Los humanos no florecen cuando la tierra se enferma, dice la escritora Viviana Rivero
PorObed Rosas
05/09/2021 - 10:00 am
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La escritora argentina Viviana Rivero habla con SinEmbargo sobre su más reciente libro El alma de las flores (Planeta, 2021), una novela donde convergen dos historias de dos tiempos diferentes que tienen en común un lazo familiar y la urgencia de migrar para poder salir adelante.
Ciudad de México, 5 de septiembre (SinEmbargo).– Los seres humanos no pueden florecer cuando la tierra se enferma política o económicamente, plantea la escritora argentina Viviana Rivero al hablar sobre su más reciente libro El alma de las flores (Planeta, 2021), una novela en la que se narra una historia de amor, de migración y supervivencia contada en voz de dos protagonistas, pertenecientes a dos tiempos diferentes, pero que forman parte de una misma familia.
“Soy una convencida de que el mundo muchas veces va enfermando algunas zonas. Se enferma la tierra políticamente o económicamente y los seres humanos no pueden florecer. Algunos no soportan eso y están dispuestos al desarraigo con tal de florecer. Otros no. Saben que si se mueven de lugar tal vez sean una planta que se seca”, comparte la autora en entrevista con SinEmbargo.
En El alma de las flores, Viviana Rivero cuenta la historia de María Álvarez, una mujer española que a raíz de la Guerra Civil en ese país emigra hacia Argentina, un país del que Rafael, su nieto, saldrá años después, de vuelta a España, en una travesía que realizará en busca de sí mismo, y en la que encontrará las raíces de su familia y las razones que llevaron a su abuela a callar los años que vivió en Europa.
“La vida es casi como un puzzle (rompecabezas), donde se van armando las piezas. Uno no llega a ver toda la figura, tiene que apartarse un poco para ver todo lo que se armó con las distintas vidas […] Eso es lo profundo; las decisiones que tomamos nosotros y cómo van marcando a los que vienen detrás nuestro […] La suma de pequeñas decisiones hacen las cosas grandes. Todo vale, todo importa, aún las pequeñas decisiones”, señala Rivero.
En ese sentido, la autora de La magia de la vida (2014), Los colores de la felicidad (2015) y Sí (2017), señala que el ser humano tiene una fuerza que desconoce poseer hasta que se enfrenta con alguna situación con la que tiene lidiar. Muchas de esas situaciones, menciona, son crisis que tiene el hombre ya sea porque se le muere un sueño emocional, o laboral o de vivir en un país. Y para volver a tomar otra meta que lo satisfaga, muchas veces se necesita de un tiempo.
“Las grandes crisis del hombre son cuando nos quedamos sin sueños hasta que volvemos a tomar otros en el área que sea. De eso habla la novela, de que cuando se acaba un sueño es tiempo de dejarse llevar, fluir y no pelear tanto contra el entorno hasta que se acomode un poco y volver a asir sueños”, menciona.
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—El alma de las flores es una historia de amor, de migración y supervivencia contada en dos tiempos diferentes, cuyos protagonistas pertenecen a una misma familia. ¿Hasta qué punto el pasado de nuestro linaje influye en nuestra vida personal?
—Qué pregunta. Eso es justamente de lo que quiero hablar en el libro. Yo tengo abuelos italianos, españoles y checoslovacos; de las tres. Y Argentina es tierra de inmigrantes. Me crié en una casa donde se hablaba de desarraigo, de cómo tuvieron que dejar su idioma para poder adaptarse mejor, de cómo se extrañaba. Recuerdo que el italiano estuvo a punto de irse a vivir a Australia y, a último momento, se decidió por Argentina. Siempre digo qué hubiera pasado si no hubiera venido. Yo no estaría aquí.
El libro habla de eso, de cómo la vida es casi como un puzzle (rompecabezas), donde se van armando las piezas. Uno no llega a ver toda la figura, tiene que apartarse un poco para ver todo lo que se armó con las distintas vidas. De eso habla el libro más allá de los temas del inicio. Eso es lo profundo; las decisiones que tomamos nosotros y cómo van marcando a los que vienen detrás nuestro. En estos tiempos de pandemia a veces pensamos que no podemos manejar nada, que es una pequeña decisión la que uno toma, sí, pero la suma de pequeñas decisiones hacen las cosas grandes. Todo vale, todo importa, aún las pequeñas decisiones.
—La historia de María tiene lugar dentro de la Guerra Civil española, situación que la lleva a migrar hacia Argentina. La migración, decía la escritora mexicana Sofía Segovia, es la historia de la humanidad. Y es cierto, difícilmente podríamos entendernos sin este acto. ¿Tus personajes renacen a partir de la migración o de qué forma impacta en su desarrollo?
—Sí, soy una convencida de que el mundo muchas veces va enfermando algunas zonas. Se enferma la Tierra políticamente o económicamente y los seres humanos no pueden florecer. Algunos no soportan eso y están dispuestos al desarraigo con tal de florecer. Otros no. Saben que si se mueven de lugar tal vez sean una planta que se seca. Pero los que sí se animan se mueven y se producen las grandes migraciones. En el caso de María, una chica de 17 años, parece muy frágil, de ojitos claros, que no tiene padres y está a cargo de su hermanito. Trabaja en un bar y de un día para el otro su mundo se queda patas para arriba, porque se desata la Guerra civil española y le empieza a costar conseguir comida, tiene que mantener a su hermano y mantener límites con los hombres que tratan de aprovecharse de su situación. El dueño del bar donde ella trabaja le ha propuesto matrimonio y tiene 30 años más que ella. María empieza a soñar con escapar, con migrar a América, lo cual no le será fácil.
Por otro lado, voy contando la historia de Rafael que es un hombre argentino músico que está cansado y frustrado de las crisis económicas, de que su restaurante quebró, de que su profesión como profesor de música no le da para vivir, lo que le trae problemas en su matrimonio y se separa. El libro comienza en que él está en el avión yéndose de su país rumbo a España, que es tierra de su abuela. Ella vino solamente con la ropa que traía puesta, ni siquiera traía una maleta. Y nunca les contó qué pasó, pero antes de morir ella les decía que tenían que ir a Madrid y buscar la parte de la historia familiar. Rafael viaja a Madrid, va a esa jamonera y de golpe se da cuenta que está unido a ese lugar con muchos más hilos de los que él creía, porque está unida su historia familiar con su historia personal. Él encuentra una meta en su vida, un nuevo amor; va a ser tierra de segundas oportunidades y al mismo tiempo va a empezar a desentrañar la historia secreta de su abuela. Qué fue lo que le pasó tan triste que nunca quiso hablar. Y su abuela es María, la chiquilla esta. Las dos historias van paralelas y en algún momento se unen.
—La migración es un acto continúo que ayuda a formar a muchas sociedades. En Latinoamérica sabemos de eso. Además que tenemos sucesos como los de Afganistán o las caravanas de Centroamérica que nos lo recuerdan. ¿Cómo puede florecer el ser humano que no puede echar raíces en el lugar donde vive?
—El ser humano tiene una fuerza que cada uno no sabe que la tiene hasta que se enfrenta con el monstruo que se tiene que enfrentar, pelea y sale airoso. Lo logra, se pierde en algunas cosas, pero es el precio para salir vivo. Era eso o la muerte o la falta de libertad para siempre. Cuando comienza el libro, Rafael va arriba del avión y se quita el anillo del matrimonio porque se ha separado, y llora. Piensa que ha hecho algo terrible, se han muerto sus sueños y él ha sobrevivido. Son las grandes crisis que tiene el ser humano, cuando se le muere un sueño emocional, laboral o de vivir en un país. Hasta que volvemos a tomar otros sueños pasa un tiempo. Antes pasa un luto. Tras el luto de Rafael la vida le va planteando un panorama y logra asir otro sueño.
Las grandes crisis del hombre son cuando nos quedamos sin sueños hasta que volvemos a tomar otros en el área que sea. De eso habla la novela, de que cuando se acaba un sueño es tiempo de dejarse llevar, fluir y no pelear tanto contra el entorno hasta que se acomode un poco y volver a asir sueños.
—Otro elemento que es constante es lo que sucede con las flores, que sienten y prevén lo que sucede en la historia. ¿Este recurso es una forma de personificar a la propia naturaleza, de darle una voz frente al ser humano?
—Sí, creo que los seres humanos estamos más unidos con el mundo verde de lo que creemos. Desde aquí en mi ventana veo los árboles y creo que ellos están allá y nosotros aquí, sin embargo, estamos más unidos de lo que creemos. Lo cuento a través de la historia de Encarnación, una de las personajes del libro. Es una mujer madrileña que tiene un patio de los típicos madrileños de esa época, con azulejos moros sobre las paredes con un estanque, un banquito, flores y plantas aromáticas. Es madre de dos muchachos veinteañeros con ideas políticas distintas. Siempre están discutiendo porque no se entienden. Ella empieza a descubrir que, cuando sus hijos discuten, su jardín se mueve al compás de lo que va pasando en su familia. Las plantas se ponen feas, se secan y vienen pestes con las discusiones. Lo que pasa con sus hijos no es otra cosa que el reflejo de lo que pasaba en la sociedad española. Ella descubre que vienen flores blancas en un rincón del jardín cuando algo bueno pasa, flores que ella no ha plantado. Entiende que ese jardín se está moviendo al compás de los movimientos políticos y de su familia. Las plantas sabían antes que los seres humanos que venía una guerra entre hermanos, que se iba a desatar una guerra con mucha sangre y las flores dejan de aparecer. El madrileño se da cuenta de que no hay flores, las plantas no tienen flores. Encarnación lo sabe bien. Ese es un recurso, algo de realismo mágico, que tiene el libro.
—¿Crees que lo de las flores también funciona en un sentido alegórico sobre cómo la actividad humana, la desigualdad, las luchas que llevamos a cabo impactan de una manera negativa en la naturaleza? Difícilmente puede florecer algo en un lugar que está en guerra.
—Sí, hay un momento en el libro en que Madrid está siendo bombardeada. María ya no da más, está muy delgada y necesita huir, pero aún no ha podido. Hay un hombre que se aprovecha de ella continuamente y acepta tener sexo a cambio de comida. Está muy sufrida, abre la ventana y dice: ‘Todo es gris, no hay flores’. Claro, habían bombardeado. El polvillo lo cubría todo. Había un olivo ahora hecho tierra, parecía hecho a lápiz porque no había colores. Cuando hay una guerra, es imposible que haya la alegría del verde porque pasa a segundo plano. A nadie le importa regar una planta cuando no hay ni siquiera plantas para comer. El mundo verde viene de la mano de lo que hace el ser humano y para bien o para mal corre la suerte que corremos nosotros.
—¿Cuál es la fortaleza del amor frente a alguien que trata de sobrevivir? ¿Amar es un acto de salvación?
—El amor en todas sus áreas es el motor del mundo. Trato de hablar de todas estas áreas y facetas que tiene el amor en mis libros. A veces por amor uno está dispuesto a irse a vivir a la otra parte del mundo o quedarse aunque no se quiera. Amor a los hijos, porque cuando tenemos un hijo nunca más volvemos a ser los mismos. Amor a la tierra, porque si estamos fuera de nuestro país y sentimos un aroma de una comida de nuestra madre somos capaces de llorar. Amor a la vocación, porque estamos dispuestos a trabajar hasta las tres de la mañana sin saber si van a pagar. Todos estos amores en el ser humano son el motor y la fuerza, lo que nos permite ponernos metas que de otra manera nos serían inalcanzables. Es lo que nos lleva a tomarnos los grandes desafíos que nos plantea la vida y vienen de la mano de todas estas facetas del amor.
—Por último, ¿qué mundo es el que nos depara después del COVID, donde muchas sociedades se han cerrado, y en donde el contacto humano es lo que más se ha evitado?
—La generación que conoció lo que la vida era antes de la pandemia, la que conoció lo que era todo presencial, todo abrazos, tomar del mismo vaso, nosotros vamos a tener que enseñarles mucho. Tendremos sobre nuestras espaldas una responsabilidad muy grande de enseñarle a otra generación. El otro día iba conduciendo en el auto, paso siempre por un colegio y estaban en recreo los niños. Estaban jugando todos con sus barbijos (cubrebocas) muertos de calor. Dije ‘pobres, tienen que vivir con eso, siendo que antes no existía’. Pero se acostumbran. Y también se van acostumbrar al no abrazo, no beso, no contacto. Y la generación que vivimos lo otro tendremos que enseñar, contar y explicar para que no se pierda completamente.
Obed Rosas
Es licenciado en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón de la UNAM. Estudió, además, Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras.
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