerrero Osorno

Ciudad de México, 11 de enero (SinEmbargo).- Las cosas entre nosotros estaban estancadas desde hacía algún tiempo. Ella pensaba mucho en tener un hijo y la verdad es que yo no quería compartir sus tetas con nadie. Ella todo el tiempo miraba el reloj y yo prefería no saber cuánto tiempo pasaría hasta el siguiente beso. Ella imploraba estabilidad y yo prefería seguir mirando los ojos del precipicio.

Llevábamos ocho meses juntos. Nos odiábamos lo suficiente para que el amor fuera intenso, pero nos queríamos lo suficiente para que el odio no fuera un lastre. O al menos eso pensaba yo.

Una mañana fui víctima del frío, ése que la hacía venir a mi lado para que le calentara los pies y la vida. No me alarmé cuando alargué la mano aquella mañana hasta su sitio y vi que no estaba. Tampoco no oírla por casa me preocupó en lo absoluto. Fue cuando me acerqué a la cafetera, como todas las mañanas, que fui consciente de lo que ocurría. Había un papel pequeño junto a ella, escrito con pluma azul y un pulso envidiable:

«A veces la vida es un cara o cruz. Yo lancé la moneda. Te juro que no hice trampa. Creo que conté doce giros en el aire hasta que cayó en mi mano. Me salió cara y tengo que alejarme. Imagino que ya sabes a quién le ha tocado la cruz. A menudo, el amor es más que sólo amarse. No hay “te amo” en el mundo que nos rescate de la costumbre. Ni besos que puedan comerse y alimentarte. Ni orgasmo tan intenso para que la felicidad se vuelva infinita. Mucha suerte y cuídate, Sismaí.»

Aquel día fue extraño. Me tomé el café como si aquello que hubiera acabado de leer no fuera más que un arrebato momentáneo. Me senté en el sofá y esperé su regreso. Como si fuera una broma, como si sólo se tuviera que tirar de la cuerda. Ella tiraba de su parte, si yo no hacía presión desde el otro lado se caería al suelo. Volvería con un rasguño en el orgullo que yo lamería hasta borrarlo e inmediatamente después me dejaría pasar mi lengua por donde la autoestima sube cuanto más abajo caen las bragas. Lo peor de una despedida es no hallar un portazo del cual agarrarse, uno reconoce en su intensidad la duración del regreso, o un “hasta nunca” de ésos que dejan eco, de ser posible con un insulto incorporado para que sea más demostrable que su ausencia no es más que un ataque de ego.

Al sonido del corcho saliendo de la botella, no hay forma de rebelarse. En el silencio de una despedida, no hay reproche que te consuele, en una huida sin huellas, no hay camino que seguir. Lo máximo que consigues es girar sobre ti mismo como en una puto juego mecánizo noria que olvidaron apagar. En el desamor siempre será mejor un muro intraspasable que un carrusel en medio de la nada, donde en cada vuelta que das para encontrar la razón de su marcha, vuelves a hallarte a ti mismo con la misma pregunta: «¿Por qué?». Y así, para siempre.

Había dejado aquí todas sus cosas. Su ropa, sus adornos, el color de las paredes, las macetas del balcón y a mí. No se olvidó de la cajita de música donde guardábamos unos cuantos pesos con todos nuestros planes. Es lo único que agarró antes de irse: el dinero. La cajita sigue en el mismo sitio de siempre, pero ya no suena desde entonces.

Tampoco vino al día siguiente. Ni al otro. Ni la otra semana. Ni al mes. Hace mil días que no regresa y a mí me parece que han transcurrido dos vidas: la que vivo y también la que se llevó con ella.

No ha vuelto ni tampoco ha dado una mísera señal de que sigue respirando. Ni una llamada, ni un mensaje, ni un recado con alguno de los muchos conocidos que tenemos en común. No hay nada de ella en internet. Si no fuera por las fotos y por las inoportunas preguntas de algún conocido al verme sin ella, pensaría que todo lo aluciné para ser feliz en algún momento de mi vida.

Mi única familia era ella. Me encontró por casualidad, ahogándome de nada. Luego me dejó a mí y se convirtió en nostalgia y en nada, aunque si aún vive será el todo de alguien, de eso no me cabe duda.

Me duele hablar de ella, me hiere recordarla, me mata hallar su nombre en otro rostro. No fue instinto sexual lo que me llevó a experimentar el dolor físico de aquel modo con Nadia. La realidad es que me dolía tanto el interior que tuve que castigarme por fuera para equilibrar la balanza. Ella sin saberlo dio el primer azote y yo necesité más que eso.

Quizás esté muerta. Quizás la atropelló un coche al salir de casa, descarriló el metro al no comprender su huida, se estrelló el avión por el peso de sus ilusiones. Quizás pensaba en volver, pero la muerte llegó antes. La realidad puede ser muy cruel. Aceptaría antes su muerte que el abandono y el abandono antes que la duda.

Es la incertidumbre la que vuelve loco al hombre. De eso, cada vez estoy más seguro. La incertidumbre unida a la esperanza, es la mayor tortura que existe para el ser humano, si ésta no cumple las expectativas creadas respecto a ellas.

Desde que ella se fue, yo soy todo incertidumbre, cada vez tengo menos esperanzas e imagino que también cada día que pasa, estoy un poco más loco.

PROSA | “Lo siento, amor, pero ya no. No somos, ni sentimos. No nos esperamos y tampoco nos ansiamos”

sábado, enero 4th, 2020

Quien ha cambiado, he sido yo. El silencio ya no me da miedo, tu boca no me parece más un refugio. Esta soledad ya no me sabe a fracaso. Ya no eres la protagonista de mis mejores sueños. Ya no hago piruetas para jugar con nuestros apellidos.

Ya no te busco en los conciertos, ni en las estaciones de metro por las que sé que transitas. No encuentro tu figura en el humo del porro que me estoy fumando, ni en el vapor que genera mi café. Ya no vives en las habitaciones de mi mente, ni yo me hospedo en los hoteles de tu espalda.

Por Sismaí Guerrero Osorno

Ciudad de México, 4 de enero (SinEmbargo).- De pronto apareces en forma de notificación en mi celular y me recuerdas que el año que comienza, será un año sin ti. La verdad es que me siento más viejo, pero eso es porque me ha resultado más pesada tu ausencia que mis propios años.

No sé dónde habrás dejado todas esas promesas que no cumpliste o si aún te duele escuchar mi nombre en la boca de cualquiera. No sé si aún te tiemblan los labios por la culpa de todos los lunes o si ya no hay nadie a quien pagarle esas deudas con un beso. No tengo la certeza siquiera de que sigues existiendo o si es tan sólo mi memoria la que te hace.

De este lado, todo está tal como cuando te marchaste: las calles transitadas por personas que no me interesan, canciones que insisten en nombrarte, textos con tres hielos en un vaso, nostalgias enroladas en un porro, que se consumen por el simple paso del aire. Caricias sin dirección que mendigan un espacio de piel, besos que fueron abandonados a su suerte; esa mala suerte de no encontrarnos nunca por casualidad, la mala suerte de no estar haciendo cosas indecentes bajo los cielos despejados de invierno.

Quien ha cambiado, he sido yo. El silencio ya no me da miedo, tu boca no me parece más un refugio al que decido correr asustado. No me embriago para olvidarte sino para festejar que casi lo he logrado. Y tampoco busco mi autoestima, ésa que tus ojos se llevaron, en la mirada de aquellas mujeres que insisten en mirarme.

Esta soledad ya no me sabe a fracaso. Ya no eres la protagonista de mis mejores sueños. Ya no hago piruetas para jugar con nuestros apellidos. No me duele pensar que, de nuestras raíces, nacerá un nuevo árbol genealógico.

Ya no te busco en los conciertos a los que voy, ni en las estaciones de metro por las que sé que transitas. No encuentro tu figura en el humo del porro que me estoy fumando, ni en el vapor que genera mi café. Ya no vives en las habitaciones de mi mente, ni yo me hospedo en los hoteles de tu espalda.

Ya no platico con la almohada sobre tu desnudez, ésa que puedo ver cuando usas ese vestido negro. Ya no predico tu religión y ya no creo en los milagros de tu boca. Ya no escribo tu nombre en las ventanas húmedas del transporte y ya no suena nuestra canción mientras desperdicio el agua de la ducha.

Ya no me despojo del disfraz de caballero para ver cuánto amor te cabe entre las piernas. Ya no sueño contigo y tampoco te maldigo. No hago más alpinismo en tus montañas, ni exploraciones míticas debajo de tu ombligo. No existen rastros de mi piel atorados en tus uñas, ni pintura roja sobre mis labios.

Ya no somos, ni estamos, ni queremos, ni sentimos. No somos, no nos esperamos y tampoco nos ansiamos.

Lo siento, amor, pero ya no.

PROSA | “En la calle y en mis ojos llueve. Las gotas, como gusanos, se ríen de mi eterna soledad”

sábado, diciembre 28th, 2019

A mi café sólo le queda un trago. El reloj y el calendario amenazan con clavarse en mis entrañas si esto continúa. Para alguien que colecciona cicatrices, eso no debería significar más que otra marca en la pared. Debo parecer el hombre más triste del mundo, ahora que tengo la certeza de que no vendrá…

Por Sismaí Guerrero Osorno

Ciudad de México, 28 de diciembre (SinEmbargo).- Llevo media hora sentado en la cafetería de siempre y he pedido un café americano. La mesera que tiene cara de resolver crucigramas en su tiempo libre me sonrió una vez, pero ya hace tiempo de eso.

Algunas ocasiones, tengo envidia de esos hombres que se muestran seguros de sí mismos y se apresuran con la cacería cuando una mujer posa en ellos su mirada. Yo estoy acostumbrado a mirar hacia otro lado cuando eso sucede. Aunque la mayoría de las veces, tristemente, nadie voltea a mirarme.

Ellos siempre van uno o dos pasos por delante de mí. La verdad es que no los odio. Es a ellos a quienes debo agradecer mis casi nulos encuentros con el sexo opuesto, pues hacen que las mujeres se harten de hombres así y busquen follar con hombres como yo.

Mi abuela dice que yo no soy feo, pero tampoco guapo, que hay que saberme observar para contemplar mi belleza. Mi madre, más realista y objetiva, afirma que mi oportunidad de recibir afecto femenino viaja en la espalda de una mujer ilusa o desesperada.

Ella me quiere, me lo mandó en mayúsculas por WhatsApp y también me dijo que le resulto un hombre muy inteligente e interesante. La conocí en circunstancias que le harían creer a cualquiera que nada podría crecer ahí. Pero aquel día ella se sentía muy sola y yo muy triste y todo el mundo sabe que, cuando la tristeza y la soledad se unen, pueden ocurrir milagros.

Lo que más me ha sorprendido, es que todo me lo ha dicho después de conocerme en persona. A través de fotografías, puedo dar la impresión de ser un tipo guapo, alto y delgado. Pero frente a frente la situación es diferente, a veces todo lo contrario.

Ella es muy bonita e inteligente. Es de esas mujeres a las que no les interesa saber cuánto acumulas en tu cuenta bancaria o qué tan famoso puedes llegar a ser. Te invita a bajar la mirada cuando la culpa te recuerda que eres un patán. Yo pensaba que, con su boca, jamás tendría una oportunidad.

El reloj y el calendario amenazan con clavarse en mis entrañas e incluso más adentro, si esto continúa. Para alguien que colecciona cicatrices, eso no debería significar más que otra marca en la pared donde se registran los besos perdidos, pero ahora no es así.

Esta vez no es así. Ella me dijo “TE QUIERO” y, a excepción de aquella prostituta ebria que, en medio de una noche sin luna, me susurró con su aliento embrutecido algo que alcancé a traducir como una frase mágica, nadie nunca me había regalado la capacidad de reconocer la sinceridad en un par de palabras tan simples.

Bueno, nadie a excepción de ella. La misma que, durante ocho meses, me prometió atravesar el mar e ir más allá de la frontera de los sueños. La misma con la que inventé diminutivos de palabras que ni siquiera existen. La misma que me hacía sonreír todas las mañanas en las que amanecí con ella y llorar aquellas en las que no. La misma que me juró que mis besos con lengua eran los mejores y que jamás le habían regalado flores. La misma que olvidó anotar en una acotación que todo era mentira. La única persona de este planeta que ha conseguido que, por una vez, yo realmente me sintiera bello.

En fin, ésa fue otra historia, pero hoy estoy aquí. Esta cafetería es el lugar; las ocho de la noche, era el tiempo acordado. Lo hemos meditado durante todos estos días y por fin le hemos asignado un día al encuentro que marcará el inicio de todo. Pero han pasado 35 minutos después de la hora pactada y no quiero mirar una vez más al reloj que insiste en deshojar mi corazón como a una margarita con cada paso que da el segundero.

A mi café sólo le queda un trago. La mesera sonríe, aunque no es conmigo. Seguramente, recordó esa palabra de nueve letras que encontró en el crucigrama del periódico de hoy. En la mesa de al lado, una pareja de jóvenes se hacen el amor con las manos, mientras con la mirada se dicen lo mucho que se van a amar cuando no tengan más público que el uno al otro.

En la calle y en mis ojos ha empezado a llover. Y no me he percatado de lo bello de la escena, ni siquiera por lo mucho que adoro que llueva. Las gotas que resbalan por la ventana, parecen una marcha de gusanos que se ríen de mi desgracia y mi eterna soledad. Debo parecer el hombre más triste del mundo, ahora que tengo la certeza de que no vendrá.

Con una lágrima sobre mi mejilla y la cara empapada de angustia, enciendo un cigarro, le doy el último trago a mi café, desabrocho el primer botón de mi camisa y me marcho del lugar…

PERIÓDICO EL EDÉN DE LAS TRAGEDIAS

NOTA ROJA (valga la redundancia)

El día de ayer, aproximadamente a las 7:50 de la noche, un autobús repleto de turistas chinos atropelló fatalmente a una joven de unos veintinueve años de edad. Al parecer, una inesperada lluvia entorpeció el proceso de frenado del camión, cuando la chica se disponía a cruzar un mal colocado paso de peatones sobre Paseo de la Reforma.

La policía retuvo las cámaras fotográficas de los turistas que, sin escrúpulo alguno, habían sacado numerosas fotos de la chica cubierta de sangre, para solicitar que se eliminaran todas las imágenes.

Es la cuarta muerte ocasionada por un accidente vial en menos de cinco días, que se produce en las calles de… etcétera, etcétera, etcétera.

PROSA | “Me da vergüenza ensuciar lo que tuvimos… Me jode extrañar las cosas que antes aborrecía de ti”

sábado, diciembre 14th, 2019

Me quedé atorado en un capítulo que se repite y se repite: despierto y no estás a mi lado, todo el día lloro sin derramar una sola lágrima, grito algo acerca del fracaso y después me masturbo, pero nunca pienso en ti porque me da vergüenza ensuciar lo que alguna vez tuvimos. Sin ti soy como un colibrí rodeando una flor de mentiras.

Por Sismaí Guerrero Osorno

Ciudad de México, 14 de diciembre (SinEmbargo).- ¿Te acuerdas de esa serie que me enseñaste y con la cual terminé clavado? Creo que el hecho de que tú me la hayas mostrado era lo que la hacía interesante. Pues se va a quedar a medias, igual que mi vida cuando te fuiste.

Me quedé atorado en un capítulo que se repite y se repite: despierto y no estás a mi lado, todo el día lloro sin derramar una sola lágrima, grito algo acerca del fracaso y después me masturbo, pero nunca pienso en ti porque me da vergüenza ensuciar lo que alguna vez tuvimos. Sin ti soy como un colibrí rodeando una flor de mentiras.

Lo que me jode es extrañar incluso las cosas que antes aborrecía de ti. Tu impuntualidad, por ejemplo. Ahora, mientras me arreglo para salir, tengo que lidiar con el dolor de saber que no tendré que esperarte.

A veces voy a los lugares que solíamos visitar juntos y me siento a esperar en alguno de los puntos en los que nos gustaba vernos y calculo de memoria el tiempo que tardabas en llegar. Después de esperarte por horas me marcho de allí y, aunque también es sin ti, eso el reloj no lo sabe.

En ocasiones, te dejo tirada a la mitad del camino al destino y decido que puedo vivir sin ti y morir por otra. Entonces ocupo la saliva de otra para ensuciar tu nombre y surfeo sobre las olas que provoco en otros mares. Incluso he llegado a sonreír, aunque no me lo creas. O canto mientras me ducho y bailo frente al espejo. En ocasiones digo “te quiero” después del orgasmo y hago promesas que sé que no cumpliré. A veces parece que nunca exististe.

Pero después regreso al camino y te veo ahí tirada. Te ofrezco una disculpa y me la aceptas a cambio de un trago. Comienzas de nuevo con eso del amor para siempre, me juras que jamás te alejarás de mí a pesar de lo que pase, vuelves a dejar tu olor sobre mi piel y terminas lamiendo las heridas que alguna vez tú misma hiciste.

Me largo antes de que te atrevas a decirme de nuevo que me amas y sigo viviendo una vida que ya no es vida.

Si no eres capaz de olvidar algo, jamás serás capaz de evitarlo.

Por eso estoy aquí, parado debajo del reloj en dirección a la locura, con toda la desesperación que puedo guardar en mi pecho, listo para para pasar la noche bailando contigo, fingiendo que me avisas que el metro viene lento,con toda la impaciencia que me cabe en el pecho ocultando una flor detrás de mi espalda como un idiota. Preparándome porque sé que moriré de celos cuando llegues porque te verás espectacular, ideando qué te voy a decir cuando me saludes y sabiendo que vas a llegar tarde, igual que siempre.

PROSA | “Tres semanas después de ti y sigues gobernando mi infierno, como un demonio enorme”

sábado, noviembre 30th, 2019

No encuentro la forma de no salir herido. Gritar tu nombre resulta igual de doloroso que no hacerlo. Es igual a tener una cortada en la punta del dedo y tocar con él el cuerpo: en realidad sólo de duele el dedo, pero piensas que te duele cada parte que tocas. A mí sólo deberías dolerme tú, pero me duele toda la existencia.

Me la paso mirando las fotografías que aún no he borrado. Siempre apareces sonriendo y yo siempre con ese gesto de incertidumbre. Como si antes de ese click, ambos supiéramos qué pasaría con nuestro futuro.

Por Sismaí Guerrero Osorno

Ciudad de México, 30 de noviembre (SinEmbargo).- Primera semana. Aún estiro el brazo hasta tu lado de la cama y duermo mirando hacia la pared para que tu rostro sea lo primero que mire al despertar. Acostumbrarme a tu ausencia está resultando sumamente difícil, no puedo soportarla y no quiero asumirla. No es que siga esperanzado, simplemente, no me gusta la derrota.

No encuentro la forma de no salir herido. Gritar tu nombre resulta igual de doloroso que no gritarlo. Es igual a tener una cortada en la punta del dedo y tocar con él el resto de tu cuerpo: en realidad sólo de duele el dedo, pero te enfocas en pensar que te duele cada parte que tocas. A mí sólo deberías dolerme tú, pero me duele toda la existencia.

La calle es un pozo oscuro que no tiene fondo. No verte esperándome en la acera de enfrente es caer sin estrellarme en algún punto, por ello sólo salgo para lo necesario: voy de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa en un loop infinito.

Aunque mi casa tampoco ayuda mucho. Estás en cada rincón pero también en ninguno. Dejaste aquí tu olor, algunas de tus blusas favoritas, dos palabras de amor, escritas con labial en el espejo de mi habitación, esa maldita playlist que creaste para mí, una lágrima en el vinil de mi chamarra favorita y un boleto para llegar directo al infierno, patrocinado por las tangas que me regalaste y que conservo con amor en un cajón.

Espero que, donde quiera que estés, no te encuentres bien. Y que me extrañes. Que te duela pensar en mí y que te arda pronunciar mi nombre. Que te angustie evitar nombrarme. Que las calles por las que transites también sean un puto agujero. La cama, un manicomio. Dormir, una tortura. Que nunca puedas encontrar la palabra “orgasmo” en la sopa de letras que armaste con los nombres de cada uno de tus amantes. Y si lo haces, que te quede la duda si lo que sientes es placer por ti misma o dolor por mi ausencia.

Ojalá que regreses por todas las cosas que olvidaste, incluyéndome a mí.

Segunda semana

Comencé a dormir de espaldas a la pared, aunque siempre que despierto, lo primero que hago es voltear, por si las dudas. Ésas dudas que se vuelven la esperanza de un estúpido. Estoy consciente de que no tengo esperanza alguna, pero desde que no estás soy mucho más estúpido.

Me la paso mirando las fotografías que aún no he borrado. Siempre apareces sonriendo y yo siempre con ese gesto de incertidumbre. Como si antes de ese click, ambos supiéramos qué pasaría con nuestro futuro.

Ahora pienso con la cabeza fría y la verdad es que no quiero culparte por todo. El otoño no se encarga de tirar las hojas de un solo árbol. Una tormenta no cae para mojar una sola calle. El océano deja que sus corrientes se transformen en grandes olas y las deja marcharse; las arrulla, las consiente y se enamora de ellas, pero siempre hay una costa en la que todo acaba. Debí estar consciente de un posible naufragio, tuve que haber buscado una isla cercana y no esperar que regresaras. Pero no lo hice y terminé chocando contra los castillos de arena que construí en mi mente, derribándolo todo.

Cuando voy por la calle, siento que soy invisible. Todo mundo mira hacia el espacio en el que deberías estar tú, pero a mí nadie voltea a verme. Tengo el peso de tu ausencia encadenado en mis tobillos. No conozco peor condena que ser libre y no tenerte.

Alicia, mi amiga, dice que todo es producto de mi imaginación.

Incluso ella, —le dije.

Sobre todo ella, —respondió.

Cuando llego a La Victoria, el bar que está a la vuelta del lugar donde trabajo, ya saben qué voy a pedir para tomar. Puedes considerarte un alcohólico con todas sus letras, cuando el mesero, al verte entrar, asocia tu tristeza a un vaso de ron en las rocas.

No me emborracho para olvidarte, yo sé que lo mejor de mí sale cuando te recuerdo. Lo hago para no depender de tu boca. Para terminar vomitando tu nombre en un excusado sucio. Para que el camino a casa sea más largo que de costumbre, para que el sueño me derrote en el transporte, pero sobre todo para que tu ausencia sea un espejismo que no duela. Me emborracho porque no puedo besarte. Nada más por eso: porque no puedo besarte.

He comenzado a poner orden en mi casa. Ya no parece una escena apocalíptica. Tiendo mi cama todos los días, enciendo un aromatizante con olor a manzana con canela. Ordeno mis camisas por colores, los cuadros equilibrados perfectamente, a mis plantas nunca les falta el agua. Podrías mirar sin problema tu hermoso reflejo en el piso de mi cocina y siempre tengo café recién hecho. Todo sabiendo que no regresarás nunca. Pero ya sabes, por si las dudas, porque soy estúpido.

Semana 3

Ya casi es invierno. Y digo “casi” porque desde que te marchaste, todo está incompleto. También fue casi otoño. Pero el invierno me preocupa más porque serán dos inviernos los que tendré que sufrir: el que está por iniciar y el que dejaste aquí.

Hará un frío del carajo, de eso no tengo duda. Hace un par de días que despierto y sigues sin aparecer en tu lado de la cama, pero ahora tengo la sensación de haber soñado con otra. En mi cabeza existe una mezcla de culpa y vacío que se escurre hasta mi pecho y mis latidos son tan desafinados, que me da miedo sufrir un paro cardiaco. Yo, que te he visto bailar tantas veces, sé que es posible morir por eso.

Me atreví a volver a uno de esos sitios en los que la felicidad no es un tema complicado. Pero no estoy ni cerca de sentir que todo alrededor está en la misma sintonía que yo. Todos bailan alrededor, pero yo desentono. Creo que para ser feliz debo dejar de preguntarme si de verdad lo soy. Debo dejar de preguntarme si las cosas que hago me satisfacen porque la respuesta podría regresarme al punto donde me encontraba hace dos semanas.

Cuando recuerdo que mi vida me parece una mierda, pienso en todas las personas en el mundo que la están pasando realmente mal. En aquellos inocentes en medio de guerras sin sentido y mi infierno se convierte en una tontería. Sin embargo, pienso que lo verdaderamente jodido no es mi infierno en sí, sino el tamaño del demonio que lo gobierna.

Porque la realidad es que sigues aquí, después de tres semanas, gobernando mi infierno. Y continúas siendo un demonio enorme que, lejos de disminuir su tamaño, lo incrementa.

PROSA | “Supongamos que aborté misión una estación antes. Me reí de la palabra destino y te dejé ahí”

sábado, noviembre 23rd, 2019

Digamos que aquí yo fui culpable y que aún me gritan “¡cobarde!” las llantas del autobús. Supongamos que les dije a todos sin reparo que yo decidí dejarte, que ya estaba harto de ti y que en realidad no teníamos futuro. Imaginemos que me miraron sorprendidos, algunos con duda, otros con admiración. Sólo soy un hombre, les dije, y lo entendieron.

Digamos que esa fue nuestra historia. No me importa si el recuerdo me contradice de manera disruptiva. A veces mi memoria es una cabrona que me tatúa los fracasos en la frente…

Por Sismaí Guerrero Osorno

Ciudad de México, 23 de noviembre (SinEmbargo).- Supongamos que no llegué tarde aquel día, que vi desde lejos cómo jugabas con tu cabello, que todavía faltaban 10 minutos para las ocho, que parecía que caería una tormenta si no llegaba a tiempo, que sólo sentía frío si no miraba tus ojos.

Pensemos que traías aquel abrigo que te regaló tu madre para que nadie viera tu figura y no pudieran imaginarte desnuda y que, aún con él, tú eras la mujer más deliciosa que jamás había visto.

Imaginemos que estabas sentada en esa banca esperándome y que te abstenías de fumar por si nos besábamos y que ya se te habían insinuado cinco cabrones y dos cabronas que pasaron por ahí. Y que olvidaste a propósito tu reloj dorado para que ningún minuto de espera fuese motivo para odiarme.

Digamos que sentía mis latidos en la punta de mi lengua y que, con cada metro que me acercaba a ti, el futuro abría más sus piernas hacia mí. Digamos que el ambiente olía tanto al perfume de tu piel que las flores que llevaba para ti decidieron marchitarse de frustración.

Supongamos que aborté misión una estación antes de llegar al punto en el que aguardabas por mí. Digamos que, en ese momento, me reí de la palabra “destino” y te dejé ahí, preguntándole la hora a cualquier sujeto que se pareciera un poco a mí.

Pensemos que jamás tuvimos hijos en nuestros pensamientos, ni pagos pendientes reclamando en nuestro buzón, ni fotografías en familia, ni canciones favoritas, tampoco un lugar favorito para ir a bailar y nada que se parezca en lo más mínimo a una sonrisa.

Digamos que aquí yo fui el único culpable y que aún me gritan “¡cobarde!” las llantas de ese autobús. Supongamos que fui un maldito y les dije a todos sin reparo que yo decidí dejarte, que ya estaba harto de ti y que en realidad no teníamos futuro. Imaginemos que todos me miraron sorprendidos ante tal afirmación, algunos con duda y otros con admiración. Sólo soy un hombre, les dije, y lo entendieron.

Digamos que esa fue toda nuestra historia.

No me importa si el recuerdo me contradice de manera disruptiva. A veces mi memoria es una cabrona que me tatúa los fracasos en la frente:

*Que siempre sí eran más de las ocho, me explica.
*Que no existe rastro de tu cabello por ahí.
*Que el perfume de las flores que llevaba me estaba irritando.
*Que no me bajé una estación antes.
*Que fue el destino el que se burló de mí.
*Que hacía un frío del carajo en medio de la tormenta que cayó aquella noche.
*Que fui yo el que se quedó sentado en aquella banca y nadie se me insinuó mientras estuve ahí.
*Que yo sí traía un reloj pero lo que no llevaba era el valor para poder mirarlo.
*Que nadie me preguntó si algo me había pasado, pues mi rostro lo respondía todo.
*Que aunque ha transcurrido mucho tiempo y no tengo atisbo de esperanza, yo te sigo esperando en aquella estación.

PROSA | “Siento como si me hubieran cortado las alas. Volar es un verbo que sólo pude conjugar en tus manos”

sábado, noviembre 9th, 2019

¿Alguna vez has soñado que te caes y te despiertas de golpe? Pues eso mismo siento ahora que estoy sin ti, nunca dejo de caer, sólo que al despertar la caída no termina. Y caer no es lo mismo que volar, creo que en eso sí estarás de acuerdo conmigo.

Por Sismaí Guerrero Osorno

Ciudad de México, 9 de noviembre (SinEmbargo).- Siento como si me hubieran cortado las alas. No quisiera llamarte tristeza, pero tengo tantas ganas de pronunciarte que te llamaría y te llamaría y te llamaría. Me estoy haciendo amigo íntimo de esa voz en el contestador, al fin y al cabo tiene voz de no haber cogido en mucho tiempo.

Exactamente como yo: cinco meses, ciento cincuenta días. Te lo podría traducir en fines de semana, pero te parecerían pocos. Siempre tuviste esa horrible costumbre de medir todo con números en lugar de palabras. Para ti un día sólo es eso: 24 putas horas, en cambio, para mí, significa tristeza. Dos, abandono. Treinta, derrota. Cien, odio. El odio no se puede dividir, pero tampoco multiplicar, es odio y ya. Es como si al infinito le pusieras por delante una fila de ceros.

Volar es ese verbo que sólo he podido conjugar en tus manos. A eso me refiero: lo más cerca que he estado de despegar los pies del suelo ha sido culpa de la señorita Dalia.

Ya saben, la chica de piel blanca que no necesita untar cosas en su rostro para distorsionar su belleza. Cuando me ve, me chifla como si fuera un perro. Me da la impresión de que me ha escuchado ladrar su nombre y sabe lo que me gusta.

Ayer doña Concepción me preguntó por ti, me dijo que le habías dejado un paraguas y quería devolvértelo. En pleno noviembre, la cabrona, como si algo supiera. Ya sabes de esa forma que tienen las señoras del barrio para enterarse de todo. –Regresará después de la próxima tormenta, –le dije, aprovechando el tema.

Ella volteó al cielo para después decirme sin compasión: Va a tardar mucho, entonces. Ni siquiera nos referíamos a la misma forma de llover, pero eso me había dolido en serio, así que sólo asentí con la cabeza. La señora desconoce la cantidad de sinónimos que puede tener la lluvia cuando yo te beso.

¿Alguna vez has soñado que te caes y te despiertas de golpe? Pues eso mismo siento ahora que estoy sin ti, nunca dejo de caer, sólo que al despertar la caída no termina. Y caer no es lo mismo que volar, creo que en eso sí estarás de acuerdo conmigo.

Lo más ridículo que he hecho en estos días, ha sido tomar los tacones que dejaste en mi casa y hacer ruido con ellos para imaginar que vuelves. Te platico esto para que comprendas que lo que me está volviendo loco no es el desamor, sino la esperanza, que prefiero un “hasta nunca” que un “tal vez”, que es mejor un “no te amo” que me quiebre en mil pedazos que ese cariño despedazado que quieres seguir ofreciéndome aun sin amarme.

Decía mi amiga Mariana, mientras forjaba el tercer porro, que si a dos personas que se aman un metro de distancia no les parece demasiado, mil kilómetros tampoco les harían nada. Que el amor a distancia es como el sexo por teléfono: puede haber algo de placer pero nunca es mutuo, y cuando el amor no es recíproco, el desamor siempre estará presente.

Luego Mariana caminó hacia su ventana, moviendo el culo de tal forma que casi me olvidó de ti y emprendo el vuelo. Pero para qué nos hacemos tontos, sigo siendo un ave enjaulada en tu entrepierna.

Deseo que pases frío por las noches y un sueño intenso por las mañanas. Ojalá que nadie encuentre el punto exacto de tu piel donde te doblas toda hasta que cabes en la vida de un hombre. Que por error pronuncies mi nombre mientras te comen el culo, que el tiempo no se detenga cuando te muerdan los labios y no encuentres la diferencia entre un  bostezo y un suspiro.

Estoy seguro que serán tus manos las que recordarán que existo mientras me buscas a oscuras en una cama llena de hombres, pero vacía. Que seas tan feliz que te duela recordar mi tristeza, que te pongas tan bonita al punto de odiar que sólo te lo digan tus espejos y que extrañes a mi boca adulando tu existencia.

Ojalá que cumplas tus sueños y que no rompas más promesas, que no se te amontonen los caprichos y que todo lo que señales se siga volviendo tuyo, espero que no te vuelvas a cortar el cabello, que jamás cambies de perfume y que le sigas diciendo “destino” a tu más grande mentira.

Deseo que no me olvides mientras intentas hacerlo. Espero que no puedas recordarme, cuando de verdad lo necesites y que nunca más me encuentres si intentas buscarme. De cualquier modo, cariño mío, volar es una tontería, si no es contigo.

Posdata: Si no recuerdas cómo aterrizar, ponte aquel vestido negro, ése que se levanta con dos de mis suspiros. Es la forma más sensata que conozco de tener el cielo a tus pies y continuar flotando.

PROSA | “El amor es así: si le das más de lo que te pide, te acabará exigiendo más de lo que tienes”

sábado, noviembre 2nd, 2019

En una semana regresa Daniela. Cuando llegue, le pediré que me ejecute con una ráfaga de palabras, que haga malabares con mis ojos mientras la observo desnuda. Me invitará a vivir bajo su falda e inundará mi garganta con sus besos. Le ladraré a su cintura que la amo, pronunciaré de rodillas frente a sus muslos la oración que me dicten los tronidos de sus dedos.

Después me hará despertar, se inventará un calendario y marcará una fecha inexistente para volver a vernos. Me hará quererla más que a mi familia y después se irá de mi vida.

Por Sismaí Guerrero Osorno

Ciudad de México, 2 de noviembre (SinEmbargo).- Ella es dueña de un par de ojos grandes y profundos como los lagos de Noruega, casi no sonríe pero, cuando lo hace, su boca parece un puñado de perlas. Se llama Daniela y cuando se enfada se da mordiscos en el labio inferior; mide uno setenta y tres, pesa setenta kilos y podría tener cincuenta orgasmos seguidos, claro, si yo fuera una máquina o por lo menos aguantara llegar al segundo.

Yo, en cambio, soy un hombre con muchos proyectos importantes inconclusos; sé muy bien que nunca seré capaz de escribir un libro y que la única persona que ha pensado que valió la pena conocerme fue devorada por gusanos en un deprimente cementerio.

Sin embargo, cuando Daniela abre las piernas y me señala la entrada al paraíso, el resto del mundo no importa nada. Y mi patética existencia tampoco, sólo me importa ella. Porque el amor es así desde mi concepción: si le das más de lo que te pide, te acabará exigiendo más de lo que tienes. Y yo no tengo nada, ya no la tengo a ella. Ella sólo es de ella y yo soy de ella, de todas y de nadie.

Recuerdo cuando las mujeres no eran una prioridad, cuando podía conversar con una de ellas sin enamorarme, y también cuando aquella pelirroja con nombre de piedra preciosa convirtió mi corazón en una roca. Y me duele.

Pero en una semana regresa Daniela y vendrá para agitar su dedo índice, como si de una varita mágica se tratara y con ello me hará perder la memoria. En una semana, eso dijo con aquella voz que me hipnotiza. A las ocho, sí, eso dijo con esa voz de “sé que te duelen los ojos de no mirarme”. Me preocupa no tener nada para ofrecerle si viene con hambre porque, entonces sí, será la última vez que escriba sobre ella.

Cuando llegue, le pediré que me ejecute con una ráfaga de palabras, que haga malabares con mis ojos mientras la observo desnuda en aquella lejanía. Ella me hará lamer el suelo que pisa y después me arrancará la lengua con los dientes. Si confundo su nombre mientras la sueño, lo tatuará con sus uñas en mi espalda junto al camino más corto a su cintura.

Me impregnará el aroma de su cabello en la ropa, me invitará a vivir bajo su falda e inundará mi garganta con los mares de sus besos. Le romperé las medias con los dientes, le ladraré a su cintura que la amo, saciaré mi fetichismo en sus talones y en sus plantas, pronunciaré de rodillas frente a sus muslos la oración que me dicten los tronidos de sus dedos. Y nuestras lenguas bailarán sin descanso la interminable canción de sus gemidos.

Después me hará despertar, se inventará un calendario en las ojeras y marcará una fecha inexistente para volver a vernos. Habrá un retraso en mi cita con su piel, hará sufrir cada uno de mis poros con su ausencia, me hará quererla más que a toda mi familia y después se irá para siempre de mi vida.

PROSA | “Me sentía un niño rudo. El amor era una tontería de mayores, un pretexto contra la soledad”

sábado, octubre 12th, 2019

El mundo va a estallar en mil pedazos y yo jamás he sido capaz de armar un rompecabezas. Antes de las mujeres, yo era un tipo rudo que aventaba cubetadas de agua a los perros y fumaba cigarrillos en primer año de secundaria. Entonces yo era un niño rudo y no como ahora que percibo un poco de cariño y ya me estoy aventando del avión sin paracaídas…

Por Sismaí Guerrero Osorno

Ciudad de México, 12 de octubre (SinEmbargo).- El mundo está a punto de estallar en mil pedazos y yo jamás, en mi jodida vida, he sido capaz de armar un rompecabezas. Ni siquiera cuando era niño. Porque cuando era chico, me sentía un niño rudo. A los siete años, podía escupir a dos metros de distancia y les alzaba la falda a las niñas de la primaria. No tenía tiempo para poner piezas en su lugar.

Adriana siempre usaba pantaletas rosas y sus flores favoritas eran las rosas y su mejor amiga se llamaba Rosa y, aunque se pudiese pensar que olía a rosas, no era así. Porque a Adriana no le gustaba el agua, ni siquiera le gustaba ir a la playa. A mí no me importaba el olor; de hecho, el aroma carecía de importancia, pero que no le gustara ir a la playa era imperdonable, por eso no quise nada con ella.

Entonces me iba con Aurora al jardín que tenía en la parte trasera de su casa. Aurora era rubia, era casi dorada, como si se hubiese bañado en una piscina de oro. Y era bonita, muy bonita, tenía los ojos tan azules que, aunque a ella sí le gustaba la playa, al mar no le gustaba ella. Envidia, por supuesto. Yo quería besos de telenovela, pero a ella le bastaba con juntar los labios. Eran besos aburridos, como bombones sin chocolate.

Un día se subió al piso más alto de la escuela y gritó “te amo” seguido de mi nombre. Fue la primera vez que una mujer decía algo lindo sobre mi persona. Y yo obviamente no le creí. Porque entonces yo era un niño rudo y no como ahora que percibo un poco de cariño y ya me estoy aventando del avión sin paracaídas. No como ahora, que el amor me agarra por los huevos y sólo puedo tartamudear su nombre infinitamente. No soy un poeta. Un marica, eso soy.

Antes de las mujeres, sobretodo antes de ella, yo era un tipo rudo que les aventaba cubetadas de agua a los perros y fumaba cigarrillos en primer año de secundaria. Y a veces era tan, pero tan rudo que incluso sacaba el humo por la nariz. Me tocaba mucho, incluso antes de que mi cuerpo produjera esperma y pensaba en las madres de mis amigos y también en las de mis enemigos. Soñaba con la profesora de geografía y con Esmeralda.

Esmeralda, mi dulce Esmeralda, a quien todavía no se le caían todos los dientes de leche, pero ya le habían crecido las tetas. Y aunque no era mi novia, me dejaba tocarla como yo quisiera, una y otra vez. Fue ella quien me dio mi primer beso de lengua una tarde de invierno y a mí sólo me dio asco. Me alejé lo más que pude de ella y de su lengua, porque yo no hacía esas idioteces del amor. Yo era un tipo rudo, no como ahora que me meten la lengua a la boca y hasta eyaculo.

Pronto el mundo explotará en mil pedazos y no será difícil encontrar sus senos entre los de las demás mujeres y tampoco su culo y menos su coño. Pero su mente… esa es otra historia. Ni siquiera ahora que está todo en su lugar he podido encontrar el camino para dar con su mente.

He intentado tomarme una cerveza de un solo trago, he capturado decenas de moscas sólo para arrancarles las alas y dejarlas vivas, he quemado cientos de hormigas con una lupa. El amor es una tontería de mayores, un pretexto contra la soledad, una falta de amor propio.

No sé por qué ahora el amor dice dónde y cuándo y ahí estoy yo, a la hora y en el sitio que se me indique. Abierto y dispuesto, pero sobre todo suyo en todos los sentidos. Pero de ella no hay rastro, otra vez no hay huella que seguir. Eso me hace llorar como un enfermo que se entera que no existe cura para su mal, como un estúpido hombre de las cavernas que desconoce todo a su alrededor y solamente escribo estas líneas que son literatura para pobres.

En mil pedazos va a estallar el mundo, al menos el mío y, estoy seguro, me lo prometo, que nadie estará aquí para unir las piezas.

PROSA | “¡Pásele, pásele! ¡Este circo cabe en un hombre y la entrada a su interior es gratuita!”

sábado, septiembre 28th, 2019

Con ustedes, el hipocondriaco de las pastillas de colores, el hombre sin barba, el fakir de uñas largas y tacones puntiagudos, el malabarista de las palabras sin acento. Observen cómo se atreve a entrar en la habitación con esa mujer que da mordiscos, lamidas en las orejas y le puede sacar el corazón…

Por Sismaí Guerrero Osorno

Ciudad de México, 28 de septiembre (SinEmbargo).- Ante ustedes, el monstruo que dice “te amo” con los labios cerrados. El trapecista de las medias de red, lleno de cicatrices. ¡Pasen y vean al hombre bala entre sus piernas!

Con ustedes, el hipocondriaco de las pastillas de colores, el hombre sin barba, el fakir de sus uñas largas y sus tacones puntiagudos, el malabarista de las palabras sin acentos.

No pierdan de vista cómo juega a la ruleta rusa con todos los besos que no le dan y caen en otra boca, o cómo es capaz de doblarse hasta caber en el bolsillo de atrás de todos los pantalones que ella ya no se pone.

Observen cómo se atreve a meterse en una habitación a solas con esa mujer que da mordiscos en el cuello, lamidas en las orejas y le puede sacar el corazón con sus propias manos para ponerlo bajo una lluvia de septiembre.

Ríanse de su daltonismo, mientras el arcoíris se burla junto con ustedes, o de cómo se le escapa el único conejo de su sombrero, mientras planea un abrazo interminable en el aeropuerto de una ciudad sin nombre.

¡Pásele, pásele! ¡Todo este circo cabe en un solo hombre y la entrada a su interior es gratuita!

Hola.

La primera vez que pronunció mi nombre, me di cuenta de lo mucho que me pesa ser yo. Después de eso, dio un profundo jalón a su cigarro, como si el mundo entero cupiera en su boca. Y yo, que nunca he querido ser nada, mucho menos un ídolo, quise volverme humo.

Llevaba un vestido negro y flores en los besos. Se había puesto una sonrisa malévola desde temprano y esa mueca de felicidad se le extendió por todo el rostro como una enfermedad terminal. Igual que aquel montón de maquillaje que iluminaba su cara, como si su piel estuviera en una guerra constante por cambiar de color.

Según ella, no tenía edad ni venia de ningún sitio, se llamaba Alicia, aunque era mentira, como mentira eran sus labios o mentirosas sus manos capaces de construir amaneceres en la playa de una ciudad donde el mar solo habita en las postales de sus ojos enormes.

Se llamaba Alicia y era mentira, pero siempre he dejado que me engañe. Alicia se convirtió en otoño y marchitó las flores de sus besos, enlutó el suelo de la habitación con su vestido negro y su desnudez me regaló diez segundos de paisaje. Desfilaron sobre mis neuronas muertas, todas las mujeres de mi vida en una interminable huelga de caricias.

Me vistió de besos pornográficos y un suicidio colectivo de espermatozoides sucedió sobre el prohibido paso de sus piernas. Luego, con la vista perdida en un horizonte lejano de mi pecho, se prendió otro cigarro y volvió a decir mi nombre. Y yo, que nunca he querido ser de nadie, ni siquiera mío, quise volverme humo, ser suyo y de su boca.

PROSA | “No hay muerte más dulce que la que culmina en el triángulo perfecto”

sábado, septiembre 21st, 2019

Ya no tiene importancia la postura, que si abajo, que si arriba, que si en cuatro, que si acrobacias imposibles, que si en la cama con las sábanas encima o en el suelo como perros. Lo importante es ser injusto con el mundo, esa amnesia que sucede con los besos, que te olvides de la guerra en Medio Oriente, del desastre en la Amazonia, de la pobreza. Lo que importa es que su boca te parezca el fin del mundo y su sexo el inicio de otra vida.

Por Sismaí Guerrero Osorno

Ciudad de México, 21 de septiembre (SinEmbargo).- Acércate lo necesario para que la necesidad se multiplique, pero no tanto como para empezar a disminuir el deseo. El amor no solo debe de estar en los cuerpos también en el espacio que los separa. Que el aire que respiras te sepa ella, de un modo tan profundo que tengas la sensación de estar besándola, pero sin el beso.

Lo primero es quitarle la blusa, pero no con la violencia con la que se abre un regalo, sino suave, como si algo pudiera romperse allí dentro. Luego le tocará al brasier y aquel click deberá sonar como el primer acorde que le recuerde al comienzo de su canción favorita. Sospecho que debe ser muy difícil ignorar su espalda desnuda, pero haz un esfuerzo.

Lo siguiente es recogerle el cabello, hasta que su nuca parezca un espejo. Si ya lo tiene corto, es un paso que te ahorras y debes saber que te envidio. Jadea cerca de su cuello, esto no hace falta que lo memorices en esos momentos, confío ciegamente en la inercia.

Acto seguido, visita su oído izquierdo (el derecho si te gusta que te gobiernen los malos). Ni se te ocurra soltar allí un diminutivo, de hecho lo mejor es que no hables solo deja que tu aliento derrumbe sus paredes internas y construye muros en su alma contigo adentro.

Encárgate de que los vellos de sus brazos sientan cómo vuelve el verano. Y el verano tráelo tú, cuando sea necesario. Túmbala boca abajo en la cama y, aunque esté quieta, su cuerpo debe parecerte un barco que se marcha sin ti, obsérvala como se observan las estrellas fugaces o los helados de a través del cristal de la nevera. Humedece la punta de tu lengua y déjala resbalar desde la base de su columna hasta el inicio de su cuello.

Hazla pensar en lo hermosa que puede ser la lluvia si tú eres el culpable de que llueva. Repite el mismo proceso hasta que sus piernas se rindan y ligeramente dibujen sobre el colchón
un triángulo perfecto. Que parezca que amanece en el espacio que sobra entre tu boca y su vagina.

Rómpele los calzones, si es necesario. Que se note cuánta hambre te provoca, en este momento, lo sutil es de cobardes. Lame desde el culo hasta sus labios, con “labios” imagino que me entiendes, si no es así, olvida lo que he escrito y vuelve a comenzar desde el inicio: desde el cuello hasta la orilla de sus piernas y, si sube la marea, grítale su nombre, todavía es demasiado pronto para naufragar.

Que sea ella quien se gire y abra más sus piernas todavía, sería lo justo. Lo lógico es que termines de rodillas y que ella sea la dueña de tu aire y tú el director de sus gemidos. Incluso puedes jugar con su deseo: deja la playa húmeda y vacía, baja a sus tobillos de repente, lámele por detrás de las rodillas, haz como que subes pero en realidad bajas. Besa a la derecha de su pubis (la izquierda, si prefieres que te gobierne la duda). Toma la recta amplia de su ombligo, sube por la avenida de su vientre, deja en sus pezones tu saliva, busca en sus axilas un tesoro. Da vueltas y vueltas, como un turista que se pierde, hasta que sus manos sean las que te griten cuál es el verdadero camino.

Si bien es cierto que corres el riesgo de morir por asfixia, no se me ocurre cómo podrías tener una muerte más dulce. Si aún respiras, deja que sea ella la que te imponga el idioma, que su garganta te muestre cuánto amor le cabe dentro, que sus ojos te platiquen lo que hace con la lengua y su saliva te presuma del sabor de la victoria. Jamás digas “te amo”; cuando el amor es un acto, no necesita palabras.

Ya no tiene importancia la postura, que si abajo, que si arriba, que si en cuatro, que si acrobacias imposibles, que si en la cama con las sábanas encima o en el suelo como perros. Lo importante es ser injusto con el mundo, esa amnesia que sucede con los besos, que te olvides de la guerra en Medio Oriente, del desastre en la Amazonia, de la pobreza. Lo que importa es que su boca te parezca el fin del mundo y su sexo el inicio de otra vida.

Disfruta del momento, pues no sabrás de nostalgia, ni de listas del súper o de recibos qué pagar, que no haya más vecinos que sus tetas, que el futuro solo sea una promesa y esa promesa una mentira innecesaria. Lo esencial en el amor es la risa y con “risa” me refiero a los orgasmos.

Que si “ahora más duro y hasta el fondo”, que si “deja de mirarme como una puta”, que si “cállate, cabrón y no te vengas”, que si “no puedo aguantar si me sigues mirando así”, que si “te voy a escribir mi nombre dentro, hasta que tus ovarios se lo aprendan”. Ese abrazo del final y los suspiros, el “no abandones mi cuerpo todavía”, la eternidad convertida en otro beso, el no saber si estabas fornicando o en un paseo por el paraíso. Y así, más o menos lo que te resta de vida.

PROSA | “Dice una amiga que enamorarse de la persona equivocada es desenamorarse de uno mismo”

sábado, septiembre 14th, 2019

Querida almohada: no sabes cuánta nostalgia cabe en dos metros de distancia. Cuántos fines de semana entrometidos hay entre su boca y la mía. Cuánta fantasía en dirección contraria de la puta realidad…

Por Sismaí Guerrero Osorno

Ciudad de México, 14 de septiembre (SinEmbargo).- Hoy he ido con Nora a esa tienda del Centro donde los maniquíes besan sin pudor a la anorexia. Después de trece vestidos, he pensado seriamente que lo que mejor le quedaba era la piel, pero he guardado silencio. Al final se ha decidido por uno de flores, como si estuviéramos en primavera. Y aunque no lo es, si ella dice que es primavera a ver quién chingados le lleva la contraria.

Luego hemos bebido un café en la cafetería de siempre, ella ha vertido tres cucharadas de azúcar, y a mí me ha vuelto a ser suficiente mirarle los labios.

Dice una amiga que enamorarse de la persona equivocada es desenamorarse de uno mismo. Y supongo que por eso me odio.

Me ha hablado de su serie favorita; de su trabajo, el cual está a punto de dejar; de que su signo zodiacal es compatible con todos los demás horóscopos, si son masculinos, porque los únicos astros en los que cree un hombre son éstos. Y se ha apretado las nalgas para mandarme directo al infierno.

Querida almohada: no sabes cuánta nostalgia cabe en dos metros de distancia. Cuántos fines de semana entrometidos hay entre su boca y la mía. Cuánta fantasía en dirección contraria de la puta realidad.

De camino a su casa hemos vuelto a la infancia, ya no está ese faro fundido donde planeé besarla cuando todavía no teníamos edad para las tristezas. Tampoco el parque donde sus calzones blancos hacían de un simple columpio una emocionante montaña rusa. Ni rastro del laberinto donde me dejaba atrapar jugando al escondite, solo para que gritara mi nombre.

–Nos robaron la ciudad, pero no han podido con los recuerdos– le dije. Y ella ha sonreído. Y tiene la misma sonrisa de entonces: la del recreo, la de los cumpleaños sin miedo a seguir creciendo, la de un audífono para cada uno, cuando la música además de una canción era nuestro himno.

La misma puta sonrisa de su abrazo con aquel muchacho que nunca fui yo, la de me voy a quedar con él y la de su más reciente foto juntos.

Nos hemos despedido hasta la próxima con los mismos besos que se le dan a una madre.

Mientras me alejaba del pasado, aún con su perfume en mi camisa, he pensado en ese vestido de flores y en aquel afortunado que decorará el suelo con aquellos pétalos. Y la he odiado, la he odiado profundamente, a la primavera, claro, porque a ella jamás he podido.