Óscar de la Borbolla
28/08/2017 - 12:00 am
Después del escepticismo
¿Cómo dejar de creer en lo que creo: apartarme de mi cosmovisión, de mis verdades científicas, de mis juicios morales, de mis preferencias estéticas, de mis elucubraciones filosóficas, de mi adorada razón occidental… de todo lo que doy por válido espontáneamente? Sé que con el mismo fervor fueron suscritas otras convicciones en otros lugares y en otros tiempos, y que las mías no son más que las de hoy de acuerdo con mi formación.
¿Cómo no creer en lo que creo si está documentado copiosamente por pruebas que me lo confirman?, ¿cómo no creer en aquello que me imponen las que considero muy buenas razones? Estas preguntas poseen -dependiendo de dónde y cuándo se formulen- distintos sentidos. Si yo viviera hace unos siglos, aquí mismo, y estuviera en lo que hoy es el Zócalo pero entonces era un importantísimo centro ceremonial azteca, dicha pregunta parecería tener un sentido liberador, pues las creencias que suscribiría ahí distan mucho de las que ahora defiendo; o si yo fuera un griego de la Grecia clásica y estuviera seguro de que la muerte es una prolongada estancia en el Hades, estaría preocupado de que mis deudos se encargaran de cremar mi cuerpo para que se desatara todo vínculo con esta vida…
Pero también, si yo fuera un deslumbrado contemporáneo de Newton, admitiría como verdad incontrovertible su formidable Ley de la gravedad; pero hoy, luego de Einstein, ya no puedo suscribir tan convencido esa instantaneidad de la onda gravitacional, pues creo que nada es capaz de rebasar la velocidad de la luz.
¿Cómo dejar de creer en lo que creo: apartarme de mi cosmovisión, de mis verdades científicas, de mis juicios morales, de mis preferencias estéticas, de mis elucubraciones filosóficas, de mi adorada razón occidental… de todo lo que doy por válido espontáneamente? Sé que con el mismo fervor fueron suscritas otras convicciones en otros lugares y en otros tiempos, y que las mías no son más que las de hoy de acuerdo con mi formación.
Estas ideas me permiten apartarme tan sólo un poco de mis certezas, no tomármelas de manera fanática y contar con la suficiente holgura como para convivir con los demás gracias a una actitud tolerante; sin embargo, por más que relativizo mis verdades no puedo suspenderlas: mi esfuerzo de dudar sólo alcanza para despertar en mí la sospecha de que lo que pienso y considero correcto no lo es tanto.
Toda mi vida he considerado que el pensamiento analítico es la panacea que nos ha permitido descifrar en alguna medida el mundo y asegurar nuestra estancia en él; en consecuencia, he creído en el método científico, en el supuesto sobre el cual se apoyan todas sus modalidades: que el mundo puede ser comprendido por partes, que es posible estudiar un fenómeno aislado tomando en cuenta un grupo muy pequeño de variables, las que se pueden controlar. Hoy, ni siquiera estoy seguro de esto, pues se me atraviesa la visión holística, la que considera que todo interactúa en todo y que el pensamiento lineal está muy lejos de captar la real complejidad del mundo.
Tengo la sensación de que mi representación del mundo resultará tan ilusoria como todas aquellas en las que se ha vivido con absoluta seguridad, y de que, en efecto, cada cabeza es un mundo. Esto ya lo sabía, por supuesto; lo que no sabía era el asombro que esta sospecha causa cuando es comprendida no de un modo meramente intelectual, sino vivencial. Así, hoy escribo mi experiencia no desde el precipicio, sino durante la caída, y continuaré abismándome en silencio.
Twitter:
@oscardelaborbol
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