Óscar de la Borbolla
17/08/2015 - 12:01 am
La verdadera cartomancia
Es realmente muy curioso -lo es para mí- que a todos, sí, a todos en el futuro nos aguarde la muerte. Por lo demás, resulta obvio que sea en el futuro, pues como no hemos muerto todavía ni tampoco estamos muriendo en este momento es necesario que la muerte sea un pendiente para después. Y […]
Es realmente muy curioso -lo es para mí- que a todos, sí, a todos en el futuro nos aguarde la muerte. Por lo demás, resulta obvio que sea en el futuro, pues como no hemos muerto todavía ni tampoco estamos muriendo en este momento es necesario que la muerte sea un pendiente para después. Y es curioso porque, también para sobrevivir, es necesario que de alguna manera sepamos el futuro: sin una cierta capacidad de previsión no habríamos sobrevivido como especie.
En el futuro está nuestra peor amenaza y asomándonos hacia ese abismo, viendo en él, es que podemos conservar la vida.
De ahí, entonces, esa fascinación por el futuro que siempre han tenido los seres humanos: saber lo que habrá de ocurrir, ¿quién no ha sentido esa tentación?
Lo que sucede es que hay muchas maneras de acometer el futuro y solo muy recientemente apoyados en la estadística... Se ha querido encontrar la clave en las estrellas o en las runas proféticas; ha habido videntes invidentes como Tiresias o profetas como Nostradamus cuya vista de telescopio alcanza, según dicen algunos, hasta el año 3797, cuando llegará el fin del mundo.
Casi todo ha servido para desvelar el porvenir: los naipes, los huesecillos de serpiente, las bolas de cristal, el agua, las dunas del desierto, las líneas de la mano, el iris, los asientos del café, los lunares, los números, el péndulo.
Y no por esas vías, sino por otras hemos llegado a una aproximación bastante razonable de lo que ocurrirá mañana, pues este mundo, para los efectos pragmáticos que suelen buscarse, resulta lo suficientemente cíclico, repetitivo, predecible: el sol saldrá mañana, las piedras acabaran redondeándose mientras más tiempo se golpeen unas contra otras en el lecho un río y, de verdad que un número incontable de procesos que ocurren en el mundo podemos, gracias a las ciencias, anticiparlos, y lo que parecía más azaroso, más incierto, cede hoy ante la estadística que, aunque siempre habla del montón y no de la suerte individual de cada cosa, le atina con una precisión pasmosa.
El futuro ya no es tan sorpresivo: las prospectivas de nacimientos, muertes e incluso suicidios cazan tan bien con lo que termina pasando, que uno no sabe si los bebés nacen o los individuos se suicidan por causas particulares, por cuitas íntimas, o porque tienen que cumplir con la cifra que arrojan los cálculos...
Parece ser que el conocimiento, el arsenal inconmensurable de constantes del universo, sirve para llegar al futuro menos desarmados: saber para prever, saber para saber a qué atenernos, saber para que el futuro esté develado en el presente.
Si supiéramos con precisión absoluta no sólo las leyes del cosmos, sino los momentos en que las distintas series causales se habrán de cruzar en un punto, o sea, si además de la necesidad también supiéramos del azar, podríamos determinar el estado preciso de cada cosa en el universo del futuro.
Pero el conocimiento es modesto y, sobre todo, la variable azar (esos cruces impredecibles de las líneas causales) hace que, al menos a nivel individual, el futuro siga siendo una incógnita. Con todo, el futuro ya no nos resulta tan inexpugnable.
Morte certa, hora incerta, decían los antiguos. Hoy ya no es tan incierta. Ese "tan" ha sido una gigantomaquia: el trabajo de observación, elaboración de hipótesis, cotejo y sustitución de teorías: es el fruto de todos aquellos que en la humanidad se han dedicado al conocimiento.
Yo no sé que será de mí mañana, pero sí sé que la humanidad en su conjunto no rebasará los 5 mil millones de años que le durará al Sol su lote de helio. Lástima que el propósito frenético de Baruch Spinoza no haya coronado, pues aspiraba no solo a descubrir las leyes generales del universo, sino cumplir con el anhelo de saber el destino individual en cada caso. Yo imagino el éxito de la Ética, more geométrico, como los célebres Pergaminos de Melquiades que existen en Macondo. Y la búsqueda sigue, aunque los resultados no sean para nosotros.
Twitter: @oscardelaborbol
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