Libros

México, la novela, es el más reciente libro del escritor poblano Pedro Ángel Palou. Es una historia en la que recorre cinco siglos a través de los ojos de cuatro familias, cuyas vidas reflejan la esencia de que lo es, ha sido y será la Ciudad de México.

Ciudad de México, 3 de julio (SinEmbargo).– Los Cuautle, los Santoveña, los Landero y los Sefamí. A través de estas cuatro familias el escritor Pedro Ángel Palou hace un recorrido de casi 500 años por las entrañas, sueños, derrotas y el constante renacer de la Ciudad de México y lo plasma en su más reciente novela, México (Planeta).

“Cada una de estas familias sufre en carne propia las vicisitudes de la Historia. No a todas las personas la Historia las golpea, pero sí a todos nosotros la Historia de alguna manera nos tambalea cuando pasa un vendaval histórico”, comentó el autor en entrevista con SinEmbargo.

El recorrido de la novela parte de 1521, año de la Conquista española al Imperio Azteca, hasta el fatídico 1985, cuando se registró el sismo que destruyó la capital. No obstante, Pedro Ángel Palou aclaró que no todo lo que relata son efemérides, “sino momentos pivotales en esas familias, algo que pasó que les modificó para siempre, que los hizo pensar distinto”. 

“En una novela histórica si me hubiera enfocado en una sola familia, aún cuando hubiera cumplido 500 años, creo que hubiera sido muy fácil estereotipar”. De esta manera relata el transcurrir de una familia de origen prehispánico como los Cuautle, que preserva su apellido indígena, y que diversifica sus opciones a partir de su origen como constructores; la de los Santoveña, una familia de mineros que rompe estereotipos; la de los Landero, cuyo oficio de origen es la panadería, y la de los Sefamí, una familia de judios que llega a la capital durante el Porfiriato. 

México, la novela más reciente de Pedro Ángel Palou. Foto: Cortesía Grupo Planeta.

Cada una de estas estirpes permite al lector conocer distintos aspectos de la historia de la capital desde diferentes perspectivas. Así, por ejemplo, se tiene a un Cuautle que va a ser un furibundo antiliberal porque la Ley de Bienes y Terrenos baldíos de Benito Juárez les quita las tierras en Tacubaya, o varios Santoveña que “están en el lado correcto de la historia, si le queremos decir así, que no se ponen del lado de su familia, al contrario, rompen con los estamentos sociales porque creen en el país o en una revolución”. 

La relación entre cada una de estas familias se da por momentos en la novela, ya que como explicó Palou “no podría hacer una novela de puras casualidades, que siempre se juntan, siempre se ven, sería fatal”, pero sí en algunos momentos se dan estos encuentros, “sobre todo por la democracia social que permite una ciudad tan grande como la Ciudad de México, sí pueden conocerse: una Luisa Santoveña se puede enamorar de un impresor de origen humilde, se pueden juntar todos en el 68 gracias a la Universidad Nacional, pues todos van a clases independientemente de en qué clase social hayan nacido y además todos están involucrados con el movimiento político del 68, finalmente todos sufren de una manera u otra el propio 2 de octubre como día aciago de sus vidas personales”.    

Esta relación entre diferentes clases sociales, la manera en la que viven en la capital del país es ampliamente abordada por Palou, quien compartió cómo al investigar la historia de la Ciudad de México se dio cuenta, gracias a la antropóloga y arqueóloga canadiense Bárbara Mundi, “que nunca hubo una ciudad de indios y una ciudad de españoles como en Puebla, Morelia y las grandes ciudades coloniales, sino que las llamadas parcialidades, los barrios que le llamamos ahora, todos estaban controlados por gobernadores indígenas y el genio civil de los primeros virreyes, sobre todo Antonio de Mendoza, fue aliarse con estos gobernadores indígenas para el control social no solo de los grandes y famosos barrios como Tlatelolco, sino Mixcoac, Tacubaya o Coyoacán”.     

Pedro Ángel Palou identifica tres momentos de auge que ha vivido la Ciudad de México. Foto: Cortesía Grupo Planeta.

El escritor poblano explicó que pese a estar hilada esta historia de cinco siglos a través de los ojos de estas cuatro familias, el verdadero personaje de la novela es la ciudad. 

“Esta ciudad es la que permite esos encuentros, esta ciudad es la que se hace una y otra vez de las cenizas, de la inundación, del terremoto, es una ciudad que acoge. Si tú platicas con gente de hace varias generaciones, no sólo con jóvenes que hayan llegado a la Ciudad de México ahora, te dicen que esta ciudad los acogió, los hizo distintos. La Ciudad de México es la ciudad de la cuarta o quinta oportunidad para muchas familias”, explicó.

En ese sentido, ahondó que la solidaridad en la Ciudad de México se muestra siempre después de la tragedia, no solo en 1985, donde termina la novela, sino también en 2017, cuando otro sismo sacudió la capital el mismo día que el primero. 

“El 85 me parece epigonal porque de ahí no solo nace la democracia mexicana, nace la sociedad civil como bien lo demostró (Carlos) Monsiváis en sus crónicas y nacen prácticamente todos los movimientos sociales importantes. Otra de las cosas que la novela demuestra es que siempre ha habido ambulantes. Los primeros ambulantes ocurrieron en la Colonia y guardaban sus carromatos en el primer piso de las casas ricas, la gente no podía vivir en el primer piso y viene el llamado piso medio. Todos los comerciantes del portal del mercader guardaban sus cosas en las casas de los ricos”, explicó.   

Cuestionado sobre si hay algún momento en particular en estos 500 años de historia que haya lacerado la vida de la ciudad, Pedro Ángel Palou dijo que necesariamente se tiene que hablar de 1521 “porque pese a que sigue la vida indígena, el cambio de cultura es brutal. Se impone a través de las armas y la evangelización un modo de vida que cercena por siempre el antiguo modo de vida, y por eso también se cercenan saberes ancestrales que eran mucho más avanzados”.

El “ejemplo máximo”, compartió, de estos saberes era “el sistema de ingeniería tan impresionante que tiene México Tenochtitlan que permite parar el agua salada de un lago, traer el agua dulce de Chapultepec con acueducto, hacer el agua potable, construir el sistema de agricultura intensiva de las chinampas, destruyen eso y qué pasa, una inundación brutal que no pueden resolver”, en referencia a la de 1629.

“Esto era una Venecia a la enésima potencia, que no se estaría ladeando porque habría una salida del agua natural. Otras cosas seguramente hubieran pasado con el Lago, ya hubiéramos tenido que trabajar su saneamiento, seguramente se hubieran secado partes, pero fuimos entubando hasta llegar al Porfirismo y terminar acabando con el canal de la Viga y los antiguos ríos. El lago va a salir por algún lado, es una especie de fantasma del pasado que emerge por donde vaya a emerger, por donde sea, tiene que salir y es como una alma que no ha dejado de salir de la Ciudad de México”, indicó.

Pedro Ángel Palou reconoció a su vez tres momentos de apogeo de la Ciudad de México: uno, dijo, “es éste del presente, estoy convencido, es una ciudad infinitamente mejor que lo que nunca ha sido, ha sido gobernada por la izquierda durante suficientes años como para que sea la ciudad de esa utopía en el presente, las libertades civiles ya las quisieran muchas ciudades que se dicen modernas o muy cosmopolitas de Europa o de Estados Unidos”.

Antes de eso, añadió, hubo un primer gran momento que dejó el virrey Revillagigedo, “no lo vive, pero es cuando se va”, que llevó a los grandes momentos civiles del teatro, de la música, “ese gran momento del cambio sentimental, emocional, que por ejemplo dio la llegada de Humboldt, la llegada de la ciencia, del Instituto de minas, lo que es hoy el Palacio de Minería, ese momento de esplendor de la razón, sin la religión”.

“La Colonia no solo se acaba en términos religiosos, sino que lo que más me parece interesante es que la ciudad abraza a la ciencia, abraza la medicina. Llegamos a estar en el nivel de la medicina francesa, es decir, varios de los descubrimientos sobre paludismo se hicieron aquí y se compartían con los grandes médicos franceses, entre otras cosas porque muchos médicos mexicanos se formaban en Francia, eran lo suficientemente ricos para que sus padres los mandaran a estudiar Ingeniería o Medicina a Francia”, añadió.

Y por último, comentó, “el momento en que nos la creímos, que son los años 20. Todo el movimiento, toda la música que se hizo en esos años, la pintura de los muralistas, de cientos de pintores y pintoras que tristemente los tres muralistas nos han hecho olvidar; nos la creímos, es como el equivalente a la semana de arte moderno de Sao Paulo en la cual los brasileños antropofáticos se comieron a la cultura europea y produjeron su propia cultura. Los mexicanos hicimos lo mismo, nos la super creímos y dijimos estamos a la altura de cualquier lugar del mundo, llegamos como decía Alfonso Reyes al banquete de la civilización y aquí era el lugar donde venían los grandes artistas precisamente igual que iban a París, curiosamente los que iban a París eran los que hoy llamamos la generación perdida. En cambio aquí quiénes venían, Aaron Copland, Catherine Porter, Carton Bells”. 

Para Palou la ciudad está destinada a levantarse una y otra vez porque no la dejamos morir.

“Cuando la gente llega de fuera a vivir a la Ciudad de México, ya no se quiere ir. No va a encontrar eso en ninguna otra ciudad. A lo mejor va a encontrar más paz, más tranquilidad, menos tráfico, pero no va a encontrar esa cantidad de estímulos”, expresó. Y puntualizó: “La vida política se hace aquí, todo el contacto entre los tres poderes se hace aquí. No estoy demeritando a las otras ciudades, pero es imposible que haya otra Ciudad de México, es imposible pensar este país con una ciudad que amas y odias a la vez como la Ciudad de México”.   

Obed Rosas

Es licenciado en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón de la UNAM. Estudió, además, Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras.

https://dev.sinembargo.mx/author/obedrosas/