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ENTREVISTA | La pareja es un sistema del medioevo y que tenía un propósito económico: Pedro Mairal

sábado, julio 8th, 2017

Pedro Mairal, uno de los más notables narradores argentinos, presenta La uruguaya, un canto de amor contra la prisión de la vida cotidiana. “Como en los sueños, en Montevideo las cosas me resultaban parecidas pero diferentes. Eran pero no eran.” Lucas Pereyra viaja a Uruguay en barco por el día a buscar dólares. Son tiempos de restricciones cambiarias. Tiene ya arreglado un encuentro secreto en Montevideo, pero sus planes pueden fallar.

Ciudad de México, 8 de julio (SinEmbargo).- Leer La uruguaya es leer un poco la vida misma. Uno ya ha pasado los 40 años, uno busca una emoción fuerte, como aquella que vivíamos a los 20, uno está cansado del tedio, sumido en cierta melancolía y ¡zas!, ahí cae.

Este es el texto de Pedro Mairal (1970), autor argentino que ganó muy joven el Premio Clarín con Una noche con Sabrina Love, que se hizo película y a él lo obligó a alejarse un poco de la literatura para tratar de pensar sus próximas historias.

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Ahora regresa con La uruguaya, un lamento de un hombre que está preso en un matrimonio sin propuestas y que como todo buen hombre elige resolver los problemas ¡con más problemas!

Lucas, un hombre de 44 años, escritor, casado y padre de un hijo, vive la falta de dinero como un registro natural de quien se dedica a las letras. “Quería tocar el tema del dinero, tan terrible en nuestra profesión!”, dice Pedro.

Sumido en la falta de intimidad con su esposa, responde a la situación económica de Argentina, que vive un cepo del dólar, cobrando en Uruguay y haciendo planes para vivir más decentemente o para perderse en una aventura decadente.

Lucas, entonces, vive en una mujer –¿imaginaria?– llamada Magalí Guerra, en una ciudad llamada Montevideo –¿una ciudad en los sueños?– sus últimas ilusiones de juventud. Pronto comenzará a estar todo mal.

Pedro Mairal, uno de los más notables narradores argentinos. Foto: SinEmbargo

La uruguaya es como el canto de libertad de un hombre y también su llamado de aprisionamiento

–Me encanta que lo veas así. El canto de libertad de un tipo que se siente encerrado. La libertad uno la vuelve consciente cuando la pierde. Vive este matrimonio como algo muy frustrante, pero me parece al mismo tiempo que es él. No es tanto el matrimonio lo que lo frustra, me parece que él está mal. No está mal la pareja. Cuando uno está mal le echa la culpa a todo lo que está a su alrededor. Yo lo percibo mucho con mis hijos. Si quiero hacer algo y no les presto atención, me molestan. Pero si logro desconectar, me pongo en cuclillas a jugar con ellos, conecto enseguida. Y no estoy más agobiado. Por eso digo, que el personaje se siente encerrado en una situación.

–¿También puede ser el canto de la pareja normal, no hay manera de que funcione así una pareja?

–Por lo menos como la venimos heredando, no. Es un sistema del medioevo y que tenía un propósito económico y era para toda la vida, pero cuando la gente vivía la mitad de lo que vive ahora. Decir ahora hasta que la muerte nos separe, es el doble. Hay algunas cosas que todavía se pueden hacer, como criar hijos, convivir con una persona en un mismo espacio, son esas cosas medio difíciles de cambiar, pero quizás hay que cambiar algunas reglas. No sé bien cómo se hace, la verdad.

La uruguaya debería tener el libro El uruguayo, para ver qué piensa ella…

–Exageré algunas cosas, el tono del tipo, hay cosas que no me caen simpáticas de Lucas Pereira, esa diatriba contra los hijos, esa cosa machista del hablar del cuerpo de las mujeres, cuando se da cuenta de que no se va a poder acostar con la chica porque la ve llorando, es decir, como si todo fuera puramente hormonal. De todas maneras veo que no estoy tan de acuerdo con que no haya empatía con la mujer, quizás el personaje no la tiene pero la novela tiene empatía. Te digo esto porque muchas mujeres la han leído; pensé que la novela era muy machista y sí, es machista, pero las mujeres se han sentido identificadas con el amor imaginario, con la necesidad de tener como una especie de escape mental, el encierro no es privativo de los hombres, que tiene que ver con la monogamia…

–Sí, lo que pasa que las mujeres no describiríamos a los hombres así

–Es verdad, las mujeres no objetivan a los hombres. Ojo, también estamos generalizando, los hombres hoy empiezan a tener ciertas exigencias en lo físico o de modelos, tenemos que ser flacos, abdominales marcados, tener pelo…entonces estamos entrando a ser objetivados, a estar teniendo como requisitos no tan trozados como la mujer y creo que en cierta forma está cambiando la manera de tener esa mirada sobre ellas, sobre todo al compartir las exigencias.

–Pienso en la literatura, que me interesa la literatura escrita por hombres y pienso en Isabel Allende, una autora que no me interesa para nada pero que sin embargo en su última novela habló de una mujer de 65 años que se enamora…

–Uy, muy valiente, nadie habla de las mujeres a esa edad. Sería interesante escribir la historia, como decías al principio, desde la mujer de Lucas. Me parece que hay muchos escritores que lograron mostrar muy bien los personajes femeninos. Que se trasvistieron, de alguna manera. El último capítulo del Ulises, de James Joyce, Molly Bloom, es precioso. Es una novela muy masculina y el último capítulo es de una femineidad muy lograda. Como un río de palabras. Se me ocurre canciones de Chico Buarque, que hablan las mujeres en sus temas. Quizás las mujeres están más acostumbradas a trasvestirse, se pusieron pantalones…

Un amor imaginario para salir de la prisión. Foto: Especial

–Pienso en escritores más contemporáneos, como Michel Houellebecq, que me fascina y tengo que hacer oídos sordos a su misoginia. Luego veo como es…

–Uy, no te creas. Vi exactamente lo contrario, vino a Buenos Aires a principios de este año, morían las chicas por Houellebecq. Hay gente para todo. No tiene filtro para nada y eso es lo interesante de su literatura, no se fija en los sentimientos del lector.

­­–Es interesante con La uruguaya que tú la cuentes desde tu lugar machista

–Ahora nos estamos planteando eso con Hernán Casciari, que estamos haciendo el guión, para hacer la película. Si abandonamos la subjetividad del personaje y nos metemos al día de la chica, de la uruguaya, ¿cómo fue el día de la mujer de él?, hasta queremos hacer el día del perro, abandonar la subjetividad, se puede hacer eso también, lo que le da el tono íntimo del libro es justamente lo contrario. Uno vive con ciertas ambigüedades y el personaje es muy ambiguo. Uno no sabe exactamente qué va a hacer. El otro personaje tampoco es entendible. Ni él termina de entenderla. No se sabe si es una chica fresa o de clase media o una especie de fresa descarriada y él está fascinado con ella, una chica imaginaria…

–Sí, al final, el perdón que él le da queda como muy forzado

–Sí, se quiere quedar con la chica imaginaria. Y el libro es una especie de viaje de la chica imaginaria a la chica real. También es un viaje a una Montevideo imaginaria a una Montevideo real. Me interesaba mucho destacar eso. Los porteños tenemos una idea un poco ingenua de Uruguay. Vamos de vacaciones, bajamos la guardia, todos son buenos, pensamos y Montevideo puede ser mucho más áspera, como cualquier ciudad del mundo. Para nosotros es un pasaje hacia el otro lado, tiene algo de universo paralelo, como si hubiera pasado históricamente, como si hubiera sido el mismo lugar, pero otra historia. Todo el tiempo en Montevideo uno pasa de lo familiar a lo extraño. Es pero no es. Los quioscos de revistas tienen portadas con todos argentinos, pero de pronto aparece una que no conoces. Lo mismo pasa con las marcas. De pronto aparecen todas identificables, hasta que sale una que no tiene nada que ver contigo y eso tiene una estructura muy onírica. El extrañamiento sirve mucho para escribir. Para pasar de lo familiar a lo extraño. Como cuando le agarrabas la mano a tu mamá y mirabas y te habías equivocado de mamá. Eso es terrible.

­–Con respecto a las acciones, el lector está siempre previniendo lo que va a pasar y está tratando de decir: no hagas esto, no vayas para allá

–Sí, eso es el héroe trágico. Es un tipo al que todo le va a salir mal. Ya un tipo que cruza a Montevideo por un día, a encontrarse con una chica que conoció el verano anterior y a buscar plata, le va a salir mal. No hay literatura, de otro modo. Él tiene cuando se pone ese cinturón con la plata una especie de hombre-bomba, se carga de potencialidad trágica. Creo que el deseo nos vuelve muy vulnerables, porque te hacen meter en situaciones que en forma normal no nos meteríamos.

–Está el tema de los dólares

–Me interesaba hablar sobre el dinero. Los escritores nunca se saben de qué viven, pero no viven conflictos económicos. Él habla de plata, hay un momento casi de ensayito sobre el tema, cuando entra al banco. Durante once años di cursos de redacción para empresas y estudios jurídicos y esas cosas, después intenté ser freelancer y ser mi propio jefe. No, no funcionó. Me interesaba mostrar a este escritos un poco frustrado, al que lo mantiene la mujer y eso lo hace sentirse muy disminuido, está deprimido, por eso La uruguaya es un manotazo de ahogado.

RESEÑAS | “La uruguaya”, de Pedro Mairal

sábado, abril 8th, 2017

Solo a un escritor de talento se le ocurre que un personaje le diga a otro: “si no podés con la vida, probá con la vidita”. A la gente, incluidos los personajes en pleno error, como es la crisis de la mediana edad, hay que ponerla en su sitio. Uno se cree que se va a comer el mundo y para eso nada mejor que el viaje al espejo. La metáfora resulta de lo más oportuna: al otro lado del espejo estás viendo una farsa de lo que eres, pero una farsa modificada por el deseo. En el caso de esta novela, el otro lado del espejo es lo que se conoce como la vecina orilla, entre los habitantes de Argentina y Uruguay separados por el río de la Plata.

Por Ricardo Martínez Llorca

Ciudad de México, 8 de abril (SinEmbargo).- El protagonista, cuarenta y cuatro años, regresa a la adolescencia y viaja a Uruguay para bautizarse en la crisis de la mediana edad. Ahí está el alcohol, los porros y las juergas, pero sobre todo ligar. Conoce a una joven uruguaya y obviando la vidita que tenía en Argentina, se lía la manta a la cabeza. Saca del banco todos sus ahorros para embarcarse en una aventura amorosa que enderezará su vidita, directo al cielo de la vida.

Al principio, todo sucede muy deprisa: el viaje, el paisaje, la gente. Se acumulan las descripciones. Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) demuestra su categoría literaria en descripciones a través de la selección, del enunciado consecutivo. Los elementos del inventario que reconoce el protagonista son sugerencias para activar la vida, y un dechado de virtudes sonoras en la prosa de Mairal. De hecho, cada frase se aprieta hasta conformar casi un aforismo. Pues en realidad estamos conociendo el mundo, o el mundito, a través de los ojos de un escritor en plena vorágine sexual. Le puede, y mucho, el deseo. Encuentra en Montevideo lugares comunes a Buenos Aires, pero sin el peso de su matrimonio ni de su paternidad. Hasta que el protagonista llega a la playa, La uruguaya es una novela barroca.

La uruguaya, ahora en Emecé. Foto: Especial

Pero en la playa surge la tentación y él la eleva a la máxima potencia. Es imposible que nadie le dé con la puerta en las narices, parece decirse, porque ya ha superado todas las barreras y ya conoce todo lo que es preciso conocer en la vida. Pero no sabe cómo dirigir su vidita. Sí que de nada sirve planificar el futuro si uno no tiene presente. Pero su conclusión cae en la torpeza de la codicia. Cree que su cartera y su labia son suficientes para mantener a flote una aventura, después de que su mujer le haya dejado por otra, sin saber siquiera si es lesbiana. Sea como sea, la crisis de la mediana edad, empujada por necesidad o porque a uno le quitan el suelo de debajo de los pies, pretende resetearse. Atrás quedará Borges, y por delante Onetti, a quien tanto debe Mairal. De ahí ese tono de flujo de conciencia aplicado a los hechos: como si las cosas sucedieran subjetivamente. Pero eso es irreal. De ser así, uno tendría potestad para dirigir las cosas hacia su deseo. La vida vendría por sí sola. Pero no, uno tiene que seguir en vilo pues lo único que es capaz de construir es una vidita. Y eso supone que los deseos son las antípodas de los sucesos. En el aire queda la cuestión de qué es la realidad.

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