Óscar de la Borbolla
07/01/2019 - 12:00 am
El tiempo y la velocidad
Desde que tengo uso de razón me he percatado de lo veloces que han sido los primeros quince días de todos los eneros de mi vida: en un abrir y cerrar de ojos vuela la primera quincena de cada año. Y también he notado que el tiempo se alenta o va más de prisa según esté yo aburrido o divertido. Y pensaba, como es lógico y real, que era tan solo una experiencia psicológica que tenían relación no con el tiempo mismo sino con mi percepción del tiempo.
Desde que tengo uso de razón me he percatado de lo veloces que han sido los primeros quince días de todos los eneros de mi vida: en un abrir y cerrar de ojos vuela la primera quincena de cada año. Y también he notado que el tiempo se alenta o va más de prisa según esté yo aburrido o divertido. Y pensaba, como es lógico y real, que era tan solo una experiencia psicológica que tenían relación no con el tiempo mismo sino con mi percepción del tiempo.
Ahora, sin embargo, he entendido que es el tiempo mismo el que transcurre a diferentes velocidades: estoy en deuda con el físico Carlo Rovelli y, particularmente, con su libro El orden del tiempo, pues no solo volvió una delicia mi angustiado diciembre, sino que me aclaró qué ocurre en verdad con el tiempo.
Yo, como la mayoría de las personas, pensaba que el tiempo es común en distintos lugares y, por lo tanto, que hay un ahora que es el mismo aquí y en las antípodas, pues aunque aquí es de día y en las antípodas de noche eso no quita que compartamos el mismo instante. Sin embargo, al parecer de la física contemporánea, esto no es así. «Ahora» significa ahora mismo y, como se verá en lo que sigue, nunca es el mismo tiempo, pues siempre hay por fuerza un desfase entre mi ahora y el de los otros: si una persona está en las antípodas y me comunico con ella para enterarme de qué está haciendo mientras yo estoy aquí tecleando estas palabras, el teléfono o el internet me da la información con un retraso de milisegundos, y aunque tuviera a esa persona a la mano, me enteraría de lo que está haciendo con un retraso de nanosegundos, pues su imagen llegaría a mí no instantáneamente, sino, cuando muy aprisa, a la velocidad de la luz: mi ahora y su ahora dependen del aquí que cada cual ocupa.
Y eso no es todo, el ahora también depende de la velocidad a la que nos movamos relativamente, pues el tiempo transcurre con un determinado ritmo si nos mantenemos quietos y a un ritmo más lento según sea la rapidez a la que viajemos. Si la persona de que hablaba estuviera no en las antípodas sino en Próxima Centauri -esa estrella enana del sistema conocido como Alfa Centauri y que es la estrella, luego del Sol, que nos queda más cerca: a 4,22 años luz- la imagen de su ahora nos llegaría con una demora de 4,22 años; pero (y esto es lo más extraordinario) si esa persona viajara de regreso a una velocidad de la mitad de la de la luz, llegaría a la Tierra en 8,44 años, pero para nosotros habrían transcurrido cerca de 100 años y para ella tan solo 8,44 años: su ahora y el nuestro no tendrían nada que ver. La conclusión de Rovelli, y me resulta fascinante, es que el presente, el ahora, no puede extenderse a todo el universo, sino que «es como una burbuja en torno a nosotros… El presente del universo no significa nada».
Así, pese a haber leído desde hace mucho las ideas de Einstein sobre la relatividad del tiempo, no había terminado de caer en la cuenta de lo que realmente implicaban: el tiempo (y otro tanto ocurre con el espacio) no es una única línea continua que abarque todo el universo, sino que en cada lugar del universo el tiempo pasa a una velocidad distinta y, sobre todo, el tiempo de aquí es independiente del tiempo de otros lugares: no hay una correspondencia entre los distintos ahora: son tiempos independientes y por ello lo que sucede “ahora» en el centro de la Vía Láctea no pasa al mismo tiempo que en nuestro ahora.
@oscardelaborbol
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