Óscar de la Borbolla
06/05/2019 - 12:04 am
Un canto a la inconsciencia
Estos tres niveles se alternan en la vida y, a veces, por largos trechos, nos quedamos instalados en alguno ignorando todo lo demás. El más frecuente es el primero, pues por lo regular los apremios son tan insistentes que no hay manera más que de abocarse a resolver los problemas y a escalar y a impedir que nos tiren al abismo del desempleo o del hambre.
Existen tres niveles en los que discurre la existencia humana: el más generalizado es aquel en el que la brega por la vida, la lucha por la subsistencia, los problemas laborales y familiares, las expectativas de mejorar, los obstáculos y los grandes o pequeños pasos, nos mantienen ocupados con las narices pegadas al trajín diario. Es el nivel de las preocupaciones cotidianas y las ocupaciones rutinarias. Aquí nos importan el dinero, el qué dirán, el éxito, el fracaso, la popularidad, y en nuestros sueños nos imaginamos rodeados de las mejores cosas que este mundo ofrece.
Luego está el nivel en el que los anteriores asuntos, tan acuciantes y vistosos, se alejan de nosotros y nuestra mirada se vuelca hacia el sentido de la vida. A veces la muerte de un prójimo muy próximo o una enfermedad grave o, sencillamente, ninguna causa, provoca que la importancia que damos a lo cotidiano dé paso a las preguntas: ¿qué hago aquí?, ¿cuál es el caso de la existencia? Estas son las preguntas que nos arrebatan y frente a las cuales lo cotidiano se eclipsa, pues sentimos que la vida se trata de otra cosa: de entender, de descifrar el mundo, la existencia: de averiguar el sentido. Aquí aparecen dios, el absurdo, la duda existencial, las conversaciones que nos parecen profundas.
Y finalmente, hay un nivel, que podríamos llamar el limbo, donde todo nos parece natural (estar aquí y tener lo que tenemos); no hay problemas, o al menos no están presentes en nuestra conciencia. Vivimos con el piloto automático encendido y vamos por el mundo instalados en la eternidad. No hay sitio para preguntas, ni nos aqueja ninguna preocupación, pues, de hecho, caminamos por las calles perdidos en la inconsciencia, sin calor y sin frío, con la mente en blanco, en paz o, también, perdidos en ese estado de plenitud que da el amor, cuya maravilla es, precisamente, dilatar el ahora y que no exista nada más que ese instante colmado donde estamos y donde no cabe ni la más leve sospecha de que pueda acabar.
Estos tres niveles se alternan en la vida y, a veces, por largos trechos, nos quedamos instalados en alguno ignorando todo lo demás. El más frecuente es el primero, pues por lo regular los apremios son tan insistentes que no hay manera más que de abocarse a resolver los problemas y a escalar y a impedir que nos tiren al abismo del desempleo o del hambre.
Pero de estas tres estancias se hace la vida y al final, supongo, que la que más apreciaré no será ni todo lo que logre y pueda tener, ni todo lo que logre y pueda haber malentendido, sino esos ratos en los que estuve ausente del mundo y de mí, perdido en la pura inconsciencia del estar: flotando en el limbo.
Twitter: @oscardelaborbol
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