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Miguel Ángel Correa Díaz, alias “Reaper”, que lideraba para entonces la clica Sailors West Side Locos fue uno de los que promovió la negociación con las trabajadoras sexuales, y les ofreció más dinero y flexibilidad.

Por Carlos García

Ciudad de México, 2 de mayo (InSight Crime).- La Mara Salvatrucha (MS13) ha sabido diversificarse en los negocios clandestinos, ha tenido la capacidad de adaptarse y ganar espacio en los mercados ilegales de su entorno. Y la prostitución ha sido uno de ellos, una actividad en la que incursionó cobrando renta y terminó controlando a base de violencia, abuso e intimidación. Un pandillero nos cuenta cómo llegaron hasta aquí.

Vamos a llamarlo “Player” aunque no es su verdadera “taka” o alias pandilleril. No quiere revelarla. Sólo autoriza que digamos que perteneció a la clica Sailors Locos West Side en Maryland, Estados Unidos, una de las más fuertes de la región, y que sabe perfectamente cómo opera el negocio de la prostitución en esa parte. No es alguien que imponga por su altura o su musculatura, pero le gusta verse bien, por eso llevaba las cejas y el pelo perfectamente delineados cuando llegó a la entrevista en enero de 2020.

Empieza por aclarar que, cuando la clica comenzó en este negocio años antes, no eran ellos quienes servían de intermediarios entre las mujeres y sus clientes, sino eran los transeros. Así se designa a los civiles sin afiliación a la pandilla, pero que se “apegan a las reglas” para colocar a las trabajadoras sexuales en territorios que la MS13 proclama suyos. Algo así como un socio comercial que reacomoda mujeres y les consigue clientes bajo la sombrilla protectora de la MS13 u otra organización. Una práctica común en varios guetos latinoamericanos.

La Mara Salvatrucha (MS13) ha sabido diversificarse en los negocios clandestinos, ha tenido la capacidad de adaptarse y ganar espacio en los mercados ilegales de su entorno. Foto: Rodrigo Sura, EFE

A mediados de la década pasada el parque Langley Park, ubicado en el condado Prince George, de Maryland, era una “mina de oro para la la prostitución y la extorsión”. La MS13 se encargaba de cobrarles una renta a los transeros a cambio de proteger a las trabajadoras sexuales de clientes abusivos.

“Nosotros básicamente los dejábamos (transeros) operar en nuestra zona, les brindábamos seguridad, un espacio libre para que pudieran operar fácilmente. Entonces esta gente a nosotros nos pagaba un por ciento por cada cliente y por cada semana”, nos dice Player.

Más del 30 por ciento se pagaba por el total de servicios sexuales, saldándose en un estacionamiento entre el transero y un enviado de la pandilla para no “arriesgar a los homies”. Las sumas oscilaban entre 450 y 350 dólares mensuales. Esa negociación entre estos dos actores de la delincuencia era más de tolerancia que de apoyo, pues cuando los transeros no se apegaban a las reglas o hacían algo fuera de lo acordado la MS13 procedía a castigarlos.

Aquella coexistencia duró hasta que las trabajadoras sexuales se acercaron a los homies para comentarles que no se sentían a gusto con los transeros y que preferían trabajar con ellos.

“Algunas empezaron a preferir prostituirse para la pandilla”, asegura Player. “Estaban dispuestas a hacer lo que fuera para que nosotros las tomáramos en cuenta”.

Ellas les prometieron incluso llevar más clientes.

Al mismo tiempo, la clica se percató de que los transeros no estaban declarando todo el dinero y fue entonces cuando decidieron tomar el control de esto. “¿Cómo nos deshicimos de los transeros? No te puedo decir cómo, pero pasó algo”, relata Player.

Ese algo se puede interpretar como una acción violenta.

Miguel Ángel Correa Díaz, alias “Reaper”, que lideraba para entonces la clica Sailors West Side Locos fue uno de los que promovió la negociación con las trabajadoras sexuales, y les ofreció más dinero y flexibilidad.

Más mujeres llegaron a pedir el cobijo de la MS13 y en otros casos la pandilla fue tras su búsqueda. Foto: Imagen ilustrativa. Europa Press.

Fue entonces cuando la MS13 implementó su manera de operar: además de brindarles seguridad, decidieron colocar a las mujeres en discotecas y espacios que la pandilla controlaba.

“Se decidió correr por nuestra cuenta esas operaciones más que todo en los clubs, en los bailes”, dice Prayer, siempre a través de los managers como en la discoteca Galaxy, CocoCacabana, Mi Mariachi, Umbertos, entre otras.

La mayoría de las mujeres eran migrantes centroamericanas y algunas eran menores de edad. Provenían de los mismos lugares que los miembros de la Mara Salvatrucha. Player era consciente de eso.

“La mayoría eran migrantes que no conocían nada de este país, recién llegadas que necesitaban un trabajo, que tenían deudas para pagar su viaje”, dice él. “Básicamente no lo hacían porque querían. Lo hacían por la necesidad de un trabajo, de sacar adelante a su familia en su país, más que todo para superarse. ¿Me entiendes? Porque el dinero que había en este negocio era dinero sucio, pero era mucho dinero, más que todo para ellas”.

La compasión de Player llegaba hasta cierto límite, pues tenía claro quiénes mandaban y quiénes obedecían en este negocio. “Las chicas iban a hacer lo que nosotros dijéramos, lo que nosotros quisiéramos”, dice con esa soberbia de quien ostenta el poder.

Las discotecas no fueron los únicos lugares donde las mujeres se prostituían. También utilizaban los llamados destroyers, esas casas de seguridad que los pandilleros emplean para planear crímenes, hacer fiestas o guardar armas y droga. Los destroyers entonces también fungieron como hotel de paso y allí llegaban los clientes a buscar mujeres.

“Siempre había una forma de hacer el negocio”, dice Player.

Más mujeres llegaron a pedir el cobijo de la MS13 y en otros casos la pandilla fue tras su búsqueda. A pesar del supuesto “cuidado” que los mareros les prometían, el mecanismo para retenerlas era el mismo: meter miedo para tenerlas cerca y que no desistieran tan fácilmente.

“Usábamos el método de la intimidación, el método de miedo”, sostiene el entrevistado.

Para intimidarlas, la forma más efectiva era conseguir información sobre ellas y sus familiares. “Porque tú sabes que en El Salvador la pandilla controla al cien por ciento sus territorios, saben quiénes viven ahí, quienes son sus familiares”, aseguró Player.

“Nosotros teníamos bien investigado en El Salvador cierta información de ellas, de qué parte eran, de qué colonia, de qué cantón, de qué ciudad, quién era su mamá, quién era su papá, su hermano, si tenía hijos”, dice.

La mayoría de las mujeres eran migrantes centroamericanas y algunas eran menores de edad. Provenían de los mismos lugares que los miembros de la Mara Salvatrucha. Foto: Imagen ilustrativa, Rodrigo Sura, EFE.

Así que haciéndoles saber esa información, lograban amedrentarlas para evitar que dejaran el negocio o los traicionaran. “La intimidación se utilizó para asegurarse de que ellas no se iban a quebrar, que no nos iban a apuñalar por la espalda”, asegura Player.

La Mara Salvatrucha había dado el salto de ser un pandilla que brindaba protección a trabajadoras sexuales a un pandilla que ahora las controlaba. El negocio prometía.

La MS13 estandarizó el servicio. Sexo oral era por 100 dólares. El de una relación sexual de media hora oscilaba entre los 50 y 100 dólares. Si se quería full contact, es decir sexo por cualquier cavidad ascendía a 200 dólares y llegaba hasta los 300 o 400 dólares si era a domicilio. Según Player, la MS13 solo quedaba con una tercera parte.

“Nosotros no tomábamos la mayor parte del dinero”, dice, “sino que nosotros también entendíamos que ellas tenían necesidad y como te digo, no éramos tan culeros para hacerles eso”.

Sin embargo, cuando alguna tomaba ventaja de algún cliente o no reportaban alguna ganancia eran castigadas con los duros azotes de los pandilleros que, en el más serio de los casos, escalaba hasta el abuso sexual. Los homies llegaron a violar a sus trabajadoras como símbolo de poder y castigo, cuenta Player.

Player dice que utilizaban las ganancias para enviar dinero a El Salvador y adquirir armas y drogas para la clica.

“Nosotros nos asegurábamos que los homies anduvieran bien armados, cada homeboy anduviera con su munición, su cohete (arma), su largo (machete), para que los territorios estuvieran bien protegidos en caso de un ataque de la pandilla contraria”.

Desde finales de los 2000 hasta mediados de 2010, a los mareros se les ocurrió traer trabajadoras sexuales desde El Salvador. Player dice que fue una de las mujeres que le propuso a la pandilla trasladar con todos los gastos pagados y alojamiento a tres compañeras que se dedicaban a vender sexo en El Salvador para los Estados Unidos. Ellas terminaron retribuyendo todo lo pagado con trabajo en Maryland.

“Íbamos a invertir dinero [para traerlas] pero al final nosotros también íbamos a ganar dinero con ellas”.

Para lograr el traslado, la Mara Salvatrucha tuvo que echar mano de sus relaciones internacionales y vincular clicas de Estados Unidos y El Salvador.

Y eso hicieron. Homeboys de varios países y traficantes de personas facilitaron la misión. Las sacaron de El Salvador para ingresarlas a México, cruzarlas por todo el territorio mexicano hasta dejarlas en Tijuana. De ahí atravesaron a Los Ángeles donde homies las recogieron y las llevaron a Pittsburgh. Posteriormente se mandaron simpatizantes de la pandilla para levantarlas y traerlas a Langley Park. Los gastos corrieron por parte de la pandilla.

La clica Sailors Locos West Side no fue la única involucrada en la prostitución. La Langley Park Salvatruchos, la Teclas Locos Salvatruchos, la Park View Locos y la Pinos Locos Salvatruchos también lo hicieron y no solo en Maryland sino en Virginia.

la Mara Salvatrucha tuvo que echar mano de sus relaciones internacionales y vincular clicas de Estados Unidos y El Salvador. Foto: Imagen ilustrativa, Rodrigo Sura, EFE

Eso lo sabe “Dreamer”, un miembro de la Langley Park Salvatruchos ahora radicado en Honduras a quien su clica le concedió la tarea de brindar seguridad a 15 prostitutas.

“Nosotros nada más la cuidábamos”, dice riendo.

Dreamer dice que a ellas les pagaban la mitad por cada trabajo sexual e insiste que trabajaban por su propia voluntad.

Pero la MS13 no solo se desarrolló como una Bestia proxeneta que cobraba por brindar seguridad y explotar mujeres, sino que llegó al grado de extorsionar burdeles, asesinar padrotes y explotar niñas.

Ese es el caso de José Ciro Juárez Santamaría, alias “Sniper”, de Pinos Locos Salvatruchas.

A finales de los 2000, Sniper secuestró a una niña de 12 años después de conocerla en una fiesta de Halloween en Maryland y se la llevó a su casa.

Le subministraba alcohol y marihuana, y la obligó a tener relaciones con clientes que pagaban hasta 40 dólares por 15 minutos de sexo, pero el precio variaba dependiendo de lo que quisiera el cliente.

Sniper y sus homies luego la llevaron a negocios, casas, apartamentos y hoteles al norte de Virginia, Maryland y Washington DC.

Los homies concretaban las citas con los clientes a través del celular y explotaban sexualmente a la menor de edad sin reparos. Ella le entregaba todo el dinero a Sniper, quien en pocas ocasiones le dio algo de dinero para comida.

Para empeorar las cosas, Sniper dejó que los miembros de la MS13 la violaran de forma gratuita, según los fiscales estadounidenses. El calvario de la niña duró tres largos meses, de octubre a diciembre de 2009. Pero las autoridades finalmente dieron con Sniper, quien en 2011 fue declarado culpable y sentenciado a cadena perpetua por cargos de tráfico sexual infantil.

Como estas historias, existen decenas más que se repiten a menudo en las redes de esta pandilla, donde el proxenetismo y la explotación sexual es un rasgo más de ese rostro sexista de la Bestia; de la Mara Salvatrucha.

* Este artículo hace parte de una serie sobre las vidas de las mujeres afectadas por la pandilla MS13, y se inscribe en el nuevo enfoque de la sección En profundidad de InSight Crime sobre Género y Crimen.

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