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La escritora Sofía Segovia habla con SinEmbargo sobre su novela Peregrinos, una historia de tiempos de la Segunda Guerra Mundial que relata el éxodo de los alemanes que vivían en Prusia, a unos de los cuales el destino los llevó a México. “No creo que haya ser humano sobre la Tierra que no sea producto de un peregrinaje”, comparte en ese sentido la autora.

Ciudad de México, 26 de junio (SinEmbargo).– “La peregrinación por vivir en paz en otras tierras es la historia más antigua de la humanidad”, expone la escritora regiomontana Sofía Segovia con motivo de la publicación de la edición de aniversario de Peregrinos (Debolsillo, 2021), su más reciente novela en la cual retrata la historia de Arno e Ilse, hijos de dos familias de distintas regiones de Prusia, los Schipper y los Hahlbrock, que huyen, junto con su pueblo, en un éxodo suscitado por los horrores de la Segunda Guerra Mundial, y cuyo destino los llevará a ellos dos a México.

“¿Por qué le puse Peregrinos a la novela? Porque todas las demás palabras que hay en el entorno para definir a los seres humanos que tienen que dejar su tierra están tan quemadas. Ya ni refugiados tiene una implicación bella cuando refugio es una palabra bellísima. Era mi intención aquí en Peregrinos mostrar que el éxodo, la peregrinación por vivir en paz en otras tierras es la historia más antigua de la humanidad. Es la historia fundacional de México; la historia de un peregrinaje, hasta que dieron con un águila y una serpiente, y si hacemos un recuento hacia atrás, nos daríamos cuenta de que hoy no creo que haya ser humano sobre la Tierra que no sea producto de un peregrinaje y eso nos debería invitar a la empatía”, comparte Segovia en entrevista con SinEmbargo.

La también autora de Huracán (Lumen, 2016) y el Murmullo de las abejas (Lumen, 2015) comenta que esta historia llegó a sus oídos a través de una amiga cuyos padres son precisamente Arno e Ilse, aquellos alemanes prusianos que vivieron los horrores de la guerra, pero que continuaron su vida en otro continente, América, y en otro país, México.

“Desde el principio comprendí que a pesar de que esta novela no sucede en México, es una novela mexicana. Lo es porque la historia vive acá. México está en la última oración de esta novela porque sí quería que se notara ahí, y está dedicada a todos esos países que le abren la puerta a los peregrinos de buena voluntad”, refiere.

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Sofía Segovía menciona a lo largo de la plática su intención de romper con la narrativa existente en torno a la Segunda Guerra Mundial, una en la cual —señala— se ha excluido a los niños así como la versión de quienes quedaron después de esta lucha y tuvieron que reconstruir los pedazos de su nación.

“Es muy fácil para nosotros ser receptores de esta narrativa oficial y decir ‘los buenos son los aliados y los malos son los alemanes’. Está bien. Obviamente algo sucedió ahí en Alemania en un momento en el que ese Gobierno y ese Ejército fue el agresor, pero por ejemplo esa narrativa no incluye a los niños, y entonces cambia esa verdad, cambia ya un poco porque al final Arno e Ilse, mis personajes, ahora son adultos, bueno Ilse es adulta, Arno ya murió. Yo los conocí en la adultez, pero eran recién nacidos cuando empezó toda esta circunstancia y luego eran niñitos cuando terminaron siendo los culpables de esta guerra, y eran niños y entonces dices ‘sabes qué, vamos a echar otra mirada, vamos a ver esa verdad para completar esta otra porque juntas dirán la historia completa’, y quizá nos sirvan más comprender qué sucedió, de manera completa, para que no vuelva a suceder”, señala.

La historia que Segovia narra en Peregrinos comienza en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, cuando Prusia todavía existe separada de Alemania. Con la invasión a Polonia, Hitler unifica a Prusia con el resto de Alemania, pero detona la guerra. Pasan los años, cuando los soviéticos logran dar la voltereta a la guerra y empiezan su aplastante avanzada, los primeros alemanes que pagan son los prusianos. “Eso detona el éxodo humano más grande de la humanidad durante el invierno más terrible del que se tuviera memoria”. 

Desarrollada en este contexto histórico, la novela no se centra en el punto de vista militar, sino en el de la gente común que padece las consecuencias bélicas: la población prusiana, simbolizada a través de dos familias que viven y buscan sobrevivir: la de Arno e Ilse.

La edición de aniversario de Peregrinos. Foto: Cortesía Random House.

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—En Peregrinos usted relata el éxodo prusiano a través de la historia de Arno e Ilse, cuyo desenlace termina en México y tiempo después a sus oídos, ¿cómo y cuándo es que conoce este relato y de qué manera decide plasmarlo en esta novela?

—Yo vivo en Monterrey y aquí tengo a una amiga desde hace más de 40 años que nació en Alemania y que llegó a México con su familia cuando ella tenía tres años. Y es una amiga que quiero muchísimo, es una amiga muy cercana, pero a lo que yo no me había atrevido preguntar por la historia de sus papás durante la guerra. Me parecía algo muy delicado porque los alemanes cargan con el juicio de la humanidad, pero un día ella me platicó una escena que a mí me impactó, me capturó la imaginación, de su mamá siendo una niñita abrazada de su hermano en una carreta desbocada y me conmovió tanto y me pareció digna de cualquier película, la mejor película, la más dramática, que hayamos visto sobre la guerra. Y dije, cómo es posible que hasta ahora esta historia de la Segunda Guerra Mundial —que siempre la he estudiado, he leído mucha literatura, he visto muchos documentales, películas—, cómo es posible que siempre la sentí lejana y ajena. 

Me impactó eso primero, y además, después, me pareció muy mágica toda la coincidencia, todo el número de coincidencias que suceden para que estos dos personajes lleguen vivos al final de la guerra y que además se unan sus caminos, etcétera. Entonces dije ‘quiero ir a contar esa historia, pero quiero ir a contar precisamente esa historia, una historia muy poco contada, que sucedió dentro de esta historia que es de las más contadas de la humanidad’.

—Las herramientas que provee la ficción permiten reconstruir una atmósfera, una época, un momento, un suceso y los personajes con cierta holgura, ¿el haber conocido estos sucesos a través de sus protagonistas acotó un poco esa libertad o cómo fue el proceso?

—Pudo haberlo hecho, esto de como los conozco no me puedo dar libertad, pero soy novelista. Se lo advertí a Ilse cuando platicamos: ‘soy novelista, no escribo biografía’. Entonces sí tuve que hacer un proceso de concederme esa libertad, avisárselo a ella también, y tuvo que decirme constantemente: ‘Ilse no es la mamá de mi amiga, es mi personaje’, y entonces darme libertad con la voz de su madre, de su padre, de todo su entorno para que ella trascendiera no nada más de ser Ilse, esta niña individual, sino Ilse, la mitad del símbolo  —porque la otra mitad es Arno— de la infancia que sufre una guerra, y entonces pues en este sentido es un personaje que creció más, es un personaje que expresa más, que medita más y muestra un arco de la literatura, propio de un personaje de la literatura y fue precisamente por darme esa libertad.

—Usted misma lo menciona. Esta época, la Segunda Guerra Mundial, es uno de los momentos que más han sido retratados tanto en la literatura, el cine y otras manifestaciones artística, sin embargo, Peregrinos da cuenta de una mirada apenas abordada, la de los alemanes, en este caso provenientes de Prusia, ¿de qué otra manera es diferente la óptica que plasma en esta historia?

—Sí quisiera subrayar la diferencia y esta diferencia la hago no con el afán de borrar la narrativa existente porque no porque yo piense que esta narrativa está incompleta, la oficial, la de los ganadores, digo yo que es mentira. No, para nada. Sólo digo que está incompleta, que le falta esta otra pieza. Es algo que también hice con El murmullo de las abejas —esta historia tan contada de la Revolución Mexicana— que se cuenta sólo desde un punto de vista y deja fuera las otras verdades que coexistieron al mismo tiempo. 

Es muy fácil para nosotros ser receptores de esta narrativa oficial y decir ‘los buenos son los aliados y los malos son los alemanes’. Está bien. Obviamente algo sucedió ahí en Alemania en un momento en el que ese Gobierno y ese Ejército fue el agresor, pero por ejemplo esa narrativa no incluye a los niños, y entonces cambia esa verdad, cambia ya un poco porque al final Arno e Ilse, mis personajes, ahora son adultos, bueno Ilse es adulta, Arno ya murió. Yo los conocí en la adultez, pero eran recién nacidos cuando empezó toda esta circunstancia y luego eran niñitos cuando terminaron siendo los culpables de esta guerra, y eran niños y entonces dices ‘sabes qué, vamos a echar otra mirada, vamos a ver esa verdad para completar esta otra porque juntas dirán la historia completa’, y quizá nos sirvan más comprender qué sucedió, de manera completa, para que no vuelva a suceder.

Eso es importante, pero además, también, al hablar de niños es que los niños nunca están en los libros de Historia. No son personajes, no van y pelean, y sin embargo, creo que hoy todos tenemos que entender que estamos llamados a tratar de proteger la infancia y creo que también estamos llamados a leer esta historia —es lo que yo traté, es el espíritu detrás de presentar la infancia— y decir la infancia es universal. No hay ser adulto, ni en el Gobierno ni en la población civil, que no haya pasado por la infancia. Lo que sucede es que es muy fácil como se nos presentan las guerras en los libros de Historia y no considerar estas cosas; cómo se afecta a la infancia. 

La literatura para eso nos sirve. Sí, ahorita estamos leyendo sobre estos niños prusianos, pero cómo le afecta a los niños centroamericanos tanta violencia, cómo le afecta a los sirios, a los niños de los países de África, donde quiera que haya guerra. Creo que si todos consideráramos a la infancia quizá nos tardaríamos más en ir a la guerra. Y hubo otro aspecto que no se toma en cuenta que es el de las mujeres, las mujeres son otras protagonistas que la historia ha decidido borrar, y finalmente aquí lo que yo presento es esta figura de la mujer, de la madre. Al final cuando se termina de disparar la última bala, ¿quién queda para recoger los pedazos de un país roto?, pues quedan las mujeres y quedan con los pedazos, con los polvos, con el país hecho añicos, la familia hecha añicos.

—Hablando de esas historias que no se cuentan. Usted retreta la visión personal, sin embargo hay otras historias que al final las relatan, como usted dice, los ganadores. En ese sentido, la historia da cuenta de estas dos familias, la de Arno e Ilse, que huyen del Ejército Rojo en su asedio por el territorio germano. Este ejército ruso cometió violaciones y devastó a lo que quedaba del pueblo alemán, ¿por qué considera que eso haya quedado en un segundo término aún a la fecha?

—Si hablas con los alemanes, te dicen ‘nosotros sí sabemos esas historias’. Claro, lo que pasa es que han sido tan marcados como los culpables, no nada más los perdedores, sino los culpables. Y bueno, como decíamos hace rato, tienen este Gobierno que los lleva a todo lo que sucedió, pero el resto de la población lo que sucede es que queda con esta dificultad para comunicarlo. Y entonces, sí, sí es muy conocido el salvajismo del Ejército ruso, y aquí fue muy difícil también para mí porque al mismo tiempo que me doy la libertad para hacer de estos personajes, al mismo tiempo me tuve que limitar muchísimo porque parte del ejercicio que me propuse fue sólo hablar desde el punto de vista de los alemanes o bueno algo polaco también, porque ahí hay un personaje que es polaco, pero los alemanes, los alemanes comunes.

Los granjeros de Prusia que pudieron haber conocido desde antes lo que tienen es la historia ancestral de tanto conflicto, muchísimo conflicto entre todos estos países. No es nada más así como de generación espontánea hubo problemas. No. Por eso el Polaco dice ‘el ruso es el lobo’ y los alemanes dicen ‘son salvajísimos los rusos’, pero ellos tampoco están diciendo, porque no lo van a saber, porque nadie se los va a decir, porque tenían un Gobierno muy controlador, no había crítica, no había libertad de expresión o libertad de investigación; jamás un granjero de Prusia iba a saber lo virulento que fue el ataque alemán en Rusia también, ¿no?.

Este es en parte también el intento con esta novela de decir ‘todos tenemos nuestro punto de vista’, pero tenemos que conocer el del otro. Si los alemanes hubieran sabido, quizá la población común, lo que se le hacía a los rusos, quizá otra cosa hubiera sido. Quizá, no lo sé porque ya para entonces habían perdido toda la libertad, la libertad hasta para imaginarse un país distinto, la libertad hasta para educar a sus hijos.

Esas son las circunstancias y seguimos en eso. Es muy fácil ahora decir ‘los alemanes son los malos’ si no sabemos todas las verdades, es muy fácil decir que todos los alemanes, incluidos Arno e Ilse, son los malos. Entonces dices, no puede ser porque en ese país al final los que quedaron eran niños, mujeres y ancianos y son los que tuvieron que recorrer todos estos caminos para ver quién sobrevivía, y murieron casi tantos alemanes después de la guerra como durante la guerra por esta situación, por estos juicios, por estos prejuicios, por estas ganas de venganza aunque no fueran activas. Los aliados no cuentan esta historia porque es incómoda y no la cuentan porque al final se les podría voltear un poco la situación y decirles ‘oye, en este humanismo que dices tener abandonaste a niños, a mujeres y a ancianos en el peor invierno que hubo en la historia de Europa hasta entonces’. Y es por eso que estas historias se esconden, se barren como piezas de rompecabezas abajo de un tapete para que nadie las encuentre y son las historias que cuenta el ganador a su conveniencia y bueno, aquí se marca tanto al perdedor, no sólo por ser perdedor y se le ha quitado el derecho de expresar su versión de las cosas.  

—¿Considera que esta narrativa concentrada en los personajes, en sus historias, es una manera de dar un paso más de los claroscuros e ir entiendo un poco más de la esencia del hombre?

—A mí me interesa mucho la experiencia humana, la condición humana, en lo que escribo y yo creo que así es como la Historia hace sentido. Nos pueden contar la historia y podamos ir cada año al examen de secundaria y quizá hasta sacarnos 100, pero no conectar con nada, y creo que la Historia cobra mucho más sentido cuando vemos lo que se siente no 80 años después, sino cómo se siente en ese momento, ser un actor en la Historia.

No tienes que ser el que va a salir en la estampita del trabajo escolar para ser de la Historia, todos somos actores, eso es lo que nos quiere decir la Historia y cómo se nos enseña. Entonces a mí me parece muy importante contar todas las historias, mi narrativa, desde el punto de vista de lo que se siente ser hombre, mujer, niño, niña y ver así y nunca olvidar el paso de la Historia sobre sus actores. 

—Por otra parte, hay una relación directa con México, es el punto de llegada de los personajes centrales, ¿qué papel tiene el país en Peregrinos? ¿Considera que ese México que tradicionalmente ha recibido a estos éxodos, no sólo este sino también el español, por ejemplo y más recientemente de centroamericanos, es el mismo que recibió a Arno e Ilse, o esta narrativa xenófoba ha permeado en ciertos sectores?

—En toda mi obra hay esta intención de contar una historia diferente, un poco contraria a la narrativa oficial, inclusive la narrativa oficial en la Literatura. En Huracán se nota este intento, está en el Murmullo (de las abejas), aquí también, y desde el principio comprendí que a pesar de que esta novela no sucede en México, es una novela mexicana. Lo es porque la historia vive acá. México está en la última oración de esta novela porque sí quería que se notara ahí, y está dedicada a todos esos países que le abren la puerta a los peregrinos de buena voluntad.

Yo quería contar esta historia mexicana, diferente a la que el mundo conoce. Me molestan mucho los estereotipos, ¿y cuál es el estereotipo en México?, que es un país que expulsa a su gente, y bueno otros tres, cuatro, adjetivos que no voy a decir, pero en particular es ‘nadie quiere estar en México, todo mundo quisiera irse’. Esa es quizá la idea de México que existe en la imaginación colectiva de mundo y yo quiero romper con eso, siempre quiero romper con esas ideas y con los estereotipos, y yo digo que México es un país que ha abierto sus puertas y ha recibido mucha gente y yo creo que merece México que se cuenten todas sus versiones. Y creo que esta historia nos daría mucho aliento como mexicanos saberla porque a veces los estereotipos del mundo, permean tanto en la imaginación mexicana que hasta se hacen como parte de nuestra verdad y a mí me gusta luchar contra eso.

Y creo que también se ha permeado esta idea nueva que hay sobre el peregrinaje. ¿Por qué le puse Peregrinos a la novela? Porque todas las demás palabras que hay en el entorno para definir a los seres humanos que tienen que dejar su tierra están tan quemadas. Ya ni refugiados tiene una implicación bella cuando refugio es una palabra bellísima. Era mi intención aquí en Peregrinos mostrar que el éxodo, la peregrinación por vivir en paz en otras tierras es la historia más antigua de la humanidad. 

Es la historia fundacional de México; la historia de un peregrinaje, hasta que dieron con un águila y una serpiente, y si hacemos un recuento hacia atrás, nos daríamos cuenta de que hoy no creo que haya ser humano sobre la Tierra que no sea producto de un peregrinaje y eso nos debería invitar a la empatía. Tampoco debemos olvidar que somos un milagro, que estamos aquí porque alguien salió de donde estaba; para que nosotros fuéramos posibles muchas generaciones o una. 

Resulta además que no nos preguntamos por qué surgen esos éxodos masivos, esos peregrinajes. Si nos preguntáramos eso, nos daríamos cuenta de que todos tenemos un denominador común que se llama ser humano y que nos mueve tanto eso como a cualquier ser vivo, la vida, y que todos queremos quedarnos en nuestra tierra, donde tenemos raíces, donde tenemos enterrados nuestros muertos, algunas culturas donde enterraron sus ombligos al nacer, pero qué sucede, decimos ‘hay estos centroamericanos quieren invadir EU y pasan por México’, pero no nos detenemos a preguntar por qué. 

Nadie quiere irse, pero donde hay violencia y hambre, las poblaciones de los seres vivos se mueren, y eso le puede suceder a cualquiera.

Obed Rosas

Es licenciado en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón de la UNAM. Estudió, además, Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras.

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