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Cecelia Ahern, la autora de Posdata te amo, escribe Ave Lira

sábado, diciembre 15th, 2018

“Así que él se queda quieto, ella le sonríe. El hechizo se ha consumado”, narra la nueva novela de la autora de Posdata te amo, la preferida de muchas adolescentes que consideran las segundas oportunidades en la vida como algo necesario y gozoso.

Ciudad de México, 15 de diciembre (SinEmbargo).- Laura, una misteriosa mujer que vive alejada de la civilización, tendrá que aprender a sobrevivir en un mundo que desconoce.

La vida se divide en dos partes: quién eras antes de conocerla y a quién buscas. Un equipo de realizadores de documentales descubre a una misteriosa joven que vive sola en las montañas de West Cork. Sorprendentemente bella, tiene un extraordinario talento para el mimetismo, como la famosa ave australiana, Lyrebird: las aves liras. La tripulación, fascinada, la convierte en el tema de su historia y le otorga el apodo.

Cuando se van, llevan a Lyrebird con ellos de vuelta a la ciudad. Pero a medida que deja atrás su vida pacífica para aprender sobre un mundo nuevo, ¿también está dejando atrás una parte de sí misma? Para su nuevo amigo Solomon la respuesta no está clara. Cuando encontramos algo raro y valioso, ¿deberíamos compartirlo o protegerlo?

Un libro fascinante y romántico. Foto: Especial

Fragmento de Ave Lira, de Cecelia Ahern, con autorización de Vergara/Penguim Random House

PRIMERA PARTE

Una de las criaturas más hermosas y extrañas, y quizá de las más inteligentes del mundo, es aquella artista incomparable: el ave lira… Es un pájaro sumamente tímido y casi siempre muy esquivo… que se caracteriza por su impresionante inteligencia. Decir que es un ser de las montañas sólo lo define en parte. Es, sin duda alguna, un ser de las montañas, pero ningún espacio que marque y delimite sus dominios, por amplio que sea, es capaz de reclamarlo como ciudadano… Su gusto es tan exigente y definido, y su juicio tan refinado que no deja de ser selectivo en estas hermosas montañas, y es una pérdida de tiempo buscarlo en cualquier otro lugar, salvo en circunstancias de extrema hermosura y grandiosidad. Ambrose Pratt, El repertorio del ave lira

Aquella mañana

—¿Estás segura de que puedes conducir?

—Sí —contesta Bo.

—¿Estás seguro de que ella puede conducir? —repite Rachel, pero esta vez se lo pregunta a Solomon.

—Sí —contesta Bo de nuevo.

—¿Será posible que dejes de enviar mensajes mientras conduces? Mi esposa tiene muchos meses de embarazo, y quisiera vivir para conocer a mi primogénito —argumenta Rachel.

—No estoy enviando mensajes. Estoy revisando mi correo electrónico.

—Ah, pues qué mejor —Rachel pone los ojos en blanco y mira por la ventana hacia la campiña que pasa a su lado a toda prisa—. Vas muy rápido. Y vienes escuchando las noticias. Y traes un jet lag de terror.

—Ponte el cinturón si tanto te preocupa.

—Mira, ¡qué reconfortante! —murmura Rachel mientras se acomoda en el asiento detrás de Bo y se abrocha el cinturón de seguridad. Preferiría ir atrás del asiento del copiloto para poder vigilar mejor a Bo mientras conduce, pero Solomon echó tan atrás su asiento que Rachel no cabe atrás de él.

—No tengo jet lag —contesta Bo y por fin deja el celular, para tranquilidad de Rachel, quien espera a ver que Bo ponga de nuevo ambas manos sobre el volante, pero, en vez de eso, Bo centra su atención en la radio y pasa de una estación a la siguiente—. Música, música, música. ¿Por qué ya nadie habla? —masculla.

—Porque a veces el mundo necesita cerrar la boca —contesta Rachel—. Bueno, no sé tú, pero él sí tiene jet lag. No sabe ni dónde está. Solomon abre los ojos cansados para intervenir en la conversación.

—Estoy despierto —dice con pereza—. Es sólo que, ya saben… —Siente cómo los párpados se le cierran de nuevo.

—Sí, ya sé, ya sé, es que no quieres ver a Bo conducir. Lo entiendo —responde Rachel.

Después de un vuelo de seis horas desde Boston, el cual aterrizó a las 5:30 a.m., Solomon y Bo desayunaron en el aeropuerto, recogieron su auto y luego a Rachel para conducir trescientos kilómetros hasta el condado de Cork, al suroeste de Irlanda. Solomon durmió casi todo el vuelo, pero no le fue suficiente. Sin embargo, cada vez que abría los ojos, encontraba a Bo bien despierta, mirando cuantos documentales encontró en el servicio de entretenimiento del avión.

Hay gente que bromea con vivir a base de aire. Solomon está convencido de que Bo puede vivir a base de información. La ingiere a una velocidad astronómica; siempre está hambrienta de información y lee, escucha, pregunta y busca tanto que le queda poco espacio para la comida. Apenas si come, pues la información la energiza, pero nunca la llena; su hambre de conocimiento e información nunca se sacia.

Solomon y Bo, quienes vivían en Dublín, viajaron a Boston para recibir un premio por el documental de Bo, Los gemelos Toolin, el cual fue reconocido en la categoría de Contribución Sobresaliente al Cine y la Televisión de los premios anuales que otorga el Boston Irish Reporter. Era el decimosegundo premio que recogían ese año, después de numerosos galardones con los que los habían honrado.

Tres años atrás habían dedicado un año entero a seguir y filmar a un par de gemelos, Joe y Tom Toolin, quienes en ese entonces tenían setenta y siete años. Eran granjeros y vivían en una parte aislada de la campiña de Cork, al oeste de Macroom. Bo descubrió su historia cuando investigaba otro proyecto, y al instante le robaron el corazón, la mente y, por añadidura, la vida. Los hermanos siempre habían vivido y trabajado juntos. Ninguno de los dos había entablado una relación romántica con una mujer, ni con nadie en realidad. Habían vivido en la misma granja desde que nacieron, habían trabajado con su padre y se habían hecho cargo de la granja cuando él falleció. Labocon piso de piedra. Dormían en camas individuales y no tenían mayor entretenimiento que un viejo radio. Rara vez salían de su terreno, recibían una compra semanal de manos de una mujer de la localidad, quien les llevaba unas cuantas cosas y les hacía la limpieza. La relación de los hermanos Toolin y su visión de la vida tocaron su simplicidad, había una comprensión franca y clara de la vida.

—Eso fue increíble. Una auténtica pasada —Jack Starr exclama mientras corre por el pasillo hacia Laura. Todos voltean a verlo, incluso la cámara, y Bo y Solomon se salen de la toma—. Ave Lira, eso fue inimaginable… ¡mágico! ¿Estás segura de que no traes escondida una grabadora? —finge asomarse a su boca—. Ya en serio… —Jack intenta calmarse pues está demasiado emocionado—. Eso fue fenomenal. Nunca había visto ni oído nada así. No creo que nadie en el mundo haya visto jamás algo así. Digo, claro que lo hemos oído, pero no emitido por una boca humana —se ríe—. Todos esos sonidos, el agua, el viento, la gente, las risas… Necesito la lista de todos ellos. Digo, ¡qué cosa! ¡Vas a ser una estrella!

Laura se sonrosa. Solomon siente que le arden las entrañas, y Jack, como si acabara de darse cuenta de la cursilería que acaba de decir frente a Solomon, mira a Bo de reojo.

—Corte —dice Bo al instante.

—Hablemos en tu vestidor —le dice Jack a Laura en voz baja. Pareciera que todo el equipo de producción y el resto de los participantes han tapizado las paredes del pasillo para observar el encuentro. Se dirigen al vestidor Laura, Bo, Jack y su productor, Curtis. Solomon y Rachel los siguen de cerca, pero al llegar al vestidor les cierran la puerta en las narices. A Rachel no le importa y se hace a un lado, pero Solomon intenta empujar la puerta. La puerta se entreabre, y se asoma la cara de Jack por una esquina—. No necesitamos cámaras ni sonido en este instante. Gracias. —Guiña el ojo y cierra la puerta.

Rachel le lanza una mirada de advertencia a Solomon.

—Calma —le dice. Luego se apoya en el muro del pasillo, sin dejar de vigilar a Solomon.

—Un día le voy a clavar este puño en el culo.

Rachel alza una ceja.

—Hay hombres que pagarían por eso. Solomon sonríe.

—Quizás él ya lo hizo.

—No creo. Hay montones de mujeres que se lo harían de a gratis —contesta Rachel—. Todo con tal de ser famosas.

—Odias este ambiente, ¿verdad?

—Soy una gran entusiasta del talento ajeno. Susan tiene una sobrina de diez años que toca Las cuatro estaciones de Vivaldi en el violín con los ojos cerrados. Es maravilloso. Pero sólo toca en conciertos escolares y reuniones familiares. No hay razón para subirla a un escenario y someterla a esta clase de mierda —dice en voz más baja, mientras la contorsionista de doce años pasa junto a ellos, acompañada de sus padres, con el rostro aún maquillado para la televisión y la maleta del vestuario colgada al hombro.

—Supongo que estarán orgullosos. Quieren mostrárselo al mundo. Compartirlo.

—Ésa es la cosa, que la gente no deja de preguntarles a sus papás por qué no la dejan hacer más cosas con ese talento, como llevarla a un programa de televisión o algo. ¿Por qué? ¿Porque es buena en algo? —Rachel agita la cabeza, incrédula—. ¿Por qué la gente no puede ser simplemente buena en algo? ¿Por qué tiene que ser la mejor en algo? O sea, lo que creo es que… —busca las palabras exactas. Le hierve la sangre—. Puedes compartir tu don, y puedes… diluirlo. ¿Sabes? Ya la hicieron parecer Elena de Troya. Quién sabe qué carajos se les ocurra hacer después. Pero claro, ésa es sólo mi humilde e impopular opinión. Yo ni siquiera veo esta basura de programa —suspira.

Solomon masculla una especie de respuesta y de inmediato intenta sacarse las palabras de Rachel de la cabeza porque no quiere saber qué opina de que Laura participe en el programa. No quiere pensar que quizá Rachel tiene razón y que él es responsable de que Laura esté en esta situación. En vez de eso, fantasea con las múltiples formas en que puede lastimar a Jack Starr. Darle un puñetazo en la cara fue lo que hizo que lo corrieran del programa hace dos años. Fue porque Jack hizo un comentario denigrante sobre Bo, porque lo hizo de forma deliberada para hacer rabiar a Solomon, y él mordió el anzuelo. Pero le dio gusto hacerlo, y aún recuerda con alegría el instante en que hundió el puño en la mejilla de Jack, a pesar de que había querido darle en la nariz. Aun así, la sensación del hueso y la carne, y el llanto doloroso de Jack bastó para permitirle dormir tranquilo esa noche y tener dulces sueños. No descartaría volverlo a hacer, pero esta vez se tomaría su tiempo. Tendría que valer la pena, pues no puede darse el lujo de no estar presente durante el viaje de Laura.

Cecelia Ahern. Foto: PRH

Cecelia Ahern nació en 1981 en Dublín, Irlanda. Saltó a la fama con sólo veintitrés años tras la publicación de su primera novela, Posdata: te amo (Ediciones B, 2008), que fue llevada al cine con Hilary Swank y Gerard Butler en los papeles protagonistas. Cecelia ha creado asimismo varias series para la televisión, entre ellas la comedia de gran éxito Samantha Who?, para la cadena ABC de Estados Unidos.