Óscar de la Borbolla
28/12/2015 - 12:00 am
Canto a la risa
A mí no me disgusta dar risa. Es más, me esmero en provocarla. No es que me haga el chistoso y tampoco busco ridiculizarme para que a toda costa el otro ría, pero siempre encuentro alguna ocurrencia con la que consigo que en mi interlocutor aflore si no una carcajada, sí por lo menos una sonrisa y eso me da placer.
Hay muchas reacciones que uno puede provocar en los demás: ira, amor, ternura, odio… Algunas son gratuitas como la envidia; otras onerosas como la admiración o penosas como la lástima… Pero la que a mí más me intriga es despertar risa. ¿Por qué algunas personas nos dan risa? ¿Es una gracia especial con la que nacen, una virtud que desarrollan o el efecto de proyectar nuestra malicia sobre ellos?
A mí no me disgusta dar risa. Es más, me esmero en provocarla. No es que me haga el chistoso y tampoco busco ridiculizarme para que a toda costa el otro ría, pero siempre encuentro alguna ocurrencia con la que consigo que en mi interlocutor aflore si no una carcajada, sí por lo menos una sonrisa y eso me da placer. Cuando río con los demás me siento en familia, formó parte de algo que nos rebasa a todos, que es mayor que la suma de quienes simplemente estamos riendo y, sin comprender, bien a bien, de qué se trata, sé que se trata de eso, que el sentido es ese. Nunca dudó de la risa cuando la risa es comunión.
Y aunque sé en sangre propia que hay risas excluyentes, risas sadónicas que cortan y burlas feroces que mutilan de una sola vez y para siempre, hoy quiero pensar en la risa que hermana, en la alegría ligera de quienes ríen a sus anchas, literalmente, quitados de la pena. Esa risa, que ha fundado mis más queridas y las más instantáneas familias de las que he formado parte, es una risa fresca que neutraliza la vigilancia, depone la guardia y cuando pasa es nada, pues realmente, nada la provoca, y si se le busca algún motivo, por más que se escarbe, uno descubre que se ríe por nada.
Esa risa bendita es un puro escandaloso acuerdo, resultado del azar que anda de buenas haciendo que lo dispar embone, pues quienes ríen con carcajadas solidarias tienen causa suficiente y razón de ser sobrada para ocupar su sitio en el universo, y es que, aun sin saberlo, los que forman el coro de la risa son quienes no están de más, porque en la risa nunca sobra nadie: están todos invitados y aunque puedan adelantarse unos y otros resagarse, en muy poco tiempo se empatan para llegar al dilatado mientras cuando los que son ríen juntos -que es mucho más que reír a la vez.
Porque la risa es la comunicación más amable y la menos equívoca; y no porque quienes rían se entiendan, sino por algo más fundamental: entienden. La risa es la única sabiduría a la altura de la seria ridícula compleja simplicidad del universo y, además, al alcance de todos: una sabiduría sin reglamentos ni lenguajes cifrados para expertos; y tan clara que no necesita traducción, pues todos nos reímos en el mismo idioma, el de las comisuras de los labios subiendo hacia el pabellón de las orejas. Un idioma universal cuyos vocablos son más parecidos al ladrido que a la enredada gama de las palabras en cualquier otra lengua.
Cómo extraño la patria de la risa, cuando era un ciudadano con plenos derechos. Que hilarantes eran esas horas de caminar las calles simplemente riendo, las calles que no iban ni venían. Esas mismas calles que hoy, gran diferencia, ni van ni vienen. Cómo extraño la risa.
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