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RESEÑA | Brutal, controvertida: “Bareback Juke-box”, de Wenceslao Bruciaga

sábado, diciembre 30th, 2017

Nuestro lector ha seguido leyendo novelas y entregando una pieza única para la publicación. Lejos es una de las mejores reseñas que el hermoso libro de Wenceslao Bruciaga ha tenido a lo largo del año. Se llama Patricio Adrián, le falta un poquito para ser Doctor en Antropología y mientras tanto lee.

Por Patricio Adrián

Ciudad de México, 30 de diciembre (SinEmbargo).- Brutal, controvertida, desinhibida, violenta, sarcástica, cruda, radicalmente sonora, musicalmente estridente y alternativa; todo menos aburrida es la novela de Wenceslao Bruciaga: Bareback Juke-box. Es además una novela novedosa por la forma de abordar el tema: un joven citadino decide recibir el VIH/SIDA en su cuerpo con la conciencia y el dolor entremezclado; eros y tanatos jugando lo suyo en un acto de faquirismo erotizado. Desde las primeras letras de la novela asistimos a la crudeza y controversia singular de Hipólito, el narrador y personaje principal.

Bruciaga se aleja del campo desolador y nostálgico que planteaba Luis González de Alba en Agapi Mu (1993), una de las primeras novelas mexicanas en abordar el VIH/SIDA y se sitúa mas un poquito más cerca de Joaquín Hurtado en Crónica Sero (1993), quien en sus crónicas relata el panorama de distintas personas y su relación con el VIH/SIDA en el norte del país. Bruciaga se le aproxima, aunque no tanto. Wenceslao viene a contar su propia versión en tiempo y espacio de las complicadas relaciones homoeróticas y sobre todo trae bajo el brazo un amplio playlist, que como banda de guerra despliega en la trama de la novela a punta de riffs, grupos y solistas tan poco comunes en los espacios gays de México y particularmente de la ciudad de México.

Bruciaga se aleja del campo desolador y nostálgico que planteaba Luis González de Alba en Agapi Mu. Foto: Especial

En su columna del periódico La Jornada, Jordi Soler calificó la participación del grupo Madredeus en la película Historias de Lisboa (1994) del bien querido Win Wenders como un ‘view track’, es decir como algo más que una banda sonora en el filme; Bareback Juke-box podría ser, siguiendo esta lógica y los anglicismos ad hoc un ‘writting track’, una novela simbiótica de su amplio y poderoso soundtrack roquero, que no sólo la guía sonoramente, sino que le otorga un sentido de argumentación sine qua non.

El recurso del rock en la literatura no es novedoso, es parte del sello de la sesentera literatura de la onda y de escritores más recientes como Xavier Velasco o el propio Jordi Soler. No obstante, Wenceslao lo usa como un insignia de batalla, una bandera de identificación. No es casual, no es un adorno y no es una banda sonora de compañía más; es un manifiesto, un grito pelado de afirmación en la literatura, cuya analogía de identidad es similar al que llevó a los movimientos de liberación homosexual salir a las calles y de los cuales el personaje principal se pitorrea inmisericordemente.

Hipólito es un tipo que ronda los treinta, trabaja como corrector de estilo para algún funcionario en una desinteresada oficina. Pretende ser coherente en su contexto y sus decisiones, debatibles sí, pero como personaje es fiel a su forma de pensar y ver su mundo más inmediato: drogas, desamor, venganza, alcohol, sexo casual y efímero, mucho rock, violencia, crítica y mucha sátira al mercado gay, el activismo, y las políticas de salud.

Hip es un personaje solitario y ermitaño; su único amigo es un clasemediero heterosexual con el cual se da sus pases de coca y con quien asiste a burdeles ex profeso para políticos, empresarios. Hipólito no tiene empacho en mostrarse cínico, nihilista, paria de cultura gay pop, contestatario en su repertorio musical, aprendiz de box; hijo de papi izquierdista, quien no sólo acepta su homosexualidad, sino que en su mozos años de activista fue partícipe de las primeras marchas de liberación homosexual junto a su ex-esposa. Hip creció en el norte del país, está geográfica y culturalmente mucho más cercano a la frontera, que al centro, su moral es más contarcultural que activista, como solían ser sus padres. Radica en la ciudad de México, pero su mente y oídos están en la cuna del punk, el grunge y todas las manifestaciones que pusieron en jaque a la moral heteronormada.

Si uno pasa de largo en la novela, se dará cuenta que aparentemente es el abandono de su pareja sexual y sentimental lo que le orilla a Hip a infectarse voluntaria y consentidamente del VIH, pero no es tan así, no es solo una decisión imbuida por la autoestima, el efecto de los poppers, la cocaína o de ese vacío inefable e incorporado en la época de la incertidumbre de todo: de relaciones duraderas, de algún futuro estable -el que sea-.

Si los disidentes cubanos en la década de 1990 se infectaban como protesta al régimen de Castro, en Hipólito la decisión es una afrenta no sólo a su decepción sino al estigma vertido contra el propio VIH y al sexo entre varones, se identifiquen como homosexuales o no. La decisión de Hip es un acto radical también de protesta contra al hartazgo normado del uso del condón como política casi exclusiva de homosexuales.

Bruciaga coloca al bareback -tener sexo sin condón de manera deliberada- como la metáfora más radical, mortífera y violenta del sexo entre homosexuales hartos del sermón que coloca a los hombres que tienen sexo con otros hombres como únicos responsables de la salud pública, en detrimento de su propio placer. Hipólito en un arranque de introspección señala: “nos cansamos de vivir en la paranoia. De cuidarnos más que el resto de las personas. Desde la aparición del VIH y el SIDA, parecía que los homosexuales no sólo teníamos que ser responsables de nuestra salud. Sobre nuestra sexualidad radicaba casi la salud del planeta entero. Los heterosexuales también meten la pata a cada rato y nunca han sido perseguidos como nosotros.”

Hipólito asume y vive un contexto en el que el VIH/SIDA se ha convertido en enfermedad crónica. Es beneficiario de los avances de la ciencia en los antiretrovirales y el tratamiento provisto (todavía) gratuitamente por el Estado, lo sabe pero lo desdeña, acaso lo minimiza en un intento por reducirle el estigma rodeado de sexo. El SIDA le ganó el estigma al cáncer, nos los hizo saber Susan Sontag en su brillante libro El sida y sus metáforas.

Sontag señalaba, a propósito del filósofo Cioran, que en la década de 1920 en Rumania, los adolescentes añoraban adquirir la sífilis, la neurosífilis, porque la creían una gran fuente de genialidad, creatividad artística u originalidad espiritual. Con el Sida, apuntaba Sontag, esto no parece que vaya a pasar. Es cierto que no hubo nada similar con el Sida, pero la práctica del bareback superó cualquier prospectiva y cualquier ficción, incluso la de Hipólito, quien ve en contraer el VIH/SIDA una decisión personal dentro de los márgenes de su acervo de conocimientos a mano. Pueden ser éstos limitados en términos de salud pública, pero están a la vuelta de cualquier cita por Grindr, cualquier bar, cualquier encuentro casual en los lugares públicos transgresores de la ciudad.

El tino de Bareback Juke-box, considero, está en desnudar al rojo vivo esto que ocurre y que en lugar de comprenderlo se calla o descalifica.

Hacía mucho que no leía una buena novela de este corte, la última que leí en este tono novedoso, arriesgado y sin concesiones fue Despierta ya (2012), de Jaime Velasco. Bruciaga entrega en este libro un buen tema debatible, pero insoslayable: las prácticas del sexo a pelo en un contexto de una epidemia que lejos de ser erradicada, sigue latente, creciente más en algunos países que en otros, y cuyo tratamiento, por parte del Estado, es cada vez recortado de los presupuestos públicos. Este no es un libro apto para mentes reducidas o sencillamente sin apertura al humor, uno muy negro, dicho sea de paso.

ENTREVISTA | La provocación es más importante que la literatura: Wenceslao Bruciaga

ENTREVISTA | La provocación es más importante que la literatura: Wenceslao Bruciaga

sábado, noviembre 4th, 2017

Dice que su novela Bareback Juke-Box es un poco autobiográfica y que tiene como gran objetivo poder hablar de lo que significa ser gay en estos tiempos convulsivos. No sabe si es buen escritor, que lo que más le gusta es provocar y que por tanto pone la foto en la novela, publicada por la editorial de Guillermo Fadanelli, Moho.

Ciudad de México, 4 de noviembre (SinEmbargo).- Es divertido hacerle entrevistas a Wenceslao Bruciaga. Por lo pronto, es el escritor y periodista gay más masculino que muchos que se dicen varones hechos y derechos y por el otro tiene una inteligencia superior, como para verse en estos temas homosexuales, tan difundidos, un poco lejos, un poco crítico.

Bareback Juke-Box es una historia terrible, orgiástica y absurda.  Esta novela narra la historia de Hipólito (o Hip como le dicen sus amigos), un chico homosexual y melómano hijo de hippies neuróticos. Después de que Fernando le rompe el corazón, decide contraer VIH por voluntad propia, en un suicidio orgiástico que implica practicar bareback (sexo sin protección), pero antes de autodestruirse se propone volver al gimnasio de box para, cuando sea tiempo, darle una madriza al causante de su dolor.

Hay un soundtrack especial construido por un hombre que cree que “los homosexuales escuchan mala música” y muchas escenas de ese deporte tan varonil como antiguo: el boxeo, un bareback de la cara al designio del mundo, de la violencia.

–¿Es una novela autobiográfica?

–Tiene muchos elementos autobiográficos, como las orgías y todo eso, pero creo en cuestión que es una autobiografía colectiva. Muchos gay lo viven pero no lo dicen. Es como una provocación deliberada, para desenmascarar un poco la supuesta apertura en la que vivimos. Por supuesto lo es, pero es una apertura muy condicionada por la moral de los bugas. A pesar de que nos podamos casar y todo este acierto, seguimos sujetos a un escarnio. La mitad es que muchos gay hacen lo mismo, pero no se atreven a decirlo.

–Aparece el SIDA, en un sistema donde se ha dejado hablar del SIDA

–Según mis cálculos y mis paranoias se dejó de hablar del SIDA cuando se aprobó el matrimonio igualitario. No me meto mucho en el activismo de las lesbianas o de los trans, porque no lo vivo, no es mi realidad. El tema del SIDA tiene que ver también con los tratamientos antiretrovirales, que te mantienen muy bien, mejor que con la diabetes, por ejemplo, y se prescribe como un profiláctico, donde puedes tener sexo sin protección. Esto ha relajado la idea de que lo que podemos entender como sexo seguro.

–Claro, además el SIDA está vuelto a ver como una enfermedad del demonio. Si eres gay, puedes tener una pareja normal y no tener esa enfermedad. Como si fuera propia de un loco…

–Exacto. Todos estamos expuestos. Eso queda bien al final del libro, cuando digo que no es lo mismo que un heterosexual esté condenado por el diagnóstico que un homosexual. En el gay siempre está el estigma. El gay se lo merecía.

Es como una provocación deliberada, para desenmascarar un poco la supuesta apertura en la que vivimos. Foto: Facebook

–El estigma es en el gay mismo, lo tomas así en tu novela

–Sí, es una especie de provocación, este juego perverso de erotizar el SIDA. La neta es que cansa porque el mensaje del sexo seguro no es lo mismo para los gay que para los heterosexuales. Los gay somos promiscuos, digan lo que digan. Gracias a series como Will & Grace, en esta idea de insertarnos en la comunidad heterosexual, dimos la idea de que nunca tenemos sexo con alguien y mucho menos que tenemos mucho sexo con varios alguien. Se cuidan mucho las formas, lo valioso era lo promiscuo de ser homosexual. ¿En qué momento los gay se volvieron tan aburridos: se quieren casar, quieren adoptar, quieren pagar la hipoteca de la casa? En algún momento se tergiversó la idea de los derechos con la idea de adoptar los estilos de vida heterosexuales.

–Aparece este personaje como el “mataputos”, ¿crees que se ha pasado ahora a los trans, más que a los gay?

–Creo que sigue estando igual, pero notamos más los asesinatos de los transexuales porque es ahora la comunidad más organizada. Todas salen a protestar y a exigir justicia. Los gay ya no salen y por otro lado –aunque suene muy hetero con esta apreciación- tenemos más fuerza y podemos defendernos más. Si sigue habiendo muchos crímenes a causa de la homofobia. No está medido por la ley.

Un libro contra el convencionalismo. Foto: Moho

–Estás todo el tiempo pensando en cómo ser homosexual. ¿Hay un placer por la literatura o hay un placer por demostrar si es mejor ser gay que adaptado?

–Yo encuentro más placer en la provocación y mi talento da para escribir. Me hubiera gustado tener una banda en forma, soy un rockstar frustrado.

–¿Cómo crees que está la literatura gay?

–A nivel hispanoamericano sigue muy sometida por la autocensura, para no escandalizar a los heterosexuales o es muy de nicho y sólo los gay quieren leerla. Nunca he entendido el beneficio del autoconsumo. De este libro me han dicho que escandalizo hasta a los homosexuales. Es escandaloso porque se pregunta todo el tiempo qué es lo que soy y cómo me proyecto hacia los demás. El libro rompe el muro del gueto rosa. Se me hace absurdo defender las leyes de la homofobia sacando la cabeza del gueto rosa y luego te vuelves a esconder.

–¿Por qué tus fotos en el libro?

–Estoy muy contento. Eso fue una estrategia de Editorial Moho, jugar con la imagen del escritor y solo tenía cabida en esa editorial, apuestan mucho por lo iconoclasta.

–Claro, antes estaba Anagrama

–Sí, es cierto. Me formé mucho con Dennis Cooper, un escritor que me influenció mucho y que venían en Anagrama. Ya vivimos en la distopía, no alcanzo a entender esa rebelión de los gay por mi libro, nos han domesticado. El progresismo medieval se ensancha con las redes sociales. La velocidad de la información es vertiginosa y la gente se está desdibujando a través de todas las causas que apoya por Facebook o por Internet. Me propuse hacer este libro para romper con las normas y para marcar el asunto de los gay, cuando salen del clóset para meterse en el clóset de la normalidad.

–Dices que los gay son promiscuos, pero el conservadurismo nos atacó a todos. Si en los 70 los heterosexuales habían experimentado con la promiscuidad, vino una oleada sumamente conservadora y nos metió a todos en el clóset

–Es cierto. Todo el tiempo estoy diciendo que soy gay. Los heterosexuales de todos modos los veo un poco más relajados, los gay no podemos vivir sin presión.

–Leí la novela siguiendo el soundtrak. Me encantó

–Por supuesto. Yo tenía muchas ganas y creo que lo conseguí, por supuesto, de hacer mi propia versión de High Fidelity, de Nick Hornby. Yo soy melómano. Es que Ballard, al que cito en el libro todo el tiempo, dice que en estos tiempos de pos-modernidad, la única forma de mantener la cordura es tener obsesiones, la única forma de que tu cerebro no se mimetice con el de los demás. Los gay han dejado de ser menos obsesivos, siguen igual de apasionados, de azotados, pero escuchan mala música.

–¿Qué posibilidades hay de que escribas una novela que no es gay?

–Estoy trabajando en una con personajes bisexuales, que para mí ya es mucho. Lo he pensado, tengo otros proyectos de libros más musicales, lo hago un poco para desmarcarme un poco del tema con el que estoy marcado. Soy un escritor un poco malo. Necesitaría demasiado talento para escribir algo traspasando lo que no soy.

–¿La provocación alcanza para seguir haciendo libros?

–Siempre va a alcanzar, porque creo que la sociedad es muy proclive a los convencionalismos.