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La sucesión 2018 soltará a “todos los demonios”, dice Jorge Zepeda

domingo, octubre 30th, 2016

“Los usurpadores” es una especie de “Guerra de Tronos”, dice Jorge Zepeda Patterson de su más reciente novela, editada por Planeta. En ella, tres grandes poderes, aspirantes al poder, y sus cuartos de guerra, “se creen en condiciones de poder hacer lo que les venga en gana con tal de zancadillar a sus oponentes, debilitar a los otros, fortalecer su posición, sin ningún Presidente que tenga control sobre ellos, ningún partido político que imponga una plataforma ideológica, una norma, y lo llevo al extremo en este thriller que trata de ilustrar este momento casi histórico al que nos estamos aproximando”, dice el escritor y periodista.

Ciudad de México, 30 de octubre (SinEmbargo).– El Secretario de Educación daba un discurso inaugural cuando una ráfaga de balazos le perforó el cuerpo, sacudiéndolo –dijo un testigo– como si bailara “un ritmo exótico”. Ocurre en plena Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde un grupo de pistoleros disfrazados de técnicos de sonido abren fuego contra una multitud de políticos y celebridades, matando a 132 personas, entre ellos el alcalde de la ciudad sede, un escritor Premio Nobel y el Embajador de Estados Unidos.

Es noviembre de 2017 y, en el México de la corrupción sin castigo, la sucesión presidencial ha desatado todos “los demonios”. El Secretario de Educación asesinado en la FIL era el delfín del Presidente, pero era corrupto, frívolo y más preocupado por su corbata que por la responsabilidad social de la Secretaría que encabezaba, además de lisonjero y “una versión inferior” de actual titular del Ejecutivo.

En contra de su designación está el también aspirante y Secretario Celorio, ambicioso y calculador pero “no tan inteligente como él cree”, además de marginado del círculo íntimo del mandatario.

Y en contra están también los militares, “obligados a sostener una guerra contra los cárteles de la droga”, conocedores como nadie de la operación criminal en cada palmo del territorio nacional y, por lo mismo, desgastados, hartos del sistema político.

Este crimen ficticio en el contexto de la futura sucesión presidencial mexicana y abiertamente alusivo a políticos actuales detona la trama de “Los usurpadores” (Autores Españoles e Iberoamericanos, 2016), la más reciente novela del periodista y escritor Jorge Zepeda Patterson, quien de nuevo recurre al género para retratar las “cámaras ocultas” del poder en el que realmente, dice, se define el destino del país.

Como en “Los corruptores” y en “Milena o el fémur más bello del mundo” (Premio Planeta 2014), en “Los usurpadores”, la corrupción es investigada y confrontada por un grupo de amigos –entre ellos un periodista y una activista convertida en directora de un medio digital– que se autodenominan “Los Azules” y que representan la voluntad, dice Zepeda, de los mexicanos que no se rinden, que aún sienten la responsabilidad de participar en los asuntos públicos y de no dejar que todo lo decidan los impunes.

En la realidad mexicana, dice el autor, se combinarán la impunidad, la corrupción y, como nunca, la convicción por parte de todos los protagonistas y poderes fácticos –desde el crimen organizado hasta las ‘tele-bancadas’– de que pueden “dar manotazos” por ganar el futuro proceso de definición política y de que todo es válido.

“Nunca habíamos llegado, como sucederá ahora, a una sucesión presidencial, a una lucha por el poder con tan escasas normas, referencias puestas en común. El tejido institucional es tan débil como antes o incluso más y, por otro lado, la figura presidencial está absolutamente desdibujada y los partidos políticos son meros cascarones utilizados en el corto plazo por sus propias dirigencias”, dice el también director general de SinEmbargo.

“Esto, ¿qué significa? Que los protagonistas se sienten en una especie de viejo oeste donde todo se vale, donde no hay cortapisas, no hay rendición de cuentas y, en esa medida, se condiciona un proceso de lucha por el poder que queda prácticamente abierto y sujeto al arbitrio de cualquiera de los protagonistas, como nunca en la historia del país”, agrega.

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Portada de la novela “Los Usurpadores”. Foto: Editorial Planeta

***

–¿Por qué se llegó a este momento?

–Porque creo que vivimos el peor de los dos mundos. En este proceso de transición democrática, que ni acabó siendo democrática ni propiamente una transición, sino una involución. Es decir, desaparecieron las normas que cohesionaban el viejo régimen, con un partido fuerte, con un Presidente que hacía las veces de árbitro, y que por fortuna desapareció eso, pero por desgracia no fue sustituido por un tejido institucional capaz de restablecer normas, rendición de cuentas, controles a los poderes fácticos, y hoy tenemos, como digo, el peor de los mundos: hay una especie de cabina de mando del poder político donde han desaparecido las palancas y los botones que daban, que permitían controlar a un Gobernador, sujetar los excesos de un líder sindical, de un empresario monopólico desaforado, etcétera. Entonces, hoy en día, la disputa por el poder, insisto, se da en un contexto de absoluto caos, y eso se presta para los peores excesos. La novela “Los usurpadores” justamente da cuenta de eso. Es una especie de “Guerra de Tronos”, donde tres grandes poderes, aspirantes al poder, y sus cuartos de guerra, se creen en condiciones de poder hacer lo que les venga en gana con tal de zancadillar a sus oponentes, debilitar a los otros, fortalecer su posición, sin ningún Presidente que tenga control sobre ellos, ningún partido político que imponga una plataforma ideológica, una norma, y lo llevo al extremo en este thriller que trata de ilustrar este momento casi histórico al que nos estamos aproximando.

—La novela hace este planteamiento de que los militares están siendo de alguna manera subestimados; el mismo General Salvador Cienfuegos lo ha mencionado. ¿Prevés algún riesgo de violencia?

–Imposible prever por dónde venga el jinete del Apocalipsis. Lo único que puedo decir es que, como nunca antes, los demonios están más sueltos. El crimen organizado se siente con derecho de participar ya en las definiciones políticas, de hecho lo está haciendo en las presidencias municipales en muchas de las regiones, en las gubernaturas, hay ya un ex candidato a Gobernador en Tamaulipas asesinado por el crimen organizado, como todos sabemos, y creo que hacia 2018 todavía esta sensación de participar e incidir va a ser más fuerte. Los militares están cansados de ser utilizados por la clase política y, a veces, incluso sacrificados, sin eximirlos, evidentemente, de todos los excesos que han cometido a lo largo de una guerra contra el crimen que en la práctica ha sido una guerra de ocupación territorial por parte del Ejército sobre los habitantes, pero que también están muy cansados de esto; empresarios que desde hace años surgieron generando sus propias tele-bancadas para participar directamente como protagonistas en el juego del poder. Entonces, en efecto hay muchos demonios sueltos; difícil predecir cómo van a participar o no, pero lo que está claro es que, como nunca antes, se sienten con el derecho de dar manotazos de cara a cómo se va a definir el poder próximamente.

—Pareciera que la transición o las derrotas del PRI resultan más caras, que todo se agravó a partir de 2000, y ahora están las derrotas de junio pasado y los problemas. ¿Qué podemos entender?

–Hay un desencanto creciente del ciudadano sobre las esperanzas depositadas en los políticos. Es decir, la alternancia del PAN y sus 12 años, y la frustración reinante, incluso los casos no sólo de inoperancia política que mostraron el régimen de Fox primero y el de Calderón después, sino también incluso de corrupción en el caso de (Guillermo) Padrés en Sonora, un Gobernador con una avidez, una voracidad digna de los peores casos del PRI, de los Duarte, revela que la alternancia panista, que durante 50 años enarboló la bandera de la corrección democrática, y de la no corrupción, resultó absolutamente fallida. El PRD y todos los desencantos por los que ha pasado con sus propios casos de abuso del poder, de corrupción, de canibalismo entre las propias huestes; un Morena que todavía entusiasma a algunos, pero que desde luego es un partido construido a partir de un liderazgo caudillista, parecería que desdibuja frente a los ojos del ciudadano la perspectiva de que cualquier cambio pueda venir de una elección política, y esto es sumamente preocupante, porque es el desencanto último frente a la transición democrática. El descrédito de instituciones, que alguna vez creímos que un IFE ciudadano podía recomponer a los políticos, una Suprema Corte que podría tener la autonomía para obligar a los poderes a someterse a la justicia, los Congresos, que acaban siendo trincheras de dirigencias partidistas, todas estas instituciones autónomas que están nombradas por el Senado como cuotas partidarias, todo esto ha provocado también un desencanto en las posibilidades de un entramado institucional que nos protegiera de los excesos de los políticos. Entonces, es muy peligrosa esta situación, porque está claro que no viene por ahí. La impunidad reina como nunca, los delitos no denunciados son más altos hoy que hace 10 años –lo que revela el desencanto del ciudadano– y, en esa medida, sí me parece que no pintan bien las cosas, digamos, para una salida esperanzadora.

—Al contrario…

–En última instancia, me parece que la única salvaguarda de todo esto son las ganas irrenunciables del mexicano de a pie, de sobrevivir a pesar de todo, y eso me parece a mí es lo que va a sostener a este país pese a todo.

Jorge Zepeda. Foto: SinEmbargo

Jorge Zepeda considera que la única salvaguarda del país son las ganas irrenunciables de los mexicanos por seguir de pie. Foto: SinEmbargo

—Llama la atención el caso de Jonathan, un joven talentoso pero volcado al crimen. ¿Qué significa para el país, además de la convulsión política, tener a estos jóvenes en el otro extremo, que sólo observan el crimen?

–Yo creo que lo más lastimoso de todo esto es que, en estas regiones perdidas, donde el México institucional casi ha desaparecido, donde se tiene más confianza en la banda del barrio –con todos los excesos que eso suponga–, que en la comisaria de policía o una Presidencia Municipal corrupta, en donde la mayor parte de la población económicamente activa ya no trabaja en el aparato institucional sino en las manera que tiene la gente de inventar formas de sobrevivir, da cuenta de que, en efecto, los jóvenes están recurriendo a opciones que tienen que ver con hacerse su propia vida, porque el sistema les es ajeno, les es contrario, les obstaculiza, y ahí es donde surge la preocupación de chicos que en otro contexto habrían sido brillantes, como es el caso de mi personaje en la novela, Jonathan, con un coeficiente intelectual absolutamente desbordado, ingenioso y en el fondo de buen corazón, que se ven obligados a incursionar en todas estas zonas ocultas y obscuras para darse una vida. Pero luego también tenemos mis personajes centrales, que son los cuatro “Azules”, que son hombres y mujeres, cuatro amigos que han pasado por el poder, que se han contaminado en cierta manera, pero que no han caído en el cinismo desanimador o desalentador y que, de alguna manera, siguen pensando que hay una responsabilidad para participar en la cosa pública, y sobre todo en los asuntos que atañen a todos, y no dejar en manos de los políticos el destino de los demás. Esa es para mí la moraleja de la novela, en última instancia: que no hay manera de confiar en la política, pero sí encontrar en los pliegues de esta sociedad el periodista suelto por ahí, el político desencantado pero que todavía cree que puede hacer algo; el Jonathan, que piensa que al final hay una alternativa y, sobre todo, el deseo de no quedarse cruzados de brazos y hacer algo frente a estos usurpadores, frente a estos corruptos, frente a estos impunes… Ese mismo impulso que, en una mala impresión, lleva al linchamiento en un barrio, o a que ocho personas se resistan a un asaltador del autobús –por más desenlaces a veces sangrientos que tienen–, lo que está revelando es que también hay un hartazgo para no dejarse; es decir, no voy a confiar en el policía, probablemente el conductor está coludido con ellos; pero, pese a todo, no me voy a dejar. Y si bien tiene una variante terrible, que es la justicia por mano propia, también da cuenta de la resiliencia, de esta voluntad última de no rendirse, y creo que hay algo ahí, que se expresa desde una lucha por la (Ley) 3×3, una marcha, una rebelión en un autobús o en una combi, y todo eso está presente, y tiene que ver con la fuerza de este pueblo mexicano que ha estado ahí hace tres siglos y seguirá estando, a pesar de esos que intentan no joder a México pero lo consiguen al final del día.

–¿Crees que, a la par que el caos, ha aumentado el hartazgo?

–Pienso que sí. Los gérmenes están ahí. En la novela trato de ilustrarlo a través de distintos personajes que no se rinden, que no sucumben, y que en última instancia intervienen aunque sea en situaciones limite, pero creo que está ahí, en la blogósfera, en el que saca su celular para grabar el exceso de un poderoso, un abuso, y eso produce cosas, menos constructivas de lo que quisiéramos, pero por lo menos exhiben; está ahí, en esos que marchan, que firman un proyecto nuevo para exigir rendición de cuentas. Yo diría que, sin embargo, algo se mueve; está en esos espacios nuevos que están surgiendo; en periodistas que pese a todo no sucumben a ya no sólo al chayote y a la corrupción sino también al canto de las sirenas de la seducción de parte del poder. Creo que hay muchos elementos si se busca; están ahí, como decía, en ése que está afuera del Metro inventándose un nuevo oficio donde antes no existía, pero que le permitirá sobrevivir con su familia un día más, y si ese oficio no funciona, inventará otro tres días después, y me parece que es ahí donde está la verdadera resistencia a este México negro que a veces amenaza con ahogarnos.

–¿Había un afán de hacer justicia en este acto en el que terminan involucrándose los periodistas?

–Más que una reivindicación, tiene que ver, sí, con una posibilidad de sacar a luz infamias que uno como periodista ha conocido y que son, por una razón u otra, son imposible de develar periodísticamente; porque no tenemos el documento, la declaración, la grabación, pero uno sabe porque o estuvo en una charla de sobremesa o se enteró del contenido de una charla de sobremesa que de otra manera no tiene salida, por supuesto; y está también el deseo de develar esta sofisticadísima antropología del poder que, otra vez, sólo la construcción de personajes en una novela nos permiten verdaderamente entrar en esas sicologías; y sí, yo traía esa espinita clavada de todas esas zonas ocultas que no se revelan. Hacer periodismo con la opacidad de la clase política y la impunidad de la clase política que tenemos es como asomarse por el ojo de una cerradura y tratar de hacer una crónica de lo que sucede a través de lo que uno alcanza a oír y las pocas voces y palabras que permiten escuchar; es absolutamente imprescindible, pero es evidente que hay muchos rincones a los que no llega la iluminación, digamos, de la herramienta periodística. Pero el conocimiento de la clase política que dan tantos años de haber sido protagonista periodístico, te va dando cuenta de qué sucede en esos rincones, y te permite conjurarlos, por lo menos patentizarlos, en una novela, como han sido en estas tres que he escrito. Y me permite a mí hacer una conexión con el lector a través de un thriller de suspenso, que es intenso, que no puedes abandonar, que quieres seguir hasta la última página y en el proceso se te van revelando, digamos, todos estos elementos (…).  También me permite historias paralelas, la propia novela; una que me resulta muy entrañable es esta confrontación y convivencia entre el periodismo tradicional de prensa; uno de mis personajes centrales es el director del periódico más importante del país, que yo hago ahí una fusión de varios; y por otro lado, otro de mis personajes centrales dirige un nuevo portal digital que ha causado sensación, en el que yo fusiono SinEmbargo, Animal Político, todos estos nuevos. Y las formas de hacer periodismo, entenderlas y la narrativa son distintas en los dos medios, y los dos amigos se confrontan y demás, y a mí me dio para casi una historia en paralelo y para dar cuenta casi de mi propia biografía y mi experiencia en estos dos mundos tan parecidos y tan diferentes a la vez.

Los usurpadores. Jorge Zepeda Patterson. Editorial: Planeta

martes, octubre 25th, 2016

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A punto de concluir el mandato del Presidente Prida, se desencadena una feroz lucha entre los tres candidatos al puesto. Los aspirantes mueven ficha, pero si bien las estrategias políticas y sociales deberían ser el límite, uno de ellos, un militar fanático arropado por algunos compañeros, traspasa todas las líneas rojas orquestando una masacre en la Feria del Libro de Guadalajara con el objetivo de desestabilizar el país.

De nuevo Los Azules, el grupo de amigos de la infancia que ocupan cargos de poder, serán parte involucrada en la trama tratando de averiguar quién está detrás del atentado y qué relación guarda éste con el tenista de élite Sergio Franco, a quien un sicario ha tratado de asesinar.

El ganador del Premio Planeta 2014 continúa con la serie de Los Azules en este political noir sobre la lucha por conseguir el poder a cualquier precio.

Los usurpadores (Planeta, 2016) completa una trilogía que comenzó con Los corruptores (Planeta, 2013) y Milena, o el fémur más bello del mundo (Premio Planeta 2014).

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Jorge Zepeda Patterson. Nació en Mazatlán, Sinaloa, el 24 de octubre de 1952. Es economista y sociólogo, hizo Maestría en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) y estudios de doctorado en Ciencia Política en la Sorbona de París. Fundó y dirigió la revista Día Siete y es analista en radio, televisión y prensa escrita. Todos los jueves El País publica en la edición para América su columna “Pensándolo bien”. Fue director fundador de los diarios Siglo 21 y Público, y director de El Universal. En 1999 obtuvo el Premio María Moors Cabot, de la Universidad de Columbia. Dirige el diario digital Sinembargo.mx.

ADELANTO | Los usurpadores… y los corruptos. La tercera entrega de Zepeda Patterson

sábado, octubre 22nd, 2016

Jorge Zepeda Patterson sorprendió con su primera novela, Los Corruptores (Planeta, 2013), que vendió miles de ejemplares en todo Hispanoamérica. Luego vino Milena o el fémur más bello del mundo (Planeta, 2014) y el Premio Planeta. Ahora, el periodista, con una sólida y reconocida carrera (Premio Maria Moors Cabot 1999), cierra su trilogía con Los usurpadores, donde toma elementos del México contemporáneo (la corrupción, la política como método de reparto y control) para construir una nueva novela que atrapa de principio a fin. Muchos encontrarán, en sus personajes, una recreación de las mujeres y los hombres que cohabitan en la cúpula del poder. Otros verán, simplemente, un thriller bien armado, bien escrito, que entretiene porque conducir a otros mundos es, sin duda, una de las misiones de la literatura.

Puntos y Comas, suplemento de SinEmbargo, les lleva a ustedes el extracto del libro Los usurpadores, de Jorge Zepeda Patterson, publicado en el sello Planeta. Se trata del primer capítulo, cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

Con velocidad de Kaláshnikov, el autor es capaz de meternos a un mundo del que sólo es posible salir por las últimas páginas del libro.

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Todos

Sábado 25 de noviembre, 11.30 a.m.

«Jodidos pero solemnes», se dijo Cristina Kirchner después de las tediosas peroratas de tres funcionarios durante la ceremonia de inauguración de la Feria del Libro de Guadalajara. Aun en calidad de expresidenta se sabía más importante que cualquiera de los veintiún miembros del presídium. No obstante había tenido que conformarse con ser ubicada en la primera fila del enorme recinto; después de todo, se encontraba allí simplemente como autora de un libro de memorias con el que esperaba cimbrar a la política argentina. Y en efecto la cimbró minutos más tarde, aunque por motivos totalmente distintos de los que hubiera deseado.

Quince filas más atrás la actriz Salma Hayek se preguntaba si la vida de Cristina Kirchner constituiría material para una buena película. La noche anterior se habían encontrado en el hall del hotel y la idea no la había abandonado desde entonces. Aunque la actriz era trece años más joven, se dijo que compartían el mismo fenotipo; con un poco de maquillaje podría interpretar a la viuda de Kirchner en distintas épocas de su vida. Lamentó una vez más que los organizadores no las hubieran colocado en la misma fila para tener oportunidad de conocerla mejor.

El Premio Nobel de Literatura Cristian Wolfe también lamentó que Salma no se encontrara en la primera fila. Abrigaba desde años antes una secreta devoción por la artista. Desde su silla en el presídium observaba en la distancia el rostro seductor de la mexicana y fantaseaba con la posibilidad de un romance entre la pantalla y la literatura, a la manera de Marilyn Monroe y Arthur Miller. Se dijo que la abordaría tan pronto terminase la ceremonia de inauguración. Seis minutos después estaba muerto. Él y otro centenar de asistentes. Las imágenes difundidas viralmente en YouTube mostrarían posteriormente que el escritor estadounidense fue uno de los primeros en caer. Se encontraba en el estrado, a dos sillas de distancia del secretario de Educación, principal candidato a la presidencia de México, destinatario de los primeros disparos. En el pandemónium que siguió, la cámara fija continuó grabando indiferente a las ráfagas que barrieron al resto de los miembros del presídium. Solo tres de los veintiuno sobrevivieron.

Las primeras tres filas no corrieron con mejor suerte. Los agresores y sus armas automáticas se desentendieron del resto de la sala para volcar ochocientos setenta y dos proyectiles sobre políticos y celebridades a lo largo de cuatro minutos. Cuando terminaron, los setecientos cincuenta asistentes a la ceremonia se encontraban tirados en el suelo, muchos de ellos cubiertos de sangre propia o ajena.

Casi al inicio del tiroteo Cristina Kirchner sintió un pinchazo en el omóplato y se dobló en el asiento aprisionando el bolso en el que guardaba sus memorias. Luego perdió el conocimiento. Los que la rodeaban perdieron la vida. Entre ellos, el enviado de la Casa Blanca y el embajador de Estados Unidos, además de escritores e intelectuales de ese país, invitado especial en la edición del 2017 de la Feria de Guadalajara. También murieron el alcalde de Guadalajara, la secretaria de Cultura, un expresidente colombiano, el director editorial de McMillan, el presidente de Univisión, el director del diario La Opinión de Los Ángeles, el corresponsal de The New York Times, además de muchos otros artistas, políticos y editores. Se salvó Lula da Silva, expresidente de Brasil, gracias a su impuntualidad, que le obligó a sentarse en el fondo de la sala.

En la segunda hilera de butacas se encontraban Tomás Arizmendi y Claudia Franco, respectivamente director y dueña de El Mundo, el diario más importante del país. Malherida, la mujer susurró algunas palabras al oído del periodista, antes de entrar en coma. En total fallecieron ciento cuarenta personas, además de catorce miembros del comando ejecutor, en lo que fue considerado el peor atentado en el continente americano desde el ataque a las Torres de Nueva York.

Las primeras reacciones de la prensa dieron por descontado que se trataba de un operativo destinado a cambiar la sucesión presidencial en México; otras versiones privilegiaron el aparente origen rural de algunos de los atacantes y lo interpretaron como un acto de resistencia política de grupos revolucionarios; estas versiones fueron negadas categóricamente por aquellos que veían en las armas automáticas utilizadas la presencia de los cárteles de la droga. La muerte de Frank Pizolatto, subsecretario del Departamento de Estado a cargo de Asuntos Hemisféricos, y Brad Douglas, embajador de los Estados Unidos, llevó a la prensa de Washington a suponer que era obra de terroristas de origen islámico.

En realidad la tragedia fue resultado de una semilla sembrada dos meses antes en un partido de tenis disputado en Flushing Meadows por protagonistas y testigos que, sin saberlo, cambiaron el curso de la historia.