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El escritor y periodista Julio Godínez habla sobre El mexicano de Buchenwald (Planeta, 2021), su primera novela, en la cual relata la historia de José Luis Salazar y Juan Rodrigo Del Fierro, dos jóvenes que en 1944 llegaron a un campo de concentración de la Alemania nazi diciendo ser mexicanos.

Ciudad de México, 17 de julio (SinEmbargo).– “¿Qué estarías dispuesto a hacer para sobrevivir en un caso extremo?” Bajo ese planteamiento el escritor y periodista Julio Godínez recupera la historia de dos jóvenes —José Luis Salazar y Juan Rodrigo Del Fierro— que en 1944 fueron llevados de Francia al campo de concentración de Buchenwald, “un campo particularmente cruel”, donde ambos se identificaron como mexicanos… aunque uno de ellos mentía.

“Son dos chicos, dos jóvenes, que llegaron al campo de concentración en el centro de Alemania en 1944 con un par de semanas de diferencia y los dos dijeron ser mexicanos, sin embargo, uno de ellos mentía. O sea, uno de ellos miente, y entonces a partir de ahí, de yo descubrir que uno miente, yo intenté hacer una novela”, comentó Julio Godínez en entrevista con SinEmbargo, precisamente con motivo de la publicación de El mexicano de Buchenwald (Planeta, 2021), su primera novela.

Godínez —quien ha realizado una cobertura periodística en diferentes países de cuatro continentes, tanto para medios mexicanos e internacionales— explicó que estas dos historias han estado presentes en algunos trabajos periodísticos a partir de la publicación de los archivos de Bad Arolsen, dentro de los cuales se encuentran los nombres de estas dos personas.

Para José Luis Salazar y Juan Rodrigo Del Fierro, los dos protagonistas de la historia, ser mexicano significó la diferencia entre morir y seguir viviendo. Si bien, ambos provenían de mundos distintos, son las coincidencias las que los llevan a formar parte de un grupo de la Resistencia Internacional, el cual existió y fue formado clandestinamente en el interior de Buchenwald.

Sobre José Luis, Julio Godínez destaca: “era un muchacho guerrero, que sabía de Mecánica, que en ese entonces saber de Mecánica, en 1939-1940, es como si hoy supieras programar un sistema de cómputo, era a ese nivel”. En tanto, de Juan Rodrigo refiere: “(Era) un tipo con conocimiento, pero básicamente era un egocentrista, alguien que está buscando él salvarse, no salvar a nadie más, sin embargo, en la búsqueda de él salvarse resulta que sí ayuda al grupo de la resistencia en el campo”. 

La antagonista tanto de estos personajes como de los demás internos es otro personaje real que es recuperado por Julio: Ilse Koch, “La bruja de Buchenwald”.

“Mucha gente la ubica porque es una mujer que se presume que le gustaba desollar a los seres humanos, y le gustaba desollar a los seres humanos que tenían tatuajes. Por entonces, el tatuaje no era una cosa tan común como lo es hoy, sin embargo, había personas que como hoy se sienten atraídas por las pieles tatuadas y esta mujer parecía una de ellas, y a parte de tener una atracción por las pieles tatuadas, la señora tenía una predilección por hacer objetos con pieles y eso pasaba en Buchenwald”, comentó.

En cuanto al papel que tuvo en su momento el Gobierno mexicano, señala que sí llegó a sus oídos el hecho de que un connacional estuviera internado en este campo de concentración. 

“Hay un episodio —que es muy poco contado en México, espero poderlo contar próximamente a lo mejor en un trabajo periodístico— que es el canje que se hizo de mexicanos y alemanes. Un canje durante la guerra, así como tal un canje de prisioneros alemanes por mexicanos, mexicanos por alemanes, y en ese canje esta persona está incluida. Entonces, definitivamente el Gobierno mexicano tuvo conocimiento de esto”, compartió.

Todo esta historia que Julio Godínez recupera desde el plano de la ficción ocurre en el corazón de Alemania donde se ubicó el campo de concentración Buchenwald, una instalación nazi que fue habitada por prisioneros de más de 30 nacionalidades distintas, incluidos estos dos muchachos que, al llegar en 1944, dijeron ser mexicanos.

La portada de El mexicano de Buchenwald. Foto: Grupo Planeta.

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—Sé que a lo largo de este libro expones esta cuestión, pero es ineludible que al encontrarse con de tu novela uno se pregunte, ¿cómo llega un mexicano —bueno en realidad son dos personajes con esta nacionalidad— a un campo de concentración de la Alemania nazi?

—Son dos historias que corren en paralelo. Son dos historias que se encuentran en el campo de concentración de Buchenwald en 1944. Son dos muchachos que llegan al campo diciendo que son mexicanos. 

Bueno de estas dos personas, una en particular, José Luis Salazar es un muchacho que se encontraba, antes de ser detenido, en Francia buscando llegar a México. Él había participado en la Guerra Civil española. Posteriormente escapa de España al final del 39, al finalizar la Guerra Civil, escapa a África, a Orán, y después vuelve a Francia para reunirse o para integrarse en la resistencia civil francesa, que es este grupo que peleaba en contra de los nazis, como grupos civiles.

Posteriormente, se suma a trabajar como mecánico en algunas fábricas de armamento. Cuando él quiere dejar todo este asunto de la guerra es cuando es capturado por los nazis y lo llevan a un centro de confinamiento, pero para ser deportado a Alemania, que es el campo de Compiègne, que es donde parte el tren donde salen ellos.

La otra persona, Juan Rodrigo Del Fierro, es un muchacho que también estaba en Francia, y de este muchacho yo no tengo muchos datos. Hay una parte, una gran parte de ficción, sobre lo que es la vida de él previo a ser detenido. Lo que sí encontré es el asunto de su familia. La familia Del Fierro es una familia muy misteriosa porque pertenece a un grupo de empresarios del norte de México, entonces la familia Del Fierro es muy interesante, pero a mí me quedaban muchas lagunas, sobre todo en la parte anterior a que este mucho es capturado. Él estaba presente en París antes de ser capturado, donde vivía su familia desde hace mucho tiempo.

—José Luis Salazar y Juan Rodrigo Del Fierro fueron dos personas de carne y hueso que vivieron en carne propia los sinsabores del exterminio nazi, ¿cómo fue que te encontraste con estas dos historias y sobre todo qué te motivó a llevarlas al campo de la ficción?

—Estas son dos historias que han estado presentes en algunos trabajos periodísticos. Yo me las encuentro, al igual que otros colegas periodistas, cuando se publican unos archivos, que son los archivos de Bad Arolsen y estos archivos se publican —es un archivo vivo, es decir que está en constante alimentación—, y entonces dentro de estos archivos se encuentran los nombres de estas dos personas. Y básicamente los datos que vienen ahí son el nombre, la edad y la nacionalidad de estas personas, de personas que fueron deportadas. Eso es importante, estos archivos son de personas que fueron deportadas de Francia a diferentes campos en Alemania, Polonia y Austria, que son básicamente donde estaban los campos de concentración de la Alemania nazi. 

Si uno busca en estos archivos, que son completamente públicos, que son archivos muy bien indexados donde uno puede buscar un apellido, un nombre, un rango de edad, nacionalidad, de dónde fueron deportados, al campo donde fueron llevados, entonces uno puede buscar ‘mexicanos, ‘México’, y vas a encontrar ahí una lista amplia. Ellos vienen ahí.

Estas dos personas, algunos colegas periodistas en Europa las tomaron y escribieron sus historias. El asunto es que cuando yo veo estos reportajes, me parece que hay una serie de inconexiones que tomo e investigo y entonces me doy cuenta que hay mucho más detrás de estas historias de vida que me parece importante investigar y posteriormente contar.

Julio Godínez ha realizado una cobertura periodística en diferentes países de cuatro continentes, tanto para medios mexicanos e internacionales. Foto: Arturo Bermúdez.

—Es curioso que ambos personajes sean en un inicio tan diferentes a un grupo de la Resistencia Internacional, ¿en verdad José Luis y Juan eran tan diferentes, uno con un espíritu de guerra y el otro perteneciente a una clase acomodada?

—Son dos personajes que podrían parecer antagonistas, son los protagonistas del libro. Son dos personas reales, existieron, pero por sus características yo no quise caer en un cliché. Uno era un muchacho guerrero, que sabía de Mecánica, que en ese entonces saber de Mecánica, en 1939-1940, es como si hoy supieras programar un sistema de cómputo, era a ese nivel, la Mecánica era un oficio, una profesión, que era muy valorada por aquel entonces porque todo era mecánico, iba de la mano con la electricidad, entonces era gente muy valorada. 

Lo que yo sí quise hacer era acercarme a quien pudieron ser y sí pude dibujar el personaje de José Luis Salazar, lo pude dibujar a partir de un encuentro que tuve con su hijo, que lo menciono por ahí en el Epílogo. Y el personaje de Juan Rodrigo lo puedo perfilar bien gracias a la investigación que hago sobre todo aquí en México. El nombre de Juan Rodrigo del Fierro está en los archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Juan Rodrigo en algún momento de su vida dialoga con alguien de la Embajada mexicana y queda en los archivos un poco de cómo es él. Entonces, así yo lo puedo perfilar. Yo gracias a esos documentos que me encontré en la Secretaría de Relaciones Exteriores hay una declaración de una persona que habla cómo era él. A partir de eso, yo me puse la meta, me fijé, y decidí que esta persona iba a ser un tipo estirado, un tipo con conocimiento, pero básicamente es un egocentrista. Es alguien que está buscando él salvarse, no salvar a nadie más, sin embargo, en la búsqueda de él salvarse resulta que sí ayuda al grupo de la resistencia en el campo. 

—¿Por qué el mexicano de Buchenwald y no los mexicanos?

—Porque uno no lo es. En el transcurso de la novela eso es lo que pretendo que la gente descubra. Es decir, son dos chicos, dos jóvenes, que llegaron al campo de concentración en el centro de Alemania en 1944 con un par de semanas de diferencia y los dos dijeron ser mexicanos, sin embargo, uno de ellos mentía. O sea, uno de ellos miente, y entonces a partir de ahí, de yo descubrir que uno miente, yo intenté hacer una novela que justo divagara en esa pregunta que posteriormente yo me di cuenta que para mí era importante: ¿qué estarías dispuesto a hacer para sobrevivir en un caso extremo?

La pregunta es tan vigente como lo fue en 1944-1945 porque nosotros como seres humanos no hemos acabado de entender que los conflictos siguen afectando a las generaciones, llámense como se llamen. Estamos inmersos en conflictos que si bien, por ejemplo aquí en México, no hay una declaratoria de guerra a ciertos grupos en Tamaulipas, en Michoacán, en Guerrero, lo publicamos todos los días los reporteros. Hace unos días se publicaron unas fotos del Cártel Jalisco Nueva Generación de muchachos que están portando armas y les están arrebatando su juventud. Entonces, esa es la desgracia de este tipo de conflictos, eso es en lo que hemos caído y parece que los seres humanos no entendemos.

—Por otra parte, la descripción que haces de la llegada al campo Buchenwald y del día a día de estos, y en general de todos los prisioneros, te sumerge en la inmundicia humana, ¿qué de lo que narras pertenece al mundo de la ficción y qué no?

Fue un campo muy cruel. Fue un campo particularmente cruel, con muchas particularidades. Yo cuando empecé a leer documentos, declaraciones de presos que pasaron por ahí, en algunos libros que fueron publicados en Europa, y cuando me puse a leer dije: ‘Ah caray, esto es muchísimo más intenso’. A ver, que gasearan a miles de personas en Auschwitz y que lo hicieran de manera industrial por su puesto que lo es, nadie lo niega, mucho menos yo.

El asunto es que en este campo había símbolos, había acciones, que te orillaban más al horror. Por poner un ejemplo, que hubiera un zoológico en un campo de concentración y que esos animales comieran mejor que los internos. Eso es brutal. O sea, que tengas osos, chimpancés, comiendo mejor que los seres humanos es brutal. Y que los tengas frente a ellos, porque estaba el zoológico, una cerca de malla de púas y en seguida el campo de concentración, donde los internos podían ver directo a los osos, a la jaula de los osos.

Hay un diálogo, en alguno de los capítulos, en donde los personajes le están preguntando uno a otro qué están comiendo los osos y ellos le están diciendo, ‘a ver, están comiendo nuestra comida y están comiendo mejor que nosotros’. Eso es el extremo de la crueldad, tienes gente que se está muriendo de hambre que a parte los estás poniendo a observar cómo los animales están comiendo mejor. 

Y luego, tienes otras escenas de esto de las letrinas, unos espacios donde ni siquiera los guardias querían entrar. Y hay unas descripción, que a ver no están sacadas de mi imaginación. Muchísimo de lo que vemos ahí, las escenas, el contexto, viene de lo que vivieron gente que pasó por ahí como Jorge Semprun, como Elie Wiesel, que tú lees los libros de ellos y son brutales. Lo que ello describo es una pincelada a lo que ellos vivieron. Esa es la diferencia: ellos lo vivieron en primera persona, yo lo investigué. Entonces, son dos formas. Lo de ellos es una cuestión de denuncia, lo mío es el rescate de dos historias que para mí valen la pena contar y que están enmarcadas en un contexto totalmente brutal. 

Pongo el último ejemplo que viene en el libro, que es lo que hacía la señora que es la antagonista, Ilse Koch, que yo la recupero, que mucha gente la ubica porque es una mujer que se presume que le gustaba desollar a los seres humanos, y le gustaba desollar a los seres humanos que tenían tatuajes. Por entonces, el tatuaje no era una cosa tan común como lo es hoy, sin embargo, había personas que como hoy se sienten atraídas por las pieles tatuadas y esta mujer parecía una de ellas, y a parte de tener una atracción por las pieles tatuadas, la señora tenía una predilección por hacer objetos con pieles y eso pasaba en Buchenwald. O sea, cómo no contar eso. 

Para mí como escritor, fue una zona privilegiada para narrar y luego pues simplemente viene el trabajo de la ficción. Es la parte de decir, tengos estos elementos que fueron reales, tengo dos personajes que son en contexto mexicanos como nosotros, y tengo la libertad de ponerlos a hacer el drama, la trama de la novela bajo estas dos características.

Julio Godínez narra desde la ficción la historia de José Luis Salazar y Juan Rodrigo Del Fierro. Foto: Arturo Bermúdez.

—¿La historia del mexicano de Buchenwald llegó en esa época a oídos del Gobierno mexicano? ¿Tienes información en ese sentido?

—Sí, sí llegó a oídos del Gobierno mexicano. Hay un episodio —que es muy poco contado en México, espero poderlo contar próximamente a lo mejor en un trabajo periodístico— que es el canje que se hizo de mexicanos y alemanes. Un canje durante la guerra, así como tal un canje de prisioneros alemanes por mexicanos, mexicanos por alemanes, y en ese canje esta persona está incluida. Entonces, definitivamente el Gobierno mexicano tuvo conocimiento de esto.

—Entiendo que llevaste a cabo una labor de investigación de cuatro años que te mantuvo entre México, Francia y Alemania, ¿hubo algún hallazgo en tu investigación que fuera determinante para el curso de la historia de tu novela?

—Fueron varios. Fueron cuatro años de investigación, pero no dediqué los cuatro años completos, o sea es importante decir que yo o los colegas tenemos un montón de historias que tenemos que cubrir diario, y básicamente yo lo que hacía era recopilar datos, mandaba correos, hacía llamadas, buscaba gente, enviaba peticiones de información a Francia. Trataba de investigar, por ejemplo, quiénes estaban dentro de los archivos de Buchenwald. Estaba buscando acá en México si había autores o investigadores trabajando el tema, pues básicamente fue un periodo largo, pero porque yo también le di su curso. Evidentemente tuve un par de ocasiones, sino es que varias ocasiones, donde me encontré con callejones sin salida, en donde yo pensaba que a la investigación había que darle curso por un lado y no era así, entonces tuve que recapitular, volver. 

Hubo muchísimos descubrimientos, hubo muchísimos momentos donde estaba yo solo en algunos archivos de Caen, en el norte de Francia, donde estaba yo solo en el archivo y pude encontrar un archivo referente a José Luis Salazar, porque a parte este hombre se cambiaba el nombre, él se puso Joseph, se llamaba José Luis, se llamaba José, entonces yo tenía que buscarlo siempre con cuatro alías, entonces en esa ciudad yo lo encuentro como Joseph Salazar Martínez y entonces cuando lo encuentro y veo que hay un archivo considerable, lo empiezo a revisar y para mí fue como guau, para mí fue como encontrar una aguja en ese pajar de deportados.

—¿Qué implicaciones hay detrás del olvido de la vida de estos dos personajes? ¿Crees que haya más historias en espera de ser rescatadas?

—A mí me preocupa que teniendo tantos elementos; en este momento tenemos muchísimos elementos para la investigación, no los estemos aprovechando al 100. Yo sé los recursos que tenemos. Nosotros no somos como los reporteros ingleses, franceses, que le dicen a su empresa, ‘a ver, yo me voy para México para investigar si es cierto que hay un problema de violencia en Michoacán, en Aguililla’. Ellos trabajaban en una buena empresa belga, francesa, y le pueden decir a su editor: ‘este es mi planteamiento, esta es mi hipótesis, creo que es una buena historia, y el pueblo aquí está en el mapa’. Y hay recurso para poderte ir.

A mí me preocupa lo que nos estamos perdiendo sobre todos los investigadores, los reporteros mexicanos, por esa falta de recursos. Aquí hay una creatividad y unas ganas de trabajar, explorar historias tremendas, y hay gente muy capaz. Claro, cuando digo hay mucha gente, por supuesto siempre hay un grupo, siempre va a haber estas limitantes, pero también tenemos una limitantes que no están en nuestras manos. Para mí fue una fortuna estar trabajando allá como corresponsal en Bélgica y tener la oportunidad de poder pagar un boleto o la gasolina de mi carro para poder ir a Francia o para ir a Alemania. Tuve suerte de eso. A mí me preocupa mucho que en el futuro, teniendo todas estas herramientas porque hay muchas herramientas, sobre todo de fuentes documentales en línea, no las estamos explorando, no las estamos explotando. A mí me gustaría que las generaciones de periodistas, de escritores jóvenes, vieran que dedicarle a la investigación a través de estas fuentes a las que uno puede tener acceso de manera lejana, virtual, son una opción, pero también el viaje, estar ahí, documentarse, estar presente en esos lugares, es súper necesario. 

Sí, hay historias que todavía están ahí. Afortunadamente la publicación de esta novela me da muchísimo entusiasmo, y me da muchísima energía para ir adelante con el siguiente proyecto que ya estamos trabajando. Entonces, sí espero que pueda ser mucho tiempo de ir contando estas historias y otras tantas.

—Este proyecto que comentas a futuro, ¿es periodístico o son historias en las que pretendes ahondar como en tu novela?

—No puedo decir mucho, pero el otro proyecto fue antes que este libro. Es un libro muy lindo también sobre la guerra de trincheras y vamos a trabajarlo ahora ya con otros recursos, bajo otro concepto, y me mucho gusto que Planeta esté como cómplice conmigo porque —como te comentaba— son historias escritas por mexicanos y yo de verdad siempre pensé en que mis lectores eran mexicanos. Ojalá llegue a muchas fronteras, ojalá pase por todos lados, ojalá lo veamos por todos lados, pero es un libro escrito por un mexicano para la gente de México para que se emocionen conmigo, para que disfruten conmigo y para que si no les gusta también me lo digan y me lo escriban. 

Obed Rosas

Es licenciado en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón de la UNAM. Estudió, además, Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras.

https://dev.sinembargo.mx/author/obedrosas/