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Aura García-Junco habló con SinEmbargo sobre su ensayo El día que aprendí que no sé amar (Seix Barral), en el cual expone sus apreciaciones sobre este sentimiento “que todos creemos conocer pero que está lleno de vacíos”.

Ciudad de México, 13 de noviembre (SinEmbargo).– El amor romántico es una utopía que se va construyendo desde la propia casa “hasta las producciones culturales que nos rodean” y que —lejos de la felicidad que nos promete— suele ser el origen de muchas de nuestras miserias, planteó la escritora Aura García-Junco en su ensayo El día que aprendí que no sé amar (Seix Barral).

“Como sociedad, en general, seguimos teniendo muy arraigada la idea del amor romántico, hablándolo como un término que comprende una serie de ideales, como una potencia mágica que dura toda la vida, con una sola persona y que, aunque terminemos las relaciones cada vez más pronto, seguimos teniendo ese ideal de la media naranja”, compartió García-Junco en entrevista.

Aura fue una de las mexicanas seleccionadas este año por la revista Granta en la lista de las 25 mejores narradoras menores de 35 años. En la plática con SinEmbargo compartió sus apreciaciones sobre el amor, un sentimiento “que todos creemos conocer pero que está lleno de vacíos”, como señala en su ensayo.

“¿Cómo lo entiendo yo (al amor)? […] me parece un tema tan complejo que hacer un resumen sólo deja fuera todas las cuestiones importantes”, refirió en la charla la también autora de Anticitera: artefacto dentado.

García-Junco abundó que “nuestra subjetividad tanto en las relaciones como fuera de ellas parte de un montón de constructos sociales ajenos a nosotros y nosotras”. En ese sentido, habló de cómo la monogamia entra dentro de este constructo del amor romántico, el cual no viene de una cosa natural sino de una educación y de nuestro entorno cultural.

“En el libro hablo incluso del gusto: qué es lo que nos atrae, qué es lo que nos parece socialmente bello, qué es lo que creemos que sólo viene de nuestras entrañas, que nos guste más una persona que otra, y cómo en realidad viene de todo menos de nuestras entrañas”, refirió.

La autora expresó la necesidad de hacer preguntas más que pensar ideales, aunque mencionó que estos últimos pueden derivar de las preguntas también:

“Lo que me parece importante, es hacer una invitación a escucharnos más, a tratar de violentarnos menos y a dejar de sufrir a lo tonto. No borrar la tristeza, porque es un sentimiento como cualquier otro, sino la búsqueda del sufrimiento como un medio para llegar al paraíso”.    

El día que aprendí que no sé amar. Foto: Cortesía Planeta.

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—¿Cómo entendemos el amor, independientemente de las cuestiones biológicas, como lo señalas, y más bien entendido desde un punto de vista social y hasta personal? ¿Cómo lo entiendes tú, y cuál crees que es el ideal que tenemos actualmente?

—¿Cómo lo entiendo yo?… no siento que lo pudiera condensar en una línea. Por eso escribí un libro, porque me parece un tema tan complejo que hacer un resumen sólo deja fuera todas las cuestiones importantes. Como sociedad, en general, seguimos teniendo muy arraigada la idea del amor romántico, hablándolo como un término que comprende una serie de ideales, como una potencia mágica que dura toda la vida, con una sola persona y que, aunque terminemos las relaciones cada vez más pronto, seguimos teniendo ese ideal de la media naranja. En general seguimos muy en ese lugar del amor como amor romántico y como relación de pareja.   

—¿Hasta qué punto el amor romántico influye en las relaciones monógamas y de qué forma podemos entender nuestras relaciones de pareja a partir de una construcción social?

—Lo podemos entender muchísimo ahí, porque nuestra subjetividad tanto en las relaciones como fuera de ellas parte de un montón de constructos sociales ajenos a nosotros y nosotras. En el libro hablo incluso del gusto: qué es lo que nos atrae, qué es lo que nos parece socialmente bello, qué es lo que creemos que sólo viene de nuestras entrañas, que nos guste más una persona que otra, y cómo en realidad viene de todo menos de nuestras entrañas. 

Acaba siendo parte de nosotros y nosotras, pero no viene de ahí. No nace de la nada. De la misma manera las relaciones amorosas y, por supuesto que la monogamia entra dentro de este constructo del amor romántico, no viene de una cosa natural, viene de una educación que comprende desde la propia casa hasta las producciones culturales que nos rodean que son una fuente de educación a veces tan grande como la familia. 

—Cómo una sociedad mexicana como la nuestra, conservadora y arraigada en este pensamiento occidental, puede abrirse a ir entendiendo más allá de la cuestión monógama y un amor más libre sin etiquetas

—Lo más importante primero es no pensar que nuestra forma de relacionarnos es la única. Tanto si te relacionas de una manera monógama o no monógama. Me parece que no jerarquizar la forma de amar en cualquiera de esos dos grupos es súper importante porque si simplemente asumimos que todo lo que hacemos es la única manera de hacer las cosas ya no hay diálogo posible y no hay manera de cambio. Es la postura más rígida de la que puedes partir. Luego la vida te zangolotea lo suficiente como para que te muevas, pero si no quieres moverte nada te va a mover. 

Lo principal es eso. Es la chispa de una apertura. A partir de ahí, de esa apertura hacia lo otro y el otro y la otra, nos permite abrirnos hacia nuestras propias relaciones. En la medida en que desafiamos nuestros propios prejuicios nos podemos dar cuenta de cómo nuestras relaciones están también impactadas por ellos. Me parece un buen lugar de inicio. 

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—¿El machismo ha destruido al amor? ¿Hay otras prácticas que también lo han lastimado o estén afectando la manera en como lo percibimos?

—Tiene que ver con las cuestiones estructurales más amplias. El machismo y el patriarcado están ligados a todo esto porque impactan a hombres y mujeres. Pero también la violencia que hay en el gusto que aparentemente no existe, pero está ahí, que es la violencia que discrimina y pone a unos cuerpos como superiores a otros sin duda tiene que ver con la manera en que nos relacionamos. 

También las situaciones económicas de las personas tiene que ver con cómo se van a relacionar y qué tan difícil será en general existir para ellos y ellas. Si estás en una situación de carencias básicas, por supuesto que estás en una situación de violencia más grande. Ya partes de un contexto que es por sí mismo violento y que va impactar todas tus relaciones y toda tu forma de habitar el mundo. 

—Das cuenta de manera muy puntual, en el ensayo, cómo ha sido la evolución a lo largo del tiempo, de cómo nos relacionamos sentimentalmente, de cómo esta práctica ha ido cambiando con el tiempo al menos en occidente. ¿Hay una manera ideal de relacionarnos en pareja o ahí está precisamente el error, en idealizar?

—Lo de no generalizar me parece súper importante porque si no caes en el riesgo de hacer un tratado universalizante que dice que todos y todas pensamos igual, que tenemos las mismas condiciones socioeconómicas y demás, lo que para mí es un error garrafal. Porque simplemente demuestra miopía. 

El libro empieza enfocándose, partiendo de un lugar e intento traerlo a la tierra todo el tiempo. Sobre si hay una manera ideal de relacionarnos no creo que este libro tenga respuestas de ese tipo. Tiene preguntas útiles para llegar a lo que cada persona encuentra como una relación ideal, siempre pensándose como parte de un conjunto, no solo de parte de una relación que puede comprender dos, tres —o los individuos que quieras—, sino como parte de una comunidad. 

Para mí es más importante pensar en las preguntas más que en los ideales. Aunque los ideales pueden derivar de las preguntas también, pero son ideales muy individuales. En todo caso, y lo que me parece importante, es hacer una invitación a escucharnos más, a tratar de violentarnos menos y a dejar de sufrir a lo tonto. No borrar la tristeza, porque es un sentimiento como cualquier otro, sino la búsqueda del sufrimiento como un medio para llegar al paraíso.    

—Es un tema del que al parecer todos creemos saber y dominar, y es algo que hemos vivido de una u otra forma. ¿Por qué este tema muchas veces se ve relegado y no le damos tanta importancia pese a ser uno de los puntos nodales en nuestro día a día?

—Esa pregunta está íntimamente relacionada con el patriarcado. El amor como una cosa hogareña, individual, íntima a la que no hay que prestarle atención en contraposición a los grandes temas como la política. Parecería ser algo tan menor que simplemente sucede. No hay por qué pensarlo, solo sucede. Es algo dado como el hecho de que alguien haga de comer en la casa. Como estas cosas que hemos naturalizado, pero que son profundamente políticas. Eso nos ha alejado de la idea de reflexionar sobre el amor. 

También una concepción que es de amor romántico es que si se tiene que pensar, ya pierde algo. Pienso mucho en el ejemplo de cuando las parejas sienten que si hay que explicarle algo a su pareja es porque no están del todo conectados. Para mí es muy significativo este ejemplo porque tiene que ver con esta mística del amor, de ocultamientos que pareciera la única manera de hacer las cosas. 

Así como se llama al ocultamiento dentro de la pareja, se llama a no pensar en este tema como algo serio, sino como una cursilería de revista romántica. Pero no lo es, es aquello que nos mueve en la vida. Tanto el amor de pareja como el amor a la comunidad, a les hijes, a los animales, etc.  

—Lo relegamos incluso de los centros de conocimiento como la educación emocional y otros aspectos. Pareciera que no tiene cabida y eso está impactando a generar todas estas preguntas. No lo estamos tomando con la debida importancia. 

—Sí, desde las instituciones de producción de conocimiento como las universidades hay unas pocas investigadoras que hablan de esto, pero al mismo tiempo está la jerarquía de qué es más importante investigar, cuáles son los temas serios. 

El amor raramente rankea hacia arriba. Curiosamente es una de las cosas que más nos atañen. Quizá porque se siente tan cotidiano y tan cercano se da esta incapacidad para pensarlo como un tema serio.    

—Hay un aspecto que me lleva a reflexionar tu ensayo. ¿De qué manera afecta este entendimiento que tenemos del amor a las relaciones filiales, de padre e hijo? 

—Es un tema que no quise entrarle mucho en el libro porque es completamente otra investigación. Lo que puedo decir es que la idea de una pareja como una isla afecta también a la crianza, porque si la pareja no se relaciona con un contexto, también la crianza es una isla y la posibilidad de hacer comunidad al momento de tener un hije y verle crecer se ve muy sesgado. Pero es otro tema. 

—¿Cómo podemos empezar a romper el statu quo de las relaciones?

—El trabajo inicia en uno mismo. Y luego sigue teniendo conversaciones con la gente a nuestro alrededor. Sin duda esto es algo colectivo. No puede ser tratado como un tema del individuo como una isla, que es la forma más neoliberal de hacer las cosas, pero es buena idea empezar a pensarlo acompañadamente. Analizándonos a nosotros mismos y mismas, viendo en qué violencias estamos incurriendo, en qué violencias nos estamos introyectando. 

El objetivo es buscar la manera de relacionarnos con mejores formas con todo nuestro entorno, no solamente en nuestras relaciones afectivas, sino también con las relaciones amistosas. Regreso a esta idea de la pareja como la isla donde desapareces por dos años de la vida de tus amigos, afecta todo. Reflexionarlo puede tener un impacto para romper esa clase de dinámicas.   

–Aparte de tu trabajo, ¿qué significó para ti haber figurado en la lista de la revista Granta de los 25 escritores menores de 35 años?

–Para mí fue un reconocimiento muy grande y sin duda fue inesperado. Lo que metí a esta convocatoria fue mi primera novela Anticitera: artefacto dentado, que ya va a ser reeditada y estoy muy feliz por eso. Es una novela super experimental, sin arcos, sin trama de corridos y demás. Era una apuesta muy grande y no sabía cómo iba a ser recibida por los y las lectoras. 

El hecho de que una revista con tanto prestigio me incluyera en una lista partiendo de eso y de otro fragmento de otra novela que también tiene mucho de experimental y de ciencia ficción fue una agradable sorpresa. Luego cuando escoges géneros que no son tan socorridos ni comunes… me sentía flotando en quién sabe dónde. Ese reconocimiento me impulsa mucho a seguir escribiendo. No es que fuera a dejar de hacerlo, pero siempre es bueno que alguien te dé una palmadita en la espalda para que sigas haciéndolo. 

Obed Rosas

Es licenciado en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón de la UNAM. Estudió, además, Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras.

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