Con los textos de Arminé Arjona el lector reflexionará que, más allá de la culpa o inocencia que recae en los personajes, el peor crimen de muchas consiste en pertenecer a un grupo desprotegido: las hispanas, las trabajadoras sexuales, ser parte de la comunidad LGBTQ+, o simplemente ser mujer.
Ortiz, Jackie, Pam, Drew y Adriana padecen la desprotección de un sistema que las ha catalogado como criminales. Acusadas de narcotráfico, violencia intrafamiliar, asesinato y prostitución, esperan sus juicios ante la imposibilidad de pagar una fianza. El trato déspota y la deficiente atención médica forman parte de sus vidas tras las rejas.
Por Claudia Chacón
Ciudad Juárez, Chihuahua, 4 de abril (JuaritosLiterario).- Por mucho tiempo, las mujeres han sido relegadas a la sumisión y al silencio. Arminé Arjona siempre lo supo y, desde su producción literaria y otros medios, como las pintas callejeras, alzó la voz en nombre de los sectores más desprotegidos de la sociedad. Su novela Castigos en el aire reúne las historias de un círculo de presidiarias de la cárcel de El Paso, Texas, donde la búsqueda de una pizca de humanidad permea a pesar de la injusticia a la que se les somete.
El breve relato, debut de la autora en el género novelístico, se publicó bajo el sello de la Editorial Hibrid@s en mayo del 2019, en formato e-book. Igual que sus otras obras, Juárez tan lleno de sol y desolado (2005) y Delincuentos: Historias del narcotráfico (2009), este texto convierte el espacio fronterizo en su escenario de acción y, al mismo tiempo, de reflexión.
Ortiz, Jackie, Pam, Drew y Adriana padecen la desprotección de un sistema que las rechaza y las ha catalogado como criminales. Acusadas de narcotráfico, violencia intrafamiliar, asesinato y prostitución, esperan sus juicios ante la imposibilidad de pagar una fianza. El trato déspota de las custodias, la deficiente atención médica y el frío de un voraz desierto forman parte de las adversidades cotidianas entre las rejas.
Infortunios que responden a situaciones azarosas y malas decisiones que poco tienen que ver con la intención de delinquir. Adriana, por ejemplo, compró un auto en Ciudad Juárez y por recomendación del vendedor lo condujo hacia El Paso para que lo revisara un mecánico; se encontraba cargando con más de cincuenta libras de mariguana y, sin ser consciente de lo que sucedía, la joven perdió su libertad en las inmediaciones del puente internacional.
La disposición de los capítulos de la obra genera un contraste drástico, pues se desarrollan en una dicotomía temporal; es decir, entre los periodos previos y posteriores a los arrestos de cada una de las cinco mujeres en las que se centrará la narración. La vena poética de la autora aflora en su narrativa, el uso constante de anáforas y enumeraciones ahonda en la descripción del espacio y el monótono trascurrir del tiempo:
“El pesar de los pesares, el horror de la injusticia, el olor de la venganza, el rencor acumulado, las lágrimas retenidas, las tensiones contenidas. La prohibición de tocarse, los maltratos a mansalva, el menoscabo infinito. La negrura y la amargura, el rigor del frigorífico, la frigidez tan impuesta, el alma siempre en quebranto, la sujeción acuosa del llanto”.
El permanente clima gélido de las celdas incrementa la sensación de aprisionamiento, ya que la baja temperatura lastima los músculos y limita aún más la movilidad de las féminas. Además, los diálogos muestran el hablar propio de la zona, ese español agringado lleno de préstamos lingüísticos que genera un recorrido intermitente entre las dos lenguas, a la vez que revela el origen hispano de la mayoría de los habitantes de El Paso:
“Si te sueltan mañana, ya no vuelvas, Fuck the court, fuck everything… go back to Mexico. You can’t trust justice. Don’t come back”.
Durante la década pasada, el nombre de Arminé Arjona resaltó entre la comunidad juarense debido a una serie de breves textos que plasmó en paredes y muros públicos. Aforismos como “no me hallo, estoy desaparecida”, resumían, en brevísimas palabras, esa crítica voraz a la violencia e inseguridad que caracteriza a la autora fronteriza.
En el epílogo de Castigos en el aire, Hilda Sotelo se refiere a esta actitud como a una postura “encabronada” y necesaria, pues el compromiso de quien se dedica a las letras es “con el universo y su cuerpo (la consciencia, ética), las escritoras podemos ser libres, escribir sin necesidad imperiosa de ser aceptadas. Podemos crear nuestras propias leyes creativas”.
Con los textos de Arminé la lectora reflexionará sobre la culpa o inocencia que recae en los personajes, pero más allá de ese debate, atestiguará que el peor crimen de muchos consiste en pertenecer a un grupo desprotegido: los hispanos, las trabajadoras sexuales, los integrantes de la comunidad LGBTQ+, o simplemente ser mujer.
Empatizar con aquel al que el sistema llama delincuente no resulta una tarea sencilla. En febrero del 2017, el Papa Francisco visitó el CERESO de Ciudad Juárez y durante su discurso invitó a los reos a perdonar a la sociedad por haberles fallado en su formación y haber dispuesto de alguna forma las condiciones o carencias que los condujeron a delinquir.
Poco se habla de la responsabilidad de las instituciones por proveer las herramientas necesarias para la instrucción de ciudadanos íntegros. El enfoque de la problemática criminal que propone Arminé cumple una de las labores más nobles de la literatura: situarnos en los zapatos de alguien cuya realidad nos parece ajena para, desde ahí, sensibilizarnos, volver a nuestra humanidad y, probablemente, también encabronarnos.