El mundo no nos deja mirar cosas pequeñas; los libros son un atajo: Elvira Sastre
PorObed Rosas
10/04/2022 - 12:00 am
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La poeta Elvira Sastre habló con SinEmbargo con motivo de su más reciente libro, Madrid me mata, el cual toma como referencias algunos de los artículos semanales que publicó en el diario El País.
Ciudad de México, 10 de abril (SinEmbargo).– Elvira Sastre ofrece en su más reciente libro Madrid me mata (Seix Barral), una mirada retrospectiva de su llegada hace casi una década a la capital española mediante una edición que incluye fotografías, poemas y otros contenidos que se detienen en esos pequeños detalles de la cotidianeidad, que muchas veces se pasan por alto.
“Es muy complicado pararse a mirar un árbol y observar lo que hay ahí, casi nadie tiene tiempo para eso. Cuando uno no tiene tiempo para eso y de pronto se encuentra con un poema, un artículo que habla de eso, tardas en leerlo y te está describiendo lo que siente la persona que lo ha escrito, conectas con algo de tu realidad que está perdido, que está tapado por otras cosas y eso me pasa con la lectura de poesía, me hace sentirme agradecida de que alguien que haya tenido esa mirada, esa experiencia, lo comparta en palabras y lo muestre de una manera generosa en un libro porque a través de esa persona lo adquiero yo también. El mundo no nos permite pararnos a mirar esas cosas pequeñas y los libros son un atajo para poder hacerlo”, comentó la autora en entrevista con SinEmbargo.
Elvira Sastre compartió que la idea de este libro nació a partir del éxito que tuvieron sus artículos semanales en El País, los cuales compartió en sus redes sociales y tuvieron una resonancia en otras ciudades de España y otros países, sobre todo de América Latina como Venezuela, México y Colombia.
“La gente poco a poco se comenzó a enganchar a las columnas, las esperaban y me di cuenta que ahí había algo, que no se podía quedar sólo ahí en el periódico, sino que cuando acabara esa etapa –que no sabía cuánto iba a tardar– podía hacer un libro y algo bonito, con cosas más ampliadas y mejoradas, más completo y no solamente con los artículos”, precisó.
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Fue así que nació su más reciente obra. Su primer libro de no ficción que se suma a obras como Días sin ti, que ganó en 2019 el premio Biblioteca Breve, y a sus poemarios Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo, Baluarte, Ya nadie baila, La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida y Adiós al frío.
Elvira indicó que entre un género y otro ha encontrado el hueco, lo cual la hace muy feliz porque le gustan los tres. Explicó que la poesía es su lenguaje, su modo de existir y de traducir las cosas que pasan, que le pasan y que pasan fuera de ella. “Es donde más cómoda me siento desde el punto quizá más emocional. Es mi lenguaje, mi idioma, no tengo que hacer esfuerzo para escribir un poema”.
En cuanto a la narrativa, refirió, que le permite contrar historias más densas, aunque reconoce en este terreno un reto, casi un oficio: “me cuesta mucho, pero a la vez tiene ese atractivo de lo que no llega fácil. Tener eso vivo dentro de mí es algo que me motiva y me gusta.”
Finalmente señaló que en el mundo de los artículos ha descubierto un modo de expresar cosas que la poesía ni la narrativa le permitían. “Soy una persona que está muy en contacto con la realidad y eso contarlo en un poema es difícil, expresarse en la narrativa también es muy complicado, pero en un artículo puedo contar todo lo que quiera de la manera en que quiera, no hay límites, puedo hablar de cosas sociales, de cosas políticas, las puedo poner en primera persona o con un tono quizá más poético”.
“Es una libertad bastante agradable en ese formato menos extenso y que me permite estar más despierta. La narrativa y la poesía son más introspectivas y los artículos son más externos, de fuera”, puntualizó.
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—¿Cómo nace la idea de esta compilación y sobre todo esta idea de resurgir?
—Empecé a colaborar con el diario El País con unos artículos semanales, la única consigna es que tenía que hablar de Madrid y me dieron libertad total. Empecé con mucha ilusión, pero sin pretensión de que fuera nada más. Compartía los textos en redes sociales porque no todo mundo tenía acceso online a la suscripción y de pronto vi que había gente de otras ciudades de España y de otro países, de América Latina como Venezuela, México y Colombia, que de pronto se sentía muy conectada con las cosas que contaba, aunque nunca había estado en Madrid.
La gente poco a poco se comenzó a enganchar a las columnas, las esperaban y me di cuenta que ahí había algo, que no se podía quedar sólo ahí en el periódico, sino que cuando acabara esa etapa –que no sabía cuánto iba a tardar– podía hacer un libro y algo bonito, con cosas más ampliadas y mejoradas, más completo y no solamente con los artículos. Sentí que ahí había algo y a la vista está que le está yendo muy bien, hay gente que nunca ha estado en Madrid, pero al final creo que todos los que vivimos o conocemos ciudades grandes nos podemos sentir identificados.
—¿Cómo te ha ayudado a entender la condición humana todos estos años que has vivido en Madrid, porque quien se asoma a Madrid me mata encuentra párrafos llenos de reflexiones sobre todo lo que representa ser un ser humano y cómo le impacta a su ser el entorno donde vive?
–Una ciudad grande, en este caso Madrid, pero cualquier ciudad, es un escaparate inmenso de todo tipo de condición humana, de todo tipo de persona, de todo tipo de experiencia. Yo venía de una ciudad pequeña, Segovia, que sentía que me estaba quedando pequeña y tenía 18 o 19 años cuando me vine para acá; sentía que todo lo que tenía que darme ya lo había vivido. Siempre he sido una persona muy curiosa y muy ávida de vivir experiencias nuevas y descubrirme a mí misma.
Cuando llegué a Madrid, tuve la misma sensación que cuando fui a Londres cuando tenía 16 años, tengo la imagen de una calle muy grande con gente vestida con muchísimos estilos diferentes, todos con su propio estilo, con una libertad que desde pequeña me dejó muy pasmada. Cuando vine a Madrid, fue como la misma sensación, estuve allá viviendo dos años y ya estaba muerta de ganas de venirme a vivir aquí y de estudiar aquí, pero ya viviendo. Fue llegar y la casa la pisé muy poco porque estaba todo el día fuera viviendo cosas nuevas. Madrid es infinito, hay un mundo de posibilidades, es una ciudad muy viva, está muy despierta, en continuo cambio y a mí es lo que me interesa tanto de las personas como de las ciudades, los que están en constante cambio, no se paralizan y evolucionan.
—Este es tu primer libro de no ficción, que como lo comentaste son artículos que publicaste en El País, pero también has tenido éxito con tu novela Días sin ti, que ganó en 2019 el premio Biblioteca Breve, un año después publicaste tu libro de poemas Adiós al frío. ¿Cómo es tu relación con cada uno de estos géneros?
—He encontrado el hueco en cada uno y me hace muy feliz porque me gustan mucho las tres. Es verdad que la poesía para mí es mi lenguaje, es mi modo de existir, es mi modo de traducir las cosas que pasan, que me pasan y que pasan fuera de mí. Es donde más cómoda me siento desde el punto quizá más emocional. Es mi lenguaje, mi idioma, no tengo que hacer esfuerzo para escribir un poema.
La narrativa me permite, quizá no más profundo, pero sí historias más densas, al final la poesía es una síntesis de conceptos y la narrativa es todo lo contrario. Para mí la narrativa es más un reto, casi un oficio, me propongo hacerlo, me demuestro que puedo escribir una novela y me cuesta mucho, pero a la vez tiene ese atractivo de lo que no llega fácil. Tener eso vivo dentro de mí es algo que me motiva y me gusta.
En el mundo de los artículos, he descubierto un modo de expresar cosas que la poesía ni la narrativa me permitían. Soy una persona que está muy en contacto con la realidad y eso contarlo en un poema es difícil, expresarse en la narrativa también es muy complicado, pero en un artículo puedo contar todo lo que quiera de la manera en que quiera, no hay límites, puedo hablar de cosas sociales, de cosas políticas, las puedo poner en primera persona o con un tono quizá más poético. Es una libertad bastante agradable en ese formato menos extenso y que me permite estar más despierta. La narrativa y la poesía son más introspectivas y los artículos son más externos, de fuera.
Ahora estoy inmersa en el proceso creativo de una novela que me está costando mucho a nivel emocional porque es denso, es fuerte, y de pronto hay días en que no me sale escribir la novela o un poema, abro una página de Word y escribo un artículo de lo que sea que me esté pasando y encuentro la salida por ahí. Las tres conviven bien y las tres aparecen cuando las necesito.
—Entiendo que Madrid me mata tiene un poco del confinamiento por la COVID. ¿Qué tanto está plasmada esta situación en tus artículos y cómo influyó al momento de escribir?
—Fue bonito. El confinamiento lo viví en Madrid en mi casa, no tenía ningún tipo de ganas de escribir ningún poema ni novela porque sentía que afuera el mundo estaba en pausa y no tenía sentido que hablara de otras cosas, con lo que estaba pasando. Pero estaba comprometida a escribir estos artículos semanales, fue mi contacto con la escritura. Aunque la primera vez fue no saber si ponerme a escribir sobre eso que estábamos pasando o hacer otra cosa completamente distinta, entonces pensé en escribir lo que estaba viviendo en mi casa encerrada, la relación con mis abuelos, la preocupación de mi familia y lo usé como desahogo. Fue muy bonito porque me sirvió como siempre me sirven las palabras. También fue un momento en que todo el mundo estaba pasando por lo mismo y Madrid ni las ciudades eran lo importante, sino ese sentimiento, ese miedo, esa preocupación y ese confinamiento, hubo una conexión con todos los lectores que leían las columnas, que fue mágico, me salvó bastante durante esas semanas.
—Hablando del confinamiento. Me parece que una de las ideas que plasmas en Madrid me mata es saber vivir con uno mismo en paz. ¿Por qué crees que a muchos les conflictúa esta idea?
—En general no recibimos una educación emocional que es imprescindible para saber enfrentarse a las cosas del mundo. Nacemos en una burbuja de protección, somos niños protegidos por nuestras familias por la propia condición humana, porque los padres no quieren que sus hijos sufran, pero el sufrimiento es inevitable, nos transmiten mucho ese mensaje de evitar el sufrimiento, pero el sufrimiento existe, está por todas partes, en cualquier momento puedes morirte o tener un accidente. El sufrimiento está ahí y, si no lo miramos a la cara, entonces es complicado estar en paz. Ahora es verdad que poco a poco se habla más del mundo de la salud mental, de ir a terapia, la psicología, a mí me ayuda muchísimo los libros, leer poesía, me hace entender muchas cosas y creo que tenemos un concepto equivocado de que podemos con todo sin ayuda de nadie. Nos cuesta pedir ayuda. Cuando uno se quita esas cosas de en medio, aprende a relacionarse bien con su interior, con sus emociones, con sus sentimientos y es valiente para hacerlo, se atreve a sentir el sufrimiento que eso te da, ahí es donde recibes el premio que es estar en calma con uno mismo.
—Tienes una facilidad para profundizar en un pensamiento a partir de una imagen que para muchos es cotidiana, ¿cómo logras esto?
—No lo sé, tengo lecturas desde niña, desde pequeña y cuando eres un niño lector lo que estás haciendo es empaparte de millones de experiencias de otros que tú no vas a vivir en persona, pero que lo estás viviendo a través de los personajes. La lectura te imprime esa sabiduría, esa mirada distinta. Soy una tía muy reflexiva, me gusta sacarle savia a todo, darle una razón a todo y encontrar belleza en todos los sitios, hasta en los árboles si no tienen hojas. Veo cosas bonitas ahí. Quizá venga todo de esa niña pequeña que leía tanto que se le quedó dentro esa manera de mirar.
–¿Parte de la manera en que uno se identifica con tus escritos es que como sociedad hemos ido perdido esa capacidad de mirar esos pequeños detalles de la cotidianeidad?
—En general estamos todos desconectados de la realidad en la que vivimos, también porque el mundo te ha empujado a eso. Vivimos en un sistema muy capitalista que te empuja a trabajar todo el rato, a estar produciendo constantemente; lo que más importa es el trabajo, el dinero que llevas a casa y todo es un círculo vicioso. Si tienes suerte y puedes conseguir un trabajo que te permita tener tiempo libre… es bastante criminal tener que decir que eso es tener suerte cuando debería ser un derecho, que no se imponga el trabajo por encima de tu vida familiar y social. Es muy complicado pararse a mirar un árbol y observar lo que hay ahí, casi nadie tiene tiempo para eso. Cuando uno no tiene tiempo para eso y de pronto se encuentra con un poema, un artículo que habla de eso, tardas en leerlo y te está describiendo lo que siente la persona que lo ha escrito, conectas con algo de tu realidad que está perdido, que está tapado por otras cosas y eso me pasa con la lectura de poesía, me hace sentirme agradecida de que alguien que haya tenido esa mirada, esa experiencia, lo comparta en palabras y lo muestre de una manera generosa en un libro porque a través de esa persona lo adquiero yo también. El mundo no nos permite pararnos a mirar esas cosas pequeñas y los libros son un atajo para poder hacerlo.
Obed Rosas
Es licenciado en Comunicación y Periodismo por la FES Aragón de la UNAM. Estudió, además, Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras.
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