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Laura Baeza habló con SinEmbargo sobre su más reciente novela Niebla ardiente, en la que narra la historia de Esther, una mexicana treintañera que vive en Barcelona y se dedica a la traducción de textos. Luego de la desaparición y asesinato de su hermana, Irene, quien padecía esquizofrenia, Esther cruza el Atlántico para exiliarse.

Ciudad de México, 21 de noviembre (SinEmbargo).– Antes de Niebla ardiente (Alfaguara, 2021), su primera novela, Laura Baeza (Campeche, 1988) escribía en silencio. Sus libros anteriores, dos conjuntos de relatos, Época de cerezos (Paraíso Perdido, 2019) y Ensayo de orquesta (Tierra Adentro, 2017), nacieron así, en una atmósfera callada y quieta.

Pero esta vez no.

Laura toca el violín desde los ocho años de edad, por influencia de su abuelo, quien dirigió una orquesta, así que, en su caso, la música no es sólo melodías de fondo, tamborileo de dedos sobre el escritorio, sino todo un lenguaje que ella puede descifrar y, por tanto, capaz de distraerla.

Pero en esta ocasión, el playlist que eligió con las mejores 100 canciones de grunge no surtió ese efecto, así que pasó las últimas semanas de escritura de la novela reproduciéndolo una y otra vez. Fan de Pearl Jam, encontró en los versos de la canción “Black”, el epígrafe perfecto para su novela. Si todo epígrafe nos sugiere una clave de lectura, en Niebla ardiente nos adelanta el destino de los personajes.

La novela narra la historia de Esther, una mexicana treintañera que vive en Barcelona y se dedica a la traducción de textos. Luego de la desaparición y asesinato de su hermana, Irene, quien padecía esquizofrenia, Esther cruza el Atlántico para exiliarse. Huye de sí misma, del dolor y la culpa, y del país que devoró sus ilusiones y fracturó a su familia. Un día cree ver a su hermana en la televisión: el locutor de un noticiero reporta un conflicto ejidatario ocurrido en un poblado al sur de México y, ahí, al fondo, entre un grupo de mujeres, aparece el rostro de Irene.

Así arranca la historia y la intensa búsqueda que llevará a Esther a confrontarse con su pasado.

Laura Baeza estudió literatura en la Universidad Autónoma de Campeche y cursó estudios de narratología en la Universidad Autónoma de Barcelona. Vive en la Ciudad de México desde el año 2015. Aquí, en esta ciudad ruidosa y caótica, aunque también acogedora y mágica, encontró su lugar como escritora.

En 2017 ganó el Premio Nacional de Narrativa Gerardo Cornejo, por Época de cerezos, y el Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri, por Ensayo de orquesta. Es antologadora del libro Trece narrativas contemporáneas (Fondo Blanco Editorial, 2021), que recientemente obtuvo la distinción de libro del año, en la categoría de ficción, que otorga la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem).

Participa en “Juego de pomos”, un programa en vivo que hace junto a un grupo de amigas, en el que, con “pomo en mano”, analizan series, películas y libros.

Actualmente es becaria del Fonca, en la categoría de novela, y trabaja en la edición y corrección de textos.

En entrevista con SinEmbargo, Laura habla sobre la génesis de la novela, los temas que la entrecruzan y la deuda de la literatura con la enfermedad mental.

Niebla ardiente, la primera novela de Laura Baeza.

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—¿Qué inspiró Niebla ardiente?

—Me interesaba hablar de algunos temas, como la enfermedad, los feminicidios, la violencia hacia los periodistas y, sobre todo, la reconstrucción de la memoria. Meses antes de escribir la novela fui a la exposición “Feminicidio en México ¡Ya basta!”, que se montó en el Museo de Memoria y Tolerancia. Fue una experiencia que me impactó profundamente, sobre todo porque recuerdo una instalación que recreaba las habitaciones de las chicas que nunca regresaron a casa. Y también otra sala en donde estaban los expedientes con los casos sin resolver, como un enorme elefante blanco de la justicia. Eso, posiblemente, además de la realidad misma, inspiró la novela.

—En la novela, Irene, uno de los personajes, padece esquizofrenia. ¿Qué tan difícil fue investigar sobre esa enfermedad y abordarla desde una óptica que se aleja de los estereotipos?

—Gracias al apoyo de un par de amigos psiquiatras, que me proporcionaron materiales, pude conocer más sobre esta enfermedad. Y también gracias a una amiga, quien generosamente me habló sobre cómo la familia lleva el tratamiento y los cuidados de una persona con esa condición. Me documenté de la mejor forma posible y traté de abordar el tema con mucho respeto.

—¿Crees que la literatura mexicana tiene una deuda con el tema de las enfermedades mentales?

—Sí, sin duda. Encontré más información en textos periodísticos. De ahí que me haya basado en investigaciones, estudios y guías. Gracias a muchas autoras ahora se está normalizando hablar de ciertos temas que antes estaban relegados de la agenda pública, como la maternidad, las enfermedades mentales y el trabajo de cuidados.

—En la novela, Irene, paciente con esquizofrenia, provoca una fractura en su familia, debido a la carga de cuidados. Esther, su hermana, y su madre están obligadas a asistirla en todas sus crisis. Incluso hay una escena bastante fuerte, en la que una de ellas confiesa su hartazgo…

—En la sociedad, sobre todo la mexicana, está normalizado el abandono paterno, pero cuando la madre es la que se desprende, la que confiesa su cansancio, es juzgada con brutalidad. En el caso de la esquizofrenia infantil es usual que el padre abandone a la familia, entonces las madres, u otros cuidadores, cargan con todo y se les niega el derecho a estar exhaustas. Y quizá, esa escena que mencionas, viene de ahí.

—La escritora argentina Ariana Harwicz sostiene que la corrección política engendra un arte infame. ¿Qué tan complejo fue abordar temas tan delicados, tan indignantes, como el feminicidio y la desaparición forzada, sin caer en eso: en la corrección política y el dogma?

—Difícil porque no iba a dejar de lado la situación social. En el caso de la historia de Irene, la preocupación es ella y la familia. Lo malo es que, al provenir de una familia tan compleja, también quedan inmerss en estos círculos concéntricos de la violencia. Lo complicado fue abordar el tema de las desapariciones con respeto porque no soy periodista y no iba a tratar de encarjar a la fuerza. No quería ser impostora de los temas que me preocupan, pero yo no me dedico a eso. Sentía que no podía faltarle al respeto a quienes sí hacen trabajo de investigación y trabajo social y quienes están saliendo a buscar gente, escribiendo yo desde la comodidad de mi casa. Era lo que me costaba trabajo: no caer en el cliché de adjudicarme algo en lo que no estoy tan inmerso, pero que es una preocupación desde que escribo. A mí me interesaba abordar esos temas, pero guardando la distancia, sin caer en lo panfletario. Al igual que el periodismo, la ficción también nos permite sensibilizarnos respecto a una problemática social.

—¿Cómo fue el proceso de documentación sobre los temas que abordas?

—Fue bastante duro porque no soy periodista y no tengo el temple para investigar a fondo casos de feminicidio o desapariciones. Recopilé información de medios formales e informales; es decir, de blogs, testimonios y publicaciones anónimas en redes sociales. El golpe de realidad fue pesado y abrumador.

—¿Fue emocionalmente desgastante?

—Sí, bastante. Hace tiempo leí Los caballeros se quedan a descansar, de Mariana Orantes, un libro de ensayos buenísimo. Y Mariana cuenta que, para la escritura del libro, se documentó mucho sobre violencia de género y ella confesaba que, tras la investigación, sentía un profundo malestar emocional. Sentí algo similar, aunque en mi caso la investigación fue intermitente, así que el golpe emocional me llegó después, poco a poco.

—Háblanos de tu proceso de escritura, ¿cómo definiste la estructura de la novela, en la que se intercala la tercera y la primera persona?

—No dibujé la estructura de mi novela, como sugiere el querido Martín Solares, pues no soy tan organizada. Tomo algunas notas. A veces elaboro escaletas, pero nunca las sigo al pie de la letra. No sé si sea desorganización o, más bien, confianza en mi intuición. Tampoco tengo mi pared llena de post-its, que es como la imagen romántica de la elaboración de un libro. Niebla ardiente fue una historia que estuvo en mi cabeza como tres años, en los que estuve pensando en ella, en sus personajes y en cómo contarla. Debido a que la novela habla sobre la memoria, y la memoria es fragmentaria, necesitaba esa estructura y esas voces intercaladas. En mi caso pienso mucho, todo el tiempo, en la historia y luego me siento a escribir.

—¿Qué estás escribiendo ahora?

—Este año gané la beca del Fonca, así que empecé a escribir mi novela, que tratará sobre el rapto juvenil. Me interesa abordar el tema de la fragilidad de la adolescencia, que creo que es mayor ahora que antes. Estoy en la fase de documentación porque quiero evitar una romantización de la búsqueda y espero lograrlo.