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Ya no se ve al terror como género menor en México. Se aproxima un boom paranormal: F. G. Haghenbeck

sábado, octubre 31st, 2020

¿Qué pasaría si pudieras borrar todos tus pecados y tus errores? ¿Seguirías siendo tú mismo o cambiarías radicalmente? Estas mismas preguntas se las formuló el escritor mexicano Francisco Gerardo Haghenbeck en Simpatía por el diablo, su última novela, continuación de El Diablo me obligó.

“Siempre había querido crear un investigador paranormal con el folclore y la mitología de México, pues es maravillosa. Unir la mitología judeocristiana española de ángeles y demonios, con la prehispánica”, comparte Haghenbeck al preguntarle sobre cómo se le ocurrió el personaje de Elvis Infante, quien se gana la vida capturando demonios, ángeles caídos y otros seres fantásticos.

Ciudad de México, 31 de octubre (SinEmbargo).- ¿Qué pasaría si pudieras borrar todos tus pecados y tus errores? ¿Seguirías siendo tú mismo o cambiarías radicalmente? Estas mismas preguntas se las formuló el escritor mexicano Francisco Gerardo Haghenbeck en Simpatía por el diablo, su última novela.

“También estamos hechos de errores, de maldad, de equivocaciones. Mis personajes suelen tener matices, pero especialmente en estos libros su moral es muy ambigua. A fin de cuentas, son una metáfora del bien y el mal. Entonces pasan cosas como el sacerdote que se acuesta con una mujer casada, o el protagonista que hice algo terrible, pero a la vez tiene unos códigos morales muy rígidos. Quería que tuvieran esta característica porque creo que así es el mundo. Así somos todos un poco”, confiesa el autor en entrevista para Puntos y Comas.

En esta continuación de El Diablo me obligó (libro ganador del Premio Nocte a la mejor novela de terror en 2013), Elvis Infante -quien se gana la vida capturando demonios, ángeles caídos y otros seres fantásticos- se dirige a bordo de su coche hasta Tijuana, con una nueva droga que exime de todos los pecados a quien se la inyecte. Este cargamento especial lo convertirá en blanco de muchos, sobre todo del misterioso grupo religioso El Cónclave.

UN INVESTIGADOR PARANORMAL MUY MEXICANO

“Siempre había querido crear un detective o investigador paranormal, pero teniendo todo el folclore y la mitología de México, pues es maravillosa. Unir la mitología judeocristiana española de ángeles y demonios, con la prehispánica”, comparte Haghenbeck al preguntarle sobre cómo se le ocurrió el personaje de Elvis.

“Quería un personaje carismático de novela negra, pero muy mexicano: moreno, de barrio, con mucha chispa. Un investigador de lo paranormal en México no sería como todos los demás. Elvis es pragmático… sí, sí le va a sacar el diablo a la gente, pero luego lo va a vender en el mercado negro o lo pondrá a pelear, como en la peleas de gallos o de perros, para sacarse una lana. Creo que nos representa bien. Esto es lo que lo vuelve entrañable”.

Acerca de sus influencias, este escritor comentó que siempre le ha gustado la llamada “literatura urbana oscura”, similar a lo que hacen autores de historieta como Neil Gaiman y Alan Moore. También cita cuentos como “El sabueso de los Baskerville”, de Arthur Conan Doyle, como un legado en su narrativa. Pero sobre todo, esta saga tiene vasos comunicantes con Operación Bolívar, cómic del mexicano Edgar Clement: “El protagonista de Clement caza ángeles y el mío caza demonios. Incluso podría decir que viven en el mismo universo. A veces él hace guiños de mi trabajo en sus viñetas y yo hago guiños del suyo en mis libros”, afirma.

Foto: Nadia Virgilio

Además, subraya su predilección por combinar géneros literarios: “Yo creo que el futuro de la novela negra está en mezclar los géneros, y hoy en día ya se combinan bastante. John Connolly escribe novela negra con elementos paranormales. También puede ser una novela negra muy social o futurista, como las de Philip K. Dick”.

DE EXORCISMOS, ÁNGELES Y DEMONIOS: UN ATEO OBSESIONADO CON LA RELIGIÓN

Como muchas ironías de la vida, para un auto proclamado ateo como Haghenbeck, la religión no podría ser más nauseabunda y fascinante a la vez. Entre risas y bromas de humor negro, el autor mexicano revela: “Soy ateo, pero tuve una educación religiosa. Los padres no me tocaron porque estaba muy feo y gordito, pero de mis compañeros sí abusaron”.

“Crecí en una familia muy religiosa, y por tanto creo que estoy obsesionado con la religión. Creo que la religión ha hecho mucho daño a la humanidad, pero he encontrado que la mejor manera de combatirla es con humor y sátira en estos libros de aventura”, agrega.

Escribiendo los dos libros, Haghenbeck descubrió que en todas las religiones hay tres cosas en común: ángeles, demonios y exorcismos. Aunque asegura que para el desarrollo de este libro la investigación fue mucho más ligera que en sus trabajos previos (El libro secreto de Frida Kahlo, La Primavera del Mal sobre el orígen del tráfico de drogas en México, etc.), buscó que los datos presentados fueran lo más apegados posibles:

“En el nuevo libro hay un exorcismo tailandés. Me puse a investigar cómo eran estos y siempre debe haber un animal, normalmente escogen a un gato. Supuestamente pasan el demonio de la persona poseída al animal, y al final lo matan para que ahí mismo se cierre el ciclo. De acuerdo con los tailandeses, si el poseído te muerde o lo tocas, se te pasa el demonio. En el caso de un exorcismo musulmán, éste tiene que ser en un templo, sólo con base en cánticos. Los videos están prohibidos y por eso no hay evidencias. Me parece muy interesante que en todas las culturas haya exorcismos y demonios”, detalla.

Para abonar a la ironía y muy a su pesar, este autor se casó por la iglesia, pues su esposa es católica. Este dato es relevante porque quien ofició su ceremonia de unión, le ayudaría tiempo después con su investigación:

“Para el primer libro, publicado hace una década, estuve asesorado por el sacerdote que me casó: el padre Benjamín, de Tehuacán, Puebla. Él era de los pocos sacerdotes con permiso para hacer exorcismos, pues no todos están autorizados (en México hay como cuatro o cinco nada más). Me platicó todo lo que vivió y de este relato extraje muchos elementos que también aparecen en la serie. El exorcismo de Nancy, por ejemplo, es prácticamente como él lo relató”.

Para Haghenbeck también era importante tener presente la idea del “bien” y el “mal” en ambos libros. Sobre esto cuenta que: “El concepto religioso del bien y el mal, toda nuestra culpa y redención, tiene su origen en los desiertos de Afganistán, que fue cuna de la mayor parte del esoterismo de Oriente y Occidente. Para los griegos, no había dioses buenos y dioses malos, eran indistintos, todos tenían orgías e hijos por todos lados sin importarles. Ahora en la iglesia católica, los conceptos están totalmente separados.

DEL PAPEL A LA PANTALLA

Haghenbeck es un autor de género bastante conocido y respetado, pero sin duda la serie Diablero lo volvió a poner en la conversación luego de que Netflix adaptara su obra. Le pregunté si consideraba que el formato audiovisual y el guión habían captado la esencia de sus libros y sus personajes. Me respondió:

“No tuve nada que ver en la creación de la serie, pero creo que respetaron dos cosas fundamentales: la esencia del libro y las características del personaje principal, en físico y personalidad. Creo que con esto, la serie mantiene el espíritu que yo quería transmitir en mis novelas. Además, también me gustó lo que le aumentaron en la serie. Lógicamente un libro no da para una serie de ocho capítulos, tienes que expandirlo”.

“Horacio García Rojas, el actor que interpreta a Elvis en la serie, es tal cual lo imaginé. En la serie es muy chilango, en el libro es más pocho, más de la frontera. Pero siguen teniendo las mismas características. En el caso del padre, sí se tomaron algunas libertades; en la serie es más guapo y joven y en mi libro tiene 40 años. Este personaje me gusta porque es un tipo que duda de su fe, tiene una crisis, lo cual sí respetan en la serie. Otros personajes también son presentados más jóvenes en la serie, lo cual creo que funciona muy bien”, concluye.

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El escritor explica que el desarrollo de la serie fue un proceso muy largo, pues desde el 2008 comenzaron a planearla. Originalmente todo iba a ser filmado en Los Ángeles y al principio ni siquiera la iba a hacer José Manuel Craviotto. Pasó por varias manos de directores y también se realizaron diversos guiones. Pero al final, el resultado fue mejor de lo que esperaba quien diseñó este universo de diableros mexicanos.

EL ADVENIMIENTO DE UN BOOM PARANORMAL

Para finalizar nuestra conversación, la pregunta sobre la literatura de ficción en México era obligada. Haghenbeck se mostró esperanzado en los nuevos horizontes del género de fantasía y terror en América Latina y, de paso, destacó a algunos autores y autoras.

“Hay muy poca literatura de ficción en México, pero creo que tenemos raíces muy profundas en este género y deberíamos explotarlas. Hay dos o tres escritores de culto maravillosos, que el Fondo de Cultura Económica ha rescatado, pero actuales pienso en Bernardo Esquinca y Viviana Camacho. Por supuesto, no podemos olvidar a la autora argentina Mariana Enríquez, que recientemente ganó el Premio Herralde de Novela, convocado por Editorial Anagrama, por su libro Nuestra parte de noche, un relato de terror raro, politizado, hermoso. Ella es una gran escritora, a mí me encanta”.

“Mi siguiente libro justo es de terror y politizado totalmente. Trata sobre los campos de concentración que hubo aquí en México en la Segunda Guerra Mundial. A toda persona que tuviera apellido alemán los metían; fueron entre 500 y 600 personas que tuvieron encerradas en el frío, y abandonados. Quiero rescatar ese tema dentro del género, pues el terror viene muy fuerte próximamente”.

El autor agrega que las líneas se suelen difuminar, no todo debe estar enmarcado: “No olvidemos que también hay obras que nos dan miedo, sin ser necesariamente de terror. O historias que tienen elementos del terror, pero no están diseñadas para provocar miedo. Como Aura, que tiene una trama intelectual, es una metáfora, ¡no es una historia de fantasmas! Con Pedro Páramo pasa igual”.

Con un brillo en los ojos, Haghenbeck da su pronóstico final sobre este nicho de literatura en nuestro país: “Es cierto que no se aprecian estos géneros en México. No solamente con la novela de terror, todos los subgéneros han sido vistos como literatura menor: la ciencia ficción, la fantasía y el noir o policiaco. Lo ha despreciado cierto círculo intelectual en México, pero creo que ya está cambiando la visión. Viene un boom de literatura latinoamericana paranormal”, augura el Diablero mayor.

LECTURAS | Deidades menores: la llegada de los extraños, de Francisco Haghenbeck

sábado, febrero 2nd, 2019

La novela Deidades menores tiene ilustraciones de Patricio Beteo y al principio podemos considerarla como juvenil, pero el talento de Francisco Haghenbeck va más allá de las edades del lector. Ganador del prestigioso premio Otra vuelta de tuerca de novela policial, aquí los primeros capítulos.

Ciudad de México 2 de febrero (SinEmbargo).- Raymundo “Ray” Rey vive aburrido en un pueblo alejado del mundo, perdido entre los maizales. Su padre trabaja en una ferretería, su madre es ama de casa, su hermana es la chica más popular de la escuela y él se dedica a soñar despierto leyendo novelas de aventuras. Pero un día esa vida cambia totalmente con la llegada de los “extraños”, un grupo de ancianos que viaja en caravana y se asienta en un escampado en las afueras de la ciudad. Desde ese momento empiezan a suceder cosas raras y desagradables en el pueblo, incluso la muerte de varios de sus habitantes.

Ray, inquieto, decide llegar al fondo del misterio y descubre que los ancianos no son quienes dicen ser, sino algo mucho más peligroso y ancestral, una fuerza que ha dominado a la humanidad desde sus inicios. Por eso Ray decide enfrentarlos, pero lo que le espera es algo que jamás podría haber imaginado.

Una novela juvenil con ilustraciones de Patricio Beteo. Foto: Océano

Fragmento de Deidades menores, de Francisco Haghenbeck, con autorización de Océano

Era un pueblo como cualquier otro. No importa el nombre o la ubicación. Hay miles de poblados así en el mundo. Seguramente algún día se toparán con alguno en lo más remoto de un territorio. Y ese lugar será un letrero al lado de una carretera, una parada necesaria para cargar gasolina en el camino o un punto abandonado en el mapa. Pero para muchos, como lo fue para mí, ese pedazo de tierra perdido en la nada era mi hogar. Hogar no tiene que ser bello o interesante. Sólo es hogar. Y con el tiempo aprendes que es el mejor lugar.

Eso era lo que pensaba cuando niño.

Mi universo estaba compactado entre las limitaciones de mi pueblo, donde vivía mi familia y se encontraba la escuela a la que asistía. Era mi cosmos palpable y constante. El resto de mi vida, los sueños, no se encontraban ahí, en ese rincón extraviado. Al contrario, radicaban en cualquier otra parte. Podrían estar en el Viejo Oeste, en un barco pirata o una nave espacial. Pero si de algo estaba seguro, es que esos sueños se ubicaban fuera de Villa Sola.

Desde luego que mi pueblo no se llamaba “Villa Sola”. Ese fue el apodo que le puse de manera sarcástica. Creo que hoy, mirándolo desde la lejanía de la playa en el basto océano de la memoria, nunca le dije a nadie que así le decía. No recuerdo cuándo comencé a llamarlo así, pero el apodo se quedó en mi subconsciente. No era difícil entender el sobrenombre, si algo tenía esa localidad en abundancia era soledad. Pero cuando pasaron los extraños sucesos de aquel verano caluroso hace veinte años, una sensación de abandono se expandió en la comarca como un virus en estornudo. Después, pareció como si la soledad consumiera los corazones de los que ahí habitaban.

Mi pueblo comenzaba en un punto emblemático: la estación de gasolina atendida por el tuerto Alvarado. A su lado, el letrero con el nombre del lugar. En la señal también incluyeron el registro de la población, que en ese entonces rondaba por un puñado de miles. La cifra tampoco es importante, pues nunca vi que cambiara. Como si el personal del censo dictaminara que esa localidad tendría siempre los mismos pobladores. Así lo creía, pues no había conocido a nadie que se fuera del lugar. Si alguna familia o persona osaba irse a la comarca para buscar nuevos aires, era de entenderse que al cabo de los años regresarían. Todos retornaban a ese pedazo de soledad. Todos, menos yo.

Y así había sido hasta ahora. Pero tengo que regresar, pues sucedió un evento que abrió la puerta de mi memoria y dejó entrar un alud de remembranzas en mi vida. Una llamada telefónica de mi hermana, Mago. Algo urgente.

—Papá está muy enfermo.

Entonces supe que las reminiscencias del viejo hogar me habían alcanzado, que las muertes y la neblina de miseria que llegó con ese bochornoso verano a mi pueblo volvía a aparecer en mi vida: tendría que regresar a Villa Sola.

2

Recuerdo cuando todo comenzó. Fue el día en que los gemelos Leonel me aporrearon la cara, dejándome el labio del tamaño de una pequeña luna de Saturno. El puño de Ulises, el gemelo mayor, moldeó mi rostro una y otra vez como si estuviera amasando la preparación para pan. No hubo más estragos. Sólo la boca hinchada, una camisa rasgada y mi autoestima derrumbada por el suelo. Cosas que se podían curar con el tiempo y una bolsa de hielo.

Después de haber tragado el polvo los vi por primera vez. Eran los visitantes. Llegaron al pueblo en caravana, uno tras otro, asemejando un desfile onomástico de algún evento histórico. En un principio pensé que eran sólo viejos turistas, pero cuando descubrí que ésa era la careta que deseaban que el mundo viera para encubrir su verdadera esencia, fue que me pregunté: ¿por qué eligieron Villa Sola?, ¿qué los motivó a llegar al poblado más perdido del fin del mundo? Nunca pude responder esa pregunta. Quedó como el más grande misterio de todos los sucesos que se desataron cuando los extranjeros llegaron al territorio.

Yo creo que la niñez es un chiste cruel de la memoria. Estos recuerdos de mi infancia surgieron a partir de la llamada de mi hermana para espantarme cual fantasma que insiste en evocar los hechos que lo convirtieron en un alma en pena.

El niño que era yo, el que vivía en Villa Sola, tenía un nombre como cualquier otro chico. Ese mote servía para que mi madre pudiera llamarme a cenar al ponerse el sol, o bien, para ser emplazado por el profesor cuando deseaba obtener mi atención. Menos a menudo, lo gritaban los compañeros de juego para que lanzara la pelota y pudieran anotar en el juego. Pero no era muy asiduo a esos juegos que se desarrollaban en el lote contiguo a la escuela. Yo era otro tipo de niño. No de los que adoran a deportistas y se pasan al lado de su padre viendo las transmisiones de partidos los domingos. Yo era de los raros. Raymundo, el Marciano.

Raymundo Rey, ése es mi nombre. Entonces yo tenía la edad de cuando los sueños y un perro son tus mejores amigos. Eran mis únicos compañeros, y eran mágicos pues podían llevarme a lugares que nunca había imaginado. Desde una galaxia muy, muy lejana, hasta la vieja estación de tren que quedó en desuso después de que hicieron la carretera que llevaba a la capital del estado. Mi perro era igual de común que el resto de los canes: dos orejas, dos ojos y una cola que se agitaba cada vez que decías su nombre: Elvis.

Elvis era un nombre tan bueno para un perro como Sultán, Fido o Duque. Desde luego yo no se lo puse. Fue mi padre, él era el verdadero amante de la música del Rey del rock. Papá siempre fue especial. Él era el verdadero rey. Al menos, en casa. Nuestro centro del universo. Era un hombre grande, de esos que la vida exagera en las proporciones. Con brazos del grueso de palas mecánicas, torso de tractor y quijada de chasis de automóvil al que adornó con un grueso bigote a manera de parachoques. Exudaba masculinidad en su voz, apariencia y trabajo. Aunque se trataba de un hombre rudo, era tan apacible como un oso de felpa. Lo que delataba que poseía un alma pura eran sus ojos: caídos y tristes, como esperando el Apocalipsis con tranquilidad.

Mamá era mamá. ¿Cómo puedes definir a una mamá? No lo sé. Sé que es la mujer que me besaba por las mañanas y al acostarme. Me arropaba en la cama y era quien me repetía que me amaba en los tiempos más difíciles, tratando de borrar las lágrimas o la cara de puchero. De vez en cuando me paraba sigiloso en el umbral de su habitación, entonces podía ver a la mujer que era en verdad, oculta en la oscuridad, llorando al borde de su cama. Quizá por lo que el resto de la familia callábamos. Tal vez sólo por ser mamá.

Ella sabía preparar limonada rosa con limones amarillos y frambuesas. Sigo pensando que es el mejor elixir del mundo. Cuando leí sobre el famoso maná que cayó del cielo a los judíos por gracia de Dios en tiempos de Moisés, estaba seguro de que esa limonada era el acompañamiento del manjar. También cocinaba un magnífico pastel de chocolate, al que cubría con betún blanco y le colocaba en el interior chocolate de avellana —su toque especial—, ligeramente alcoholizado con ron, dotando al postre con el dulzor del pecado. Su cumbre gastronómica eran los bocadillos que hacía con pan de centeno y queso, sencillos. Nunca logré emular ese sabor. De lo demás, mejor ni hablamos. Era la peor cocinera del mundo. Si ponía a hervir agua, seguro la quemaba. Pero papá siempre le aduló su sazón.

Margarita es mi hermana mayor. Convivir con ella era una pesadilla. Uno olvida que los hermanos no son sólo compañeros de infancia, sino que te siguen toda la vida como demonios o ángeles. Algunas veces, agradeces eso: que la sangre te espose a ellos como un grillete, pero otras, culpas al destino por ligarte a tan desagradables seres. Y algunas veces, como sucedió con Margarita, suceden las dos cosas. Hoy es una buena amiga. La quiero y puedo platicarle cosas que a nadie más le contaría. Siempre hay una llamada por teléfono los domingos, cumpleaños y cuando lloramos porque alguien nos desbarató el corazón. Pero en ese entonces era diferente: nos aborrecíamos mutuamente.

Mago, como le decía mi papá, era la más popular de la escuela, de la cafetería y creo que de todo el pueblo. Era el conjunto de su belleza lo que la hacía el foco de atención de las miradas de los chicos —y de los adultos— que giraban la cabeza al verla pasar por la calle vestida con sus faldas cortas de deportes. Tenía un cuerpo frágil pero atlético. De esos que llevan puesto día y noche las gimnastas de las olimpiadas. Una sonrisa de anuncio dental adornaba siempre su rostro, enmarcado entre su cabello rubio y largo. Era tan brillante y dorado, que podía confundirse con oro macizo. Hacía daño sólo de verlo a la luz del sol. Podría uno asegurar que brillaba por derecho propio.

Mi hermana en ese entonces salía con el campeón deportivo de la escuela, Aquiles Borda. Sé que es un cliché horrible ser un exitoso joven de pueblo, ganador de trofeos de los paraestatales y llamarte Aquiles. Tan malo es que si escribiera un libro, tendría que cambiárselo ya que la gente se reiría del absurdo. Pero es verdad. Los nombres te marcan. Aquiles Borda se llamaba el chico y junto con Margarita eran la encarnación de los muñecos Barbie y Ken. Podríamos haberlos empacado y vendido como el juguete de moda. Incluso, vendrían con automóvil incluido, ropa trendy y trofeos de atletismo.

Aquiles era sobrino del licenciado Sierra, nuestro gobernante. Su padre era un exitoso contratista de construcción, y le había regalado un deportivo que el mismo chico arregló con sus amigos: un Dodge 1965 pintado en color canario al que le colocó dos líneas negras que cruzaban el frente. Él decía que lo pintó en colores de Bruce Lee, como el uniforme que el famoso marcialista llevó en una película antes de morir. Increíblemente, el Dodge realmente tenía un gran parecido con el actor: deportivo, rápido y elegante. De los tres, Mago, Aquiles y el Dodge, el automóvil era lo único que me agradaba. Era una verdadera obra de arte mecánica. Un Millennium Falcon —la afamada nave de Han Solo en la sagrada trilogía de Star Wars— pero en versión para simples mortales. La carroza que usaría un dios si decidía bajar al mundo. No era difícil encontrarse con el murmullo de ese poderoso motor por las calles del pueblo. Si uno vislumbraba el rayo amarillo, sabía qué se encontraría en el interior a Aquiles bebiendo cerveza, junto a mi hermana Mago en el asiento del copiloto.

Y bueno, estaba yo.

No era como papá ni como mamá. Mucho menos como Margarita. Como en esa vieja caricatura que repetían en la televisión, donde la cigüeña se equivoca al entregar un bebé y deposita un elefante a una familia de chimpancés. Supongo que todos encontraban gracioso ver al pobre elefante tratando de actuar como un mono, pero realmente era doloroso sentirse fuera de lugar.

Era Raymundo, el Marciano, el raro. Desde pequeño me gustaban las historietas. Eran mi pasión y delirio. Mi habitación estaba decorada con sábanas de Superman y juguetes de Batman, a los que veneraba como cualquier santo patrono. Dibujaba todo el tiempo, como una manera de huir de mi realidad. Personajes de todo tipo, pero sobre todo, de los que volaban. Creo que era el reflejo de mi deseo por atarme una capa mágica al cuello y huir de mi situación. No puedo decir que yo fuera una versión de Oliver Twist y que sufría desgracias que sólo en la Inglaterra victoriana podían pasarle a un chico por pedir un poco más de comer. Estaba muy lejos de ser un ejemplo de drama de la vida real, y aún más de ser maltratado. Pero me sentía solo e incomprendido.

Como mamá vio que tenía talento para el lápiz, me pagó unas clases de dibujo con una amiga suya que se autonombraba pintora y poeta: la señora Claudia. Ella fue la única mujer de la que me enamoré en mi pueblo. Una divorciada con la que yo soñaba por las noches. Las chicas de mi edad estaban tan absortas en parecerse a mi hermana, que mi estómago se descomponía solo al verlas.

Vivíamos de una ferretería que tenía papá en el centro del pueblo. Vendía todo lo necesario para construir, demoler, arreglar o cultivar. Máquinas potentes y ruidosas que son los nuevos trofeos del hombre. Antes usaban lanzas o cuchillos, pero hoy son sierras, taladros o pulidores. Papá estaba orgulloso de ser el presbítero de esta nueva religión de machos con potencia de rotomartillo. Su tienda era una especie de confesionario para hombres, pues todos los habitantes con el cromosoma y de la comarca iban a charlar a ese local. Los viejos, a remembrar sus éxitos de edades más tiernas, mientras que los jóvenes se acercaban a quejarse de la escasez de dinero y de sus esposas.

En casa, durante la cena, papá nos platicaba las fábulas que sus clientes contaban frente al aparador. Todo tipo de narraciones desfilaban por nuestra mesa. Desde las razones por las que en el pueblo se celebraba el 21 de julio como el Día de la fundación; hasta cuando el anciano Hidalgo Bing peleó en la Segunda Guerra Mundial al lado del general Patton con la 25 de caballería en Normandía. Cosa que, por cierto, era falsa: Patton nunca tocó la costa de Normandía ni tuvo a su mando esa facción del ejército aliado. Y desde luego, Hidalgo Bing solo fue un simple trabajador de una fábrica de municiones. Pero no importaba, pues papá explicaba que una buena historia tenía derecho a una vida propia, sin necesidad de documentación.

El poblado de Villa Sola se distinguía por la cúpula del palacio de gobierno, que sobresalía sobre los tejados de las casas en la lejanía. Era un edificio gris. No sólo en color, sino también en espíritu. No importaba quien estuviera sentado en la silla del gobernante, todos eran iguales. Usualmente, pequeños hombres grises en costosos trajes grises, que se pasaban las tardes dando apasionados discursos al sol. Ese año, cuando sucedió todo, nuestro líder era el licenciado Sierra. Después de los eventos de ese verano, se fue a la ciudad para buscar un puesto más alto en la política del estado, pero perdió las elecciones contra un rico terrateniente del sur. Tal como todos, regresó al pueblo, deprimido. Fue cuando comenzó a beber whisky con refresco de dieta sabor manzana. Por lo general, sentado en su patio trasero mientras regaba el jardín. Comenzaba siempre cuando el reloj marcaba el mediodía y terminaba hasta quedarse dormido, ahogado de borracho. Cansado de ese estilo de vida y deprimido por el fracaso en su aventura política, una tarde tomó una escopeta que usaba para cazar patos en las vacaciones. La aceitó, la cargó con todos los cartuchos y mató a su esposa. Cuando el jefe de policía, el señor Argento, llegó a su casa lo encontró sentado en una silla plegable con esa desagradable mezcla que acostumbraba beber. Se había volado los sesos con el arma. La historia fue la comidilla del periódico local durante años. Como si ese extraño suceso marcara el fin de los eventos desafortunados del verano.

Al lado del palacio de gobierno estaba la iglesia del padre Marco. Una pequeña construcción que trataba de resaltar junto con su desproporcionada torre. Como esos pequeños hombres que usan zapatos elevadores para aparentar más altura. El sacerdote vivía en un costado y se la pasaba arreglando la construcción todo el tiempo, cual si fuera el alma de sus feligreses. Mi familia no podía decirse religiosa. Visitábamos el templo las fechas importantes y ocupábamos los domingos para haraganear en casa con ropa informal. Nivelando esa esquina donde estaba la iglesia, en el extremo contrario, se encontraba el local de Joaquín Valmonte, una cantina que se publicitaba como restaurante. Por más que trataba de ocultarlo, todos sabíamos que era el lugar donde los borrachos del pueblo iban a dilapidar su dinero en botellas, billar y dominó. Ya caída la noche, era el único lugar para levantar alguna de las tres mujeres que se vendían al mejor postor. Valmonte había migrado desde Portugal, con una calva de bola de boliche, dientes amarillos y ojos brillosos. Uno de ellos era de cristal; el más brillante. No era mal tipo. No bebía una gota de alcohol. En sus años de juventud había sido adicto a todo lo que se puede ser adicto. También se tatuó todo lo posible de tatuar en su cuerpo. Era como ese personaje de la novela de Ray Bradbury, con una historia para cada cromo en su piel. Para reformarse, se casó con una mujer oriental, que algunos decían provenía de Filipinas, otros aseguraban que de Tailandia. Ella a duras penas hablaba nuestro idioma, pero logró curarlo de sus pesares. Juntos, administraban esa taberna.

Al parecer, el negocio prosperaba. Hasta el mismo cura Marco se descolgaba los viernes por ahí para beber un par de tragos con los muchachos y jugar algunas partidas de dominó.

Del otro lado de ese bloque estaba otro templo, dedicado a la fuerza del hombre macho: la ferretería de papá. Ahí laboraba cada día del año, excepto domingos y días festivos, de diez de la mañana a siete de la tarde. No fallaba nunca en un solo minuto.

Aquel ardiente verano, mi padre se sintió desesperado al verme en casa todo el día mirando viejas caricaturas en la televisión y comiendo dulces de dudosa calidad nutricional. Un día me colocó una chamarra con el logotipo de su tienda, ordenándome que lo acompañara: trabajaría con él en la ferretería, cosa que me hizo muy feliz. Fue en una de esas tardes que le ayudaba limpiando los anaqueles o acomodando las cajas de clavos cuando sucedió el evento inicial: la primera muerte en el pueblo.

F.G.Haghenbeck. Foto: Especial

Francisco Haghenbeck nació en la Ciudad de México en 1965 y es uno de los narradores más importantes de las nuevas generaciones. Se ha destacado como novelista, cuentista y creador de historietas. Fue coescritor y cocreador de Crimson, así como creador y escritor de Alternation y es el único mexicano que ha escrito una versión de Superman para DC Comics. En 2006 recibió el prestigioso premio Otra vuelta de tuerca de novela policiaca; en 2013 fue reconocido con el prestigioso Gourmand Award, de Francia, y el Nocte a la mejor novela extranjera, de España, y en 2014 obtuvo el premio José Rubén Romero del INBA México.
En Oceáno ha publicado los libros: Trago amargo, El caso TequilaPor un puñado de balas y El libro secreto de Frida Kahlo.

“El diablo me obligó”, de F.G.Haghenbeck, es la nueva producción mexicana de Netflix

sábado, agosto 19th, 2017

José Manuel Cravioto será el director y Rigoberto Castañeda el guionista, de la serie Diablero, basada en la novela editada por Suma de Letras en 2011.

Ciudad de México, 19 de agosto (SinEmbargo).- Netflix confirmó que en 2018 lanzará la adaptación de la novela El diablo me obligó, de F. G. Haghenbeck, que narra la historia de un ex convicto con un trabajo bastante peculiar: captura demonios, querubines, ángeles caídos y más seres sobrenaturales.

Diablero será el nombre de la serie dirigida por José Manuel Cravioto y con guión de Rigoberto Castañeda, según anunció Ted Sarandos, director de contenidos de la plataforma: “Es la primera vez que lo decimos. La nueva serie mexicana para el mundo se llama Diablero y llegará en 2018”.

La novela fue publicada por Suma de Letras en 2011 y El diablo me obligó está escrita con una mirada corrosiva de la realidad y un penetrante sentido del humor.

Con el estilo que lo ha convertido en uno de los escritores más emblemáticos de las nuevas generaciones, F. G. Haghenbeck nos muestra todo lo que hay detrás de la caza de demonios, en la que Elvis Infante es sólo una pieza de una red mayor que incluye a la Iglesia, los ejércitos de potencias mundiales, contrabandistas y toda la fauna diablesca como Belzebú o Satanás, quienes son menos peligrosos que los mismos humanos.

“Yo soy un escritor feminista”, dice F. G. Haghenbeck. Foto: SinEmbargo

F.G. Haghenbeck nació en la Ciudad de México. Se ha desempeñado como novelista y autor de cómics. Ha publicado, entre otras novelas, Trago amargo (2006, Premio Una Vuelta de Tuerca), El código nazi (2008), El libro secreto de Frida Kahlo (2009), El diablo me obligó (Suma de Letras, 2011), La primavera del mal (Suma de Letras, 2013) y Querubines en el infierno (Suma de Letras, 2015). Ha sido ganador del Premio Bellas Artes de Novela José Rubén Romero 2014, el Premio Norma 2016 y el Premio Nocte 2013 (España), entre otros. Además, ha sido distinguido con la Residencia Artística FONCA en Austria y la Omi International Residency at Ledig House, en Nueva York. En 2012 impartió la Cátedra Cultura de México-Universidad de Brown 2013. Fue miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte de 2010 a 2013. Actualmente promueve su novela reciente, Matemáticas para las hadas, que narra la historia de Ada Byron.

La historia de Ada Byron, una matemática que diseñó los programas para la primera computadora  

sábado, julio 8th, 2017

“Haghenbeck es un autor cuidadoso, limpio y calculador”, opina Élmer Mendoza y siguiendo sus conceptos es que el narrador presenta Matemática para las hadas, la historia de una mujer excepcional, hija del poeta Lord Byron, capaz de conjugar el rigor del pensamiento matemático con la creatividad mágica y poética.

Ciudad de México, 8 de julio (SinEmbargo).- —¿Tiene algún secreto que decirle a su mejor amiga, Ada? —soltó con voz dulce su madre, cruzando sus dedos frente a ella y mostrándole una sonrisa que iluminó más que el sol la mesa.

Ada se sintió acorralada por esa actitud. Bajó los ojos, perdiendo de vista a su acompañante, la libélula color índigo, que seguía jugando por los aires.

—Nada, madre —repuso en murmullo.

El inicio de la novela de F. G. Haghenbeck muestra hasta qué punto el narrador se sintió atraído por esa mujer que en pleno siglo XIX ocupó un lugar central, con un feminismo a ultranza, capaz de diseñar el programa para la primera computadora de la historia, Ada Byron, parte de la realeza inglesa.

Se trata de la historia de una mujer tormentosa, amante de Charles Dickens (fascinado por una dama fascinante) y del ludópata John Crosse: condesa de Lovelace: La encantadora de números.

“Fue un libro de reto, me salí de mi zona de confort, porque siento que hay que escribir esos libros que te gustaría leer. Cuando empecé a investigar sobre Ada Byron, no había libros sobre ella y por eso decidí escribir Matemática para las hadas” (Grijalbo), cuenta F. G. Haghenbeck.

Un acto de justicia para Ada Byron. Foto: Especial

—¿Quién era Ada Byron?

—No es que yo sea un gran amante de las matemáticas y de la física, para nada, pero la personalidad de Ada Byron fue un amor a primera vista para mí.  De pronto descubro a un personaje que me llama la atención, sobre todo por el tiempo en que sucede: 1840, digo, ¿cómo puede ser la primera programadora de computadoras cuando no había computadoras? Después descubro que es la hija de Lord Byron, que es noble, que fue amante de Charles Dickens, que fue muy bella, que tuvo un conflicto con su madre y su padre: el arte y la ciencia y sinceramente no estaríamos como estamos aquí sin ella. Es una mujer que descubrió el lenguaje binario y que hace 200 años nos cambió la vida a todos y nadie habla de ella. Eso sí me motivó a escribir el libro.

—¿Fue un acto de justicia esta novela, entonces?

—Sí y también como te dije, un reto. Tuve que cambiar mi prosa, una prosa que sigue a Hemingway, hasta encontrar la voz correcta para esta novela. Leí mucho a Jane Austen que era una contemporánea y traté de darle ese tono de novela romántica que era muy del siglo XIX. A lo mejor mi estilo maquillado con ese estilo, pero sí una voz distinta a la que yo podría darle a mis novelas históricas o policiales. Si fue un reto de amor, de cariño y creo que en la literatura nos debemos salir de nuestra zona de confort, por ejemplo, ¿por qué un mexicano tendría que escribir sobre una noble inglesa del siglo XIX? Y me contesto, ¿por qué no? Los mexicanos tenemos el derecho de hacerlo, no pasa nada, al contrario, que pasen cosas

—Me hizo acordar mucho a la novela que escribió Beatriz Rivas, Dios se fue de viaje… ¿Por qué esta mujer no es motivo de varios libros?

—Porque cuando ella propone el lenguaje binario es teórico totalmente, sus descubrimientos pudieron comprobarse 200 años después. Y el otro, porque no ha cambiado nada en 200 años, es porque era mujer. Ella creció en un mundo dominado por hombres. A tal punto que tiene que firmar sus artículos científicos con las iniciales, no hay que olvidar que además era noble. Ella fue una mujer que se adelantó a una época, pero que también luchó contra la moralidad de la época, abiertamente tenía muchos amantes, le gustaba el juego, le gustaba el alcohol, usaba drogas, una mujer que luchó socialmente para beneficio de los primeros trabajadores en los telares y una mujer no dejó de ser madre, no dejó de ser esposa y que nunca necesitó al esposo para ser lo que ella era. Era noble, para nosotros no es importante pero era muy definitorio para Inglaterra, su posición como condesa era la segunda después de la Reina, con todas las prerrogativas que tenía que cumplir. Una dama llena de contradicciones, pero muy fascinante.

—¿Qué te dio a ti como escritor dedicarte a Ada Byron?

—Antes que nada traté de darla a conocer. No hay libros sobre ella, pero lo que hay son tratados que destacan sus aportes científicos, pero nada sobre su vida. Me sentía comprometido en hacerlo. Por el otro lado quería experimentar nuevas voces, nuevos estilos, en la búsqueda, por qué no, de nuevos lectores. A esta novela la siento como continuación del trabajo que había hecho con Frida Kahlo. De hecho inicio con una frase de Frida, una obra que me ha abierto más las puertas que cualquiera de mis otros libros, traducida a 21 idiomas.

“Yo soy un escritor feminista”, dice F. G. Haghenbeck. Foto: SinEmbargo

—¿Te unes al feminismo que está tan de época?

—Sí, yo soy feminista. A tal grado lo soy que creo que la mejor literatura mexicana que se está escribiendo en estos momentos es la escrita por mujeres. Como nunca antes. Y se nos olvida una cosa, nuestro gran ícono literario es una mujer, es Sor Juana Inés de la Cruz. Otra cosa, me siento muy a gusto con los personajes femeninos fuertes.

­—¿En los ’90 sacaron el discurso de Ada Byron sobre las computadoras?

—Sí, el que ha ayudado mucho a su difusión es Google, porque es una empresa de programas y Ada Byron es su santa patrona.

—¿Hay posibilidades de una serie, de una película sobre ella?

—Me gusta mucho y pensar además que los ingleses podrían hacer una serie sobre Inglaterra.  También podemos hacerla los mexicanos, si los americanos pueden hacer una película sobre mexicanos, también nosotros podemos hacer algo sobre Inglaterra. Recreando el escenario, para eso es la magia en el cine, pero con actores mexicanos y directores nuestros.

—¿Cómo está el resto de tu obra?

—En Océano publico mi serie de detectives, pronto vendrá uno nuevo, ahora publico mucho infantil y juvenil. Básicamente los libros históricos los publico en Penguin y además hago muchas antologías. En agosto sale, por la Secretaría de Cultura, un homenaje a Sherlock Holmes, porque se cumplen 130 años de la primera publicación.

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