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Óscar de la Borbolla

02/11/2015 - 12:00 am

El derecho ante la muerte

A mi hermana Ligia. Hay tantas representaciones de la muerte que yo, la verdad, solo quisiera tener el popular derecho de dibujar la mía, pues, "Esa ignorada región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno" (Hamlet, 3 acto. 1 escena) es -justamente porque nadie ha vuelto para decirnos qué hay- una pizarra en la […]

Cada Minuto Es Para Siempre Y Para Nunca Más Foto Tomada De Internet
Cada Minuto Es Para Siempre Y Para Nunca Más Foto Tomada De Internet

A mi hermana Ligia.

Hay tantas representaciones de la muerte que yo, la verdad, solo quisiera tener el popular derecho de dibujar la mía, pues, "Esa ignorada región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno" (Hamlet, 3 acto. 1 escena) es -justamente porque nadie ha vuelto para decirnos qué hay- una pizarra en la que cada quien ha concebido una escatología: su versión de lo que sea o pueda ser el más allá. Cuando veo las distintas representaciones que del más allá tienen los pueblos, las religiones o los individuos, y como han cambiado a través de la historia, me da la sensación de presenciar un gran torneo de imaginación.

Por ejemplo, en la visión Azteca había un más allá gris y sin chiste para quienes tenían una muerte común y corriente: el Mictlan; y había también algunos destinos especiales: quizá el mejor era para los varones que morían como guerreros o para las mujeres que morían durante el parto, pues unos y otras formaban parte del recorrido de Tonatiuh y les estaba reservado el Tonatiuhichan. Y además había un más allá peculiar, aunque menos glorioso, para aquellos cuya muerte se relacionaba con el agua, para los ahogados o los hidrópicos: el Tlalocan donde regia Tláloc.

El más allá de la Grecia clásica, todos lo conocemos gracias a Homero, es el famoso Hades donde flotan "unas sombras privadas de fuerza (dynamis)" a las que se les puede reanimar con sangre para que hablen (Odisea, canto XI). Y en contraste con esta suerte general de los muertos que carecen de todo sin experimentar grandes congojas, hay unos cuantos que destacan por unos castigos ejemplares: Sísifo es el primero: un pobre muerto condenado a subir una y otra vez una enorme roca hasta la cima de una colina, o Tántalo, quien, aquejado por él hambre y la sed permanentes, se ve impelido a correr tras espejismos que lo dejan eternamente insatisfecho.

Hay también visiones de una portentosa potencia poética: en la Divina Comedia de Dante se describe la arquitectura de un más allá estratificado según sean las faltas cometidas en vida por los difuntos. Son de todos conocidas las tres áreas fundamentales de esa vida ultraterrena: el infierno, el purgatorio y el paraíso; pero Dante las subdivide meticulosamente y la muestra como si de veras hubiera estado ahí (y lo estuvo si admitimos el juego literario que marca desde el comienzo de su obra cuando dice que a la mitad del camino de su vida se internó por "una senda oscura").

Y está también la idea, común a muchas religiones  (hinduismo, budismo y taoísmo), de la metempsicosis: el alma con la muerte va emigrando de un cuerpo a otro, en algunos casos de una persona a otra; pero también se puede ir a parar a un animal, reencarnar en un ave o en una vaca. O el más allá como un viaje de deificación al que hay que ir bien provisto y, sobre todo, dejar protegido el cuerpo con una pirámide inmensa encima. La verdad hay de todo. Hay incluso quienes se conciben a sí mismos como mera energía y para ellos la muerte es la oportunidad espléndida de fundirse con la energía del universo.

Cuando reviso las visiones que del más allá se han formulado a lo largo de la historia me quedan dos asuntos muy claros: los seres humanos no se quieren morir en el sentido de extinguirse y, segundo, cada quien ha propuesto lo que se le ha ocurrido para hacerse un futuro más allá de la muerte, "esa ignorada región cuyos confines no vuelve a traspasar viajero alguno", como dijo Shakespeare.

Hay también algunos -me incluyo entre ellos- para quien no hay más que lo que tenemos antes de la muerte, o dicho de manera más decidida: solo existe esta vida. Para quienes comulgan con la nada como destino no hay segunda oportunidad y, en buena medida, esta convicción hace que esta vida única no se considere como un propedéutico, como un ensayo general, sino como la puesta definitiva y de a de veras. En cada instante se vive y se pierde todo los que hay. Cada minuto es para siempre y para nunca más.

Son diferentes ideas, ninguna de las cuales tiene más validez que otra, y hoy, 2 de noviembre en México, mucha gente celebra a sus muertos y con sus muertos en los panteones de toda la República; yo, en cambio, solo recuerdo con definitiva vivencia de pérdida a mis muertos. Para mí ya no están más que en mi memoria y en mi duelo. Respeto todas las creencias ajenas y solo pido que de la misma manera sean respetadas mis no creencias.

Twitter: @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."
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