Y la guerra se salió con la suya en una hermosa novela de Kevin Powers

Imagen: Especial

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Soñarás con el río Tigris. Confundiéndose con las aguas del río James en la Bahía de Chesapeake. Flotará un cadáver sin ojos. Una mula con una pata de palo te traerá en el lomo las cartas que jamás te han escrito. Llorarás.

Entre muchos, es el escritor italiano Alessandro Baricco el que ha afirmado aquello de que no existen libros obligados para los lectores de cualquier condición, edad o portento. Tiene razón.

Sin embargo, qué ganas dan de que la mayor cantidad de gente posible lea Los pájaros amarillos, la novela del estadounidense Kevin Powers publicada por Sexto Piso.

Se trata de una novela dura y poética a la vez, un tratado además sobre la voluntad, el verdadero motor de la historia de hermandad y muerte entre el soldado Bartle y el soldado Murphy.

Sí, la voluntad, ese elemento que brilla por su ausencia durante un conflicto bélico y que convierte a sus actores en marionetas sin decisión propia, sin ningún tipo de autocontrol.

Nacido en Richmond, Virginia, el 11 de julio de 1980, Kevin Powers tuvo claro desde los 13 años que quería ser escritor. Para financiar sus estudios se alistó en el ejército de su país durante la Guerra de Irak, en la que participó entre 2004 y 2005.

Al volver a casa, no lo dejaron en paz los recuerdos ni las emociones vividas en batallas que al también poeta estadounidense le resultaron más absurdas que otras (y todas lo son).

“Existe la idea de que toda guerra tiene que tener un objetivo final, consigues ese objetivo, acabas la guerra y sobreviene la paz. Ése no era el caso de la Guerra de Irak. Todo eso contribuye al sentimiento de lo absurdo que se tiene frente a un conflicto bélico y a esa impotencia que despierta”, dice.

De la historia que ha despertado todo tipo de elogios, entre ellos del mismísimo Tom Wolfe, quien ha dicho que Kevin ha escrito la “nueva Sin novedad en el frente (en referencia a la novela de Erich Maria Remarque), pero aplicada a la presencia de Estados Unidos en el mundo árabe”, el joven escritor se deslinda, en lo que cabe, aclarando que no se trata de una autobiografía.

“Los sucesos de la novela, las cosas que le pasan a los personajes, son ficción. Los inventé”, explica.

“Me identifico plenamente con las emociones del narrador, cómo le afectan los recuerdos de la guerra cuando vuelve a casa, sus miedos, sus ansiedades, su rabia, todas emociones que he experimentado de alguna manera y que me permitieron contar la historia de Los pájaros amarillos”.

“No sólo quería hablar de la dificultad en combate, sino también explorar la dificultad de volver a casa y encontrarte con la alienación de las personas que más te quieren. Mis personajes, especialmente el narrador, se convierten en extraños incluso para sí mismos”.

“No sólo quería hablar de la dificultad en combate, sino también explorar la dificultad de volver a casa y encontrarte con la alienación de las personas que más te quieren. Mis personajes, especialmente el narrador, se convierten en extraños incluso para sí mismos”, afirma Kevin.

Salimos por una puerta especial y nos quedamos de pie bajo la fría ducha de las luces artificiales, escuchando su rumor y su zumbido. Unas últimas palabras de los oficiales y suboficiales y, después, nos dejarían en libertad. Lo normal se había vuelto extraordinario y lo extraordinario, aburrido. Y sobre lo que pudiera pasar entre lo normal y lo extraordinario, yo sólo sentía una confusión apática”.

Apático no estarás, lector, después de Los pájaros amarillos. Soñarás con un soldado que camina desnudo y enajenado por las calles en sombra de Al Tafar. Durante días pronunciarás sin razón la palabra Nínive. Verás cómo en la duermevela multitudes de ratas le quitan a un perro los restos de un cadáver. A veces creerás que pisas un campo minado. Llorarás.

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