RESEÑA | Brutal, controvertida: “Bareback Juke-box”, de Wenceslao Bruciaga

Nuestro lector ha seguido leyendo novelas y entregando una pieza única para la publicación. Lejos es una de las mejores reseñas que el hermoso libro de Wenceslao Bruciaga ha tenido a lo largo del año. Se llama Patricio Adrián, le falta un poquito para ser Doctor en Antropología y mientras tanto lee.

Por Patricio Adrián

Ciudad de México, 30 de diciembre (SinEmbargo).- Brutal, controvertida, desinhibida, violenta, sarcástica, cruda, radicalmente sonora, musicalmente estridente y alternativa; todo menos aburrida es la novela de Wenceslao Bruciaga: Bareback Juke-box. Es además una novela novedosa por la forma de abordar el tema: un joven citadino decide recibir el VIH/SIDA en su cuerpo con la conciencia y el dolor entremezclado; eros y tanatos jugando lo suyo en un acto de faquirismo erotizado. Desde las primeras letras de la novela asistimos a la crudeza y controversia singular de Hipólito, el narrador y personaje principal.

Bruciaga se aleja del campo desolador y nostálgico que planteaba Luis González de Alba en Agapi Mu (1993), una de las primeras novelas mexicanas en abordar el VIH/SIDA y se sitúa mas un poquito más cerca de Joaquín Hurtado en Crónica Sero (1993), quien en sus crónicas relata el panorama de distintas personas y su relación con el VIH/SIDA en el norte del país. Bruciaga se le aproxima, aunque no tanto. Wenceslao viene a contar su propia versión en tiempo y espacio de las complicadas relaciones homoeróticas y sobre todo trae bajo el brazo un amplio playlist, que como banda de guerra despliega en la trama de la novela a punta de riffs, grupos y solistas tan poco comunes en los espacios gays de México y particularmente de la ciudad de México.

Bruciaga se aleja del campo desolador y nostálgico que planteaba Luis González de Alba en Agapi Mu. Foto: Especial

En su columna del periódico La Jornada, Jordi Soler calificó la participación del grupo Madredeus en la película Historias de Lisboa (1994) del bien querido Win Wenders como un ‘view track’, es decir como algo más que una banda sonora en el filme; Bareback Juke-box podría ser, siguiendo esta lógica y los anglicismos ad hoc un ‘writting track’, una novela simbiótica de su amplio y poderoso soundtrack roquero, que no sólo la guía sonoramente, sino que le otorga un sentido de argumentación sine qua non.

El recurso del rock en la literatura no es novedoso, es parte del sello de la sesentera literatura de la onda y de escritores más recientes como Xavier Velasco o el propio Jordi Soler. No obstante, Wenceslao lo usa como un insignia de batalla, una bandera de identificación. No es casual, no es un adorno y no es una banda sonora de compañía más; es un manifiesto, un grito pelado de afirmación en la literatura, cuya analogía de identidad es similar al que llevó a los movimientos de liberación homosexual salir a las calles y de los cuales el personaje principal se pitorrea inmisericordemente.

Hipólito es un tipo que ronda los treinta, trabaja como corrector de estilo para algún funcionario en una desinteresada oficina. Pretende ser coherente en su contexto y sus decisiones, debatibles sí, pero como personaje es fiel a su forma de pensar y ver su mundo más inmediato: drogas, desamor, venganza, alcohol, sexo casual y efímero, mucho rock, violencia, crítica y mucha sátira al mercado gay, el activismo, y las políticas de salud.

Hip es un personaje solitario y ermitaño; su único amigo es un clasemediero heterosexual con el cual se da sus pases de coca y con quien asiste a burdeles ex profeso para políticos, empresarios. Hipólito no tiene empacho en mostrarse cínico, nihilista, paria de cultura gay pop, contestatario en su repertorio musical, aprendiz de box; hijo de papi izquierdista, quien no sólo acepta su homosexualidad, sino que en su mozos años de activista fue partícipe de las primeras marchas de liberación homosexual junto a su ex-esposa. Hip creció en el norte del país, está geográfica y culturalmente mucho más cercano a la frontera, que al centro, su moral es más contarcultural que activista, como solían ser sus padres. Radica en la ciudad de México, pero su mente y oídos están en la cuna del punk, el grunge y todas las manifestaciones que pusieron en jaque a la moral heteronormada.

Si uno pasa de largo en la novela, se dará cuenta que aparentemente es el abandono de su pareja sexual y sentimental lo que le orilla a Hip a infectarse voluntaria y consentidamente del VIH, pero no es tan así, no es solo una decisión imbuida por la autoestima, el efecto de los poppers, la cocaína o de ese vacío inefable e incorporado en la época de la incertidumbre de todo: de relaciones duraderas, de algún futuro estable -el que sea-.

Si los disidentes cubanos en la década de 1990 se infectaban como protesta al régimen de Castro, en Hipólito la decisión es una afrenta no sólo a su decepción sino al estigma vertido contra el propio VIH y al sexo entre varones, se identifiquen como homosexuales o no. La decisión de Hip es un acto radical también de protesta contra al hartazgo normado del uso del condón como política casi exclusiva de homosexuales.

Bruciaga coloca al bareback -tener sexo sin condón de manera deliberada- como la metáfora más radical, mortífera y violenta del sexo entre homosexuales hartos del sermón que coloca a los hombres que tienen sexo con otros hombres como únicos responsables de la salud pública, en detrimento de su propio placer. Hipólito en un arranque de introspección señala: “nos cansamos de vivir en la paranoia. De cuidarnos más que el resto de las personas. Desde la aparición del VIH y el SIDA, parecía que los homosexuales no sólo teníamos que ser responsables de nuestra salud. Sobre nuestra sexualidad radicaba casi la salud del planeta entero. Los heterosexuales también meten la pata a cada rato y nunca han sido perseguidos como nosotros.”

Hipólito asume y vive un contexto en el que el VIH/SIDA se ha convertido en enfermedad crónica. Es beneficiario de los avances de la ciencia en los antiretrovirales y el tratamiento provisto (todavía) gratuitamente por el Estado, lo sabe pero lo desdeña, acaso lo minimiza en un intento por reducirle el estigma rodeado de sexo. El SIDA le ganó el estigma al cáncer, nos los hizo saber Susan Sontag en su brillante libro El sida y sus metáforas.

Sontag señalaba, a propósito del filósofo Cioran, que en la década de 1920 en Rumania, los adolescentes añoraban adquirir la sífilis, la neurosífilis, porque la creían una gran fuente de genialidad, creatividad artística u originalidad espiritual. Con el Sida, apuntaba Sontag, esto no parece que vaya a pasar. Es cierto que no hubo nada similar con el Sida, pero la práctica del bareback superó cualquier prospectiva y cualquier ficción, incluso la de Hipólito, quien ve en contraer el VIH/SIDA una decisión personal dentro de los márgenes de su acervo de conocimientos a mano. Pueden ser éstos limitados en términos de salud pública, pero están a la vuelta de cualquier cita por Grindr, cualquier bar, cualquier encuentro casual en los lugares públicos transgresores de la ciudad.

El tino de Bareback Juke-box, considero, está en desnudar al rojo vivo esto que ocurre y que en lugar de comprenderlo se calla o descalifica.

Hacía mucho que no leía una buena novela de este corte, la última que leí en este tono novedoso, arriesgado y sin concesiones fue Despierta ya (2012), de Jaime Velasco. Bruciaga entrega en este libro un buen tema debatible, pero insoslayable: las prácticas del sexo a pelo en un contexto de una epidemia que lejos de ser erradicada, sigue latente, creciente más en algunos países que en otros, y cuyo tratamiento, por parte del Estado, es cada vez recortado de los presupuestos públicos. Este no es un libro apto para mentes reducidas o sencillamente sin apertura al humor, uno muy negro, dicho sea de paso.

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