Óscar de la Borbolla
22/08/2022 - 12:03 am
El paraíso de lo cotidiano
La paz no es mala, pero tampoco buena: es el cálido aliento de un bostezo, es una pared perfectamente pintada con un blanco monótono o un paseo por un puente sobre un mar insípido sin aves y sin nadie.
Pasan los días como se pasan las hojas de un libro soso en el que los pequeños detalles de la vida cotidiana se repiten con fatigante regularidad y, contra lo que cabría suponer, no me aburro, más bien contemplo complacido mi vida: una tranquilizante experiencia de eternidad se abre paso en mi ánimo y, por fin, me siento en paz. Atrás quedaron las pérdidas y las enfermedades: la zozobra; pero también las sacudidas electrizantes y el entusiasmo ciego de cuando trataba de ascender, de ganar, de triunfar o de ir, en una palabra, más allá de mis capacidades y mis fuerzas: cuando confiaba en que todo dependía de mí.
Hoy los días sosegados se dilatan como las ondas de un lago inmóvil y las contemplo, me contemplo: son tan parecidas la felicidad y la muerte, tan idénticas que sólo porque vengo de la batalla sin cuartel que han sido para mí los últimos tiempos, puedo encontrarle a una y otra la gracia. Me he ganado esta calma.
Hace muy poco corría desaforado arrojando mis días a la hoguera de la intensidad, mi abdomen se regeneraba para alimentar a mi buitre prometéico y ansioso tensaba los meses para lanzarme como flecha endiablada hacia las dianas de mis sucesivos proyectos. Hoy, con el tiempo no hago nada, lo veo sin interés, su cardiaco tic tac no me importa: no es «relajado» la palabra.
Y me pregunto: ¿a dónde se dirigía tanta batalla? ¿Qué fue de los estandartes de mis guerras ganadas o perdidas?, o como dijo el clásico: ¿Y mis infantes de Lara qué se ficieron? Y conste, no lo pregunto con nostalgia. No se me malentienda: lo pregunto con la extrañeza con la que cualquiera puede preguntarse por lo que, a estas horas, están haciendo los pingüinos en el Ártico, si es que hay pingüinos en el Ártico.
La paz no es mala, pero tampoco buena: es el cálido aliento de un bostezo, es una pared perfectamente pintada con un blanco monótono o un paseo por un puente sobre un mar insípido sin aves y sin nadie. Hoy entiendo que es muy distinto anhelar la paz que tenerla.
Un rato más en esta paz para que la sensación de eternidad me cauterice el alma, un rato, una semana al menos en el paraíso de lo cotidiano, pues yo, como Sabines, también «necesito morirme siquiera una semana».
Twitter @oscardelaborbol
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