Jorge Alberto Gudiño Hernández
No es necesario ser lingüista para saber que la comunicación a través de las palabras no se circunscribe al ámbito de los significados sino que lo trasciende por múltiples vías.
Alguien comentó algo sobre la cuarta transformación. Yo me sumé a la crítica pues me parecía que mi interlocutor estaba en lo cierto. Acto seguido, una andanada de críticas contra mi postura estuvo a punto de sofocarme. ¿Cómo me atrevía a ser crítico de un Gobierno al que yo había apoyado para convertirse en tal?
Escribo esto el martes porque viajaré esta semana y no tengo la certeza de estar conectado. Consideré, en su momento, ocuparme de un tema atemporal para no correr el riesgo de que el paso de los días me haga estar fuera de coyuntura. Sin embargo, frente a lo sucedido ayer en la UNAM, decidí correr el riesgo.
Hace un par de semanas escribí, en este mismo medio, acerca de los padres que, erróneamente, han decidido no vacunar a sus hijos. Tuve un par de respuestas que apelaban al respeto. Me decían que cada quien era libre de tomar una actitud respecto a los datos existentes y decidir en consecuencia. En otras palabras, que el hecho de que yo dijera públicamente que la decisión era equivocada estaba sesgando mi texto y, en consecuencia, yo buscaba imponer mi opinión.
Elba Esther Gordillo ya fue liberada y, más relevante aún, tuvo su primera aparición pública el día del regreso a clases. Entre otras cosas, dijo que la Reforma Educativa no iría más, aunque con otras palabras. Algo similar sostuvo el presidente electo cuando se encontró, junto con sus equipos de trabajo, con el saliente: tal reforma se echaría para atrás y se haría otra. No queda claro cuál es el alcance de su afirmación, si se revocarán los mandatos constitucionales o sólo algunos reglamentos, el caso es que algo se hará. Así pues, la amenaza o el aviso ahí están. Hasta parece el juego de la cuerda: a veces hay reforma, a veces no; se tensa el mecate, algunos ceden, otros tropiezan y, tras un buen rato, se vuelve a empezar. Esto sería hasta chistoso de no ser porque lo que está en juego es la educación.
El lunes volverá el tráfico excesivo y la tranquilidad a algunas casas tras el largo periodo vacacional. Ojalá todos podamos estar tranquilos de que nuestros hijos no suman un riesgo al ir a la escuela. Feliz ciclo escolar.
Esta semana, el senado argentino rechazó la ley para legalizar el aborto en ese país. La diferencia fue de unos cuantos votos y bastó para refrenar la euforia que se había acrecentado cuando los diputados argentinos habían votado a favor de la existencia de dicha ley. Ignoro cómo funcionan las leyes argentinas y cuándo tendrán ocasión de votar de nuevo por esa propuesta.
No soy un defensor a ultranza del lenguaje. Entiendo que es un sistema mutable que evoluciona y, pese a lo poco que me gustan algunas de sus manifestaciones (sobre todo aquéllas que tienden a trivializarlo), intento acomodarme al uso de los tiempos.
Desde que ganó AMLO, he escrito dos textos, en este mismo medio, criticando sus actuaciones.
Supongamos, después, que tampoco resulta sospechoso ni ilegal la manera en que se llevaron a cabo dichos depósitos: varias personas se formaron en repetidas ocasiones para depositar $50,000.00 en cierta sucursal bancaria.
Mi relación con Francia es más cercana que con Croacia, como, supongo, la de la mayoría. He consumido mucha más literatura francesa que croata, tengo amigos franceses, puedo leer con tropiezos en un idioma y no en el otro, durante buena parte de mi vida me he dejado seducir por ese ideal francés que los convierte en un modelo intelectual a seguir. La lógica, pues, me haría apoyar a los primeros sobre los segundos.
Andrés Manuel López Obrador ha utilizado un refrán para justificar su rechazo a ser protegido por el Estado Mayor Presidencial: “El que nada debe nada teme”. Lo hizo desde la campaña y, ahora, siendo presidente electo, insiste en que no requiere protección extra pues el pueblo mismo lo cuida. Vayamos por partes.
Somos privilegiados quienes alguna vez hemos pensado que el país está mal pero podría estar peor y, por eso, sólo por eso, consideramos que no es tan mala idea seguir como estamos. A fin de cuentas, hemos llegado hasta aquí, cargando nuestros privilegios y nuestra forma de ver la vida, llena de garantías y seguridades.
Nuestra capacidad de sufrir ante la desgracia ajena, de ahí que la ficción haya tenido tan buena acogida a lo largo de la historia. También, que un día sin más, seamos capaces de sonreír porque dos niños que juegan son felices; o de enternecernos ante una de las tantas imágenes que circulan por ahí. Somos empáticos, de nuevo, y eso está bien.
El primero del que tuve conciencia plena fue el de México en el 86. No fui a ningún partido y, entre semana, debí resignarme a llevar a clase una de ésas inmensas grabadoras que funcionaban con un montón de pilas tamaño D. La maestra accedió a que la escucháramos hasta que un compañero le subió el volumen a tope y nos la confiscaron.
Es cierto que no me gustan las acusaciones orquestadas desde el gobierno a determinado candidato ni las aseveraciones que algún equipo de campaña hace contra otro. En la política existen pactos, acuerdos nada públicos y descalificaciones que llegan por doquier.