Seres inacabados

Somos seres circulares. Foto: Pinterest.

La primera vez que noté que mi madre estaba haciéndose pequeña, algo dentro de mí también empequeñeció.

Algo se rompe por dentro cuando quien debía ser más grande que tú, comienza a encoger y a mirarte desde abajo.

Llegar a la edad en la que el tiroteo de la vejez se ensaña con tus padres es perturbador. Y no. Y tan ordinario. Pero tan duro.

Somos seres circulares, cíclicos, una eterna repetición de diferencias generacionales, creencias, rebeldías, amores y desamores.

Comencé este año abrazando amigos que perdieron a su madre o a su padre. La guadaña generacional es aguda y no perdona, la muerte hace un trabajo preciso, tan organizado, que podría ser el ejemplar proceso mejor ejecutado de cuantos existen si no fuera tan doloroso. La muerte generacional, un diagrama de procesos impecable.

Este año murió la madre de mi amigo R, el padre de mi amiga X, el padre de mi amigo G, el de mi amigo J y parece que el conteo no se detiene.

Ayer mismo conversaba con una de mis hermanas y nombrábamos, con timidez, la sombra que se cierne sobre nosotros cuando recibimos alguna llamada de mi madre para decir que se siente mal, cuando aparece la palabra “hospital” en el chat familiar y cuando reconocemos la forma en que mi madre nos mira ahora: desfasada, como desde lejos, como anticipando una despedida que sólo de pensarla me rompe en el centro de mi humanidad.

Mi padre murió hace año y medio. Con el dolor de su muerte vino el escalofrío de suponer, sin querer confesármelo ni a mí misma, que en el orden natural del diagrama aquel, seguirá mi madre. Escribo y me siento perversa, culpable, desangelada reina del mal gusto.

Pero escribo y también, esa pequeña de ocho años que no me abandona y sigue creyendo que tiene poderes mágicos, imagina que al nombrar los miedos conjura su alcance y los cancela. Ah, la inocencia. De la poca que nos queda, quizá esta, la de la creencia en que la vida de quienes amamos será larga e incontable, sea la más desgarradora.

Mi amiga M me hablaba hace unos días del temor que siente por su padre recientemente hospitalizado y que además coincidió con mi madre de visita en otro hospital por razones distintas pero de fondo una sola: el paso de los años y lo devastadores que pueden resultar con el cuerpo.

Hacerse adulto es un proceso que no acaba nunca, y que, con suerte —menudo consuelo— pasa por el flujo natural de perder a los padres y no perder a los hijos.

La orfandad parece ser destino infranqueable, asumirlo hace cimbrar el alma.

En fin, que este volver a ser niños pequeños y tener dolor de panza o de cabeza, alergias insospechadas y tristezas indefinibles por el miedo a la muerte de quienes nos preceden, tiene también una hermosa luz de contraste: hay un amor ancestral, tribal, que nos mantiene inacabados aún a los cuarenta años.

Pero eso creo que a estas edades, con todo y el anticipo de las pérdidas, la anunciación de lo inesperado sigue siendo de una vitalidad abrumadora.

Hoy más que nunca me convenzo de que el tiempo es dios y el diablo es la peligrosa idea de que el tiempo es para siempre. Para explicar eso, dejo aquí esta maravilla de Tomás Segovia:

Me es necesario un tiempo todo mío,

sin rastro de hipoteca

sin control en sus tiempos sin diezmos ni descuentos.

Necesito contar con cada hora

cada comienzo cada cumplimiento

no tengo tiempo para no ser libre.

 

@AlmaDeliaMC

13 Responses to “Seres inacabados”

  1. Juan Encinas dice:

    Be
    Útil
    Fool

  2. Alberto R. dice:

    Gracias por iluminar como tus palabras esos horizontes cercanos.

  3. Luis Ramirez dice:

    El tiempo segun J.L. Borges : El tiempo es la subtancia con la cual estamos hechos; El tiempo es un rio que nos arrastra pero yo soy el rio; el tiempo es un tigre que me despadaza y me devorapero yo soy el tigre; el tiempo es un fuego que me consume pero yo soy el fuego; el mundo desgraciadamente es real; yo desgraciadamente no soy mas que un poeta (Jorge Luis Borges).

  4. Ricardo Bada dice:

    Voy a terminar por no leerte, de la pura envidia que me da cómo lo haces. Pero en este caso particular quiero recordar una noche preñada (así la llamaría Unamuno) en que paseaba por Valladolid con Antonio Gamoneda, el más grande (y hondo) de los poetas españoles vivos. Y me decía: “Fíjate,
    Ricardo, en que uno de los más grandes poemas de nuestra lengua son las Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique; y nosotros las leemos o recitamos por el gran placer que nos da compartir con otros una belleza tan grande, pero en realidad para nada tomamos en cuenta el dolor del poeta ante la muerte de su padre, sin el cual, y sin la cual, no hubiese habido jamás tales Coplas”. Son palabras que no se me despintan del disco duro. Y si vamos al caso, ni del blando.

  5. Ray dice:

    Gracias Alma Delia, por compartir y escribir esta bonita reflexión. Saludos cordiales!

  6. Carlos Humberto dice:

    “En quienes conocimos jóvenes, nos reconocemos lo viejo que somos”. Recuerdo cada vez esta frase, cuando veo a mis amigos de la juventud, los miro canosos, gordos, con la piel arrugada, algunas manchas en la cara y me pregunto, ¿Así me verán ellos?. Ya cumplí 60 años. Es el paso inevitable del tiempo, es la ley de la vida y creo que es muy difícil verlo y más cuando toca cerca, pero así es.

  7. Carlos Humberto dice:

    “En quienes conocimos jóvenes, nos reconocemos lo viejo que somos”. Recuerdo cada vez esta frase, cuando veo a mis amigos de la juventud, los miro canosos, gordos, con la piel arrugada, algunas manchas en la cara y me pregunto, ¿Así me verán ellos?. Es el paso inevitable del tiempo, es la ley de la vida y creo que es muy difícil verlo y más cuando toca cerca, pero así es.

  8. ¡Hay dolor! Que fuerte texto negrita. Recordar que lo inevitable está a la vuelta de la esquina si es para llorar. Gracias por tanto talento y por hacernos pensar.

  9. juan dice:

    Decía un amigo no quiero morir muy viejo fumare mucho para morir antes de los sesenta ???

  10. BetoVL dice:

    Siempre sentimiento-gena y pensamiento-gena.

  11. mcjaramillo dice:

    Mis padres no tuvieron la oportunidad de mirarme desde abajo; pero cómo entiendo y comparto tú reflexión.
    Después de lo dicho por nuestro común amigo Bada, ¿qué más podría añadir yo…?
    Un abrazo inmenso, querida Alma

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