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Luis Antonio Rincón García habló en entrevista con SinEmbargo sobre La nana Concepción el nombre de su más reciente novela y del personaje principal de ésta, una mujer “que desde muy joven se concibe como alguien destinada a cargar y a encarar la cotidianeidad”

Ciudad de México, 7 de mayo (SinEmbargo).– Luis Antonio Rincón García construye en su más reciente novela La nana Concepción (Ediciones del Lirio) —ganadora del Premio Nacional de Novela Breve “Amado Nervo” 2020— un personaje que refleja la fuerza ancestral y mística que yace en nuestras “abuelas, bisabuelas, madres” frente a la adversidad, muchas veces manifestada en el poder de la naturaleza.

Esta mujer es precisamente la que da nombre al texto: Concepción, una mujer de edad avanzada, abuela de tres niños a quienes tiene que cuidar y mantener a causa de que los dos hijos que le quedan vivos deciden probar suerte en Estados Unidos dejándola sola con sus nietos y con su trabajo como cargadora, en el cual inició desde joven y que le ha valido el reconocimiento en el pueblo a causa de los secretos que guarda en su resistencia.

“Es una mujer que desde muy joven se concibe como alguien destinada a cargar y a encarar la cotidianeidad sin quejarse de ella, a no quejarse del dolor y lo hace siempre parada desde su terquedad, una terquedad que saca de quicio a quienes la conocieron y también a quienes llegaron a amarla”, comentó el autor en entrevista con SinEmbargo.

Rincón García describe, en ese sentido, a Concepción como “una guardiana, una asesora, una mujer sabia, una mujer reflexiva a la que le dicen nana no de manera gratuita, sino porque se convierte en la asesora de la comunidad, la que sabe algunas respuestas y la que logra de repente efectos extraordinarios a partir de su fortaleza física, de su sapiencia y también de la fuerza del espíritu”.

Un día La nana Concepción —que a lo largo de su vida ha alimentado una conexión con la tierra que pisa— tiene que volver afrontar un elemento que a lo largo de su vida le ha arrebatado lo que tiene: el agua vuelta inundación que sumerge sus sueños y la aleja de sus seres queridos, pero que al mismo tiempo la acerca a Matilde, la hija de una vecina con la que ha tenido diferencias que tendrá que dejar en el pasado para poder sobrevivir. En este camino, se tiene un puente entre ambas conectado por un misticismo que sólo ambas llegan a comprender.

“Ahí entiendo una herencia transgeneracional donde una persona mayor sobrevive, le da fuerza, pero al mismo tiempo nos va enseñando que la chica que viene ahí detrás de ella puede tomar ese papel en algún momento, aunque en la novela sale un poquito mal parada, pero en algún momento La Nana Concepción es el personaje principal y Matilde es la heroína, la que resuelve”, puntualizó Luis Antonio.

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La nana Concepción es una novela inquietante, que te atrapa desde el inicio. ¿El principal tema es la eterna lucha de la esencia humana con el mundo natural?

—De alguna manera sí, pero lo que me interesaba mucho, creativamente hablando, era encarnar esa lucha en una mujer de la tercera edad, una mujer fuerte, luminosa, mágica, que encara con un temple forjado por los años cualquier desafío que le ponga la vida. Para mí eso era lo fundamental, mostrar esa fuerza que podemos encontrar en nuestras abuelas, bisabuelas, madres, a quienes de repente se les intenta ver menos porque ya están grandes, pero que en realidad tienen un carácter poderoso y que no se rajan ante las situaciones que se les imponen.

—Cuando uno se encuentra con un personaje tan bien desarrollado y que tiene esta fuerte presencia como La nana Concepción quiere pensar que parte de un reflejo de la realidad, ¿está basada en alguien que conociste?

—Está basada en una serie de personas que conocí. Me acuerdo por ejemplo de doña Naty, una vecina que ya era grande, morena oscura como La nana Concepción, y me acuerdo cuando exprimía la ropa con una fuerza que nunca he logrado desarrollar. Está también mi tía Conchita que una vez encaró a un maleante, que quería brincar su corral, con una pistola en la cintura, nosotros éramos niños, vimos la situación muy espantados, pero ella, mujer de campo, tomó una hacha con la que descuartizaba a los pollos y con eso se va a encarar a ese hombre, que no se atrevió a saltar ya cuando la vio.

Encarna a mi abuela Angelita, encarna a la mamá de una amiga a la que quiero mucho y que cuando alguna vez se cae en la calle, los hijos le dicen ‘no vuelves a salir’, ella les responde ‘los amo mucho, pero no puedo rechazar los desafíos de la vida’. A la abuela de mi esposa también, una mujer que quedó viuda a los 20 años con cuatro hijos y adoptó por otras circunstancias muy violentas a otros tres, y meniduta, bajita, los saca adelante e incluso entierra a sus hijos por la edad. Son muchas mujeres en mi entorno que conforman a La nana Concepción.

—¿Recuperas el mundo en el que naciste en Chiapas?

—Es el mundo de mi padre, nació en una comunidad rural y muchas de las cosas las rescato del mundo de mi padre que me tocó vivirlo por breves temporadas, alguna vacación o día de visita, pero sobre todo lo recupero de las charlas transgeneracionales con mi abuela, con mis tíos, con mi padre y por un amor profundo a ese pueblo polvoriento que nunca viví, pero que extraño cuando no lo visito después de dos o tres años.

Se rescatan muchas historias de ahí, pero hay muchas cuestiones inventadas. Esta novela la escribo en la pandemia, pero antes de empezarla a escribir, hicimos un ejercicio de lectura con un poema del chiapaneco Efraín Bartolomé que se llama Intermedio con cinco cocodrilos. Nos salió tan lindo que hasta hicimos un video, se subió a Facebook, pero lo curioso es que me quedo hasta soñando con cocodrilos. Se presentaban mucho los cocodrilos en mis sueños y al mismo tiempo estaba construyendo el personaje de La nana Concepción, definiendo la novela y fue irremediable que esos dos entes se unieran en la historia, confluyen.

Ahí entra la imaginación provocada por un ejercicio literario, con un niño de 9 años en ese entonces. Hay creación y recreación en esta novela. También invoco la figura de Miguel Álvarez, no le pongo el del Toro, es el que crea el zoológico de Tuxtla Gutiérrez, un zoológico espectacular, único en su tipo en Latinoamérica, un naturalista que transforma la historia de Chiapas y a ese personaje también lo invoco. Trabajé en el zoológico que él creó, entonces se dan muchas circunstancias. Ahí están muchos de los retazos que fueron un poco arrancados para construir esa historia, arrancados con pasión, con amor.

—Retratas a un pueblo que bien puede ser cualquier comunidad del México actual. Hablas de hambre, pérdidas, migración y pobreza ¿Cada uno de estos temas representan las diferentes batallas que tiene a lo largo de la novela La nana Concepción?

—Son cada uno de los avatares que fueron construyendo a ese ser humano, la migración de los seres queridos, la pérdida, el hambre. Es un lugar donde ella dice que ni jitomates hay en todo el pueblo. En su momento eso se lo escuché a una mujer nayarita ahí en la sierra. Curiosamente con otras palabras también lo escuché en la zona de los altos de Chiapas. En algún momento en el pueblo de mi papá estábamos esperando a que llegara el camión con ciertas verduras para cocinar.

Si bien son elementos que le dan peso al personaje, son también situaciones bastante comunes en los pueblos de México. Es un reflejo de la realidad que se vive en muchos hogares. A veces uno construye la historia y las preguntas que te hacen te hacen reflexionar sobre ella, te hablaba de mi tía Conchita, la que enfrenta a este pistolero; en algún momento se queda cuidando a los nietos mientras los hijos se van a trabajar al otro lado, mientras una vecina se enfrenta con el duelo de la pérdida de alguno de sus hijos, entonces creo son elementos que vas agarrando consciente y a veces inconscientemente los vas poniendo en tu escrito.

—Son situaciones inherentes al ser humano y a la vida cotidiana que se puede enfrentar en ese tipo de comunidades, donde nuevas generaciones migran hacia otros lados y quienes quedan al cuidado de los hijos y tradiciones son las personas de mayor edad

—Lo que he notado al pasar del tiempo es que conforme los niños se van haciendo adultos se van acercando más a esas tradiciones y se van convirtiendo en los guardianes de las tradiciones del pueblo y de la comunidad. Eso ocurre a La nana Concepción con sus propias creencias que ella misma inventa en algún momento y comparte con su pueblo. Después ella las va instituyendo porque la descubren más poderosa de lo que creía.

Es una guardiana, una asesora, una mujer sabia, una mujer reflexiva a la que le dicen nana no de manera gratuita, sino porque se convierte en la asesora de la comunidad, la que sabe algunas respuestas y la que logra de repente efectos extraordinarios a partir de su fortaleza física, de su sapiencia y también de la fuerza del espíritu. La hice un poco poética, hay momentos en que es poética, como es la gente del campo, como Matilde, ese otro personaje, que está viendo el cosmos y dice que será que se vuelve infinito al reflejarse en los ojos de las personas o son múltiples e infinitos. También son poéticos como he sentido y he encontrado a la gente del campo, principalmente en Chiapas, aunque también en otros lugares.

—¿El que La nana Concepción esté en lucha continua con su interior, con su alrededor y también con la naturaleza que no domina, sirve para consolidarse como la matriarca de su comunidad?

–Sí, claro. No es cualquier mujer, es una mujer con una fortaleza en varios niveles, fuera de serie, es una mujer que desde muy joven se concibe como alguien destinada a cargar y a encarar la cotidianeidad sin quejarse de ella, a no quejarse del dolor y lo hace siempre parada desde su terquedad, una terquedad que saca de quicio a quienes la conocieron y también a quienes llegaron a amarla. Es una persona fuera de serie como también lo es Matilde. Ahí entiendo una herencia transgeneracional donde una persona mayor sobrevive, le da fuerza, pero al mismo tiempo nos va enseñando que la chica que viene ahí detrás de ella puede tomar ese papel en algún momento, aunque en la novela sale un poquito mal parada, pero en algún momento La nana Concepción es el personaje principal y Matilde es la heroína, la que resuelve.

–Pareciera que incluso se encuentran para que La nana Concepción le herede toda su sapiencia

–Efectivamente, incluso ella le pregunta ‘nana, de dónde aprendió todo esto’, y ya se lo había preguntado a sus padres. La nana le dice que ‘por ahí, quién sabe’, el contacto con la tierra, la observación, lo que escuchó de otros, pero es la necesidad de verse reflejada en ella. Lo que la separa es una desgracia sobre la que ninguna de las dos tuvo algo que ver, pero eso es lo que las había separado. La niña Matilde había crecido bastante cercana a La nana Concepción y es muy interesante porque, además de vencer la inundación y otros factores de la naturaleza, tienen que vencer sus rencores, sus odios y sus miedos para volver a estar juntas.

—¿La historia también trata de recuperar un mundo mágico, místico y de poderosas costumbres que vienen de antaño?

—Sí, definitivamente. Lo veo como un reflejo porque pareciera que la magia no se ha perdido. Es cierto que hay unas olas de quienes somos más lógicos, que nos sentimos más intelectuales y nos aferramos más a la ciencia –esas otras formas de mitologías, diría Borges–, pero hay gente que sigue conservando esto, que lo vive en su cotidianidad, que te habla de los muertos, por ejemplo, como lo hace Rulfo, que lo escribió hace 70 años, pero la gente te sigue hablando de sus muertos: ‘ayer estuvo Pedro acá’, ‘tu abuela vino a visitarnos’, te lo siguen diciendo con mucha normalidad. La otra es que muchas de estas personas que se han acercado a la ciencia y a otras formas de lógica también acaban regresando a la magia, lo que se me hace muy curioso. Muchos conocemos a empresarios y demás políticos, ingenieros, que de repente se acercan a lo místico porque la solución en lo material no les satisface por completo. No juzgo ni evalúo nada de eso, simplemente veo el fenómeno. Creo que la magia no ha desaparecido en ningún momento, cuando menos en nuestro México.

—La pobreza aún persiste en el México rural, el México que retratas parece ser de hace tiempo, pero entiendes que no es así por ciertos factores como el celular, pero en esencia parece que es un México estático del que muchos provienen

—Recuerdo con más nitidez la primera vez que entré con una médium —imagínate que me llevó a escondidas de mis padres una tía—, que la primera vez que fui al pediatra. Platicando con primos y familia, nos reconocemos de repente en estos rituales y eventos medios mágicos que algunos siguen repitiendo como que uno usa tal saco cuando va a tener un evento importante, se transfigura, pero ahí está presente. Se sigue recurriendo a la herbolaria, que a veces es entendida como algo mágico y sabemos que no, que nosotros somos química y eso se cruza, pero en este caso quería reflejar lo que veía y cómo lo vería y viviría La nana Concepción, eso era lo que pretendía, no lo que Luis piensa ni analiza porque tal vez habría sido un ensayo el camino correcto. Necesitaba que fuera la nana quien nos compartiera su mundo porque en cuanto ella lo vive así y se mueve en él así, ese mundo también existe, es real y es válido.

Obed Rosas

Es licenciado en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón de la UNAM. Estudió, además, Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras.

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