Óscar de la Borbolla
11/04/2016 - 12:00 am
El pasado está presente
Nuestro cuerpo es el retrato de Dorian Gray y no podemos ocultarlo, en él está presente hasta el último minuto de lo que hemos vivido: más que la cicatriz imborrable de un accidente, está en nosotros la indeleble huella de los hábitos.
De la memoria escribo, literalmente, cada que me acuerdo. Es una facultad fascinante que me parece exclusiva de los seres humanos, pues, aunque no ignoro que el pasado está inscrito en plantas, animales e incluso en las piedras, sus "memorias" no desmenuzan; son incapaces de encararlos ante el abismo de un único instante perdido como nos ocurre a nosotros. A ellos, por suerte para ellos, el pasado es un bloque que está presente, ellos son todo su pasado de golpe. A ellos no les resucita un único recuerdo y se les planta enfrente con su peso completo, bueno o malo.
Cuando desestimo la "memoria" que posee lo no-humano no estoy pasando por alto al elefante rencoroso (bien que se acuerda y no perdona); ni al árbol torcido que es una escultura agachada sobre la que pesó toda su vida el viento; pero en ellos, como en la redondez de las piedras de río, está la memoria de todos los golpes recibidos.
Es la misma inscripción que aparece en la forma carcomida de los arrecifes donde está el pertinaz recuerdo de un mar incansable: son memorias completas y ellos no son más que esa memoria; no los acomete como a nosotros un único recuerdo. Esa "memoria" animal, vegetal o de las piedras es semejante a la de nuestro cuerpo, porque también en nosotros está esa "memoria": ¿qué más es la cirrosis sino la memoria completa del alcohol bebido o unos genes que cincelaron su posibilidad?
Nuestro cuerpo es el retrato de Dorian Gray y no podemos ocultarlo, en él está presente hasta el último minuto de lo que hemos vivido: más que la cicatriz imborrable de un accidente, está en nosotros la indeleble huella de los hábitos.
Pero la memoria humana es otra cosa: es esa facultad analítica capaz de arrojarnos a la conciencia un especialísimo recuerdo, la fotografía de un instante cuyo impacto lo mismo puede alegrarnos que demolernos. Evocamos algo y, más allá de que lo deformemos (eso es secundario ahora), se nos impone como si estuviera ahí. Este ahí del que hablo es esa pantalla que llamamos conciencia, el "espacio" donde aparecen las cosas de que nos damos cuenta: lo que hacemos presente. La evocación revive un instante muerto y, en ocaciones, con tal fuerza que lo que efectivamente está aquí y ahora, vivo, es eclipsado por lo que ya no es, pero que tiene tanto ser que es como si ocurriera de nuevo.
Me miro entrando en la habitación (me miro no sé desde dónde); doy unos pasos y solo veo lo que está ante mí (yo desaparezco como cuando estoy despierto que no me miro a mí, sino lo que tengo delante). Mi recuerdo llena mi percepción, la escena del pasado está ahí nuevamente, algo me dice (pero con voz muy tenue) que ya no tengo que reaccionar y todo vuelve a suceder sin que yo intervenga o, más bien, vuelvo a verme intervenir en la escena y mis esfuerzos por torcer su rumbo son inocuos: todo sucede como ocurrió y yo me quedo con el estado emocional de cuando pasó realmente. He revivido un recuerdo, me digo; pero no estoy muy seguro: no sé si reviví un recuerdo o viví nuevamente lo mismo. La memoria humana es tan rara que no solamente nos entrega un único recuerdo, sino que nos convence de que acaba de ocurrir, que está ocurriendo, que el pasado no ha pasado, que todo sigue ahí.
Tw
@oscardelaborbol
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