Una ausencia tras las tumbas

No recuerdo su apellido, pero si la voracidad con la que se mantenía inquieto en el salón de clases y una expansión negra en su oreja derecha. Escasos diecisiete años tenía cuando lo conocí y parecía un arlequín postmoderno y él sin saberlo, hasta que un día la fiesta de su alma se apagó.

Una mueca de decepción en el adolescente trompo, lo hacía caminar más lento. Algo parecía entumecer su manía de sacar el lado salvaje de sus profesores, como si un asalto del destino le pusiera pausa a esa rebeldía insistente. El saliente vertical del trompo humano se había atorado en la soledad del piso. ¿Qué lo habrá provocado?

La muerte de su tío, en definitiva. Sin cascadas en el rostro y deseando estar en la ceremonia luctuosa, el joven admite que extraña a quien alguna vez fue su carcelero con manos esposadas en la patrulla policiaca, estacionada fuera de casa por beber siendo una dualidad entre sonajas y alcohol.

Pero esa no había sido su única prisión. Acción Poética lo había metido en problemas. Las paredes tienen dueño o suelen rechazar el soplo del aerosol a media noche, incluso cuando las calles anuncian que siempre hay tiempo o que existimos si nos nombran, eso a las autoridades no les importa, sino eliminar con heroísmo mediático lo que estorba.

El tío dejo de leer los versos nocturnos que su sobrino pintaba, durante un operativo, de esos que se publican en revistas o periódicos. Algunos zetas hicieron de las suyas al intentar asesinar al confesionario andante, del que todos saben y niegan con un mudo gesto que dice más de la cuenta.

Un sacerdote participaba como cómplice de una serie de hazañas psicotrópicas: filtra información a bandos contrarios, bautiza a hijos de narcos, bendice imperios por fundarse en aras del lavado del dinero, o quien sabe que más.

Su presencia es un paroxismo para unos cuantos y una bendición para los demás. El tío del arlequín trató de salvarlo, tanto que terminó en el más allá por adelantado y ni su vida había pagado al contado.

Solamente, quedó una deuda sin saldar: acompañar al arlequín en su debut etílico hasta que las incoherencias o la somnolencia provocasen delirios por plasmarse en las paredes de la ciudad, sin que nadie se entere.

Ahora entiendo porque se conduce por la vía pacifica y no muerde las hojas cual si fueran gritos. Ahora solo queda la huella de la oreja con la marca de que alguna vez quiso que la velocidad de su hiperactividad lo dominara, incluso cuando violara ciertas reglas o seguir su instinto o quizá sea la ausencia de un héroe que solo fue reconocido por su sobrino al generarse una metamorfosis casi simultánea con una deuda.

One Response to “Una ausencia tras las tumbas”

  1. Rubén Joelson dice:

    Igual que la semana pasada: un mamotreto de lugares comunes, clichés y confusión. Una nebulosa obsesión, explicación o todo lo contrario de el alcohol. Da la impresión que se escribe desde la escuela de escritores de SOGEM mientras se toma una copa de vino y una de mezcal desde algún changarro presuntuoso de la Condesa

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