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Óscar de la Borbolla

16/11/2015 - 12:00 am

Lenguaje fracasado

Me resulta inconcebible que la gente esté ciega o, peor aún, que solamente vea lo que quiere ver, que los argumentos no valgan, que las pruebas en contra no prueben nada y que, cuando se les ponen delante los hechos, los miren solamente desde el ángulo que vuelve a dejarlos encerrados en sus creencias previas. […]

No Hay Manera De Hablar Más Que Con Aquellos Con Quienes Ya No Hace Falta Hablar Imagen Tomada De Internet
No Hay Manera De Hablar Más Que Con Aquellos Con Quienes Ya No Hace Falta Hablar Imagen Tomada De Internet

Me resulta inconcebible que la gente esté ciega o, peor aún, que solamente vea lo que quiere ver, que los argumentos no valgan, que las pruebas en contra no prueben nada y que, cuando se les ponen delante los hechos, los miren solamente desde el ángulo que vuelve a dejarlos encerrados en sus creencias previas. Me resulta inconcebible, pues, ingenuo de mí, siempre he confiado en el poder persuasivo de la palabra para presentar los objetos, para fincar un mundo en común, para hablar de lo mismo o, al menos, para pelear porque realmente nuestros puntos de vista sean divergentes; pero cada quien habla de otra cosa y como las palabras fallan, son los objetos los que lanzan perspectivas estrábicas que impiden que haya ninguna convergencia.

No hay manera de hablar más que con aquellos con quienes ya no hace falta hablar. No tiene sentido mostrar nada, declarar nada, porque quienes son capaces de verlo son los mismos que ya lo miraban así. Los demás -quienes juzgan de forma diferente de la mía- sólo se desesperan igual que yo y se lamentan de la cerrazón de los demás y se les nota que se sienten tan incomunicados, tan en su propia manada como yo me siento en la mía.

¿Cómo hacer un puente que vincule a unos y otros? Ahora mismo habrá quienes lean en estas palabras un grito de auxilio para comunicarnos, como si este texto fuera la palabra SOS metida en una botella de naufragó, y se sientan, como yo, en una isla; pero también habrá quienes crean que exagero, que la comunicación no tiene ningún problema o los que presenta son de tan fácil solución que basta con hablarlos, porque: "hablando se entiende la gente".

Pero, desafortunadamente, la comunicación no es simple. Mi desesperación ha nacido de ello. Qué inútil y fracasado es el lenguaje. Hoy lo vivo así. Mi experiencia es como la que se deriva de ese verso memorable de Rafael Alberti: "Siento esta noche heridas de muerte las palabras".

Pues más allá de mi lloriqueo personal, de mis dificultades para expresarme, de esos contextos emocionales que nublan al de por sí impotente lenguaje, quisiera detenerme un momento en la médula del problema: en el hecho de que las palabras, incluidos los nombres propios, sirven para referirse a infinidad de objetos, son términos universales: "Óscar" no sólo es una palabra para mí, es usada para todos los que llevan ese nombre, y mi nombre completo con todo y apellidos, en el caso de que fuera único, quiero decir, que no existieran homónimos, tampoco serviría solo para mí, sino para referirse a todos los que he sido desde que así me nombraron. Y en la mayoría de las palabras ni siquiera ocurre esta relativa especificidad. Las palabras son unas cualquieras: se van con cualquiera, la palabra "silla", sirve para designar cualquier silla y ahí está precisamente el problema: pues todos nos hemos construido una idea de lo que sea la silla a partir de las sillas que hemos visto, y por ello cuando yo digo "silla" pienso en mi idea de silla y los demás, piensan cada quien en la suya.

Como nadie ha visto el mundo desde mi óptica, nadie da a las palabras el mismo significado exactamente que yo les doy, pues, aunque comparta con los demás hispanohablantes la lengua cada uno por haber vivido desde su vida y en función de sus muy particulares experiencias entiende lo que sus entendederas le permiten entender. Por ello el lenguaje sirve para cosas gruesas; sirve para el comercio, para mandar avisos; pero no para comprendernos, no para tener un mundo en común. A lo más posibilita un mundo "semejante", bueno para hacer trueques burdos y compartí a grosso modo las cosas toscas. Pero nadie entenderá nunca la palabra "solo" como la entiendo yo, ni la palabra "viento". Cada quien, pues, su soledad y su viento.

Tw

@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."
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