Óscar de la Borbolla
08/08/2022 - 12:03 am
Radiografía de la curiosidad 1
«¿Será que hayamos arribado a un momento histórico en el que todo está cumplido, en que gozamos de tal cantidad de satisfactores que parece ocioso esmerarnos buscando más? Podría ser».
La curiosidad es la causa de que nos aventuremos fuera de la costumbre y de lo consabido. Sin ella, literalmente, no habríamos descubierto nada: ni el sabor del fruto prohibido del Paraíso, ni los horrores que contenía la caja de Pandora; pero tampoco conoceríamos lo que hoy sabemos sobre el universo ni sobre lo que somos. La curiosidad, dicen, mata al gato, pero sin ella carecería de esa vida errática nocturna cuya riqueza de experiencias vale más que la que lo mantiene satisfecho en su cojín mullido sin salir de casa.
Hemos llegado a donde sea que estemos, gracias a la curiosidad y parecería ser una de nuestras emociones básicas. El mundo no nos es indiferente; nuestra biología reacciona frente a él alterando nuestro equilibrio homeostático al provocarnos ira, tristeza, asco, alegría, miedo, sorpresa y curiosidad; reacciones químico-biológicas que han garantizado, en términos evolutivos, nuestra supervivencia como especie.
Pero, ¿qué pasa hoy con la curiosidad?, esa emoción instigadora que nos invita a asomarnos por el balcón a lo desconocido. Pues parece que se hubiera enfantasmado, que lejos de ser un interés sostenido en un determinado rumbo, los seres humanos de ahora al salir de la infancia —esa sí inquisitiva— pasan por el mundo con la curiosidad aletargada, miran y, como dijo premonitoriamente Nietzsche, «parpadean», se cansan, se aburren, se les disipa el interés a los pocos minutos.
¿Será que hayamos arribado a un momento histórico en el que todo está cumplido, en que gozamos de tal cantidad de satisfactores que parece ocioso esmerarnos buscando más? Podría ser. Pero eso supondría un estado general de plenitud, y más bien lo que se observa es un vacío que recorre las mentes y las calles. ¿Satisfechos? ¿Saciados, estos menesterosos seres ahuecados, con infinidad de carencias materiales y abismos de sentido en el alma? No. Más bien parecerían cansados de buscar. Pero eso supondría que hubieran buscado mucho y los seres humanos de hoy no han buscado y aparecen cansados antes de haber emprendido cualquier búsqueda.
¿Qué ocurre entonces con la curiosidad? Pues puede ser (aventúrenos una hipótesis metafórica) que la curiosidad sea como el fuego y, si a la primera chispa se le sofoca con una gota agua, se apaga. Tal vez la respuesta esté en el binomio: curiosidad naciente-respuesta fácil y rápida. Esta metáfora me sirve para explicar la curiosidad que ha incendiado mi vida entera, la que me llevo a dedicarme a la filosofía: tuve una pregunta. Quisieron apagarla con la palabra «Dios». No lo permití. Busqué en el fondo de esa respuesta y luego me adentré en otras respuestas, y hoy sigo con mi misma pregunta sin respuesta, pero, al menos, ahora sí la comprendo…
¿Qué hizo conmigo la curiosidad? Hizo mi vida, me formó, terminó convirtiéndome en el que soy. Si se me hubiera apagado con la primera respuesta (fácil y rápida) se me habría acabado esa curiosidad y me habría ido por otro camino donde, seguramente, habría encontrado otra pregunta que habría dado eje a mi vida. ¿Qué pasa hoy con la curiosidad? Se la apaga con una respuesta fácil y rápida y el individuo se va por otro lado y, cuando vuelve a tener una pregunta, se le vuelve a apagar con otra repuesta fácil y rápida. El fuego no madura, no forja; el mundo se ha inundado con infinidad de respuestas fáciles y rápidas.
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