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LECTURAS | “Corazón sicario”, de Gibrán Valle Alarcón

sábado, enero 7th, 2017

Una novela que salió premiada en un concurso de historias juveniles. El Corazón Sicario, de Gibrán Valle Alarcón, trae la vida de Víctor, un joven que no tiene ningún lugar para vivir.

Ciudad de México, 7 de enero (SinEmbargo).- Todo comenzó cuando su papá murió y sus tíos lo pusieron de patitas en la calle. O incluso antes, al nacer, cuando el cuerpo de su madre no soportó la idea de traer más vida a este mundo. Víctor no tiene a nadie, va de lugar en lugar buscando un techo y una manera de sobrevivir. De monaguillo se convierte a santero, hasta que cree encontrar su lugar como sicario de Sebastián, uno de los líderes del narcotráfico de la Ciudad de México. Por primera vez, en dieciséis años no se siente solo. A veces la vida te lleva a creer encontrar la felicidad en lugares y circunstancias inesperadas.

Entre la lluvia de plomo y la sangre que manchan sus manos cada noche, Sebastián y Víctor no sólo comparten camaradería, sino también cariño, risas y la certeza de que quizás el único destino de ambos es estar cerca. Una noche, cuando las balas equiparan a las estrellas, las cosas cambian para siempre, dejando una cicatriz difícil de ocultar.

Extracto del libro Corazón sicario, de Gibrán Valle Alarcón, publicado en el sello Destino-UNAM, 2016. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México

LA SUERTE EN LOS CARACOLES

Entre un intenso olor a humo de tabaco, alumbrado por un montón de velas, escucho los consejos que me dan los santos. Los dieciséis caracoles o merindiloggún marcaron el signo Ogunda tonti Ogunda; la santera me advierte que no puedo portar armas (jajaja) y que cuide de mi salud, pues ese signo profetiza accidentes, tragedias o cirugía. No me sorprende, debe ser mi adicción al café y a la Coca-Cola lo que acabe llenándome los riñones de piedras. Sí, seguro me operan de eso: cálculos renales, ¿o será la vesícula, por tanto pinche coraje que hago con el Sebastián? ¡Ay, Oggún! Que no me toquen tus fierros… Ahora que tengo la mirada desenfocada, puesta sobre la mesa donde se tiran los caracoles, escucho a la madrina pero no le presto mucha atención. En cuanto dijo la palabra cirugía, no pude evitar pensar en ciertos dolores de estómago que me dan a veces, en especial por las noches. Cuando dijo la palabra tragedia, pensé inmediatamente en mi exsuegro. ¡Cómo extraño ser niño! La vida de los adultos es bien complicada. A estas alturas, cuando tengo siete órdenes de aprehensión en mi contra y un bebé en el vientre de una muchacha que ya no amo, recuerdo aquello que mi tía Natalia solía decir y que me cagaba los huevos: «Disfruta tu niñez, ahora quieres ser adulto, pero cuando seas adulto desearás volver a ser niño». Pinche vieja, tenía razón. Cuando era morro, mi mayor problema se llamaba matemáticas y lo que más me estresaba era quedarme sin lápiz y tener que escribir con la puntilla del compás. Ahora no pinches sé si mi mayor problema es Sebastián, la mamá de mi hijo o la puta policía. La culpa de todo esto es de mi pinche abuela: si no me hubiera adoptado, jamás habría conocido a Sebastián y quizás ahora yo sería padrecito en alguna iglesia del DFctuoso. Es sorprendente cómo puede cambiar el rumbo de tu vida por cualquier pendejada. Un «sí», un «no», un «ya no aguanto las ganas de cagar», por eso pierdes el autobús, pero luego te enteras de que chocó en la autopista. Siempre estamos jugando a la ruleta rusa. Este mundo es un lugar sumamente peligroso y tuve que sobrevivir en él solo, desde niño.

Hablando de mi infancia, pienso mucho en eso, la verdad. Con frecuencia siento una terrible impotencia por no haber conocido a mi madre. Mejor me hubiera muerto yo en el parto y no ella. ¡Chingada suerte! También extraño a papá, aunque, la neta, extraño más su billetera, siempre generosa y dispuesta a apaciguar mis berrinches. ¡Qué cosas digo! Hasta yo mismo pienso que soy un auténtico culero. Pero, aguarden, cuando pienso en mi padre, siento, no sé, ¿odio? ¿Por qué empecé a odiar tanto a mi papá? Ah, sí, ya lo recuerdo: el pendejo firmó un papel para dejarles todo a mis tíos, mientras estaba bien pedo en la Navidad del 99. Cuando murió, me quedé en la calle, literalmente. Bueno, como les decía, la madrina Esperanza, una cubana corpulenta, de piel tan negra como el ébano, a quien jamás verán sin un puro en la boca, es muy famosa aquí en Tepito. Tiene sólo dos tipos de ahijados o clientes: las viejas que vienen a pedir algún amarre con el güey que las dejó panzonas y los tipos como yo, que venimos suplicando protección por la vida que llevamos. Yo les tengo mucha fe a sus santos; en verdad creo que los orishas me han salvado de varias. Además, siempre que me lee los caracoles me saca un buen de pedo. Dicen los santeros que los caracoles nunca mienten y que por medio de estos se puede saber el presente, pasado y futuro de cualquier persona, aunque no tenga fe en la religión yoruba. El caracol profetiza también que pronto saldré de viaje, cosa que creo imposible. La situación está muy caliente como para ir a la playa a echar el coto. Llámenme supersticioso, pero es escalofriante y asombroso el trabajo de los orishas; me supongo que es lo más cercano a la magia. Siempre que tengo este estúpido diálogo mental con personas que quizás no existen, termino reflexionando sobre qué tan sano es buscar culpables por las cosas malas que nos suceden. Creo que en la Biblia dice que Dios nos dio libre albedrío, pero los otros también lo tienen y pueden joderte, eso me hace dudar que toda esta mierda sea nomás por mi culpa, porque la cagué bien gacho. ¿En qué chingados estaba pensando cuando me escapé con Sebastián? Chale… Ahora mismo la madrina está rezando algo en lengua lucumí, para después matar un gallo y echar la sangre encima del santo Elegguá. Tengo muchas lagunas mentales, pero creo que mi papá también andaba metido en estos rollos; los collares que usaba a veces se parecían a los que trae puestos la santera y juraría que varias veces lo visitó un cubano que se llamaba Hugo. Sí, es cierto, ¡ya lo recuerdo! Se llamaba Hugo Díaz y era hijo de Shangó. Antes pensaba que aquel señor era uno de los clientes de papá, pero no, a lo mejor era su padrino. Ya decía yo que esto no era nuevo para mí, sobre todo porque el olor de los habanos me provoca nostalgia: tardes aburridas de domingos calurosos, Hugo llegaba a casa y mi papá me obligaba a encerrarme en mi habitación, supongo que para que no viera cómo hacían sus rituales.

Mientras la sangre baña al santo Elegguá, le pido que cuide a mi hijo que está próximo a nacer; quiera Dios que su abuelo jamás lo encuentre. También le pido por Sebastián, aunque no sé exactamente qué. Él y yo somos un caso extraño, más perdido que extraño para ser honestos. Ya que lo pienso detenidamente, creo que son las únicas dos personas que me importan. Bueno, también quiero un chingo a mi amigo David, pero a ese güey siempre le va rebien, me imagino que no necesita los favores de Elegguá; además, si le contara de esto, me diría que soy un idiota y que es un crimen atroz matar a un animalito que no puede defenderse. David es vegetariano y protege mucho a los animales; es, como se dice ahora, un auténtico chairo, uno de esos chicos que piensa, muy a pesar de su inteligencia, que el mundo puede cambiar haciendo marchas pacíficas y paros en universidades públicas. Como sea, me da buenos consejos. Siempre me dice que si no dejo mi «vida loca», un día caeré al suelo lleno de plomo sin siquiera darme cuenta. Y sí, creo que tiene razón. Con frecuencia me dan ganas de dejar esta orgía de balas, motos y drogas, luego recuerdo que no sé hacer otra cosa y se me pasa. ¿Qué podría hacer?, ¿volver a la tienda de ropa?, ¿lavar autos?, ¿ir a la universidad? Creo que no.

Ya van varias veces que Elegguá, mi orisha protector, me advierte en el oráculo que debo alejarme de las armas y las drogas, dice que él me puede dar una vida mejor si me decido a encontrar un trabajo honesto; pero no, creo que vendí mi alma al diablo hace un buen rato. Esto de ser narcosicario es como vivir una vida que no es real. Es casi como estar en un videojuego donde sabes que si la cagas, te matarán, con la diferencia de que en el juego tienes muchas vidas y lo puedes intentar cuantas veces sea necesario, pero aquí en la Tierra no, si te matan, estás frito y punto final. Game over, bitch. «Oggún shoro shoro, eyebale de karo, Oggún shoro shoro, eyebale de karo, Elegguá dekún, eranden korun yen, babami dekun, eran den korun yen», canta la santera mientras hace el sacrificio. Yo la neta no entiendo nada de ese idioma. Caen cuatro pedazos de coco al suelo, es otro método de adivinación que usan los sacerdotes de esta religión. Alafia, Elegguá quedó contento con el gallo y me dice que mi bebé estará a salvo, pero ni pío sobre el Sebastián. Hace un par de meses, la orisha Oyá bajó en un toque de tambor, tomó posesión de una santera tepiteña y me dijo que tenía que alejarme de él. La neta, pasan cosas muy raras en esos toques de tambor. Son fiestas que hacen los santeros en honor de los orishas. Se llevan a cabo en casas comunes y corrientes, o en salones de eventos, cuando el santero es pudiente. En el lugar se prepara un altar en donde se pone a todos los orishas y se rodean de flores, veladoras, pasteles, dulces y frutas. Cada uno de los asistentes tiene que pasar al altar para saludar a los santos, para eso uno tiene que sonar un par de campanas, una maraca y una vaina de framboyán. En la fiesta hay por lo general cuatro músicos: tres tocan los tambores y uno canta en lengua lucumí. Son frecuentes los trances espirituales; algunos santeros tienen la habilidad de bajar a un santo, entonces ocurre la posesión. Como yo soy mamón por naturaleza, la primera vez que Sebastián me contó que había visto a un hombre, poseído por el orisha Oggún, apagarse un puro ardiente en el ojo abierto, me eché a reír. Luego me tocó ver en una vecindad de la Merced a una santera poseída por el orisha Shangó masticando carbones al rojo vivo y les juro que, desde que cayó en trance, no parpadeó ni una sola vez; por el contrario, parecía que se le iban a salir los ojos. Casi me meo del susto y me tragué mis palabras de incredulidad.

Desde ese día voy a todos los tambores que puedo. —Mijo, no te corro pero ya es talde, déjale tu derechito al santo y acuéldate bien de lo que te dijo Oggún en el caracol: no traigas armas encima porque una de dos: o te matan o tú matas a alguien y entonces ahora sí te toca achelú. —Achelú significa cárcel, ¿verdad? —Tú lo sabe, mijo. —OK, madrina. Deme su bendición por favor. Le encargo mucho que rece por Sandra y por mi bebé. —No te apures, mijo, que la Caridá del Cobre y Elegguá se van a encalgal de que todo salga bien. To iban eshu. Salgo de la casa de la madrina lleno de esperanzas heridas y sentimientos imperfectos; algo así como una mezcla entre amor, odio, lástima, alegría y crisis, porque la crisis también es un sentimiento. Me meto al coche y lo primero que veo es que Sebastián me ha llamado treinta veces. ¡Chingao! Se me olvidó el puto teléfono aquí. Bueno, con tanta insistencia en su llamado, puedo estar seguro de dos cosas: la primera, Sebastián me va a madrear; la segunda, tendré que desobedecer a Oggún.

Una novela para los más jóvenes. Foto: Especial

Una novela para los más jóvenes. Foto: Especial

DE CÓMO ME HICE MONAGUILLO

Antes de que la tía Natalia muriera de cáncer, me confesó arrepentida la manera en que ella y los otros tres hermanos de mi padre planearon quitarme mi herencia. Suena como a telenovela barata, pero no, se los juro que pasa más seguido de lo que se imaginan. Ahora mismo, sus hijos, sus nietos o sus esposas, que son veinte años más joven que ustedes, pueden estar planeando su ruina. Hay dos cosas que pueden quebrantar hasta al ser humano más recto, bueno y centrado: el sexo y el varo. Como les había contado, no conocí a mi madre, pues falleció unos segundos después de dar a luz. Su cuerpo no aguantó, le dio un infarto. Era muy joven; creo que tenía dieciocho o diecinueve años; mi padre le llevaba siete. Mucha gente me tacha de ambicioso y algunos creen que no tengo corazón, pero les confieso que mi mayor tesoro es un pequeño cofre de madera lleno de fotos de ella, y si me dieran a escoger entre todo el dinero que me he embolsado desde que trabajo con Sebastián y ese cofre, sin pensarlo me quedo con el cofre.

Mi foto favorita es una de su infancia, donde está disfrazada de hada. De verdad, era una mujer muy hermosa. Si no fuera porque sé que mi hijo será varón, sin duda le pondría su nombre: Abigail. La tía Natalia fue muy astuta. Aprovechó la ausencia de mi madre para ocupar su lugar y poder estar en mi casa todos los días, disfrutando de los lujos que nos daba mi padre, quien, por cierto, era abogado. Ajá, abogado de esos chingones; te cobraba hasta el saludo, te resolvía cualquier cosa, pero te dejaba sin calzones. ¿No se les hace un buen eslogan para un bufete? «Rodríguez Márquez Abogados, te resolvemos cualquier caso, pero te dejamos sin calzones». A lo mejor nunca perdió ningún caso porque Hugo le ayudaba con sus brujerías. Como sea, la magia no pudo salvarlo del lupus… A finales de 1999 había gente que de verdad estaba muy asustada por la llegada del nuevo milenio. En esa década surgieron montones de sectas que sembraban en sus fieles todo tipo de ideas locas, como que el mundo se iba a acabar, que los extraterrestres invadirían el planeta o que todas las computadoras y las telecomunicaciones valdrían verga por no sé qué puto fallo en el sistema.

Como si fuera una broma ridícula, hubo gente que se suicidó por esas creencias y muchos otros sobregiraron sus tarjetas de crédito entre noviembre y diciembre, porque estaban seguros de que no tendrían que pagar la deuda después del apocalipsis. Mi familia no creía eso, pero, por si las dudas, organizaron la bacanal del milenio en mi casa, por si era la última. Escogieron Navidad y no la noche del 31 porque ese día todos mis familiares jalaban a las casas de sus respectivas parejas. Entonces, la cínica de Natalia procuró que mi padre quedara completamente ebrio. Mientras yo abría mis regalos con emoción, mis tíos entintaban los dedos pulgares de mi papá con el fin de robarnos todo. Ellos ya sospechaban que mi padre estaba enfermo, con un poco de suerte no tendrían que cometer homicidio. En su agonía, Natalia me dijo que mi padre tenía dos cuentas bancarias, una con dieciséis millones de pesos, que en esos tiempos todavía era una cantidad considerable, y otra con setecientos cincuenta mil pesos. La casa donde vivíamos, ubicada en la calle Tajín, estaba valuada en doce millones. También teníamos un pequeño departamento en Acapulco donde solíamos pasar la Semana Santa, pero de ese no supe cuánto dinero sacaron los lacras estos. Con todo ese dinero y un poco de suerte, yo hubiera sido un buen hombre con una carrera terminada o ya ni sé, la vid…

¿Quién es Gibrán Valle Alarcón? Nació en la Ciudad de México en 1990, es egresado de la licenciatura en Lengua y Letras Hispánicas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Aficionado de la novela sicaresca, la narconovela y el modernismo. Cree que el sicario es el pícaro del siglo XXI. En 2006 obtuvo el segundo lugar en el concurso de ensayo Vigencia del pensamiento de Benito Juárez, lo que lo motivó a seguir escribiendo. Corazón sicario es su primera novela publicada, ganadora del Premio de Novela Juvenil Universo de Letras 2016. En la actualidad es profesor en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.