Entrevista

El escritor Jorge Alberto Gudiño habló con SinEmbargo sobre su más reciente novela Historia de las cosas perdidas (Alfaguara), un mosaico de distintas historias, reflexiones y momentos.

Ciudad de México, 10 de julio (SinEmbargo).– “​​Que suene el teléfono de madrugada, sin ninguna previsión, sólo puede implicar un equívoco o una emergencia; es sabido”, escribe Jorge Alberto Gudiño al inicio de su novela Historia de las cosas perdidas (Alfaguara), en la cual relata los acontecimientos que se detonan a partir de esa situación en la vida de Roger, un joven ventiañero, a quien la voz detrás de esa llamada lo obligará a decidir sobre la vida de Andy, su jefe y amigo.

“Ninguno de nosotros quiere estar en una situación tal que tenga que tomar una decisión trascendental para alguien más y además una decisión casi imposible, es decir, si a uno le llaman por teléfono y le dicen ‘amputamos el brazo de tu amigo o se muere, decide tú ahora’. Si uno lo plantea como una ecuación, la respuesta es fácil, pero si uno empieza a considerar la relación con el amigo, qué pasa aquí, qué pasa allá, todo se vuelve mucho más complicado”, comentó en entrevista el autor.

Historia de las cosas perdidas es una historia que pone en entredicho qué tanto conocemos a los otros, de qué somos capaces para conseguir lo que deseamos y cómo, finalmente, lo que desechamos también habla de nosotros. Se construye con una serie de mosaicos de distintas historias, reflexiones, momentos, aspectos que hablan del trayecto entre la vida y la muerte y del irremediable abandono de un amor o un deseo.

Para lograr su cometido, Jorge Alberto Gudiño empleó un narrador que juega con la mente del lector, que lo conduce por la historia, determina cuándo es momento de parar para reflexionar sobre el sin sentido de la vida o para contar lo ridículo que puede llegar a ser el acto de morir:

“Uno sabe que se va a morir, pero debe librarse de muertes ridículas o al menos de ese tipo de muertes ridículas. El narrador es algo que siempre me ha ocupado y me toma un buen rato definirlo con claridad en cada una de mis novelas porque este narrador no solo tiene un espectro ampliado respecto a las otras historias que se van contando, sino que es un narrador autoconsciente que constantemente está reflexionando sobre lo que sucede e incluso de alguna manera, sin que se entere, le está dando lata a Roger”.

Sobre este personaje, Jorge Alberto reconoce que no es precisamente un héroe y que incluso a él le cae mal “porque no es alguien que está buscando resolver los conflictos, sino porque de pronto me da la impresión que incluso se aprovecha de ellos”, no obstante termina por ser la persona adecuada para excavar en los misterios que esconde la historia central y por lo tanto en cada uno de los personajes.

Historia de las cosas perdidas, el último libro de Jorge Alberto Gudiño.

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—Tu libro está tejido con una serie de mosaicos de distintas historias, reflexiones, momentos, aspectos que te obligan a estar concentrado y tratar de comprender ese salto de una a otra historia y de las reflexiones. ¿Era esta tu idea el jugar un poco con el lector a través de la narrativa con este narrador tan interesante?

—Me gusta que lo hayas descrito como mosaico, me parece que es una buena aproximación a lo que intenté porque en efecto se intercalan partes de las dos historias principales y se van sumando reflexiones, historias paralelas que parecería que no tienen nada que ver con la principal. Hay historias en torno a la basura, a diferentes tipos de muertes ridículas o no y una reflexión en torno al descubrimiento de quiénes somos en realidad. Me parece que todo esto ayuda a conformar un mosaico grande de la novela y podría estar completamente de acuerdo en que exige que el lector esté concentrado, aunque por otra parte también podría permitirle desprenderse porque todos los fragmentos son cortos, todos podrían tener un par de cuartillos. A mí como lector nunca me gusta dejar los capítulos a la mitad y a veces hay novelas que tienen capítulos larguísimos que lo hacen difícil, sobre todo por las cosas que se nos atraviesan, hay algo que conspira contra los lectores que son otras obligaciones.

—Una llamada en la noche, elegir entre la vida y la muerte, el irremediable abandono de un amor y el morir de una forma ridícula. ¿Tu novela se alimenta de los temores más mundanos del ser humano?

—Sí en muy buena medida, ninguno de nosotros quiere recibir malas noticias en la noche, ninguno de nosotros quiere estar en una situación tal que tenga que tomar una decisión trascendental para alguien más y además una decisión casi imposible, es decir, si a uno le llaman por teléfono y le dicen ‘amputamos el brazo de tu amigo o se muere, decide tú ahora’. Si uno lo plantea como una ecuación, la respuesta es fácil, pero si uno empieza a considerar la relación con el amigo, qué pasa aquí, qué pasa allá, todo se vuelve mucho más complicado.

Historias de amor y de desamor finalmente son las historias que cargamos todos encima a lo largo de nuestra vida. Roger es un veinteañero que lo ha abandonado su novia y se siente muy mal, como todos aquellos que perdimos algún amor a los 20 o a los 30, en realidad en cualquier momento de nuestra vida. Que nos sintamos muy mal no quiere decir que no es algo cotidiano o no es algo que suceda una y otra vez y conforme parte del aprendizaje. Los temores mundanos son los que más nos preocupan y de los que más nos ocupamos.

—Roger no ejemplifica el personaje heroico, por momentos se cree demasiado mediocre y no llega a entender que la relación de muchos de los sucesos cruzan irremediablemente por él…

—Sí, tenía la intención de contar una historia que pareciera correr de manera transversal al protagonista, cosa que es un tanto extraña si uno lo plantea como una idea. Estamos acostumbrados a que lo primero que tenemos es que al protagonista le pasa algo y actuamos en consecuencia, pero a Roger lo que le pasa al principio de la novela es lo que le sucede a la gente que lo conoce, le pasa lo que le pasa a Andy, a Denisse, a su hermana.

Si él se hiciera a un lado, podría no estarle pasando nada. Si él viviera en otro lugar, etc. Pero conforme van pasándole estas cosas, se va construyendo un personaje que no es para nada un héroe. A mí Roger me cae bastante mal, no porque no es alguien que está buscando resolver los conflictos, sino porque de pronto me da la impresión que incluso se aprovecha de ellos.

—¿Es un personaje mediocre?, entendiendo la mediocridad como la plasmas en el libro alguien de la media, alguien promedio.

—Sí lo es y en diferentes aspectos, lo que pasa es que a lo largo de la novela va oscilando entre ese primer momento de sentirse deprimido, de irse dando cuenta de que las cosas no están saliendo como él quiere en la vida, de darse cuenta que tiene problemas con el sentido de la vida, pero luego encuentra algunas soluciones y de pronto le llegan noticias buenas, pero de pronto le parecen otras malas, a veces toma una decisión que lo pone muy contento y dice ‘podría acostumbrarme a eso’, pero acostumbrarme a eso también en alguna medida podría ser un síntoma de mediocridad.

Es un personaje mediocre que oscila sobre todo en un asunto que me parece relevante, porque no estamos en condiciones de juzgar la mediocridad de los demás, no puedo señalar a alguien como mediocre, sería algo injusto y tremendamente petulante, lo que me resultaba importante en la novela era dejar claro que lo que importa no es esa clasificación de la mediocridad sino la conciencia que uno tiene de ella, es decir, si uno se siente mediocre, si uno está consciente de que es mediocre ya de entrada lo es, no hay manera de escapar de esa reflexión.

—Regresando al narrador, porque no sólo se centra en Roger, va de una historia en otra. Estas pequeñas historias dan buenos intermedios entre la historia central, ¿cuál es el hilo conductor de este narrador? ¿Lo efímero de la vida, el sinsentido del día a día, las muertes ridículas?

—En su mayoría las muertes son ridículas y eso está inspirado en la idea de los que se han muerto por sacarse una selfie, por ejemplo, me parece que es lo más ridículo que hay. Uno sabe que se va a morir, pero debe librarse de muertes ridículas o al menos de ese tipo de muertes ridículas.

El narrador es algo que siempre me ha ocupado y me toma un buen rato definirlo con claridad en cada una de mis novelas porque este narrador no solo tiene un espectro ampliado respecto a las otras historias que se van contando, sino que es un narrador autoconsciente que constantemente está reflexionando sobre lo que sucede e incluso de alguna manera, sin que se entere, le está dando lata a Roger. De pronto toma una decisión, se burla un poco, lo tenía que justificar, pero Roger no lo oye, no es un narrador de ese tipo, pero sí es autoconsciente que permite toda esta reflexión que está sucediendo incluso sobre el propio acto narrativo.

La novela empieza con una reflexión sobre el acto narrativo, sobre cómo empieza una historia y termina sobre cómo acaba una historia. Esa reflexión larguísima se cierra.

—Gran parte de la idea que uno se hace de los personajes no es necesariamente lo que ellos representan, sino que el narrador ayuda a moldearla porque viene cargado con sus juicios y apreciaciones.

—Claro, es que esta idea del narrador poco digno de confianza es de lo más atractivo. Los narradores que son al menos un poquito mentirosos o que distorsionan un poco la realidad me resulta muy atractivo. La idea es plantear algo, pero que no sea del todo verdad, pero consideremos que el narrador es el que filtra toda la información narrativa, no tenemos acceso a ella de otro modo, entonces que se pueda conseguir esta sospecha y suspicacia de que no todo es exactamente así, es algo que a veces intento y que lo hayas notado me pone muy contento.

—Sí, en algún momento te das cuenta que ese narrador está jugando contigo…

Pero son mucho más padres los narradores tramposos o al menos para determinado tipo de historias. Me queda claro que hay historias en las que necesitamos narradores muy rígidos, fijos, pero si uno consigue encontrarse con una historia que le permita estos deslices narrativos, debe aprovecharlo.

—¿Uno llega realmente a conocer a las personas o es una aspiración con muchos obstáculos?

—Yo creo que es complicadísimo conocer a las personas. Me queda claro que Andy vive una doble o cuádruple vida que es muy compleja de conocer y que prácticamente nadie la conocería completa y Roger va ser el encargado de irla desvelando poco a poco a partir de una investigación que además no es que quisiera hacer desde un principio, que le encomiendan casi por asuntos laborales. Eso va a permitir conocerlo en un aspecto mucho más amplio, pero no lo vamos a conocer plenamente, ni Roger.

Si uno piensa con su propia experiencia en que uno no es alguien como Andy ni es un espía internacional, resulta que siempre guardamos secretos para los demás, para los más cercanos y para los más lejanos. Y si lo vemos al revés, es muy poco probable conocer en su totalidad incluso a las personas con las que vivimos.

—En general también lo que llegas a plasmar es la cotidianidad que vivimos como mexicanos en la sociedad actual, bastante podrida en muchos aspectos. ¿Fue un objetivo o terminó reflejándose con los personajes?

—Es un poco de las dos cosas. Quise hacer una novela que se desarrollara en la Ciudad de México, en la época actual, sin pandemia, eso me queda claro, podría suceder en 2019 u hoy, en un par de colonias muy emblemáticas de la ciudad. Todo esto sucede entre la Roma y la Condesa, aunque no vienen nombres de calles, pero sí vienen un montón de hábitos, de pequeños detalles, de construcciones, de edificios, de comportamientos sociales que nos reflejan como sociedad. Hay literatura, he escrito libros que no hablan de un contexto concreto sino que se centran en un ambiente inventado, y otros como mis tres novelas anteriores sobre la saga del detective y esta, que están en un contexto muy determinado porque me interesaba que mis personajes habitaran esa parte de la ciudad. Al mismo tiempo, uno la señala y también la utiliza, la ciudad es algo que nos marca de una manera y nos permite percibir el mundo de determinadas formas.

—Dices que no se desarrolla en la pandemia pese a que fue escrita en la pandemia. ¿Por qué esa elección?

—Si uno lo piensa en términos absolutos, hay algo así como 7 mil millones de historias de la pandemia, no hay menos, y eso considerando solo a las personas. Seré un gran admirador de los escritores que se atrevan a escribir la novela de la pandemia porque hay que competir con esas 7 mil millones de historias reales de las cuales hay un montón con una intensidad tremenda; hay las de los sobrevivientes, los que se murieron, las familias que vivieron una tragedia, existen todas las historias respecto a la pandemia. No me quería meter en ese problema, incluso como marco contextual era muy difícil trabajarlo y además todavía estamos en pandemia, ya hemos rebajado algunas cosas, ya la vacunación ha hecho su trabajo en alguna medida, pero seguimos en pandemia, ni siquiera es que uno pueda tener la distancia necesaria para poder escribir esa novela. Por eso me propuse con mucha claridad que no quería meterme en la pandemia.

Obed Rosas

Es licenciado en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón de la UNAM. Estudió, además, Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras.

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